Esta reseña es casi un corolario a la del 11 de Febrero de este año y no se entiende nada sin leer la anterior. Recomiendo repasarla antes de seguir.
¿Ya está? Bien. En la segunda mitad de la historia (en la que el maestro Jiro Taniguchi adapta una novela de la escritora Hiromi Kawakami) pasa finalmente lo que todos queríamos que pasara: el Profesor Matsumoto y Tsukiko, su ex-alumna, avanzan en su relación y la consuman en un lindo garche. El problema es que en 225 páginas, sólo pasa eso. Ojo: no es un garche que dura 225 páginas! Son 223 páginas de chamuyo y dos que narran, de modo muy medido y para nada erótico, el encuentro sexual. Y bueno, después hay un epílogo, un cierre definitivo para la historia de esta pareja, que no te puedo contar.
En total, son más de 420 páginas para contarnos algo tan chiquito, tan intrascendente, que a ritmo pachorro y todo, se podría resumir en 48 páginas. En la reseña del Vol.1 yo comparaba a Los Años Dulces con un largometraje. Estaba en pedo. Con este argumento no se sostiene ni un episodio de 22 minutos de una sitcom.
¿Por qué se hacen mínimamente llevaderas tantas páginas al pedo, rellenadas con las larguísimas charlas y caminatas de Tsukiko y el Profesor y sus interminables noches de morfi y chupi? Porque las dibuja el glorioso Jiro Taniguchi, imbatible en el registro gráfico de los detalles de la vida cotidiana y en el ritmo parsimonioso. Taniguchi nos brinda un trabajo excepcional en los paisajes y decorados, en las expresiones faciales y la aplicación de las tramas mecánicas, que es exquisita. Centrado por primera vez en un personaje femenino, el sensei recrea la magia de otros obras suyas, en las que la contemplación y la introspección desplazan por completo a la acción. Acá no sólo no hay machaca: nadie corre, nadie grita, nada altera en lo más mínimo la rutina de los personajes salvo en las dos páginas del garche.
O sea que, por más fan que seas de Taniguchi, corrés serios riesgos de aburrirte, a menos que te emocione hasta las lágrimas el romance entre el ya veterano profesor y su ex-alumna, contado con apabullante frialdad, a paso de caracol, y condimentado con largas (y a veces interesantes) charlas sobre comida y paseos por playas, campos, museos, cementerios, parques y salas de pachinko.
Si seguís a muerte al maestro, entrale tranquilo. Su trabajo es magnífico y además nos ofrece la infrecuente oportunidad de verlo meterse a full en la psiquis de una protagonista mujer (guiado por el texto de Hiromi Kawakami, es cierto), con notables resultados.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
DIFICIL QUE APAREZCA LA FRASE DEL PASTO, PORQUE, SI EN VERDAD ALGUN PERSONAJE HISTORICO LA PRONUNCIO ALGUNA VEZ, NO FUE GENGIS KHAN, SINO ATILA, HABLANDO SOBRE SU PROPIO CABALLO. GORDO EXPENDEDOR DE HUMO
Publicar un comentario