Otro libro que me parece que se apuró un poco para salir. Acá hay mucho material muy bueno, pero no el suficiente para llenar 128 páginas. Para cumplir con esa extensión, el libro hace trampa varias veces: la más evidente es cuando toma una historieta contada en cuatro viñetas de igual tamaño y la descompone para que cada viñeta ocupe una página entera. Eso queda muy mal. El dibujo al ampliarse tanto se desluce, y por supuesto la intención narrativa del autor, el armado de la secuencia (que es la gramática de este lenguaje al que llamamos Historieta) se desintegra hasta desparecer casi por completo. Y las 20 páginas finales, con dibujitos sueltos, ilustraciones mitad naïf-mitad abstractas realizadas en el Central Park de New York, eran para otro libro, para un cuaderno de viajes, o un libro de ilustración. No para uno en el que –se supone- uno se compra para ver al autor narrar historietas.
A todo esto, no mencioné que el autor es Decur, cuyo libro anterior (Pipí Cucú) no reseñé porque claramente NO era de historietas. O sea que ya estaba en De la Flor la experiencia de editar un libro de este autor centrado en ilustraciones y dibujos y no en narrativa. ¿Por qué no guardar esos dibujos del Central Park para un segundo Pipí Cucú? Ni idea. Por eso supongo que acá pintó el apuro por tener un nuevo libro de Decur y hubo que llenar con lo que había, sin esperar a que el dibujante produjera nuevas entregas de Semillas, su serie de relatos gráficos de una página que no sé dónde se publican, pero están buenísimos.
Un poco menos me gustaron las dos crónicas de viajes que Decur realiza en forma de historieta (autobiográfica, claro) para contarnos un paseo por Mar del Plata y uno por Buenos Aires. Ahí el dibujo no tiene el trabajo exquisito que vemos en Semillas, y los argumentos… no hay argumentos, es un pibe que nos cuenta con quién se juntó a tomar mate, dónde almorzó y por dónde fue a pasear con su novia. Cero conflictos, cero chistes, cero ideas. Cualquier perejil que sepa dibujar (y no tenga problemas en exponer públicamente su vida privada) lo puede hacer.
La pulenta, lo que hace realmente atractivo a este libro son esas 85 páginas en las que se suceden estos relatos brevísimos de una página, a veces descompuestos en cuatro. Ahí Decur derrocha ideas poéticas, filosóficas y a veces simplemente humorísticas. Algunas son haikus ilustrados, otras son mudas, casi todas son muy efectivas, ya sea que busquen conmovernos, dejernos pensando o hacernos reir. Decur todavía está buscando una identidad propia como narrador de este tipo de historias y tiene un gran problema: la inmensa sombra de Liniers, que hace añares que hace algo muy parecido y que ya “quemó” ideas a rolete. Así tenemos, por ejemplo, las planchas protagonizadas por Leti, Mongo y Totó, que te van a hacer acordar MUCHO a las de Enriqueta, Madariaga y Fellini. Hasta el recurso de invitar a otros artistas a dibujar una Semilla ya lo vimos en Macanudo.
Donde realmente Decur se despegó rápido de la impronta de Liniers (y de Max Cachimba, que era su otra gran influencia en sus inicios) es en la faceta visual. Ahí su estilo propio se ve cada vez mejor, cada vez se aprecia mejor su increíble técnica con los lápices de colores, con los papelitos recortados, con las texturas, su ductilidad para lograr distintos niveles de realismo… Hoy ya podemos hablar de un Decur muy asentado en un estilo personal, atractivo, que supongo que seguirá evolucionando, pero no me animo a pronosticar hacia dónde.
De citas a Cortázar, Klimt y Picasso a chistes nerds con Human Torch y The Thing, Semillas ofrece un registro narrativo muy amplio y a la vez muy genuino. Repito, no es exactamente comic humorístico, va más allá. Y tiene todo para seducir a varones y mujeres de edades muy diversas. Ojalá pronto tengamos más libros de Decur, pero sin recurrir al delirio de convertir una página de historieta en cuatro, y sin rellenar con escenas de su vida privada que –me parece- no revisten mayor interés.
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