Lo indulté al maestro Gipi después de aquel trago amargo del 05/11/12 y me compré su última novela gráfica, editada en Italia en 2013.
Esta vez me encontré con algo que no esperaba: una narrativa muy confusa, muy enroscada. Gracias al texto de la contratapa (y a tenues pistas que ofrece Gipi en la novela) logré deducir que la idea es narrar dos historias en paralelo: en el presente, la de Silvano Landi, el escritor amnésico internado en el neuropsiquiátrico; y en el pasado, la de su bisabuelo Mauro, que peleó en la Primera Guerra Mundial. Superadas las dificultades para dilucidar cómo está estructurada la novela, me encontré con que la historia de Mauro en el frente de guerra es brillante. Emotiva, impredecible, con el equilibrio justo entre la ternura y la mala leche, con un gran criterio para romper la diégesis y mostrarnos algunas secuencias antes que otras, esta historia amerita por sí sola la lectura del libro. Es más, no entiendo por qué Gipi no la editó así, como una historia completa, sin mezclarla con la historia de Silvano. Bueno, quizás sea porque tiene poco más de 50 páginas y la editorial le pedía algo más extenso…
La historia de Silvano, en cambio, no va a ningún lado. Si estuviera narrada toda para atrás, es decir, si terminara cuando nos enteramos qué fue lo que le hizo perder la cordura, quizás tendría sentido. Pero por un lado, esto no es así, porque la historia va y viene sin llegar a ninguna resolución; y por el otro Gipi no explica claramente los motivos de su amnesia/demencia, es algo que uno mal que mal trata de sacar en limpio entre flashbacks interesantes (la conversación con su hija, donde están los mejores diálogos del tomo) y delirios muy fumados que, cuando se logran conectar (aunque sea metafóricamente) con la trama están bien, y cuando no, son un bodrio.
Como vimos el otro día con Dear Patagonia, acá de nuevo tenemos a un dibujante obscenamente virtuoso, que la descose en todas las técnicas que pone en práctica… y que se toma demasiadas páginas para contar cosas chiquitas. “Se viene una tormenta y nosotros manejando por la ruta” para Gipi son cinco páginas y media, por ejemplo. Pero bueno, el dibujo es tan maravilloso que no importa nada. Desde esas viñetas que sólo tienen una línea finita, que parece birome o lápiz reventado en el photoshop, hasta esas ilustraciones con acuarelas que bien podrían colgarse en cualquier museo, Gipi nos pasea por amplísimo repertorio de técnicas (a veces gráficas, a veces pictóricas) que nos dejan invariablemente estupefactos.
La faz visual de Unahistoria es muy ecléctica, cambia brutalmente de una página a otra, o incluso de una viñeta a otra, porque Gipi pega saltos en el grafismo o cambia de técnica como para sugerirnos cambios de clima, de época o de niveles de realidad. Eso contribuye, por un lado, al desconcierto narrativo del que hablaba yo al principio, y por el otro a una fascinación estética única, que hace que te chupen un huevo las inconsistencias del relato, por lo menos en el tramo ambientado en el presente.
Capaz que el boludo soy yo y el mundo está lleno de críticos y lectores que descifraron al toque simbolismos y metáforas que yo no descifré, y todos coinciden en que esta es la mejor obra en la carrera de Gipi. Puede ser, no lo descarto. Yo sigo prefieriendo Apuntes para una Historia de Guerra o Garage Band y recomendando especialmente esta última a los que todavía no descubrieron el universo de este tano talentoso y atrevido, un verdadero mago de la tinta y el color.
martes, 17 de noviembre de 2015
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