domingo, 10 de abril de 2011
10/ 04: HEROES ANONIMOS
A veces, el combo infalible falla: el sensei Hiroshi Hirata, la temática de samurais, shoguns y demás íconos del Japón medieval, una antología de historias cortas…. Casi cualquier cosa que reúna estos tres elementos capta de inmediato mi atención y mis pesitos. Pero, ¿está bueno?
Ni. Las diez historietas cortas que componen este tomo (que dicho sea de paso, se llama igual que el mejor tema de Metrópoli, gran banda ochentosa argentina injustamente olvidada) están dibujadas como la reputísima madre que lo parió. Cuesta creer que esto haya sido dibujado por un ser humano de tan podidamente perfecto que está todo: las caras, los cuerpos, los trajes, las armas, los edificios, los animales… y encima todo entreverado en magníficas secuencias, vibrantes, impactantes, emotivas…. Sin hablar de las nueve o diez paginitas a color, donde Hirata se revela como un genio no sólo del dibujo y la narrativa, sino también de la ilustración.
Olvidate de los típicos mangakas. Hirata llegó a principios de los ´90 (que es cuando realizó estas historietas) con una identidad gráfica totalmente alejada de lo que suele verse en el comic japonés. Por ahí algunas cosas de Hirata se ven en Takehiko Inoue, quien obviamente venera a este sensei de senseis, pero el grafismo tiene mucho más que ver con autores europeos, como Milo Manara, Sergio Toppi, o incluso Francois Boucq. Es increíble cómo Hirata maneja las tramas mecánicas, cómo banca la tensión y el interés a lo largo de largas secuencias de diálogo y cómo se zarpa cuando le toca dibujar acción y violencia. Posta, esto es magia. Y es parte de lo que hizo posible aquel alucinante estilo de Frank Miller que vimos hace mil años en Ronin.
El problema es que, de las diez historias, la mayoría no tiene buenos guiones. Basadas en historias reales, Hirata se calentó por investigar, desempolvar documentación oculta durante siglos y por estudiar a fondo la época y las vidas de cada uno de estos héroes del Japón feudal. Pero hizo una de más: como él se mató para encontrar bocha de data, te llena las historietas con… bocha de data. Y está todo bien, pero es demasiado. Para disfrutar de una historieta de 25 ó 30 páginas no necesitás TANTA información. Hirata te cuenta todo: quién es el tipo, a qué clan pertenece, cómo era la relación de este clan con el shogun Tal, o con el emperador Cual, cuánto cobraba cada funcionario/ guerrero/ mercenario, sus técnicas de combate, el nombre completo de sus padres, cuándo obtuvo el derecho a portar apellido y qué nombre adoptó en ese momento, a qué edad murió, quién lo sucedió en su cargo... y llega un punto en que decís “basta, chabón, andá al grano, no me quemes la cabeza con datos que no son esenciales para entender la trama”. Si me dijeras que es una única historia de 300 páginas, y bueno, ahí viene bien la info completa, que nos ayude a situarnos en el lugar, las costumbres, la estructura política y demás. Pero para una historieta de 25 páginas no me podés bombardear con más datos históricos que From Hell.
En paralelo a este, avanza otro obstáculo bajonero, que es el protocolo. En casi todas las historias, se enfatiza el procedimiento protocolar, burocrático, por el cual cada tipo que quiere algo manda a su enviado a parlamentar con el señor feudal/ príncipe/ shogun de turno, que a su vez lo recibe, le responde, le hace contra-ofertas, y bla-bla-bla… Páginas y páginas de tipos hablando hasta que finalmente uno decide no ceder y el otro, si su honor está en juego, planifica una reacción, que puede ser armar un lindo kilombo, o directamente cometer seppuku. Por cualquier boludez, por la más mínima discusión, los tipos hablan horas y horas del respeto a la jerarquía, la obediencia, el honor, y todas las minucias habidas y por haber en la relación entre señores y vasallos.
Las mejores historietas son, claramente, esas en las que el protocolo menos importa. Básicamente la segunda (La Medicina Milagrosa) y la décima (La Excéntrica Riu), especialmente esta última. El Perro Rabioso también tiene un argumento devastador, complejo y bien pensado, pero el guión lo tira un poquito para atrás, porque se enreda al pedo en extensos diálogos que sacan a relucir –cómo no- el protocolo militar. El tomo cierra con una undécima historia, que no es otra cosa que una primera versión de La Medicina Milagrosa, realizada 30 años antes, en 1961. Y obviamente sirve para ver cómo progresó en esas décadas el dibujo de Hirata, que ya hace 50 años era muy, muy notable.
Si sos MUY fan de la historieta histórica japonesa, por ahí tanta data y tanto chamuyo protocolar te emocionan más de lo que te aburren. En ese caso, tirate de cabeza sobre este libro y preparate para flashear, mal. Pero si querés aventuras en estado puro, con machaca condimentada con otros elementos menos obvios (sean políticos, sociales, románticos, o lo que sea) te vas a encontrar perdido en un laberinto de nombres, fechas, datos, anécdotas, cifras y demás frutos de la exhaustiva investigación del autor que, por su desmedida cantidad, en vez de ayudar, obstaculizan el desarrollo de las historias. De todos modos, el dibujo de Hirata me cagó tanto a trompadas, que seguro voy a leer más obras suyas.
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7 comentarios:
¿Kazuhiko Inoue? ¿No será Takehiko? (Vagabond)
cuanto te salio esto masomenos, Andrés?
Eso! Takehiko! Sorry, esta noche de vuelta en casa lo corrijo. Desde un cyber croto de Lobos se complica chequear bien cada dato...
Las historietas son todas de 1991-1993 y la edición española (de Glénat) es de 2009.
¡Qué buena banda era Metrópoli!
Bien, fixed! Podés borrar los mensajes alusivos al Take (y este)
Andrés, donde comprás los mangas? Porque se me hace que sos de esos que dicen "leer en PC es de impuros!". Ya es la quinta reseña que me deja con ganas de mas.
Y obvio que me bajé y leí en PC muchos comics de impuro que soy, pero si puedo los compro. Porque está bueno tenerlos y leerlos del papel, porque me da el cuero, porque así evito la piratería (que argumento más infantil no?). Por eso y otro poco, estaría bueno que avises donde compras las historietas. Gracias desde ya! Sino, T! y google siempre al rescate.
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