Nunca fui fan de Star Trek y nunca lo seré. La única serie que me enganchó bastante fue ST: Deep Space 9, que a) no la vi completa y b) me cerraba porque era la que más rompía con el molde de la Star Trek clásica, la de los ´60, que siempre me pareció una garcha insoportable. Casualmente esta graphic novel de 1992 tiene como protagonistas a James T. Kirk y sus adláteres, la tripulación clásica del Enterprise con la que jamás me copé ni un poquito. ¿Cómo caí en esta historieta? Y, por los autores… Guión de Chris Claremont y 92 páginas dibujadas a todo culo por Adam Hughes. ¿Daba para ponerse en estrecha frente a esos nombres? La verdad que no.
La historia que propone Claremont incluye 30 páginas en las que pasa algo que todo fan de Star Trek alguna vez quiso leer o ver: la Federación, los klingons y los romulanos obligados a unirse para derrotar a una amenaza en común. Tres tripulaciones, un sólo obbjetivo, una alianza inevitable entre eternos rivales. Y ya está. Ahí se terminaron los méritos de esta novela a nivel guión. El enemigo a vencer es tristísimo, carente de onda y de imaginación. La lucha en sí es aburrida, anticlimática, y la interacción entre los personajes de los tres bandos tiene algunos detalles copados… perdidos entre toneladas de diálogos tan extensos como intrascendentes.
Y si durante esas 30 páginas el guión choto empantana a un argumento atractivo, imaginate lo que será el resto de la novela, en la que NO HAY un argumento atractivo. Son 62 páginas muy arduas, muy difíciles de sobrellevar. Debt of Honor arranca como un epílogo de una película, Star Trek IV: The Voyage Home, que jamás vi. Así que desde el vamos me la pasé gambeteando referencias a cosas que desconocía. Después, hasta llegar a la parte interesante, hay dos flashbacks bastante largos al pasado del Capitán Kirk, que sirven para establecer su vínculo con T´cel, un personaje bastante interesante, creado por Claremont para esta novela. De cada encuentro entre Kirk y esta enigmática mujer quedan facturas pendientes, cosas que no se dicen, sentimientos que no se blanquean. Uno supone que el encuentro final entre ellos los va a encontrar a punto caramelo, en la cumbre de un in crescendo dramático inolvidable. Pero no: es una escena más, tan olvidable como tantas otras.
Lo peor que tiene este guión (además de la sobreabundancia de referencias a películas y episodios de la serie que nunca vi o no recuerdo) es la grotesca cantidad de texto. Y los bloques de texto son pocos, así que un porcentaje abrumador de esta animalada verbal está puesta en los diálogos, que son miles y larguísimos. Los personajes no paran de hablar un minuto, se retrucan, cada tanto meten chistes, se acuerdan de cosas que pasaron hace décadas, se presentan con los personajes nuevos que no los conocen, nunca dejan de nombrarse con nombre, apellido o rango para que vos sepas quiénes son y qué carajo hacen en el Enterprise… Me imagino que para los hardcore fans de la ST clásica esto habrá sido un nerdgasmo. Para mí fue un suplicio.
Entre todos esos millones de globos infladísimos, se ven los fastuosos dibujos de Adam Hughes, como para aliviar mis pesares. Hughes tiene un sólo problema: es tan bueno, tan superior a la media, y tiene una línea tan única, tan identificable, que se nota demasiado cuando aparecen personajes que no dibuja él, sino que se los “pasa” a sus asistentes, que eran sus compañeros del estudio Gaijin (Jason Pearson, Joe Phillips, Cully Hamner, Brian Stelfreeze…). Los trazos de estos ilustres suplentes, si bien son correctísimos, desentonan demasiado con la elegancia de Hughes, a pesar de los esfuerzos del entintador Karl Story por “homogeneizarlos” de alguna manera. Obviamente lo que mejor dibuja Hughes son las mujeres y las expresiones faciales. Y en este último rubro sus méritos son doblemente valiosos, porque las caras, además de ser creíbles, se tienen que parecer a las de los actores a los que la hinchada identifica con Kirk, Spock, Sulu, etc.. Eso está tan bien logrado que hace ruido, porque cuando comparten viñeta los personajes/actores con los personajes creados ad hoc para la historieta se ven claramente dos niveles distintos de realismo. De todos modos son detalles mínimos, irrelevantes. Tener en la mano 92 páginas de Adam Hughes es algo tan power y tan infrecuente que todas esas minucias se desploman en segundos. Obvio que con menos texto los dibujos se lucirían más, pero así igual brillan con la legítima jerarquía de un clásico contemporáneo como es Hughes.
Ni hace falta que te diga que si sos fan del dibujante, o de la Star Trek clásica, tenés que ir “a donde ningún hombre ha ido antes” a tratar de conseguir esta novela. Y si no, escapale en warp-9, porque te vas a pegar un embole sideral.
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