Allá por el 20/10/13, cuando me tocó reseñar el tomo anterior de Fables, yo decía “La guerra entre los habitantes de Fabletown y Mister Dark va a ser larga y la vamos a ver desarrollarse casi en cámara lenta”. Y de alguna manera la emboqué. Este tomo, con más de 240 páginas, que incluye el hiper-giant-size n° 100, amagaba con mostrar la resolución definitiva de este conflicto que se viene cocinando a fuego lento desde el Vol.12. Pero acá nada es lo que parece y el amague se quedó en eso, en el amague. Bill Willingham se toma todo el tiempo del mundo en plantear el combate final, a todo o nada contra Mister Dark, y en las últimas páginas, cuando todo parece resuelto, te tira un “Nah, mirá si le van a haber ganado tan fácil”. Y –como en aquella gran novela de Juan Sasturain- la lucha continúa. Habrá que seguir leyendo Fables para ver cómo logran los habitantes de Fabletown (luego exiliados a la Granja y ahora a Haven) ganarle a esta poderosa encarnación del Mal.
Para que te des una idea de la lentitud exasperante con la que avanza todo, Willingham se toma un episodio entero, 22 páginas, para que Mister Dark nos cuente lo grosso que es y la cantidad de poder que está dispuesto a amasar para lograr su objetivo, en un extenso diálogo con un personaje secundario. No hay acción, no pasa nada. Son 22 páginas del villano y North Wind recorriendo la ciudad de Nueva York, poseída y corrompida por el influjo de Mister Dark. Y después sí, ese episodio extra-large, casi una novela gráfica dentro de una serie regular, en la que pasan un montón de cosas zarpadas.
Entre ese unitario en el que no pasa nada y el mega-especial n° 100 (que incluye además un cuento, varias historias cortitas en joda, juegos bocetos y giladas varias), nos comimos casi 130 páginas del TPB. ¿Y las 120 restantes? Ahí Willingham nos cuenta, también a un ritmo recontra-pachorro, toda la previa a la batalla contra Mister Dark, con especial atención puesta en el personaje de Rose Red. Son cinco episodios con la hermana de Blancanieves como eje, en los que su liderazgo en la Granja se pone en crisis, fruto de las incesantes runflas entre facciones que buscan sacarle provecho a la anómala situación de que Fabletown ya no existe y todos sus habitantes deben convivir en esta campiña alejada (y resguardada) de la influencia de Mister Dark.
En el medio, Willingham cuenta historias del pasado, de cuando Snow White y Rose Red eran nenas, sus primeras aventuras, sus primeros romances, el origen de la brecha que separó a las dos hermanas durante siglos, y en esos tramos hay momentos realmente grandiosos. La reinterpretación que hace el autor de la leyenda de Blancanieves, el rol que le da a los siete enanos, la explicación de por qué Blancanieves vive con una madrastra y no con su mamá… todo eso es brillante. Y como además está mechado con muchas secuencias del presente, con varias sub-tramas que evolucionan en paralelo (como la del bebé que esperan la Bella y la Bestia), se hace todo muy entretenido a pesar de que la trama central no avance casi nada.
En el unitario ambientado en Nueva York tenemos a un dibujante suplente llamado Iñaki Miranda, correcto, aunque muy pendiente de la referencia fotográfica. No hace falta ser un hijo de puta inmisericorde para arrojarlo a la fosa común de los infinitos Juan Carlos Flicker. De los dibujantes que aportan historias cortas al n° 100 creo que el que más me gustó fue Joao Ruas. Y después tenemos muchas, muchísimas páginas del maestro Mark Buckingham a un nivel inverosímil. “Bucky” se mata en los fondos, en los vestuarios, dibuja todo tipo de personajes sin repetirse, le da a cada uno rasgos propios, hasta un lenguaje corporal propio, se fuma a tres o cuatro entintadores distintos sin resignar identidad… nada parece detenerlo. Ya para el n° 100, hasta encuentra una nueva forma de sacar provecho de la paleta de Lee Loughridge, al agregarle a sus páginas a tinta sutiles toques de aguada, que realzan muchísimo el color. Como decíamos, es un tomo muy hablado, con poca acción, y Buckingham logra por un lado no aburrirnos nunca en las extensas escenas de diálogo y por el otro, ponernos los pelos de punta sobre el final, cuando estalla la machaca a todo o nada. Diría que este es un trabajo consagratorio para el dibujante británico, pero sería mentira, porque ya estaba consagradísimo hace mucho tiempo. Este es, simplemente, un trabajo magistral, muy por encima de lo que se espera de un obrero del lápiz que entrega 20 o 22 páginas todos los meses.
Y ahora me calenté. Y quiero saber cómo carajo sigue esto. Así que mañana no, porque ya empecé otro libro, pero para el viernes, se viene otra reseña de Fables, a ver si –ya que no llego nunca a ponerme al día- por lo menos me entero cómo carajo le ganan a Mister Dark.
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