Unos añitos antes de romperla con Madman, el glorioso Mike Allred debutaba como historietista en la editorial Slave Labor, con una novela gráfica de 104 páginas en blanco y negro llamada Dead Air. Nada, pero absolutamente nada de lo que puede leerse en estas páginas, nos permite intuir hacia dónde giraría poco más tarde la carrera de este monstruo del papel y la tinta.
Dead Air es una historia imbuída de ese pesimismo típico de mediados de los ´80, cuando todos los días podía caer una lluvia de bombas atómicas y ser el último. No hay diálogos ingeniosos, no hay ironía, no hay bizarreadas graciosas, casi no hay acción. Lo único que mínimamente conecta con el resto de la obra de Allred es que acá el protagonista trabaja como conductor de un programa de radio, y eso le da al autor la oportunidad de deslizar menciones a muchas de sus bandas favoritas (R.E.M., Joy Division, Roxy Music, The Beatles, The Police, U2, The Who, Love & Rockets, etc.). El resto es todo muy marciano para los fans de Allred (que acá firma como “M. Dalton Allred”).
El tono es apagado, crepuscular, bajonero. La trama arranca cuando Eugene, un pueblo de Oregon, queda artificialmente aislado del resto del mundo. Calvin Lennox intenta comunicarse con el exterior, porque su esposa y sus hijos se fueron de viaje a una ciudad vecina. Imposible. Se decide a salir a buscarlos, pero no lo dejan. La aventura consiste en escapar, con la ayuda de sus amigos, de este pueblo para ver qué corno pasa en el exterior y tratar de llegar a donde está su familia. Pero el climax se resuelve antes de la página 40. Después, es todo cuesta abajo: Calvin recorre el mundo exterior, visita otras ciudades totalmente deshabitadas, se pierde, busca, descubre que está todo muy cambiado, todo muy raro. Al final, un elemento sobrenatural intentará explicar por qué el fin del mundo no llegó a Eugene, Oregon, y Calvin se reunirá con su esposa en un plano de realidad que no es el que veníamos recorriendo (perdón por no dar más detalles).
Lo único que no se le puede cuestionar a Dead Air es la originalidad. Realmente, nunca había leído una historia similar. Lo cual no significa que me haya convencido: me puso nervioso en varios momentos, pero porque el argumento daba vueltas en torno a lo mismo en vez de avanzar. Lo poco que se resuelve en las últimas 10 páginas se resuelve con un auténtico, legítimo e irrefutable deus ex machina, del cual no había ni la menor pista en las 95 páginas anteriores. Y el final nos deja a un protagonista que prácticamente no evolucionó a lo largo de la novela: lo único que hizo fue juntar huevos para salir a buscar a su familia cuando todos le decían “quedate en el molde”. Ojo, tampoco es una cagada. Es una obra rara, de un autor primerizo que por ahí se pasó un poco de experimental.
El dibujo deja entrever algo de lo que pelaría Allred más adelante, pero no mucho. Acá se juega muy bien al claroscuro, asume riesgos con la puesta en página y trabaja con una línea muy finita, muy elegante. Este primer Allred copia bastante de fotos (de revistas de modas, como el tomuer de Greg Land) y se esfuerza por pulir su dibujo, por lograr una estética casi “femenina”. Por momentos su trazo me recordó al de Eric Shanower, o al de Colleen Doran. Y en los mejores momentos, cuando se le escapa un poquito de su naturaleza más salvaje, pela cositas de Beto Hernández. La verdad que con tanta sofisticación, tanto manejo del claroscuro y tanto juego con el armado de la página, este Allred de 1989 parecía rumbear más para el lado de Guido Crépax que para lo que mostró después.
Por suerte el comic y la vida nos dan sorpresas y Allred no se convirtió en clon de nadie, sino que encontró y definió un estilo propio, hipnótico y alucinante como pocos. Si querés rastrear la leyenda del creador de Madman hasta sus orígenes, lanzate a buscar Dead Air. Si no, la verdad que no pasa nada.
lunes, 11 de mayo de 2015
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