Le entré a este libro con las expectativas muy altas, en parte por comentarios de amigos, en parte porque me había gustado mucho Dingo Romero, como consta en la reseña del 10 de Septiembre. Y la verdad que no me lo inflaron para nada. Este trabajo del inmenso Lucas Nine me pareció mucho mejor que cuando había leído estas (u otras, no recuerdo) aventuras de Timoteo y Mamelón en la Fierro… y eso que en aquel momento me habían gustado mucho.
Tiene que ver el tema del tamaño (enorme, como los álbumes europeos más grandes que tengo), la calidad de la edición, la forma en que se reproduce el color… Ya me voy a meter con ese tema, pero primero quiero hablar un poco de las historias. Las ideas motrices de las aventuras son, básicamente, caprichos. O delirios. O a veces es el propio “héroe” el que genera los conflictos. Son tramas a simple vista absurdas, que a veces tardan un poco en arrancar, como en la de la fiestita de los Arana Copetín, que tiene un final magnífico, pero que en las primeras tres o cuatro páginas da vueltas sin encontrar un rumbo. En algunos casos, sin embargo, estos festivales del disparate esconden construcciones perfectas: la del strip tease de Manuelita, o la del Asesinato en el Expreso de la Alegría, son ejemplos de historias redondas, con sustancia, con giros locos pero a la vez absolutamente coherentes.
La gracia de Té de Nuez está en los contrastes, me parece. En la idea de que un nenito protagonice historias que casi siempre derrapan hacia la violencia o la sordidez, donde todo empieza con juegos pueriles, meras travesuras, hasta que a la corta o a la larga aparecen puteadas, chistes soeces, burdeles, armas de fuego, nenas manoseadas y mujeres violadas. Lucas le saca mucho jugo a esa “bipolaridad” y la convierte en un elemento humorístico sumamente disfrutable.
Además juega con la ucronía: las historias parecen estar ambientadas en una Buenos Aires de 100 años atrás, pero en las historias aparecen menciones a cosas que en 1915 no existían, como la tele, el peronismo, la Pantera Rosa, las canciones de Duran Duran, The Doors, Pipo Pescador y Margarito Tereré. Andá a saber cuántas de esas referencias pescaron los franceses (que tuvieron libro de Té de Nuez mucho antes que nosotros). También en los diálogos aparecen giros, palabras y hasta refranes muy de la Buenos Aires atildada de principios del siglo pasado, como para que impacte más la irrupción de ciertos términos actuales, que Nine mete en boca de chicos vestidos como Buster Brown.
Y por encima de todo esto pasa un tren (una aplanadora, en realidad) que es el dibujo. Lucas parece meter personajes de Lionel Feininger sobre decorados de Winsor McCay. Parte del juego parece ser ese: subvertir la estética de los pioneros del comic americano, al agregarle primeros planos, planos medios y demás recursos que aquellos primeros virtuosos no manejaban. En las secuencias en las que Nine trabaja con cuadros en los que los personajes se ven de cuerpo entero (la escena de la obra de teatro, la de la calesita, o la de Timoteo andando en triciclo por el patio de la abuela), esto se nota más. A esto hay que sumarle el maravilloso tratamiento de las texturas en los fondos y todas las referencias a las artes plásticas, especialmente a Toulouse Lautrec, cuyos cabarulos y burdeles vuelven a latir de la mano de Nine. Y por supuesto el estilo propio de Lucas, esa fluidez en el trazo, ese desparpajo en la línea que acentúa tanto las expresiones de las caras como la dinámica de los movimientos, muchas veces tan extremos como en los cartoons más zarpados de Bugs Bunny o Tom & Jerry.
Me divertí muchísimo con Té de Nuez, la verdad que me encantó. Le desconfiaba al formato, de entrada me pareció ostentoso y lujoso al pedo. Ahora creo que está bien, que este trabajo era para publicarse así. Lo cual a la vez es medio choto, porque el precio deja afuera a muchos posibles interesados. Alguno dirá “para leer historietas por dos mangos, en formato popular e impreso así nomás está la Fierro”. Y un poco es así, pero Té de Nuez no es una obra para imprimir así nomás, con los colores empastados y demás vicios de la Fierro. Y la de Borges Inspector de Aves tampoco, así que ojalá algún editor tome nota y la saque pronto en libro…
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1 comentario:
Me encantaba en Fierro, y el libro es exquisito. El laburo que se tomaron en la edición es impecable, de lo mejorcito que le vi a Liniers (por mí, que se dedique a editar y deje de hacer esos chistes de mierda... a menos que use la guita de los chistes para editar).
Y el contenido... bueh, solo decir que te quedaste corto. Será caro, pero para lo que trae, es regalado.
Con Borges tengo un dilema: quiero tenerlo ya en libro, pero por otro lado, de salir el libro, significaría que se terminó, y no quiero que se termine más. Me parece que es incluso mejor que Té de nuez.
Y con respecto a la edición francesa, yo también me pregunto qué carajo habrán entendido, o cómo habrán hecho para traducir los giros porteñísimos que trae, los juegos de palabras... Incluso el título, "Té de nuez", que no tiene sentido y solamente viene de una traducción de Tío Rico que decía "A Tío Rico le gusta el té de nuez".
Uno de los materiales más deliciosos de los últimos años, dan ganas de pasarles la lengua a las páginas.
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