el blog de reseñas de Andrés Accorsi

sábado, 12 de septiembre de 2015

12/09: TRILLIUM

“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, dijo alguna vez el inmortal Jorge Luis Borges. Y no soy fan de empezar las reseñas con citas, pero esta vez el amor (por Borges) es más fuerte. Estamos ante una historieta que TODO EL TIEMPO me remitió al máximo exponente de nuestra literatura fantástica. Una historieta plagada de ideas que obsesionaron a Borges, plasmadas de un modo distinto, en otro lenguaje (la narrativa basada en secuencias de imágenes), pero con la fuerza y la sensibilidad de los grandes relatos del maestro.
Con Trillium, el canadiense Jeff Lemire se anima a una obra con un componente de ficción mucho más presente que en sus trabajos anteriores. Esta vez, casi nada de lo que vemos existe en la realidad y nos muestra al autor lanzado a la aventura de imaginar, además de una historia, mundos enteros, culturas, razas y hasta un lenguaje. Pero claro, está la impronta de Lemire, presente y resonante más allá de los géneros en los que incursione el autor. Y además la impronta de Borges, que flota implacable sobre esta trama hipnótica de espejos rotos, paralelos perfectos y recuerdos desfasados.
¿Es una historia de amor a contramano, de guerra impulsada por la ambición, de viajes en el tiempo, de preservación de una especie? Sí, Trillium es eso y mucho más. No quiero contar nada del argumento, para no spoilear, porque es un trabajo bastante reciente que quizás más de uno no leyó. Pero que alcance con decir que es brillante. Lemire se anima a hacer cosas que nunca vi hacer a ningún otro historietista, sobre todo en ese quinto episodio, en el que las 20 páginas aparecen divididas por la mitad, en forma de espejo, para trazar un paralelismo entre los personajes como sólo el comic permite hacerlo.
Borges habría terminado la historia 30 ó 35 páginas antes del final que le da Lemire, antes de que los personajes se vean forzados a ese acto de heroismo extremo, a resolver el conflicto por la vía de la violencia. Un conflicto que hasta ahí aparecía como un plot secundario, en las márgenes de la historia, lejos del foco de esos otros conflictos más chiquitos, más humanos pero mucho más potentes en los que se centran las primeras 120 ó 130 páginas de Trilium. En las 10 páginas finales, Lemire retoma la senda de la no-aventura y de nuevo, ya no hay epopeya cósmica que opaque el verdadero núcleo de la obra, que son Nika y William.
El dibujo merece su párrafo aparte, por supuesto, porque una vez más vemos a Lemire en un excelente nivel, con el desafío extra de tener que dibujar naves espaciales, tecnología del futuro y un montón de cosas más que nunca antes había dibujado. Pero, mirá lo que son las cosas, el ancho de espadas de Trillium no es tanto el dibujo como el color. Como en Sweet Tooth, acá Lemire hace team-up con el maestro José Villarrubia, el poeta del photoshop. Y deciden amalgamarse como nunca antes: Villarrubia usa las técnicas tradicionales para colorear las secuencias ambientadas en 1921, y otras técnicas totalmente distintas para las del año 3797. Tan distintas, que por momentos pareciera que abajo hay dos dibujantes distintos. Las secuencias del futuro son visualmente increíbles, con tonalidades que parecen logradas con acuarelas y lápices de colores y que le dan al dibujo de Lemire (que es bastante agreste) una elegancia majestuosa.
Entre el guión, la narrativa gráfica, el dibujo y el color, Lemire y Villarrubia despliegan una cantidad de recursos expresivos realmente apabullantes y los ponen al servicio de una historia tensa, conmovedora, muy original, más allá de los géneros y más allá de lo que uno creía que podría alcanzar Lemire a sus jóvenes 39 años. Climas, diálogos, expresiones faciales, ideas, truquitos narrativos… no hay nada en Trillium que no me haya parecido genial. Sin duda, un clásico instantáneo de esos que se le pueden recomendar incluso a la gente que nunca leyó historietas.

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