Y bueno… cuando asumí que hoy no llegaba a terminarme el masacote de chotocientasmil páginas con el que vengo lidiando desde el viernes, corté por lo sano y decidí entrarle a algo más corto, que pudiera ser deglutido en un par de horas.
Así caí en este vórtice de la destrucción mental, la violencia, la lujuria y la sordidez al que Ed Brubaker y Sean Phillips lograron convertir en una maravilla narrativa única, pasada de rosca y no exenta de momentos poéticos. Confieso que cuando llegué al final del Vol.4 me asaltaron serias dudas: en un momento desconfié de que Brubaker pudiera cerrar una trama tan compleja en sólo cinco episodios más. Una vez más, este fetiche indiscutido del blog me cerró bien el orto.
El quinto y último tomo de Fatale te agarra de la garganta y no te suelta hasta el final. Una tras otra, se suceden escenas tremendas, shockeantes, revulsivas. Y no sólo se resuelve la trama central, de de Nicolas Lash y la enigmática Josephine. Incluso queda espacio para indagar un poquito más en el pasado de la femme fatal, en la historia del villano (acá más sacado que nunca) y hasta para explicar algunos puntos oscuros de la historia, bizarreadas místicas que quizás se prestaban a no ser explicadas, a quedar ahí, en la ambigüedad típica de los cuentos de Lovecraft, a los que tanto les debe Fatale. Pero Brubaker va por todo, a matar o morir, sin dejar cabos sueltos.
Hasta la última secuencia tenemos giros impredecibles, revelaciones asombrosas, muertes escabrosas, maldades impiadosas que el autor les hace a los personajes y como siempre –de punta a punta de los cinco tomos- un gran trabajo en los bloques de texto y en los diálogos. En este tramo final aparece un personaje, Otto el bibliotecario, que es el que se roba los mejores diálogos, lejos. Ah, y otra cosa notable que hace Brubaker es que no le importa si no entendés de qué está hablando. El tomo arranca así, en caliente, no pierde ni dos bloques de texto en recapitular lo que pasó en los tomos anteriores. Si no te acordás, jodete. Los que seguro se acuerdan de todo son los personajes, que a menudo tiran sutiles referencias a sucesos de su pasado, que Brubaker y Phillips nos mostraron con distintos niveles de explicitud y claridad a lo largo de la saga.
A medida que la historia se va yendo de mambo, a medida que la apuesta se hace más radical, más a todo o nada, Sean Phillips encuentra más oportunidades para salir de la zona de confort de las seis o siete viñetas por página y explorar otras variantes. En el arranque del segundo episodio, cuando nos muestra ese sueño de Nick, ya queda claro que a nivel visual puede pasar cualquier cosa. En el cuarto episodio, cuando finalmente garchan Josephine y Nicolas, Phillips rompe todos los límites de la imaginación. Y en el episodio final vuelve a saltar al vacío cuando ilustra seis páginas al estilo de los grabados medievales. Phillips es en buena medida responsable de ese gran mérito que tiene Fatale que es poder adornar con un cierto vuelo poético una historia manchada de sangre, sexo y pésima leche.
Cualquier exégesis de Fatale se queda corta. Esta es una serie realmente importante, que recorre distintas épocas, que aborda distintas problemáticas, que se anima a incorporar momentos líricos, momentos reflexivos, que por momentos llega a angustiarte por lo desesperante que es la situación de algunos personajes… y que además se puede leer como “una de tiros, garches y monstruos”. Otra obra maestra para la vitrina de Brubaker y Phillips, y van…
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