Bueno, tal como uno sospechaba, Diciembre fue un mes de muy buenas ventas, muy impulsado por las comiquerías de Capital Federal, que es donde pareciera que se nota más el efecto de las Fiestas, el aguinaldo y demás.
Finalmente el libro nuevo de Gustavo Sala no se llegó a distribuir por problemas de la editorial, con lo cual la pelea por el primer puesto rápidamente se redujo a dos contendientes: el nuevo tomo de Macanudo y la reedición de Acero Líquido, el clásico insumergible de Alcatena y Mazzitelli. Y ganó Acero Líquido, por amplio margen. Así quedó el ranking:
1) Acero Líquido (Loco Rabia + Belerofonte)
2) Macanudo Vol.11 (Común)
3) Los Autómatas del Desierto (Historieteca)
4) Colder (Llanto de Mudo)
5) Términus Vol.7 (Términus)
6) Zero Point (Agua Negra)
7) La Reina del Río (Comiks Debris)
8) El Número (Loco Rabia + 2D)
9) Teatro en Viñetas Vol.3 (Loco Rabia)
10) Taxidermista Vol.1 (Dead Pop)
De un mes de Noviembre con cuatro títulos entre los diez más vendidos, a Llanto de Mudo le quedó uno sólo (Colder) y si un equipo tiene que dar la vuelta olímpica en Diciembre es Loco Rabia que, además de quedarse con el primer puesto, logró que un lanzamiento de Octubre (El Número) se mantenga un mes más en el ranking y que su otra novedad de este mes (el Vol.3 de Teatro en Viñetas) entre al puesto n°9.
Además de Colder, bancó los trapos otra novedad de Noviembre (el Vol.7 de Términus) y se coló Taxidermista, que salió muy sobre fines de Noviembre por eso obtuvo casi todas sus ventas este mes.
Muy notable, una vez más, el aguante de Zero Point (a esta altura, uno de los lanzamientos fundamentales de 2014) y muy bueno también lo de las otras dos novedades de Diciembre que lograron entrar al ranking (La Reina del Río y Los Autómatas del Desierto), testimonios de la fidelidad del público para con dos guionistas de primera línea como son Diego Agrimbau y Carlos Trillo.
Para Enero quedó pendiente lo nuevo de Gustavo Sala, y por lógica va a ser el título más vendido del mes que arranca mañana. Pero habrá que ver qué sucede, nada es tan predecible, y menos en Enero, que es un mes en el que habitualmente se vende muy bien. Y hay algunos lanzamientos más, eh? Entre ellos uno de un sello 100% nuevo que emprende por primera vez la aventura de editar.
Mañana, entonces, la presentación de la sexta temporada (!) del blog y el viernes, la primera reseña de 2015. ¡Gracias por haber estado ahí a lo largo del año que se termina!
miércoles, 31 de diciembre de 2014
martes, 30 de diciembre de 2014
30/12: DIARIO DE UN ALBUM
Allá por el 15/10 de este año, yo cerraba la reseña de Petit Peintre con el anhelo de leer antes de que se acabara el 2014 una obra más de Philippe Dupuy y Charles Berberian, que estaba en lista de espera desde la Feria del Libro, y que además el propio Berberian me la había dedicado en su paso por Buenos Aires. Y bueno, acá estoy, tachando ese compromiso de la lista de los pendientes.
La verdad es que los autores se cagan bastante en la consigna. Supuestamente, el Diario iba a ser una especie de backstage, de crónica desde adentro de cómo se escribió y dibujó allá por 1993 el tercer álbum de Monsieur Jean. Y es cierto, hay fragmentos en los que vemos a la dupla autoral discutir temas que tienen que ver con los guiones y los dibujos, y unas páginas muy interesantes (hipnóticas, diría yo) cerca del final, cuando explotan los kilombos en la editorial que va a publicar el álbum. Ese tramo, donde a los autores les pasa por encima un tsunami de marchas y contramarchas con los coloristas, los imprenteros, los editores, los distribuidores… sin dudas es lo más interesante del Diario. Y creo yo que es así porque Dupuy y Berberian nos muestran (con algo de humor pero mucho de sufrimiento) que en el mercado francés también explotan bombas, también hay chantas, improvisados, supuestos capos que venden humo, incumplidores crónicos y demás fauna de la que alimenta el imparable tráfico de rumores malintencionados. Yo la pasé genial leyendo esas páginas, pero me los imagino a los autores en ese momento, en esa situación, y me dan pena.
¿Y de qué habla Diario de un Album cuando no habla del álbum? Un poco de sí mismo: hay muchas secuencias en las que Dupuy y Berberian no están concentrados en el tomo 3 de Monsieur Jean, sino en la realización de Diario de un Album. De hecho recién en la última página se resuelve el misterio (en la edición española, obviamente) de qué editorial lo va a publicar en Francia. O sea que también hay bastante backstage de este mismo libro, es un libro que habla de sí mismo, de su propia génesis y de su propia ejecución, sin red y en tiempo real.
El resto es todavía más autorreferencial: Berberian revela detalles de su infancia en Medio Oriente y blanquea su fanatismo desemedido por los comics (especialmente los de Batman) y por los discos, mientras Dupuy nos narra un suceso trágico que ocurrió en su familia y una crisis matrimonial que tuvo con su mujer. Y por supuesto hay comedia costumbrista, una mirada satírica, puertas adentro, a vidas que (ahora que nos las muestran nos queda claro) no son tan distintas a la de Monsieur Jean. Con todo esto y mucha introspección, muchos cuestionamientos que tienen que ver (o no) con el proceso creativo de un comic, Diario de un Album redondea una propuesta muy atractiva, muy honesta, que nos llega de modo muy directo y nos hace sentir no fans sino amigos de estos dos grandes artistas.
En cuanto al dibujo, creo que esta es la primera y quizás la única historieta de Dupuy y Berberian pensada para ser publicada en blanco y negro. La consigna era dibujarla rápido, sin tanta sofisticación, sin romperse mucho el culo en los fondos, y en eso también se cagaron bastante. Hay mucho, mucho trabajo, escenas complicadísimas, con muchos personajes, muchos fondos, mezcladas con escenas un poco más despojadas, con más juego entre la mancha negra y el espacio blanco (poco protagónicos en los álbumes pensados para color). El mamarracho, el “sale con fritas porque total es un backstage” se nota poco, en pocas secuencias. En general, se ve todo muy cuidado. Y se ve otra cosa que no notamos nunca en los otros trabajos de la dupla: por cómo está estructurado Diario de un Album, es fácil darse cuenta qué páginas dibuja Dupuy y cuáles dibuja Berberian. ¿Hay un único estilo compartido por ambos? ¿Hay uno que se esfuerza por parecerse al otro? ¿Se notan inconsistencias que nunca antes habíamos visto? No lo voy a responder acá. Prefiero que lo leas y saques tus propias conclusiones, sólo si realmente te interesa la labor de la dupla como para querer sumergirte en ese nivel de detalle.
Como data final, simplemente agregar que el Vol.3 de Monsieur Jean (cuyo “secreto origin” nos narra este Diario) se llama “Las Mujeres y los Niños Primero” y está incluído en el segundo tomo de Monsieur Jean recientemente publicado en nuestro país por la editorial Común. Ahora sí, no más reseñas por este año.
La verdad es que los autores se cagan bastante en la consigna. Supuestamente, el Diario iba a ser una especie de backstage, de crónica desde adentro de cómo se escribió y dibujó allá por 1993 el tercer álbum de Monsieur Jean. Y es cierto, hay fragmentos en los que vemos a la dupla autoral discutir temas que tienen que ver con los guiones y los dibujos, y unas páginas muy interesantes (hipnóticas, diría yo) cerca del final, cuando explotan los kilombos en la editorial que va a publicar el álbum. Ese tramo, donde a los autores les pasa por encima un tsunami de marchas y contramarchas con los coloristas, los imprenteros, los editores, los distribuidores… sin dudas es lo más interesante del Diario. Y creo yo que es así porque Dupuy y Berberian nos muestran (con algo de humor pero mucho de sufrimiento) que en el mercado francés también explotan bombas, también hay chantas, improvisados, supuestos capos que venden humo, incumplidores crónicos y demás fauna de la que alimenta el imparable tráfico de rumores malintencionados. Yo la pasé genial leyendo esas páginas, pero me los imagino a los autores en ese momento, en esa situación, y me dan pena.
¿Y de qué habla Diario de un Album cuando no habla del álbum? Un poco de sí mismo: hay muchas secuencias en las que Dupuy y Berberian no están concentrados en el tomo 3 de Monsieur Jean, sino en la realización de Diario de un Album. De hecho recién en la última página se resuelve el misterio (en la edición española, obviamente) de qué editorial lo va a publicar en Francia. O sea que también hay bastante backstage de este mismo libro, es un libro que habla de sí mismo, de su propia génesis y de su propia ejecución, sin red y en tiempo real.
El resto es todavía más autorreferencial: Berberian revela detalles de su infancia en Medio Oriente y blanquea su fanatismo desemedido por los comics (especialmente los de Batman) y por los discos, mientras Dupuy nos narra un suceso trágico que ocurrió en su familia y una crisis matrimonial que tuvo con su mujer. Y por supuesto hay comedia costumbrista, una mirada satírica, puertas adentro, a vidas que (ahora que nos las muestran nos queda claro) no son tan distintas a la de Monsieur Jean. Con todo esto y mucha introspección, muchos cuestionamientos que tienen que ver (o no) con el proceso creativo de un comic, Diario de un Album redondea una propuesta muy atractiva, muy honesta, que nos llega de modo muy directo y nos hace sentir no fans sino amigos de estos dos grandes artistas.
En cuanto al dibujo, creo que esta es la primera y quizás la única historieta de Dupuy y Berberian pensada para ser publicada en blanco y negro. La consigna era dibujarla rápido, sin tanta sofisticación, sin romperse mucho el culo en los fondos, y en eso también se cagaron bastante. Hay mucho, mucho trabajo, escenas complicadísimas, con muchos personajes, muchos fondos, mezcladas con escenas un poco más despojadas, con más juego entre la mancha negra y el espacio blanco (poco protagónicos en los álbumes pensados para color). El mamarracho, el “sale con fritas porque total es un backstage” se nota poco, en pocas secuencias. En general, se ve todo muy cuidado. Y se ve otra cosa que no notamos nunca en los otros trabajos de la dupla: por cómo está estructurado Diario de un Album, es fácil darse cuenta qué páginas dibuja Dupuy y cuáles dibuja Berberian. ¿Hay un único estilo compartido por ambos? ¿Hay uno que se esfuerza por parecerse al otro? ¿Se notan inconsistencias que nunca antes habíamos visto? No lo voy a responder acá. Prefiero que lo leas y saques tus propias conclusiones, sólo si realmente te interesa la labor de la dupla como para querer sumergirte en ese nivel de detalle.
Como data final, simplemente agregar que el Vol.3 de Monsieur Jean (cuyo “secreto origin” nos narra este Diario) se llama “Las Mujeres y los Niños Primero” y está incluído en el segundo tomo de Monsieur Jean recientemente publicado en nuestro país por la editorial Común. Ahora sí, no más reseñas por este año.
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lunes, 29 de diciembre de 2014
29/12: A.D.D. (Adolescent Demo Division)
Supongo que esta novela gráfica debe haber sido un estrepitoso fracaso, porque jamás la había visto ni oído nombrar hasta que me la crucé a un precio ridículamente bajo en la batea de ofertas de una comiquería yanki. Pero tenía el loguito de Vertigo y más de 100 páginas dibujadas por Goran Sudzuka, así que rápidamente encontró dueño.
El guionista es Douglas Rushkoff, a quien ya nos cruzamos en los tomos finales de Testament, y la verdad es que la historia que tiene para contarnos no nos va a cambiar la vida ni a convertirse en un pilar fundamental de la historia del comic, pero seguramente no se merecía el ninguneo masivo de los lectores. A.D.D. nos propone un futuro cercano en el que los videojuegos se masifican a tal punto que los mejores jugadores del mundo son celebridades famosas, que tienen su propio programa de TV, hacen shows en vivo y venden todo tipo de merchandising con su imagen. Por supuesto, están bajo el férreo control de una corporación maligna, que factura fantastillones y hace con estos chicos básicamente lo que se le da la gana.
Con el correr de las páginas, la trama se va haciendo más espesa. ¿Quiénes son estos chicos? ¿Cómo hacen para ganar siempre? ¿Por qué no conocen a sus familias? ¿Qué sucede con ellos una vez que “suben de nivel”? El clima festivo, las peleas boludas entre adolescentes pajeros, se van enrareciendo a medida que crecen estos misterios. Y ya para la mitad de la novela, estamos inmersos en una historia densa, compleja, por momentos cercana a The Matrix, con una conspiración a nivel mundial, diferentes niveles de realidad a los que no todos tienen acceso, poderes bizarros, manipulación genética y tecnológica y, por supuesto, excusas para que nunca falte la acción. La diferencia con The Matrix es que acá no hay una pelea metafísica, o filosófica, sino que lo que está en juego es la tarasca, el vil metal. Los malos no son nihilistas, son capitalistas a muerte a los que sólo les interesa facturar, caiga quien caiga.
Compleja y llena de lecturas entre líneas, la trama además deja espacio para indagar a fondo en algunos personajes, especialmente en Lionel, el crack del joystick con el poder de ver “más allá de lo evidente”. Si bien mucho de lo que pasa le pasa a Karl, no es un personaje en el que a Rushkoff le interese profundizar. Y ya en el tercio final de la obra, crecen bastante los roles de Kasinda y sobre todo de la Dra. Wasserman, que es la que maneja buena parte de la información secreta, la que nos falta a nosotros y a Lionel para terminar de armar el rompecabezas. Para darle onda a los diálogos, a Rushkoff se le ocurre que los chicos manejen una jerga propia, llena de neologismos y palabras raras (al estilo The Clockwork Orange, apunta acertadamente un tal Grant Morrison en un textito que aparece en la contratapa), pero el guionista abusa un poquito de este recurso y eso hace que al principio, en vez de engancharte con la historia, los diálogos te mareen un poco.
Fuera de eso, no tengo mucho para criticarle al guión. Es dinámico, tiene escenas muy fuertes, muy impactantes, no se guarda nada, es complejo sin ser críptico, baja línea a full, los personajes tienen profundidad, el conflicto va cobrando intensidad de a poco hasta hacerse realmente heavy, no está estirado ni comprimido, los elementos de ciencia-ficción se sienten sumamente verosímiles… No se me ocurre por qué algún fan de la historieta para adultos puede percibir que esto es choto, o que no le va a llegar. Quizás porque los protagonistas son adolescentes con poderes alguno se crea que es el enésimo choreo a los X-Men, pero nada que ver. El tema de los poderes de los chicos no es para nada decisivo en A.D.D.
Y además -no jodamos- dibuja todo Goran Sudzuka, el prócer croata que ya nos acostumbró a un nivel altísimo y que acá se supera a sí mismo. Con las tintas de José Marzán, que es quien mejor lo complementa, Sudzuka le pone un poco de luz, de travesura, de espíritu adolescente al relato de Rushkoff para que no se haga tan tremendo, tan desolador. En los primeros planos tenemos los mejores aportes de Sudzuka, con excelentes expresiones faciales y con cositas de Eduardo Barreto, Ty Templeton y Rick Burchett. Y en los fondos y en las maquinarias futuristas, un laburo inmenso de un dibujante que deja la vida en todas las páginas. Aunque el guión no te interese para nada, vale la pena leer A.D.D. por los dibujos (¿qué digo “dibujos”? ¡Recontra-dibujazos!) del maestro croata.
En suma, una distopía muy interesante, magníficamente dibujada, para leerla más de una vez y para prestársela a ese gamer pasado de rosca que te quema la cabeza contándote cómo le ganó a Doomsday usando a Huntress en el Injustice y al Barcelona usando a Platense en el FIFA.
El guionista es Douglas Rushkoff, a quien ya nos cruzamos en los tomos finales de Testament, y la verdad es que la historia que tiene para contarnos no nos va a cambiar la vida ni a convertirse en un pilar fundamental de la historia del comic, pero seguramente no se merecía el ninguneo masivo de los lectores. A.D.D. nos propone un futuro cercano en el que los videojuegos se masifican a tal punto que los mejores jugadores del mundo son celebridades famosas, que tienen su propio programa de TV, hacen shows en vivo y venden todo tipo de merchandising con su imagen. Por supuesto, están bajo el férreo control de una corporación maligna, que factura fantastillones y hace con estos chicos básicamente lo que se le da la gana.
Con el correr de las páginas, la trama se va haciendo más espesa. ¿Quiénes son estos chicos? ¿Cómo hacen para ganar siempre? ¿Por qué no conocen a sus familias? ¿Qué sucede con ellos una vez que “suben de nivel”? El clima festivo, las peleas boludas entre adolescentes pajeros, se van enrareciendo a medida que crecen estos misterios. Y ya para la mitad de la novela, estamos inmersos en una historia densa, compleja, por momentos cercana a The Matrix, con una conspiración a nivel mundial, diferentes niveles de realidad a los que no todos tienen acceso, poderes bizarros, manipulación genética y tecnológica y, por supuesto, excusas para que nunca falte la acción. La diferencia con The Matrix es que acá no hay una pelea metafísica, o filosófica, sino que lo que está en juego es la tarasca, el vil metal. Los malos no son nihilistas, son capitalistas a muerte a los que sólo les interesa facturar, caiga quien caiga.
Compleja y llena de lecturas entre líneas, la trama además deja espacio para indagar a fondo en algunos personajes, especialmente en Lionel, el crack del joystick con el poder de ver “más allá de lo evidente”. Si bien mucho de lo que pasa le pasa a Karl, no es un personaje en el que a Rushkoff le interese profundizar. Y ya en el tercio final de la obra, crecen bastante los roles de Kasinda y sobre todo de la Dra. Wasserman, que es la que maneja buena parte de la información secreta, la que nos falta a nosotros y a Lionel para terminar de armar el rompecabezas. Para darle onda a los diálogos, a Rushkoff se le ocurre que los chicos manejen una jerga propia, llena de neologismos y palabras raras (al estilo The Clockwork Orange, apunta acertadamente un tal Grant Morrison en un textito que aparece en la contratapa), pero el guionista abusa un poquito de este recurso y eso hace que al principio, en vez de engancharte con la historia, los diálogos te mareen un poco.
Fuera de eso, no tengo mucho para criticarle al guión. Es dinámico, tiene escenas muy fuertes, muy impactantes, no se guarda nada, es complejo sin ser críptico, baja línea a full, los personajes tienen profundidad, el conflicto va cobrando intensidad de a poco hasta hacerse realmente heavy, no está estirado ni comprimido, los elementos de ciencia-ficción se sienten sumamente verosímiles… No se me ocurre por qué algún fan de la historieta para adultos puede percibir que esto es choto, o que no le va a llegar. Quizás porque los protagonistas son adolescentes con poderes alguno se crea que es el enésimo choreo a los X-Men, pero nada que ver. El tema de los poderes de los chicos no es para nada decisivo en A.D.D.
Y además -no jodamos- dibuja todo Goran Sudzuka, el prócer croata que ya nos acostumbró a un nivel altísimo y que acá se supera a sí mismo. Con las tintas de José Marzán, que es quien mejor lo complementa, Sudzuka le pone un poco de luz, de travesura, de espíritu adolescente al relato de Rushkoff para que no se haga tan tremendo, tan desolador. En los primeros planos tenemos los mejores aportes de Sudzuka, con excelentes expresiones faciales y con cositas de Eduardo Barreto, Ty Templeton y Rick Burchett. Y en los fondos y en las maquinarias futuristas, un laburo inmenso de un dibujante que deja la vida en todas las páginas. Aunque el guión no te interese para nada, vale la pena leer A.D.D. por los dibujos (¿qué digo “dibujos”? ¡Recontra-dibujazos!) del maestro croata.
En suma, una distopía muy interesante, magníficamente dibujada, para leerla más de una vez y para prestársela a ese gamer pasado de rosca que te quema la cabeza contándote cómo le ganó a Doomsday usando a Huntress en el Injustice y al Barcelona usando a Platense en el FIFA.
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domingo, 28 de diciembre de 2014
28/12: TERMINUS Vol.6
Y bueno, antes de que se termine el 2014 llegué a leer UNA publicación argentina aparecida en la segunda mitad del año. No está tan mal. Ni hace falta aclarar que todo lo que se publicó de Julio a Diciembre (que es mucho) va a tener su espacio en el blog durante el primer semestre de 2015.
Vamos con una nueva entrega de Términus, la antología gestada en Rosario que logró imponerse en todo el país como una gran opción en materia de historietas centradas en los géneros clásicos. Esta edición arranca con una historieta de Gonzalo Duarte y Damián Couceiro que llama la atención por sus excelentes dibujos. Couceiro realmente la rompe con su manejo del blanco y negro, muy bien complementado con aguadas para incorporar los grises. El guión… nada que no hayamos leído 750 veces. Correcto, pero para nada original.
Algo parecido tengo para decir de la historieta que escribe Iñaki Aragón y dibuja Patricio Delpeche. El dibujo es espectacular, con un magnífico tratamiento del claroscuro, muchos hallazgos en la elección de los ángulos y muy buenas expresiones faciales. Y el guión no está mal, es correcto, pero también muy trillado, muy similar a muchos otros.
La siguiente historieta tiene un guión muy atractivo, escrito por Gastón Flores, que daba para seguirlo mucho más allá de la sexta página. Para terminarlo ahí, el guionista apresura un poco el desenlace y se pierde un poquito de la fuerza que tenía la idea en el arranque. El dibujo de Sergio Tarquini es muy clásico, tranqui, cumplidor. Le falta un toque más de identidad propia.
Fernando Baldó vuelve a la fantasía épica con una historia de apenas cuatro páginas que también daba para mucho más. Es una gigantesca presentación de (muy buenos) personajes que casi no deja espacio para el conflicto. El dibujo, impecable, como siempre.
La historieta de Federico Sartori y Germán Peralta llega a presentar bien a los personajes y a esbozar un conflicto interesante, pero lo tiene que resolver muy rápido. Otra que necesitaba más páginas, entre otras cosas para disfrutar más del excelente dibujo de Peralta, como siempre con muchos tics heredados de Eduardo Risso, pero con un gran manejo de la iluminación, la narrativa y el diseño de vestuario, decorados y armas.
Como ya es costumbre, Barreiro, Ferrúa y Santana aportan una nueva aventura de Rip Van Helsing, con siete páginas mudas en las que sólo vemos acción y una página final con diálogos que –no sin dificultad- le dan sentido a todo lo anterior. Rip Van Helsing es la contracara de las demás historietas de Términus: acá en vez de faltar espacio para desarrollar las tramas, sobra. Y hay que estirar con la machaca, que es algo que Alejandro Santana dibuja cada vez mejor.
La historieta de Alex Ogalla y Ernest Sala está bien equilibrada, no está hiper-apretada, no se precipita hacia el final, es una buena historia de ocho páginas con dos vueltas de tuerca impredecibles en el guión y muy buenos dibujos. El grosso de Facundo Percio aporta una historieta de una sóla página, muy rara, con unos dibujos de la mega-San Puta. Quiero más.
Y para cerrar, ocho páginas escritas y dibujadas por Bruno Chiroleu, también con muy buenos dibujos y con un guión muy circunspecto, que se pasa un poquito de denso y puede resultar aburrido. Está claro que Chiroleu está construyendo una saga ambiciosa a largo plazo, pero al leerla en episodios, uno como lector quiere que pasen cosas grossas en todas las entregas.
En este número no hay ninguna gema al nivel de Promesas de Eternidad, esa delicia de Franco Stagni que degustamos en el Vol.5, pero hay un nivel muy parejo, sin trabajos que estén ostensiblemente por debajo de la media. Que es una media bastante alta, porque la verdad es que, sin ser las figuras más conocidas de la historieta argentina, entre los autores de Términus hay un nivel de talento realmente importante. Falta que se acomoden un poco más al formato de historias cortas, sobre todo los guionistas. O que ensayen con menos historietas por tomito, pero con más páginas para cada una. Todo es posible cuando la base está. Y en Términus, la base está.
Vamos con una nueva entrega de Términus, la antología gestada en Rosario que logró imponerse en todo el país como una gran opción en materia de historietas centradas en los géneros clásicos. Esta edición arranca con una historieta de Gonzalo Duarte y Damián Couceiro que llama la atención por sus excelentes dibujos. Couceiro realmente la rompe con su manejo del blanco y negro, muy bien complementado con aguadas para incorporar los grises. El guión… nada que no hayamos leído 750 veces. Correcto, pero para nada original.
Algo parecido tengo para decir de la historieta que escribe Iñaki Aragón y dibuja Patricio Delpeche. El dibujo es espectacular, con un magnífico tratamiento del claroscuro, muchos hallazgos en la elección de los ángulos y muy buenas expresiones faciales. Y el guión no está mal, es correcto, pero también muy trillado, muy similar a muchos otros.
La siguiente historieta tiene un guión muy atractivo, escrito por Gastón Flores, que daba para seguirlo mucho más allá de la sexta página. Para terminarlo ahí, el guionista apresura un poco el desenlace y se pierde un poquito de la fuerza que tenía la idea en el arranque. El dibujo de Sergio Tarquini es muy clásico, tranqui, cumplidor. Le falta un toque más de identidad propia.
Fernando Baldó vuelve a la fantasía épica con una historia de apenas cuatro páginas que también daba para mucho más. Es una gigantesca presentación de (muy buenos) personajes que casi no deja espacio para el conflicto. El dibujo, impecable, como siempre.
La historieta de Federico Sartori y Germán Peralta llega a presentar bien a los personajes y a esbozar un conflicto interesante, pero lo tiene que resolver muy rápido. Otra que necesitaba más páginas, entre otras cosas para disfrutar más del excelente dibujo de Peralta, como siempre con muchos tics heredados de Eduardo Risso, pero con un gran manejo de la iluminación, la narrativa y el diseño de vestuario, decorados y armas.
Como ya es costumbre, Barreiro, Ferrúa y Santana aportan una nueva aventura de Rip Van Helsing, con siete páginas mudas en las que sólo vemos acción y una página final con diálogos que –no sin dificultad- le dan sentido a todo lo anterior. Rip Van Helsing es la contracara de las demás historietas de Términus: acá en vez de faltar espacio para desarrollar las tramas, sobra. Y hay que estirar con la machaca, que es algo que Alejandro Santana dibuja cada vez mejor.
La historieta de Alex Ogalla y Ernest Sala está bien equilibrada, no está hiper-apretada, no se precipita hacia el final, es una buena historia de ocho páginas con dos vueltas de tuerca impredecibles en el guión y muy buenos dibujos. El grosso de Facundo Percio aporta una historieta de una sóla página, muy rara, con unos dibujos de la mega-San Puta. Quiero más.
Y para cerrar, ocho páginas escritas y dibujadas por Bruno Chiroleu, también con muy buenos dibujos y con un guión muy circunspecto, que se pasa un poquito de denso y puede resultar aburrido. Está claro que Chiroleu está construyendo una saga ambiciosa a largo plazo, pero al leerla en episodios, uno como lector quiere que pasen cosas grossas en todas las entregas.
En este número no hay ninguna gema al nivel de Promesas de Eternidad, esa delicia de Franco Stagni que degustamos en el Vol.5, pero hay un nivel muy parejo, sin trabajos que estén ostensiblemente por debajo de la media. Que es una media bastante alta, porque la verdad es que, sin ser las figuras más conocidas de la historieta argentina, entre los autores de Términus hay un nivel de talento realmente importante. Falta que se acomoden un poco más al formato de historias cortas, sobre todo los guionistas. O que ensayen con menos historietas por tomito, pero con más páginas para cada una. Todo es posible cuando la base está. Y en Términus, la base está.
sábado, 27 de diciembre de 2014
27/12: STEWART THE RAT
Otro trip a los ´70, esta vez a 1979, cuando estalla el conflicto entre Marvel y Steve Gerber por los derechos sobre Howard the Duck. Ahí nomás el guionista se va de la editorial donde se consagró y se pone a trabajar para estudios de animación de la Costa Oeste, donde le va bastante bien. Pero le queda ese sabor amargo, por eso busca revancha.
Stewart the Rat es el primer comic que realiza Gerber por afuera de Marvel y además una de las primeras publicaciones de la editorial Eclipse, que desde el primer día experimentaba con el formato de novelas gráficas y la distribución por fuera del circuito de kioscos, lo cual garantizaba poder gambetear un montón de restricciones gráficas y temáticas. Sin ser la octava maravilla del mundo, Stewart the Rat se beneficia mucho de todo esto: de no tener un coordinador de Marvel supervisando a Gerber, de no tener la restricción del comic-book de 22 páginas a color, y sobre todo de no tener el sellito del Comics Code Authority.
Lo que más me llamó la atención es que, si bien los parecidos con Howard the Duck son notorios, Stewart the Rat no parece tener como único objetivo contar una historia de Howard que Gerber no pudo contar en Marvel. El tono es bastante distinto, el personaje es mucho menos gracioso, la interacción con los humanos es menos estridente, el origen es menos limado… pareciera ser una versión de Howard mucho más pensada para lectores adultos, para gente que en aquella época no habría agarrado un comic de Marvel ni con un chumbo en la cabeza.
El guión, como todo lo que escribía Gerber con total libertad, está lleno de bizarreadas: hay una especie de zombie vestido como John Travolta en Saturday Night Fever, muchos palos a la música disco (tan en boga en el tramo final de los ´70), minas descerebradas en pelotas, un superhéroe que no para de hacer referencias mínimamente veladas a las drogas, un negro vestido como un típico caf¡shio que dispara una sustancia parecida al semen con un arma parecida a una poronga, criaturas raras que se persiguen, se pelean… y otra constante en las obras “adultas”de Gerber: la presencia de personajes que se dedican a lo mismo que él, en este caso a escribir guiones para productoras de Hollywood. Uno se imagina que, con todos esos elementos extraños (sumado al hecho de que los personajes putean casi sin restricciones), el resultado sería una catarata de carcajadas y delirios. Y no. Hay un tono… no reflexivo, pero por lo menos no tan fiestero. El núcleo, lo central, siguen siendo las relaciones, los vínculos que se gestan entre Stewart y los dos personajes secundarios más relevantes, Rose y su hija Sonja.
Parte de lo que ayuda a que todo esto sea más verosímil, menos estridente y en un punto más “para adultos” que los comics de Howard, es que acá se vuelven a reunir los artífices de los mejores episodios del pato, el maestro Gene Colan y su ilustre entintador Tom Palmer, pero ahora pueden trabajar en blanco y negro. Lo dije ya algunas veces y lo repito: Colan en blanco y negro es una exquisitez, un lujo, una maravilla. Y además Palmer agrega tramas mecánicas para realzar con grisados algunas viñetas y sumarle profundidad al dibujo de Colan, que a veces puede parecer muy plano. Además, el entintador pone bastante de su estilo en las caras de las mujeres, pero sin opacar para nada el clásico grafismo de Colan. Fiel a su estilo, el maestro juega con la puesta en página, con la elección de los ángulos y sobre todo con el manejo de los climas y la acción. El resultado es una faceta visual llena de potencia y de belleza, al mejor estilo Colan+Palmer, quizás la mejor dupla de dibujante-entintador que tuvo el comic yanki en los ´70.
Y bueno, si sos fan del indomable, del idiosincrático, del siempre impredecible Steve Gerber, esto lo tenés que tener. Si bien se editó en 1980, no es imposible de conseguir en parte porque vendió por debajo de lo esperado. Además tiene como incentivo un trabajo formidable de Gene Colan y Tom Palmer y todas esas cosas zarpadas y subidas de tono que jamás podrían haber aparecido en una aventura de Howard the Duck (por lo menos en los ´70, porque en la mini de Howard que vimos el 11/05/13 Gerber no deja títere con cabeza). En el peor de los casos, Stewart the Rat se puede leer como un comic de transición entre el mainstream puro y duro y lo que en los ´80 se llamó “las independientes”. Y lo más importante es que –estoy seguro- lo vas a disfrutar.
Stewart the Rat es el primer comic que realiza Gerber por afuera de Marvel y además una de las primeras publicaciones de la editorial Eclipse, que desde el primer día experimentaba con el formato de novelas gráficas y la distribución por fuera del circuito de kioscos, lo cual garantizaba poder gambetear un montón de restricciones gráficas y temáticas. Sin ser la octava maravilla del mundo, Stewart the Rat se beneficia mucho de todo esto: de no tener un coordinador de Marvel supervisando a Gerber, de no tener la restricción del comic-book de 22 páginas a color, y sobre todo de no tener el sellito del Comics Code Authority.
Lo que más me llamó la atención es que, si bien los parecidos con Howard the Duck son notorios, Stewart the Rat no parece tener como único objetivo contar una historia de Howard que Gerber no pudo contar en Marvel. El tono es bastante distinto, el personaje es mucho menos gracioso, la interacción con los humanos es menos estridente, el origen es menos limado… pareciera ser una versión de Howard mucho más pensada para lectores adultos, para gente que en aquella época no habría agarrado un comic de Marvel ni con un chumbo en la cabeza.
El guión, como todo lo que escribía Gerber con total libertad, está lleno de bizarreadas: hay una especie de zombie vestido como John Travolta en Saturday Night Fever, muchos palos a la música disco (tan en boga en el tramo final de los ´70), minas descerebradas en pelotas, un superhéroe que no para de hacer referencias mínimamente veladas a las drogas, un negro vestido como un típico caf¡shio que dispara una sustancia parecida al semen con un arma parecida a una poronga, criaturas raras que se persiguen, se pelean… y otra constante en las obras “adultas”de Gerber: la presencia de personajes que se dedican a lo mismo que él, en este caso a escribir guiones para productoras de Hollywood. Uno se imagina que, con todos esos elementos extraños (sumado al hecho de que los personajes putean casi sin restricciones), el resultado sería una catarata de carcajadas y delirios. Y no. Hay un tono… no reflexivo, pero por lo menos no tan fiestero. El núcleo, lo central, siguen siendo las relaciones, los vínculos que se gestan entre Stewart y los dos personajes secundarios más relevantes, Rose y su hija Sonja.
Parte de lo que ayuda a que todo esto sea más verosímil, menos estridente y en un punto más “para adultos” que los comics de Howard, es que acá se vuelven a reunir los artífices de los mejores episodios del pato, el maestro Gene Colan y su ilustre entintador Tom Palmer, pero ahora pueden trabajar en blanco y negro. Lo dije ya algunas veces y lo repito: Colan en blanco y negro es una exquisitez, un lujo, una maravilla. Y además Palmer agrega tramas mecánicas para realzar con grisados algunas viñetas y sumarle profundidad al dibujo de Colan, que a veces puede parecer muy plano. Además, el entintador pone bastante de su estilo en las caras de las mujeres, pero sin opacar para nada el clásico grafismo de Colan. Fiel a su estilo, el maestro juega con la puesta en página, con la elección de los ángulos y sobre todo con el manejo de los climas y la acción. El resultado es una faceta visual llena de potencia y de belleza, al mejor estilo Colan+Palmer, quizás la mejor dupla de dibujante-entintador que tuvo el comic yanki en los ´70.
Y bueno, si sos fan del indomable, del idiosincrático, del siempre impredecible Steve Gerber, esto lo tenés que tener. Si bien se editó en 1980, no es imposible de conseguir en parte porque vendió por debajo de lo esperado. Además tiene como incentivo un trabajo formidable de Gene Colan y Tom Palmer y todas esas cosas zarpadas y subidas de tono que jamás podrían haber aparecido en una aventura de Howard the Duck (por lo menos en los ´70, porque en la mini de Howard que vimos el 11/05/13 Gerber no deja títere con cabeza). En el peor de los casos, Stewart the Rat se puede leer como un comic de transición entre el mainstream puro y duro y lo que en los ´80 se llamó “las independientes”. Y lo más importante es que –estoy seguro- lo vas a disfrutar.
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viernes, 26 de diciembre de 2014
26/12: DR. MORTIS Vol.10
Tercer y último tomito de esta colección dedicada a recopilar historietas clásicas del Siniestro Dr. Mortis, originalmente publicadas en los ´70. Este libro reúne tres historias escritas por Eva Martinic, dos de ellas dibujadas por Manuel Cárdenas y una dibujada por Manuel Ahumada.
Esta última (la extensa El Testigo de la Tormenta) es la única en la que aparece el Dr. Mortis, por supuesto haciéndose pasar por otro, en este caso, un famoso ilusionista. Lo más raro es que Mortis no actúa en el rol del villano, sino que su función en la trama es impartir justicia y vengar el asesinato de una amiga suya a manos de su marido y una putita advenediza, rápidamente casada con el viudo. El clásico argumento de “avechuchos que cagan a alguien para quedarse con algo reciben un castigo por medios poco ortodoxos” acá funciona una vez más, con Mortis como ejecutor de la venganza contra los villanos. Son 32 páginas y podrían ser 20 o 22, pero el argumento mal que mal se sostiene. Lo que es realmente infumable es el dibujo de Ahumada, que trabaja más o menos bien los fondos pero hace desastres en la anatomía y en las expresiones faciales. Sin ganas, sin onda, sin un estilo bien definido, sin manejar de manera sobresaliente ninguna de las técnicas, con planificaciones torpes que lo obligan a recurrir a la flechita para que sepamos qué viñeta leer en cada momento, la verdad es que hay poco para rescatar en la labor gráfica de Ahumada.
El que me sorprendió fue Manuel Cárdenas, mucho mejor en este tomo que en los anteriores. En sus dos historietas se ve un dibujante muy sólido, que maneja muy bien la estética realista y la sabe combinar con la técnica del claroscuro para crear imágenes y climas poderosos. En estos trabajos de Cárdenas se ven cosas de Alberto Breccia, Leopoldo Durañona, Berni Wrightson, Jim Aparo… todos autores que a mediados de los ´70 estaban en plena vigencia, que no olían a naftalina sino que marcaban el pulso de la historieta de misterio, oscura, ominosa. Cárdenas se fuma mansito páginas con bastante texto y acierta con la puesta, con el armado de las viñetas en cada página y la elección de los planos, como para garantizar un buen flujo narrativo.
En cuanto a los guiones, en Kraken tenemos la típica historia de un monstruo marino que hunde barcos, y una tripulación que junta huevos para enfrentarlo. No está mal, pero tampoco es glorioso. En 20 páginas, se podría haber contado algo mucho más trascendental, e incluso más impactante. Y en la breve La Daga, tenemos la enésima historia del heredero codicioso que se quiere quedar con la fortuna de su familia y termina muerto en circunstancias poco convencionales. Es un guión que habremos leído unas… 15 o 16 veces en los Showcase dedicados a House of Secrets, House of Mystery y aledaños, con ínfimas variaciones.
Y no hay más Dr. Mortis, por ahora. Quizás en 2015, cuando regrese a Chile, consiga más tomitos de estos, como para armar la colección. O quizás no, porque la verdad es que no me resultó fácil encontrar entre estos “clásicos” material que se la banque en el contexto actual de la historieta. En general, o los guiones o los dibujos atrasan mucho, o se les nota mucho que estaban hechos “por kilo” para un público con un nivel de exigencia bastante más bajo que el actual. Aún así no puedo menos que envidiar a los amigos chilenos, que de pronto se encontraron con una colección que llevó a todos los kioscos del país y a buen precio un montón de historietas de los ´70, que de otro modo eran muy difíciles de conseguir. ¿Mirá si acá pasara eso con –por decir una obviedad- todo el material aventurero que escribió Oesterheld para Columba, Record y Billiken? Me lo compro todo, de una, sin preguntar si dibuja Solano López, Altuna, Trigo, Lalia, García López, Vitacca, Lito Fernández, Haupt o mi vieja.
Esta última (la extensa El Testigo de la Tormenta) es la única en la que aparece el Dr. Mortis, por supuesto haciéndose pasar por otro, en este caso, un famoso ilusionista. Lo más raro es que Mortis no actúa en el rol del villano, sino que su función en la trama es impartir justicia y vengar el asesinato de una amiga suya a manos de su marido y una putita advenediza, rápidamente casada con el viudo. El clásico argumento de “avechuchos que cagan a alguien para quedarse con algo reciben un castigo por medios poco ortodoxos” acá funciona una vez más, con Mortis como ejecutor de la venganza contra los villanos. Son 32 páginas y podrían ser 20 o 22, pero el argumento mal que mal se sostiene. Lo que es realmente infumable es el dibujo de Ahumada, que trabaja más o menos bien los fondos pero hace desastres en la anatomía y en las expresiones faciales. Sin ganas, sin onda, sin un estilo bien definido, sin manejar de manera sobresaliente ninguna de las técnicas, con planificaciones torpes que lo obligan a recurrir a la flechita para que sepamos qué viñeta leer en cada momento, la verdad es que hay poco para rescatar en la labor gráfica de Ahumada.
El que me sorprendió fue Manuel Cárdenas, mucho mejor en este tomo que en los anteriores. En sus dos historietas se ve un dibujante muy sólido, que maneja muy bien la estética realista y la sabe combinar con la técnica del claroscuro para crear imágenes y climas poderosos. En estos trabajos de Cárdenas se ven cosas de Alberto Breccia, Leopoldo Durañona, Berni Wrightson, Jim Aparo… todos autores que a mediados de los ´70 estaban en plena vigencia, que no olían a naftalina sino que marcaban el pulso de la historieta de misterio, oscura, ominosa. Cárdenas se fuma mansito páginas con bastante texto y acierta con la puesta, con el armado de las viñetas en cada página y la elección de los planos, como para garantizar un buen flujo narrativo.
En cuanto a los guiones, en Kraken tenemos la típica historia de un monstruo marino que hunde barcos, y una tripulación que junta huevos para enfrentarlo. No está mal, pero tampoco es glorioso. En 20 páginas, se podría haber contado algo mucho más trascendental, e incluso más impactante. Y en la breve La Daga, tenemos la enésima historia del heredero codicioso que se quiere quedar con la fortuna de su familia y termina muerto en circunstancias poco convencionales. Es un guión que habremos leído unas… 15 o 16 veces en los Showcase dedicados a House of Secrets, House of Mystery y aledaños, con ínfimas variaciones.
Y no hay más Dr. Mortis, por ahora. Quizás en 2015, cuando regrese a Chile, consiga más tomitos de estos, como para armar la colección. O quizás no, porque la verdad es que no me resultó fácil encontrar entre estos “clásicos” material que se la banque en el contexto actual de la historieta. En general, o los guiones o los dibujos atrasan mucho, o se les nota mucho que estaban hechos “por kilo” para un público con un nivel de exigencia bastante más bajo que el actual. Aún así no puedo menos que envidiar a los amigos chilenos, que de pronto se encontraron con una colección que llevó a todos los kioscos del país y a buen precio un montón de historietas de los ´70, que de otro modo eran muy difíciles de conseguir. ¿Mirá si acá pasara eso con –por decir una obviedad- todo el material aventurero que escribió Oesterheld para Columba, Record y Billiken? Me lo compro todo, de una, sin preguntar si dibuja Solano López, Altuna, Trigo, Lalia, García López, Vitacca, Lito Fernández, Haupt o mi vieja.
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jueves, 25 de diciembre de 2014
25/12: GREAT PACIFIC Vol.2
Segundo tomo de esta serie que empecé a leer el 02/07/14, y la verdad es que no hay mucho para agregar a la reseña del Vol.1.
Básicamente, lo que nos dice Joe Harris es que los que tienen a su cargo la conducción de un país no se pueden dar el lujo de ser héroes ni villanos: tienen que ser pragmáticos. Así es como lo vemos a Chas Worthington III, el joven heredero de la mega-corpo petrolera convertido en fundador y gobernante de New Texas, hacer las mil y una para caer bien parado, para defender los intereses de su incipiente nación. Esto es atractivo, impredecible, se hace dinámico aunque hay mucho diálogo… hasta un punto. Ya para el final, este pibe de 19 años (que obviamente está escrito para caernos bien) pela tantos recursos, tanta cintura para rosquear, para venderle humo a los grossos, para zafar de cosas tremendas, que ya parece John Constantine. Y John Constantine hay uno solo.
El resto, está muy bien. Harris se ve en la obligación de sumarle a la trama político-empresarial elementos fantásticos, que están bien llevados, que no se roban el protagonismo ni trivializan excesivamente todo lo otro. Great Pacific no se las da de comic importante, no es solemne, no es circunspecto, pero tampoco es pochoclo ni mucho menos. Hay aventura, peligros, misterios, conspiraciones, pero lo central va por otro lado. Veremos si sigue así hasta el final, que creo que ya está cerca.
Por el lado del dibujo, nuestro Martín Morazzo se ve bastante más sólido que en el tomo anterior, más canchero. Con su línea finita que recuerda a Frank Quitely, y esa base narrativa y de composición de las viñetas más europea, que recuerda a Eduardo Risso o a Milo Manara, Morazzo nos regala páginas y viñetas muy trabajadas, con muchísimos detalles, y con personajes muy expresivos, que se sueltan más y “actúan mejor” que en el Vol.1. El propio Morazzo comparte la tarea de colorear la historieta con los chicos del Estudio Tiza (Javi Suppa y Andrés Lozano) y entre los tres logran efectos y climas muy lindos, muy atractivos, y no pensados para reemplazar a los fondos (que están, y Morazzo los trabaja con muchísimas pilas) sino para realzar toda la faceta gráfica de la obra.
Si querés leer algo distinto, una historieta con una locación exótica, rosca política, bajada de línea ecologista, aventuras, dilemas morales espesos y personajes poco obvios, llenos de matices originales, Great Pacific te va a enganchar, de una. Si en el último tramo Joe Harris no derrapa con los malabares que le hace hacer a Chas, va a lograr redondear una serie muy interesante, que no se parece a nada y que se mete con temas que está muy bueno explorar en historietas de este tipo, de las que cualquier pibe fan de los superhéroes, los zombies o los jedis puede llegar a ojear y decir “Bueno, dale, la leo a ver qué onda”.
Básicamente, lo que nos dice Joe Harris es que los que tienen a su cargo la conducción de un país no se pueden dar el lujo de ser héroes ni villanos: tienen que ser pragmáticos. Así es como lo vemos a Chas Worthington III, el joven heredero de la mega-corpo petrolera convertido en fundador y gobernante de New Texas, hacer las mil y una para caer bien parado, para defender los intereses de su incipiente nación. Esto es atractivo, impredecible, se hace dinámico aunque hay mucho diálogo… hasta un punto. Ya para el final, este pibe de 19 años (que obviamente está escrito para caernos bien) pela tantos recursos, tanta cintura para rosquear, para venderle humo a los grossos, para zafar de cosas tremendas, que ya parece John Constantine. Y John Constantine hay uno solo.
El resto, está muy bien. Harris se ve en la obligación de sumarle a la trama político-empresarial elementos fantásticos, que están bien llevados, que no se roban el protagonismo ni trivializan excesivamente todo lo otro. Great Pacific no se las da de comic importante, no es solemne, no es circunspecto, pero tampoco es pochoclo ni mucho menos. Hay aventura, peligros, misterios, conspiraciones, pero lo central va por otro lado. Veremos si sigue así hasta el final, que creo que ya está cerca.
Por el lado del dibujo, nuestro Martín Morazzo se ve bastante más sólido que en el tomo anterior, más canchero. Con su línea finita que recuerda a Frank Quitely, y esa base narrativa y de composición de las viñetas más europea, que recuerda a Eduardo Risso o a Milo Manara, Morazzo nos regala páginas y viñetas muy trabajadas, con muchísimos detalles, y con personajes muy expresivos, que se sueltan más y “actúan mejor” que en el Vol.1. El propio Morazzo comparte la tarea de colorear la historieta con los chicos del Estudio Tiza (Javi Suppa y Andrés Lozano) y entre los tres logran efectos y climas muy lindos, muy atractivos, y no pensados para reemplazar a los fondos (que están, y Morazzo los trabaja con muchísimas pilas) sino para realzar toda la faceta gráfica de la obra.
Si querés leer algo distinto, una historieta con una locación exótica, rosca política, bajada de línea ecologista, aventuras, dilemas morales espesos y personajes poco obvios, llenos de matices originales, Great Pacific te va a enganchar, de una. Si en el último tramo Joe Harris no derrapa con los malabares que le hace hacer a Chas, va a lograr redondear una serie muy interesante, que no se parece a nada y que se mete con temas que está muy bueno explorar en historietas de este tipo, de las que cualquier pibe fan de los superhéroes, los zombies o los jedis puede llegar a ojear y decir “Bueno, dale, la leo a ver qué onda”.
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miércoles, 24 de diciembre de 2014
24/12: TORTAS FRITAS DE POLENTA
Hacer historietas sobre la Guerra de Malvinas después de Tortas Fritas de Polenta es como hacer historietas de judíos en los campos de concentración después de Maus: totalmente al pedo.
Esta novela gráfica, originalmente publicada de un saque en un número de Fierro, está co-escrita por Ariel Martinelli (ex-combatiente de Malvinas) y el historietista Adolfo “Fuchi” Bayúgar, que además se encargó de dibujarla. Entre los dos consensuaron cuáles de los recuerdos de Martinelli podrían trasladarse a la historieta, y las propias idas y vueltas entre ambos se ven plasmadas en la novela. Varias secuencias están protagonizadas por los propios Bayúgar y Martinelli, que tratan de pasar en limpio las vivencias de este último en aquel lejano otoño de 1982.
Pero en definitiva el protagonista es Ariel, el joven soldado marplatense a quien veremos sobrevivir milagrosamente a una ordalía que le costó la vida a muchos chicos argentinos. Tortas Fritas de Polenta tiene muchas virtudes, pero quizás la más notable sea la ambición: en apenas 80 páginas, los autores nos cuentan algo de la vida de Ariel antes de la guerra, toda su estadía en las islas, su regreso al continente, su trabajo -30 años después- en conjunto con Bayúgar y un epílogo en el que vemos qué le pasa cuando finalmente lee la historieta. O sea que, además de la crónica desgarradora del conflicto bélico, Tortas Fritas cuenta también otras cosas: retrata a la sociedad en la que vivían estos soldaditos en 1982, nos cuenta cómo se divertían esos pibes antes de darse cuenta de que estaban en una guerra de la que muchos no iban a volver, cómo los trató el gobierno militar cuando volvieron, cómo la dictadura manipuló (con la complicidad de los medios) la información que nos llegaba al resto de los argentinos, cómo sufrían los padres la ausencia de sus hijos… Esto es mucho más que “una de guerra” en la que al final pierden los buenos.
Dentro de todo este amplio abanico de emociones que nos propone Tortas Fritas de Polenta, a mí la que más gustó fue la de la joda. Uno, que en la época de la guerra era muy chico, se imaginaba a los soldados argentinos como superhéroes, como esos comandos re-grossos de las películas yankis. Y no, eran pibes de 19, 20 años, que hacían las boludeces que hace un pibe normal a esa edad: ir a la cancha, jugar al truco, cargar a los compañeros, tratar de “pasar” a los superiores, hacerse la paja, dar la vida por un pucho… Eso está muy bien plasmado en la historieta. Es como un oasis, como un descanso (y también como un espejismo) entre la desolación y la bronca que te genera que uno de ellos te cuente cómo se cagaban de hambre y de frío mientras trataban de hacerle el aguante a una fuerza militar infinitamente más poderosa. Sin comida, con armas chotas, sin instrucción, sin la guía ni el apoyo de los militares de mayor rango, sin tener la más puta idea de nada, de pronto estos pibes que tendrían que estar bailando en una disco estaban bailando en una tierra extraña, donde jugaban MUY de visitante, gambeteando bombas que llovían en la gélida noche de Malvinas. Bayúgar y Martinelli nos lo cuentan con una honestidad brutal, atravesada por la sensibilidad a flor de piel de un pibe que estuvo ahí y sobrevivió para contarlo, y la verdad es que es un relato conmovedor, por lo impactante, por lo vital, por lo descarnado.
Para que eso funcione y pegue como tiene que pegar, es importantísimo el dibujo, y ahí cobra otro relieve la figura de Fuchi Bayúgar, el crack de Tres Arroyos, que tradujo los testimonios de su amigo en imágenes que no sólo captan sino que además potencian todos esos aspectos que subrayamos del guión. La estética de Bayúgar es muy rara, muy personal, una especie de Angel Mosquito entintado con el pincel bien cargado, con la tinta que hace esas lagunas a lo José Muñoz. Caricaturesco y expresionista en los primeros planos y minucioso en la documentación, Bayúgar maneja muy bien el tempo de la narración. Se hace fuerte en la grilla de tres viñetas widescreen, pero sabe romperla, alterarla o simplemente ignorarla cuando el ritmo del guión así lo indica. Dosifica bien los textos para que no se conviertan en masacotes ilegibles y sabe pasar del horror a la comedia, de la ternura a la picardía, del bajón a la esperanza sin que su trazo resigne polenta ni identidad.
Tortas Fritas de Polenta es un clásico instantáneo de la historieta argentina, que además ya tiene edición en España. Es un testimonio valiosísimo sobre un tema que todavía duele y cuesta explorar, pero sobre todo es una historieta magistral, repleta de pasión y talento. Quiero leer muy pronto otras novelas gráficas de Fuchi Bayúgar.
Esta novela gráfica, originalmente publicada de un saque en un número de Fierro, está co-escrita por Ariel Martinelli (ex-combatiente de Malvinas) y el historietista Adolfo “Fuchi” Bayúgar, que además se encargó de dibujarla. Entre los dos consensuaron cuáles de los recuerdos de Martinelli podrían trasladarse a la historieta, y las propias idas y vueltas entre ambos se ven plasmadas en la novela. Varias secuencias están protagonizadas por los propios Bayúgar y Martinelli, que tratan de pasar en limpio las vivencias de este último en aquel lejano otoño de 1982.
Pero en definitiva el protagonista es Ariel, el joven soldado marplatense a quien veremos sobrevivir milagrosamente a una ordalía que le costó la vida a muchos chicos argentinos. Tortas Fritas de Polenta tiene muchas virtudes, pero quizás la más notable sea la ambición: en apenas 80 páginas, los autores nos cuentan algo de la vida de Ariel antes de la guerra, toda su estadía en las islas, su regreso al continente, su trabajo -30 años después- en conjunto con Bayúgar y un epílogo en el que vemos qué le pasa cuando finalmente lee la historieta. O sea que, además de la crónica desgarradora del conflicto bélico, Tortas Fritas cuenta también otras cosas: retrata a la sociedad en la que vivían estos soldaditos en 1982, nos cuenta cómo se divertían esos pibes antes de darse cuenta de que estaban en una guerra de la que muchos no iban a volver, cómo los trató el gobierno militar cuando volvieron, cómo la dictadura manipuló (con la complicidad de los medios) la información que nos llegaba al resto de los argentinos, cómo sufrían los padres la ausencia de sus hijos… Esto es mucho más que “una de guerra” en la que al final pierden los buenos.
Dentro de todo este amplio abanico de emociones que nos propone Tortas Fritas de Polenta, a mí la que más gustó fue la de la joda. Uno, que en la época de la guerra era muy chico, se imaginaba a los soldados argentinos como superhéroes, como esos comandos re-grossos de las películas yankis. Y no, eran pibes de 19, 20 años, que hacían las boludeces que hace un pibe normal a esa edad: ir a la cancha, jugar al truco, cargar a los compañeros, tratar de “pasar” a los superiores, hacerse la paja, dar la vida por un pucho… Eso está muy bien plasmado en la historieta. Es como un oasis, como un descanso (y también como un espejismo) entre la desolación y la bronca que te genera que uno de ellos te cuente cómo se cagaban de hambre y de frío mientras trataban de hacerle el aguante a una fuerza militar infinitamente más poderosa. Sin comida, con armas chotas, sin instrucción, sin la guía ni el apoyo de los militares de mayor rango, sin tener la más puta idea de nada, de pronto estos pibes que tendrían que estar bailando en una disco estaban bailando en una tierra extraña, donde jugaban MUY de visitante, gambeteando bombas que llovían en la gélida noche de Malvinas. Bayúgar y Martinelli nos lo cuentan con una honestidad brutal, atravesada por la sensibilidad a flor de piel de un pibe que estuvo ahí y sobrevivió para contarlo, y la verdad es que es un relato conmovedor, por lo impactante, por lo vital, por lo descarnado.
Para que eso funcione y pegue como tiene que pegar, es importantísimo el dibujo, y ahí cobra otro relieve la figura de Fuchi Bayúgar, el crack de Tres Arroyos, que tradujo los testimonios de su amigo en imágenes que no sólo captan sino que además potencian todos esos aspectos que subrayamos del guión. La estética de Bayúgar es muy rara, muy personal, una especie de Angel Mosquito entintado con el pincel bien cargado, con la tinta que hace esas lagunas a lo José Muñoz. Caricaturesco y expresionista en los primeros planos y minucioso en la documentación, Bayúgar maneja muy bien el tempo de la narración. Se hace fuerte en la grilla de tres viñetas widescreen, pero sabe romperla, alterarla o simplemente ignorarla cuando el ritmo del guión así lo indica. Dosifica bien los textos para que no se conviertan en masacotes ilegibles y sabe pasar del horror a la comedia, de la ternura a la picardía, del bajón a la esperanza sin que su trazo resigne polenta ni identidad.
Tortas Fritas de Polenta es un clásico instantáneo de la historieta argentina, que además ya tiene edición en España. Es un testimonio valiosísimo sobre un tema que todavía duele y cuesta explorar, pero sobre todo es una historieta magistral, repleta de pasión y talento. Quiero leer muy pronto otras novelas gráficas de Fuchi Bayúgar.
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martes, 23 de diciembre de 2014
23/12: DOOMSDAY.1
Esta es la historia de siete hombres y mujeres que trabajan en una estación espacial. Desde ahí, ven cómo una erupción solar se dirige hacia la Tierra y casi literalmente la prende fuego. Es el fin del mundo para la gran mayoría de los terrestres. Los océanos se evaporan, las capas polares se derriten, las ciudades y los bosques se incendian y queda un pequeño sector del planeta, un circulito con centro en el mar Caribe, pongámosle en Jamaica, donde tal vez las consecuencias no hayan sido tan catastróficas. Los siete astronautas saben que sus familias no sobrevivieron, que sus ciudades son escombros, pero aún así deciden volver a la Tierra, a ver con qué se encuentran. Doomsday.1 es triste, como toda historia de post-holocausto, pero también es una historia de esperanza, un canto a la vida y a la voluntad de reconstruir lo que se pueda, como se pueda, de volver a empezar.
El episodio ciencia-ficcionesco de la erupción solar y la destrucción de buena parte del planeta es apenas la excusa para hablar de otra cosa: de las vidas al límite de los que sobrevivieron, de los profundos replanteos que viven las comunidades que siguen en pie, y sobre todo de lo que les pasa en su fuero íntimo a los astronautas antes, durante y después de la tragedia. Sobre todo después, cuando tienen que volver a la Tierra y ser testigos de la devastación. Algunos se conformarán con eso, otros morirán en el camino y otros querrán subir la apuesta y convertirse también en artífices de la resurrección del planeta incendiado. El trabajo en la caracterización de Greg Boyd, Hikari Ariyama, Richard Benning, Yulia Kunov, Pascal Brussard, Gordie West y Yuri Kunov es, sin dudas, lo más notable de esta obra. Y el giro del final, que reinterpreta por completo a un personaje que pintaba para tercerón (nada menos que el Papa) también suma para el lado del excelente desarrollo de estos hombres y mujeres de papel y tinta, a los que uno siente irremediablemente cercanos.
Lo único que tengo para criticarle al argumento son esas páginas de la excursión hasta las ruinas de Nueva York. ¿Hacía falta? Todos los estudios decían que esa zona estaba completamente devastada. ¿No era más lógico enfilar para el otro lado, para donde pudiera haber sobrevivientes? Ojo, el episodio de Nueva York está bueno: tiene escenas conmovedoras y escenas aterradoras, sobre todo si te dan asco las ratas o las cucarachas. Pero capaz que no hacía falta, que se podían evitar la obviedad de ver a la estatua de la Libertad calcinada y los subtes convertidos en tumbas masivas. El resto, la verdad que es impecable, repleto de sorpresas, de momentos fuertes, memorables, donde los personajes pelan humanidad a pleno, sin guardarse nada.
A todo esto, no te dije quién es el autor: Doomsday.1 entra cómodamente a la lista de las grandes historietas escritas y dibujadas por el maestro John Byrne. Sin superpoderes, casi sin luchas entre buenos y malos, esta es una saga genuinamente adulta, pensada para emocionarnos y hacernos reflexionar. Y por supuesto, para gozar con el dibujo de Byrne, que acá alcanza el nivel de sus mejores trabajos de los ´80 y ´90. Esto no tiene nada que envidiarle, por ejemplo, a Next Men. O a Aliens: Earth Angel, o a Darkseid vs. Galactus. El dibujo y la tinta están sólidos, compactos, bien cargados de expresividad, pero sin derrapar hacia la caricatura ni el grotesco. Los fondos están cuando tienen que estar y tienen un laburo increíble. La narrativa funciona perfecto a pesar de algunos riesgos que asume Byrne en el armado de la página. La variedad de planos, los distintos climas por los que atraviesa la historia, los cambios de ritmo… son todas cosas en las que se ve la mano de un grande, de un tipo que ya las hizo todas y ya todo le sale de taquito, aunque improvise o experimente cosas raras. El color de Leonard O´Grady también aporta muchísimo a que la faz gráfica no desentone para nada con la gran calidad del guión.
¿Por qué esta no es una historieta perfecta? Porque termina amagando con una secuela, que sinceramente no sé si salió. Es obvio que desarollar tanto y tan bien a tantos personajes hacen que uno tenga ganas de volverlos a ver. Pero por otro lado, cerrar TODO en estas 88 páginas le hubiese dado a Doomsday.1 una contundencia todavía mayor, más difícil de ignorar.
Hoy, que una generación entera de pibes que arden en llamas con Marvel y DC no tienen la más puta idea de quién es John Byrne, nos toca a nosotros, los más veteranos, volver al planeta devastado para acompañar al maestro en sus aventuras más personales, más jugadas, más lejos de los géneros en los que la descosió durante décadas. Ojalá IDW siga habilitando ese espacio para que Byrne cuente lo que tiene ganas de contar, como para seguir demostrando que (a pesar del olvido o el ninguneo de unos cuantos) su talento sigue intacto.
El episodio ciencia-ficcionesco de la erupción solar y la destrucción de buena parte del planeta es apenas la excusa para hablar de otra cosa: de las vidas al límite de los que sobrevivieron, de los profundos replanteos que viven las comunidades que siguen en pie, y sobre todo de lo que les pasa en su fuero íntimo a los astronautas antes, durante y después de la tragedia. Sobre todo después, cuando tienen que volver a la Tierra y ser testigos de la devastación. Algunos se conformarán con eso, otros morirán en el camino y otros querrán subir la apuesta y convertirse también en artífices de la resurrección del planeta incendiado. El trabajo en la caracterización de Greg Boyd, Hikari Ariyama, Richard Benning, Yulia Kunov, Pascal Brussard, Gordie West y Yuri Kunov es, sin dudas, lo más notable de esta obra. Y el giro del final, que reinterpreta por completo a un personaje que pintaba para tercerón (nada menos que el Papa) también suma para el lado del excelente desarrollo de estos hombres y mujeres de papel y tinta, a los que uno siente irremediablemente cercanos.
Lo único que tengo para criticarle al argumento son esas páginas de la excursión hasta las ruinas de Nueva York. ¿Hacía falta? Todos los estudios decían que esa zona estaba completamente devastada. ¿No era más lógico enfilar para el otro lado, para donde pudiera haber sobrevivientes? Ojo, el episodio de Nueva York está bueno: tiene escenas conmovedoras y escenas aterradoras, sobre todo si te dan asco las ratas o las cucarachas. Pero capaz que no hacía falta, que se podían evitar la obviedad de ver a la estatua de la Libertad calcinada y los subtes convertidos en tumbas masivas. El resto, la verdad que es impecable, repleto de sorpresas, de momentos fuertes, memorables, donde los personajes pelan humanidad a pleno, sin guardarse nada.
A todo esto, no te dije quién es el autor: Doomsday.1 entra cómodamente a la lista de las grandes historietas escritas y dibujadas por el maestro John Byrne. Sin superpoderes, casi sin luchas entre buenos y malos, esta es una saga genuinamente adulta, pensada para emocionarnos y hacernos reflexionar. Y por supuesto, para gozar con el dibujo de Byrne, que acá alcanza el nivel de sus mejores trabajos de los ´80 y ´90. Esto no tiene nada que envidiarle, por ejemplo, a Next Men. O a Aliens: Earth Angel, o a Darkseid vs. Galactus. El dibujo y la tinta están sólidos, compactos, bien cargados de expresividad, pero sin derrapar hacia la caricatura ni el grotesco. Los fondos están cuando tienen que estar y tienen un laburo increíble. La narrativa funciona perfecto a pesar de algunos riesgos que asume Byrne en el armado de la página. La variedad de planos, los distintos climas por los que atraviesa la historia, los cambios de ritmo… son todas cosas en las que se ve la mano de un grande, de un tipo que ya las hizo todas y ya todo le sale de taquito, aunque improvise o experimente cosas raras. El color de Leonard O´Grady también aporta muchísimo a que la faz gráfica no desentone para nada con la gran calidad del guión.
¿Por qué esta no es una historieta perfecta? Porque termina amagando con una secuela, que sinceramente no sé si salió. Es obvio que desarollar tanto y tan bien a tantos personajes hacen que uno tenga ganas de volverlos a ver. Pero por otro lado, cerrar TODO en estas 88 páginas le hubiese dado a Doomsday.1 una contundencia todavía mayor, más difícil de ignorar.
Hoy, que una generación entera de pibes que arden en llamas con Marvel y DC no tienen la más puta idea de quién es John Byrne, nos toca a nosotros, los más veteranos, volver al planeta devastado para acompañar al maestro en sus aventuras más personales, más jugadas, más lejos de los géneros en los que la descosió durante décadas. Ojalá IDW siga habilitando ese espacio para que Byrne cuente lo que tiene ganas de contar, como para seguir demostrando que (a pesar del olvido o el ninguneo de unos cuantos) su talento sigue intacto.
lunes, 22 de diciembre de 2014
22/12: SEGMENTOS Vol.1
Esta es una serie que en Francia ya va por el tercer tomo. No sé qué onda en España, porque la empezó a editar Glénat, que ya no existe. En una de esas la serie quedó trunca y para completarla me voy a tener que conseguir los tomos restantes en francés. Lo cierto es que Segmentos marca la primera colaboración entre el guionista francés Richard Malka y el maestro mendocino Juan Giménez, que en su momento colgó Yo, Dragón para dedicarse a esta serie. Que además marcó su regreso a la ciencia-ficción, el género con el que más lo identifica la hinchada, después de haber coqueteado con la fantasía épica.
Segmentos tiene un planteo interesante, ideal para dar pie a múltiples aventuras, para sacarle buen jugo al formato de serie de álbumes de 46 páginas que –aún hoy- manda en el mercado francés. Los dos personajes protagónicos están bien construídos, el universo en el que van a vivir las distintas peripecias es atractivo, los diálogos están muy bien, los personajes secundarios no tienen mayor desarrollo (en 46 páginas no se puede hacer milagros) pero sí se vislumbra una puntita para darle más motivación y más tridimensionalidad a uno de los villanos. No me quiero extender en el análisis del argumento porque está bueno ir descubriendo qué corno pasa durante la lectura. De hecho, leí el texto de la contratapa antes de empezar el álbum y me spoileó un montón de cosas que prefería descubrir por mí mismo, a medida que Malka iba hacendo avanzar la trama.
Lo cierto es que el guionista hizo bien su trabajo. Las explicaciones cuasi-científicas no se hacen densas, las escenas con mucho diálogo tampoco, las peripecias resultan entretenidas, hay chistes, chispazos de humor, hay una bajada de línea muy clara, que le da a la historieta una cierta lectura “sociológica” si se quiere… Con lo cual si uno suspende el descreímiento un rato y se deja llevar por esta aventura, la pasa bien seguro. Falta (por ahora) una impronta más ambiciosa, más épica. En este primer tomo, los conflictos todavía son chiquitos, a una escala casi barrial. Está el potencial para que exploten, no te digo a niveles de La Casta de los Metabarones, pero a un nivel Star Wars, ponele. Ah, y otro potencial que el Vol.1 no explota es la vertiente erótica: Jezréel, la chica protagonista, está buenísima y son varios los personajes que lo señalan. De hecho, el chico protagonista, Loth, no para un minuto de tirarle los galgos. Y por ahora, no hay indicios de que se pueda producir lo que el lector quiere ver desde la página 14, que es una revolcada hiper-porno entre los dos protagonistas. Veremos si se da más adelante.
¿Y qué onda el dibujo? Muy grosso. Pasan los años, las décadas y el maestro Juan Giménez no hace más que acrecentar su leyenda. Acá nos ofrece una narrativa parecida a la de sus trabajos con guión propio, tipo Leo Roa o El Cuarto Poder. Esto es, muchos planos cortos, y no tanta abundancia de esas tomas panorámicas tan típicas del comic franco-belga. Sin embargo, cuando aparecen estas tomas, Giménez nos deslumbra con su talento e imaginación infinitas a la hora de crear edificios, naves y maquinaria futurista. Sólido en la acción, infalible en los primeros planos, dúctil a la hora de matarse en los fondos u omitirlos por completo (según lo que pida el ritmo de la secuencia), Giménez vuelve a sorprender a propios y extraños. Y claro, como ya es costumbre, lo que más fuerte pega es el tratamiento del color, a esta altura un sello de fábrica del mendocino: esas páginas engamadas en azules, la irrupción cada tanto de los rojos y naranjas, la inexistencia casi absoluta del amarillo y el verde, las texturas metálicas en fondos y armas… todas esas maravillas brotan del pincel de Giménez cuando colorea sus historietas y terminan de redondear una faceta gráfica realmente impactante.
La verdad, no te puedo decir que Segmentos sea una joya, ni una obra imprescindible. Es un entretenimiento muy ganchero, muy logrado, con un potencial enorme para desarrollar en los futuros tomos y que, como además está dibujado de puta madre por un ídolo al que le compro cualquier cosa que publique, la quiero seguir hasta donde llegue.
Segmentos tiene un planteo interesante, ideal para dar pie a múltiples aventuras, para sacarle buen jugo al formato de serie de álbumes de 46 páginas que –aún hoy- manda en el mercado francés. Los dos personajes protagónicos están bien construídos, el universo en el que van a vivir las distintas peripecias es atractivo, los diálogos están muy bien, los personajes secundarios no tienen mayor desarrollo (en 46 páginas no se puede hacer milagros) pero sí se vislumbra una puntita para darle más motivación y más tridimensionalidad a uno de los villanos. No me quiero extender en el análisis del argumento porque está bueno ir descubriendo qué corno pasa durante la lectura. De hecho, leí el texto de la contratapa antes de empezar el álbum y me spoileó un montón de cosas que prefería descubrir por mí mismo, a medida que Malka iba hacendo avanzar la trama.
Lo cierto es que el guionista hizo bien su trabajo. Las explicaciones cuasi-científicas no se hacen densas, las escenas con mucho diálogo tampoco, las peripecias resultan entretenidas, hay chistes, chispazos de humor, hay una bajada de línea muy clara, que le da a la historieta una cierta lectura “sociológica” si se quiere… Con lo cual si uno suspende el descreímiento un rato y se deja llevar por esta aventura, la pasa bien seguro. Falta (por ahora) una impronta más ambiciosa, más épica. En este primer tomo, los conflictos todavía son chiquitos, a una escala casi barrial. Está el potencial para que exploten, no te digo a niveles de La Casta de los Metabarones, pero a un nivel Star Wars, ponele. Ah, y otro potencial que el Vol.1 no explota es la vertiente erótica: Jezréel, la chica protagonista, está buenísima y son varios los personajes que lo señalan. De hecho, el chico protagonista, Loth, no para un minuto de tirarle los galgos. Y por ahora, no hay indicios de que se pueda producir lo que el lector quiere ver desde la página 14, que es una revolcada hiper-porno entre los dos protagonistas. Veremos si se da más adelante.
¿Y qué onda el dibujo? Muy grosso. Pasan los años, las décadas y el maestro Juan Giménez no hace más que acrecentar su leyenda. Acá nos ofrece una narrativa parecida a la de sus trabajos con guión propio, tipo Leo Roa o El Cuarto Poder. Esto es, muchos planos cortos, y no tanta abundancia de esas tomas panorámicas tan típicas del comic franco-belga. Sin embargo, cuando aparecen estas tomas, Giménez nos deslumbra con su talento e imaginación infinitas a la hora de crear edificios, naves y maquinaria futurista. Sólido en la acción, infalible en los primeros planos, dúctil a la hora de matarse en los fondos u omitirlos por completo (según lo que pida el ritmo de la secuencia), Giménez vuelve a sorprender a propios y extraños. Y claro, como ya es costumbre, lo que más fuerte pega es el tratamiento del color, a esta altura un sello de fábrica del mendocino: esas páginas engamadas en azules, la irrupción cada tanto de los rojos y naranjas, la inexistencia casi absoluta del amarillo y el verde, las texturas metálicas en fondos y armas… todas esas maravillas brotan del pincel de Giménez cuando colorea sus historietas y terminan de redondear una faceta gráfica realmente impactante.
La verdad, no te puedo decir que Segmentos sea una joya, ni una obra imprescindible. Es un entretenimiento muy ganchero, muy logrado, con un potencial enorme para desarrollar en los futuros tomos y que, como además está dibujado de puta madre por un ídolo al que le compro cualquier cosa que publique, la quiero seguir hasta donde llegue.
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domingo, 21 de diciembre de 2014
21/12: AQUAMAN Vol.1
Por una cosa o por otra, recién ahora arranco con los TPBs de esta serie de la que recordaba haber disfrutado mucho los primeros dos numeritos cuando salieron allá por 2011. Los leí ni bien aparecieron y dije “cuando salga el TPB, lo compro de una”. Y entre que salió primero el hardco y que en un momento se agotó y que yo estoy muy atrasado en la lectura, pasaron más de tres años. No es tan grave.
Lo bueno es que los episodios que me habían gustado me volvieron a gustar y los que no había leído nunca también están muy bien. Lo único que no tiene este primer TPB son villanos grossos, que supongo que vendrán más adelante. Y lo mejor que tiene es el equilibrio que encuentra Geoff Johns entre la machaca (que no puede faltar en un comic de superhéroes) y un montón de escenas más tranquis, más conversadas, en las que se anima por un lado a meter una sana dosis de humor, y por el otro a darle bastante bola a lo que hacen los héroes cuando no están salvando al mundo: Aquaman va a comer a un restaurante, Mera va al almacén a comprar comida para el perro, se entablan diálogos (muy bien escritos) con gente común, periodistas, policías, nenes, curiosos anónimos que se les acercan a los protagonistas… Y Johns usa estos diálogos para desmitificar, o en realidad para desacreditar, todas las boludeces que dice sobre Aquaman la gilada que no entiende nada: que fuera del agua es un inútil, que su poder es hablar con los peces, que es un trastornado que se cree rey de un continente que no existe… Con todo eso, el guionista se hace un festín, y nos regala escenas muy interesantes.
Lo más loco: este es un comic de Geoff Johns donde no hay ninguna escena en museos ni en cementerios. Ese recurso, utilizado hasta el hartazgo por mi clon para meterse con el pasado, con la ilustre tradición, con el legado que de alguna manera abarca a casi todos los héroes de DC, acá no aparece. Y aún así hay bastante coqueteo con el pasado, bastante flashback como para mostrarnos por primera vez algunos momentos de la infancia de Aquaman y para pasar en limpio detalles del origen, barriendo abajo de la alfombra varias de las cosas que aportaron en los ´90 guionistas como Keith Giffen y Peter David.
Ya tuvimos un Aquaman trágico, un Aquaman más sacado, uno más místico, uno más político… y ahora vamos por un Aquaman más cercano a la gente común. Un tipo al que el trono de Atlantis le chupa un huevo y la cáscara del otro, que se banca el ninguneo de algunos y la incomprensión de otros y al que para ser feliz le alcanza con el amor de su esposa y con la satisfacción de ayudar al prójimo. Me cae bien este Aquaman, me gusta este enfoque que propone Johns, y por si faltara algo, las aventuras están buenas, las amenazas son creíbles, el subplot a largo plazo es ganchero y se ven buenas intenciones a la hora de reforzar el elenco de secundarios, algo que fue un punto flojo en casi todas las etapas de Aquaman al frente de su propia serie. Los relanzamientos de Green Lantern y Flash que encaró Johns me parecieron chotos, sobre todo porque mi clon los tuvo que traer de vuelta de la muerte, en ambos casos con chamuyos poco convincentes. Con Aquaman, el trabajo sucio ya estaba hecho en la nefasta Brightest Day, y felizmente no hace falta fumarse dicho bodrio para disfrutar y entender el arranque de esta serie.
Para darle imágenes a las historia de Johns, tenemos al muy buen dibujante brasilero Ivan Reis, una especie de Carlos Pacheco un poco más estridente, con cositas de Neal Adams, de Bryan Hitch, y también de Jim Lee y algún otro dibujantes emblemático del pochoclo noventoso. A Reis le gusta mucho armar la página con cuadros al estilo widescreen, pero sabe romper ese esquema cuando la narración así lo requiere. Hay viñetas realmente muy cargadas de detalles, que no llegan a molestar como en las historietas de David Finch y demás “sobredibujadores”. Buena parte de ese mérito es del entintador Joe Prado, que además se hace cargo de dibujar el sexto episodio a partir de los bocetos de Reis. El colorista es otro Reis (Rod, no sé si pariente de Ivan) y su labor también me pareció encomiable, importantísima a la hora de redondear una muy atractiva propuesta visual.
Aquaman no pretende cambiar tu historia, ni la historia del Noveno Arte. Pero es un comic de superhéroes que combina muy bien la impronta moderna de este tipo de relatos con un personaje al que le queda muy bien la actitud “clásica”. Johns y Reis entusiasman y entretienen con ideas frescas, peleas épicas y muchas escenas que uno (que le tiene cariño al personaje) siempre soñó o imaginó, y nunca antes había visto en un comic de Aquaman. Prometo entrarle pronto al Vol.2.
Lo bueno es que los episodios que me habían gustado me volvieron a gustar y los que no había leído nunca también están muy bien. Lo único que no tiene este primer TPB son villanos grossos, que supongo que vendrán más adelante. Y lo mejor que tiene es el equilibrio que encuentra Geoff Johns entre la machaca (que no puede faltar en un comic de superhéroes) y un montón de escenas más tranquis, más conversadas, en las que se anima por un lado a meter una sana dosis de humor, y por el otro a darle bastante bola a lo que hacen los héroes cuando no están salvando al mundo: Aquaman va a comer a un restaurante, Mera va al almacén a comprar comida para el perro, se entablan diálogos (muy bien escritos) con gente común, periodistas, policías, nenes, curiosos anónimos que se les acercan a los protagonistas… Y Johns usa estos diálogos para desmitificar, o en realidad para desacreditar, todas las boludeces que dice sobre Aquaman la gilada que no entiende nada: que fuera del agua es un inútil, que su poder es hablar con los peces, que es un trastornado que se cree rey de un continente que no existe… Con todo eso, el guionista se hace un festín, y nos regala escenas muy interesantes.
Lo más loco: este es un comic de Geoff Johns donde no hay ninguna escena en museos ni en cementerios. Ese recurso, utilizado hasta el hartazgo por mi clon para meterse con el pasado, con la ilustre tradición, con el legado que de alguna manera abarca a casi todos los héroes de DC, acá no aparece. Y aún así hay bastante coqueteo con el pasado, bastante flashback como para mostrarnos por primera vez algunos momentos de la infancia de Aquaman y para pasar en limpio detalles del origen, barriendo abajo de la alfombra varias de las cosas que aportaron en los ´90 guionistas como Keith Giffen y Peter David.
Ya tuvimos un Aquaman trágico, un Aquaman más sacado, uno más místico, uno más político… y ahora vamos por un Aquaman más cercano a la gente común. Un tipo al que el trono de Atlantis le chupa un huevo y la cáscara del otro, que se banca el ninguneo de algunos y la incomprensión de otros y al que para ser feliz le alcanza con el amor de su esposa y con la satisfacción de ayudar al prójimo. Me cae bien este Aquaman, me gusta este enfoque que propone Johns, y por si faltara algo, las aventuras están buenas, las amenazas son creíbles, el subplot a largo plazo es ganchero y se ven buenas intenciones a la hora de reforzar el elenco de secundarios, algo que fue un punto flojo en casi todas las etapas de Aquaman al frente de su propia serie. Los relanzamientos de Green Lantern y Flash que encaró Johns me parecieron chotos, sobre todo porque mi clon los tuvo que traer de vuelta de la muerte, en ambos casos con chamuyos poco convincentes. Con Aquaman, el trabajo sucio ya estaba hecho en la nefasta Brightest Day, y felizmente no hace falta fumarse dicho bodrio para disfrutar y entender el arranque de esta serie.
Para darle imágenes a las historia de Johns, tenemos al muy buen dibujante brasilero Ivan Reis, una especie de Carlos Pacheco un poco más estridente, con cositas de Neal Adams, de Bryan Hitch, y también de Jim Lee y algún otro dibujantes emblemático del pochoclo noventoso. A Reis le gusta mucho armar la página con cuadros al estilo widescreen, pero sabe romper ese esquema cuando la narración así lo requiere. Hay viñetas realmente muy cargadas de detalles, que no llegan a molestar como en las historietas de David Finch y demás “sobredibujadores”. Buena parte de ese mérito es del entintador Joe Prado, que además se hace cargo de dibujar el sexto episodio a partir de los bocetos de Reis. El colorista es otro Reis (Rod, no sé si pariente de Ivan) y su labor también me pareció encomiable, importantísima a la hora de redondear una muy atractiva propuesta visual.
Aquaman no pretende cambiar tu historia, ni la historia del Noveno Arte. Pero es un comic de superhéroes que combina muy bien la impronta moderna de este tipo de relatos con un personaje al que le queda muy bien la actitud “clásica”. Johns y Reis entusiasman y entretienen con ideas frescas, peleas épicas y muchas escenas que uno (que le tiene cariño al personaje) siempre soñó o imaginó, y nunca antes había visto en un comic de Aquaman. Prometo entrarle pronto al Vol.2.
sábado, 20 de diciembre de 2014
20/12: MARISA QUIERE PIJA
Hoy tengo poco tiempo para dedicarle a la reseña, pero felizmente coincide con que leí un libro cortito, con sólo 56 páginas de historieta. Acá encontramos, por primera vez en libro, a la que quizás sea la mejor de las muchas historietas que Brian Janchez serializó en la web antes de llevarlas al soporte físico. Y como complemento, varias historias breves, de cuatro paginitas, realizadas en fechas mucho más próximas a la edición del librito.
Porque, aunque no parezca, Marisa Quiere Pija, la historieta central de este recopilatorio, ya tiene cinco años. Janchez la subió por primera vez a un blog entre 2009 y 2010. Y no sólo conserva intacto su atractivo, sino que se ve mucho mejor que las historietas cortas, que son posteriores. A nivel del dibujo, lo vemos a Janchez cuidar muchísimo la prolijidad del trazo y el equilibrio entre masas negras y espacios blancos. En las historias posteriores, se vuelca a una línea más chunga, menos trabajada y deja que el blanco gane brutalmente la pulseada y protagonice de modo hegemónico casi todas las páginas. La constante, lo que no cambia a lo largo de los años, es el buen ojo de Brian para observar los gestos de la gente, tanto en las expresiones faciales como en el lenguaje corporal. En cuanto a la narrativa, en las historias cortas el autor se auto-impone una única y cuasi-inamovible grilla de cuatro viñetas iguales y la pilotea muy bien, mientras que en Marisa Quiere Pija la grilla que manda es la de 6 cuadros, y es menos inmutable, da más permiso para que –cuando Janchez lo necesita- la puesta en página vaya para otro lado.
Los guiones de las historias cortas son pequeñas fetas de situaciones muy reales, de las que nos pasan a todos, y casi siempre tienen que ver con la pareja: amores, desamores, confesiones, silencios, garches, cuernos… Los diálogos son tan importantes como las viñetas mudas, en las que los personajes se dicen cosas muy heavies con la mirada, y todo está muy bien escrito, todo suena muy real y -cuando Janchez busca el efecto cómico- muy gracioso.
Marisa Quiere Pija funciona como una breve comedia romántica, al estilo Kevin Smith. Es decir, con una buena dosis de guarangada y con diálogos exquisitos, muy bien trabajados. Tanto la idea que funciona como disparador de la trama, como el desarrollo, como el giro del final, me parecieron brillantes. Me reí, me sentí identificado, sentí la intriga, las ansias por saber cómo se iba a resolver la historia… la pasé muy bien. Son sólo 32 páginas, pero no sobra ni falta nada.
Cualquier cosa con la palabra “pija” en el título puede sonar a chabacanería, a berretada, a algo ramplón resuelto así nomás, apelando al mínimo denominador común. No te dejes engañar. Acá hay diálogos muy subidos de tono y garches intensos, pero la sencillez es apenas una ilusión que nos quiere vender Janchez. No es fácil lograr un guión de esta calidad y, con o sin puteadas, Marisa Quiere Pija está respaldada por algo mucho más complejo que los chistes de pija y concha, que se llama talento.
Porque, aunque no parezca, Marisa Quiere Pija, la historieta central de este recopilatorio, ya tiene cinco años. Janchez la subió por primera vez a un blog entre 2009 y 2010. Y no sólo conserva intacto su atractivo, sino que se ve mucho mejor que las historietas cortas, que son posteriores. A nivel del dibujo, lo vemos a Janchez cuidar muchísimo la prolijidad del trazo y el equilibrio entre masas negras y espacios blancos. En las historias posteriores, se vuelca a una línea más chunga, menos trabajada y deja que el blanco gane brutalmente la pulseada y protagonice de modo hegemónico casi todas las páginas. La constante, lo que no cambia a lo largo de los años, es el buen ojo de Brian para observar los gestos de la gente, tanto en las expresiones faciales como en el lenguaje corporal. En cuanto a la narrativa, en las historias cortas el autor se auto-impone una única y cuasi-inamovible grilla de cuatro viñetas iguales y la pilotea muy bien, mientras que en Marisa Quiere Pija la grilla que manda es la de 6 cuadros, y es menos inmutable, da más permiso para que –cuando Janchez lo necesita- la puesta en página vaya para otro lado.
Los guiones de las historias cortas son pequeñas fetas de situaciones muy reales, de las que nos pasan a todos, y casi siempre tienen que ver con la pareja: amores, desamores, confesiones, silencios, garches, cuernos… Los diálogos son tan importantes como las viñetas mudas, en las que los personajes se dicen cosas muy heavies con la mirada, y todo está muy bien escrito, todo suena muy real y -cuando Janchez busca el efecto cómico- muy gracioso.
Marisa Quiere Pija funciona como una breve comedia romántica, al estilo Kevin Smith. Es decir, con una buena dosis de guarangada y con diálogos exquisitos, muy bien trabajados. Tanto la idea que funciona como disparador de la trama, como el desarrollo, como el giro del final, me parecieron brillantes. Me reí, me sentí identificado, sentí la intriga, las ansias por saber cómo se iba a resolver la historia… la pasé muy bien. Son sólo 32 páginas, pero no sobra ni falta nada.
Cualquier cosa con la palabra “pija” en el título puede sonar a chabacanería, a berretada, a algo ramplón resuelto así nomás, apelando al mínimo denominador común. No te dejes engañar. Acá hay diálogos muy subidos de tono y garches intensos, pero la sencillez es apenas una ilusión que nos quiere vender Janchez. No es fácil lograr un guión de esta calidad y, con o sin puteadas, Marisa Quiere Pija está respaldada por algo mucho más complejo que los chistes de pija y concha, que se llama talento.
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Brian Jánchez,
Marisa Quiere Pija
viernes, 19 de diciembre de 2014
19/12: THE VICTORIES Vol.2
Hace relativamente poco, el 3/10/14, me tocó reseñar el primer tomo de esta serie y quedé prendido fuego. Bueno, después de leer el Vol.2 me terminé de carbonizar. Ya no me quedan dudas: Michael Avon Oeming va por todo en las que, sin dudas, es LA obra de su carrera, la más compleja, la más osada, la más pasión transmite en cada una de sus viñetas.
No te dejes engañar por las portadas: The Victories no es simplemente un comic de superhéroes ambientado en un mundo crepuscular, sórdido y jodido. Es un comic repleto de matices, donde todos los personajes (buenos y malos) se ven enredados en complejos dilemas morales, en situaciones espesas de las que no hay una salida fácil, del tipo “le pegamos a los malos y se soluciona todo”. La corrupción, la manipulación de los medios masivos (que a la vez responden a un cónclave de villanos en las sombras), una extraña enfermedad viral, las drogas, una conspiración ancestral que tiene que ver con la luna y con los orígenes de un héroe y un villano… Avon Oeming entreteje todos estos elementos para mantener siempre muy al límite todos los conflictos.
Y si bien la machaca no suele funcionar como vía de resolución de los conflictos, está y tiene mucha presencia. Acá vas a ver peleas, explosiones y destrucciones tremendas, con consecuencias más parecidas a las del mundo real que a las de los otros comics de superhéroes. El autor no escatima crueldad a la hora de mostrar asesinatos, mutilaciones, canibalismo, torturas, gente que le mea la cara a otra gente… En ese contexto, los garches terminan por resultar casi pueriles. Así que si buscás un comic que te shockee, que te impacte con secuencias muy fuertes, de las que no se ven frecuentemente en la historieta yanki, The Victories también te va a enganchar.
En el Vol.1 notábamos que el protagonismo estaba muy concentrado en Faustus y nos preguntábamos si Avon Oeming abriría el juego al resto de los integrantes del equipo. Y la respuesta es sí, en este tomo Faustus tiene un rol más chiquito y los que se llevan muchas más escenas y un desarrollo increíble son D.D. Mau y Metatron. Me voy preparando para los próximos tomos, porque quiero ver qué cartas se guarda el autor para darle ese mismo nivel de complejidad y de carnadura humana a Sai, Sleeper y Lady Dragon.
Como si esto fuera poco, el dibujo sigue a un nivel altísimo. Con el correr de los episodios aparecen más personajes y siempre impacta el diseño de los trajes, de las armas, de los vehículos. A esta altura ya es difícil imaginar personajes con superpoderes con un aspecto único, original. Avon Oeming lo logra muchas veces en estas páginas. El claroscuro visceral, bien cargado de sensibilidad noir del dibujante se fusiona cada vez mejor, más armoniosamente con la paleta del colorista Nick Filardi. Y una vez más, lo más grosso termina por ser la narrativa, el constante riesgo, la constante búsqueda del autor en este rubro. Avon Oeming logra mediante un sinfín de recursos narrativos que la intensidad no baje nunca y que la sensación de asfixia, de “se está yendo todo a la mierda” no afloje jamás. Ni siquiera en las escenas más tranqui, el autor parece dispuesto a darnos un respiro. Eso hace que leer The Victories se convierta en una experiencia fuerte, casi traumática, 100% irrestistible y adictiva.
Comic de autor, pensado para un público adulto, y protagonizado por chabones y minitas con superpoderes. ¿Se puede, o es un disparate? Se puede. Michael Avon Oeming lo está demostrando y yo lo estoy disfrutando a pleno. Me encanta la onda neo-clásica de Astro City, con los héroes nobles, limpitos, adorados por la gente de su ciudad. Pero también me seduce esta onda sombría, siniestra, en la que la línea entre buenos y malos es tenue y en la que los protagonistas matan, garchan, escabian, se drogan, mienten y putean como colectiveros en un embotellamiento en la avenida Medrano con 38 grados de calor y el bondi repleto. Un poco de mugre cada tanto viene bien y The Victories te enchastra hasta el alma, con una calidad muy, muy notable.
No te dejes engañar por las portadas: The Victories no es simplemente un comic de superhéroes ambientado en un mundo crepuscular, sórdido y jodido. Es un comic repleto de matices, donde todos los personajes (buenos y malos) se ven enredados en complejos dilemas morales, en situaciones espesas de las que no hay una salida fácil, del tipo “le pegamos a los malos y se soluciona todo”. La corrupción, la manipulación de los medios masivos (que a la vez responden a un cónclave de villanos en las sombras), una extraña enfermedad viral, las drogas, una conspiración ancestral que tiene que ver con la luna y con los orígenes de un héroe y un villano… Avon Oeming entreteje todos estos elementos para mantener siempre muy al límite todos los conflictos.
Y si bien la machaca no suele funcionar como vía de resolución de los conflictos, está y tiene mucha presencia. Acá vas a ver peleas, explosiones y destrucciones tremendas, con consecuencias más parecidas a las del mundo real que a las de los otros comics de superhéroes. El autor no escatima crueldad a la hora de mostrar asesinatos, mutilaciones, canibalismo, torturas, gente que le mea la cara a otra gente… En ese contexto, los garches terminan por resultar casi pueriles. Así que si buscás un comic que te shockee, que te impacte con secuencias muy fuertes, de las que no se ven frecuentemente en la historieta yanki, The Victories también te va a enganchar.
En el Vol.1 notábamos que el protagonismo estaba muy concentrado en Faustus y nos preguntábamos si Avon Oeming abriría el juego al resto de los integrantes del equipo. Y la respuesta es sí, en este tomo Faustus tiene un rol más chiquito y los que se llevan muchas más escenas y un desarrollo increíble son D.D. Mau y Metatron. Me voy preparando para los próximos tomos, porque quiero ver qué cartas se guarda el autor para darle ese mismo nivel de complejidad y de carnadura humana a Sai, Sleeper y Lady Dragon.
Como si esto fuera poco, el dibujo sigue a un nivel altísimo. Con el correr de los episodios aparecen más personajes y siempre impacta el diseño de los trajes, de las armas, de los vehículos. A esta altura ya es difícil imaginar personajes con superpoderes con un aspecto único, original. Avon Oeming lo logra muchas veces en estas páginas. El claroscuro visceral, bien cargado de sensibilidad noir del dibujante se fusiona cada vez mejor, más armoniosamente con la paleta del colorista Nick Filardi. Y una vez más, lo más grosso termina por ser la narrativa, el constante riesgo, la constante búsqueda del autor en este rubro. Avon Oeming logra mediante un sinfín de recursos narrativos que la intensidad no baje nunca y que la sensación de asfixia, de “se está yendo todo a la mierda” no afloje jamás. Ni siquiera en las escenas más tranqui, el autor parece dispuesto a darnos un respiro. Eso hace que leer The Victories se convierta en una experiencia fuerte, casi traumática, 100% irrestistible y adictiva.
Comic de autor, pensado para un público adulto, y protagonizado por chabones y minitas con superpoderes. ¿Se puede, o es un disparate? Se puede. Michael Avon Oeming lo está demostrando y yo lo estoy disfrutando a pleno. Me encanta la onda neo-clásica de Astro City, con los héroes nobles, limpitos, adorados por la gente de su ciudad. Pero también me seduce esta onda sombría, siniestra, en la que la línea entre buenos y malos es tenue y en la que los protagonistas matan, garchan, escabian, se drogan, mienten y putean como colectiveros en un embotellamiento en la avenida Medrano con 38 grados de calor y el bondi repleto. Un poco de mugre cada tanto viene bien y The Victories te enchastra hasta el alma, con una calidad muy, muy notable.
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Michael Avon Oeming,
The Victories
jueves, 18 de diciembre de 2014
18/12: THE BEST OF JUDGE DREDD
Este es un libro con trampa. Tiene casi 300 páginas, varias de ellas a color y se consigue por dos mangos en cualquier librería de Inglaterra o EEUU. Y es verdad lo que dice en la portada, trae mucho de “lo mejor de Judge Dredd”, la serie que desde 1977 se erigió en emblema del comic británico. ¿Dónde está la trampa? En que muchas de las mejores sagas están incompletas. El libro publica tres o cuatro de esos episodios cortitos que salián semana a semana en la 2000 A.D., y cuando te estás enganchando a full con sagas clásicas como Cursed Earth, Judge Child, o la más reciente Origins, te clavan un “Hasta acá llega nuestro extracto de esta historia. Para leerla completa comprá el libro Origins (o la que sea) de la editorial Rebellion”. Te dan el anzuelito con la carnada, vos mordés y cagaste. Ahora, a buscar cuatro o cinco libros más de Dredd para saber cómo corno terminan las historias.
Digo, si te ceba realmente el personaje. Si no, si querías tener “algo de Dredd” para satisfacer tu curiosidad, o para ver cómo evolucionó la serie de los ´70 a nuestros días, te podés conformar con el material que ofrece este libro y no comprarte ningún otro. Porque además de estas “fetas de saga”, el libro trae varias historias completas que detallo a continuación:
Arranacmos con “Meet Judge Dredd”, la primera historieta del cana más duro de Megacity One, un clásico muchas veces reeditado. Después hay varias historias cortas más de la primera época, entre ellas la primera aparición de Don Uggie, quien quizás sea el primer villano recurrente de la serie.
Dentro del extenso arco argumental de Cursed Earth, aparecen mini-arcos, historias cortas que encajan con la saga central. El libro ofrece una de ellas, Tweak´s Story, que es excelente. Cuando volvemos a los unitarios, tenemos la primera aparición de Gestapo Bob, la clásica “The Return of Rico!” (con un planteo que recontra-ameritaba una saga larga) y una especie de secuela, muchos años posterior, centrada en la sobrina de Dredd. Está la comiquísima “Judge Dredd: Hyper-Cop!” y una saguita de tres episodios muy graciosa y con una bajada de línea muy interesante: Otto Sump´s Ugly Clinic, ácida sátira al tema de las cirugías estéticas. En el segmento a todo color tenemos una comedia de enredos y machaca, también de clara intención humorística, Mrs. Gunderson´s Big Adventure. Y también completa (mitad a color y mitad a blanco y negro), está la atractiva saguita de P.J. Maybe, en la que Dredd investiga sin éxito una serie de crímenes cometidos por un pibito al que todos toman por idiota.
Pero lo que realmente reivindica a este libro, lo que lo eleva a la categoría de librazo, es que incluye enteritas las 64 páginas de America, la novela gráfica serializada en 1990 en los primeros números de la Judge Dredd Megazine. Esta es la mejor historia del Juez que leí en mi vida, una cátedra absoluta de John Wagner y Colin McNeil. Olvidate del humor socarrón, entre negro e irónico, y la machaca por la machaca misma. Hay algún toque, alguna sutil pincelada de humor con mala leche, y también hay acción, explosiones, persecuciones, amor y garches. Pero básicamente America es un manifiesto político. Es un inglés que se sienta a pensar acerca de EEUU, de sus ideales, que nos invita a preguntarnos qué lugar ocupa la libertad en una sociedad en la que existe la policía, y más aún, la policía de gatillo fácil. Salvando las distancias, America es una historieta hermana de V for Vendetta, va para ese lado, busca generarnos ese impacto, esas reacciones, esas reflexiones. El rol de Dredd es mínimo. No es ni el héroe ni el villano, es apenas un engranaje en un sistema que –por primera vez un guionista de Dredd lo dice con todas las letras- está intrínsecamente mal. Realmente un trabajo magnífico, tanto del guionista (que con esto le cerró el orto a sus detractores casi tanto como Alejandro Sabella en el Mundial) como del dibujante, que tiene momentos de altísimo vuelo, con páginas que irradian belleza, riesgo y talento.
El resto de los dibujantes, al lado de Colin McNeil, la tienen brava. Obviamente sale bien parado Brian Bolland, un indiscutible. Y está muy bueno ver trabajos de distintas épocas del maestro Carlos Ezquerra para analizar y celebrar su evolución. Por suerte también hay bastantes páginas del siempre efectivo Mike McMahon, un unitario muy bien dibujado por Ian Gibson y el resto, más desparejo, con un par de dibujantes chatos y adocenados, y un trabajo de Liam Sharp cuando recién empezaba y no pelaba ni en pedo como peló más tarde. Horrible, lo que se dice horrible, no hay nada.
En suma, si no sos hardcore fan de Judge Dredd y te conformás con tener varias historias completas (entre ellas la mejor) y cachitos de las sagas más grossas, este libro tiene ganado un lugar en tu biblioteca, con toda justicia.
Digo, si te ceba realmente el personaje. Si no, si querías tener “algo de Dredd” para satisfacer tu curiosidad, o para ver cómo evolucionó la serie de los ´70 a nuestros días, te podés conformar con el material que ofrece este libro y no comprarte ningún otro. Porque además de estas “fetas de saga”, el libro trae varias historias completas que detallo a continuación:
Arranacmos con “Meet Judge Dredd”, la primera historieta del cana más duro de Megacity One, un clásico muchas veces reeditado. Después hay varias historias cortas más de la primera época, entre ellas la primera aparición de Don Uggie, quien quizás sea el primer villano recurrente de la serie.
Dentro del extenso arco argumental de Cursed Earth, aparecen mini-arcos, historias cortas que encajan con la saga central. El libro ofrece una de ellas, Tweak´s Story, que es excelente. Cuando volvemos a los unitarios, tenemos la primera aparición de Gestapo Bob, la clásica “The Return of Rico!” (con un planteo que recontra-ameritaba una saga larga) y una especie de secuela, muchos años posterior, centrada en la sobrina de Dredd. Está la comiquísima “Judge Dredd: Hyper-Cop!” y una saguita de tres episodios muy graciosa y con una bajada de línea muy interesante: Otto Sump´s Ugly Clinic, ácida sátira al tema de las cirugías estéticas. En el segmento a todo color tenemos una comedia de enredos y machaca, también de clara intención humorística, Mrs. Gunderson´s Big Adventure. Y también completa (mitad a color y mitad a blanco y negro), está la atractiva saguita de P.J. Maybe, en la que Dredd investiga sin éxito una serie de crímenes cometidos por un pibito al que todos toman por idiota.
Pero lo que realmente reivindica a este libro, lo que lo eleva a la categoría de librazo, es que incluye enteritas las 64 páginas de America, la novela gráfica serializada en 1990 en los primeros números de la Judge Dredd Megazine. Esta es la mejor historia del Juez que leí en mi vida, una cátedra absoluta de John Wagner y Colin McNeil. Olvidate del humor socarrón, entre negro e irónico, y la machaca por la machaca misma. Hay algún toque, alguna sutil pincelada de humor con mala leche, y también hay acción, explosiones, persecuciones, amor y garches. Pero básicamente America es un manifiesto político. Es un inglés que se sienta a pensar acerca de EEUU, de sus ideales, que nos invita a preguntarnos qué lugar ocupa la libertad en una sociedad en la que existe la policía, y más aún, la policía de gatillo fácil. Salvando las distancias, America es una historieta hermana de V for Vendetta, va para ese lado, busca generarnos ese impacto, esas reacciones, esas reflexiones. El rol de Dredd es mínimo. No es ni el héroe ni el villano, es apenas un engranaje en un sistema que –por primera vez un guionista de Dredd lo dice con todas las letras- está intrínsecamente mal. Realmente un trabajo magnífico, tanto del guionista (que con esto le cerró el orto a sus detractores casi tanto como Alejandro Sabella en el Mundial) como del dibujante, que tiene momentos de altísimo vuelo, con páginas que irradian belleza, riesgo y talento.
El resto de los dibujantes, al lado de Colin McNeil, la tienen brava. Obviamente sale bien parado Brian Bolland, un indiscutible. Y está muy bueno ver trabajos de distintas épocas del maestro Carlos Ezquerra para analizar y celebrar su evolución. Por suerte también hay bastantes páginas del siempre efectivo Mike McMahon, un unitario muy bien dibujado por Ian Gibson y el resto, más desparejo, con un par de dibujantes chatos y adocenados, y un trabajo de Liam Sharp cuando recién empezaba y no pelaba ni en pedo como peló más tarde. Horrible, lo que se dice horrible, no hay nada.
En suma, si no sos hardcore fan de Judge Dredd y te conformás con tener varias historias completas (entre ellas la mejor) y cachitos de las sagas más grossas, este libro tiene ganado un lugar en tu biblioteca, con toda justicia.
miércoles, 17 de diciembre de 2014
17/12: JOE KUBERT PRESENTS
Este masacote de más de 300 páginas reúne los seis números de Joe Kubert Presents, una antología coordinada por el veterano maestro, que se empezó a publicar días después de su fallecimiento, en Agosto de 2012. Por suerte Kubert y sus asistentes habían empezado a trabajar en 2009, con lo cual para la muerte del maestro estaban terminadas casi todas las historietas que componen la antología. Veamos qué hay.
El primer golpe que nos asesta el Viejo Joe es una historieta de 22 páginas en las que reformula el origen de Hawkman y Hawkgirl y nos cuenta una nueva versión de cómo llegan a la Tierra y cuál es su misión en este planeta. Obviamente esto no es parte de ninguna continuidad, pero es notablemente mejor que el origen de los ´60. Kubert escribe, dibuja, entinta y colorea una historia bellísima, que gana fuerza con el correr de las páginas y llega a un final que le hubiese encantado dibujar a Burne Hogarth.
Casi de keruza, de a poquitas páginas por número, Kubert también nos cuenta la historia de Spit, un chico huérfano, sumido en la miseria, que terminará embarcado en un buque ballenero de los que surcaban los mares a mediados del Siglo XIX. Se nota que es una historia pensada para muchas más páginas y que el maestro apenas logró esbozarla. Tiene un tono bien decimonónico, de novela de Charles Dickens, y casi todas las páginas están resueltas sin tinta, sólo con lápiz y algún efecto de iluminación logrado con témpera blanca. Visualmente esto es majestuoso, desde la reconstrucción de época hasta la expresividad a flor de piel que nos transmite ese lápiz bien crudo, bien salvaje.
En 1983, Kubert planificó una maxiserie de 12 números para DC que se anunció, pero jamás salió. Cuando el maestro la abandonó para concentrarse en otros trabajos, tenía tres episodios de The Redeemer terminados y acá por fin los podemos leer, más de 30 años tarde. El guión está bien, tiene una estructura muy clásica, barnizada con alguna idea más loca, algún vínculo sutil con el DCU y algún concepto que trasciende la mera aventura del bueno que le gana a los malos. Y el dibujo (de nuevo) te descoloca la mandíbula. Son 70 páginas al recontra-palo, con el Viejo dejando la vida en cada viñeta y en cada secuencia.
El Sargento Rock no podía faltar, y Kubert dibuja (como los dioses) una breve historia escrita por Paul Levitz, que funciona como doble homenaje: a los caídos en el Día D, y al propio Rock, como ícono del comic bélico.
Otro unitario lindo es The Biker, 13 páginas escritas y dibujadas por el prócer, que no desentonarían en una antología de terror, misterio o suspenso como las que cada tanto publica Vertigo.
Después hay otros dos unitarios cortitos, co-escritos por Kubert. The Ruby es una especie de pre-Secret Origin de Sargon the Sorcerer, muy raro, con muy buenos dibujos de Henrik Jonsson. Y finalmente, las 8 paginitas de Devil´s Play (co-escritas y dibujadas por el notable Brandon Vietti) funcionan como homenaje de Kubert al glorioso Jack Kirby, con Kamandi y Etrigan como protagonistas.
Y además de lucirse como guionista, dibujante, colorista, etc., el maestro Kubert invita a jugar a su revista a otros dos artistas a los que tiene en alta estima. Uno es Brian Buniak, un historietista muy dotado para la sátira al estilo MAD de los ´50. Buniak aporta una historia larga y dos cortitas de Angel and the Ape, una extraña comedia detectivesca surgida en los ´60, siempre en las márgenes del “canon oficial” del Universo DC. Y funciona, es todo muy gracioso y te deja con ganas de leer más.
El otro invitado es el veterano Sam Glanzman, habitual colaborador de las revistas bélicas en la época en las que Kubert era el coordinador. Glanzman explora dos vertientes: comics documentales repletos de data sobre barcos, submarinos y batallas de la Segunda Guerra Mundial (con el dibujo muy subordinado a extensos choclos de texto) y comics autobiográficos donde narra sus propias experiencias como marinero en un buque de guerra yanki durante dicho conflicto. A pesar de algún golpe bajo (y de un dibujo por momentos precario), estas últimas historias son realmente fuertes, impactantes y conmovedoras.
Aventura clásica de alto vuelo, misterio, guerra, comedia, drama, twists extraños a los orígenes de algún superhéroe… esto tiene de todo menos obviedades. Y como casi todo está dibujado a un nivel altísimo, por uno de los grandes maestros de la historia del Noveno Arte, hay que tenerlo, de una.
El primer golpe que nos asesta el Viejo Joe es una historieta de 22 páginas en las que reformula el origen de Hawkman y Hawkgirl y nos cuenta una nueva versión de cómo llegan a la Tierra y cuál es su misión en este planeta. Obviamente esto no es parte de ninguna continuidad, pero es notablemente mejor que el origen de los ´60. Kubert escribe, dibuja, entinta y colorea una historia bellísima, que gana fuerza con el correr de las páginas y llega a un final que le hubiese encantado dibujar a Burne Hogarth.
Casi de keruza, de a poquitas páginas por número, Kubert también nos cuenta la historia de Spit, un chico huérfano, sumido en la miseria, que terminará embarcado en un buque ballenero de los que surcaban los mares a mediados del Siglo XIX. Se nota que es una historia pensada para muchas más páginas y que el maestro apenas logró esbozarla. Tiene un tono bien decimonónico, de novela de Charles Dickens, y casi todas las páginas están resueltas sin tinta, sólo con lápiz y algún efecto de iluminación logrado con témpera blanca. Visualmente esto es majestuoso, desde la reconstrucción de época hasta la expresividad a flor de piel que nos transmite ese lápiz bien crudo, bien salvaje.
En 1983, Kubert planificó una maxiserie de 12 números para DC que se anunció, pero jamás salió. Cuando el maestro la abandonó para concentrarse en otros trabajos, tenía tres episodios de The Redeemer terminados y acá por fin los podemos leer, más de 30 años tarde. El guión está bien, tiene una estructura muy clásica, barnizada con alguna idea más loca, algún vínculo sutil con el DCU y algún concepto que trasciende la mera aventura del bueno que le gana a los malos. Y el dibujo (de nuevo) te descoloca la mandíbula. Son 70 páginas al recontra-palo, con el Viejo dejando la vida en cada viñeta y en cada secuencia.
El Sargento Rock no podía faltar, y Kubert dibuja (como los dioses) una breve historia escrita por Paul Levitz, que funciona como doble homenaje: a los caídos en el Día D, y al propio Rock, como ícono del comic bélico.
Otro unitario lindo es The Biker, 13 páginas escritas y dibujadas por el prócer, que no desentonarían en una antología de terror, misterio o suspenso como las que cada tanto publica Vertigo.
Después hay otros dos unitarios cortitos, co-escritos por Kubert. The Ruby es una especie de pre-Secret Origin de Sargon the Sorcerer, muy raro, con muy buenos dibujos de Henrik Jonsson. Y finalmente, las 8 paginitas de Devil´s Play (co-escritas y dibujadas por el notable Brandon Vietti) funcionan como homenaje de Kubert al glorioso Jack Kirby, con Kamandi y Etrigan como protagonistas.
Y además de lucirse como guionista, dibujante, colorista, etc., el maestro Kubert invita a jugar a su revista a otros dos artistas a los que tiene en alta estima. Uno es Brian Buniak, un historietista muy dotado para la sátira al estilo MAD de los ´50. Buniak aporta una historia larga y dos cortitas de Angel and the Ape, una extraña comedia detectivesca surgida en los ´60, siempre en las márgenes del “canon oficial” del Universo DC. Y funciona, es todo muy gracioso y te deja con ganas de leer más.
El otro invitado es el veterano Sam Glanzman, habitual colaborador de las revistas bélicas en la época en las que Kubert era el coordinador. Glanzman explora dos vertientes: comics documentales repletos de data sobre barcos, submarinos y batallas de la Segunda Guerra Mundial (con el dibujo muy subordinado a extensos choclos de texto) y comics autobiográficos donde narra sus propias experiencias como marinero en un buque de guerra yanki durante dicho conflicto. A pesar de algún golpe bajo (y de un dibujo por momentos precario), estas últimas historias son realmente fuertes, impactantes y conmovedoras.
Aventura clásica de alto vuelo, misterio, guerra, comedia, drama, twists extraños a los orígenes de algún superhéroe… esto tiene de todo menos obviedades. Y como casi todo está dibujado a un nivel altísimo, por uno de los grandes maestros de la historia del Noveno Arte, hay que tenerlo, de una.
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martes, 16 de diciembre de 2014
16/12: QUIMERA Vol.1
Otra vez la ciudad de Rosario se convierte en cuna de un antología con autores nuevos, o sin mucha trayectoria en los medios de alcance nacional, y con historietas centradas en los géneros más clásicos. La principal diferencia entre Quimera y la ya consagrada Términus es que esta nueva publicación apuesta por historietas más extensas. En 64 páginas tenemos sólo cinco historietas y eso permite que cada una tenga más espacio para desarrollarse. Veamos cómo lo aprovecha cada uno de los autores que participan de la antología.
Abre el juego José Ballester, con una historia extraña, inquietante, que no sé si termina ahí o si es el primer episodio de una serie pensada a largo plazo. La trama da pie a varias secuencias de alto impacto, pero este se diluye un poco porque la faz gráfica no está demasiado cuidada. Ballester tiene un estilo basado en el trazo fiinito del plumín, y por momentos la historieta se ve desprolija, parece de un fanzine. Y te digo más, de un fanzine de los ´80, cuando estaba de moda copiar las rayitas y las tramitas de Moebius y Enki Bilal.
La segunda historieta, en cambio, nos muestra a Bruno Deambroggi en un trabajo increíble en términos de línea, de planificación de la página, de equilibrio entre blancos, negros y grises, con la espacialidad de las viñetas muy pensada y muy lograda, y con el desafío de contar una historia en 15 páginas sin textos. Ahí es donde derrapa: el guión no llega hacerse confuso, pero sí muy simple y –por ende- muy aburrido. Urgente un guionista para este muchacho, que no debe desperdiciar su amplio talento como dibujante en historias que no van a ningún lado.
Una Cena Celestial es la única historieta con guionista (César Libardi) y tiene sólo ocho páginas, dibujadas con bastantes altibajos por Nicolás Zuliani. Este dibujante trabaja bien el claroscuro, aplica bien los grises y arma bien la página. Su punto realmente alto son los primeros planos de los personajes, y cuando lo sacás de ahí, cuando tiene que narrar con planos largos, o con ángulos un poquito más complicados, muestra muchas limitaciones. La historieta es una comedia con visos sobrenaturales, muy efectiva, con los mejores diálogos de la revista y con personajes a los que espero volver a ver en el Vol.2.
La historieta más corta, con sólo siete páginas, es la que tiene los mejores dibujos, obra del Zorro Re, un autor con muchísimos años de militancia en el under y bastante trabajo publicado en el exterior. Acá hay un gran diseño de personajes, fondos trabajadísimos, la acción bien planificada y unas texturas logradas con grises realmente impactantes. Sospecho que es un trabajo realizado a color y luego pasado a blanco y negro y si es así: 1) quisiera verlo a color, aunque sea en un sitio web, porque debe ser aún más alucinante y b) no se sufre para nada el traspaso a grises. ¿El guión? Olvidate. Es cualquiera, una mera excusa para ver a estos guerreros antropomórficos en acción. Si traen un guionista para Deambroggi, tráiganle uno también al Zorro.
La última historia está a cargo de Mauro Bueno, que dibuja bastante bien hasta la última página donde –no sé por qué- se cae y comete errores muy básicos. Tampoco entiendo por qué le pareció interesante o gracioso que todos los textos (incluso los diálogos) estén en verso. La verdad, a mí me resultó incómodo y hasta torpe, porque la métrica de los versos suele estar mal.
Como complemento, una buena entrevista de Leandro Arteaga a Quique Alcatena, y that´s all, folks. Para ser un número uno de una propuesta nueva, no está mal, pero hay muchas cosas para mejorar. Lo primero y fundamental es romper la trampa del amiguismo: que publiquen los mejores artistas a los que tengan acceso, no los amigos, o los que ponen plata para pagarle a la imprenta. Esto se ve bien, el papel es excelente, está bien impreso, encuadernado con lomito… no desaprovechemos estos recursos publicando material mediocre sólo para satisfacer vanidades. Si subimos la apuesta en la presentación, subámosla también en la calidad del material que se publica. Y para eso son fundamentales los guionistas. Una historieta con guionista y cuatro escritas por los dibujantes es una proporción suicida, casi una garantía de que nos vamos a morfar un par de sapos por número. Hace poco salió el Vol.2 y la verdad es que no me fijé si sumaron guionistas, o autores más conocidos, o si retoman algunas de las historias de este Vol.1 que claramente daban para más. Ojalá con el correr de los números Quimera encuentre un rumbo que le permita combinar buena calidad en las historietas y buena repercusión en el público, que es algo indispensable para que un proyecto se sostenga y pueda crecer.
Abre el juego José Ballester, con una historia extraña, inquietante, que no sé si termina ahí o si es el primer episodio de una serie pensada a largo plazo. La trama da pie a varias secuencias de alto impacto, pero este se diluye un poco porque la faz gráfica no está demasiado cuidada. Ballester tiene un estilo basado en el trazo fiinito del plumín, y por momentos la historieta se ve desprolija, parece de un fanzine. Y te digo más, de un fanzine de los ´80, cuando estaba de moda copiar las rayitas y las tramitas de Moebius y Enki Bilal.
La segunda historieta, en cambio, nos muestra a Bruno Deambroggi en un trabajo increíble en términos de línea, de planificación de la página, de equilibrio entre blancos, negros y grises, con la espacialidad de las viñetas muy pensada y muy lograda, y con el desafío de contar una historia en 15 páginas sin textos. Ahí es donde derrapa: el guión no llega hacerse confuso, pero sí muy simple y –por ende- muy aburrido. Urgente un guionista para este muchacho, que no debe desperdiciar su amplio talento como dibujante en historias que no van a ningún lado.
Una Cena Celestial es la única historieta con guionista (César Libardi) y tiene sólo ocho páginas, dibujadas con bastantes altibajos por Nicolás Zuliani. Este dibujante trabaja bien el claroscuro, aplica bien los grises y arma bien la página. Su punto realmente alto son los primeros planos de los personajes, y cuando lo sacás de ahí, cuando tiene que narrar con planos largos, o con ángulos un poquito más complicados, muestra muchas limitaciones. La historieta es una comedia con visos sobrenaturales, muy efectiva, con los mejores diálogos de la revista y con personajes a los que espero volver a ver en el Vol.2.
La historieta más corta, con sólo siete páginas, es la que tiene los mejores dibujos, obra del Zorro Re, un autor con muchísimos años de militancia en el under y bastante trabajo publicado en el exterior. Acá hay un gran diseño de personajes, fondos trabajadísimos, la acción bien planificada y unas texturas logradas con grises realmente impactantes. Sospecho que es un trabajo realizado a color y luego pasado a blanco y negro y si es así: 1) quisiera verlo a color, aunque sea en un sitio web, porque debe ser aún más alucinante y b) no se sufre para nada el traspaso a grises. ¿El guión? Olvidate. Es cualquiera, una mera excusa para ver a estos guerreros antropomórficos en acción. Si traen un guionista para Deambroggi, tráiganle uno también al Zorro.
La última historia está a cargo de Mauro Bueno, que dibuja bastante bien hasta la última página donde –no sé por qué- se cae y comete errores muy básicos. Tampoco entiendo por qué le pareció interesante o gracioso que todos los textos (incluso los diálogos) estén en verso. La verdad, a mí me resultó incómodo y hasta torpe, porque la métrica de los versos suele estar mal.
Como complemento, una buena entrevista de Leandro Arteaga a Quique Alcatena, y that´s all, folks. Para ser un número uno de una propuesta nueva, no está mal, pero hay muchas cosas para mejorar. Lo primero y fundamental es romper la trampa del amiguismo: que publiquen los mejores artistas a los que tengan acceso, no los amigos, o los que ponen plata para pagarle a la imprenta. Esto se ve bien, el papel es excelente, está bien impreso, encuadernado con lomito… no desaprovechemos estos recursos publicando material mediocre sólo para satisfacer vanidades. Si subimos la apuesta en la presentación, subámosla también en la calidad del material que se publica. Y para eso son fundamentales los guionistas. Una historieta con guionista y cuatro escritas por los dibujantes es una proporción suicida, casi una garantía de que nos vamos a morfar un par de sapos por número. Hace poco salió el Vol.2 y la verdad es que no me fijé si sumaron guionistas, o autores más conocidos, o si retoman algunas de las historias de este Vol.1 que claramente daban para más. Ojalá con el correr de los números Quimera encuentre un rumbo que le permita combinar buena calidad en las historietas y buena repercusión en el público, que es algo indispensable para que un proyecto se sostenga y pueda crecer.
lunes, 15 de diciembre de 2014
15/12: EAST OF WEST Vol.1
Y ayer festejamos, nomás, después de 13 años de sequía. No me quiero extender sobre esto, pero fue muy emocionante. Le mando un abrazo a todos los lectores de este blog que comparten la pasión racinguista y ahora sí, vamos a la reseña.
Casualmente se trata de la obra de un yanki hincha de River, dignísimo subcampeón. East of West es uno de los tantos kioscos que se armó Jonathan Hickman en Image, algo imprescindible para que nunca falten los proyectos creator-owned entre tanta producción digitada por los intereses corporativos de Marvel y Disney. Es la primera vez que me engancho con una creator-owned de Hickman, por un motivo muy simple: excepto East of West, todas sus series “de autor” tienen dibujantes de lesa humanidad, crotos impresentables que dibujan peor que yo parado, arriba de un 151 repleto.
Por eso quiero empezar hablando bien de Nick Dragotta, el camaleón, el hombre de los mil estilos, a quien ya vimos jugar de suplente en varias series que reseñamos acá en el blog. Para este proyecto puntual, Dragotta acomoda la línea para parecerse a Fiona Staples y le termina saliendo una mezcla bastante atractiva entre la canadiense y Peter Snejberg, el gran danés. Dragotta se luce sobre todo en el manejo del claroscuro (como Snejberg) y en el diseño de naves, fortalezas, armas y demás chiches tecno que abundan en esta saga, porque la ambientación elegida es una hábil mezcla entre western y ciencia-ficción. Y lo más flojo es un vicio heredado de Staples, que son las infinitas viñetas sin fondos. El colorista Frank Martin trata de llevar la estética para el lado de la canadiense, excepto en una secuencia (gloriosa) en la que parece poseído por Juan Giménez y pela –como si fueran novedad- recursos que el mendocino ya manejaba de taquito en los ´80. Pero se ve todo lindo, no hay mucho para criticar en este aspecto y menos si comparamos a East of West con las otras obras de Hickman en Image.
El guión arranca tranqui. Al principio, parece la enésima historia centrada en los cuatro jinetes del Apocalipsis, pero con rasgos más humanos, de tipos y minas “normales”, algo que ya hicieron demasiado bien Neil Gaiman y Terry Pratchett en Good Omens como para volver a insistir sobre lo mismo. Por suerte, esto no es “lo mismo”. Con el correr de las páginas Hickman despliega dos variantes muy atractivas: por un lado, sacarle mucho el jugo a esta ambientación rara, a este futuro en el que EEUU volvió de alguna manera (que ya se explicará, o no) a la época de los westerns, pero con tecnología futurista. Y por el otro, empieza a incorporar personajes y a mostrarnos de qué juega cada uno en este partido complicado, chivo, en el que se mezclan entidades de inmenso poder, fuyeros, fanáticos religiosos, maestros de la runfla política, hechiceros ancestrales, mercenarios de poca monta y genocidas a escala planetaria.
Dentro de este amplio y promisorio elenco, hay personajes apenas explorados, un par que pintan para tener roles importantes más adelante (Archibald Chamberlain, claramente) y uno que de a poquito se morfa la saga: Xiaolian, la princesa de la dinastía de Mao que conquistó a la Muerte en un sentido distinto al que te imaginás. En el segundo tramo del TPB, Xiaolian cobra una fuerza increíble y nos demuestra que Hickman, además de ser grosso a la hora de volar, de generar ideas grandilocuentes y conceptos originales, también sabe darle humanidad a los personajes y convencernos de que, a pesar de los poderes, los implantes cibernéticos o lo que chota sea, son casi seres de carne y hueso. Todo esto, obviamente, mediante hermosos diálogos y conmovedores silencios, e incluso con bloques de texto, porque le permite a los distintos personajes hacerse cargo, alternativamente, del relato en off.
Por la magnitud de los conflictos que se empiezan a delinear en este tomo, se me ocurre que Hickman pensó a East of West como una serie corta, como para durar no más de 25 episodios, o cinco TPBs. No la veo durando 75 episodios, ni a palos. Pero bueno, Lucifer duró más o menos eso con conceptos más zarpados, así que puede pasar cualquier cosa. Por ahora, East of West me enganchó y quiero más. Tengo el Vol.2 acovachado para leer el año que viene y en cuanto pueda me compro el Vol.3. La serie va por el n°16 en EEUU, así que con un tomo más ya estoy virtualmente al día. Si sos fan de Jonathan Hickman, dale una oportunidad, que no te va a defraudar. Esto es heavy, intenso, por momentos muy violento, con giros muy impredecibles y con todo para ser una obra realmente memorable.
Casualmente se trata de la obra de un yanki hincha de River, dignísimo subcampeón. East of West es uno de los tantos kioscos que se armó Jonathan Hickman en Image, algo imprescindible para que nunca falten los proyectos creator-owned entre tanta producción digitada por los intereses corporativos de Marvel y Disney. Es la primera vez que me engancho con una creator-owned de Hickman, por un motivo muy simple: excepto East of West, todas sus series “de autor” tienen dibujantes de lesa humanidad, crotos impresentables que dibujan peor que yo parado, arriba de un 151 repleto.
Por eso quiero empezar hablando bien de Nick Dragotta, el camaleón, el hombre de los mil estilos, a quien ya vimos jugar de suplente en varias series que reseñamos acá en el blog. Para este proyecto puntual, Dragotta acomoda la línea para parecerse a Fiona Staples y le termina saliendo una mezcla bastante atractiva entre la canadiense y Peter Snejberg, el gran danés. Dragotta se luce sobre todo en el manejo del claroscuro (como Snejberg) y en el diseño de naves, fortalezas, armas y demás chiches tecno que abundan en esta saga, porque la ambientación elegida es una hábil mezcla entre western y ciencia-ficción. Y lo más flojo es un vicio heredado de Staples, que son las infinitas viñetas sin fondos. El colorista Frank Martin trata de llevar la estética para el lado de la canadiense, excepto en una secuencia (gloriosa) en la que parece poseído por Juan Giménez y pela –como si fueran novedad- recursos que el mendocino ya manejaba de taquito en los ´80. Pero se ve todo lindo, no hay mucho para criticar en este aspecto y menos si comparamos a East of West con las otras obras de Hickman en Image.
El guión arranca tranqui. Al principio, parece la enésima historia centrada en los cuatro jinetes del Apocalipsis, pero con rasgos más humanos, de tipos y minas “normales”, algo que ya hicieron demasiado bien Neil Gaiman y Terry Pratchett en Good Omens como para volver a insistir sobre lo mismo. Por suerte, esto no es “lo mismo”. Con el correr de las páginas Hickman despliega dos variantes muy atractivas: por un lado, sacarle mucho el jugo a esta ambientación rara, a este futuro en el que EEUU volvió de alguna manera (que ya se explicará, o no) a la época de los westerns, pero con tecnología futurista. Y por el otro, empieza a incorporar personajes y a mostrarnos de qué juega cada uno en este partido complicado, chivo, en el que se mezclan entidades de inmenso poder, fuyeros, fanáticos religiosos, maestros de la runfla política, hechiceros ancestrales, mercenarios de poca monta y genocidas a escala planetaria.
Dentro de este amplio y promisorio elenco, hay personajes apenas explorados, un par que pintan para tener roles importantes más adelante (Archibald Chamberlain, claramente) y uno que de a poquito se morfa la saga: Xiaolian, la princesa de la dinastía de Mao que conquistó a la Muerte en un sentido distinto al que te imaginás. En el segundo tramo del TPB, Xiaolian cobra una fuerza increíble y nos demuestra que Hickman, además de ser grosso a la hora de volar, de generar ideas grandilocuentes y conceptos originales, también sabe darle humanidad a los personajes y convencernos de que, a pesar de los poderes, los implantes cibernéticos o lo que chota sea, son casi seres de carne y hueso. Todo esto, obviamente, mediante hermosos diálogos y conmovedores silencios, e incluso con bloques de texto, porque le permite a los distintos personajes hacerse cargo, alternativamente, del relato en off.
Por la magnitud de los conflictos que se empiezan a delinear en este tomo, se me ocurre que Hickman pensó a East of West como una serie corta, como para durar no más de 25 episodios, o cinco TPBs. No la veo durando 75 episodios, ni a palos. Pero bueno, Lucifer duró más o menos eso con conceptos más zarpados, así que puede pasar cualquier cosa. Por ahora, East of West me enganchó y quiero más. Tengo el Vol.2 acovachado para leer el año que viene y en cuanto pueda me compro el Vol.3. La serie va por el n°16 en EEUU, así que con un tomo más ya estoy virtualmente al día. Si sos fan de Jonathan Hickman, dale una oportunidad, que no te va a defraudar. Esto es heavy, intenso, por momentos muy violento, con giros muy impredecibles y con todo para ser una obra realmente memorable.
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domingo, 14 de diciembre de 2014
14/12: DR. MORTIS Vol.8
Como hace dos domingos, hoy me importa muy poco todo lo que no tenga que ver con el partido de Racing. Pero bueno, vamos a hacer de cuenta que esto no es así, y a reseñar con el mayor decoro posible el librito que empecé ayer y terminé hace un rato.
Como lo prometido es deuda, vuelvo a meterme con este clásico de la historieta chilena, a través del material recuperado por el sello Unlimited para esta serie de libritos coleccionables aparecidos hace unos años. Este Vol.8 me sorprendió un par de veces, así que vamos a explorarlo.
En primer lugar, aparece la que pareciera ser la más antigua de las tres historietas del libro: Requiem para el Doctor Mortis, escrita por Juan Marino (creador del personaje) y dibujada por Máximo Carvajal. Esta es una historia importante, canónica, porque nos cuenta cómo finalmente un grupo de científicos y el padre Libby logran sacarse de encima de manera definitiva al siniestro Doctor Mortis. Contra todos los pronósticos, acá el diabólico protagonista pierde la partida y se esfuma de la faz de la Tierra. De hecho, cuando vuelva en las secuelas que vimos el año pasado (In Absentia, Eterno Retorno e In Nomine) volverá de donde lo mandan en esta historia. Hay que decir que el guión de Marino tarda en arrancar: da muchas vueltas, pierde tiempo en protocolos y chamuyos innecesarios hasta que finalmente todo pasa en las últimas 5 páginas; y pasa de tal modo que vuelve totalmente irrelevante a lo que pasó en las 18 anteriores. Carvajal, por su parte, está considerado uno de los grandes maestros del comic chileno de aventuras, y sin embargo su estilo me resulta soso, derivativo, sin rasgos originales y por momentos incluso un poco torpe. Acá, además de esa falta de rasgos de estilo, sufrimos decisiones muy cuestionables en el armado de la página, en la organización espacial de las viñetas, los globos y los bloques de texto, que a veces nos confunden y no se entiende cuál es el orden en el que hay que leerlos.
La segunda es una historia corta, de 13 páginas, en las que la guionista Eva Martinic nos cuenta una típica historia de misterio y suspenso, con una bruja, una maldición gitana y una serie de tragedias que se ciernen sobre un avechucho que se quiso pasar de listo. No es un planteo muy original, pero es sólido y está bien contado. Lo más loco es que no tiene absolutamente nada que ver con el Dr. Mortis. Podría haber aparecido en esta revista como en la House of Mystery de DC, o en la Shock SuspenseStories de la E.C.. El dibujo está a cargo de Manuel Cárdenas, otro dibujante de estilo clásico sin rasgos distintivos, muy en la línea de lo que se veía a mediados de los ´70 en las revistas de Columba. Veo un par de dibujos copiados de viñetas de Ricardo Villagrán, y hasta un dibujo repetido, que por suerte es un primer plano bastante bien logrado de la protagonista femenina.
Y terminamos con La Calle de la Morgue, otro guión de Eva Martinic, esta vez desarrollado en 28 páginas que se hacen eternas. La historia (un refrito del famoso cuento de Edgar Allan Poe) está estiradísima, repleta de textos y hasta de personajes que no aportan nada. Pero también tiene una sorpresa: aparece un personaje que tenía todos los números para ser el Dr. Mortis encubierto, y sin embargo no sólo jamás llega la revelación de que este tipo en realidad es Mortis, sino que ni siquiera juega para el bando de los malos! ¿Cuál es el contacto entre esta historia y la saga del demoníaco doctor? Ninguno. Ah, y también hay un personaje llamado “Doctor Morgue”, igual que el de aquel breve clásico de 1959 de Oesterheld y Breccia. El dibujo es obra de Manuel Ahumada, sin dudas el más flojo de los tres dibujantes de este tomo, que no comete errores en la narrativa porque no arriesga nunca. En la biografía que nos ofrece el librito dice que Ahumada se dedicó a pintar cuadros al óleo de paisajes de Quillota, su cuidad natal. Y lo bien que hizo. Como historietista no era desastroso, pero no tenía mucho para aportar.
En fin, un tomo del Dr. Mortis con muy poco Dr. Mortis, supongo que porque se suponía que el Vol.8 iba a ser el último y después, a raíz del éxito de la colección, se decidió publicar algunos tomos más. En ese caso, era coherente cerrar con la crucial Requiem para el Doctor Mortis, y complementar con historias en las que no reapareciera el personaje. Me queda para leer un tomito más, quizás antes de fin de año.
Como lo prometido es deuda, vuelvo a meterme con este clásico de la historieta chilena, a través del material recuperado por el sello Unlimited para esta serie de libritos coleccionables aparecidos hace unos años. Este Vol.8 me sorprendió un par de veces, así que vamos a explorarlo.
En primer lugar, aparece la que pareciera ser la más antigua de las tres historietas del libro: Requiem para el Doctor Mortis, escrita por Juan Marino (creador del personaje) y dibujada por Máximo Carvajal. Esta es una historia importante, canónica, porque nos cuenta cómo finalmente un grupo de científicos y el padre Libby logran sacarse de encima de manera definitiva al siniestro Doctor Mortis. Contra todos los pronósticos, acá el diabólico protagonista pierde la partida y se esfuma de la faz de la Tierra. De hecho, cuando vuelva en las secuelas que vimos el año pasado (In Absentia, Eterno Retorno e In Nomine) volverá de donde lo mandan en esta historia. Hay que decir que el guión de Marino tarda en arrancar: da muchas vueltas, pierde tiempo en protocolos y chamuyos innecesarios hasta que finalmente todo pasa en las últimas 5 páginas; y pasa de tal modo que vuelve totalmente irrelevante a lo que pasó en las 18 anteriores. Carvajal, por su parte, está considerado uno de los grandes maestros del comic chileno de aventuras, y sin embargo su estilo me resulta soso, derivativo, sin rasgos originales y por momentos incluso un poco torpe. Acá, además de esa falta de rasgos de estilo, sufrimos decisiones muy cuestionables en el armado de la página, en la organización espacial de las viñetas, los globos y los bloques de texto, que a veces nos confunden y no se entiende cuál es el orden en el que hay que leerlos.
La segunda es una historia corta, de 13 páginas, en las que la guionista Eva Martinic nos cuenta una típica historia de misterio y suspenso, con una bruja, una maldición gitana y una serie de tragedias que se ciernen sobre un avechucho que se quiso pasar de listo. No es un planteo muy original, pero es sólido y está bien contado. Lo más loco es que no tiene absolutamente nada que ver con el Dr. Mortis. Podría haber aparecido en esta revista como en la House of Mystery de DC, o en la Shock SuspenseStories de la E.C.. El dibujo está a cargo de Manuel Cárdenas, otro dibujante de estilo clásico sin rasgos distintivos, muy en la línea de lo que se veía a mediados de los ´70 en las revistas de Columba. Veo un par de dibujos copiados de viñetas de Ricardo Villagrán, y hasta un dibujo repetido, que por suerte es un primer plano bastante bien logrado de la protagonista femenina.
Y terminamos con La Calle de la Morgue, otro guión de Eva Martinic, esta vez desarrollado en 28 páginas que se hacen eternas. La historia (un refrito del famoso cuento de Edgar Allan Poe) está estiradísima, repleta de textos y hasta de personajes que no aportan nada. Pero también tiene una sorpresa: aparece un personaje que tenía todos los números para ser el Dr. Mortis encubierto, y sin embargo no sólo jamás llega la revelación de que este tipo en realidad es Mortis, sino que ni siquiera juega para el bando de los malos! ¿Cuál es el contacto entre esta historia y la saga del demoníaco doctor? Ninguno. Ah, y también hay un personaje llamado “Doctor Morgue”, igual que el de aquel breve clásico de 1959 de Oesterheld y Breccia. El dibujo es obra de Manuel Ahumada, sin dudas el más flojo de los tres dibujantes de este tomo, que no comete errores en la narrativa porque no arriesga nunca. En la biografía que nos ofrece el librito dice que Ahumada se dedicó a pintar cuadros al óleo de paisajes de Quillota, su cuidad natal. Y lo bien que hizo. Como historietista no era desastroso, pero no tenía mucho para aportar.
En fin, un tomo del Dr. Mortis con muy poco Dr. Mortis, supongo que porque se suponía que el Vol.8 iba a ser el último y después, a raíz del éxito de la colección, se decidió publicar algunos tomos más. En ese caso, era coherente cerrar con la crucial Requiem para el Doctor Mortis, y complementar con historias en las que no reapareciera el personaje. Me queda para leer un tomito más, quizás antes de fin de año.
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sábado, 13 de diciembre de 2014
13/12: THE MASSIVE Vol.2
Segundo tomo de esta serie de Brian Wood, cuya primera entrega vimos el 26/03/14. A lo largo de otro seis episodios, acompañamos al capitán Callum Israel y al resto de la tripulación del Kapital, que siguen navegando los mares de este mundo devastado en busca del Massive, el barco perdido que emite misteriosas señales.
El núcleo central de la trama es ese: un barco persigue a otro y no lo puede encontrar, ni obtener puebas contundentes de que está ahí, donde parece estar. Con esa consigna, Wood mueve a los tripulantes del Kapital por un planeta Tierra que todavía no termina de reacomodarse luego de una serie de cataclismos climáticos naturales, conocidos como “el Crash”, que cambiaron drásticamente los mapas y sobre todo la organización socio-económica de casi todos los países. Como en DMZ, más que héroes o villanos Wood nos presenta sobrevivientes, tipos y minas con pasados bastante turbios, pero con la mente puesta en aguantar, en seguir vivos en medio de un contexto hostil. Esta vez la situación anómala no se acota a una ciudad, sino al mundo entero. Por eso el ritmo de The Massive es más pausado, porque las distancias entre un lugar y otro (y por ende, entre una eventual peripecia y otra) son más grandes.
De todos modos, Wood tiene un Plan B para compensar la falta de acción, o de ritmo más aventurero, y se apoya muy bien en dos recursos: por un lado, en la indagación en este mundo post-Crash; y por el otro, en escarbar en el pasado y en la psiquis de este complejo elenco protagónico, que en vez de expandirse se achica, de modo que cada personaje tiene cada vez más peso específico en la trama. Quizás lo que menos me cierra de The Massive sea ese tono tan melancólico, tan crepuscular, donde no hay margen para la más mínima chispa de humor, donde entre los tantos recursos que escasean, escasea tremendamente la esperanza. Es una serie muy bien pensada, muy bien escrita, pero que obviamente no es para cualquier tipo de lector, porque hay que estar preparado para bancarse el ritmo parsimonioso al que avanza la trama, la bajada de línea ecologista y política de Wood y –lo más espeso- esto que señalaba yo recién del clima tan opresivo, tan depresivo, tan claustrofóbico a pesar de que casi todo transcurre al aire libre.
Como ya es costumbre en las series de Brian Wood, acá no tenemos un dibujante titular, sino que va cambiando en cada arco argumental e incluso en cada episodio unitario. Este tomo arranca con la trilogía de Subcontinental, en la que el dibujante es el correcto Garry Brown, a quien ya descubrimos en la segunda mitad del Vol.1. El combo entre Brown y el colorista Dave Stewart es muy efectivo, con marcadas reminiscencias de grandes dibujantes como John Paul Leon o Tommy Lee Edwards, obviamente sin llegar a ese nivel. La segunda mitad de este tomo ofrece tres episodios unitarios, todos con distintos dibujantes: en el primero lo tenemos al maestro británico Gary Erskine, hábil como siempre en el estilo realista, aunque quizás muy jugado a los primeros planos. En el segundo unitario lo tenemos a Declan Shalvey, un dibujante muy interesante, dueño de una línea muy dúctil, de excelentes recursos narrativos, una especie de Guy Davis sin esa obsesión por las rayitas, las texturitas y los detalles. Y en el episodio que cierra el tomo me reencuentro con un ídolo al que por suerte Wood siempre tiene en cuenta para todos sus proyectos: el croata Danijel Zezelj, titán del claroscuro, que acá pone todo lo que sabe en materia de anatomía, iluminación e integración de la referencia fotográfica para brindarnos las 22 páginas mejor dibujadas de esta entrega de The Massive. Mientras los demás dibujantes son genéricos, clásicos, Zezelj es absolutamente personal, inmediatamente identificable, porque no renuncia jamás a sus rasgos estilísticos que además son muy fuertes, muy poco frecuentes en el mainstream yanki.
Y bueno, vamos por un tomo más. Todavía no compré el Vol.3, pero está en la hit list para ver si lo capturo durante 2015. Repito: The Massive no es para cualquiera, pero si sos fan de Brian Wood, re-da para seguir haciéndole el aguante, a ver cómo se resuelven los conflictos que se plantearon en estos primeros dos tomos.
El núcleo central de la trama es ese: un barco persigue a otro y no lo puede encontrar, ni obtener puebas contundentes de que está ahí, donde parece estar. Con esa consigna, Wood mueve a los tripulantes del Kapital por un planeta Tierra que todavía no termina de reacomodarse luego de una serie de cataclismos climáticos naturales, conocidos como “el Crash”, que cambiaron drásticamente los mapas y sobre todo la organización socio-económica de casi todos los países. Como en DMZ, más que héroes o villanos Wood nos presenta sobrevivientes, tipos y minas con pasados bastante turbios, pero con la mente puesta en aguantar, en seguir vivos en medio de un contexto hostil. Esta vez la situación anómala no se acota a una ciudad, sino al mundo entero. Por eso el ritmo de The Massive es más pausado, porque las distancias entre un lugar y otro (y por ende, entre una eventual peripecia y otra) son más grandes.
De todos modos, Wood tiene un Plan B para compensar la falta de acción, o de ritmo más aventurero, y se apoya muy bien en dos recursos: por un lado, en la indagación en este mundo post-Crash; y por el otro, en escarbar en el pasado y en la psiquis de este complejo elenco protagónico, que en vez de expandirse se achica, de modo que cada personaje tiene cada vez más peso específico en la trama. Quizás lo que menos me cierra de The Massive sea ese tono tan melancólico, tan crepuscular, donde no hay margen para la más mínima chispa de humor, donde entre los tantos recursos que escasean, escasea tremendamente la esperanza. Es una serie muy bien pensada, muy bien escrita, pero que obviamente no es para cualquier tipo de lector, porque hay que estar preparado para bancarse el ritmo parsimonioso al que avanza la trama, la bajada de línea ecologista y política de Wood y –lo más espeso- esto que señalaba yo recién del clima tan opresivo, tan depresivo, tan claustrofóbico a pesar de que casi todo transcurre al aire libre.
Como ya es costumbre en las series de Brian Wood, acá no tenemos un dibujante titular, sino que va cambiando en cada arco argumental e incluso en cada episodio unitario. Este tomo arranca con la trilogía de Subcontinental, en la que el dibujante es el correcto Garry Brown, a quien ya descubrimos en la segunda mitad del Vol.1. El combo entre Brown y el colorista Dave Stewart es muy efectivo, con marcadas reminiscencias de grandes dibujantes como John Paul Leon o Tommy Lee Edwards, obviamente sin llegar a ese nivel. La segunda mitad de este tomo ofrece tres episodios unitarios, todos con distintos dibujantes: en el primero lo tenemos al maestro británico Gary Erskine, hábil como siempre en el estilo realista, aunque quizás muy jugado a los primeros planos. En el segundo unitario lo tenemos a Declan Shalvey, un dibujante muy interesante, dueño de una línea muy dúctil, de excelentes recursos narrativos, una especie de Guy Davis sin esa obsesión por las rayitas, las texturitas y los detalles. Y en el episodio que cierra el tomo me reencuentro con un ídolo al que por suerte Wood siempre tiene en cuenta para todos sus proyectos: el croata Danijel Zezelj, titán del claroscuro, que acá pone todo lo que sabe en materia de anatomía, iluminación e integración de la referencia fotográfica para brindarnos las 22 páginas mejor dibujadas de esta entrega de The Massive. Mientras los demás dibujantes son genéricos, clásicos, Zezelj es absolutamente personal, inmediatamente identificable, porque no renuncia jamás a sus rasgos estilísticos que además son muy fuertes, muy poco frecuentes en el mainstream yanki.
Y bueno, vamos por un tomo más. Todavía no compré el Vol.3, pero está en la hit list para ver si lo capturo durante 2015. Repito: The Massive no es para cualquiera, pero si sos fan de Brian Wood, re-da para seguir haciéndole el aguante, a ver cómo se resuelven los conflictos que se plantearon en estos primeros dos tomos.
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viernes, 12 de diciembre de 2014
12/12: PERRAMUS Vol.3
Allá por el 2006, cuando De la Flor editó en Argentina el Vol.4 de Perramus, no sentí la necesidad de releerlo, porque hacía poco que lo había conseguido en francés y me lo re-acordaba. De hecho, cuando escribí la reseña (16/07/10) apenas si lo repasé. En 2013, cuando salió el tomo con las dos primeras aventuras, tampoco me dio para releerlo, porque la tenía bastante presente y me acordaba que era el tramo más denso, más bajonero de la saga. Y este año, cuando apareció el Vol.3, dije “este sí, me dan muchas ganas de releerlo”. Lo había leído una sóla vez, a principios de los ´90, cuando se conseguía con bastante facilidad la edición española, y me acordaba una sola cosa: que era una aventura con mucha rosca política y con un clima de sátira por momentos filosa y por momentos más grotesca.
Me encontré con una joya, mucho mejor de lo que yo recordaba. Realizada entre 1986 y 1987, esta aventura encuentra a la dupla integrada por los maestros Juan Sasturain y Alberto Breccia MUY afianzada, muy canchera. La Isla del Guano sorprende por muchos motivos, y creo que el más notorio es cómo los autores se animan a cambiar un poquito el registro y a jugar un poco más con la farsa, con la comedia llevada al extremo. El guión está lleno de frases magníficas, muchas calzadas con punzante ironía por el glorioso Jorge Luis Borges (personaje importantísimo en la saga de Perramus y acá justo ganador del Premio Nobel que los pecho frío de la Academia Sueca nunca le dieron en el mundo real), muchas directamente en joda, buscando la sonrisa cómplice del lector. El bajón, la onda ominosa y sombría de las dos primeras aventuras, afloja un poquito y persiste –por momentos- en el dibujo de Breccia. El guión de Sasturain, en cambio, está más suelto, más libre, más cercano al estilo que muestra el maestro en sus cuentos y novelas.
Básicamente, La Isla del Guano lleva a Perramus y sus amigos a un pequeño país periférico (clásico enclave cuya economía depende exclusivamente de la producción de UNA materia prima y del buen humor de los clientes del Primer Mundo) que se debate entre ser “un país cirquero o un país de mierda”. Hay un gobierno títere que responde a los intereses de las empresas yankis, un viejo caudillo casi en el exilio y –un elemento genial, del que me había olvidado por completo- una resistencia al régimen liderada por acróbatas, malabaristas y payasos, que quieren que la isla vuelva a ser un gran circo. Con esos elementos, Sasturain logra urdir una trama llena de acción, con intriga palaciega, un romance a contramano, tiros y piñas a rolete y una apoteótica lluvia de mierda, que no puede sino recordarnos a la de No Habrá Más Penas Ni Olvido, la cautivante novela de Osvaldo Soriano.
A mitad de camino entre la metáfora socio-política con cierto vuelo poético que desplagara Carlos Trillo a fines de los ´70 y principios de los ´80 y la militancia in-your-face, con ínfimo camuflaje, que se veía en las obras setentosas de Héctor Oesterheld, La Isla del Guano te invita a vibrar con una aventura clásica, a pensar en las turbias movidas políticas tan típicas del Tercer Mundo y a reirte un poco de estos estereotipos llevados al terreno de la caricatura por un Sasturain que, claramente, tenía más ganas de divertirse que de seguir penando por las atrocidades que le tocó presenciar durante la dictadura militar.
Y el dibujo del Viejo Breccia… la verdad que es indescriptible. El de los ´80 es el Breccia que a mí más me gusta, así que imaginate. Acá el genio de Mataderos se fuma páginas con muchas viñetas, en las que quizás su dibujo no se luce tanto, y deja la vida cada vez que le toca narrar una secuencia muda, como la que cierra el capítulo V. En las páginas de pocos cuadros, Breccia suelta las riendas y sale a impactar como sólo él podía hacerlo, con esos trazos blancos sobre fondo negro, esas texturas aplicadas con collage, esas aguadas, esas manchas, esas composiciones, esas onomatopeyas… Breccia ya había dibujado aventuras, historietas con fuerte contenido político y relatos satíricos, pero no todo junto en una misma historieta! Y acá logró acoplarse con maestría al viraje que le propuso Sasturain, aunque el guionista siempre recuerda que al Viejo no le causaba gracia este tono más “ligero” en las historias de Perramus. Como sea, estamos hablando de 104 páginas impresionantes, en la que se ve al maestro en pleno uso de sus facultades narrativas y expresivas, y que hasta se anima algo que escasea en su obra, que es un personaje femenino 100% sensual y atractivo. A diferencia de otras reediciones recientes de la obra de Breccia, esta conserva el rotulado original, a cargo del gran Héctor Formento, letrista “titular” de las obras del Viejo durante varias décadas.
Trato de ser objetivo, pero no me sale. Banco a muerte a Perramus, la considero una de las dos o tres mejores historietas argentinas de la gloriosa década del ´80 y me alegra infinitamente que estas hermosas ediciones que sacó De la Flor hayan vendido tan bien y ganado tantos premios. Si sos fan de la historieta argentina, o de la historieta para adultos en general, no hay forma de recomendarte lo suficiente esta saga.
Me encontré con una joya, mucho mejor de lo que yo recordaba. Realizada entre 1986 y 1987, esta aventura encuentra a la dupla integrada por los maestros Juan Sasturain y Alberto Breccia MUY afianzada, muy canchera. La Isla del Guano sorprende por muchos motivos, y creo que el más notorio es cómo los autores se animan a cambiar un poquito el registro y a jugar un poco más con la farsa, con la comedia llevada al extremo. El guión está lleno de frases magníficas, muchas calzadas con punzante ironía por el glorioso Jorge Luis Borges (personaje importantísimo en la saga de Perramus y acá justo ganador del Premio Nobel que los pecho frío de la Academia Sueca nunca le dieron en el mundo real), muchas directamente en joda, buscando la sonrisa cómplice del lector. El bajón, la onda ominosa y sombría de las dos primeras aventuras, afloja un poquito y persiste –por momentos- en el dibujo de Breccia. El guión de Sasturain, en cambio, está más suelto, más libre, más cercano al estilo que muestra el maestro en sus cuentos y novelas.
Básicamente, La Isla del Guano lleva a Perramus y sus amigos a un pequeño país periférico (clásico enclave cuya economía depende exclusivamente de la producción de UNA materia prima y del buen humor de los clientes del Primer Mundo) que se debate entre ser “un país cirquero o un país de mierda”. Hay un gobierno títere que responde a los intereses de las empresas yankis, un viejo caudillo casi en el exilio y –un elemento genial, del que me había olvidado por completo- una resistencia al régimen liderada por acróbatas, malabaristas y payasos, que quieren que la isla vuelva a ser un gran circo. Con esos elementos, Sasturain logra urdir una trama llena de acción, con intriga palaciega, un romance a contramano, tiros y piñas a rolete y una apoteótica lluvia de mierda, que no puede sino recordarnos a la de No Habrá Más Penas Ni Olvido, la cautivante novela de Osvaldo Soriano.
A mitad de camino entre la metáfora socio-política con cierto vuelo poético que desplagara Carlos Trillo a fines de los ´70 y principios de los ´80 y la militancia in-your-face, con ínfimo camuflaje, que se veía en las obras setentosas de Héctor Oesterheld, La Isla del Guano te invita a vibrar con una aventura clásica, a pensar en las turbias movidas políticas tan típicas del Tercer Mundo y a reirte un poco de estos estereotipos llevados al terreno de la caricatura por un Sasturain que, claramente, tenía más ganas de divertirse que de seguir penando por las atrocidades que le tocó presenciar durante la dictadura militar.
Y el dibujo del Viejo Breccia… la verdad que es indescriptible. El de los ´80 es el Breccia que a mí más me gusta, así que imaginate. Acá el genio de Mataderos se fuma páginas con muchas viñetas, en las que quizás su dibujo no se luce tanto, y deja la vida cada vez que le toca narrar una secuencia muda, como la que cierra el capítulo V. En las páginas de pocos cuadros, Breccia suelta las riendas y sale a impactar como sólo él podía hacerlo, con esos trazos blancos sobre fondo negro, esas texturas aplicadas con collage, esas aguadas, esas manchas, esas composiciones, esas onomatopeyas… Breccia ya había dibujado aventuras, historietas con fuerte contenido político y relatos satíricos, pero no todo junto en una misma historieta! Y acá logró acoplarse con maestría al viraje que le propuso Sasturain, aunque el guionista siempre recuerda que al Viejo no le causaba gracia este tono más “ligero” en las historias de Perramus. Como sea, estamos hablando de 104 páginas impresionantes, en la que se ve al maestro en pleno uso de sus facultades narrativas y expresivas, y que hasta se anima algo que escasea en su obra, que es un personaje femenino 100% sensual y atractivo. A diferencia de otras reediciones recientes de la obra de Breccia, esta conserva el rotulado original, a cargo del gran Héctor Formento, letrista “titular” de las obras del Viejo durante varias décadas.
Trato de ser objetivo, pero no me sale. Banco a muerte a Perramus, la considero una de las dos o tres mejores historietas argentinas de la gloriosa década del ´80 y me alegra infinitamente que estas hermosas ediciones que sacó De la Flor hayan vendido tan bien y ganado tantos premios. Si sos fan de la historieta argentina, o de la historieta para adultos en general, no hay forma de recomendarte lo suficiente esta saga.
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jueves, 11 de diciembre de 2014
11/12: FATALE Vol.4
Después de aquel Vol.3 “raro”, en el que Ed Brubaker jugaba a convertir a Josephine en una especia de “legacy heroine” y nos revelaba algunas secuencias clave de su enigmático pasado (ver reseña del 21/10/14), Fatale vuelve a la “normalidad” en este cuarto tomo, de nuevo con la fórmula de los dos primeros tomos. Eso quiere decir que, por un lado tenemos la secuencia que transcurre en el presente, con Nicolas Lash como protagonista, y por otro una secuencia en el pasado protagonizada por Josephine. Y al final, una revelación muy grossa que vincula de alguna manera las dos secuencias.
La última vez que lo vimos a Nicolas, estaba en cana por un crimen que no cometió, mientras que el misterioso manuscrito de su tío, Dominic Raines, había caído en manos de una editorial que lo había hecho público. Acá la cosa parece encarrilarse, aparece una luz como para escaparle al descenso y al final Brubaker nos recuerda que no, que este pobre pibe está meado por los perros, tiene menos culo que los Kennedy y está condenado a comerse todos los garrones del universo. Por ahora este plot avanza poco. No lento: poco, porque Brubaker le dedica pocas páginas por tomo. Pero uno ya sospecha que el reencuentro entre Nicolas y Josephine es inminente, que quizás se produzca en el Vol.5. Bah, digo yo… Hubo una historia de Jo en los ´50, una en los ´70, esta es en los ´90 y ahora tocaría llegar al presente. Capaz que me equivoco.
Como mencionaba recién, esta vez vemos a nuestra femme fatale favorita inmersa en el microclima tortuoso y conflictivo de una banda de grunge de los ´90, típico émulo de Nirvana y Pearl Jam, que pegó un par de hitazos pero se le acabó el envión del primer disco y también, empieza a mirar la tabla de los promedios. Acá hay un trabajo magnífico en el armado de los cuatro o cinco personajes que integran la banda y en la dinámica entre ellos, que por supuesto se va a ver drásticamente alterada por la llegada de Josephine. Estos personajes están realmente bien construídos, repletos de problemas, de contradicciones, pero a la vez muy vivos, muy reales, muy creíbles para cualquiera que entienda mínimamente cómo funcionó la escena grunge de Seattle tras la muerte de Kurt Cobain.
A esta dinámica habrá que sumarle el elemento característico de esta serie, que es el thriller sobrenatural. Pronto los músicos se verán enroscados en una trama de sexo, drogas y sangre que –obviamente- tiene que ver con Jo y con Bishop y su culto satánico, sus eternos perseguidores. Del asalto al banco más fácil de la historia al videoclip más erótico de todos los tiempos, Brubaker propone otra historia al límite, con muchos momentos de tremendo impacto, esta vez con una ambientación que nos resulta más próxima, con el protagonismo (y las desgracias) repartido entre más personajes, y con el misterio de Josephine y sus increíbles poderes siempre en el centro de la escena.
Por el lado del dibujo, tenemos como siempre a Sean Phillips en perfecta sintonía con lo que escribe Brubaker, esta vez arriesgando un poco más en la puesta en página, en las secuencias en las que Josephine (que arranca la aventura amnésica) empieza a recuperar sus memorias y Tom (el talentoso compositor de la banda) se ve aterrado por las suyas. Después, lo de siempre: la narrativa cristalina, clásica, a la que Phillips le saca un jugo riquísimo tanto en las escenas de acción, como en las de diálogo, que nunca se hacen densas ni aburridas. Y los climas: la adrenalina al palo del robo al banco, los garches, las lluvias que opacan casi siempre el cielo de Seattle, esa escena memorable en la que Jo se pone a bailar y el mundo entero pierde el control, las peripecias de Nicolas en el presente… todo está plasmado con mucha fuerza y mucha elegancia por el maestro británico, ahora con Elizabeth Breitweiser a cargo de sumarle colores al magistral claroscuro de Phillips.
Este tomo me resultó terriblemente adictivo. De hecho, arranqué a leer un capitulito antes de dormir y no pude apagar la luz hasta que no llegué al final del libro. Fatale es así, peligroso, ominoso. No es un comic que uno lee. Es un riesgo que uno asume. Y la verdad es que la paso tan bien leyendo (y traduciendo) Fatale, que me juego entero, no le tengo miedo a las consecuencias. Quizás haya caído yo también bajo el sugestivo embrujo de Josephine.
La última vez que lo vimos a Nicolas, estaba en cana por un crimen que no cometió, mientras que el misterioso manuscrito de su tío, Dominic Raines, había caído en manos de una editorial que lo había hecho público. Acá la cosa parece encarrilarse, aparece una luz como para escaparle al descenso y al final Brubaker nos recuerda que no, que este pobre pibe está meado por los perros, tiene menos culo que los Kennedy y está condenado a comerse todos los garrones del universo. Por ahora este plot avanza poco. No lento: poco, porque Brubaker le dedica pocas páginas por tomo. Pero uno ya sospecha que el reencuentro entre Nicolas y Josephine es inminente, que quizás se produzca en el Vol.5. Bah, digo yo… Hubo una historia de Jo en los ´50, una en los ´70, esta es en los ´90 y ahora tocaría llegar al presente. Capaz que me equivoco.
Como mencionaba recién, esta vez vemos a nuestra femme fatale favorita inmersa en el microclima tortuoso y conflictivo de una banda de grunge de los ´90, típico émulo de Nirvana y Pearl Jam, que pegó un par de hitazos pero se le acabó el envión del primer disco y también, empieza a mirar la tabla de los promedios. Acá hay un trabajo magnífico en el armado de los cuatro o cinco personajes que integran la banda y en la dinámica entre ellos, que por supuesto se va a ver drásticamente alterada por la llegada de Josephine. Estos personajes están realmente bien construídos, repletos de problemas, de contradicciones, pero a la vez muy vivos, muy reales, muy creíbles para cualquiera que entienda mínimamente cómo funcionó la escena grunge de Seattle tras la muerte de Kurt Cobain.
A esta dinámica habrá que sumarle el elemento característico de esta serie, que es el thriller sobrenatural. Pronto los músicos se verán enroscados en una trama de sexo, drogas y sangre que –obviamente- tiene que ver con Jo y con Bishop y su culto satánico, sus eternos perseguidores. Del asalto al banco más fácil de la historia al videoclip más erótico de todos los tiempos, Brubaker propone otra historia al límite, con muchos momentos de tremendo impacto, esta vez con una ambientación que nos resulta más próxima, con el protagonismo (y las desgracias) repartido entre más personajes, y con el misterio de Josephine y sus increíbles poderes siempre en el centro de la escena.
Por el lado del dibujo, tenemos como siempre a Sean Phillips en perfecta sintonía con lo que escribe Brubaker, esta vez arriesgando un poco más en la puesta en página, en las secuencias en las que Josephine (que arranca la aventura amnésica) empieza a recuperar sus memorias y Tom (el talentoso compositor de la banda) se ve aterrado por las suyas. Después, lo de siempre: la narrativa cristalina, clásica, a la que Phillips le saca un jugo riquísimo tanto en las escenas de acción, como en las de diálogo, que nunca se hacen densas ni aburridas. Y los climas: la adrenalina al palo del robo al banco, los garches, las lluvias que opacan casi siempre el cielo de Seattle, esa escena memorable en la que Jo se pone a bailar y el mundo entero pierde el control, las peripecias de Nicolas en el presente… todo está plasmado con mucha fuerza y mucha elegancia por el maestro británico, ahora con Elizabeth Breitweiser a cargo de sumarle colores al magistral claroscuro de Phillips.
Este tomo me resultó terriblemente adictivo. De hecho, arranqué a leer un capitulito antes de dormir y no pude apagar la luz hasta que no llegué al final del libro. Fatale es así, peligroso, ominoso. No es un comic que uno lee. Es un riesgo que uno asume. Y la verdad es que la paso tan bien leyendo (y traduciendo) Fatale, que me juego entero, no le tengo miedo a las consecuencias. Quizás haya caído yo también bajo el sugestivo embrujo de Josephine.
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Ed Brubaker,
Fatale,
Sean Phillips
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