el blog de reseñas de Andrés Accorsi

lunes, 9 de noviembre de 2015

09/11: DEAR PATAGONIA

Siempre digo que no me gustan los hardcovers, ni los libros con muchas páginas en blanco. Este tiene esos dos defectos y además tiene un formato medio cuadrado, que desentona en cualquier biblioteca donde lo trates de guardar. Para rematarla, como el papel es de alto gramaje y tiene chotocientas mil páginas, pesa como si fuera un mueble antiguo. Menos mal que, para compensar, adentro viene una historieta con méritos más que suficientes como para olvidarnos de esas nimiedades (aunque sólo se pueda leer en la cama y boca abajo, sin sostener el libro).
Jorge González, el argentino radicado en España, se propone recorrer muchas décadas de historia siempre tomando como centro, como referencia, un pueblito del sur de Chubut en el que los tehuelches convivieron pacíficamente con colonos alemanes, exploradores escoceses y mercaderes yankis. Con el correr de los primeros capítulos, la novela se enfocará en Karl y Alicia, los alemanes, que luego tendrán un hijo, Julián, a quien seguiremos hasta su vejez. A partir de la adolescencia de Julián y sus primeros choques con su padre es donde la trama se pone particularmente interesante. Al principio resulta muy fumado todo ese fragmento con el berlinés Roth y su filmadora, pero después, cuando González llega a mostrarnos a Julián ya octogenario, eso tendrá muchísimo sentido.
Sin dudas, Julián es el personaje mejor desarrollado, opacado muchas veces por un elemento preponderante en esta obra: el clima. González es un maestro de los climas y acá les dedica muchas páginas, secuencias enteras para “meternos” en esos parajes desolados de la Patagonia, para hacernos sentir el rigor del viento, la nieve, la neblina, el polvo de los caminos… en contrapunto con una Buenos Aires festiva, pujante, acelerada ya en los años ´30. Esta decisión narrativa de González ralentiza notablemente el devenir del relato, le inyecta a la obra páginas y páginas en las que la historia no avanza. Hay que tener paciencia y no dejar que los prodigios visuales del autor nos distraigan del hilo de la trama.
En la segunda mitad, entran varios guionistas a hacerse cargo de los capítulos finales. Uno de ellos, Hernán González, le dedica un montón de páginas a un personaje remotamente conectado con la trama central, que también está bien trabajado, pero no termina de ensamblarse con la historia de Julián. Y el tramo final mezcla dibujos muy esquemáticos, bocetos, cuadros y unas ilustraciones de la hiper-concha de Dios, mezclados con una charla entre Alejandro Aguado (ver reseña del 02/09/11) y un periodista, en la que el editor, escritor e historietista narra una investigación que llevó a cabo y que vincula a su familia con la de uno de los personajes secundarios de la primera mitad de Dear Patagonia. Es la ya gastada historia de “autor de comics le mete ficha a pariente anciano para que recuerde/ comparta detalles de su infancia/ juventud que capaz enganchan con algún evento histórico o aventurero”. Y está presentado de modo caótico, difícil de emparentar incluso desde el grafismo con lo que veníamos leyendo hasta ese punto.
Más allá de estas inconsistencias o saltos al vacío en el guión, lo que realmente banca los trapos de punta a punta de la novela es el dibujo (me da cosa decirle “dibujo”, suena a poco) de González. Su lápiz endemoniado y su técnica de color personalísima se entreveran en una danza zarpada y cautivante. La paleta de colores es intencionalmente apagada, limitada, y la decisión de no borrar jamás ni la línea de lápiz más chota, más tirada al voleo, también es parte constitutiva de la identidad gráfica de la obra. Los climas, como ya dijimos, tienen un peso enorme, al igual que las expresiones faciales. La verdad que es difícil de describir lo que propone González desde el dibujo, porque es mucho más que dibujo: es una atmósfera que te transporta (al pasado, a la loma del orto) y cuando quiere te asfixia.
Dear Patagonia va lento y cada tanto se aleja demasiado del hilo que debería conducir a la narración. Pero tiene ideas muy atractivas, diálogos magníficos e imágenes de una belleza descomunal, de las que rara vez vemos puestas al servicio de un relato. No la pongo al nivel de Fueye (la novela de Jorge González que vimos el 06/07/12) pero no dudo estar frente a una obra de una calidad muy por encima de la media.

1 comentario:

NN dijo...

A mi me pasó algo similar a lo que me sucedió con "Fueye"; en la medida en que González deja lugar a otros guionistas siento que la trama pierde interés. Sólo que en "Fueye" funcionaba un tanto mejor, y la parte del final, en diálogo con el genio de Thomas Dassance era imperdible. Acá en cambio, creo que la historia se vuelve un tanto inverosimil en relación al inicio, errática, quebrando la relación entre ambos momentos muy marcadamente. Desde mi perspectiva, si hubiera terminado antes hubiese sido excelente -bueno, salvo por los dibujos de esa suerte de epílogo, que hace a uno carse de culo-. Y la edición es impecable (y tuve la suerte de pagarla muy barata).