sábado, 27 de febrero de 2010
27/ 02: BUKOWSKI
Bienvenidos al mundo de Charles Bukowski, el famoso escritor nacido en Alemania y emigrado desde muy joven a los EEUU. Un mundo de putas, chorros, drogas, cucarachas, borrachos, laburos de mierda que pagan dos mangos, marginales, fracasados, resignados y sublevados. Bukowski trajo al Siglo XX la siempre vigente temática del lumpen, del croto inadaptado que se las rebusca para subsistir en las márgenes de un sistema que se limpia el culo con la gente.
Ya sea en las grandes ciudades o en la América profunda, el sistema funciona igual: siempre hay un patrón garca, siempre hay un empleado que se desloma por chaucha y palito y se la gasta en cerveza y putas baratas, siempre hay un futuro que queda demasiado lejos, siempre hay algún sueño listo para ser aplastado por el gatillo fácil de la policía, por algún buchón, o incluso por la propia fiaca, que siempre es más fácil quedarse en la cama que ponerse las pilas y hacer algo.
Este mundo sórdido y jodido llegó al Noveno Arte por la puerta grande: de la mano de las adaptaciones de Bukowski realizadas por otro genio nacido en Alemania, el increíble Matthias Schultheiss. Si alguna vez leíste El Víbora, o la Heavy Metal, o la gloriosa Comix Internacional, seguro asociás a Schultheiss con esos magníficos laburos a color, esas orgías expresionistas llenas de climas perturbadores, de ritmo y de poesía. Bueno, olvidate de todo eso. Acá Schultheiss prueba otra cosa totalmente distinta: primero, trabaja en blanco y negro. Un blanco y negro pasado de rosca, hiper-detallista, con un cross-hatching capaz de enfermar a los fans de Robert Crumb y Joe Sacco. Todos los cuadritos tienen, por lo menos, el mismo nivel de trabajo que las páginas más zarpadas de El Garaje Hermético de Moebius, y algunas mucho más. Casi sin manchas, pero con el despliegue de rayitas y puntitos más desmedido que puedas imaginar, Schultheiss crea climas, iluminaciones, volúmenes y texturas como sólo un dios del plumín puede hacerlo.
Y la otra gran diferencia está en la composición de las páginas. Sin ser tradicional, Schultheiss nunca se había caracterizado por pelar puestas innovadoras y mucho menos zarpadas. Acá tira el mundo por la ventana y nos gratifica con páginas que el mismo Will Eisner envidiaría. Hay planos, secuencias y páginas enteras totalmente novedosas, muchas, muchas cosas que no le habías visto hacer ni a Schultheiss ni a nadie. Nueva York por 95 Centavos, la historia de los tipos que laburan colocando afiches en los vagones del tren suburbano, tiene unos momentos en los que la puesta en página logra hacerte sentir vértigo de tan compleja y arriesgada. Realmente notable.
Otro logro importantísimo de Schultheiss tiene que ver con el trabajo de la adaptación literaria. Muchas veces vemos que, cuando un cuento o una novela se convierten en historieta, el autor opta por respetar a rajatabla el texto original y así lo vemos robarse el protagonismo, en enormes bloques de texto, farragosos e infinitos, que le restan dinamismo al relato gráfico. Schultheiss, en cambio, se las ingenia para que sea la imagen la que lleve adelante la narración, de modo que las historias puedan disfrutarse como historietas, incluso por quien no sabe que están basadas en los cuentos de Bukowski. La única donde proliferan los bloques de texto es la última del libro, Mi Madre Culona, que además es la menos narrativa de todas. Bukowski simplemente nos cuenta una historia muy chiquita, donde el 95% del tiempo el protagonista toma cerveza, lee el diario o tiene sexo con dos mujerzuelas. La verdad que la lectura del diario y la ingesta de cerveza no son imagenes muy interesantes para un relato en historieta, y el sexo con dos yiros baqueteados por ahí sí, pero ya sería un comic porno y habría que publicarlo de otra manera.
En sus incandescentes polaroids de locura ordinaria, Bukowski le cantó a la derrota, a la miseria, a la desidia y a la desesperanza. Matthias Schultheiss le dio imagen a ese mundo y lo convirtió en algo más sórdido y cautivante que el texto original. Lo convirtió en unas historietas de la San Puta, que además de a la mente y al corazón, te llegan a los ojos, le hacen el amor a tus pupilas y -como las putas que conocen bien su oficio- logran que quieras volver a visitarlas una y mil veces.
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