
Ay, ay, ay… Osamu Tezuka se retuerce en su tumba. No se puede creer cómo de un tomo a otro, el incorregible Muñones se las ingenió para bajar TANTO la calidad del papel y la impresión de este manga. Los primeros tomos no eran de lujo, ni mucho menos, y tenían varios problemas en la impresión. Pero este ya es una inmundicia. El papel es asquerosamente trucho y las páginas en las que en vez de negros plenos hay grises arratonados son… demasiadas. La cartulina de las portadas tampoco puede ser más berreta: la mirás fijo y se resquebraja. Que no le caiga una gota de agua a tu tomito de Astroboy, porque te lo desintegra como si fuera un ácido hiper-corrosivo desarrollado en las profundidades de Apokolips.
Por suerte las tres historietas del tomo zafan dignamente. Las tres tienen cosas en común: acción grandilocuente, elementos de ciencia-ficción, un ritmo muy salvaje, de palo y palo, en el que todo el tiempo pasan miles de cosas, y mucho protagonismo para los personajes secundarios, que eclipsan casi por completo a Astroboy. La primera es la más acelerada, en la que los villanos tienen el plan más zarpado y en la que el peligro se siente más inminente. Acá los malos (todos viejos conocidos para el asiduo lector del Manga no Kamisama) se roban el spotlight, aparecen más que los buenos y –por supuesto- no falta el que apuesta a la redención. También tiene mucho peso en la trama Puk, otro chico robot, que rivaliza con Astroboy hasta que recibe poderes mil veces más copados que los del titular de la serie. Y el otro que se morfa la aventura y protagoniza muchísimas secuencias fundamentales para el guión es el ídolo, Shunsaku Ban, a quien en tomos anteriores llamaban “Mostachio” y ahora alguien (no se sabe quién traduce los mangas de Deux, se ve que es gente que está muy orgullosa de su trabajo) rebautizó como “Mustacchio”.
En la segunda aventura, de nuevo Mustacchio tiene un rol destacado, pero ahora también participa el Profesor Ochanomizu, que en la primera estuvo pintado al óleo. Esta es la más fumada de las tres historias, en la que Tezuka se caga más veces en mantener algo así como un verosímil. Hay explicaciones pseudo-científicas, pero pasan cosas tan increíbles (y a un ritmo tan frenético), que terminan por no explicar nada.
Y la tercera por ahí es la menos original, pero es la que tiene el guión más redondo, con menos giros argumentales limados o traídos de los pelos. Hay peligros grossos, hay muertes, destrucción, un plan maligno por parte del villano (que es el más malo de los de la primera aventura) y si bien no aparece Shunsaku Ban, hay otro co-protagonista que se lleva buena parte de los laureles: Tezuka usa a Sherlock Holmspan para bajar línea en su clásico argumento de “los robots son seres vivos como cualquier otro y no hay que despreciarlos ni discriminarlos”, pero lo hace tan bien, que Un Sol Artificial termina por ser una aventura de Sherlock Holmspan en la que participa Astroboy.
En la primera secuencia de esta historia, el Manga no Kamisama habla del proceso por el cual re-adapta, a principios de los ´80, estas aventuras originalmente creadas varias décadas antes. Por lo que da a entender, él mismo es el responsable de que muchas páginas estén armadas en cuatro tiras de viñetas y de pronto irrumpan páginas armadas en tres tiras, esas en las que el dibujo se aprecia muchísimo más. Ojalá sea así. Sería un bajón que esas idas y vueltas entre las tres y las cuatro tiras fueran fruto del capricho de algún editor occidental.
Lo bueno es que, entre tantos retoques que Tezuka le hizo a las historietas, logró que el dibujo alcance la calidad del de las grandes obras con las que el maestro nos deleitó en los ´70. En este tomo no se ven ni asistentes, ni clones chotos de Tezuka, sino el estilo más maduro del ídolo, desplegado con onda, con ingenio, con osadía, y siempre al servicio de la narración. Como siempre, abundan las secuencias exageradamente humorísticas, que hacen ruido en el contexto de peligro y tensión que crean los guiones, pero sería un delirio pretender que Tezuka convirtiera en obras 100% adultas (y bastante dark) a las historietas que creó en los ´50 y ´60, cuando su público principal eran los más chicos.
Lo que también parece una exigencia desmedida e imposible de cumplir es que este material se edite en Argentina como corresponde. Al problema principal de casi todas las ediciones locales de manga (que es la periodicidad entre errática e irrespetuosa), Deux aporta su granito de arena que es –repito y me indigno, como los manifestantes españoles a los que les mando toda mi solidaridad- una estrepitosa caída en la calidad del papel y la impresión, que dificulta el disfrute de las historietas del Más Grande. Ni olvido ni perdón.