Vamos con un cuasi-clásico ochentoso, que muchos tienen (incompleto) en revistitas porque en su momento lo editó Columba, Pavón, o algún otro miembro de esa asociación ilícita. Acá están los seis numeritos con los que John Byrne le pega a Hulk el segundo sacudón grosso de su historia (el primero se lo pegó Bill Mantlo, en aquella saga en la que Banner lograba que su mente controlara a Hulk), más algunos bonus tracks.
Ya que nombro a Mantlo, está buena la anécdota que cuenta que este y Mike Mignola estaban al frente de Hulk, mientras que Byrne estaba a cargo de Alpha Flight. Pero ambos equipos creativos estaban cansados de sus series y propusieron intercambiarlas. Las dos tenían como coordinador al maestro Denny O´Neil, que dijo que sí y supervisó el cambiazo. Y no, Alpha Flight nunca volvió a ser lo mismo sin Byrne, pero Hulk se sacó la lotería, el PRODE y el Quini 6, en el que sería –por un tiempo- el último trabajo de Byrne (y de Denny O´Neil) para Marvel.
¿Vamos primero con los bonus tracks? Entre los dos primeros números de Byrne sale un Annual (que transcurre “adentro” del n° 314) escrito por el barbeta y dibujado por Sal Buscema. Esto es sencillamente bochornoso, una idiotez sin pies ni cabeza, un argumento que nunca tiene el menor sentido: quiénes son los villanos, cómo capturan a Hulk, qué le quieren hacer, cómo zafa… NADA cierra por ningún lado. Y el dibujo… qué sé yo… podría ser peor, pero a mí Sal Buscema nunca me terminó de convencer. Lo mejor que tiene son las secuencias mudas, donde se nota que tanto el guionista como el dibujante tienen conceptos muy claros de cómo se cuenta una historia con la imagen como único recurso.
El otro bonus track es una historieta de 22 páginas, escrita y dibujada por Byrne, que iba a ser un número de Hulk, pero O´Neil se lo rebotó. ¿Por qué –me dirás- si está dibujado como la hiper-concha de Dios y el guión no es malo, ni mucho menos? Porque son 22 páginas de una sóla viñeta, y el coordinador dijo “ni en pedo”. Con la confirmación de que se iba a DC, Byrne le ofreció la historieta a Al Milgrom, coordinador de la revista Marvel Fanfare (con un perfil más experimental) y ahí sí, se la aceptaron y se publicó. Es un unitario con una conexión tenue con todo lo demás que sucede en el tomo, pero está bueno que lo hayan incluído.
Y ahora sí, los seis números fundamentales, en los que Byrne hace que pase de todo, sin descuidar lo que más le atraía a los lectores de Hulk, que era la machaca brutal y grandilocuente. Acá, un experimento del Doc Samson logra separar a Bruce Banner de Hulk. El monstruo, sin ningún filtro ni atadura psíquica con un ser humano, se convierte en una fuerza de la naturaleza que sólo sabe destruir. Tras cagarse a trompadas contra varios Avengers y el propio Samson, se convierte en el blanco de los Hulkbusters, un grupo de expertos apoyados en tecnología de punta y liderados… por el propio Banner, cuyo objetivo pasa a ser la eliminación definitiva de su ex-alter ego. Y además, reaparecen Betty Ross (que se casa con Bruce), su intempestivo padre y el carismático Rick Jones, que se cagan a tiros entre ellos.
Esto es una montaña rusa alucinante, llena de momentos impactantes, impredecibles, y con un gran trabajo de Byrne en la caracterización de todos los personajes. Hasta el más ignoto de los Hulkbusters, hasta la periodista que se hace amiga de Doc Samson, todos están perfectamente trabajados, con buenos diálogos, motivaciones coherentes y secuencias en las que se logran lucir. Obviamente el que menos se luce es Hulk, convertido en menos que un villano. El gigante acá es una cosa a la que hay que tratar de parar, como si fuera un tornado, o un lobo que les morfa las ovejas a los granjeros. Tranqui, que esto es sólo el principio: el que ovacionó los huevos de Byrne tendrá –poco después- la oportunidad de seguir sorprendiéndose con los sacudones que le pegarán a la serie Al Milgrom y –sobre todo- Peter David.
Pero claro, ni Milgrom ni David tendrán en el mazo el ancho de espadas que significaba el John Byrne de esa época (1985-86) dibujando con todas las ganas. Respaldado por Keith Williams como entintador de fondos, Byrne detona un arsenal nuclear en cada página, en el que tal vez sea su mejor trabajo como dibujante para un comic de Marvel (digo, sin contar la magia que tiró en The Last Galactus Story, serializada en la revista Epic más o menos en simultáneo con estos números de Hulk). Naves, máquinas, expresiones faciales, peleas, secuencias mudas, todo está dibujado a un nivel increíble, y además puesto al servicio de un relato hipnótico, apoyado en elipsis zarpadas, montajes paralelos, flashbacks, escenas que sólo suceden en la mente de los protagonistas y demás recursos que Byrne maneja de taquito.
Si te gusta el comic de superhéroes, seguro que esto lo tenés y lo amás.
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1 comentario:
Por supuesto que lo tengo y ... John Byrne es un capo.
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