Final para esta atípica serie de Brian Vaughan y Tony Harris que brilló a pleno en la segunda mitad de la década pasada.
En este último tomo, pasa lo que esperabas que pasara desde que empezó la serie: New York se ve amenazada por algo tan heavy, que Mitchell Hundred se tiene que cagar en todas las reglas y volver a vestir el traje y el jetpack de Great Machine para salir a la calle y luchar contra… eso. Ya no alcanza con usar su poder de controlar a las máquinas con comandos orales. Acá hay que repartir machaca y usar esas armas locas con las que experimentó durante años con ayuda de su viejo mentor, Kremlin. Y además, bancarse las consecuencias, porque estaba muy claro que mientras ocupara el cargo de intendente de NYC, Hundred no podía bajo ningún concepto salir enmasacarado a impartir justicia por la Gran Manzana.
Por supuesto, Vaughan se las ingeniará para que eso, que supuestamente es crucial, no sea lo más importante del tomo. Para este gran final, el guionista se guardó un montón de revelaciones impactantes: el origen de los poderes de Hundred, la transparencia de la elección que ganó en 2004, su futuro político, su relación con Bradbury… son un montón de giros zarpados, en los que finalmente todo queda muy claro y se acaban las suspicacias. También hay escenas importantísimas para Dave Wylie, para la mamá de Mitchell, para January y sobre todo para Suzanne Padilla, que resulta ser la villana más peligrosa de toda la serie.
Me parece que este es el tomo en el que están mejor equilibradas la acción con todo lo demás. Nunca antes Vaughan tuvo excusas tan buenas para mostrar peleas, tiros, persecuciones y muertes truculentas como en esta saga final. Y por supuesto, todo lo demás está perfecto: desde flashbacks a la infancia de Mitchell hasta todo ese extenso epílogo en el que se revela qué hace Hundred cuando se termina su mandato como intendente de New York. A lo largo y a lo ancho del tomo, Vaughan se despacha con otra sobredosis de diálogos formidables, afilados, groseros, cómicos, profundos, con cero ingenuidad a la hora de meterse en temas políticamente jodidos como el aborto y con encomiable ternura a la hora de jugar con temas de la cultura geek como Tierra-1 y Tierra-2.
Supuestamente esta serie iba a tener una secuela llamada Vice en la que Hundred competía por la vicepresidencia de los EEUU como compañero de fórmula de… prefiero no revelarlo, porque es una de las sorpresas grossas del final de Ex Machina. Lo cierto es que eso nunca sucedió y la verdad es que no está mal. Dejémosla ahí, no aclaremos, que oscurece. Máxime cuando Vaughan tendría que haber empezado a escribir Vice en 2011, sabiendo perfectamente quién había ganado las elecciones presidenciales de 2008. Me parece que, como primera aproximación al tema de política + superhéroes, Ex Machina funciona muy bien así, es redonda, es completa, casi no deja tema sin tocar. Si más adelante Vaughan quiere volver a explorar el tema, lo ideal sería encarar para otro lado, quizás dejando a los superpoderes afuera de la ecuación, para no forzar esas secuencias de machaca entre escenas mucho más interesantes en las que los personajes juegan al peligroso juego de gobernar.
Por el lado de Tony Harris, casi todo el tomo está dibujado muy por encima de lo que habíamos visto hasta ahora. Quizás porque el tono de la saga ofrece muchas más oportunidades de zarparse hacia el lado oscuro, de limar con imágenes y climas más jodidos, más ominosos, menos ascépticos. O quizás porque el colorista J.D.Mettler quería probar cosas nuevas y lo convenció para que el inglés se fuera un poco más a la mierda. Lo cierto es que en estas páginas hay muchas más viñetas (y hasta secuencias enteras) en las que no se ve la referencia fotográfica, y miles más en las que sí se ve, pero el tratamiento de la iluminación y el color hace que no sea tan obvia, que no se parezca tanto a una fotonovela. Y dicho todo esto, hay una página en el cuarto episodio en el que las fotos se notan mucho más que en todo el resto de la obra. Son cuatro viñetas en las que parece que Harris se hubiera olvidado de retocar las imágenes que capturó con su cámara (o con el Flickr) y están ahí, groseramente puestas en el medio de un comic, apenas reventadas en el Photoshop, con el color y los globos de diálogo, pero sin la más mínima huella del estilo de Harris. Un bochorno que ojalá se corrija en las nuevas recopilaciones (más lujosas) de Ex Machina.
Y no hay más. No sé en qué anda Harris y Vaughan está a full en Image, con Saga y alguna cosita más. Quizás para la segunda mitad del año, cuando se anuncie la renovación total de la línea Vertigo, los muchachos nos den una sorpresa. Por ahora, queda esto: 10 tomos de excelente lectura, con ideas nuevas y con un personaje que rápidamente se convirtió en ídolo, aunque se haya dedicado a la política. No es fácil, pero Hundred lo hizo. Lo seguimos y no nos defraudó.
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2 comentarios:
Andrés: no quiero SPOILEAR (quien no quiera eso, deje de leer), pero si mal no recuerdo, Hundred en este último tomo hace algo que lo deja a un paso de convertirse en un hijo de puta, relacionado con Kremlin (no digo qué, pero el que lo leyó se acuerda seguro). Y me resultó raro que no lo comentaras, con un detalle algo más marcado. Para mi fue un sabor amargo, porque no te puede caer bien lo que hace el tipo con quien era casi un padre para él.
¿Qué pensás al respecto? ¿No deja una sensación de "qué hijo de puta este tipo"?
En este tomo Hundred hace varias cosas que ningún héroe haría nunca, pero me parece que es todo parte del aprendizaje del personaje.
Ya entendió que no se puede ser héroe y político a la vez. Que tener poder y mantenerse impoluto a nivel ético no son cosas compatibles. Y eso es lo que se ve en este tomo.
No creo que Hundred esté orgulloso de lo que hizo, pero hizo lo que le pareció que tenía que hacer para resolver un problema. Es decir, actuó pragmáticamente, como un político.
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