Allá por principios de los ´70, el maestro italiano Sergio Toppi se juntó con el guionista Mino Milani y de ahí salieron un montón de historias cortas ambientadas en distintas guerras, desde el medioevo hasta la (por entonces reciente) Segunda Guerra Mundial. Este libro reúne cinco de ellas, no en el orden en que las realizaron los autores italianos, sino en el orden cronológico real, empezando por la de ambientación más antigua y llegando hasta la de ambientación más reciente.
Cuando digo que son historias cortas, lo digo en serio: todas tienen ocho o nueve páginas. Y casi todas ostentan grandes ambiciones en cuanto a lo que se proponen contar. Así es como Toppi termina por llenar las páginas de cuadritos chiquitos, a su vez muy poblados de texto. A tal punto que en la primera historia, por ejemplo, tenemos viñetas que sólo muestran texto, como en El Eternauta y tantas otras historietas definitivamente antiguas. Por momentos el texto tiene tanto protagonismo y se hace tanto cargo de llevar adelante el relato, que los dibujos de Toppi se convierten en meros complementos, que ilustran pedacitos de lo que narra Milani con palabras.
La primera aventura, ambientada en Francia en 1040, no es gran cosa. Arranca lento, se apresura al final y obviamente necesitaba por lo menos cuatro páginas más para evitar que los masacotes de texto ahoguen por completo al dibujo, que a veces aparece apretujado en viñetas que parecen estampillas.
La segunda historia nos lleva a Suiza, en el año 1476. Esta vez hay un poco menos de texto, y un problema menor: hay una sóla escena contada a partir del dibujo… y es completamente innecesaria. Si leés sólo los bloques de texto, se entiende todo perfecto. Por suerte hay menos cuadros por página y el dibujo de Toppi se luce muchísimo más, pero me queda la sensación chota de que la historia en sí no era de las más idóneas para ser traspasadas al lenguaje de la historieta.
Para la tercera historia, la ambientación elegida es Italia en 1526. Esta debe ser la historia más floja: un conflicto poco atractivo, un personaje que no se hace querer en lo más mínimo, un final aticlimático, textos que dicen lo mismo que nos muestran los dibujos… Por suerte no es tan heavy el volumen de texto y nos podemos babear con los dibujazos de Toppi, aunque esta es la historieta en la que menos fondos dibuja.
La cuarta nos lleva al Sudán egipcio, en 1878. Es una anécdota menor pero bien narrada, con el dramatismo bien manejado y un lindo moñito en el final. Hay una sóla página de 9 cuadros y el resto está bien equilibrada entre texto e imagen.
Y la última historia, ambientada en la Primera Guerra Mundial, es lejos la mejor, la más original, la menos predecible, la que se apoya más en las relaciones entre personajes muy bien construídos. Por supuesto le vendrían bárbaro cuatro páginas más, para descomprimir un poco, para que no recibamos tanta información tan apretada, para no fumarnos páginas de 10 viñetas, para darle más aire al dibujo y que no sean los bloques de texto y los diálogos los que nos cuentan TODO lo que necesitamos saber… Pero sin dudas es la historia más linda, la más “moderna”, o por lo menos la que mejor se banca los 45 años transcurridos desde su publicación original.
El dibujo de Toppi es invariablemente potente, elegante. Incluso cuando no tiene espacio para lucirse, el maestro deja todo. A veces pierde la pulseada contra el afán de mostrar de un modo casi documental a personajes que existieron en la realidad, y le salen figuritas de la Billiken con mucha resemblanza pero poca onda. Cuando eso pasa a segundo plano, Toppi sorprende con la versatilidad de su línea (a veces bien finita, bien clara, a veces muy cargada), siempre en sintonía con los climas, con la iluminación y con lo más logrado que tienen estas páginas, que es el equilibrio entre espacios blancos y masas negras. En los trabajos en los que Toppi se calienta menos por mostrar su impronta autoral y en vez de hacerse el artista se pone el overol, la calidad no baja para nada. Ahí aparece un dibujante de estética realista sumamente correcto, con un trazo vigoroso, gran manejo de los fondos, de la documentación, de las expresiones faciales. Ese es el Toppi al que se puede imitar sin quedar como un “clon choto de…” y ahí aparecen cosas que veremos luego en Jorge Zaffino, Leopoldo Durañona o Luis García Durán, entre otros.
Repito: los guiones no son gran cosa salvo el último (El largo viaje del Zeppelin). Pero si comprás historietas por los dibujos y querés ver cómo se podía descollar en el género bélico o histórico sin chorear a Hugo Pratt, ni a los maestros norteamericanos que venían desde los años ´30, estos trabajos “menores” de Toppi te pueden enseñar unas cuantas cosas. Tengo por ahí otro librito de la misma colección, con más historias cortas de los mismos autores, así que pronto habrá secuela.
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