Esta es una obra 100% ochentosa, el álbum con que en 1982 Sergio Macedo iniciaba su serie más conocida, las aventuras de Vic Voyage. Macedo es brasilero, pero vive en Francia desde mediados de los ´70 y creó esta serie para la revista Circus, después de varios años de militancia en las filas de los Humanoides Associés.
A primera vista, Vic Voyage es el típico aventurero de los ´80: fachero, cínico, ganador con las minas y enamorado principalmente del riesgo, de meterse donde uno sabe que hay kilombo. Esa es la senda que parece transitar esta historia, en la que un potentado yanki (que la va de arqueólogo pero en realidad es un buscador de fortuna) lo convence a Vic de dejar la comodidad del Caribe para internarse en el Amazonas en busca de fabulosos tesoros. Vic, su barco (el Tropicalis) y un par de sus asistentes explorarán, entonces, la jungla más grande de nuestro continente… y de a poco, Macedo introducirá elementos un poquito más raros, que harán más impredecible el desenlace. Misticismo ancestral por un lado, alienígenas por otro… al final se mezclarán dos planos de realidad distintos, como en las mejores aventuras de Thorgal.
Como en otros chotocientos millones de thrillers, acá Vic encontrará el principal obstáculo para lograr su cometido precisamente en el cliente, en el tipo que lo contrató, que es el clásico garca encubierto. Apenas encubierto, porque en ningún momento Macedo se esfuerza porque Peter Green nos caiga simpático. El elenco incluye también a un enigmático y fornido muchacho oriundo del Amazonas, al que Macedo (que es brazuca y la manya lunga) usará para contarnos a los lectores un montón de cosas acerca del río que da nombre a la selva, su flora, su fauna y las culturas que la habitaron y la habitan. Y a un personaje groseramente estereotipado: un rastafari jamaiquino que sólo habla de fumar faso. Por supuesto, las dos minas que aparecen terminan en la cama de Vic Voyage: una es la novia de Green y la otra… una negrita caribeña devastadora, de apenas 16 años. Cosas que en los ´80 pasaban tranqui y hoy levantarían un flor de revuelo.
En general, la historia está bien. Macedo no se excede en su afán de transmitirnos conocimientos acerca del Amazonas, la machaca está bien dosficada; en algún momento se explora aunque sea superficialmente quién es Vic Voyage, de dónde salió y por qué hace lo que hace; y el chamuyo místico no se usa para explicar lo inexplicable, sino para agregarle exotismo y hasta un cierto lirismo a los misterios que tratarán de develar los protagonistas. Sin ser glorioso, el argumento funciona y el ritmo y los diálogos contribuyen a hacerlo sumamente legible.
Y el dibujo… no sé, hoy es difícil de digerir. Macedo maneja perfecto la anatomía humana y tiene esa técnica de color hiper-depurada, con volúmenes y tonalidades que no eran frecuentes en la era pre-prhotoshop. Algo similar a lo que hacía Angus McKie en la Heavy Metal, o Vicente Segrelles en El Mercenario, pero más ochentoso, más cerca de la estética de los posters Pagsa, para que la pesquen los veteranos. Como Segrelles, Macedo tiene el problema de que los personajes le quedan medio estáticos, nunca parecen estar moviéndose con fluidez. Pero bueno, tiene todos esos efectos de iluminación y de esfumados tan lindos, tan llamativos, y un laburo tan generoso en los detalles, en los paisajes, en los animales, que se le puede perdonar un poco esa falta de plasticidad. Además no pifia en el armado de las secuencias, sino que tiene un muy buen manejo del tempo narrativo, de las pausas y los silencios, y eso hay que destacarlo.
Obviamente es un trabajo muy anclado en su época, que cuesta recomendarle al lector de hoy. Sirve para recordar que existió Sergio Macedo, un tipo técnicamente brillante, que manejaba el color directo en un estilo hiper-jugado al realismo fotográfico, que a la hora de escribir guiones se la bancaba, y que en la era pre-globalización, pegó el salto que le permitió pasar de ser un ilustrador publicitario que la remaba en Brasil a jugar en las grandes ligas del comic francés. Tengo otro tomo de esta serie ahí, en el pilón de las próximas lecturas.
miércoles, 13 de mayo de 2015
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