Bueno, en este tomo la saga de Osamu Tezuka empieza a reencauzarse. Las peripecias de Toge (siempre al límite de lo verosímil) que coparon casi por completo el Vol.2, acá ocupan menos de 70 páginas. No son páginas fáciles, porque Tezuka se zarpa mal a la hora de mostrarnos escenas de acción tremendas, protagonzadas por un tipo que está cagado a palos, con heridas graves en varias partes del cuerpo, al que apenas le creés que le quedan fuerzas para transarse a una mina. Pero bueno, por lo menos acá Toge hace cosas que no son solamente escaparse, pelearse o ser sometido a golpizas y torturas.
El resto del tomo está centrado (por fin) en los otros dos Adolf: Adolf Kaufmann (el chico nacido en Japón que se fue a Berlín y se unió a la Juventud Hitleriana) y Adolf Kamil (el chico judío que se quedó en Japón cuando su amigo se fue a Alemania). Al pobre Adolf Kaufmann el autor le reserva las escenas más crueles del tomo. Será, sin dudas, el personaje sometido a los dilemas morales más extremos, el que más cosas deberá replantearse, y además el link con el tercer Adolf, el mismísimo Adolf Hitler, a quien la trama lo acerca peligrosamente. Si me tengo que quedar con un tramo de este tercer tomo, sin dudas elijo el protagonizado por este pibe, hijo de un alemán y una japonesa.
Para el último cuarto del tomo, Tezuka se acuerda que hace cientos de páginas que casi no le da bola a Adolf Kamil, y empieza a urdir una trama que involucra a una minita, rescatada de un destino aciago por Adolf Kaufmann. Lo más interesante es que esa trama está entrelazada con la del asesinato de la geisha, algo que había quedado colgado desde el Vol.1 y que teñía de misterio y sordidez al tramo protagonizado por la familia Kaufmann, cuando todavía vivían todos juntos y (casi) felices en Japón. Antes de la mitad del tomo, Tezuka había amagado con darle chapa al papá de Adolf Kamil (Isaac, el panadero judío), pero ese hilo argumental duró poco y terminó muy mal.
Así que por fin hay un equilibrio, que ojalá se mantenga. Dejémoslo a Toge en Japón, que descanse un toque, que sane sus heridas, que siga rompiendo corazones (increíble el levante que tiene este muchacho). Y en todo caso, dejemos que el misterio de los documentos que supuestamente prueban que el führer tiene sangre judía salpique un poco a los dos chicos llamados Adolf, que siguen intrínsecamente vinculados aunque vivan en distintos continentes. La Segunda Guerra Mundial ya está calentita, intensa, aunque todavía no entró en escena EEUU. Pero la tensión se siente tanto en Alemania como en Japón y Tezuka la aprovecha para subirle la temperatura a una saga que cuanto más se aleja de la fórmula de Buenos vs. Malos más gana en profundidad y más me involucra como para querer seguir leyendo, y que no se acabe nunca.
El dibujo… bueno, no hay grandes cambios respecto de los tomos anteriores. Por suerte cada tanto Tezuka nos regala esas puestas en página flasheras, esos ángulos extremos (que quizás le deban algo a Will Eisner) y esas secuencias mudas devastadoras, para compensar un poco por tantas páginas de “talking heads”, donde muchas veces no hay espacio para nada más. El laburo en los fondos es exquisito y cuando aparecen paisajes y edificios reales, el Manga no Kamisama los copia de fotos con una increíble jerarquía y una inteligencia aplastante para incorporarlos con onda a su universo gráfico, como hacía Hergé.
Pronto habrá más Adolf, acá en el blog. Capaz que incluso la termino antes del receso que nos va a imponer Comicópolis…
viernes, 4 de septiembre de 2015
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3 comentarios:
El arte de tapa lo hizo un ilustrador ciego y talidomidico
Lo que no entiendo es porqué si las páginas están espejadas, las esvásticas están bien. Los que hicieron la adaptación las corrigieron una por una, o Tezuka las dibujaba al revés?
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