Y sí, hay más Segunda Guerra Mundial, esta vez en un manga donde... los nazis son los buenos! O en realidad, los protagonistas. Motofumi Kobayashi nos lleva al frente oriental, en 1944, para ver cómo los nazis pierden terreno día a día frente a la embestida de los rusos, que contraatacan con todo, tras haber estado a milímetros de caer bajo el yugo del Tercer Reich. Kobayashi nos muestra a los soviéticos como una horda kilombera, no muy racional, casi como barrabravas con tanques y fusiles. Por el lado de los alemanes, en cambio, hay más matices. Los jerarcas aparecen como tipos fríos, bastante hijos de puta, sin el menor reparo a la hora de mandar a morir a sus subalternos, y entre los más pichis casi todos son tipos de indiscutible patriotismo, valentía y solidaridad.
Las aventuras del Kampfgruppe ZBV (un batallón “de castigo” donde mandaban a los soldados insubordinados, desertores o especialmente ineptos) tendrán todo el tiempo el clima de “misiones suicidas” a cargo de un puñado de soldados que, si no vuelven nunca del combate, le hacen un favor a sus jefes. Y una vez que arrancan, ya se empiezan a parecer mucho a las misiones imposibles que le veíamos cumplir al Sargento Rock y otros milicos yankis en las historietas bélicas que publicaba DC en los ´60 y ´70, o a lo que el propio Motofumi nos mostró en El Caballero Negro, su otra serie de “alemanes contra rusos” (la vimos el 21/08 de este año): “buenos” capaces de proezas asombrosas y malos de espantosa puntería. No hay, lamentablemente, conflictos mucho más profundos que el de tratar de sobrevivir a estas misiones, y antes de la mitad del tomo ya sabés que por lo menos Ash, Kowalski y el Teniente Brookheight van a llegar vivos hasta el final.
Al igual que en El Caballero Negro, el relato está todo planteado en tiras (casi siempre cuatro por página) finitas, con viñetas chatitas, y de nuevo hay muchas secuencias en las que la narrativa se hace confusa. Los ataques de uno y otro bando no están bien explicitados, los cortes de escena (de las tomas panorámicas de la batalla a los primeros planos de alguno de los combatientes) no funcionan ni para aclarar qué carajo está pasando, ni para acentuar los conflictos. En la reseña de El Caballero Negro, yo decía “Es como leer un cuento sin signos de puntuación: si le prestás atención, lo vas a entender y quizás incluso lo disfrutes. Pero todo el tiempo se hace obvio que falta algo”. Y esta vez eso se aplica nuevamente, sin dudas.
Una vez más, como en todas las obras de Kobayashi, el dibujo es impresionante. No se puede creer el grado de detalle que mete este zarpado en cada viñetita. Y también llama mucho la atención lo poco que se parece a los otros mangakas. Casi no usa líneas cinéticas, en vez de tramas mecánicas usa para los grises un pincel endemoniado del que brotan majestuosas y variadísimas tonalidades, y por si fuera poco, está publicado en sentido de lectura occidental. Como en varios de los trabajos de Kobayashi que ya vimos en el blog, la estética nos remite mucho más a un Juan Giménez setentoso, un Solano López o un Hermann, que a cualquiera de los mangakas más o menos conocidos en Occidente. Lo cual no habla ni a favor ni en contra del autor. Lo que realmente lo enaltece no es parecerse más o menos a tal escuela gráfica, sino la fuerza y la calidad que le pone a cada trazo.
Y bueno, hasta acá llego. La próxima obra que lea de Motofumi Kobayashi no va a ser un rescate de sus trabajos de los ´80, seguro. Para que vuelva a caer bajo el influjo de este prodigio del pincel y la tinta, me van a tener que mostrar una obra reciente, jurarme que los guiones son brillantes y constatar que la narrativa no conserva ninguno de los problemas que la empantanan en Kampfgruppe ZBV y El Caballero Negro.
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