Si lo hice con Bouncer, ¿por qué no hacerlo con Air? Ni bien pude, cacé ese Vol.2 cuya lectura tuve que interrumpir prematuramente (al darme cuenta de que no me acordaba un carajo de lo que había pasado en el Vol.1, el cual leí en 2009) y, tras la obligatoria relectura del tomo anterior, volví a insistir, como el Coyote, que se hace crosta 130.000 veces contra el fondo del precipicio, pero sigue intentando morfarse a ese pajarraco del orto al que todos deseamos ver al spiedo.
La verdad es que, con 10 episodios leídos, empiezo a sospechar por qué esta serie se fue al descenso. Según declaró en entrevistas, Wilson pensó la historia para durar cuatro años, unos 50 episodios. Y apenas llegó a 24. ¿Qué pasó? Se desinfló la trama de la conspiración, que era la más interesante y pasó a un tercer plano la historia de amor. Y todo eso sucede acá, en el segundo tomo, que suele ser el decisivo, el que uno compra para ver si sigue o no sigue adelante con una serie que arrancó interesante, pero no te masacró las neuronas.
Los tres primero episodios de este tomo son la nada misma, o casi: Acá vemos a Blythe recibir todo tipo de explicaciones acerca de la fortaleza voladora, la hiperpraxis, sus poderes mentales y la energía alternativa que hace que los aviones vuelen impulsados por los sueños. Durante todo un capítulo, Blythe se mete en la mente de Zain (su novio, o algo así) y revive toda su vida! Y aún así, se va de adentro de Zain sin saber si es o no un fundamentalista islámico capaz de hacer mierda un avión, un aeropuerto, o una torre gemela. Recién en el tercer episodio hay algo así como una peripecia, cuando los malos hacen su enésimo intento de capturar el ancestral artefacto azteca a través del cual los hiperprácticos canalizan sus habilidades. Y el quinto episodio es bizarrísimo: dos aborígenes aztecas (uno viejo y sabio, y uno joven e inexperto) hablan durante 22 páginas acerca del artefacto y de cómo transmitir todo lo que saben acerca de esta tecnología antes de que lleguen los españoles y los exterminen. Posta: 22 páginas de diálogos, sin acción, sin que aparezcan ni Blythe, ni Zain, ni nadie. Decí que M.K. Perker deja la vida en cada viñeta, si no, falta un cartelito en la tapa que diga “Pará, boludo, comprá otra cosa, que esta va para atrás”.
El cuarto episodio es otro unitario, en el que las seis páginas finales intersectan con la trama central de Air. Las otras 16 cuentan una historia muy linda, original, emotiva, y Wilson la combina con una mirada muy incisiva y atractiva acerca de cómo se comporta y qué siente la gente adentro de los grandes aeropuertos, esa especie de limbo, en el que uno siente que en realidad no está en ningún lado. Acá Blythe tiene un rol destacado (y Perker, ni hablemos) pero el protagonista es el aeropuerto. Lejos, lo mejor del tomo.
Por ahí más adelante resurge el plot de la conspiración y la serie vuelve a levantar vuelo. De todos modos, ya están hechos los méritos para que un montón de lectores dejen de bancarla. El que realmente la rema, y mucho, es M.K. Perker, un grosso de verdad. Acá ya le sale perfecto ese estilo muy realista, tipo Travis Charest o John Cassaday, excepto cuando dibuja los personajes de perfil. Ahí se le escapa un poquito más el estilo más cartoon, más exagerado, una mezcla entre Scott Campbell y Humberto Ramos. Y no le queda mal, aunque de lejos parezca un clon choto de Jim Lee. En los dos últimos episodios (el del aeropuerto y el de los aztecas) pega un salto cualitativo muy notable y cada viñeta es un deleite para los ojos, con un trabajo portentoso en los detalles, las caras, las arrugas y sobre el final hasta en los fondos, que antes escaseaban un poco. Como si esto fuera poco, cada portada es una cátedra de ilustración memorable de este turco al que espero ver reaparecer pronto en algún comic de Vertigo, o de donde sea.
Veremos qué pasa en la segunda mitad de la serie, a ver para dónde se termina de jugar Wilson en los guiones. Gracias por elegirnos y esperamos tenerlo pronto a bordo de uno de nuestro vuelos.
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