Supongo que esta novela gráfica debe haber sido un estrepitoso fracaso, porque jamás la había visto ni oído nombrar hasta que me la crucé a un precio ridículamente bajo en la batea de ofertas de una comiquería yanki. Pero tenía el loguito de Vertigo y más de 100 páginas dibujadas por Goran Sudzuka, así que rápidamente encontró dueño.
El guionista es Douglas Rushkoff, a quien ya nos cruzamos en los tomos finales de Testament, y la verdad es que la historia que tiene para contarnos no nos va a cambiar la vida ni a convertirse en un pilar fundamental de la historia del comic, pero seguramente no se merecía el ninguneo masivo de los lectores. A.D.D. nos propone un futuro cercano en el que los videojuegos se masifican a tal punto que los mejores jugadores del mundo son celebridades famosas, que tienen su propio programa de TV, hacen shows en vivo y venden todo tipo de merchandising con su imagen. Por supuesto, están bajo el férreo control de una corporación maligna, que factura fantastillones y hace con estos chicos básicamente lo que se le da la gana.
Con el correr de las páginas, la trama se va haciendo más espesa. ¿Quiénes son estos chicos? ¿Cómo hacen para ganar siempre? ¿Por qué no conocen a sus familias? ¿Qué sucede con ellos una vez que “suben de nivel”? El clima festivo, las peleas boludas entre adolescentes pajeros, se van enrareciendo a medida que crecen estos misterios. Y ya para la mitad de la novela, estamos inmersos en una historia densa, compleja, por momentos cercana a The Matrix, con una conspiración a nivel mundial, diferentes niveles de realidad a los que no todos tienen acceso, poderes bizarros, manipulación genética y tecnológica y, por supuesto, excusas para que nunca falte la acción. La diferencia con The Matrix es que acá no hay una pelea metafísica, o filosófica, sino que lo que está en juego es la tarasca, el vil metal. Los malos no son nihilistas, son capitalistas a muerte a los que sólo les interesa facturar, caiga quien caiga.
Compleja y llena de lecturas entre líneas, la trama además deja espacio para indagar a fondo en algunos personajes, especialmente en Lionel, el crack del joystick con el poder de ver “más allá de lo evidente”. Si bien mucho de lo que pasa le pasa a Karl, no es un personaje en el que a Rushkoff le interese profundizar. Y ya en el tercio final de la obra, crecen bastante los roles de Kasinda y sobre todo de la Dra. Wasserman, que es la que maneja buena parte de la información secreta, la que nos falta a nosotros y a Lionel para terminar de armar el rompecabezas. Para darle onda a los diálogos, a Rushkoff se le ocurre que los chicos manejen una jerga propia, llena de neologismos y palabras raras (al estilo The Clockwork Orange, apunta acertadamente un tal Grant Morrison en un textito que aparece en la contratapa), pero el guionista abusa un poquito de este recurso y eso hace que al principio, en vez de engancharte con la historia, los diálogos te mareen un poco.
Fuera de eso, no tengo mucho para criticarle al guión. Es dinámico, tiene escenas muy fuertes, muy impactantes, no se guarda nada, es complejo sin ser críptico, baja línea a full, los personajes tienen profundidad, el conflicto va cobrando intensidad de a poco hasta hacerse realmente heavy, no está estirado ni comprimido, los elementos de ciencia-ficción se sienten sumamente verosímiles… No se me ocurre por qué algún fan de la historieta para adultos puede percibir que esto es choto, o que no le va a llegar. Quizás porque los protagonistas son adolescentes con poderes alguno se crea que es el enésimo choreo a los X-Men, pero nada que ver. El tema de los poderes de los chicos no es para nada decisivo en A.D.D.
Y además -no jodamos- dibuja todo Goran Sudzuka, el prócer croata que ya nos acostumbró a un nivel altísimo y que acá se supera a sí mismo. Con las tintas de José Marzán, que es quien mejor lo complementa, Sudzuka le pone un poco de luz, de travesura, de espíritu adolescente al relato de Rushkoff para que no se haga tan tremendo, tan desolador. En los primeros planos tenemos los mejores aportes de Sudzuka, con excelentes expresiones faciales y con cositas de Eduardo Barreto, Ty Templeton y Rick Burchett. Y en los fondos y en las maquinarias futuristas, un laburo inmenso de un dibujante que deja la vida en todas las páginas. Aunque el guión no te interese para nada, vale la pena leer A.D.D. por los dibujos (¿qué digo “dibujos”? ¡Recontra-dibujazos!) del maestro croata.
En suma, una distopía muy interesante, magníficamente dibujada, para leerla más de una vez y para prestársela a ese gamer pasado de rosca que te quema la cabeza contándote cómo le ganó a Doomsday usando a Huntress en el Injustice y al Barcelona usando a Platense en el FIFA.
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