En plenas vacaciones, me mando de nuevo a la escuela creada por El Bruno para la revista Billiken, cuyos recopila-
torios andan muy bien y ya están saliendo de a dos por año, que es lo que reclamaba la hinchada.
Este cuarto tomo rápidamente se convirtió en mi favorito, con un arma infalible: me hizo acordar a varias cosas que me apasionaban en la infancia. Cosas que por ahí, si las veo hoy, me parecen una garcha atómica, o no me mueven un pelo (porque casi no me quedan), pero que en su momento fueron un flash. Esas 10 o 12 páginas en las que los chicos de la escuela de Transilvania compiten en distintas pruebas con los alumnos de la escuela Pantano Negro me hizo acordar mucho a Laff A´Lympics (“Las Olimpiadas de la Risa”, en castellano): las locaciones exóticas, la forma en que se plantean los desafíos, las trampas que hacen los malos para ganar… todo me hizo volver a aquellas tardes de los ´70 en las que uno era pibe, la tele era en blanco y negro y tratábamos de enganchar algún episodio nuevo de Las Olimpiadas… (era difícil, había sólo 24) e hinchar por el equipo de Scooby-Doo.
Después viene la parte del baile, que es brillante. Tiene toda la onda de las películas yankis de escuela secundaria y en pocas páginas derrapa hacia la guerra de pasteles que coronara a tantos episodios inolvidables de Los Tres Chiflados. Lo único que a mí no me cierra, pero que de pibe no me hacía ruido para nada, es el recurso del robot idéntico a Tomás, que a nadie le genera la menor sospecha de que NO es Tomás. Lo vimos en AstroBoy, en el Superman de la Silver Age, en las aventuras de Hijitus… no lo inventó El Bruno. Pero juega bastante con eso y es lo único que no me copa.
Y después viene el partido de futbol, que de inmediato me retrotrajo a aquel memorable match entre animales animados (con árbitro humano) que aparecía en el largometraje Bedknobs and Broomsticks (conocido en los ´70 como “Travesuras de una Bruja”). Nunca vi la película entera, pero el tramo ese del partido lo daban siempre en los cumpleaños, cada vez que en vez de animadoras, payasos o magos había proyecciones de cine. Ahí El Bruno nos regala otras 10 páginas perfectas, con la dosis justa de emoción, de humor, de delirio, y un gran uso de las extrañas habilidades del bizarro elenco de la serie.
En el tramo dedicado al partido aparecen muchas de las poquísimas páginas de siete cuadros que tiene este libro. En casi todo el resto del tomo tenemos páginas de muchas viñetas, pocas veces menos de nueve y muchas veces once o doce. Son muchas las páginas divididas en cuatro tiras, que casi siempre tienen tres cuadros por tira. O sea que hay mucho para leer, no son 44 páginas livianitas de texto. Se habla bastante y, sobre todo, no hay relleno: todo el tiempo pasan cosas y el ritmo no decae nunca.
Del dibujo ya ni hace falta hablar. Estamos frente a un trabajo realmente impresionante por parte de esta bestia nacida en Brasil y fogueada artísticamente en el under porteño. Escuela de Monstruos atrapa con su estética moderna, linda, amistosa, con líneas bien marcadas y colores llamativos, y además con margen para meter (no tan de keruza) algunos elementos y algunos climas bastante oscuros, bastante tétricos para lo que es una historieta para chicos de hasta 9-10 años. Por suerte, El Bruno se sale con la suya y logra filtrar homenajes a películas de terror de distintas épocas sin llegar a un resultado que asuste a los borreguitos que lo leen o –peor aún- a los adultos que eligen qué libros comprarle a los borreguitos.
Si te gustan los comics con una premisa limada, con ambientaciones exóticas, donde la imaginación y la fantasía se llevan puesto lo que le pongas adelante, a fuerza de un humor un toque ingenuo pero para nada pavote, te vas a hacer adicto a Escuela de Monstruos y vas a disfrutar como disfrutan los pibes del monstruoso talento de El Bruno.
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