¡Ay, ay, ay! ¿Qué pasó, Jellykid querido? Cuando leí aquellas primeras páginas en la antología Purple Comics (ver reseña del 05/06/15) me entusiasmé muchísimo con esta creación de Franco Viglino. Y ahora que en vez de 24 páginas leí 85, no puedo evitar sentirme decepcionado por un guión que cumple muy poco de lo que prometía en el arranque.
En los tres episodios que le siguen al del origen del personaje, Viglino acumula lugares comunes ya muy trillados y –lo más notable- ofrece poquísimas escenas de acción. Se supone que Jellykid es algo así como un comic de superhéroes, pero realmente son poquísimas las secuencias en las que vemos a Oliver en acción, luchando contra algo o rescatando a alguien. Ya sé, son las primeras semanas de este chico en el rol de Jellykid y todavía tiene muchas más dudas que certezas, pero igual, se supone que esto lo compra gente que quiere ver machaca y emociones fuertes.
Además hay algo muy bizarro, que creo que en algún punto es intencional. La historia está ambientada en Ocean Drive, los personajes tienen nombres yankis, pero… comen alfajores, algo que no existe en EEUU. Y cuando aparece la escuela a la que va Oliver… tiene una bandera argentina. ¿Qué carajo pasa ahí? Raro, no? En los diálogos eso también llama bastante la atención. Por momentos hay un tono más neutro, de “traducción mediocre de historieta yanki” y por momentos los personajes usan modismos 100% argentos como “chabón”, “birra”, “rajar” y “pancho”. ¿Hasta qué punto eso está puesto intencionalmente por Viglino y hasta qué punto es un error importante del guión? Digo, sin meterme con las faltas de ortografía que mencionaba en la reseña de Purple Comics y que siguen apareciendo…
Creo que si a los guiones de Jellykid sólo le faltaran profundidad, se podría perdonar, porque es un comic pensado para un público adolescente, que no tiene más pretensiones que divertirse un rato. Pero le faltan más cosas. La gracia del principio, esa ternura freak, esa sensación de maravilla, de posibilidades que se abren de golpe, se disuelve bastante rápido y para el final ya es una típica aventurita de “superhéroes juveniles” a la que se le notan mucho las limitaciones.
El dibujo también baja un poquito el alto listón del primer episodio. La magia está, el laburo generoso en los fondos está, los aciertos en las expresiones faciales están… pero todo en menor medida que en las primeras páginas del libro. Las pocas secuencias de acción están muy bien dibujadas y se conserva esa frescura, ese estilo lindo, vibrante, como si Katsuhiro Otomo y Rafael Albuquerque hubiesen puesto lo mejor de sí mismos. Está muy claro que Viglino es un virtuoso del dibujo al que encima no le cuesta para nada poner ese talento al servicio de la narración y ahí está (no tengo dudas) el principal atractivo de Jellykid.
Claramente, el personaje tiene encanto, poderes interesantes y un origen que da para sacarle un jugo muy piola. Por ahí para la siguiente saga o arco argumental Viglino se ilumina y hace team-up con un guionista que tenga más claro cómo hacer para que Jellykid se acerque a su verdadero potencial, que es el que se deja entrever en las primeras páginas del libro.
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