Y bueno, aguanté lo más que pude y acá estoy, en la despedida de una serie que nos acompañó desde Enero de 2010 (el Vol.1 lo reseñé aquel binario 11/01/10, hace justo tres años) y de la que vimos desfilar los 12 tomos que la componen.
El giro con el que terminaba el Vol.11 era tan zarpado, tan definitivo, que el Vol.12 corría el riesgo de ser totalmente anticlimático, o de tener que raspar el fondo del tarro en busca de algún conflicto (obviamente menor) que le diera aire a la trama durante 120 páginas más. Y sin embargo, Brian Wood tenía guardado un as bajo la manga, una última carta shockeante, impredecible, de enorme impacto para los lectores fieles a esta serie y la juega 40 páginas antes del final, cuando uno ya se había convencido de que no quedaban más sacudones para pegarle a Matty Roth y a la castigada ciudad de Manhattan.
Hasta que llega ese último golpe de timón, el tomo arranca en una onda más descriptiva que narrativa. Además de pasarse alguna vieja factura, Matty y Zee recorren los barrios de la ciudad para ver cómo se va reconstruyendo lo que hasta unos días antes fue un cruento campo de batalla. La vuelta de la paz trae la vuelta de la política, de la economía, del consumo, y obviamente de los avechuchos que quieren sacar tajada de este “barajar y dar de nuevo” y empezar la nueva etapa con prevendas y privilegios muy por encima de los de la gente común. Como no tiene espacio, Wood no explota los conflictos que este nuevo orden político puede llegar a generar. Se conforma con mostrarlos.
Aquel magnífico unitario protagonizado por Zee con el que cerraba el Vol.11 acá resulta ser central. De pronto, Matty tiene a su disposición todas sus crónicas de la DMZ, todo lo que grabó, filmó y escribió en los seis años en los que corrió como un boludo de acá para allá tratando de llegar vivo al final de la guerra civil. Ahí hay material de primera mano, data posta, filosa y dura de refutar, que a Matty le debería servir para zafar de... lo que sucede en ese último volantazo que Wood se reserva para el final. Y no. Esta vez, el periodista prefiere pagar todo más caro de lo que le corresponde y bancarse lo que venga. Perdón por ser tan ambiguo, pero no quiero spoilear. El compromiso de Matty con la verdad, con lo que realmente sucedió en Nueva York durante la DMZ, resurge en el epílogo, con un combo devastador entre fuerza dramática y vuelo poético, que pone al final de la serie muy, muy arriba. Si leíste DMZ desde el principio, o si sos fan de la ciudad de Nueva York, es difícil no emocionarse con esas 20 páginas con las que Wood cierra la que –hasta ahora- es su obra maestra.
Como no podía ser de otra manera, estos seis últimos episodios los dibuja íntegros el italiano Riccardo Burchielli, el titular de la serie. Con menos fondos que de costumbre, con miles y miles de primeros planos, con la referencia fotográfica muy bien integrada al grafismo en esas inmensas splash pages, Burchielli dice presente de punta a punta de este arco final. Esta vez no hay tiros, ni acción, ni un mísero cachetazo, y aún así el tano le pone emoción a lo que cuenta, en ese estilo que por momentos parece una amalgama dark entre John Romita Jr. y Scott McDaniel. Sin buscar nunca el lucimiento, Burchielli evolucionó muchísimo con el correr de estos 72 episodios y se fue de DMZ no sé si elevado al status de estrella, pero sí con la chapa de dibujante eficiente, sólido y que se compromete a full con lo que le dan para narrar.
Con algún altibajo menor, DMZ fue una serie fundamental. Una distopía ambiciosa, audaz, que se animó a hablar de los militares, los políticos, los jueces, las empresas, los medios de comunicación y sobre todo del sufrimiento de la gente común cuando todos estos se miran el ombligo, o priorizan sus cuentas bancarias por sobre el bien de una nación. Lo peor de todo es que, a pesar de las alertas que enciende Brian Wood en este comic, la guerra sin cuartel entre los propios yankis y en su propio territorio todavía se ve posible. Lo mejor de todo es que, al margen de las especulaciones, nos quedan 12 libros tremendos, repletos de ideas potentes, personajes complejos y situaciones que nunca habíamos visto en ninguna otra historieta. DMZ es mucho más que una oda escrita por Wood a su querida Manhattan. También es un comic que te atrapa, te intriga, por momentos te caga a palos, te asfixia, te enfurece y al final te deja la maravillosa sensación de haber leído algo único, irrepetible y demoledor. Papa estremecedoramente fina.
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