Esta es una breve novela gráfica originalmente realizada en los ´90, cuando Marcelo Birmajer ya pisaba fuerte en el terreno de la literatura juvenil, pero todavía no estaba tan apartado del ámbito de la historieta como en la actualidad, en la que ya prácticamente no escribe historietas (ni sobre historietas). Agotada durante muchos años, Colihue la relanzó en 2014, para que la descubra un público nuevo.
La consigna está buenísima: Matías, un chico de 12 años, no puede soñar. Lo que hace Birmajer con esa consigna, en cambio, me cerró mucho menos. El tono de la obra es de realismo mágico, así que no me voy a poner a enumerar la cantidad de veces en las que –en sólo 44 páginas- se rompe el verosímil. Lo cierto es que a partir de la página 11 ó 12 la historieta se convierte en una fumanchereada sin la más mínima pretensión de realismo, una seguidilla de pseudo-excusas para que Matías viva peripecias trepidantes, que supongo tendrán un cierto impacto en los chicos que se acerquen a Noches Blancas. Y después llega la hora de explicar aunque sea algo de todas las cosas raras que pasan en el libro y eso sucede dos páginas antes del final. La explicación es livianita, ambigua, a tono con el lirismo, con el vuelo general de la historia, y por supuesto no cierra todas las puntas. Pero termina bien, y eso siempre garpa.
Lo mejor que tiene Noches Blancas, para mi gusto, son los diálogos. Birmajer logra que los chicos hablen como chicos y los grandes como grandes, sin recurrir a malabares demasiado arriesgados. Todo suena real y normal, en un atractivo contraste con lo irreal de las peripecias que vive Matías. Que tienen algo muy rescatable: son ideas muy locas, pero muy lindas para ser dibujadas. Por ahí hay páginas y páginas en las que no pasa nada, o nada de lo que pasa aporta nada al avance de la trama. Sin embargo son secuencias muy lindas de mirar.
Eso es mérito de Huadi, el dibujante elegido para capitanear la faz gráfica, a quien conocía por sus dibujos y caricaturas en diarios y revistas, pero de quien no recuerdo haber visto otras historietas. Huadi tiene varios estilos, y acá trabaja en uno similar al de Patricia Breccia, pero más limpito, con menos líneas y menos tramas, porque está pensado para ser coloreado. El color, aplicado a mano con acuarelas, lápices y marcadores, está perfecto. Hoy se ve raro, porque uno ya se acostumbró a los efectos del photoshop. Pero dentro de lo que es la “old school”, es un excelente trabajo. La narrativa tiene ínfimos tropiezos, alguna que otra puesta complicada, en la que cuesta deducir el orden en que deben ser leídas las viñetas, y no mucho más. La gran mayoría del relato fluye muy bien, apoyado en un dibujo muy plástico, muy lindo, con muy buenas composiciones y muy buen criterio para elegir los ángulos.
Como sucedió con Transmundo, acá los diseñadores de Colihue complotaron para convencernos desde la portada de no comprar bajo ningún concepto este libro. Pero bueno, si lo abrís y le pegás una mirada, seguramente el dibujo de Huadi te va a interesar como para darle una posibilidad. Todavía no hice el experimento de darle Noches Blancas a mi sobrino de ocho años y medio, pero lo voy a intentar, a ver qué devolución me hace…
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1 comentario:
Me sorprende leer el asesinato suave que le hacés a Noches Blancas. A mi me gustó mucho, me pareció que para mi nene de 8 iba perfecta... me la comí primero yo y ahora es su turno... parece que le está gustando.
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