el blog de reseñas de Andrés Accorsi

sábado, 28 de abril de 2018

TRIPLETE DE SABADO

Superado el escollo que me resultò el primer tomito de Century, juntè huevos para entrarle al segundo, y sì, me gustò mucho màs. Sigue sin ser una aventura de la League of Extraordinary Gentlemen “de las de antes”, pero està muy, muy lograda. Ya de movida, el tono es mucho menos oscuro y solemne que en 1910, de hecho hasta me sorprendió leer un comic de Alan Moore en el que tiene tanto peso la comedia, incluso el humor verbal. Acà el misterio del culto satánico està mucho mejor explicado, y la amenaza se siente màs palpable, màs real. La historia casi no està estirada, y cuando el Mago se cuelga en detalles irrelevantes, son detalles que me suscitaron un gran interés, porque siempre me atrapò el tema de los swinging sixties y el auge de la cultura del “sexo, droga & rockanrol” en la hasta entonces muy tradicional ciudad de Londres.
La convulsionada escena del rock se va a convertir en un terreno sumamente fértil para los planes de los malos, y el sexo y la droga (presentes en muchísimos aspectos de la obra) le brindan a Moore un nuevo prisma a través del cual mostrarnos a Mina Harker y sus adláteres (Orlando y Allan Quatermain). Esta vez los protagonistas son sòlo tres, y eso le da espacio al Mago para desarrollar màs a cada uno de ellos. Ahora sì, hay una justificación màs coherente para que algunos personajes canten, y el tema que “suena” en el epìlogo (ambientado en 1977, pleno furor del punk) es una de las cosas màs geniales que escribió Alan Moore en su vida.
Kevin O`Neill se luce como pocas veces, obviamente alejado de su zona de confort. Acà casi no hay secuencias de acción (a menos que contemos como “acción” los garches de todos contra todos), casi no hay elementos fantásticos, ni tecnología futurista. Acostumbrado al grim `n gritty, el maestro da cátedra también en esta comedia luminosa, llena de colorido, con la psicodelia hippie como único elemento capaz de romper una estètica urbana muy real, bastante cercana en el tiempo (hasta yo estaba vivo en 1969), que es algo que rara vez aparece en los trabajos de O`Neill. Toda esa secuencia de Mina bajo los efectos de un àcido quedó grabada para siempre en mis retinas. Gran segunda parte de Century… y ahora a ver còmo la rematan.
Breve glosa para el Vol.2 de Y, Viste Còmo Es, segundo recopila-
torio de las tiras de Szoka, joven humorista gràfico argentino, que hace un tiempito saltò de las redes sociales a los libros. Szoka maneja un humor muy reader-friendly, muy prolijo, que a veces se anima a ser reflexivo, pero nunca resulta críptico ni llega a opacar la comicidad con la bajada de línea. Muchas tiras tienen una única viñeta y ninguna tiene màs de cuatro. En las tiras en las que Szoka recurre a la secuencia de imágenes (mis favoritas), la información està muy bien organizada y el timing bien controlado para lograr el efecto còmico buscado. El dibujo es simple, bonito, amistoso, està muy bien complementado por el color y el rotulado, y lo único que lamento es que Szoka casi no dibuje fondos, porque las pocas veces que sì lo hace, le salen muy bien. Lindo librito para pasar un rato (corto, en 20 minutos lo re-despachaste) o para quedar como un duque con alguien que no consuma habitualmente historietas, pero se cope con Quino, Liniers o Maitena.
Y cierro con un misterio insondable, algo que parece una novela gràfica, pero no sè si realmente lo es. Ciber-City, de Juan Vegetal, me llamò la atención por el dibujo, esa cosa entre naîf y podrida tìpica de Ayar B., con unos colores alucinantes que parecen puestos con marcadores medio crotos. Vegetal tiene un control notable de esta estètica y lo demuestra en todo, desde dibujitos onda meme hasta en paisajes urbanos complejísimos. Nada se ve muy real, pero no es la idea. El autor tiene su propia versión de la psicodelia, y la combina con un amplio abanico de referencias al mundo de la informática y los videojuegos, con una pàtina retro, o de berretada de fines de los ’90. Visualmente, lo único que no me gustò es el rotulado, muy precario, con tacahaduras y varias faltas de ortografía. El resto, me resultò muy atractivo.
En cuanto al guiòn… ahì sì, no entendí nada. Me gustaron algunos diálogos, pero no terminè de descifrar la estructura dramática de la obra, cuàles son los conflictos… Hay páginas que se leen como si fueran una historieta unitaria, o un chiste… otras que amagan con ir para ese lado y terminan por ser una especie de aviso publicitario, otras donde no me quedó claro cuàl es el vìnculo entre las distintas viñetas o grupos de viñetas… Claramente no hay una narrativa lineal, y el propio autor hace referencia a esto, blanquea de un modo bastante irónico que no hay una forma diáfana de leer Ciber-City y entenderla como se entiende una historieta normal. Incluso el propio Vegetal subraya las inconsistencias del “guiòn”, los cambios inexplicables en la apariencia de algunos personajes… Sumale los dibujos (o secuencias) que se repiten sin ningún sentido , las páginas con viñetas donde sòlo se ven masas negras… y es todo muy raro, muy freak.
Me imagino que habrá un público lo suficientemente joven (o bajo los efectos de las drogas correctas) como para sintonizar la onda de Ciber-City y decodificar sin mayores inconvenientes esto que para mì es un enigma narrativo complejísimo. Yo, por mi parte, creo que sòlo vuelvo a apostar por un comic de Juan Vegetal si forma equipo con un guionista.
Creo que mañana vuelvo a postear videos en YouTube, asì que atenti. Y en Mayo, no menos de 10 posteos acà en el blog. Gracias y hasta pronto.

jueves, 26 de abril de 2018

JUEVES DE VERANO

Sì, ya sè que estamos en otoño, pero parece que el clima no se enterò.
A raíz del escàndalo en Independiente, en Argentina se empezó a hablar de un tema que existe hace décadas: los chicos oriundos de pueblos o ciudades del Interior del país, que llegan a Buenos Aires con una mano atrás y otra adelante, en busca de un futuro mejor. Casi siempre son chicos de hogares humildes, y muy a menudo terminan condenados a la marginalidad, enroscados en la trampa del delito, las drogas o las perversiones sexuales que tanto abundan en la Ciudad de la Furia. Antes de que los medios masivos se abocaran a esta problemática, Alejandro Farìas y Vìctor Zelaya la abordaron en Cambalache, una breve novela gràfica publicada en 2017.
El dibujo de Zelaya, bonito, sencillo, con una impronta cercana al humor gràfico, contrasta bastante con la sordidez de la trama, obviamente de modo intencional. Hay un trabajo impecable en los fondos, muchos aciertos en la aplicación de los grises, y algo que se repite en todas las obras del Chino Zelaya, que son las páginas superpobladas de viñetas muy chiquitas. Eso ya es una marca de fàbrica del autor y no tiene sentido abordar una obra suya esperando otra cosa.
El guiòn de Farìas no se queda en la denuncia, en la enumeración o la descripción de las penurias por las que pasa el anónimo pibe que protagoniza Cambalache. Ademàs de bajada de línea, de un clamor urgente de justicia, o aunque màs no sea de atención, hay desarrollo de personajes, hay giros impredecibles, lindos diálogos, hermosos silencios y un mensaje de esperanza que viene muy bien después de 48 pàginas de bajones y crueldades. Una obra chiquita, que parece haberse gestado sin mayores ambiciones, pero que hoy cobra una especial relevancia porque una historia parecida a la de Cambalache cobrò estado público.
Me voy a España, de la mano de otro Vìctor, el maestro valenciano Vìctor Santos, uno de los autores fetiche de este blog. Seppuku (editada en 2016) es la segunda novela gràfica protagonizada por el inspector Heigo Kobayashi (la primera la vimos el 11/07/14), este Sherlock Holmes del Japòn feudal originado en los relatos de Ryonosuke Akutagawa.
La trama està basada en la famosa leyenda de los 47 ronin, y obviamente Santos no le cambia el final, o sea que uno intuye todo el tiempo para dònde va la cosa. Aùn asì, el autor se las ingenia para contar la historia desde otra òptica, en la que la labor de Heigo Koayashi (que no es parte de la leyenda original) resulte importante, relevante. Una vez que Santos le incorpora a la leyenda todo este bagaje de investigación policial-detectivesca, el aspecto político cobra otra dimensión, la intriga se hace màs espesa, y hay espacio para que cobren fuerza otros conflictos, que son los que se resuelven cerca del final en una escena de una violencia tan intensa como sugestiva.
De todos modos, los hallazgos del guiòn pasan a un lejano segundo plano, porque lo que nos ofrece Vìctor Santos en la faceta visual es demasiado alucinante. A partir del claroscuro màs extremo que le vimos hasta ahora, con los negros màs negros y los blancos màs blancos, Santos construye un grafismo hipnótico, de gran belleza plàstica y además perfectamente funcional a la narración. Al igual que su coterráneo David Rubìn, Santos entendió de modo diáfano todas esas innovaciones que Mike Mignola y Frank Miller operaron sobre el clásico claroscuro en el que durante décadas reinaron Alberto Breccia y Josè Muñoz. Pero además, en las secuencias donde renuncia a las masas de negro para concentrarse en la línea pelada, a Santos se le ve el ADN valenciano, que nos remite de inmediato al capo máximo de la línea clara surgida en esa región: el maestro Miguel Calatayud. Y por supuesto, para meterte tan a fondo en el Japòn feudal, tenès que haber leído unos cuantos mangas ambientados en ese período, y ahì es donde Santos exhibe la feliz influencia de Goseki Kojima, Hiroshi Hirata y Sanpei Shirato.
Recomiendo mucho Seppuku a fans del comic de todos los palos, y especialmente a los que ya se hicieron adictos a la magia narrativa de Vìctor Santos.
Y hasta acà llegamos. Volvemos muy pronto con nuevas reseñas, acà en el blog.

martes, 24 de abril de 2018

AVENGERS: INFINITY WAR

Corta la bocha: esta es la mejor película que vi en mi vida. Es cierto, tantos años de ver películas de superhéroes (y casi ninguna otra de todos los otros géneros) me atrofiaron un poco el paladar y hoy me cuesta disfrutar de películas que se alejen mucho de estos parámetros. Pero lo que hicieron los hermanos Anthony y Joe Russo superò por completo mis expectativas… y ni hablar de còmo potenciò mi cebamiento a futuro para con las próximas entregas de este inmenso mega-relato llamado Universo Cinemàtico de Marvel, o MCU, para abreviar.
Quiero criticarle algo, y se me ocurren apenas tres detalles muy pelotudos: 1) ¿Black Widow rubia? No, ni en pedo. 2) ¿El Capi con barba y a cara descubierta? Mmmmno, tampoco me cerrò. 3) Si miràs atentamente el afiche vas a ver que hay dos personajes importantes que faltan. Y en la peli no se olvidan de nombrarlos, pero no aparecen. O por lo menos en la función de prensa (donde hubo una sòla escena post-crèditos) no los vimos. Para compensar, aparecen varios personajes a los que por lo menos yo (que no miro trailers ni sigo la previa de las películas) no esperaba ver.
Todo lo demás es grandioso. Hay chistes, pero en una dosis absolutamente razonable. El clima de la peli va in crescendo, se vuelve cada vez màs èpico. El guiòn no desaprovecha ninguno de los aciertos de las películas anteriores: No sòlo retoma algunas cositas colgadas de Civil War (la anterior entrega dirigida por los Russo), sino que se nutre también de un montòn de elementos que funcionaron bien en las pelis del Dr. Strange, Spider-Man, los Guardians… y obviamente tras la hecatombe que hizo Black Panther en la taquilla, le dan mucha bola a la muchachada wakandiana. Creo que lo màs interesante que tiene Infinity War es la profundidad que los guionistas logran darle a Thanos. Màs allà de la aventura a escala cósmica con todos los héroes, màs allà de las mejores escenas de machaca superheroica de la historia del Sèptimo Arte, màs allà del festival de efectos especiales màs alucinante que vi en mi vida, acà hay un guiòn que te conmueve, que te moviliza. Y en buena medida lo logra a través del villano, que no es simplemente un matòn, un megalómano o un déspota con tendencias genocidas. Muy notable la actuación de Josh Brolin, que incluso debajo de todas esas pròtesis logra trasmitir esa impronta compleja, por momentos trágica, que hace que se destaque tanto el rol del villano.
Infinity War dura 149 minutos, una barbaridad. Pero estuve buena parte de la proyección rogando para mis adentros para que no se terminara nunca. Si duraba seis horas màs, yo no me quejaba en lo màs mínimo. Por supuesto, este es el partido de ida, falta la mitad de la historia. Por eso los hermanos Russo pueden apostar a que los buenos pierdan y que en todo caso “den vuelta la serie” en la revancha. Y a esa posibilidad, a la de mostrar a los héroes muertos o derrotados, también le sacan un jugo exquisito.
Ya està. Ya se terminò la especulación, se terminò la de llorar por los chistes, o por alguna traición medio grosera al espíritu de algún comic que nos gusta demasiado, se acabò todo. El MCU tardò 10 años en llegar a esto, y esto es un pico altísimo, no sè si imposible de superar, pero sì imposible de imaginar hace 10 años y merecedor de mi lealtad màs incondicional y mi confianza màs ciega para todo lo que venga de ahora en màs. Los héroes de verdad se ven en las difíciles. Esta era una parada complicadísima y sin duda los Russo y su equipo (incluyendo al DT, Kevin Faige) pusieron lo que había que poner, y bastante màs. La fumanchereada de conver tir a 18 largometrajes en un universo cohesionado y en un relato que avanzara película a película hacia un climax grandilocuente en el que màs de 40 personajes se machacaran contra un único villano, terminò por ser una Obra Maestra, un hito, una gloria.

sábado, 21 de abril de 2018

SABADO SETENTOSO

Sigo en mis mini-vacaciones de historieta argentina, pero este país tan maldito y tan querido me persigue a todas partes.
Me fui a 1975, cuando DC toma la extraña decisión de darle su propia revista a un villano, y nada menos que al Joker. Por supuesto, el experimento duró poco (apenas nueve episodios), y el resultado es previsiblemente mediocre, pero bueno… leí estas historietas de pibe en las ediciones mexicanas y me sedujo la idea de tenerlas todas en un lindo TPB. La verdad que, leídas con ojos de adulto, es un material que deja gusto a poco.
De los nueve episodios, hay cuatro escritos por Denny O´Neil. Uno es catastrófico (el del actor que se cree Sherlock Holmes), uno es bastante flojo (el de Creeper) y los otros dos, mal que mal , son entretenidos. O´Neil hace que el Joker hable con un vocabulario florido, sofisticado, tal como harían con el Penguin los escritores de la serie animada de Batman de los ´90. Y por supuesto, para que el yosapa se banque mejor el rol protagónico, le amplía el arsenal de trucos, la habilidad para pelear, y hasta intenta armarle un elenquito de personajes secundarios. También hay cuatro episodios firmados por Elliot S! Maggin, todos bastante olvidables, aunque es este el guionista que se anima a darle al Joker un puñado de esbirros fijos, a los que -de a poquito- intenta desarrollar. Y la historia más aceptable, la que más me atrapó, es la que escribe Martin Pasko, contra la Royal Flush Gang. No hay joyas en este libro, pero es interesante ver los malabares que hacían los guionistas setentosos de DC para que el protagonista de la serie sacara en cada episodio aunque sea un empate, después de tantos años condenado a la derrota simplemente por ocupar el lugar de “el malo”.
El dibujante titular de la serie era Irv Novick, un dibujante ya veterano en los ´70, que en esa época tenía a su cargo también la serie mensual de Flash (The Joker era bimestral). De chico me gustaba mucho Novick, y hoy me resultó un poco soso, un poco aburrido. Por suerte hay un episodio en el que lo entinta el glorioso José Luis García López, que lo levanta muchísimo. Y dos episodios en los que el propio García López (nacido en España, pero criado y formado como profesional en Argentina, de ahí la referencia ineludible a la historieta nacional) se hace cargo del dibujo y la recontra-rompe. Incluso con páginas muy cargadas de texto, incluso con los colores estridentes y espantosos de aquella época, el dibujo de García López ostenta sublime majestad y casi justifica por sí solo la compra de este broli.
Me voy a 1986, cuando el sensei Takao Saito se decide a publicar en inglés cuatro libros de Golgo 13, para lanzar su editorial (Leed) en Estados Unidos. El primer tomo reúne una historia larga y una corta. La larga le da el título al libro, y es Into the Wolves´Lair, la historia escrita y dibujada por Saito en la segunda mitad de los ´70 (no encuentro el dato exacto). En esta misión, el implacable mercenario es contratado por el Mossad para liberar a un agente secreto israelí, prisionero del Cuarto Reich, un ejército nazi que planea la conquista del mundo desde su guarida… en los subsuelos del aeropuerto de Ezeiza, acá en las afueras de Buenos Aires. Man, es un karma: autor ponja, edición yanki… y la trama sucede acá en Argentina.
Y está bastante bien, dentro de todo. El dibujo es magnífico y Saito se toma el trabajo de explicar todo muy bien, de reforzar mucho el verosímil para que no te cagues de risa cuando Golgo triunfa en una misión absolutamente imposible, en la que tiene que zafar de peligros extremos, uno atrás del otro, sin parar. Obviamente esto no alcanza para compensar la excesiva simpleza del argumento (hay un solo giro sorprendente, y llega a siete páginas del final) ni la nula empatía que me generan Golgo 13 y su accionar.
La segunda historia es mucho más breve (46 páginas) y tiene la enorme ventaja de funcionar como una crónica de algo que en su momento (fines de los ´70, principios de los ´80) era noticia en todos los diarios del mundo: la invasión soviética en Afganistán. Esta vez, la intervención de Golgo tiene que ver con un contexto político y económico absolutamente real, que Saito explica coherentemente y que ofrece aristas polémicas: no hay un villano claro, ni una víctima clara, tampoco. En ese terreno gris, la misión de Golgo tiene mucho más sentido. Saito la remata rápido, sin perder tiempo en boludeces, y sin que el protagonista transpire una sóla gota. De nuevo, el ancho de espadas está en el dibujo y en la construcción de las secuencias, que es un roller coaster infernal, violento y adictivo. Si sos fan de Golgo 13, contratá un mercenario que te rastree estos cuatro libros editados por Leed en los ´80, que hoy son muy jodidos de conseguir.
Y hasta acá llegamos. Vuelvo pronto con más reseñas (seguro volveré a leer material argentino reciente), y atenti que el martes hay función de prensa de Avengers: Infinity War.

miércoles, 18 de abril de 2018

TRASNOCHE DE MIERCOLES

Sigo sin computadora, por eso no estoy subiendo videos a YouTube ni textos al sitio de Comiqueando. Y me quedan horas libres, que estoy usando para leer y reseñar comics. Por suerte, la tarea de escribir reseñas y subirlas al blog es algo que puedo hacer desde una computadora prestada.
El otro día contaba que estaba un toque saturado de leer historieta argentina, y que quería hacer un paréntesis. Bueno, me agarré una antología uruguaya… y me encontré con que está repleta de autores argentinos… El Vol.2 de Las Andanzas Eróticas de Vlad Tepes contiene 10 historietas, de las cuales OCHO llevan las firmas de dibujantes de nuestro país. De las 10 historietas, nueve cuentan con guiones de Silvio Galizzi, creador y alter ego de Tepes. La consigna es parecida a la del Vol.1 (lo vimos el 26/10/15): historias cortas y autoconclusivas, ambientadas en distintos lugares del mundo y distintos momentos de la Historia, en las que invariablemente aparecerá el antihéroe vampírico para cometer alguna tropelía.
Y se repiten varios rasgos que me tocó señalar cuando leí el Vol.1: de nuevo la historieta mejor dibujada y mejor narrada es la del rosarino Esteban Tolj; de nuevo aparecen historias demasiado complejas para ocho páginas, que obligan a Galizzi a saturar algunas viñetas con una cantidad de texto brutal, y a los dibujantes a fumarse páginas con demasiadas viñetas, donde se desluce su trabajo; y de nuevo aparecen algunos relatos en los que el elemento sexual es muy menor, sumamente prescindible en el desarrollo de las tramas. Como novedad, también hay una historia (la del ataque zombie en el cementerio) que se podría haber contado en cuatro o cinco páginas, y que al tener todo ese espacio extra le permite a Galizzi enfatizar el ritmo, la acción, desplegar esa trama simple y cero pretenciosa de un modo muy ágil, muy dinámico, muy visual, y darle espacio para el lucimiento de Gabriel Serra, el promisorio dibujante charrúa, que de a poco se va despegando de la impronta gráfica de Matías Bergara.
El guión que no escribe Galizzi está firmado por Nicolás Peruzzo, y es excelente. Peruzzo reflexiona en clave satírica sobre la corrección política en la sociedad y en los medios, obviamente con la figura del siempre incorrectísimo Vlad Tepes como eje. Y no puedo dejar de mencionar la magia que tira otro rosarino, Leo Sandler, en esas secuencias de flashbacks en las que homenajea a Enrique Breccia. Le toca dibujar una historia particularmente enrevesada, que daba para mucho más, pero lo que hace a nivel visual en esos flashbacks lo pone en el podio con absoluta tranquilidad. La próxima, creo que le entro a un comic chileno, donde las chances de toparme con autores argentos son considerablemente menores.
Salto a España, a 2003, cuando se publica Deportes Extremos, un libro que recopila historietas mudas y humorísticas del inmenso esloveno Tomaz Lavric (también conocido como TBC). Lavric solía publicar historias cortas en El Víbora, y alguna que otra en Cimoc, pero con temáticas más aventureras, o de denuncia social, y siempre en un estilo tirando a realista. Acá no sólo sorprende con un cambio de estilo brutal (se va para el lado de Edika, Reiser, con alguna pizca de Hunt Emerson, de Tabaré o de Massimo Mattioli) sino que además se sube de prepo al Olimpo de los más grossos autores de historieta humorística.
Deportes Extremos no puede ser mejor. Sus historias sin textos de una o dos páginas me arrancaron carcajadas, me impactaron, me dejaron atónito. Conocía otras obras del autor (de hecho lo conocí a él, allá por 2006) pero no me lo imaginaba capaz de detonar todo ese arsenal de recursos gráficos y narrativos, de poner tanto talento y tanta mala leche al servicio del humor. Este libro está repleto de ideas brillantes, macabras, retorcidas, perturbadoras, sin nada que envidiarle a las Idées Noires del inolvidable André Franquin. Lavric te dispara a quemarropa con chistes tremendos, donde no faltan las perversiones sexuales, la violencia extrema, la escatología, la sátira despiadada a todo tipo de instituciones sociales, religiosas, culturales, donde las víctimas pueden ser tranquilamente animalitos, nenes, mujeres o aborígenes de tribus africanas.
No me voy a poner a contar los chistes acá, pero quiero enfatizar lo genial que es este libro, lo mucho que me hizo reir este hijo de mil putas sin más elementos que sus ideas y sus trazos. Esto lo editó La Cúpula en un librito humilde, 60 páginas, blanco y negro, menos de 4 euros de precio de tapa… pero con sólo abrirlo y leer tres o cuatro páginas, enseguida te cae la ficha de que estás en presencia de una fuckin´ Obra Maestra, de una gema de esas que se atesoran y se recomiendan siempre, pero no se prestan nunca.
Y esto es todo por hoy. Volvemos pronto, con más reseñas acá en el blog.

lunes, 16 de abril de 2018

TARDE DE LUNES

Después de un finde entero en Dibujados, vi tanta historieta argentina que quiero descansar un poquito de la misma. Capaz que esta semana leo sólo material de autores extranjeros. Pero para reseñar hoy, tengo dos libros leídos entre viernes y sábado, uno de ellos de producción nacional. Ahí vamos.
En 2009, Alan Moore y Kevin O´Neill retoman la gloriosa League of Extraordinary Gentlemen con tres libritos de 80 páginas, englobados bajo el título de Century. Por supuesto mi expectativa era altísima… y el resultado, más o menos. En primer lugar, no entiendo (supongo que lo entenderé cuando lea los otros dos tomitos) si esta entrega, 1910, se considera autoconclusiva o si es el primer tramo de una trilogía. Tengo la duda, porque Moore plantea dos líneas argumentales y resuelve una sóla (la del ascenso de la hija de Nemo a capitana del Nautilus). La otra, la investigación de Mina Harker y sus adláteres en torno a un culto satanista (o algo así), queda bastante abierta, aunque no me extrañaría que el Mago la retomara en la segunda entrega, ambientada en 1969. Y el gran problema que tiene Century: 1910 es que está groseramente estirada. Moore narra en 80 páginas lo que podría resumirse sin ningún sobresalto en 40 páginas, 48 siendo sumamente generosos. A tal punto llega la estirada, que hay hasta ¡canciones! Escenas en las que el comic parece una peli musical, de esas en las que los personajes cantan canciones relacionadas a lo que está sucediendo en la imagen.
De todos modos, Moore le saca un rico jugo al período histórico, a los nuevos personajes que rodean a Mina (habrá que ver si los desarrolla un poco más en las secuelas) y nunca faltan ni la acción, ni la runfla, ni las escenas fuertes, ya sea truculentas o emotivas. Y por supuesto, cuando entran en juego los dibujos de O´Neill, cualquier historia, por chota que sea, o por estirada que esté, cobra un atractivo irresistible. No termino de decidir si banco o no la labor del colorista, porque por momentos me encantó y por momentos me hizo un poco de ruido. Pero la magia de O´Neill late fuerte y se lleva puesto todo lo que le pongas adelante o en este caso, encima. Veremos como sigue la trilogía; ni bien me recupere de este nuevo exceso de Alan Moore, le entro a Century: 1969.
Me vengo a 2017, cuando se publica en Argentina la primera novela gráfica de Jazmín Varela, titulada Guerra de Soda. Esta es una obra autobiográfica, que no tiene un hilo conductor, no está atravesada por un conflicto, sino que está armada con varias anécdotas de la infancia e inicios de la adolescencia de la autora. Las anécdotas son triviales, típicas boludeces de nenas de 10 u 11 años, con algún chispazo de dramatismo en la del melenudo de barba que corre a las chicas por la calle. El resto transita entre la comedia costumbrista y la nada misma, no veo historias fuertes, de esas capaces de atraparme o involucrarme como lector.
Pero mi problema principal con esta obra (y otras que se le asemejan) pasa por el dibujo. En estas páginas, Jazmín Varela no muestra recursos que le permitan: a) diferenciar las figuras de los fondos, b) transmitir sensación de profundidad mediante la perspectiva o el volumen, c) generar efectos de iluminación mediante técnicas de sombreado, d) diferenciar a los personajes adultos de los niños. O sea que, aunque me gustara su estilo gráfico, tengo que señalar que no es un estilo idóneo para narrar una historia en imágenes. Y hay más: Guerra de Soda prescinde de los bordes de las viñetas, de punta a punta de la novela. Eso es, sin dudas, una canchereada. Es salir a la cancha a tirar y sombreritos. Es algo que puede hacer el Diego, o Ricky Centurión. Si lo hago yo, me como una lluvia de monedazos de la tribuna. Y en historieta, lo puede hacer… Will Eisner, ponele. No una autora con menos de 30 años en su primera novela gráfica. El resultado es que muchas veces hay que adivinar dónde termina una viñeta y dónde empieza la siguiente, lo cual obstaculiza mucho el flujo del relato. Si además de pedirme que decodifique cuáles son los personajes y cuáles los elementos de los fondos, me pedís que deduzca dónde están los límites de la viñeta, por lo menos tené la cortesía de recompensarme con una historia más interesante que “fui a la pileta en bikini y todas las otras chicas tenían mallas enterizas”.
Mini-párrafo aparte para ese sinfín de páginas en blanco, carátulas y chamuyos varios que no aportan nada a la historia y deslucen una edición muy cuidada. Este era un libro para editarse con 12 o 16 páginas menos. Pero bueno, es evidente que hay editores decididos a apostar por este tipo de historietas, y supongo que ven cosas que uno no ve, valoran aspectos que uno no tiene en cuenta y sintonizan con un público con el que yo no sintonizo, que no sé si consume otras historietas, pero que recibe a estas con genuino entusiasmo. A esta altura de mi vida, realmente no le encuentro ningún atractivo a Guerra de Soda y trataré de no volver a ensartarme con otras obras de Jazmín Varela.
Gracias por la onda de siempre y nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas acá en el blog.

viernes, 13 de abril de 2018

VIERNES DE TERROR

Para reseñar hoy tengo dos publicaciones que coquetean con el terror, como decía aquella hermosa canción de Metrópoli.
Empiezo por el Vol.1 de Taboo, publicado en EEUU en 1988, en plena revolución, plena ebullición, en el momento en el que un montón de autores realmente sintieron que podían dar el salto cualitativo, romper ciertos esquemas viejos y chotos de las grandes editoriales, y encontrar en la autoedición el camino para producir obras de calidad sin bajarse más los lienzos. En ese contexto, el gran Stephen Bissette lanza esta antología, pensada para acobijar historietas de terror, pero de terror adulto, serio, más íntimo, más denso, más psicológico, más cerca de las novelas de Clive Barker que del enésimo refrito de Drácula y Frankenstein. El resultado es impactante y perturbador, ya desde la portada de esta primera entrega. Pero veamos qué hay adentro.
S. Clay Wilson aporta dos paginitas muy bien dibujadas. Alan Moore forma equipo con el siempre versátil Bill Wray para una historia macabra, con una mala leche desesperante, angustiante. Gran gema de apenas 10 páginas. El maestro Charles Vess aporta una historia inquietante, quizás no tan original en el planteo, pero bien resuelta y con unos dibujos fastuosos. Tom Sniegoski (acá joven e inexperto) y Mike Hoffman ofrecen la historia más floja del tomo. Charles Burns (por este entonces todavía más conocido en Europa que en EEUU) se luce con un relato que bien podría funcionar como preludio a Black Hole, la que quizás sea su obra maestra.
Bernie Mireault estira un poco una idea que podría haber funcionado mejor en menos páginas, pero por lo menos se pone las pilas en el dibujo. Jack Butterworth forma equipo con un Cam Kennedy prendido fuego para la historia menos sutil, más visceral, más asquerosa de la antología. Mike Hoffman reaparece, ahora con el ignoto guionista Tim Lucas, con quien pergeña un relato perverso, enroscado, muy seductor y con un dibujo exquisito. Eddie Campbell manda una historia autobiográfica, de las que en Australia se publicaban en la serie Alec, que no me atrapó en lo más mínimo. El propio Bissette sale a matar en cinco páginas tremendas, sumamente oscuras, realmente aterradoras. Chester Brown aporta un par de historietas muy cortitas, en joda, pero muy sangrientas. Y cierro con la historia del Vol.1 de Taboo que más revuelo generó: la de Robert Loren Fleming y Keith Giffen. Lo choto es que no se habló de Chigger and the Man por su sordidez, por lo perturbador de su contenido, sino porque acá Giffen se fue al pasto mal, y copió minuciosamente una viñeta atrás de otra de historietas de Alack Sinner dibujadas por el inimitable José Muñoz. Una pena, porque la historieta es jodidamente hermosa. Taboo decae más adelante, cuando la empiezan a llenar de series continuadas (From Hell, sin ir más lejos), pero este primer tomo, compuesto sólo por historias autoconclusivas, toca el cielo con las manos.
Me vengo a 2017, cuando dos íconos del comic rioplatense se juntan para crear El Escapista. Se trata del guionista Rodolfo Santullo y el dibujante Horacio Lalia, a quienes ya habíamos visto colaborar en una antología editada por Pictus. Esta obra tiene varios problemas, y el principal tiene que ver con la narrativa. En varias páginas, las viñetas y los diálogos están ubicados de tal manera que nos llevan a leerlos en una secuencia que no es la correcta. Es decir que leemos antes cosas que pasan después. Los autores deciden prescindir de las flechitas (que nos salvaron las papas en más de una obra de Lalia donde se repiten estos accidentes “gramaticales”) y uno queda pedaleando en el aire, yendo para adelante y para atrás en la lectura, en busca de una secuencia que tenga sentido. Realmente, a esta altura del Siglo XXI, esto es imperdonable. No se puede creer que no haya un editor, un coordinador, alguien que le diga a los autores “esto está mal, no se entiende en qué orden hay que leer las viñetas”.
El otro problema es que los dos elementos más atractivos que tiene la trama (el plan del Escapista para sacar a su cliente de la cárcel y la hecatombe que se desata con la llegada de una criatura lovecraftiana al penal) no terminan de amalgamarse armónicamente. Una idea aplasta a la otra, le impide desarrollarse, le resta impacto y profundidad. Y obviamente le agrega clima, polenta, grandilocuencia… Pero me hubiese gustado ver a estas dos ideas de Santullo más y mejor aprovechadas en dos historietas distintas.
Por suerte, la trama tiene mucho ritmo, excelentes diálogos (escritos en uruguayo), un muy buen trabajo en varios de los personajes principales (el Canario, el Polaco y la Rubia) y sí, también algunos lugares comunes de estos relatos sórdidos y violentos que transcurren en cárceles. El guión es generoso en secuencias mudas, y Lalia responde con un despliegue gráfico muy atractivo, con un trabajo notable en fondos, efectos de iluminación, expresiones faciales y un monstruo que mete miedo, pero posta. O sea que, con tropiezos y todo, el oficio y el talento de estos dos grandes profesionales sacan adelante la novela y hacen que uno se anime a recomendarla.
Y no hay más, por hoy. Nos vemos este finde en Dibujados, y nos reencontramos la semana que viene, con nuevas reseñas acá en el blog.

miércoles, 11 de abril de 2018

MIERCOLES CALUROSO

En Buenos Aires es otoño, pero hoy tenemos temperaturas de verano. Y yo estoy en una computadora prestada, lejos de mi querido ventilador…
Tarde pero seguro leí Los Complots Nocturnos, un libro del inmenso David B. que data del 2005, en el que se recopilan 19 historias cortas basadas en los sueños del autor. Los sueños e David están poblados de persecuciones, misterios, gangsters, sicarios, conspiraciones bizarras, climas ominosos, crímenes de lesa humanidad y las infaltables metamorfosis, tan típicas de los mundos oníricos por los que todos viajamos a la hora de apolillar.
¿Se puede contar buenas historias en base a sueños? Y, se complica. Las tramas rara vez avanzan hacia una resolución, muchas veces se cuelgan en detalles irrelevantes, se repiten ciertos elementos mientras que otros desaparecen sin ninguna explicación… La idea de David B. no es tanto seducir desde la solidez de los argumentos, sino cautivarnos desde los climas, hacernos partícipes de esa sensación tan típica de los sueños, la sensación de que puede pasar –literalmente- cualquier cosa. Y la verdad es que rara vez los relatos no me generaron aunque más no sea una cierta intriga.
Por supuesto, no me compré este libro (ni el de Rick Veitch con la misma temática, reseñado el 01/07/16) buscando grandes guiones, si no que el gancho fue principalmente el dibujo. Y acá es donde David B. te pone un garrotazo en la nuca que te manda a dormir y a soñar con lo indecible. El dibujo en esta obra es PERFECTO. Fondos, texturas, rostros, movimientos, esa paleta de colores acotada a blanco, negro, grises y distintas tonalidades de azul, los efectos de iluminación extremos, a tono con la atmósfera oscura y densa de los relatos, la puesta en página clarita, sencilla, a prueba de boludos… y por supuesto el impacto de las imágenes más truculentas. No todos los días ves tipos empalados, caníbales que se morfan minas o gente trozada a hachazos. Y este genio del Noveno Arte te lo muestra sin tapujos, pero al mismo tiempo con elegancia, con clase. Si sos fan de David B. y flasheás con sus dibujos, este libro no puede faltar en tu biblioteca.
Me vengo a la provincia de Río Negro, donde en 2017 se publica el Vol.1 de Viñeta Sur, una antología con historietas de autores de la Patagonia, más algunos invitados, que nunca faltan. Esta primera entrega arranca con una historieta de Mariano Antonelli sumamente atractiva, ambientada en la primera fundación de Buenos Aires… pero en la página 16 te clava un puñal artero y maligno: Continuará. Obviamente al día de hoy no apareció un Vol.2 de Viñeta Sur y la historieta no continuó. Más adelante tenemos una muy linda historieta de Diego Agrimbau y Agustín Graham Nakamura… que ya había aparecido hace unos años en una antología de OVNI. Cosas como estas deslucen mucho a Viñeta Sur, pero por suerte tiene algunos puntos muy a favor.
La historieta de Chelo Candia es inédita, es autoconclusiva, y es buenísima. Fernando Baldó (coordinador del proyecto) mete dos historias muy lindas, una con guión propio (una joyita sin textos ni diálogos) y una con guión de Agrimbau, donde buena parte del atractivo reside en los diálogos. Y lo mejor de la antología, lo que justifica cualquier esfuerzo que tengas que hacer para conseguirla, son las 12 páginas en las que Kwaichang Kráneo retoma a los personajes de la gloriosa El Cuervo Que Sabía (ver reseña del 22/09/11) para una nueva aventura obscenamente bien dibujada y bien narrada. Quiero que se edite cuanto antes otro número de Viñeta Sur, para ver si Kráneo sigue expandiendo esta epopeya, y junta páginas para (eventualmente) armar un segundo libro protagonizado por Mono y sus amigos.
Y tengo leído un librito más, pero lo aguanto para reseñarlo mañana o pasado, junto a alguna otra cosa que lea hoy. Volvemos a leernos muy pronto solo acá, porque hasta que no consiga computadora nueva no voy a poder publicar textos en la página de Comiqueando.

lunes, 9 de abril de 2018

LUNES NEGRO

Se me murió la computadora y me quiero morir yo también. Un palo en el orto del grosor de una palmera. Pero bueno, serán días en los que no podré actualizar el sitio de Comiqueando ni subir nuevos videos a YouTube, con lo cual me va a quedar tiempo para leer libros y escribir reseñas para el blog.
Occupy Comics es una antología que funciona como documento, como testimonio de lo que fue Occupy Wall Street, aquel movimiento popular y espontáneo, que sacudió a New York allá por 2011. Como suele suceder en este tipo de publicaciones, hay bastante material que, leído lejos del contexto que lo originó, pierde bastante el atractivo. También hay bastante relleno (ilustraciones muy lindas, pero que no narran nada) y algunas historietas que se esfuerzan por bajar una línea copada, pero no llegan a buen puerto por la impericia de sus autores, chicos o chicas poco experimentados o veteranos poco inspirados.
Veamos qué fue lo que más me gustó: Citizen Journalist, escrita por Ales Kot, es una especie de tutorial para que cualquiera pueda cubrir periodísticamente este tipo de manifestaciones populares en las que la cana sale a reprimir y el riesgo es importante. J.M. DeMatteis intenta despolitizar el conflicto y verlo a través de su típico prisma de gurú sesentón new age, y la verdad que queda medio como un boludo. Por suerte trabaja con un muy buen dibujante (Mike Cavallaro) que le salva un poco las papas. Mark L. Miller, un capo, capaz de mandar un mensaje claro y potente a través de un grafismo experimental, de alto impacto visual y gran belleza plástica. Matt Bors, lejos, lo mejor del tomo. Es humor gráfico, a veces sin secuencias, pero sin dudas es el que mejor combina buenas ideas con buenos dibujos.
Los guiones de Mark Sable, Matt Pizzolo y Caleb Monroe también son muy buenos. David Mack le pone unas imágenes gloriosas a un relato muy básico de Amanda Palmer. Otra historieta que funciona muy bien (incluso sin el contexto) es la de Si Spurrier y el ignoto pero excelente Smudge. El texto de Alan Moore pinta interesante, pero está editado y diseñado de tal manera que resulta casi imposible de leer. Páginas y páginas a un solo renglón, con una tipografía microscópica. Dejame de joder… Voy a ver si lo encuentro online, para cambiarle el formato y leerlo. Ron Wimberly y Kevin Colden tienen buenos aportes, pero de una sóla página. Y sin ponerse mucho las pilas en la narrativa, el gran Ben Templesmith tira magia visual y baja una línea tremenda en apenas dos páginas memorables.
En líneas generales, el libro no es la gloria, pero si querés tener una idea de lo que pasó en Wall Street mucho más real y honesta que lo que en su momento nos llegó a través de los medios masivos (que obviamente laburan para el 1% al que este movimiento se propuso escrachar), Occupy Comics cumple holgadamente esa función.
Salto a Argentina, 2017, cuando se publica el primer recopila-
torio de ¡Corré, Wachín!, la tira de Nahuel Sagárnaga de la que me hice fan cuando la descubrí en la web. La relación entre el pibe medio vago/ pajero/ colgado y su perro copado y simpático es algo muy frecuente en el universo de la historieta cómica y, si bien es una dinámica que Nahuel maneja con mucha soltura, no es lo que más me llama la atención. Lo que más me gusta de ¡Corré, Wachín! Es el dibujo, el dominio que muestra Sagárnaga sobre la línea, las expresiones faciales, los efectos de iluminación, los fondos, el criterio para elegir en qué momentos deformar las figuras, tirar el realismo a la mierda y jugar a plasmar expresiones grotescas y desaforadas… Los chistes podrán ser malísimos, e igual me cebaría sólo por los dibujos.
Por suerte los chistes son mayoritariamente graciosos, o en su defecto proponen una mirada tierna, buena onda, al vínculo entre humano y mascota. Acá el gran acierto de Nahuel es poner todo el tiempo el énfasis en lo adorable que es su perrito. El carisma del Wachín funciona como el ancho de espadas con el que el autor saca adelante los pasos de comedia (muchas veces 100% basados en anécdotas reales) de los que se nutre la tira.
También en 2017 salió en Uruguay el Vol.2 de Pancho el Pit Bull, otra tira cómica basada en la relación entre un pibe medio colgado y su mascota, esta vez con guiones de Neal Wooten y dibujos de Nicolás Peruzzo. No tengo mucho para agregar a la reseña del Vol.1 (publicada el 25/09/15), pero quiero señalar que los chistes me parecieron mejores que aquella vez. Lo veo a Peruzzo más suelto en la traducción, atreviéndose -me parece- a faltarle un poquito más el respeto a los diálogos originales (que Wooten escribe en inglés) para que suenen más cómicos al oído rioplatense. Peruzzo además aporta ilustraciones, entretenimientos y hasta una mini-historieta introductoria, en la que prescinde de su co-equiper estadounidense y asume él la responsabilidad de darle algo más, un extra, un mimo, a los fans de Pancho. Muy divertido, sobre todo cuando los autores se escapan de la vida cotidiana y se meten con el siempre fértil tema de la política.
Y hasta acá llegamos, por hoy. Seguramente vuelvo a postear muy pronto, porque el blog es una de las pocas cosas que puedo hacer funcionar sin tener acceso a mi computadora (que en paz descanse).

jueves, 5 de abril de 2018

EL BUEY SOLO

De casualidad, en estos días me tocó leer dos novelas gráficas en las que debutan como autores integrales dos animalitos a los que ya habíamos visto trabajar en equipo, uno como guionista y otra como dibujante.
Como Viaja el Agua es un delirio. A contramano de la tendencia hegemónica (los autores integrales que se convierten en guionistas), el enorme Juan Díaz Canales, consagrado guionista de Blacksad y Corto Maltés, se convierte en autor integral. ¡Y lo peor es que dibuja muy buen! La base de su estilo tanto gráfico como narrativo es claramente Will Eisner, pero después, hilando más finito, vemos en el entintado ciertos rasgos típicos de Jordi Bernet y de Bernie Wrighston. El laburo titánico en los fondos es apenas uno de los elementos que nos permiten calificar a Díaz Canales como un observador agudo y certero del entorno que lo rodea. Obviamente el dibujo no es perfecto, pero arranca a un nivel más que competente y mejora a lo largo de la novela.
No quiero contar nada de la trama porque es una obra bastante reciente (2016), pero sí decir que el guión es –predeciblemente- muy sólido, con una excelente construcción de los protagonistas, buen uso de los secundarios, muy buenos diálogos, muchísimo cuidado por el verosímil y con un trasfondo jodido, profundo, que nos deja bastante sustancia para pensar y analizar. Como Viaja el Agua tiene unos cuantos puntos en común con Presas Fáciles (el trabajo de Miguelanxo Prado que vimos el 18 de Febrero de este año) y son obras publicadas el mismo año, con lo cual uno infiere que el tema que tocan ambas en algún momento fue, es, o debería ser eje de un debate a fondo en el seno de la sociedad española. O no, quizás sea pura coincidencia. Lo cierto es que está bueno leer ambas novelas juntas, o con poco tiempo de diferencia.
Si te hiciste fan de Díaz Canales con Blacksad, bancalo en esta, que es una gran historia. Y además hay una escena en la que juegan al tute (el mejor juego de cartas de la historia de la Humanidad), lo cual le vale varios puntos extra.
El Pozo (editada en libro en 2017) marca el debut como autora integral de Lauri Fernández, a quien ya habíamos visto colaborar con varios guionistas en otros proyectos. Como tantos dibujantes, Lauri se animó a escribir su propio guión, y además se cantó “quiero retruco” a sí misma. No sólo escribió El Pozo como novela gráfica, sino que además escribió una versión en prosa, como una novela corta, o nouvelle 100% literaria. Lamentablemente, el libro trae ambas versiones, en vez de darnos a los fans de la historieta la oportunidad de pagar sólo por lo que nos interesaba leer, que era la historieta.
En El Pozo, casualmente, pasa algo que también pasa en Como Viaja el Agua: buena parte de la trama gira en torno a un pacto de silencio, a personajes que se comprometen a no blanquear jamás algo violento, dramático, sórdido, que no debe salir a la luz. En la obra de Lauri, los protagonistas son muy jóvenes y la historia está situada en un pueblo chico de alguna provincia argentina, lo cual aleja definitivamente a El Pozo de la novela de Díaz Canales.
El Pozo, además, gana en emotividad. Con un timing narrativo extraordinario, Lauri logra que todo lo que sucede en la novela nos impacte, nos angustie o nos agobie, según los momentos. Acá también hay diálogos magníficos, gran cuidado en el tratamiento de los protagonistas y los (numerosísimos) secundarios, secuencias oníricas cautivantes… Realmente es una historia muy fuerte, muy bien contada, que se disfruta muchísimo, en la que resulta imposible no sentirse involucrado.
La calidad del dibujo no me sorprendió en lo más mínimo. Probablemente sea el mejor trabajo de Fernández como dibujante, aunque acá veo la evolución opuesta a la de Como Viaja el Agua: las primeras páginas parecen estar dibujadas con unas pilas, una polenta, un virtuosismo, que El Pozo gradualmente deja atrás, para darnos en sus últimos pasajes un dibujo muy bueno, sumamente funcional a lo que pide el guión, pero más prosaico, con menos vuelo. El color, bellísimo de punta a punta.
Yo sospechaba que Lauri Fernández no necesitaba guionistas para crear grandes historietas. Ahora lo constaté. Y no me imaginaba que Juan Díaz Canales podría pegarla sin recurrir a un dibujante de primera línea, pero la pegó. Recomiendo fuerte ambas obras y prometo volver pronto con nuevas reseñas.

lunes, 2 de abril de 2018

DOS DEL DOS

Hoy es 2 y los libros que tengo para reseñar también son dos.
Empiezo con el Vol.1 de Bajo un cielo como unos pantis, un recopilatorio de historias cortas de Shun Umezawa, un mangaka que está pegando fuerte en Europa. Las dos primeras historias están centradas en Hiroshi y Mikami, una pareja de amigos, primero en la escuela secundaria y después 10 años más tarde, cuando ya (se supone que) son adultos. Umezawa narra en un tono de comedia ácida, filosa, donde es obvio que busca la risa del lector, pero también tira reflexiones muy interesantes sobre temas clave en la sociedad como el éxito económico y profesional, la discriminación en sus distintas formas, la sexualidad, las dificultades para formar pareja si sos medio nabo, fulero, o si sos soltera y tenés pibes. Los chistes de culos, pijas y pajas eclipsan un poco el mensaje, pero está, y está bueno.
La última historia introduce una especie de elemento fantástico, y un clima más de thriller, con crímenes, policía y demás. Es la historia más breve del tomo, y no precisamente la mejor. Pero la historia definitiva, la que me permite pasar a Umezawa de la lista de “a ver qué onda” a la lista de “te compro todo lo que hagas hasta el fin de los tiempos o hasta que salga campeón Gimnasia Esgrima de La Plata” es la tercera, Caos en las aulas. En estas 38 páginas, Umezawa da cátedra de historieta, ya despegado del tono de las andanzas de Hiroshi y Mikami, que eran relatos que tranquilamente se podían contar en una película, una serie de TV y hasta (con un poco de buena voluntad) en una obra de teatro. En Caos en las aulas está todo perfectamente orquestado, el autor logra narrar en paralelo varias historias ambientadas en un colegio secundario donde hay chistes groseros, drogas alucinógenas, embarazos no deseados, traumas mentales, tendencias suicidas, un garche sumamente hot y al final… el cataclismo. Historieta perfecta, sin ninguna duda.
El dibujo de Umezawa es excelente, muy realista, muy lejos de los estereotipos del shonen (salvo alguna minita en las primeras historias), con un cuidado impresionante en las expresiones faciales, en el lenguaje corporal, y por supuesto en los fondos, que están basados en referencia fotográfica. La narrativa es impecable, la aplicación de los grises es perfecta… Realmente quedé maravillado con este autor que todavía no cumplió 40 años y ya se perfila como un auténtico prócer del seinen.
Me vengo a Argentina, a 2017, para leer (por primera vez, porque cuando salió en Fierro no me enganchó en absoluto) el libro que recopila ¡México Lindo!, del gran Fer Calvi. Me gustó mucho, me pareció una historia muy simple, muy lineal en su esencia, a la que el autor se esforzó por darle una pátina experimental, extraña, bizarra incluso en algunos pasajes. Las referencias a The Long Goodbye, el homenaje a Sherlock Time, Steve Canyon o a la editorial Novaro, la onda lisérgica, frenética, que Calvi le impone a algunas secuencias (sí, acá Calvi se copa y narra con secuencias) son condimentos atractivos, que le agregan espesor a la experiencia de lectura, pero nada termina de opacar el hecho de que el protagonista va avanzando a paso firme por una trama lineal, marcada por la ineluctable lista de Sancho (de hecho, la historieta podría llamarse así, La lista de Sancho).
Para cuando llega el desenlace, ya atravesamos un montón de sensaciones y emociones distintas, vibramos al compás de algunos giros imprevistos en el guión, nos empapamos de varios climas distintos y acumulamos peleas, persecuciones, sexo, drogas, misterios y traiciones como en el más cabeza de los thrillers. Un poco por eso, no recomiendo leer ¡México Lindo! de una sóla sentada, sino fraccionado, en varias tandas.
Cuesta cerrar el libro y hacer la pausa, porque el dibujo de Calvi es realmente hipnótico. La línea y el color compiten todo el tiempo a ver quién se zarpa más, quien impacta más al lector, quién ofrece las variantes más locas, más originales, más expresivas o incluso más desaforadas. El color está cuidado al milímetro: hasta el fondo de la página sobre el cual Calvi planta las viñetas está laburado para remitirnos al papel berreta de las viejas historietas mexicanas. También para ese lado apunta la planificación de la página, que es básicamente clásica, con muchas viñetas circulares que me tiraron flashbacks letales a la época de Dick Sprang como dibujante de Batman. La verdad que es muy difícil describir la magia que tira Calvi en la faz gráfica de ¡México Lindo!. Sería mucho mejor que cada uno lo comprobara por sí mismo y viera qué cosas le transmite este trabajo (a mi juicio lo mejor que hizo del 2000 para acá). Quiero más obras de Calvi con esta estética, obviamente.
Y hasta acá llegamos por hoy. Nos seguimos leyendo pronto, ni bien tenga más libros para reseñar. Gracias y hasta entonces.