sábado, 6 de marzo de 2010
06/ 03: TRANSMETROPOLITAN Vol.3
Descubrí al Spider Jerusalem del mundo real y me hice adicto. No creo que se meta drogas duras ni lo imagino traspasando los cordones de seguridad a fuerza de puñetazos, pero en las columnas semanales que escribe Arturo Pérez-Reverte está toda la lucidez, la mala leche y el talento que uno se imagina que despliega Spider en I Hate it Here. Pérez-Reverte es un cronista descarnado de la España y del mundo en que le tocó vivir y todas las semanas caza el lanzallamas y sale indignado a rostizar a ministros, empresas, programas de TV y demás generadores de mediocridad y estupidez. A veces cuenta anécdotas de sus años como cronista de guerra en lugares jodidos al extremo, y a veces cuenta historias chiquitas, cotidianas, de amigas y amigos suyos que pueden ser pescadores, espías, prostitutas, mozos de restaurant, escritores, periodistas, soldados o amas de casa. Pero el tipo está ahí, atrincherado, y sale todas las semanas a matar o morir munido de un teclado y de una mirada despiadada y brillante sobre la realidad, los medios y la forma en que los medios muestran la realidad. Pérez-Reverte es famoso por sus novelas de ficción, pero en sus libros de columnas de opinión (Patente de Corso y Con Animo de Ofender) encontré lo más parecido a Spider Jerusalem que puede existir hoy en el mundo real.
Pero volvamos a Transmetropolitan. En este tomo, la obra magna de Warren Ellis y Darick Robertson pone segunda y se mete de lleno en un tema fascinante: Spider Jerusalem y Yelena (su nueva asistente) van a cubrir las elecciones presidenciales de los EEUU. Imagínense el festín que se hace Spider con este festival grandilocuente de runflas espúreas y debates sin ideas entre mentirosos profesionales. “La Bestia” Heller y “Sonrisas” Callahan son caricaturas filosamente acertadas de los típicos políticos yankis y lo más interesante –como suele suceder- no es lo que dicen, sino lo que ocultan. Y ahí va Spider, prendido fuego, a hundir su bisturí enchastrado en asco y mala leche.
Como buen inglés, Ellis detecta enseguida lo que hace tan hueca a la política yanki: no hay un enfrentamiento ideológico. Los dos partidos se conforman con desacreditar al candidato contrario y llenan horas de discursos con ideas abstractas que suenan maravillosas, pero que tienen cero injerencia en la vida de la gente. Después, según quién gane, el Estado gastará unos mangos más o menos en educación y salud, mandará más o menos tropas a armar kilombo en los países del Tercer Mundo y permitirá que los grandes grupos económicos se empomen con o sin forro a la gente, pero la verdad es que –gane quien gane- cambia todo demasiado poco.
Para esta etapa, el personaje de Spider empieza a ganar complejidad: ¿Qué quiere? ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar? ¿Cómo lo afecta su voraz consumo de drogas? ¿De repente le pintó un amor de verdad? De a poquito Ellis empieza a investigar por debajo de la superficie del personaje. Y además lo enfrenta a un dilema moral interesantísimo: Si hay un sólo candidato capaz de ganarle la elección al presidente más hijo de puta de la historia, ¿lo bancamos aunque esté un poco sucio, o lo incineramos a la primera que se mande? Como siempre, Spider se juega por la verdad, caiga quien caiga. Y las consecuencias que va a pagar van a ser altísimas.
Del laburo de Robertson ya ni hace falta hablar. Está perfectamente asentado como dibujante de la serie, ya le sale todo de taquito y ya es un atractivo más de esta serie polémica, adictiva y que corrió varias veces los límites de lo que se puede hacer en un comic. Transmetropolitan es un comic visceral, furioso, caótico, corrosivo, pero sobre todo vital. Transmetropolitan es sexo, drogas, política y religión. Es indignación, inconformismo y barricada. Un graffiti con puteadas sobre la fachada de los corruptos escrito con pis, vómito, guasca, mierda y sangre. Y no sé cuándo, pero volveremos.
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