el blog de reseñas de Andrés Accorsi

viernes, 5 de marzo de 2010

05/ 03: JACARANDA


El propio autor lo confiesa en un postfacio que acompaña la edición del manga: “Tomé una idea para un chiste de una página y lo convertí en un manga de 300 páginas”. Cualquiera capaz de hacer eso, o se eleva en el acto al panteón de los dioses, o desplaza de la cima del ranking de los villanos más perversos e irredimibles a Rob Liefeld, Mayu Shinjo y Horacio Rodríguez Larreta. Por suerte, Shiriagari Kotobuki se sumó al bando de los buenos. De los MUY buenos.
A lo largo de 300 páginas, Kotobuki nos narra sólo 12 horas, 12 horas en las que pasa apenas una boludez intrascendente: se destruye Tokyo. Un brotecito se convierte en un arbolito, el arbolito crece, y a medida que la copa del jacarandá se aleja del pavimento, su tronco se ensancha y sus raíces se extienden haciendo crosta el subsuelo de la ciudad, que es donde están los subtes, los caños del agua y –punto sensible- las cámaras de gas y electricidad. Pronto Tokyo se convierte en un pandemonium y las víctimas fatales se cuentan por millones.
Kotobuki es puntillosamente cruel en su descripción de los sucesos: todo empieza super-realista, super-cotidiano, pero enseguida arranca un in crescendo que altera la rutina. Un embotellamiento acá, un apagón allá, un incendio en la otra cuadra y así hasta el colapso definitivo y monumental de los rascacielos. Otro punto muy interesante es cómo el autor presta especial atención a cómo cubren los medios la aparición del jacarandá. Primero es algo bonito y extraño y al final, las dimensiones del árbol (y del cataclismo) le pasan por encima al despliegue periodístico que trata de mostrarlo.
Excepto por las 40 páginas finales, Jacarandá se diferencia de la clásica película hollywoodense de catástrofes sólo porque no tiene personajes protagónicos (el árbol es el único protagonista) y porque tiene poquísimos diálogos. El resto es simplemente mostrar de modo descarnado y dolorosamente real cómo todo se viene abajo para esos pobres tipos y minas que sólo quieren llegar a sus casas después de haber laburado todo el día. Los derrumbes, las explosiones, la evacuación improvisada, traumática e insuficiente, las caras de desesperación de los que lo perdieron todo… Nada que no hayamos visto varias veces.
Hasta que el sol le gana la pulseada a la noche, el polvo se asienta y los sobrevivientes logran ver con claridad lo que quedó: la hiper-metrópolis devastada y ese árbol, que hasta ayer nadie sabía que existía y hoy domina el horizonte. Ahí, Kotobuki pega el volantazo, cambia la crónica del cataclismo por un vuelo poético inesperado y magistral, y abre su historieta a una multiplicidad de interpretaciones que la convierten en una obra importante, si no fundamental. Cualquier detalle que agregue, corro el riesgo de dar más data de la que hace falta para que la sorpresa sea tal.
A nivel visual, Shiriagari Kotobuki es un autor raro. Sus fondos, edificios, paisajes y subtes son alucinantes, su manejo del tiempo narrativo, la acción y los silencios es impecable, el clima que crea logra agobiarte, exasperarte, hacerte sufrir en carne propia la impotencia y la desesperación. Ahora, para dibujar gente, o se pasó de expresionista, o faltó a clase el día que el profe explicaba “Caras”. Minucioso y perfeccionista en miles de detalles, a la hora de las caras Kotobuki manda unas pocas pinceladas, crudas y atolondradas, como si no importara en lo más mínimo, y así le salen feas, deformes, precarias. No fuimos pocos los que dijimos al hojear el libro “¿Y este muerto publicaba en la Garo y ganó miles de premios? ¿Estás seguro que no es un fanzinero clase Z inflado por los españoles para vendernos un tomo de 16 euros?”. Por suerte al lado mío estaba mi amigo el Desgarreitor (Luquitas Ferrero, prócer de la destrucción mental), que me dijo “Vos fumá, que esto es vanguardia posta-posta”.
Y la verdad es que sí, Shiriagari Kotobuki es un artista del carajo y su crónica tortuosa y minuciosa de la destrucción de Tokyo va mucho más allá del horror de los cuerpos chamuscados o sepultados entre escombros. Jacarandá es un manga que está a años luz del “más de lo mismo”, que te sorprende, te emociona y te deja pensando. No se puede pedir mucho más.

1 comentario:

Fede Velasco dijo...

Ya me habia decido a comprarlo, pero despues de esto se que lo necesito ayer.