¿Te acordás de mi famosa frase “tenés más problemas que Medio Oriente”? Bueno, todos los problemas que tenía esta serie y que hicieron duro de digerir el Vol.2 desaparecen casualmente gracias a una saga que se mete a explicarnos... los problemas de Medio Oriente. O algunos, por lo menos, los que tienen que ver con los talibanes, la jihad, las distintas guerrillas pakistaníes y demás grupetes fundamentalistas.
El primer episodio de este extenso tomo retoma la historia de amor entre Blythe y Zain, que reaparece justo cuando nuestra azafata favorita se está revolcando con otro: el Príncipe Gitano, un nuevo personaje muy bien armado por la guionista G. Willow Wilson. De ahí, sin demasiada explicación, Blythe se va a Pakistán, a vivir una saga de tres episodios repleta de tiros y explosiones junto a Mohammad, el hermano de Zain. Allí se enterará de varios secretos, entre ellos la verdadera alineación del misterioso (y ahora cornudo) Zain. Y nosotros tendremos una idea de hasta qué punto la salud de Blythe está en riesgo como consecuencia de su adicción a los psico-fármacos.
Le sigue un interludio en el que prácticamente no pasa nada (hay un flashback al pasado de Amelia Earhart y no mucho más) y los dos episodios finales están llenos de escenas grossas, muy emotivas, en las que se resuelven por un lado la trama romántica, y por el otro el tema de la enfermedad de Blythe. Nos queda en el banco de suplentes desde aquel lejano Vol.1 el plot de la conspiración, de aquellos incansables villanos que intentaban sin éxito quedarse con la tecnología de la hiperpraxis. Este tomo da mínimos indicios de que esa runfla maligna sigue en pie, pero sospecho que en el cuarto y último tomo tienen que volver.
Sin ser la octava maravilla del Noveno Arte, este tramo de la serie recuperó buena parte de la senda perdida en aquel errático Vol.2. Además de excelentes diálogos (que siempre los hubo) hay flashbacks interesantes y reveladores, menos chamuyo místico y abundantes escenas de acción, torturas, drogas y petes. Y aún así, Air no derrapa, no se convierte en un comic “de machaca”, ni se disfraza de cabeza para tratar de sumar un par de lectores más. Esto sigue su línea original, la de un comic distinto, con una forma nada habitual de plantear y resolver los conflictos. Más allá de la prematura cancelación de la serie, en ese sentido se puede decir que la experiencia propuesta por Wilson fue exitosa.
Y es loco que esta serie no haya sumado lectores con el correr de los números, porque si hubiera lógica en el mercado y justicia en el mundo, miles y miles de fans del dibujo realista se tendrían que haber tirado de cabeza sobre este comic simplemente para ver con sus propios ojos los increíbles prodigios gráficos de M.K. Perker. El turco no sólo no falta en ningún episodio (ni siquiera en los de relleno, o en los flashbacks) sino que además arranca bien y no para de mejorar. Para esta altura, ya no sólo parece Travis Charest: le rompe el culo a Travis Charest. Lo único que no cierra es lo que marcaba la vez pasada: cuando dibuja a los personajes de perfil le salen menos realistas, más parecidos a los de Jim Lee que a los de Charest. Y por ahí algún fondo que podría estar y no está. El resto se zarpa de grosso, mérito también del colorista Chris Chuckry, que se acomoda perfectamente, por un lado a los distintos climas que genera la historia, y por el otro al trazo preciso, finoli, pero no por eso menos poderoso del incansable Perker.
Veremos que nos preparan Wilson y Perker para el tomo final. Si siguen por el camino de este tomo, le tengo mucha fe.
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