Después de aquel Vol.3 “raro”, en el que Ed Brubaker jugaba a convertir a Josephine en una especia de “legacy heroine” y nos revelaba algunas secuencias clave de su enigmático pasado (ver reseña del 21/10/14), Fatale vuelve a la “normalidad” en este cuarto tomo, de nuevo con la fórmula de los dos primeros tomos. Eso quiere decir que, por un lado tenemos la secuencia que transcurre en el presente, con Nicolas Lash como protagonista, y por otro una secuencia en el pasado protagonizada por Josephine. Y al final, una revelación muy grossa que vincula de alguna manera las dos secuencias.
La última vez que lo vimos a Nicolas, estaba en cana por un crimen que no cometió, mientras que el misterioso manuscrito de su tío, Dominic Raines, había caído en manos de una editorial que lo había hecho público. Acá la cosa parece encarrilarse, aparece una luz como para escaparle al descenso y al final Brubaker nos recuerda que no, que este pobre pibe está meado por los perros, tiene menos culo que los Kennedy y está condenado a comerse todos los garrones del universo. Por ahora este plot avanza poco. No lento: poco, porque Brubaker le dedica pocas páginas por tomo. Pero uno ya sospecha que el reencuentro entre Nicolas y Josephine es inminente, que quizás se produzca en el Vol.5. Bah, digo yo… Hubo una historia de Jo en los ´50, una en los ´70, esta es en los ´90 y ahora tocaría llegar al presente. Capaz que me equivoco.
Como mencionaba recién, esta vez vemos a nuestra femme fatale favorita inmersa en el microclima tortuoso y conflictivo de una banda de grunge de los ´90, típico émulo de Nirvana y Pearl Jam, que pegó un par de hitazos pero se le acabó el envión del primer disco y también, empieza a mirar la tabla de los promedios. Acá hay un trabajo magnífico en el armado de los cuatro o cinco personajes que integran la banda y en la dinámica entre ellos, que por supuesto se va a ver drásticamente alterada por la llegada de Josephine. Estos personajes están realmente bien construídos, repletos de problemas, de contradicciones, pero a la vez muy vivos, muy reales, muy creíbles para cualquiera que entienda mínimamente cómo funcionó la escena grunge de Seattle tras la muerte de Kurt Cobain.
A esta dinámica habrá que sumarle el elemento característico de esta serie, que es el thriller sobrenatural. Pronto los músicos se verán enroscados en una trama de sexo, drogas y sangre que –obviamente- tiene que ver con Jo y con Bishop y su culto satánico, sus eternos perseguidores. Del asalto al banco más fácil de la historia al videoclip más erótico de todos los tiempos, Brubaker propone otra historia al límite, con muchos momentos de tremendo impacto, esta vez con una ambientación que nos resulta más próxima, con el protagonismo (y las desgracias) repartido entre más personajes, y con el misterio de Josephine y sus increíbles poderes siempre en el centro de la escena.
Por el lado del dibujo, tenemos como siempre a Sean Phillips en perfecta sintonía con lo que escribe Brubaker, esta vez arriesgando un poco más en la puesta en página, en las secuencias en las que Josephine (que arranca la aventura amnésica) empieza a recuperar sus memorias y Tom (el talentoso compositor de la banda) se ve aterrado por las suyas. Después, lo de siempre: la narrativa cristalina, clásica, a la que Phillips le saca un jugo riquísimo tanto en las escenas de acción, como en las de diálogo, que nunca se hacen densas ni aburridas. Y los climas: la adrenalina al palo del robo al banco, los garches, las lluvias que opacan casi siempre el cielo de Seattle, esa escena memorable en la que Jo se pone a bailar y el mundo entero pierde el control, las peripecias de Nicolas en el presente… todo está plasmado con mucha fuerza y mucha elegancia por el maestro británico, ahora con Elizabeth Breitweiser a cargo de sumarle colores al magistral claroscuro de Phillips.
Este tomo me resultó terriblemente adictivo. De hecho, arranqué a leer un capitulito antes de dormir y no pude apagar la luz hasta que no llegué al final del libro. Fatale es así, peligroso, ominoso. No es un comic que uno lee. Es un riesgo que uno asume. Y la verdad es que la paso tan bien leyendo (y traduciendo) Fatale, que me juego entero, no le tengo miedo a las consecuencias. Quizás haya caído yo también bajo el sugestivo embrujo de Josephine.
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