sábado, 14 de agosto de 2010
14/ 08: PYONGYANG
Después de oir hablar muchísimo de este libro y de que me lo recomendaran a full, me decidí a leerlo y la verdad es que es una auténtica delicia. Guy Delisle, nacido en la zona francófona de Canadá, vive en Francia donde, además de historietas, hace animación para el principal estudio del país galo. En un momento le toca supervisar una producción de la cual el grueso del trabajo de animación se envió a un estudio en Corea del Norte, y así es como nuestro protagonista termina pasando dos meses de su vida en Pyongyang, la capital del último bastión del stalinismo.
A lo largo de más de 170 páginas, Delisle va a combinar las típicas no-aventuras cotidianas del género autobiográfico con toneladas de datos acerca de la industria globalizada de la animación y –lo más importante- acerca de la vida de millones de norcoreanos bajo el régimen comunista que lleva ya más de 60 años en el poder. Con un gran criterio, Delisle elige hacer hincapié en las cosas más extrañas de la vida en Corea del Norte, y se mete con temas que no sólo desconocemos los occidentales, sino incluso los propios norcoreanos, a los que la información les llega… un poquito toqueteada. Gracias a este libro nos enteramos de que Corea del Norte es el único país del planeta donde no existe internet, que hay un sólo lugar en todo el país donde sirven Coca-Cola, que hay un sólo canal de televisión (excepto los domingos, que emiten dos señales), que están prohibidos los celulares (bueno, una a favor!) y la pornografía (otra en contra!), y que hay un edificio gigantesco, de 105 pisos, pensado para ser el hotel más grande de Asia, pero que jamás se terminó y que hoy es un monumento tan hueco y tan grandilocuente como la propaganda oficial que parece no dejar espacios sin ocupar.
Por suerte Delisle no la juega de cronista imparcial, no se limita a mostrar. También opina y baja línea todo el tiempo. En un punto es incómodo, porque lo vemos casi todo el tiempo rodeado de un guía y un traductor que están ahí para asistirlo, pero a los que el canadiense considera poco menos que oligofrénicos y a los que se refiere como “mi servidumbre” (obviamente en joda). Pero la gracia está en esa combinación: por un lado, el típico relato de un choque entre culturas (porque la Pyongyang que nos pinta Delisle es absolutamente alienígena para cualquiera criado en el mundo capitalista), y por el otro la “denuncia”, light, jocosa, en tono casi burlón, de las falencias del régimen que los lugareños no parecen percibir y que a los ojos de Delisle y sus amigos europeos son tan patéticas como grotescas. La verdad, no quisiera haber estado en el lugar del autor, dos meses aislado del mundo, rodeado de gente con la que prácticamente no te podés comunicar y que actúa como si le hubiesen lavado el cerebro.
El dibujo de Delisle está muy, muy bien. De lejos parece esas tiras de los diarios yankis, ese dibujo humorísitico básico, sin onda, hecho con lo justo, para cumplir. Pero Delisle tiene varias virtudes que en esas tiras no se ven: por un lado la narrativa, que es excelente, con muchos cuadros por página, gran elaboración de las secuencias, un gran criterio para determinar cuánto dura cada escena y dónde meter las pausas y los silencios; y por el otro el trabajo de los grises, que parecen aplicados con lápiz negro, sobre figuras y fondos delineados en tinta. Por ahí es un efecto digital, pero parece hecho a lápiz y está buenísimo, porque le da textura a ese dibujo tan esquemático, y porque le permite a Delisle ofrecer un excelente balance en cada página. Las expresiones faciales son un lujo que no te podés dar con un dibujo tan sintético, pero el lenguaje corporal de los personajes está tan logrado como en los mejores trabajos de Lewis Trondheim. Los dibujos “realistas”, de paisajes y monumentos, basados en fotos, no tienen desperdicio y se nota y se agradece que estén laburados (en realidad, laburadísimos) a mano.
Guy Delisle se comió un garrón importante. Pero supo transformarlo con enorme talento y mucho humor en una historieta que entretiene, informa y activa la infrecuente tarea del pensamiento. Autobiografía de alto vuelo, sátira socio-política y –por supuesto- la recomendación a los colegas que trabajan en el campo de la animación de renunciar en el acto el día que los capos te quieran mandar a supervisar una producción derivada a los estudios norcoreanos.
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2 comentarios:
Uh, yo lei una reseña de esto que lo hacía mierda por facho y racista (y pintaba bastante bien fundamentada). Quizas es simplemente para gente mala leche, o yo me zarpo de politicamente correcto.
Nah, no es facho. El tipo se mofa de lo que le parece grotesco, sobre todo a medida que pasa el tiempo y ninguno de los lugareños parece darse cuenta de cosas muy, muy obvias.
Es un choque entre culturas,y el narrador viene de Europa, con todo lo que eso implica. Pero la sensación del tipo es que cayó en Saturno, en un mundo que no tiene nada que ver con el suyo.
Y a lo largo del libro, nunca llega a entender cómo la gente banca a un régimen político que retacea brutalmente la libertad, y que ni siquiera garantiza un bienestar importante, porque por lo que muestra Delisle, el norcoreano promedio no vive mucho mejor que el laburante latinoamericano, por ejemplo.
Entiendo que se lo pueda cuestionar, sobre todo por el tono burlón, pero no me pareció racista ni facho, simplemente Delisle no compró un sistema al que los norcoreanos idealizan, pero que en la práctica funciona medio a los tumbos.
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