Después de tantas vueltas, tantas peripecias, tantas muertes y tantos desencuentros, la saga ochentosa de Osamu Tezuka llega a su fin. Predeciblemente, el tema de los documentos que prueban que Adolf Hitler tenía sangre judía se va a resolver cuando el führer ya esté muerto. Eso era obvio desde… la mitad del tomo anterior. La resolución está buena, tiene dramatismo, fuerza… pero llega tarde y nadie esperaba otra cosa. De hecho, me encantó la forma en que Tezuka narra con lujo de detalles los últimos días en la vida de Hitler. No son tantas páginas, pero están muy bien investigadas y muy bien puestas en el contexto de la historieta.
El final del líder de los nazis ya lo conocíamos. ¿Y los otros tres personajes importantes? Tezuka mueve los hilos para volver a enredar, sin forzar el verosímil, al ex-periodista Sohei Toge, a Adolf Kamil y a Adolf Kaufmann, quien se convierte en el hilo conductor, en el personaje claramente central de este último tramo de la obra. Hasta acá, Kaufmann había sido el personaje de los conflictos internos, de los dilemas morales jodidos: lo vimos dejar a pesar suyo su Japón natal para viajar a Berlín, enrolarse en la Juventud Hitleriana, asimilar la ideología nazi, matar judíos primero con mucho recelo, ayudar a fugarse a una chica judía de la que se enamoró, codearse primero y traicionarse después con jerarcas muy grossos, muy cercanos al führer, y finalmente emprender el regreso a Japón. Y sin embargo no sabíamos si ponerle el rótulo de villano, por lo complejo y contradictorio del personaje. Las primeras 100 páginas de este tomo se encargan de sacarnos todas las dudas: ahí lo vemos a Kaufmann torturar, violar y matar sin el menor resquemor.
Si bien tendrá más adelante su final feliz, en este tomo Toge vuelve a la vida de sobresaltos, a soportar piñas, patadas, explosiones, torturas y pérdidas de seres queridos. Sin embargo, bancará los trapos hasta el final y sin dudas será EL héroe de esta historia. El rol de Adolf Kamil pareciera ser erigirse en contrafigura de Adolf Kaufmann, y el contrapunto entre ellos funciona muy bien… un ratito. Enseguida se hace obvio que la dimensión, la carnadura, el relieve de Kaufmann supera ampliamente al de su amigo de la infancia.
Como todos sabemos, la Segunda Guerra Mundial termina en 1945, con la aventura imperial de Hitler hecha añicos y dos ciudades japonesas atomizadas. Pero a Tezuka le quedan no uno, sino dos ases bajo la manga: un epílogo de apenas 7 páginas ambientado en Israel en 1983 (año en que se empezó a publicar Adolf), y antes de eso, una secuencia electrizante de 37 páginas, ambientada en 1973, donde las fuerzas arnadas de Israel combaten contra la Organización para la Liberación de Palestina. Adolf Kamil está de un lado, Adolf Kaufmann del otro, y en un giro asombroso y tremendamente efectivo, esta vez ¡los judíos son los malos!, los que asesinan a mujeres y niños sin la menor piedad. Eso mismo que graficó Howard Chaykin en la polémica “La Sonrisa de Hitler” allá por 1989 (ver reseña del 07/08/14), Tezuka ya lo planteaba cuatro años antes, con una crudeza devastadora.
Al final, lo que nos quiere decir el Dios del Manga en todas estas páginas es que matar gente por cuestiones de raza, de religión o de nacionalidad, es una animalada cósmica. Corta la bocha. No importa si son judíos, arios, ponjas, árabes o yankis. En algún punto, todos se envuelven en alguna bandera para mandarse cagadas y eso es lo que Tezuka busca de algún modo denunciar y repudiar.
No me queda espacio para hablar del dibujo, pero ya hablamos bastante en las reseñas anteriores. Subrayo una boludez, nomás: el autor del prólogo de este tomo (el historiador, guionista y traductor Gerard Jones) también sospecha que para cuando realizó esta obra Tezuka ya había leído bastante a Will Eisner y absorbido algo de la influencia del maestro. Yo deslicé esa apreciación en reseñas anteriores a riesgo de estar fruteando, pero ahora creo que la emboqué… o que los fruteros somos unos cuantos.
Alguien tiene que hacer urgente una segunda versión de Adolf mucho más sintética, menos laberíntica y más directa, en la que el mensaje de Tezuka pegue más fuerte y no se diluya tanto en conflictos accesorios, subtramas y pseudo-misterios varios. Mientras tanto, esta obra va a quedar en la historia como el último gekiga del Dios del Manga, difícil de superar en materia de dibujo, pero lejos de los excelentes guiones que nos regaló en los ´70, en mangas más breves que impactaban más.
martes, 29 de septiembre de 2015
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7 comentarios:
Último tomo, última oportunidad que tengo. Lo pregunté varias veces, es algo que me quedó picando desde que la leí hace un tiempo. Nadie sabe? Ahí va de nuevo:
No entiendo por qué si las páginas están espejadas, las esvásticas están bien. Los que hicieron la adaptación las corrigieron una por una, o Tezuka las dibujaba al revés?
Ni la menor idea...
Supongo que habrán retocado el dibujo para la edición yanki...
Si Tezuka se documentaba para el caso y dibujaba las espásticas al revés, cabe suponer que era flor de boludo.
Por favor que alguien me diga que despues de esta tapa, al diseñador le cortaron las manos para asegurarse que nunca mas pueda volver a suceder
Las otras eran feas pero esto es SIDA en 4 colores
Zacatillo, no seas maleducado, ¿vos hiciste un manga? No. Porque para hacer un manga tenés que ser japonés, y vos no sos japonés. Así que aunque vos dibujes las cruces gamadas no al revés, a mí no me importa. Vos harías cruces gomadas, porque sos un goma.
:(
Quien es Felipe Smith, Diego?
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