Un día, José Massaroli abrió un cajón y se encontró con 66 páginas de historieta, una novela gráfica completa que había dibujado para un editor que desapareció de la faz de la Tierra sin pagarle un mango por su trabajo. ¿Qué hizo? Le dio las páginas al guionista (y a veces coordinador) Oenlao, con la consigna de crear una historia nueva en base a los dibujos que ya estaban. Básicamente, todo el aporte de Oenlao se ve en los diálogos, ya que la línea troncal del argumento respeta la de la historia original, simplemente porque la idea era no modificar los dibujos.
De todo esto nos enteramos en la última página, después de leer toda la historieta. Y durante la lectura, sin manejar ese dato, a uno le llaman la atención: a) la gran cantidad de diálogo, atípica en una historieta argentina actual, b) el desarrollo de personajes, atípico en los otros trabajos de Oenlao, c) la extensión y d) lo más importante: el ritmo del relato, super-aventurero, medio de película de Hollywood. Más de una vez decís “qué raro esto”, incluso para Oenlao, que suele escribir cosas extrañas.
El guionista introduce un elemento que claramente no estaba en el guión que recibió Massaroli: las protagonistas (dos agentes secretas sensuales y letales, a las que veremos casi todo el tiempo con escasísima vestimenta) son argentinas y fanáticas del tango. Y hablan de tango, cantan tangos y hasta dicen bailar tango… cuando en los dibujos NO las vemos bailando tango, excepto en la portada (espectacular y con un color magnífico) que obviamente está dibujada después de leer el nuevo guión. Buena parte del trabajo de Oenlao consiste en eso: en convencernos a través de los diálogos de que estas dos bombas son 100% argentas y tangueras. Incluso arrancan hablando de las revistas Fierro y El Tony, en una secuencia desopilante.
Ese ingrediente que suma Oenlao desde los diálogos le agrega un tinte bizarro, idiosincrático y festivo, a un argumento muy básico, en el que estas minitas tienen que liberar a unos pobres tipos y minas que cayeron en manos de unos villanos inescrupulosos, en el medio de una selva. ¿Para qué quieren los malos a los cautivos, quién manda a las chicas a liberarlos, en qué selva transcurre la acción? Sospecho que todo eso lo inventó Oenlao. Lo que me parece que sí estaba en el guión original son las referencias a la religión haitiana, las lowas del voodoo. Porque en algunos dibujos hay imagenes que van para ese lado. Y está bien, es un elemento que, sin cobrar preponderancia, también le agrega un poquito de exotismo y hace menos predecible el desarrollo de este típico planteo de “Bueno viene a rescatar a Víctima de las manos de Malo”.
El dibujo de Massaroli me hizo acordar mucho al de Enrique Villagrán: un estilo forjado al calor de la producción masiva y adocenada de Columba, tratando de adaptarse a la puesta en página, los ángulos y la composición de viñetas típica del mainstream yanki. En general, si acumulás los vicios de dos mainstreams distintos, y encima tan restrictivos como el de Columba y el del típico comic-book americano, te vas de una al descenso. Massaroli, sin embargo, pela oficio y rema muchas páginas contra un guión que seguramente le cerraba poco, con un laburo a destajo en los fondos, muy correcto en la anatomía, afilado en armas, vehículos y uniformes. Y por ahí patina (como Enrique Villagrán) en algún primer plano de los varones, no de las chicas que están muy cuidadas. Un desafío importante para Massaroli, por extensión, por temática y por estilo narrativo, sorteado con éxito por el crédito de Ramallo.
Creo que lo más divertido de El Tango de las Amazonas es algo que los lectores nunca vamos a ver: el momento en el que Oenlao le entregó a Massaroli la segunda versión del guión y le dijo “mirá lo que hice con la garcha que me trajiste”. Ahí se deben haber reído mucho. A mí como lector –repito- me pareció más raro, más intrigante que genial.
sábado, 28 de noviembre de 2015
28/11: EL TANGO DE LAS AMAZONAS
Etiquetas:
Argentina,
El Tango de las Amazonas,
José Massaroli,
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