Esta es una reseña casi al pedo. Se trata de un manga rarísimo y desconocidísimo, del cual probablemente haya un solo ejemplar en el país (el mío) y que encima, como no me gustó, no voy a seguir comprando en caso de que salgan nuevos tomos. Pero bueno, es lo que leí ayer y me lo tengo que fumar.
Esta vez me falló el olfato: cuando vi anunciado este tomo, me olió a papa fina oculta, a joyita que a la gran mayoría se le iba a escapar pero que casi seguro iba a estar alucinante. Nada más lejos de la realidad. Y en parte, caí también porque me engañaron. En ningún lado se aclaraba que este era el primer tomo de la serie y que el final no era un final, sino una artera puñalada en forma de “continuará”. De haber tenido ese dato, las posibilidades de comprar Kamen hubiesen bajado seriamente.
Lo cierto es que este es un manga del ignoto Gunya Mihara, publicado en EEUU por Gen, un sello que se jacta de editar manga alternativo, raro, que no es el que se ve habitualmente. Mi olfato (baqueteado y todo) me dice que esta gente compra por monedas material medio under, de los dojinshi (algo así como los fanzines japoneses), y lo edita en EEUU, a ver si de casualidad emboca un hitazo. El formato es medio raro, con amplias franjas blancas arriba y debajo de las planchas de Mihara y la impresión es tirando a chota, lo cual me hace sospechar que no se trabajó con materiales de reproducción idóneos.
Y todo eso importaría poco si la historieta en sí fuera realmente buena, cosa que no sucedió. Con la excusa de que esto es apenas el primer tomo de una serie de no sabemos cuántos, Mihura no explica nada. No sabemos quién es el protagonista, ni cómo obtuvo esa máscara que le habla y lo aconseja, ni si sus increíbles habilidades vienen de él, de la máscara, o de algún otro lado. Hay por lo menos tres personajes más que le disputan el protagonismo a Kamen (“kamen” en japonés significa “máscara”), y el único que está bien desarrollado y explicado es Simba, la minita, señora de la fortaleza en la que transcurre casi toda la historia. El resto del elenco está desdibujado, perdido en un contexto político y bélico que se empieza a entender cuando ya tenés muchas páginas leídas. Tampoco ayuda que Mihara le dedique muchísimas páginas a las peleas, que no son tantas, pero ocupan mucho lugar dentro del tomo, a tal punto que se hacen aburridas.
¿Qué hay para rescatar? La complejidad de la trama, para el que se banque la saga entera, probablemente juegue a favor. Y en cuanto al dibujo, los primeros planos son realmente excelentes. Mihara tiene algunos tropiezos menores en la anatomía, es vago (o le falta inventiva) a la hora de elegir los enfoques, y mezquina demasiado los fondos (casi se lo agradezco, porque cuando los dibuja, le salen chatos, sin la menor onda). Pero la rompe en las caras, que le salen en un estilo similar al de Kentaro Miura, pero menos barroco, menos sobrecargado, por ahí más cerca de Takehiko Inoue, o de los mejores trabajos de Pat Lee, aquel canadiense que amagó con revolucionar al mainstream yanki con su estilo mega-estilizado para el lado del manga.
O sea que no hay mucho para rescatar, incluso poniéndole onda. Aprovecho que estoy parando en un hotel para “olvidarme” prolijamente este tomo, porque no me da ni para cargarlo de nuevo hasta Buenos Aires. Lo cual no quita que, el día de mañana, si una editorial más seria ofrece un manga de Gunya Mihara autoconclusivo, mejor dibujado, y que tienda menos a la machaca por la machaca misma, no lo vaya a hojear a ver qué onda.
domingo, 29 de septiembre de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario