Terminé el mes pasado diciendo que la expectativa de ventas para Octubre era excelente y al final, la realidad superó mis cálculos más optimistas. Octubre fue el mejor mes en la historia de mi mini-distribuidora, y realmente hubo que vender muchos ejemplares para colarse en el ranking de los más vendidos, que quedó así:
1) Zero Point (Agua Negra)
2) Shankar Vol.2 (Loco Rabia)
3) El Número 73304-23-4153-6-96-8 (Loco Rabia/ 2D)
4) Liga del Mal Vol.2 (Llanto de Mudo)
5) Tristeza (Llanto de Mudo)
6) Tortas Fritas de Polenta (La Duendes)
7) Perramus Vol.3 (De la Flor)
8) Evocando Viñetas Vol.2 (La Duendes)
9) Inspector Bull (Loco Rabia)
10) La Estirpe Maralha (Napoleones Sin Batallas/ Entelequia)
De las muchas novedades que salieron este mes, sólo cuatro lograron entrar al Top Ten. Y de las novedades de Septiembre, que fueron muchas y coparon violentamente el ranking del mes pasado, sólo dos lograron mantenerse un mes más entre los más vendidos.
Una de las novedades de Septiembre, Zero Point, se quedó con el primer puesto por segundo mes consecutivo y la verdad es que es muy, muy notable lo que está pasando con esta ópera prima de Agustín Graham Nakamura. La otra novedad de Septiembre que sobrevivió fue La Estirpe Maralha, de Eduardo Mazzitelli y Quique Alcatena.
Y además, después de un tiempo en el que escasearon los ejemplares y la venta se frenó, volvió el Vol.2 de Shankar, que peleó la punta hasta el final y logró un increíble segundo puesto, sobre todo si pensamos que el Vol.1 está agotado y no se sabe cuándo se va a reeditar. Las tres posiciones restantes las coparon sendos éxitos de este 2014 que ya llevan varios meses de rodaje pero no aflojan: el Vol.3 de Perramus, Inspector Bull y Tortas Fritas de Polenta, todos editados en la primera mitad del año.
Veremos qué sucede en Noviembre. Le tengo fe a algunas novedades de Octubre que todavía no se acercaron a su techo de ventas, como Clítoris y Control de Plagas, y me parece que de las cuatro que entraron al ranking hay por lo menos dos con pasta de long-sellers. La competencia en Noviembre va a ser dura, porque se viene el nuevo número de Términus, el Vol.11 de Macanudo, varias antologías nuevas y libros de Diego Cortés y Nico Brondo, Juan Ferreyra, Damián Connelly, Carlos Trillo, Horacio Domingues, y en una de esas nuevos tomos de Escuela de Monstruos y de Teatro en Viñetas. Más alguna paponga de la que me puedo estar olvidando, obviamente.
viernes, 31 de octubre de 2014
jueves, 30 de octubre de 2014
30/ 10: FELIPE VARELA: BATALLA DEL POZO DE VARGAS
Llegamos al post número 1700 del blog, con una historieta muy breve, de apenas 29 páginas, editada por el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la provincia de Catamarca.
Se trata del recuento en forma de comic de la batalla del Pozo de Vargas, sucedida en 1867, en la que las fuerzas del caudillo rebelde Felipe Varela enfrentaron al Ejército Argentino, que respondía al entonces presidente de la nación, Bartolomé Mitre. Todo esto co-escrito por Juan Manuel Mola y Pablo Martinena, este último responsible también del dibujo y el color. La batalla del Pozo de Vargas no está entre los hechos más célebres de la historia argentina y de hecho, muchos libros de historia ni siquiera se hacen cargo de que sucedió. No es ningún secreto que la historia de nuestro país que se enseña en las escuelas refleja en buena medida la visión de un bando: el de Mitre. Y una figura como la de Felipe Varela, en ese contexto, fue barrida abajo de la alfombra durante muchísimas décadas.
Por supuesto, el que esté interesado investigará, encontrará documentaciión y sacará sus propias conclusiones. Y el problema que tiene esta historieta es que viene con las conclusiones ya sacadas: para los autores, Mitre y los porteños son los villanos, abusivos, insensibles, malignos y explotadores; y Varela y los caudillos del Interior que se rebelan contra Mitre (“la montonera”, les decían) son los buenos, son Luke Skywalker, la Princesa Leia, Han Solo y Chewbacca. En inferioridad de condiciones, los rebeldes dejarán todo para ganarle a una fuerza numéricamente superior, mejor abastecida y con soldados mejor entrenados. Los de Varela pelean por sus convicciones patrióticas y los de Mitre pelean porque el presidente les dio la orden para que vayan y maten a esos crotos del orto. La gente de los distintos pueblos en los que transcurre la acción (por la región de Catamarca, La Rioja y Santiago del Estero) banca a los rebeldes y sólo la oligarquía porteña le tiene alguna simpatía al accionar de las fuerzas de Mitre. Pero tampoco le dan demasiada bola porque justo está en su mejor momento la guerra de la Triple Alianza, en la que argentinos, brazucas y uruguayos armaron un super-villain team-up para masacrar a los hermanos paraguayos, obviamente en defensa de los intereses de Inglaterra. Con ese panorama, cualquier cosa que haga Varela va a parecernos una epopeya apasionante. Y con eso especulan los guionistas.
Más allá del planteo histórico, o de la línea que se quiere bajar, la historieta está bastante bien. No está muy lastrada por ingentes cantidades de texto (como suele suceder en los comics de intención educativa) y sostiene un ritmo parejo, no se desploma en el embole ni en las cabecitas que hablan. Por supuesto hay varias páginas que se verían mejor con menos viñetas. Esta misma historia se podría haber contado en… 46, o 48 páginas y transmitir exactamente el mismo mensaje, pero permitiendo un mayor lucimiento del dibujo de Pablo Martinena, que está un poco apretado.
Con varios años de trabajo para editoriales chiquitas de EEUU a sus espaldas, Martinena está afianzado en un estilo realista, un poco frío, con detalles muy interesantes en los primeros planos, un buen traslado a la viñeta de los rostros de personajes que existieron en el mundo real y un excelente trabajo en el color digital. La narrativa, si bien no tiene tropiezos notables, se resiente un poco por esto de la gran cantidad de viñetas por página.
En fin, no hay mucho más para comentar en una historieta tan breve. Rescato mucho el hecho de que una institución gubernamental convoque a historietistas de su provincia y les dé recursos para publicar este tipo de material que –supongo- se habrá distrubuído en colegios, bibliotecas o universidades. Ojalá cunda el ejemplo en todas las regiones de nuestro país, donde si hay algo que sobra son los buenos historietistas.
Se trata del recuento en forma de comic de la batalla del Pozo de Vargas, sucedida en 1867, en la que las fuerzas del caudillo rebelde Felipe Varela enfrentaron al Ejército Argentino, que respondía al entonces presidente de la nación, Bartolomé Mitre. Todo esto co-escrito por Juan Manuel Mola y Pablo Martinena, este último responsible también del dibujo y el color. La batalla del Pozo de Vargas no está entre los hechos más célebres de la historia argentina y de hecho, muchos libros de historia ni siquiera se hacen cargo de que sucedió. No es ningún secreto que la historia de nuestro país que se enseña en las escuelas refleja en buena medida la visión de un bando: el de Mitre. Y una figura como la de Felipe Varela, en ese contexto, fue barrida abajo de la alfombra durante muchísimas décadas.
Por supuesto, el que esté interesado investigará, encontrará documentaciión y sacará sus propias conclusiones. Y el problema que tiene esta historieta es que viene con las conclusiones ya sacadas: para los autores, Mitre y los porteños son los villanos, abusivos, insensibles, malignos y explotadores; y Varela y los caudillos del Interior que se rebelan contra Mitre (“la montonera”, les decían) son los buenos, son Luke Skywalker, la Princesa Leia, Han Solo y Chewbacca. En inferioridad de condiciones, los rebeldes dejarán todo para ganarle a una fuerza numéricamente superior, mejor abastecida y con soldados mejor entrenados. Los de Varela pelean por sus convicciones patrióticas y los de Mitre pelean porque el presidente les dio la orden para que vayan y maten a esos crotos del orto. La gente de los distintos pueblos en los que transcurre la acción (por la región de Catamarca, La Rioja y Santiago del Estero) banca a los rebeldes y sólo la oligarquía porteña le tiene alguna simpatía al accionar de las fuerzas de Mitre. Pero tampoco le dan demasiada bola porque justo está en su mejor momento la guerra de la Triple Alianza, en la que argentinos, brazucas y uruguayos armaron un super-villain team-up para masacrar a los hermanos paraguayos, obviamente en defensa de los intereses de Inglaterra. Con ese panorama, cualquier cosa que haga Varela va a parecernos una epopeya apasionante. Y con eso especulan los guionistas.
Más allá del planteo histórico, o de la línea que se quiere bajar, la historieta está bastante bien. No está muy lastrada por ingentes cantidades de texto (como suele suceder en los comics de intención educativa) y sostiene un ritmo parejo, no se desploma en el embole ni en las cabecitas que hablan. Por supuesto hay varias páginas que se verían mejor con menos viñetas. Esta misma historia se podría haber contado en… 46, o 48 páginas y transmitir exactamente el mismo mensaje, pero permitiendo un mayor lucimiento del dibujo de Pablo Martinena, que está un poco apretado.
Con varios años de trabajo para editoriales chiquitas de EEUU a sus espaldas, Martinena está afianzado en un estilo realista, un poco frío, con detalles muy interesantes en los primeros planos, un buen traslado a la viñeta de los rostros de personajes que existieron en el mundo real y un excelente trabajo en el color digital. La narrativa, si bien no tiene tropiezos notables, se resiente un poco por esto de la gran cantidad de viñetas por página.
En fin, no hay mucho más para comentar en una historieta tan breve. Rescato mucho el hecho de que una institución gubernamental convoque a historietistas de su provincia y les dé recursos para publicar este tipo de material que –supongo- se habrá distrubuído en colegios, bibliotecas o universidades. Ojalá cunda el ejemplo en todas las regiones de nuestro país, donde si hay algo que sobra son los buenos historietistas.
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miércoles, 29 de octubre de 2014
29/ 10: WONDER WOMAN Vol.2
Voy muy atrasado con esta serie, ya lo sé. Reseñé el Vol.1 el 15/11/13 y aguanté casi un año para entrarle al Vol.2, y eso que el primero me había recontra-cebado. Pero bueno, son problemas lindos, causados por el hecho de que uno lee mucho y muy variado.
Lo que tengo para decir sobre este tomo se parece bastante a lo que dije cuando reseñé el Vol.1, pero reitero estos conceptos:
Brian Azzarello está haciendo comic de autor adentro del mainstream. Esto es un laburo 100% personal que responde a una única visión, a un único criterio lírico-genital y es el del glorioso creador de 100 Bullets.
Esto no se parece en nada a ningún otro comic de Wonder Woman que hayas visto o leído. Es más: a duras penas se parece a otros comics de superhéroes. Acá Diana no actúa como una típica superheroína, sino que su rol es el de proteger a una chica mortal que se pegó una revolcada con Zeus y ahora está por dar a luz al enésimo hijo bastardo del capo del Olimpo.
La trama pasa por ahí, por la runfla constante entre estas esposas, amantes, hijos e hijas de un Zeus que lleva un tiempo desaparecido, a ver quién se queda con el trono del barbeta. Y la inminente aparición de un nuevo heredero con quien repartir la torta incomoda bastante a estos seres tan poderosos como venales. Diana (también hija de Zeus) deambula entre estos fuyeros de la inmortalidad, pelea lo menos posible, le escapa a un dios que la quiere “de novia” y -en uno de los mejores giros argumentales que leí en la historia del personaje- se entera por qué carajo en la Isla Paraíso no hay varones. Esta explicación es tan grossa que no creo que ningún guionista de los que vengan después se animen a hacerse cargo.
Azzarello se auto-impone un obstáculo que es la gran cantidad de personajes que componen el elenco de la serie, y que en este tomo es aún más numeroso que en el anterior. Pero lo sobrelleva con mucha clase. La entrada y salida de los personajes es ordenada, para cada uno hay grandes momentos de lucimiento, el nivel de los diálogos está afiladísimo, y sirve además para marcar con onda y fuerza los rasgos de caracterización de cada protagonista.
Con mucha más rosca que violencia, la serie logra un ritmo muy ganchero, muy intenso, supongo que similar al de Game of Thrones (digo “supongo” porque nunca vi la serie ni leí las novelas), muy bien condimentado con el impacto que produce este desfile incesante de personajes de inmenso poder, todos enredados en una compleja tramoya de promesas, traiciones, rencores y oscuras ambiciones, como en las mejores telenovelas.
El dibujo de Cliff Chiang está muy bien, siempre en ese estilo “Arthur Adams sin los 15 millones de rayitas” y además con su propio entintado, lo cual transmite la grata sensación de “tranqui, muchachos, tengo todo bajo control”. Su interpretación visual de los distintos dioses, del Hades, de la forja de Hephaestus y del Olimpo mismo es invariablemente original y acertada y la sintonía con Azzarello se ve cada vez más afianzada. Y no, Chiang no te dibuja 20 páginas por mes ni recibiendo cocaína por vía intravenosa, por eso dos de los seis episodios van a parar a las garras de Tony Akins, dibujante que a mí no me gusta para nada. De todos modos, debo reconocer que en este tomo está mejor que en el anterior, donde también entró a jugar de suplente cuando Chiang dijo “no llego”. Atribuyo esta mejora a las tintas del mítico Dan Green, vigente desde los ´80 con su trazo finito, prolijo y vibrante. Además el guión juega a favor de Akins, porque le tocan capítulos donde la ausencia de fondos (rasgo clásico de este mediocre) choca poco o nada.
Y bueno, el bebé de Zola nace en la anteúltima página, así que se acaba ese franeleo previo tan atractivo. En el próximo tomo veremos qué tenía planeado Azzarello para este nuevo vástago de Zeus y cómo cambia el status quo de la serie, que hasta ahora es impecable. Creo que el mes pasado salió en EEUU el último episodio de Wonder Woman de la dupla Azzarello-Chiang, así que esta magnífica versión de la princesa amazona ya tiene un final. Ahora, a prenderle unas velas a los dioses de la religión que más te cope para que guionista y dibujante sigan juntos, en lo posible en un proyecto creator-owned, sin la imposición ridícula de las 20 páginas por mes, así puede dibujar todo Chiang.
Lo que tengo para decir sobre este tomo se parece bastante a lo que dije cuando reseñé el Vol.1, pero reitero estos conceptos:
Brian Azzarello está haciendo comic de autor adentro del mainstream. Esto es un laburo 100% personal que responde a una única visión, a un único criterio lírico-genital y es el del glorioso creador de 100 Bullets.
Esto no se parece en nada a ningún otro comic de Wonder Woman que hayas visto o leído. Es más: a duras penas se parece a otros comics de superhéroes. Acá Diana no actúa como una típica superheroína, sino que su rol es el de proteger a una chica mortal que se pegó una revolcada con Zeus y ahora está por dar a luz al enésimo hijo bastardo del capo del Olimpo.
La trama pasa por ahí, por la runfla constante entre estas esposas, amantes, hijos e hijas de un Zeus que lleva un tiempo desaparecido, a ver quién se queda con el trono del barbeta. Y la inminente aparición de un nuevo heredero con quien repartir la torta incomoda bastante a estos seres tan poderosos como venales. Diana (también hija de Zeus) deambula entre estos fuyeros de la inmortalidad, pelea lo menos posible, le escapa a un dios que la quiere “de novia” y -en uno de los mejores giros argumentales que leí en la historia del personaje- se entera por qué carajo en la Isla Paraíso no hay varones. Esta explicación es tan grossa que no creo que ningún guionista de los que vengan después se animen a hacerse cargo.
Azzarello se auto-impone un obstáculo que es la gran cantidad de personajes que componen el elenco de la serie, y que en este tomo es aún más numeroso que en el anterior. Pero lo sobrelleva con mucha clase. La entrada y salida de los personajes es ordenada, para cada uno hay grandes momentos de lucimiento, el nivel de los diálogos está afiladísimo, y sirve además para marcar con onda y fuerza los rasgos de caracterización de cada protagonista.
Con mucha más rosca que violencia, la serie logra un ritmo muy ganchero, muy intenso, supongo que similar al de Game of Thrones (digo “supongo” porque nunca vi la serie ni leí las novelas), muy bien condimentado con el impacto que produce este desfile incesante de personajes de inmenso poder, todos enredados en una compleja tramoya de promesas, traiciones, rencores y oscuras ambiciones, como en las mejores telenovelas.
El dibujo de Cliff Chiang está muy bien, siempre en ese estilo “Arthur Adams sin los 15 millones de rayitas” y además con su propio entintado, lo cual transmite la grata sensación de “tranqui, muchachos, tengo todo bajo control”. Su interpretación visual de los distintos dioses, del Hades, de la forja de Hephaestus y del Olimpo mismo es invariablemente original y acertada y la sintonía con Azzarello se ve cada vez más afianzada. Y no, Chiang no te dibuja 20 páginas por mes ni recibiendo cocaína por vía intravenosa, por eso dos de los seis episodios van a parar a las garras de Tony Akins, dibujante que a mí no me gusta para nada. De todos modos, debo reconocer que en este tomo está mejor que en el anterior, donde también entró a jugar de suplente cuando Chiang dijo “no llego”. Atribuyo esta mejora a las tintas del mítico Dan Green, vigente desde los ´80 con su trazo finito, prolijo y vibrante. Además el guión juega a favor de Akins, porque le tocan capítulos donde la ausencia de fondos (rasgo clásico de este mediocre) choca poco o nada.
Y bueno, el bebé de Zola nace en la anteúltima página, así que se acaba ese franeleo previo tan atractivo. En el próximo tomo veremos qué tenía planeado Azzarello para este nuevo vástago de Zeus y cómo cambia el status quo de la serie, que hasta ahora es impecable. Creo que el mes pasado salió en EEUU el último episodio de Wonder Woman de la dupla Azzarello-Chiang, así que esta magnífica versión de la princesa amazona ya tiene un final. Ahora, a prenderle unas velas a los dioses de la religión que más te cope para que guionista y dibujante sigan juntos, en lo posible en un proyecto creator-owned, sin la imposición ridícula de las 20 páginas por mes, así puede dibujar todo Chiang.
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martes, 28 de octubre de 2014
28/ 10: GIL PUPILA: EL INTEGRAL Vol.1
De a poco, esto se va convirtiendo en un clásico de este blog: mega-brolis gigantes que incluyen material que ya reseñé en otro momento, complementado con material que nunca había conseguido. Allá por Enero de este año, me tocó leer y reseñar los Vol.2 y 4 de Gil Jourdan (rebautizado “Gil Pupila” por un traductor español, habitué de la guardia de toxicomanía del hospital de su pueblo) y poco después, me regalaron este integral, un maravilloso masacote de 240 páginas que trae, además, el Vol.1, el Vol.3, dibujos y material raro y un texto introductorio excelente, a cargo del especialista José-Louis Bocquet.
O sea que la mitad de las historietas ya las había leído. De todos modos, disfruté muchísimo esta edición, empezando por la investigación que ofrece Bocquet acerca de la vida y la carrera del maestro belga Maurice Tillieux (creador de Gil Jourdan) y que sirve para poner a esta serie en el contexto de una época (segunda mitad de los ´50) repleta de transformaciones para el comic franco-belga.
Y después tenemos dos aventuras que no había leído, y que trataré de sintetizar en este espacio. El Vol.1, La Fuga de Libélula, es un gigantesco prólogo al Vol.2 (reseñado el 16/01/14). Sí, la serie de Gil Jourdan empezaba a publicarse en las páginas de Spirou con un díptico, con una aventura pensada para durar dos álbumes, algo muy infrecuente en esa época. Por eso, en estas primeras 44 planchas Tillieux se dedica sobre todo a presentar a los personajes, a establecer la dinámica entre el elenco protagónico, encabezado por Gil, Libélula y el Inspector Corrusco. Hay un conflicto, hay una investigación (me olvidé de decir que Gil Jourdan es investigador privado), hay piñas y persecuciones, pero todo es parte de la introducción, y quizás un poquito del nudo, porque todo lo grosso, incluyendo la resolución del caso y la derrota final de la red de narcotraficantes, la vamos a ver en el Vol.2.
Lo mejor que tiene este primer álbum es la claridad de conceptos de Tillieux. El tipo sale desde la primera página a reproducir la magia de Tintín, pero cambiando al reportero-aventurero por un joven abogado que se gana la vida como investigador privado. El resto, va muy para el lado de Tintín: muchas viñetas por página, fondos muy trabajados y personajes muy caricaturescos, y sobre todo la alquimia perfecta entre la acción, el misterio, los peligros y las secuencias claramente humorísticas. Cuesta encontrar en las páginas del semanario Spirou a un autor que haya seguido tan de cerca los pasos del clásico rival. Por suerte, Tillieux tomó lo mejor de Hergé y lo potenció, lo actualizó. No sería para nada descabellado teorizar que buena parte de la historieta europea moderna arranca acá, en 1956, con la primera serie realmente importante del maestro Tillieux.
Y me quedaba sin leer el Vol.3, El Paso del Ahogado, un excelente relato de misterio, en el que Gil y sus aliados deben desenmascarar a un avechucho que tiene un plan maestro para quedarse con una herencia millonaria y unas obras de arte de incalculable valor. “Los buenos” zafan de un peligro medio imposible, pero la trama está muy bien armada, con las pistas sembradas en los momentos justos y la acción muy bien dosificada. Parece mentira que esto, que se escr¡bió en 1958 para chicos de… 9 a 12 años, hoy pueda ser leído por un adulto y disfrutado plenamente. Tiene que ver con la solidez en la construcción de los personajes, los climas y las tramas, me parece a mí.
No sé si será fácil conseguir los otros integrales de Gil Pupila publicados por Planeta-DeAgostini. Mucho me temo que –en caso de encontrarlos- valgan un huevo y la cáscara del otro. Pero vengo muy cebado y con mucho gusto me clavaría cuatro álbumes más de este abogado, detective, cancherito y cerebral que brilló de la mano de un autor al que en Argentina se conoce poco y al que me parece imprescindible reivindicar. Maurice Tilleux, muchachos. Si le queremos buscar UN padre, un referente fundacional al inolvidable Yves Chaland, me parece que es este.
O sea que la mitad de las historietas ya las había leído. De todos modos, disfruté muchísimo esta edición, empezando por la investigación que ofrece Bocquet acerca de la vida y la carrera del maestro belga Maurice Tillieux (creador de Gil Jourdan) y que sirve para poner a esta serie en el contexto de una época (segunda mitad de los ´50) repleta de transformaciones para el comic franco-belga.
Y después tenemos dos aventuras que no había leído, y que trataré de sintetizar en este espacio. El Vol.1, La Fuga de Libélula, es un gigantesco prólogo al Vol.2 (reseñado el 16/01/14). Sí, la serie de Gil Jourdan empezaba a publicarse en las páginas de Spirou con un díptico, con una aventura pensada para durar dos álbumes, algo muy infrecuente en esa época. Por eso, en estas primeras 44 planchas Tillieux se dedica sobre todo a presentar a los personajes, a establecer la dinámica entre el elenco protagónico, encabezado por Gil, Libélula y el Inspector Corrusco. Hay un conflicto, hay una investigación (me olvidé de decir que Gil Jourdan es investigador privado), hay piñas y persecuciones, pero todo es parte de la introducción, y quizás un poquito del nudo, porque todo lo grosso, incluyendo la resolución del caso y la derrota final de la red de narcotraficantes, la vamos a ver en el Vol.2.
Lo mejor que tiene este primer álbum es la claridad de conceptos de Tillieux. El tipo sale desde la primera página a reproducir la magia de Tintín, pero cambiando al reportero-aventurero por un joven abogado que se gana la vida como investigador privado. El resto, va muy para el lado de Tintín: muchas viñetas por página, fondos muy trabajados y personajes muy caricaturescos, y sobre todo la alquimia perfecta entre la acción, el misterio, los peligros y las secuencias claramente humorísticas. Cuesta encontrar en las páginas del semanario Spirou a un autor que haya seguido tan de cerca los pasos del clásico rival. Por suerte, Tillieux tomó lo mejor de Hergé y lo potenció, lo actualizó. No sería para nada descabellado teorizar que buena parte de la historieta europea moderna arranca acá, en 1956, con la primera serie realmente importante del maestro Tillieux.
Y me quedaba sin leer el Vol.3, El Paso del Ahogado, un excelente relato de misterio, en el que Gil y sus aliados deben desenmascarar a un avechucho que tiene un plan maestro para quedarse con una herencia millonaria y unas obras de arte de incalculable valor. “Los buenos” zafan de un peligro medio imposible, pero la trama está muy bien armada, con las pistas sembradas en los momentos justos y la acción muy bien dosificada. Parece mentira que esto, que se escr¡bió en 1958 para chicos de… 9 a 12 años, hoy pueda ser leído por un adulto y disfrutado plenamente. Tiene que ver con la solidez en la construcción de los personajes, los climas y las tramas, me parece a mí.
No sé si será fácil conseguir los otros integrales de Gil Pupila publicados por Planeta-DeAgostini. Mucho me temo que –en caso de encontrarlos- valgan un huevo y la cáscara del otro. Pero vengo muy cebado y con mucho gusto me clavaría cuatro álbumes más de este abogado, detective, cancherito y cerebral que brilló de la mano de un autor al que en Argentina se conoce poco y al que me parece imprescindible reivindicar. Maurice Tilleux, muchachos. Si le queremos buscar UN padre, un referente fundacional al inolvidable Yves Chaland, me parece que es este.
lunes, 27 de octubre de 2014
27/ 10: MINIATURE JESUS
Mi credibilidad está por el piso. Parezco IBOPE, o los “periodistas” de la Corpo diciendo que ganaba Aecio Neves por afano… La última vez que comenté una novela gráfica de Ted McKeever (29/11/13) me fui afirmando que “no compro más obras del ídolo escritas por él mismo, por lo menos por un largo tiempo”, porque venía de dos obras muy fumancheras, muy retorcidas, que me habían dejado gusto a poco en materia de guiones. Y sin embargo, cuando salió Miniature Jesus me acordé de horas de felicidad que me regaló McKeever a lo largo de los… 25 años que hace que lo sigo, y dije “Y bue… ¿qué le hace una lancha más al Tigre?”. Así que acá estoy, un año después de aquel “nunca más”, de nuevo frente a frente con 110 páginas escritas y dibujadas por esta bestia salvaje del Noveno Arte.
Del dibujo ya no tiene sentido hablar. Sería redundar en los conceptos vertidos cuando comentamos las dos obras anteriores de McKeever realizadas para Image: Mondo y Meta 4. Entre estas obras y las anteriores hay un quiebre grosso en la estética, como si McKeever buscara un nuevo camino, con nuevos recursos y un nuevo sello gráfico. Ese sello, el que vimos en Mondo y Meta 4, está sumamente presente en Miniature Jesus. Por eso es medio al pedo repetir lo ya dicho en esas reseñas.
Pero hete aquí que esta vez, me gustó mucho el guión. Por supuesto que es MUY raro. Pasan cosas zarpadísimas, que podrían cambiar el curso de la historia de la Humanidad, pero las ven… dos tipos. No es muy lógico que todo lo que pasa tenga cero repercusión a nivel mediática. McKeever fuerza un poco la historia para contenerla en una escala mínima, menos que barrial, en grotesco contraste con la magnitud de los sucesos que narra. Porque uno de los protagonistas de la novela… es Dios. Y el Jesús en miniatura al que hace mención el título es un cristo chiquito que está en la cruz, en el típico adorno que hay en cualquier iglesia, y de pronto se baja de la cruz, se mueve, actúa… cobra vida.
Si leíste mucha historieta y te cuentan que Dios y Jesús son parte del elenco protagónico, seguramente pensarás que se viene una lucha a muerte con las huestes del Infierno para impedir un apocalipsis, o algo así. Bueno, nada que ver. Todo este clima de apoteosis, de sucesos tan grossos que el propio Dios toma cartas en el asunto, tiene que ver con un conflicto interno, con una guerra muy chiquita, que se libra en un fuero muy íntimo: Chomsky, un ex-alcohólico, lucha a muerte contra esa parte de su psiquis que depende a full del escabio y que lo quiere quebrar para que vuelva al whisky.
Me dirás “Es todo chamuyo. El tipo este está en pedo y flashea con que Cristo se baja de la cruz y Dios viene a la Tierra”. No. Eso pasa POSTA. Lo que lima Chomsky en su mente es la existencia de un demonio horrendo, que es el que lo quiere hacer volver a chupar. Y además habla con un gato muerto, que le contesta. El gato es el personaje más raro del comic, el que menos lógica tiene, si se le puede pedir lógica a un relato de estas características. Después tenemos a un cura que no entendió muy bien el mensaje de Dios, a un cana que cumple el rol de villano (aunque dura poco) y a una mamá y su hijito, que tienen papeles chiquitos, pero importantes.
Dentro de este clima extraño, lleno de cosas muy impactantes y muy difíciles de explicar sin spoilear, McKeever se luce sobre todo en dos items: los diálogos, muy afilados, con un nivel de puteadas que no recuerdo haber leído en sus otros trabajos; y la caracterización de Chomsky, la exploración de su mundo interior, la posibilidad que nos da el guión de verlo evolucionar a partir de las bizarras experiencias que lo vemos atravesar. La verdad es que el guión me dejó muy satisfecho, me emocionó, me parece que McKeever usó el delirio davidlyncheano para bajar una línea muy piola, para decir cosas muy interesantes, muy valientes.
Una vez más, McKeever corrió la frontera de lo que se puede hacer en las historietas y al hacerlo honró su ilustre trayectoria como Autor con mayúsculas, como autor que deja las vísceras en cada obra. Y si a eso le sumamos la inhumana calidad del dibujo, estamos en condiciones de hablar de un comic realmente imprescindible para los que buscamos buenas lecturas por afuera de las fórmulas de siempre. Amén.
Del dibujo ya no tiene sentido hablar. Sería redundar en los conceptos vertidos cuando comentamos las dos obras anteriores de McKeever realizadas para Image: Mondo y Meta 4. Entre estas obras y las anteriores hay un quiebre grosso en la estética, como si McKeever buscara un nuevo camino, con nuevos recursos y un nuevo sello gráfico. Ese sello, el que vimos en Mondo y Meta 4, está sumamente presente en Miniature Jesus. Por eso es medio al pedo repetir lo ya dicho en esas reseñas.
Pero hete aquí que esta vez, me gustó mucho el guión. Por supuesto que es MUY raro. Pasan cosas zarpadísimas, que podrían cambiar el curso de la historia de la Humanidad, pero las ven… dos tipos. No es muy lógico que todo lo que pasa tenga cero repercusión a nivel mediática. McKeever fuerza un poco la historia para contenerla en una escala mínima, menos que barrial, en grotesco contraste con la magnitud de los sucesos que narra. Porque uno de los protagonistas de la novela… es Dios. Y el Jesús en miniatura al que hace mención el título es un cristo chiquito que está en la cruz, en el típico adorno que hay en cualquier iglesia, y de pronto se baja de la cruz, se mueve, actúa… cobra vida.
Si leíste mucha historieta y te cuentan que Dios y Jesús son parte del elenco protagónico, seguramente pensarás que se viene una lucha a muerte con las huestes del Infierno para impedir un apocalipsis, o algo así. Bueno, nada que ver. Todo este clima de apoteosis, de sucesos tan grossos que el propio Dios toma cartas en el asunto, tiene que ver con un conflicto interno, con una guerra muy chiquita, que se libra en un fuero muy íntimo: Chomsky, un ex-alcohólico, lucha a muerte contra esa parte de su psiquis que depende a full del escabio y que lo quiere quebrar para que vuelva al whisky.
Me dirás “Es todo chamuyo. El tipo este está en pedo y flashea con que Cristo se baja de la cruz y Dios viene a la Tierra”. No. Eso pasa POSTA. Lo que lima Chomsky en su mente es la existencia de un demonio horrendo, que es el que lo quiere hacer volver a chupar. Y además habla con un gato muerto, que le contesta. El gato es el personaje más raro del comic, el que menos lógica tiene, si se le puede pedir lógica a un relato de estas características. Después tenemos a un cura que no entendió muy bien el mensaje de Dios, a un cana que cumple el rol de villano (aunque dura poco) y a una mamá y su hijito, que tienen papeles chiquitos, pero importantes.
Dentro de este clima extraño, lleno de cosas muy impactantes y muy difíciles de explicar sin spoilear, McKeever se luce sobre todo en dos items: los diálogos, muy afilados, con un nivel de puteadas que no recuerdo haber leído en sus otros trabajos; y la caracterización de Chomsky, la exploración de su mundo interior, la posibilidad que nos da el guión de verlo evolucionar a partir de las bizarras experiencias que lo vemos atravesar. La verdad es que el guión me dejó muy satisfecho, me emocionó, me parece que McKeever usó el delirio davidlyncheano para bajar una línea muy piola, para decir cosas muy interesantes, muy valientes.
Una vez más, McKeever corrió la frontera de lo que se puede hacer en las historietas y al hacerlo honró su ilustre trayectoria como Autor con mayúsculas, como autor que deja las vísceras en cada obra. Y si a eso le sumamos la inhumana calidad del dibujo, estamos en condiciones de hablar de un comic realmente imprescindible para los que buscamos buenas lecturas por afuera de las fórmulas de siempre. Amén.
domingo, 26 de octubre de 2014
26/ 10: YUTA NOIR
Después de la experiencia de publicar sus historietas a través de la editorial LARP, Valentín Lerena y Roberto Fontana decidieron crear un sello independiente y publicar ellos mismos su nuevo material. Le pusieron al sello “Salamanca” (como su historieta más conocida) y su primer lanzamiento fue Yuta Noir, que –como se puede ver ya desde la portada- no tiene absolutamente nada que ver con las historietas que publicaban en LARP (ver reseña del 12/10/13).
Este librito se compone de 10 historias cortas autoconclusivas. Algunas tienen cuatro páginas, otras seis, y y los personajes de las distintas historias no interactúan entre sí, ni se cruzan al estilo Sin City. Lo que une a las historias es la ambientación y la temática. Las 10 historias están ambientadas en barrios marginales de grandes urbes argentinas: monoblocks, villas, suburbios medio “No Man´s Land”… terrenos fértiles para relatos sórdidos, manchados de violencia (física y verbal) y miseria (económica y moral). Dentro de este universo de pibes chorros, canas corruptos, transas y fiolos, Lerena crea pequeñas historias, generalmente trágicas, pero a veces barnizadas con un cierto humor negro, con una mala leche que, en una de esas, te arranca una sonrisa a pesar de lo heavy del contexto. Escondé la billetera y recorramos brevemente cada una de las 10 historias.
La primera es una clásica historia de venganza, casi sin sorpresas, ambientada en el mundo de las putas y los cafishos. La segunda es más un chiste que una aventura, una humorada que se revela a pocos cuadritos del final y está muy bien. La tercera es de las que menos me gustó, por varios motivos. La cuarta tiene un planteo muy atractivo pero me parece que necesitaba más páginas de desarrollo. Llega a un final fuerte y coherente, pero llega demasiado rápido, como un eyaculador precoz. Faltaba franela para que el conflicto ganara espesor. La quinta, en cambio, tiene seis páginas y las aprovecha a full para darle intensidad, dramatismo y crueldad a una historia excelente, en la que no se filtran ni cinco centavos de esperanza.
La sexta es otro “chiste largo”, de exquisita mala leche, protagonizado por una ancianita que vende falopa. La séptima también, tiene más estructura de chiste que de aventura, y un remate zarpado, que nunca te ves venir. La octava es quizás menos verosímil, se notan más las ganas de hinchar las pelotas y de divertirse por parte del guionista. No quedó entre mis favoritas. La novena es la más larga (la única de ocho páginas) y está muy bien. En un momento se da una de esas casualidades que sólo existen en la ficción, pero Lerena le saca un jugo muy atractivo, no la usa sólo como efecto para impactar al lector. Y la última también, va para el lado de la ironía y el sarcasmo, y me resultó muy graciosa.
Lo mejor: los diálogos, que revelan a un guionista con un oído muy fino para el habla de estos tipos y minas condenados a estas vidas siempre al límite. Lo peor: las páginas que se desperdician entre las carátulas y los glosarios, en los que el guionista explica los términos lunfardos y tumberos que usan los personajes. Por ahí hubiese estado buena UNA página de glosario al final del tomo, con las palabras de las 10 historias. Diez páginas para explicar los localismos es un delirio, incluso en el improbable caso de que este libro se distribuyera en países donde nadie sabe qué significa “chabón”, “zarpado” o “cana”.
El dibujo de Fontana se aleja del clasicismo de Salamandra y se hace mucho más expresionista, más sucio, más virado al feísmo. Mete collage, mancha a full, texturas, mugre, y en las carátulas directamente se va al carajo para crear imágenes experimentales, rarísimas, a veces sin siquiera la menor pretensión de realismo. Lo mejor: la narrativa, bien planificada, bien fluída. Lo peor: las tipografías y cómo están puestas las letras dentro de los globos.
Está claro que con Yuta Noir, Lerena y Fontana salieron a buscar a otro público, a lectores que capaz no se enganchan con las aventuras de un gaucho del Siglo XIX o un malevo de principios del Siglo XX. Acá van por un lector más contemporáneo, con historias más fuertes, más cínicas, pero sobre todo más cercanas. No sé si lo encontraron, pero me gusta ver en estos autores las ganas de hacer cosas distintas, de mostrar riesgo y sobre todo versatilidad, multiplicidad de recursos gráficos y narrativos para no estancarse en una sóla fórmula y volver a sorprender. Para la próxima, si el librito tiene 80 páginas, traten que sean 72 de historieta. 48 es muy poco.
Este librito se compone de 10 historias cortas autoconclusivas. Algunas tienen cuatro páginas, otras seis, y y los personajes de las distintas historias no interactúan entre sí, ni se cruzan al estilo Sin City. Lo que une a las historias es la ambientación y la temática. Las 10 historias están ambientadas en barrios marginales de grandes urbes argentinas: monoblocks, villas, suburbios medio “No Man´s Land”… terrenos fértiles para relatos sórdidos, manchados de violencia (física y verbal) y miseria (económica y moral). Dentro de este universo de pibes chorros, canas corruptos, transas y fiolos, Lerena crea pequeñas historias, generalmente trágicas, pero a veces barnizadas con un cierto humor negro, con una mala leche que, en una de esas, te arranca una sonrisa a pesar de lo heavy del contexto. Escondé la billetera y recorramos brevemente cada una de las 10 historias.
La primera es una clásica historia de venganza, casi sin sorpresas, ambientada en el mundo de las putas y los cafishos. La segunda es más un chiste que una aventura, una humorada que se revela a pocos cuadritos del final y está muy bien. La tercera es de las que menos me gustó, por varios motivos. La cuarta tiene un planteo muy atractivo pero me parece que necesitaba más páginas de desarrollo. Llega a un final fuerte y coherente, pero llega demasiado rápido, como un eyaculador precoz. Faltaba franela para que el conflicto ganara espesor. La quinta, en cambio, tiene seis páginas y las aprovecha a full para darle intensidad, dramatismo y crueldad a una historia excelente, en la que no se filtran ni cinco centavos de esperanza.
La sexta es otro “chiste largo”, de exquisita mala leche, protagonizado por una ancianita que vende falopa. La séptima también, tiene más estructura de chiste que de aventura, y un remate zarpado, que nunca te ves venir. La octava es quizás menos verosímil, se notan más las ganas de hinchar las pelotas y de divertirse por parte del guionista. No quedó entre mis favoritas. La novena es la más larga (la única de ocho páginas) y está muy bien. En un momento se da una de esas casualidades que sólo existen en la ficción, pero Lerena le saca un jugo muy atractivo, no la usa sólo como efecto para impactar al lector. Y la última también, va para el lado de la ironía y el sarcasmo, y me resultó muy graciosa.
Lo mejor: los diálogos, que revelan a un guionista con un oído muy fino para el habla de estos tipos y minas condenados a estas vidas siempre al límite. Lo peor: las páginas que se desperdician entre las carátulas y los glosarios, en los que el guionista explica los términos lunfardos y tumberos que usan los personajes. Por ahí hubiese estado buena UNA página de glosario al final del tomo, con las palabras de las 10 historias. Diez páginas para explicar los localismos es un delirio, incluso en el improbable caso de que este libro se distribuyera en países donde nadie sabe qué significa “chabón”, “zarpado” o “cana”.
El dibujo de Fontana se aleja del clasicismo de Salamandra y se hace mucho más expresionista, más sucio, más virado al feísmo. Mete collage, mancha a full, texturas, mugre, y en las carátulas directamente se va al carajo para crear imágenes experimentales, rarísimas, a veces sin siquiera la menor pretensión de realismo. Lo mejor: la narrativa, bien planificada, bien fluída. Lo peor: las tipografías y cómo están puestas las letras dentro de los globos.
Está claro que con Yuta Noir, Lerena y Fontana salieron a buscar a otro público, a lectores que capaz no se enganchan con las aventuras de un gaucho del Siglo XIX o un malevo de principios del Siglo XX. Acá van por un lector más contemporáneo, con historias más fuertes, más cínicas, pero sobre todo más cercanas. No sé si lo encontraron, pero me gusta ver en estos autores las ganas de hacer cosas distintas, de mostrar riesgo y sobre todo versatilidad, multiplicidad de recursos gráficos y narrativos para no estancarse en una sóla fórmula y volver a sorprender. Para la próxima, si el librito tiene 80 páginas, traten que sean 72 de historieta. 48 es muy poco.
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sábado, 25 de octubre de 2014
25/ 10: SWAMP THING Vol.3
Ahora sí, pude leer completa la saga de Rotworld, cuta mitad “roja” vimos el 16 de este mes. La mitad “verde” también tiene muchas páginas, pero se me hizo más rápido de leer, porque 80 de esas páginas ya las había leído en el TPB de Animal Man. Vamos a centrar la reseña, entonces, en los episodios restantes, en los seis episodios que muestran la guerra contra el Rot desde el punto de vista de Swamp Thing, una vez que su camino y el de Animal Man se bifurcan.
Te lo resumo en tres palabras: espejitos de colores. Mucha grandilocuencia, machaca zarpada contra monstruos jodidos, cambios brutales en el status quo (el mundo entero poseído por la putrefacción), una epopeya a escala global… y no pasa nada. Todos los cambios vuelven para atrás, todo queda en el impacto, en el pochoclo y todo huele a relleno, a idea chiquita estirada hasta el infinito, a que se podía contar lo mismo en dos anuales. Así como el TPB de Animal Man mechaba escenas de Buddy en el mundo putrefacto con un subplot más tranqui protagonizado por Maxine, en Swamp Thing tenemos el mismo recurso, pero con Abby Arcane al frente del subplot. Y con Scott Snyder demostrando que no tenía absolutamente nada que contar en esa sub-trama. Las páginas de Abby en Europa (encima ambientadas durante el año en el que Swampy desaparece) son totalmente prescindibles, les podés hacer zapping sin perderte nada, o leerlas para bajar un cambio entre combate y combate de Swampy y sus aliados contra los bichos del Rot, pero sin esperar ningún tipo de desarrollo de nada.
Finalmente, como en el TPB de Animal Man, el último episodio, el epílogo, es donde el guionista realmente se luce y busca la reivindicación después de meses de latrocinio. Como Jeff Lemire en el n°19 de Animal Man, Scott Snyder cierra todo en el n°18 de Swamp Thing, con huevos para pegarle sacudones grossos (y espero que irreversibles) a los personajes, en un capítulo con todas las emociones que no tuvimos hasta ahora. Pero como además Snyder abandona la serie, se juega incluso más que Lemire y su final es mucho más definitivo. La despedida de Snyder invita a no seguir leyendo Swamp Thing mucho más que aquel n°19 de Animal Man, lo cual es… muchísimo. Así que el final de Rotworld terminó por ser un punto clave par bajarse de estas dos series, que prometían mucho y cumplieron hasta por ahí nomás.
Una similitud más entre este TPB y el Vol.3 de Animal Man es que la mayoría de los episodios tienen a un dibujante increíble, quizás en el mejor trabajo de su carrera. Lo que hace Yanick Paquette en este tomo es asombroso, majestuoso, totalmente descomunal, tanto en el dibujo como en la planificación de las páginas. A diferencia de Steve Pugh, el propio Paquette dibuja las secuencias protagonizadas por Abby que transcurren en paralelo a la trama central, y quizás eso sea lo que las haga mínimamente legibles. Pero también a diferencia de Pugh, Paquette no se banca más de dos o tres episodios seguidos y así es como aparecen los suplentes a los que ya sufrimos en el TPB de Animal Man: Marco Rudy, el clon choto de Totleben y Bissette que afana fotos a lo bestia, y el impresentable Andrew Belanger, que en un mundo más justo estaría preso en un penal de máxima seguridad.
Me quedo con esas últimas 22 páginas, con esos bellísimos y vibrantes dibujos de Paquette y con esos riesgos tan bien asumidos por Snyder para terminar con la mentira y darle a su despedida un verdadero sello de autor. Impredecible, emotivo, coherente, impactante, ese episodio final es lo que seguramente va a mostrar Scott Snyder cuando “le pidan el carnet” para entrar al club de los grandes guionistas de Swamp Thing, fundado por Len Wein y presidido hace 30 años por Alan Moore. El resto, hay que ser muy talibán de los New 52 (o haber leído poco Swamp Thing) para ponerlo entre las etapas más gloriosas de este entrañable personaje.
Te lo resumo en tres palabras: espejitos de colores. Mucha grandilocuencia, machaca zarpada contra monstruos jodidos, cambios brutales en el status quo (el mundo entero poseído por la putrefacción), una epopeya a escala global… y no pasa nada. Todos los cambios vuelven para atrás, todo queda en el impacto, en el pochoclo y todo huele a relleno, a idea chiquita estirada hasta el infinito, a que se podía contar lo mismo en dos anuales. Así como el TPB de Animal Man mechaba escenas de Buddy en el mundo putrefacto con un subplot más tranqui protagonizado por Maxine, en Swamp Thing tenemos el mismo recurso, pero con Abby Arcane al frente del subplot. Y con Scott Snyder demostrando que no tenía absolutamente nada que contar en esa sub-trama. Las páginas de Abby en Europa (encima ambientadas durante el año en el que Swampy desaparece) son totalmente prescindibles, les podés hacer zapping sin perderte nada, o leerlas para bajar un cambio entre combate y combate de Swampy y sus aliados contra los bichos del Rot, pero sin esperar ningún tipo de desarrollo de nada.
Finalmente, como en el TPB de Animal Man, el último episodio, el epílogo, es donde el guionista realmente se luce y busca la reivindicación después de meses de latrocinio. Como Jeff Lemire en el n°19 de Animal Man, Scott Snyder cierra todo en el n°18 de Swamp Thing, con huevos para pegarle sacudones grossos (y espero que irreversibles) a los personajes, en un capítulo con todas las emociones que no tuvimos hasta ahora. Pero como además Snyder abandona la serie, se juega incluso más que Lemire y su final es mucho más definitivo. La despedida de Snyder invita a no seguir leyendo Swamp Thing mucho más que aquel n°19 de Animal Man, lo cual es… muchísimo. Así que el final de Rotworld terminó por ser un punto clave par bajarse de estas dos series, que prometían mucho y cumplieron hasta por ahí nomás.
Una similitud más entre este TPB y el Vol.3 de Animal Man es que la mayoría de los episodios tienen a un dibujante increíble, quizás en el mejor trabajo de su carrera. Lo que hace Yanick Paquette en este tomo es asombroso, majestuoso, totalmente descomunal, tanto en el dibujo como en la planificación de las páginas. A diferencia de Steve Pugh, el propio Paquette dibuja las secuencias protagonizadas por Abby que transcurren en paralelo a la trama central, y quizás eso sea lo que las haga mínimamente legibles. Pero también a diferencia de Pugh, Paquette no se banca más de dos o tres episodios seguidos y así es como aparecen los suplentes a los que ya sufrimos en el TPB de Animal Man: Marco Rudy, el clon choto de Totleben y Bissette que afana fotos a lo bestia, y el impresentable Andrew Belanger, que en un mundo más justo estaría preso en un penal de máxima seguridad.
Me quedo con esas últimas 22 páginas, con esos bellísimos y vibrantes dibujos de Paquette y con esos riesgos tan bien asumidos por Snyder para terminar con la mentira y darle a su despedida un verdadero sello de autor. Impredecible, emotivo, coherente, impactante, ese episodio final es lo que seguramente va a mostrar Scott Snyder cuando “le pidan el carnet” para entrar al club de los grandes guionistas de Swamp Thing, fundado por Len Wein y presidido hace 30 años por Alan Moore. El resto, hay que ser muy talibán de los New 52 (o haber leído poco Swamp Thing) para ponerlo entre las etapas más gloriosas de este entrañable personaje.
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viernes, 24 de octubre de 2014
24/ 10: FRACTION
Ayer vimos un comic de Matt Fraction y hoy, en una de esas sincronías bizarras que tiene la vida, me tocó leer un comic llamado Fraction. El autor es Shintaro Kago, así que mañana espero no leer un comic llamado Kago.
Este es un trabajo raro del consagrado mangaka, porque nunca se serializó en ninguna revista. Es una novela gráfica pura y dura, pensada para ser editada en libro, y después complementada por cuatro historias cortas (por lo menos en la edición española) como para redondear un libro más gordito, más atractivo. También es raro porque cuenta dos historias en paralelo, con una división muy marcada entre ambas. En tres de los capítulos, Kago cuenta la historia de un asesino serial que corta a sus víctimas por la mitad. Los protagonistas son un chico y una chica, que intentan descifrar la identidad del asesino, y todo lleva un curso bastante clásico hasta que estallan el delirio y la aberración extrema, cerca del final. Acá hay tripas, sangre y gente que se empoma cadáveres, pero no es el típico ero-guro pasado de rosca, sino más bien un misterio “policial”, sin policías y con bastante gore.
Ahora, en los tres capítulos restantes, el protagonista es el propio Shintaro Kago, que se dibuja a sí mismo en un extenso diálogo con su editora. Ahí, el autor reflexiona sobre los límites del ero-guro, sobre lo difícil que le resulta des-encasillarse del género en el que alcanzó la popularidad, y –lo más interesante- se pone a explorar el tema de los trucos narrativos que ofrece la historieta para impactar al lector. Kago pone ejemplos maravillosos, muestra el doble fondo de la galera, analiza, explica y hasta clasifica trucos pensados para sorprendernos desde el dibujo, desde el montaje, desde lo que se elige mostrar y lo que se elige ocultar a la hora de componer una secuencia. Al final también se va al carajo, pero hasta que eso sucede, tenemos una verdadera cátedra de un genio al que le encanta experimentar, buscar nuevos caminos, meterse en bretes en los que ningún otro autor se había metido antes. Eso, y los cheap thrills de la serie de asesinatos y mutilaciones, hacen que Fraction garpe a pleno.
Entre las historias cortas que complementan a la novela gráfica, las 17 páginas de Retornado son ero-guro puro, una inmundicia tremendamente shockeante y perturbadora, con baba, sudor, pis, guasca, mierda y sangre (y tajos y bichos) que le hubiese encantado imaginar a Suehiro Maruo. Y la otra que está buenísima es El Súmmum de lo Irritante, sin perversiones sexuales, pero con insectos y genitales, en un guión muy tenso, muy inquietante.
Después hay otras dos historias cortas (una de ellas con excrementos, torturas, mutilaciones y violaciones) pero no me convencieron. Están dibujadas en un estilo más limpito, más simple, casi buscando una síntesis, una línea clara onda Hergé, y con una grilla fija de seis viñetas iguales en todas las páginas, un recurso que a veces suma y esta vez restó. Siempre digo que no hay forma de que Kago dibuje tan bien como Maruo, pero cuando ni siquiera lo intenta, no me cierra ni ahí.
Fraction es un libro interesante para cebar a lectores que todavía no conocen a Shintaro Kago. Arranca para el lado del misterio, con muchas páginas en las que las atrocidades y la demencia están más o menos “bajo control”, tiene bastante de esa impronta experimental, de juego formal, que caracteriza al mangaka, y una vez que ya mordiste el anzuelo, te detona unas cuantas secuencias pasadísimas de rosca, antes de llegar al final de la historia principal. Y si querés más atrocidades, después te esperan las historias cortas, dos de ellas dibujadas a un nivel impresionante, en las que Kago te da ero-guro para que tengas. O sea que está todo acá, en estas 208 páginas que de algún modo sintetizan la genialidad de esta bestia que, cuando quiere, impacta como nadie. Y no tengo más libros de Kago sin leer, pero ni bien vea barato alguno de los que me faltan, me tiro de cabeza.
Este es un trabajo raro del consagrado mangaka, porque nunca se serializó en ninguna revista. Es una novela gráfica pura y dura, pensada para ser editada en libro, y después complementada por cuatro historias cortas (por lo menos en la edición española) como para redondear un libro más gordito, más atractivo. También es raro porque cuenta dos historias en paralelo, con una división muy marcada entre ambas. En tres de los capítulos, Kago cuenta la historia de un asesino serial que corta a sus víctimas por la mitad. Los protagonistas son un chico y una chica, que intentan descifrar la identidad del asesino, y todo lleva un curso bastante clásico hasta que estallan el delirio y la aberración extrema, cerca del final. Acá hay tripas, sangre y gente que se empoma cadáveres, pero no es el típico ero-guro pasado de rosca, sino más bien un misterio “policial”, sin policías y con bastante gore.
Ahora, en los tres capítulos restantes, el protagonista es el propio Shintaro Kago, que se dibuja a sí mismo en un extenso diálogo con su editora. Ahí, el autor reflexiona sobre los límites del ero-guro, sobre lo difícil que le resulta des-encasillarse del género en el que alcanzó la popularidad, y –lo más interesante- se pone a explorar el tema de los trucos narrativos que ofrece la historieta para impactar al lector. Kago pone ejemplos maravillosos, muestra el doble fondo de la galera, analiza, explica y hasta clasifica trucos pensados para sorprendernos desde el dibujo, desde el montaje, desde lo que se elige mostrar y lo que se elige ocultar a la hora de componer una secuencia. Al final también se va al carajo, pero hasta que eso sucede, tenemos una verdadera cátedra de un genio al que le encanta experimentar, buscar nuevos caminos, meterse en bretes en los que ningún otro autor se había metido antes. Eso, y los cheap thrills de la serie de asesinatos y mutilaciones, hacen que Fraction garpe a pleno.
Entre las historias cortas que complementan a la novela gráfica, las 17 páginas de Retornado son ero-guro puro, una inmundicia tremendamente shockeante y perturbadora, con baba, sudor, pis, guasca, mierda y sangre (y tajos y bichos) que le hubiese encantado imaginar a Suehiro Maruo. Y la otra que está buenísima es El Súmmum de lo Irritante, sin perversiones sexuales, pero con insectos y genitales, en un guión muy tenso, muy inquietante.
Después hay otras dos historias cortas (una de ellas con excrementos, torturas, mutilaciones y violaciones) pero no me convencieron. Están dibujadas en un estilo más limpito, más simple, casi buscando una síntesis, una línea clara onda Hergé, y con una grilla fija de seis viñetas iguales en todas las páginas, un recurso que a veces suma y esta vez restó. Siempre digo que no hay forma de que Kago dibuje tan bien como Maruo, pero cuando ni siquiera lo intenta, no me cierra ni ahí.
Fraction es un libro interesante para cebar a lectores que todavía no conocen a Shintaro Kago. Arranca para el lado del misterio, con muchas páginas en las que las atrocidades y la demencia están más o menos “bajo control”, tiene bastante de esa impronta experimental, de juego formal, que caracteriza al mangaka, y una vez que ya mordiste el anzuelo, te detona unas cuantas secuencias pasadísimas de rosca, antes de llegar al final de la historia principal. Y si querés más atrocidades, después te esperan las historias cortas, dos de ellas dibujadas a un nivel impresionante, en las que Kago te da ero-guro para que tengas. O sea que está todo acá, en estas 208 páginas que de algún modo sintetizan la genialidad de esta bestia que, cuando quiere, impacta como nadie. Y no tengo más libros de Kago sin leer, pero ni bien vea barato alguno de los que me faltan, me tiro de cabeza.
jueves, 23 de octubre de 2014
23/ 10: FANTASTIC FOUR Vol.2
Segundo tomo de los Fantastic Four de Matt Fraction y esta vez nos concentramos sólo en el título principal, el que tiene como dibujante a Mark Bagley y como protagonistas a Ben, Johnny, Reed, Sue y los hijos de ambos. Estamos en esa saga que empezó en el Vol.1 (lo vimos el 29/05/14) en la que Reed y su familia se van de vacaciones, a pasear por los confines más remotos del espacio-tiempo, mientras en realidad Mr. Fantastic busca la cura para una extraña enfermedad degenerativa que lo está afectando. Es una linda consigna, que le da a Fraction mucha libertad para hacer básicamente lo que se le dé la gana, con espacio para historias cósmicas y grandilocuentes, y para historias más chiquitas, más intimistas.
El TPB va a explorar las dos variantes, más una tercera, en un número especial, injertado de prepo para conectar con la patética saga conocida como Age of Ultron. Ponele que, como Sue tiene mucho protagonismo en esa saga, era importante que Fantastic Four tuviera un tie-in con AoU. Pero, ¿aporta algo en el contexto de ESTE recopilatorio? No, absolutamente nada. Se podría haber reeditado en el TPB de AoU, o en ningún lado, porque la verdad que es una sucesión de lugares comunes berreta y estridente como las guerras de mediáticos en los programas de la tarde. El dibujante, André Araujo, no es malo. Con tiempo, con más rodaje y si lo dejan volar, quizás se convierta en un nombre a tener en cuenta.
Pero vamos a lo que importa, que son los cinco episodios de Fraction y Bagley. Arrancamos bien, con una historia sin machaca, en la que el conflicto central se da en el fuero íntimo de Reed, en la cuerda floja entre la integridad, el amor, la lealtad y el plan que –en una de esas- lo salve de irse al descenso. El segundo unitario es el de Julio César y lleva a la familia Richards al Imperio Romano para una aventura menor, con algo de acción y la presentación de un nuevo personaje secundario, que –sospecho- se va a revelar más adelante como alguien a quien ya conocíamos.
La saga zarpada, ambiciosa, “hickmanera”, de este tomo es la de los dos numeritos contra Blastaar, con una buena dosis de machaca, conceptos complejos que tienen que ver con el inicio y el fin de la existencia, y mucha chapa para los mejores personajes que tiene esta serie: Franklin y Valeria Richards. Y cierra un unitario tranqui, centrado en Ben, que elige pasar esos pocos días del año en los que recupera la apariencia humana en su viejo barrio, pero en la década del ´30. Allí ayudará a un viejo comerciante judío a liberarse de los aprietes de unos malvivientes (también de “la cole”) y repartirá piñas con y sin su característica super-fuerza. No me llegó a aburrir, pero tampoco me sorprendió en lo más mínimo.
Me quedo, entonces, con el primer unitario, y con los dos numeritos a todo o nada contra Blastaar, que –no sé por qué- es un villano que me gusta mucho. Rescato también el nivel de los diálogos, muy parejo y muy arriba, y sobre todo ese clima de libertad que señalaba antes. No se me ocurre postular que acá Fraction estaba haciendo comic de autor dentro del mainstream, porque es evidente que se tuvo que comer ese sapo cósmico del tie-in con Age of Ultron. Pero fuera de eso, este es un comic que se permite jugar por afuera del reglamento y hasta se da el lujo (como se daba Fraction también en Hawkeye) de plantear historias sin peleas entre buenos y malos, sin estridencias innecesarias.
Mark Bagley acompaña decorosamente, sin descollar, muy bien respaldado por las tintas de Mark Farmer y los colores de Paul Mounts, que le dan ese sabor tan típico de Alan Davis, aunque Bagley no dibuje tan bien como el prócer británico. Lo más loable es cómo Bagley pela versatilidad y va de un planeta alienígena a un barrio judío de la Nueva York de la Gran Depresión, a los suntuosos palacios del Imperio Romano y de ahí a las entrañas de una nave/fortaleza construída para ser testigo del fin de la existencia. Sin escatimar fondos y sin chorear fotos, el tipo se arremanga y logra ambientar correctamente cada una de las historias que pergeña Fraction, lo cual no es poco.
En unos meses –parece mentira- no va a haber más comics de los Fantastic Four. Y ahí sí diremos “la puta que lo parió, ganaron los malos”. Mientras tanto, yo sigo explorando la breve etapa de Matt Fraction, que no tiene con qué bancarle los trapos a la de Jonathan Hickman, pero tampoco está nada mal.
El TPB va a explorar las dos variantes, más una tercera, en un número especial, injertado de prepo para conectar con la patética saga conocida como Age of Ultron. Ponele que, como Sue tiene mucho protagonismo en esa saga, era importante que Fantastic Four tuviera un tie-in con AoU. Pero, ¿aporta algo en el contexto de ESTE recopilatorio? No, absolutamente nada. Se podría haber reeditado en el TPB de AoU, o en ningún lado, porque la verdad que es una sucesión de lugares comunes berreta y estridente como las guerras de mediáticos en los programas de la tarde. El dibujante, André Araujo, no es malo. Con tiempo, con más rodaje y si lo dejan volar, quizás se convierta en un nombre a tener en cuenta.
Pero vamos a lo que importa, que son los cinco episodios de Fraction y Bagley. Arrancamos bien, con una historia sin machaca, en la que el conflicto central se da en el fuero íntimo de Reed, en la cuerda floja entre la integridad, el amor, la lealtad y el plan que –en una de esas- lo salve de irse al descenso. El segundo unitario es el de Julio César y lleva a la familia Richards al Imperio Romano para una aventura menor, con algo de acción y la presentación de un nuevo personaje secundario, que –sospecho- se va a revelar más adelante como alguien a quien ya conocíamos.
La saga zarpada, ambiciosa, “hickmanera”, de este tomo es la de los dos numeritos contra Blastaar, con una buena dosis de machaca, conceptos complejos que tienen que ver con el inicio y el fin de la existencia, y mucha chapa para los mejores personajes que tiene esta serie: Franklin y Valeria Richards. Y cierra un unitario tranqui, centrado en Ben, que elige pasar esos pocos días del año en los que recupera la apariencia humana en su viejo barrio, pero en la década del ´30. Allí ayudará a un viejo comerciante judío a liberarse de los aprietes de unos malvivientes (también de “la cole”) y repartirá piñas con y sin su característica super-fuerza. No me llegó a aburrir, pero tampoco me sorprendió en lo más mínimo.
Me quedo, entonces, con el primer unitario, y con los dos numeritos a todo o nada contra Blastaar, que –no sé por qué- es un villano que me gusta mucho. Rescato también el nivel de los diálogos, muy parejo y muy arriba, y sobre todo ese clima de libertad que señalaba antes. No se me ocurre postular que acá Fraction estaba haciendo comic de autor dentro del mainstream, porque es evidente que se tuvo que comer ese sapo cósmico del tie-in con Age of Ultron. Pero fuera de eso, este es un comic que se permite jugar por afuera del reglamento y hasta se da el lujo (como se daba Fraction también en Hawkeye) de plantear historias sin peleas entre buenos y malos, sin estridencias innecesarias.
Mark Bagley acompaña decorosamente, sin descollar, muy bien respaldado por las tintas de Mark Farmer y los colores de Paul Mounts, que le dan ese sabor tan típico de Alan Davis, aunque Bagley no dibuje tan bien como el prócer británico. Lo más loable es cómo Bagley pela versatilidad y va de un planeta alienígena a un barrio judío de la Nueva York de la Gran Depresión, a los suntuosos palacios del Imperio Romano y de ahí a las entrañas de una nave/fortaleza construída para ser testigo del fin de la existencia. Sin escatimar fondos y sin chorear fotos, el tipo se arremanga y logra ambientar correctamente cada una de las historias que pergeña Fraction, lo cual no es poco.
En unos meses –parece mentira- no va a haber más comics de los Fantastic Four. Y ahí sí diremos “la puta que lo parió, ganaron los malos”. Mientras tanto, yo sigo explorando la breve etapa de Matt Fraction, que no tiene con qué bancarle los trapos a la de Jonathan Hickman, pero tampoco está nada mal.
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miércoles, 22 de octubre de 2014
22/ 10: ALTAVISTA
¡Ufff! ¡Mucho para analizar! Me tocó un libro extenso y además muy sustancioso. Veremos si puedo sintetizar para que esto no se haga eterno.
Las primeras seis historias cortas son cualquiera. Me explico: son hermosos relatos, que podrían tranquilamente no ser historietas. No hay integración entre imagen y texto y es este último el que narra absolutamente todo. Los dibujos (bellísimo testimonio de la constante evolución y la apabullante versatilidad de Fernando Calvi) podrían no estar y todo sería práticamente lo mismo. Cuentitos que en vez de tener en cada página una ilustración alusiva, tienen nueve dibujitos.
En los episodios 7 al 13 Calvi empieza a encontrar el camino: vincula sutilmente a unas historias con otras (incluso con las seis primeras), construye universo, le da forma a una narración mayor, más ambiciosa, y empieza a permitirle al dibujo contar cosas por afuera (o por encima) de lo que nos narran los textos.
Las historias en sí están muy bien. Quizás les sobre un poquito de cáscara, de pátina de cosa sofisitcada, trascendental. Está claro que a Calvi le interesa una aventura más interior, menos física, y de a poco encuentra ese equilibrio entre las dos cosas. A veces se empantana en viejos recursos como personajes que entran en escena para contar historias, o sueños del protagonista que contribuyen a enrarecer el clima y no a darle solidez a las tramas. Pero si logramos ver a través de esas ínfulas de “cosa rara, única y vanguardista” (que tanto aplaudieron críticos, colegas y fans de la obra de Calvi), vamos a encontrar lo más importante, que son buenas historias.
Por ahí el gran problema es el estilo. Al estilo se llega por dos vías: la de las limitaciones o la del capricho. Los que seguimos a Calvi desde mediados de los ´90 (desde aquellos trabajos en la Comiqueando que él jamás menciona en su biografía ni cuando da entrevistas) sabemos que este animalito no tiene limitaciones, ni en el dibujo ni en la narrativa. De ahí inferimos que el ritmo, los climas, la cadencia, la puesta en página siempre igual, el grafismo, la paleta de colores, las emociones que Calvi elige transmitir con Altavista son fruto –ni más ni menos- que del capricho. Y hay que bancárselo, de un lado y del otro. Uno, como lector de Calvi, tendrá que separar la paja del trigo y esforzarse un poco más para encontrar la historia por debajo de los simbolismos, las pinceladas autobiográficas, las secuencias oníricas, las citas literarias y demás “caprichos” del autor. Y Calvi tendrá que aceptar que muchos lectores no se fumen el experimento y digan “se fue a la mierda”, o apoden a este libro “Altabosta”, como escuché por ahí.
Pero ponele que le sintonizaste la onda a la saga y seguís más allá de esas 13 historias cortas. Ahí, disfrazadas de más anécdotas de borrachos incoherentes, de sueños, delirios y anhelos de perdedor enamorado, hay dos aventuras grossas, casi clásicas: la de Wendy, con Peter Pan y el Fantasma, y la del cubo, con los Challengers of the Unknown y la resolución del misterio de Dagón. Y después, ese epílogo ambiguo y fumachero con el Corto Maltés, acorde con la onda ambigua y fumachera de algunos álbumes del marino creado por Hugo Pratt.
Nombré a personajes de Pratt, de Lovecraft, de James M. Barrie, de Jack Kirby, de Lee Falk, y también hay apariciones y menciones a personajes de Herman Mellville, Hergé, E.C. Segar, Carmine Infantino, Bioy Casares, H. G. Wells y muchos más. Los homenajes y citas son un condimento muy atractivo de Altavista (conmovedores los tributos de Calvi a Carlos Trillo, José Muñoz y Quique Alcatena) y se podría escribir un libro igual de extenso que este, explicándolos todos.
Con un dibujo de engañosa simplicidad, con un sentido muy personal de la espacialidad, sin globos de diálogo y una paleta de colores intencionalmente restringida, de a poco Calvi me convenció de que cada uno de estos elementos, cada línea y cada palabra, están ahí para cumplir una función narrativa. Por eso, por la calidad y la originalidad del dibujo y por la noble intención de contar la aventura desde otro lugar y en otro tono, banco y recomiendo Altavista. No sé si será EL exponente imbatible de una nueva forma de hacer comic de autor en nuestro país, pero sin dudas se trata de un trabajo muy pensado y muy logrado, fruto de la pluma (y las tripas) de un autor que fue prodigioso desde muy pendejo y hoy -vaya paradoja- ostenta a fuerza de caprichos la madurez de los grandes maestros.
Las primeras seis historias cortas son cualquiera. Me explico: son hermosos relatos, que podrían tranquilamente no ser historietas. No hay integración entre imagen y texto y es este último el que narra absolutamente todo. Los dibujos (bellísimo testimonio de la constante evolución y la apabullante versatilidad de Fernando Calvi) podrían no estar y todo sería práticamente lo mismo. Cuentitos que en vez de tener en cada página una ilustración alusiva, tienen nueve dibujitos.
En los episodios 7 al 13 Calvi empieza a encontrar el camino: vincula sutilmente a unas historias con otras (incluso con las seis primeras), construye universo, le da forma a una narración mayor, más ambiciosa, y empieza a permitirle al dibujo contar cosas por afuera (o por encima) de lo que nos narran los textos.
Las historias en sí están muy bien. Quizás les sobre un poquito de cáscara, de pátina de cosa sofisitcada, trascendental. Está claro que a Calvi le interesa una aventura más interior, menos física, y de a poco encuentra ese equilibrio entre las dos cosas. A veces se empantana en viejos recursos como personajes que entran en escena para contar historias, o sueños del protagonista que contribuyen a enrarecer el clima y no a darle solidez a las tramas. Pero si logramos ver a través de esas ínfulas de “cosa rara, única y vanguardista” (que tanto aplaudieron críticos, colegas y fans de la obra de Calvi), vamos a encontrar lo más importante, que son buenas historias.
Por ahí el gran problema es el estilo. Al estilo se llega por dos vías: la de las limitaciones o la del capricho. Los que seguimos a Calvi desde mediados de los ´90 (desde aquellos trabajos en la Comiqueando que él jamás menciona en su biografía ni cuando da entrevistas) sabemos que este animalito no tiene limitaciones, ni en el dibujo ni en la narrativa. De ahí inferimos que el ritmo, los climas, la cadencia, la puesta en página siempre igual, el grafismo, la paleta de colores, las emociones que Calvi elige transmitir con Altavista son fruto –ni más ni menos- que del capricho. Y hay que bancárselo, de un lado y del otro. Uno, como lector de Calvi, tendrá que separar la paja del trigo y esforzarse un poco más para encontrar la historia por debajo de los simbolismos, las pinceladas autobiográficas, las secuencias oníricas, las citas literarias y demás “caprichos” del autor. Y Calvi tendrá que aceptar que muchos lectores no se fumen el experimento y digan “se fue a la mierda”, o apoden a este libro “Altabosta”, como escuché por ahí.
Pero ponele que le sintonizaste la onda a la saga y seguís más allá de esas 13 historias cortas. Ahí, disfrazadas de más anécdotas de borrachos incoherentes, de sueños, delirios y anhelos de perdedor enamorado, hay dos aventuras grossas, casi clásicas: la de Wendy, con Peter Pan y el Fantasma, y la del cubo, con los Challengers of the Unknown y la resolución del misterio de Dagón. Y después, ese epílogo ambiguo y fumachero con el Corto Maltés, acorde con la onda ambigua y fumachera de algunos álbumes del marino creado por Hugo Pratt.
Nombré a personajes de Pratt, de Lovecraft, de James M. Barrie, de Jack Kirby, de Lee Falk, y también hay apariciones y menciones a personajes de Herman Mellville, Hergé, E.C. Segar, Carmine Infantino, Bioy Casares, H. G. Wells y muchos más. Los homenajes y citas son un condimento muy atractivo de Altavista (conmovedores los tributos de Calvi a Carlos Trillo, José Muñoz y Quique Alcatena) y se podría escribir un libro igual de extenso que este, explicándolos todos.
Con un dibujo de engañosa simplicidad, con un sentido muy personal de la espacialidad, sin globos de diálogo y una paleta de colores intencionalmente restringida, de a poco Calvi me convenció de que cada uno de estos elementos, cada línea y cada palabra, están ahí para cumplir una función narrativa. Por eso, por la calidad y la originalidad del dibujo y por la noble intención de contar la aventura desde otro lugar y en otro tono, banco y recomiendo Altavista. No sé si será EL exponente imbatible de una nueva forma de hacer comic de autor en nuestro país, pero sin dudas se trata de un trabajo muy pensado y muy logrado, fruto de la pluma (y las tripas) de un autor que fue prodigioso desde muy pendejo y hoy -vaya paradoja- ostenta a fuerza de caprichos la madurez de los grandes maestros.
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martes, 21 de octubre de 2014
21/ 10: FATALE Vol.3
Este es un tomo raro de la fundamental serie de Ed Brubaker y Sean Phillips. En primer lugar, porque en vez de cinco episodios recopila cuatro. En segundo lugar, porque se trata de cuatro historias autoconclusivas, no de un arco argumental dividido en episodios. Y en tercer lugar, porque deja completamente de lado uno de los plots centrales, uno de los ganchos que conectaban al primer tomo con el segundo. El final del Vol.2 (lo vimos el 05/04/14) fue tremendo, un volantazo impredecible y electrizante en la saga de Nicolas Lash y el misterioso manuscrito de Dominic Raines. ¿Y ahora? ¿Cómo sigue esa parte de la trama? Acá no hay ni el más mínimo indicio y habrá que esperar hasta el Vol.4 para enterarse.
Dos de los unitarios se centran en el otro personaje principal, en la que hasta ahora es la protagonista indiscutida de Fatale: la bella e irresistible Josephine. El primero está ambientado en Texas, en 1936, cuando Jo recién empieza a controlar sus poderes y a sospechar que esas pesadillas que la atormentan no existen sólo en sus sueños, sino también en el mundo real, aunque sólo unos pocos puedan verlo. No es un guionazo, no era absolutamente imprescindible contar esa historia, pero -como siempre- Brubaker te enreda en su maraña de diálogos afilados y magníficos bloques de texto y terminás enganchado, incluso cuando la historia que te cuenta es menor.
Y el otro unitario centrado en Josephine es importante, porque funciona como complemento al Vol.1 (lo vimos el 08/12/13). En aquel arco argumental, Brubaker tiraba un breve flashback a Europa durante la Segunda Guerra Mundial, donde situaba el origen de la relación entre Jo y Walter Booker y tiraba pistas de un enfrentamiento grosso con Bishop. Eso que en el Vol.1 era escueto y ambiguo acá es explorado a fondo, en una aventura vibrante, al recontra-palo, con imágenes fuertes y cimientos firmes para la trágica relación de la pareja.
Nos quedan dos unitarios más. El primero gira en torno de Mathilda, una chica que vive en Francia en 1286, a la que perseguirán por bruja. Mathilda tiene poderes parecidos a los de Jo y si leés el comic con mucha atención vas a descubrir un libro y un diálogo que conectan a la historia de Mathilda con la de Jo y con la de Nicolas Lash. Igual, 24 páginas para sugerir que la maldición que hoy porta Josephine viene de hace casi mil años atrás, es un poco mucho. Por suerte abre y cierra con un ritmo bastante aventurero, como para que parezca que “pasa algo”.
Y la historia que nos queda tiene como protagonista a “Black” Bonnie Smith, otra chica de inexplicable longevidad, apabullante belleza y el poder de controlar a los hombres a su voluntad. Pero hete aquí que esta chica es una forajida que cabalga las planicies y desfiladeros de Colorado en 1883, con lo cual Brubaker juega a contarnos una de cowboys. A fuerza de puteadas, tiros, revelaciones shockeantes y un gran laburo en el armado de dos personajes secundarios, este se convierte en un unitario muy, muy sólido, impredecible a pesar de que uno ya conoce “la fórmula”.
Con este tomo, además de darle a Josephine visos de “legacy heroine”, al estilo de esos personajes de DC que viven distintas vidas en distintas épocas y con distintas identidades, Brubaker juega a complicarle la vida a su socio, el notable Sean Phillips. Acá, el británico se tiene que romper el culo para conseguir parvas de documentación histórica, que va a poder usar una sola vez! Cada 24 páginas, tiene que cambiar de país, de siglo, de ambientación, de climas. Lo que antes hacía una vez por TPB, ahora lo hace una vez por episodio. Y obviamente lo hace bárbaro, porque Phillips ya demostró que ningún desafío le queda grande, que sale a buscar los tres puntos en todas las canchas. Phillips te va de la Gran Depresión al medioevo, de ahí al Far West y de ahí a la Europa ocupada por el Tercer Reich sin pifiarla nunca, siempre atento a los detalles, siempre dispuesto a acompañar y subrayar el ritmo que Brubaker le impone a cada uno de los relatos.
Si nunca leíste Fatale, no trates de empezar por este tomo. Y si estás enganchadíismo (como yo) con la serie… paciencia, maestro. Hay que bancar un tomo más para ver cómo carajo siguen avanzando las tramas.
Dos de los unitarios se centran en el otro personaje principal, en la que hasta ahora es la protagonista indiscutida de Fatale: la bella e irresistible Josephine. El primero está ambientado en Texas, en 1936, cuando Jo recién empieza a controlar sus poderes y a sospechar que esas pesadillas que la atormentan no existen sólo en sus sueños, sino también en el mundo real, aunque sólo unos pocos puedan verlo. No es un guionazo, no era absolutamente imprescindible contar esa historia, pero -como siempre- Brubaker te enreda en su maraña de diálogos afilados y magníficos bloques de texto y terminás enganchado, incluso cuando la historia que te cuenta es menor.
Y el otro unitario centrado en Josephine es importante, porque funciona como complemento al Vol.1 (lo vimos el 08/12/13). En aquel arco argumental, Brubaker tiraba un breve flashback a Europa durante la Segunda Guerra Mundial, donde situaba el origen de la relación entre Jo y Walter Booker y tiraba pistas de un enfrentamiento grosso con Bishop. Eso que en el Vol.1 era escueto y ambiguo acá es explorado a fondo, en una aventura vibrante, al recontra-palo, con imágenes fuertes y cimientos firmes para la trágica relación de la pareja.
Nos quedan dos unitarios más. El primero gira en torno de Mathilda, una chica que vive en Francia en 1286, a la que perseguirán por bruja. Mathilda tiene poderes parecidos a los de Jo y si leés el comic con mucha atención vas a descubrir un libro y un diálogo que conectan a la historia de Mathilda con la de Jo y con la de Nicolas Lash. Igual, 24 páginas para sugerir que la maldición que hoy porta Josephine viene de hace casi mil años atrás, es un poco mucho. Por suerte abre y cierra con un ritmo bastante aventurero, como para que parezca que “pasa algo”.
Y la historia que nos queda tiene como protagonista a “Black” Bonnie Smith, otra chica de inexplicable longevidad, apabullante belleza y el poder de controlar a los hombres a su voluntad. Pero hete aquí que esta chica es una forajida que cabalga las planicies y desfiladeros de Colorado en 1883, con lo cual Brubaker juega a contarnos una de cowboys. A fuerza de puteadas, tiros, revelaciones shockeantes y un gran laburo en el armado de dos personajes secundarios, este se convierte en un unitario muy, muy sólido, impredecible a pesar de que uno ya conoce “la fórmula”.
Con este tomo, además de darle a Josephine visos de “legacy heroine”, al estilo de esos personajes de DC que viven distintas vidas en distintas épocas y con distintas identidades, Brubaker juega a complicarle la vida a su socio, el notable Sean Phillips. Acá, el británico se tiene que romper el culo para conseguir parvas de documentación histórica, que va a poder usar una sola vez! Cada 24 páginas, tiene que cambiar de país, de siglo, de ambientación, de climas. Lo que antes hacía una vez por TPB, ahora lo hace una vez por episodio. Y obviamente lo hace bárbaro, porque Phillips ya demostró que ningún desafío le queda grande, que sale a buscar los tres puntos en todas las canchas. Phillips te va de la Gran Depresión al medioevo, de ahí al Far West y de ahí a la Europa ocupada por el Tercer Reich sin pifiarla nunca, siempre atento a los detalles, siempre dispuesto a acompañar y subrayar el ritmo que Brubaker le impone a cada uno de los relatos.
Si nunca leíste Fatale, no trates de empezar por este tomo. Y si estás enganchadíismo (como yo) con la serie… paciencia, maestro. Hay que bancar un tomo más para ver cómo carajo siguen avanzando las tramas.
lunes, 20 de octubre de 2014
20/ 10: PUEBLO HUNDIDO (RESCATANDO UNA HISTORIA)
Con este libro me pasó algo muy raro, que creo que nunca me había pasado antes. Alguien (sinceramente no me acuerdo quién) me lo regaló en Abril, durante la FIC de Santiago de Chile, en la que estuve participando. En ese momento ni lo abrí. Miré la tapa, me gustó mucho, me transmitió una onda de historieta europea finoli, y sin siquiera hojearlo, lo guardé en la valija, junto a los otros libros que compré o me regalaron en ese evento.
Meses más tarde, más precisamente anoche, me senté a leerlo. Le pegué una hojeada y no me gustó el dibujo. Leí la contratapa, donde más o menos te “tratan de vender” la historieta con un resumen del argumento y me pareció un embole. Leí el prólogo y casi me duermo. De alguna manera, junté coraje para seguir adelante y leí la primera página. Me pareció aburridísima. Volví a hojear el libro, y sin leerlo, saqué estas conclusiones:
1) El dibujo de Juan “Nitrox” Márquez (cuyo trabajo había disfrutado en una antología del Dr. Mortis reseñada hace justo un año, el 19/10/13) se pasa de pecho frío. El equilibrio entre blancos y negros no existe, es todo 90% blanco, como si fuera a venir un colorista a pintar la historieta. Y tiene páginas con demasiadas viñetas, en las que el dibujo se desluce bastante.
2) La tipografía de los diálogos la eligió el enemigo, alguien decidido a que no leamos jamás la historia de Pueblo Hundido.
3) El guión de Maycols Alfaro no propone una curva dramática, ni el típico periplo de introducción-nudo-desenlace. Es apenas la puesta en práctica de uno o dos recursos para tirar toneladas de data acerca de la historia de este pueblo, sin conflictos, sin aventura, sin emociones. Simplemente información, disfrazada de historieta a ver si los pibes la leen con más ganas que si fuera un típico manual de Historia.
4) La cantidad de texto que metió el compañero Maycols en esta historieta es absolutamente desmedida. No hay el menor intento de conservar una proporción razonable entre imagen y texto, algo importantísimo si querés que la historieta capte a lectores del segmento infanto-juvenil. Acá los globos se morfan las páginas y eclipsan feo a los dibujos de Nitrox.
Y la verdad es que, una vez constatados estos obstáculos para disfrutar de la historieta, decidí no leerla. Es un garrón, nunca me había pasado. La tuve en mis manos horas enteras, me la llevé a la cama, al trono… y nada. Fue como franelear tres horas con una mina para después no coger. Me siento mal y le pido disculpas sobre todo al guionista, porque quizás, si me adentraba en la historia, encontraba algo para rescatar en los diálogos, o en algún punto de la trama que –repito- se me hizo imperceptible en las reiteradas hojeadas del libro.
Hoy por hoy está bastante claro que una historieta de temática histórica, con cierto perfil didáctico, tiene grandes chances de conseguir subsidios de instituciones educativas estatales, de llegar a escuelas y bibliotecas y –lo más importante- generarle un ingreso genuino a sus autores. Imagino que la tentación debe ser irresistible. Pero se puede hacer bien y se puede hacer infumable, por lo menos a los ojos del lector de historietas que aunque sea de pedo, se pueda topar con ese material. Me acuerdo que hace no tanto tiempo salió en Argentina una historieta de onda histórica, a la que se le notaba el perfil “escuela-friendly”, con mucha investigación, textos complementarios y demás. Y aunque involucraba a autores que me gustan, dije “nah, capaz que es un plomazo y no me quiero clavar”. Y así, prejuiciosamente, la dejé pasar. Esta vez, dejé el prejuicio de lado, puse buena voluntad y aún así “hice patito” contra un material que me pedía a gritos que leyera otra cosa. Le agradezco a Maycols Alfaro y Nitrox Márquez por el gesto copado de hacerme llegar este libro, pero (un toque tarde) descubrí que no era para mí.
Meses más tarde, más precisamente anoche, me senté a leerlo. Le pegué una hojeada y no me gustó el dibujo. Leí la contratapa, donde más o menos te “tratan de vender” la historieta con un resumen del argumento y me pareció un embole. Leí el prólogo y casi me duermo. De alguna manera, junté coraje para seguir adelante y leí la primera página. Me pareció aburridísima. Volví a hojear el libro, y sin leerlo, saqué estas conclusiones:
1) El dibujo de Juan “Nitrox” Márquez (cuyo trabajo había disfrutado en una antología del Dr. Mortis reseñada hace justo un año, el 19/10/13) se pasa de pecho frío. El equilibrio entre blancos y negros no existe, es todo 90% blanco, como si fuera a venir un colorista a pintar la historieta. Y tiene páginas con demasiadas viñetas, en las que el dibujo se desluce bastante.
2) La tipografía de los diálogos la eligió el enemigo, alguien decidido a que no leamos jamás la historia de Pueblo Hundido.
3) El guión de Maycols Alfaro no propone una curva dramática, ni el típico periplo de introducción-nudo-desenlace. Es apenas la puesta en práctica de uno o dos recursos para tirar toneladas de data acerca de la historia de este pueblo, sin conflictos, sin aventura, sin emociones. Simplemente información, disfrazada de historieta a ver si los pibes la leen con más ganas que si fuera un típico manual de Historia.
4) La cantidad de texto que metió el compañero Maycols en esta historieta es absolutamente desmedida. No hay el menor intento de conservar una proporción razonable entre imagen y texto, algo importantísimo si querés que la historieta capte a lectores del segmento infanto-juvenil. Acá los globos se morfan las páginas y eclipsan feo a los dibujos de Nitrox.
Y la verdad es que, una vez constatados estos obstáculos para disfrutar de la historieta, decidí no leerla. Es un garrón, nunca me había pasado. La tuve en mis manos horas enteras, me la llevé a la cama, al trono… y nada. Fue como franelear tres horas con una mina para después no coger. Me siento mal y le pido disculpas sobre todo al guionista, porque quizás, si me adentraba en la historia, encontraba algo para rescatar en los diálogos, o en algún punto de la trama que –repito- se me hizo imperceptible en las reiteradas hojeadas del libro.
Hoy por hoy está bastante claro que una historieta de temática histórica, con cierto perfil didáctico, tiene grandes chances de conseguir subsidios de instituciones educativas estatales, de llegar a escuelas y bibliotecas y –lo más importante- generarle un ingreso genuino a sus autores. Imagino que la tentación debe ser irresistible. Pero se puede hacer bien y se puede hacer infumable, por lo menos a los ojos del lector de historietas que aunque sea de pedo, se pueda topar con ese material. Me acuerdo que hace no tanto tiempo salió en Argentina una historieta de onda histórica, a la que se le notaba el perfil “escuela-friendly”, con mucha investigación, textos complementarios y demás. Y aunque involucraba a autores que me gustan, dije “nah, capaz que es un plomazo y no me quiero clavar”. Y así, prejuiciosamente, la dejé pasar. Esta vez, dejé el prejuicio de lado, puse buena voluntad y aún así “hice patito” contra un material que me pedía a gritos que leyera otra cosa. Le agradezco a Maycols Alfaro y Nitrox Márquez por el gesto copado de hacerme llegar este libro, pero (un toque tarde) descubrí que no era para mí.
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domingo, 19 de octubre de 2014
19/ 10: SAUCER COUNTRY Vol.2
¿Y, qué onda? ¿Pudiste repasar la reseña del Vol.1? A mí me da la sensación de que si hubiese tenido más fresco aquel tomo, me habría costado menos engancharme con este, se me habría hecho menos ardua la lectura sobre todo del primer tramo de este Vol.2.
Lo cierto es que, si bien no se me hizo aburrido, el planteo de Paul Cornell era ambicioso, complejo y –como señalamos la vez pasada- deja poco margen para la acción. Saucer Country es una historia que se dirime en dos terrenos poco propicios para la machaca: por un lado, el de la ciencia, porque uno de los temas centrales es el de la existencia de los alienígenas y su eventual contacto con los terrícolas. Y por el otro, el de la política, porque buena parte de la trama la motoriza la campaña de Arcadia Alvarado, la gobernadora de New Mexico, para llegar a la Casa Blanca. Obviamente esto es un comic y Cornell va a encontrar la forma de conjurar situaciones fuertes, de alto impacto, y de colar por algún lado alguna piña o algún tiroteo. Pero preparate a entrarle a una serie muy hablada, donde los diálogos -y no la acción- cargan con el peso de llevar adelante los conflictos.
Por eso es tan importante el desarrollo de los personajes, profundizar en ellos, darles carnadura, y en ese rubro la labor de Cornell es excelente. También se nota mucho que el guionista británico estudió a fondo el tema de los OVNIs (sin dejar de lado las shockeantes revelaciones acerca del vínculo entre los aliens y el poder político tan bien expuesto por el maestro Doug Moench en el Big Book of Conspiracies) y que además indagó a fondo en la trastienda de las campañas electorales en EEUU, que se parecen MUY poco a las de países como el nuestro. O sea que el andamiaje sobre el cual Cornell armó la historia era bastante sólido. La historia en sí… quizás un poco menos. Por momentos parece que sobraran personajes, y esto supongo yo, se debe a que el guionista pensó la trama para durar mucho más de 14 episodios. De hecho, sobre el final se resuelve (de modo sintético, pero no abrupto) el tema de las elecciones que decidirán si Arcadia llega o no a la presidencia; pero queda abierto el otro plot, el de los aliens. Se cierra el misterio del Profesor Kidd, pero queda abierto lo más grande, el misterio principal, que tiene que ver con la abducción de Arcadia y su ex-marido por parte de los aliens, y la supuesta rosca entre estos y el presidente de los EEUU que va por la reelección.
Sería largo analizar por qué Saucer Country no vendió una chota y se canceló tan rápido. Lo bueno es que Cornell supo varios números antes que la serie tenía los días contados y así es como en el último tramo pasa de todo, a un ritmo alucinante. Y lo malo, bueno, eso… no se pudo llevar a fondo una de las líneas argumentales más interesantes. Por suerte esto es 100% propiedad de los autores, con lo cual dentro de unos años Cornell se puede llevar esta serie a otra editorial y eventualmente escribir una secuela que explore lo que acá quedó a medio resolver.
En el dibujo lo tenemos de nuevo a Ryan Kelly, a quien ya definimos como una mezcla entre Tom Grummett y Paul Pope, acá un poco más consistente que en el Vol.1 y con un gran laburo en las portadas. Hay un episodio dibujado por Mirko Colak y Andrea Mutti que me dejó gusto a poco, y uno que –paradójicamente- no aporta demasiado a la trama principal, pero tiene el atractivo de estar dibujado por el maestro David Lapham, que se destaca holgadamente incluso cuando trata de mostrarse sobrio y no pelar virtuosismo.
Una pena que Saucer Country no haya tenido mejor suerte, y ojalá los próximos experimentos de Vertigo con géneros atípicos y sagas no orientadas a la machaca encuentren una mejor recepción por parte de los lectores. Y que Paul Cornell no deje nunca de adentrarse en estos terrenos difíciles, poco transitados por la mayoría de sus colegas.
Lo cierto es que, si bien no se me hizo aburrido, el planteo de Paul Cornell era ambicioso, complejo y –como señalamos la vez pasada- deja poco margen para la acción. Saucer Country es una historia que se dirime en dos terrenos poco propicios para la machaca: por un lado, el de la ciencia, porque uno de los temas centrales es el de la existencia de los alienígenas y su eventual contacto con los terrícolas. Y por el otro, el de la política, porque buena parte de la trama la motoriza la campaña de Arcadia Alvarado, la gobernadora de New Mexico, para llegar a la Casa Blanca. Obviamente esto es un comic y Cornell va a encontrar la forma de conjurar situaciones fuertes, de alto impacto, y de colar por algún lado alguna piña o algún tiroteo. Pero preparate a entrarle a una serie muy hablada, donde los diálogos -y no la acción- cargan con el peso de llevar adelante los conflictos.
Por eso es tan importante el desarrollo de los personajes, profundizar en ellos, darles carnadura, y en ese rubro la labor de Cornell es excelente. También se nota mucho que el guionista británico estudió a fondo el tema de los OVNIs (sin dejar de lado las shockeantes revelaciones acerca del vínculo entre los aliens y el poder político tan bien expuesto por el maestro Doug Moench en el Big Book of Conspiracies) y que además indagó a fondo en la trastienda de las campañas electorales en EEUU, que se parecen MUY poco a las de países como el nuestro. O sea que el andamiaje sobre el cual Cornell armó la historia era bastante sólido. La historia en sí… quizás un poco menos. Por momentos parece que sobraran personajes, y esto supongo yo, se debe a que el guionista pensó la trama para durar mucho más de 14 episodios. De hecho, sobre el final se resuelve (de modo sintético, pero no abrupto) el tema de las elecciones que decidirán si Arcadia llega o no a la presidencia; pero queda abierto el otro plot, el de los aliens. Se cierra el misterio del Profesor Kidd, pero queda abierto lo más grande, el misterio principal, que tiene que ver con la abducción de Arcadia y su ex-marido por parte de los aliens, y la supuesta rosca entre estos y el presidente de los EEUU que va por la reelección.
Sería largo analizar por qué Saucer Country no vendió una chota y se canceló tan rápido. Lo bueno es que Cornell supo varios números antes que la serie tenía los días contados y así es como en el último tramo pasa de todo, a un ritmo alucinante. Y lo malo, bueno, eso… no se pudo llevar a fondo una de las líneas argumentales más interesantes. Por suerte esto es 100% propiedad de los autores, con lo cual dentro de unos años Cornell se puede llevar esta serie a otra editorial y eventualmente escribir una secuela que explore lo que acá quedó a medio resolver.
En el dibujo lo tenemos de nuevo a Ryan Kelly, a quien ya definimos como una mezcla entre Tom Grummett y Paul Pope, acá un poco más consistente que en el Vol.1 y con un gran laburo en las portadas. Hay un episodio dibujado por Mirko Colak y Andrea Mutti que me dejó gusto a poco, y uno que –paradójicamente- no aporta demasiado a la trama principal, pero tiene el atractivo de estar dibujado por el maestro David Lapham, que se destaca holgadamente incluso cuando trata de mostrarse sobrio y no pelar virtuosismo.
Una pena que Saucer Country no haya tenido mejor suerte, y ojalá los próximos experimentos de Vertigo con géneros atípicos y sagas no orientadas a la machaca encuentren una mejor recepción por parte de los lectores. Y que Paul Cornell no deje nunca de adentrarse en estos terrenos difíciles, poco transitados por la mayoría de sus colegas.
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sábado, 18 de octubre de 2014
18/ 10: HOY NO HAY NADA
Como hace dos sábados, de nuevo me encuentro con que son casi las once de la noche y no tengo nada leído para reseñar.
Seguramente tiene que ver con que hoy estuve participando (después de varios meses) de la feria Rocketbooks y eso me insumió un montón de horas que podría haber usado para terminar el libro que tengo empezado, que es bastante voluminoso. Y con el hecho de que uno generalmente sale los viernes a la trasnoche y los sábados se levanta más bien tarde.
Lo cierto es que no tengo terminado el libro que quería reseñar hoy, y que lo más probable es que lo pueda reseñar mañana.
Mientras tanto, releete alguna reseña vieja (sugiero la del Vol.1 de Saucer Country, del 09/09/13, para prepararte para lo que viene mañana) o aprovechá los minutos que habitualmente le dedicás a este blog para leer comics… u otros blogs. O el sitio web de Comiqueando. O para mirar TVR, de última.
Perdón por el faltazo y será hasta mañana.
Seguramente tiene que ver con que hoy estuve participando (después de varios meses) de la feria Rocketbooks y eso me insumió un montón de horas que podría haber usado para terminar el libro que tengo empezado, que es bastante voluminoso. Y con el hecho de que uno generalmente sale los viernes a la trasnoche y los sábados se levanta más bien tarde.
Lo cierto es que no tengo terminado el libro que quería reseñar hoy, y que lo más probable es que lo pueda reseñar mañana.
Mientras tanto, releete alguna reseña vieja (sugiero la del Vol.1 de Saucer Country, del 09/09/13, para prepararte para lo que viene mañana) o aprovechá los minutos que habitualmente le dedicás a este blog para leer comics… u otros blogs. O el sitio web de Comiqueando. O para mirar TVR, de última.
Perdón por el faltazo y será hasta mañana.
viernes, 17 de octubre de 2014
17/ 10: PROXIMA ESPECIAL HISTORIETAS
Próxima es una revista argentina que habitualmente se dedica a la literatura de ciencia-ficción. Este año, además, incursionó en el campo de la historieta, con una antología compuesta por trabajos autoconclusivos de autores locales. Veamos que hay bajo esa perturbadora portada de Matías Mendoza.
Empezamos con Tártaro, una historieta de Pablo Barbieri y el dibujante peruano Diego Rondón Almuelle que creo haber leído en alguna otra antología. Son ocho páginas y la historia pegaría más fuerte si fueran seis. Pero el principal obstáculo para disfrutarla es que el dibujante busca su propio lucimiento por sobre el de la historieta y se zarpa con despliegues de pirotecnia pictórica que empantanan el fluir de la narrativa. De todos modos, el resultado se ve bastante profesional.
El Cocinero, de Gastón López, quiere ser una historieta pero no lo logra porque el autor no tiene la menor noción de lo que es narrar con imágenes. Los dibujos están bien, pero no cuentan absolutamente nada. Las dos paginitas de Diego Agrimbau y Pablo Túnica no llegan ni a ser un chiste. Son… seis viñetas puestas una al lado de otra, bien dibujadas, pero que tampoco funcionan como una historieta.
Jok, en cambio, pela excelentes dibujos y magníficos textos perfectamente integrados en la notable Silicio-Carbono, una historieta de siete páginas, que quizás hubiese quedado todavía mejor con dos o tres páginas más. Acá el problema es que es un trabajo realizado a color, pensado a color, y que se desluce mucho en el traspaso a blanco, negro y grises. La siguiente historieta, Los Mares de Maizner, también parece pensada para color y traspasada a blanco, negro y grises. El guión sin ser horrible me pareció… menor, y me gustaron bastante los dibujos de Paula Andrade.
Arzak Blues es un homenaje a Moebius encarado con buenas intenciones por Grendel Bellarousse (lector de este blog) que se cae en las últimas dos páginas, cuando la parodia-homenaje sólo se sostiene si la dibuja alguien que dibuje igual de bien que Moebius. Y no es el caso, claro… La de Salvador Sanz es una buena idea, resuelta con jerarquía en apenas cuatro páginas. El dibujo también está muy logrado (y pensado para blanco y negro), así que creo que fue lo que más me gustó de la antología.
Las cuatro páginas de José Luis Gaitán cuentan una historia jugada a la revelación de la última viñeta, y está bien, es efectiva. Lástima el dibujo, que se va al carajo combinando demasiadas técnicas y efectos y termina por hacerse confuso. La siguiente historieta tiene ocho páginas dibujadas por Nahus, un muchacho que dibuja tan mal que no pude siquiera pasar de la tercera viñeta para enterarme de qué iba la historia. Le hice zapping, de una.
Principio y Fin, de Gonzalo Duarte, Lucas García y Facundo López, me atrapó, me gustó, me tuvo intrigado hasta la última viñeta… pero no entendí el final. Se supone que con el dibujo del último cuadrito todo cobra sentido, pero a mí se me escapó. Debo ser un subnormal, claramente. Les siguen dos paginitas maravillosas de Alejandro Farías y Marcos Vergara, que no tienen una chota que ver con la ciencia-ficción, pero están buenísimas. Y después, una escrita por Daniel Perrotta y dibujada por Andrés Casciani, seis páginas sin textos, bastante originales y con un nivel interesante.
Casi sobre el final, un tal JaimeE se quiere hacer el vanguardista y fracasa estrepitosamente, en otras seis páginas sumamente prescindibles. Y para terminar, otra dupla de nombres fuertes: Rodolfo Santullo y Leo Sandler, con otra historia que se juega todo al impacto de la última viñeta, y en la que diálogos y dibujos (sobresalientes ambos) se cargan la responsabilidad de mantenerte enganchado hasta el final, a pesar de que en realidad no pasa nada en todo el relato.
Resumiendo, muchos nombres atractivos para un producto bastante desparejo. Hay material realmente bueno, codo a codo con material muy, muy amateur, y la calidad de la edición tampoco ayuda demasiado. Me gusta que una publicación literaria se juegue a explorar el mundo de la historieta, pero para la próxima (cuac!) hay varias tuercas que ajustar.
Empezamos con Tártaro, una historieta de Pablo Barbieri y el dibujante peruano Diego Rondón Almuelle que creo haber leído en alguna otra antología. Son ocho páginas y la historia pegaría más fuerte si fueran seis. Pero el principal obstáculo para disfrutarla es que el dibujante busca su propio lucimiento por sobre el de la historieta y se zarpa con despliegues de pirotecnia pictórica que empantanan el fluir de la narrativa. De todos modos, el resultado se ve bastante profesional.
El Cocinero, de Gastón López, quiere ser una historieta pero no lo logra porque el autor no tiene la menor noción de lo que es narrar con imágenes. Los dibujos están bien, pero no cuentan absolutamente nada. Las dos paginitas de Diego Agrimbau y Pablo Túnica no llegan ni a ser un chiste. Son… seis viñetas puestas una al lado de otra, bien dibujadas, pero que tampoco funcionan como una historieta.
Jok, en cambio, pela excelentes dibujos y magníficos textos perfectamente integrados en la notable Silicio-Carbono, una historieta de siete páginas, que quizás hubiese quedado todavía mejor con dos o tres páginas más. Acá el problema es que es un trabajo realizado a color, pensado a color, y que se desluce mucho en el traspaso a blanco, negro y grises. La siguiente historieta, Los Mares de Maizner, también parece pensada para color y traspasada a blanco, negro y grises. El guión sin ser horrible me pareció… menor, y me gustaron bastante los dibujos de Paula Andrade.
Arzak Blues es un homenaje a Moebius encarado con buenas intenciones por Grendel Bellarousse (lector de este blog) que se cae en las últimas dos páginas, cuando la parodia-homenaje sólo se sostiene si la dibuja alguien que dibuje igual de bien que Moebius. Y no es el caso, claro… La de Salvador Sanz es una buena idea, resuelta con jerarquía en apenas cuatro páginas. El dibujo también está muy logrado (y pensado para blanco y negro), así que creo que fue lo que más me gustó de la antología.
Las cuatro páginas de José Luis Gaitán cuentan una historia jugada a la revelación de la última viñeta, y está bien, es efectiva. Lástima el dibujo, que se va al carajo combinando demasiadas técnicas y efectos y termina por hacerse confuso. La siguiente historieta tiene ocho páginas dibujadas por Nahus, un muchacho que dibuja tan mal que no pude siquiera pasar de la tercera viñeta para enterarme de qué iba la historia. Le hice zapping, de una.
Principio y Fin, de Gonzalo Duarte, Lucas García y Facundo López, me atrapó, me gustó, me tuvo intrigado hasta la última viñeta… pero no entendí el final. Se supone que con el dibujo del último cuadrito todo cobra sentido, pero a mí se me escapó. Debo ser un subnormal, claramente. Les siguen dos paginitas maravillosas de Alejandro Farías y Marcos Vergara, que no tienen una chota que ver con la ciencia-ficción, pero están buenísimas. Y después, una escrita por Daniel Perrotta y dibujada por Andrés Casciani, seis páginas sin textos, bastante originales y con un nivel interesante.
Casi sobre el final, un tal JaimeE se quiere hacer el vanguardista y fracasa estrepitosamente, en otras seis páginas sumamente prescindibles. Y para terminar, otra dupla de nombres fuertes: Rodolfo Santullo y Leo Sandler, con otra historia que se juega todo al impacto de la última viñeta, y en la que diálogos y dibujos (sobresalientes ambos) se cargan la responsabilidad de mantenerte enganchado hasta el final, a pesar de que en realidad no pasa nada en todo el relato.
Resumiendo, muchos nombres atractivos para un producto bastante desparejo. Hay material realmente bueno, codo a codo con material muy, muy amateur, y la calidad de la edición tampoco ayuda demasiado. Me gusta que una publicación literaria se juegue a explorar el mundo de la historieta, pero para la próxima (cuac!) hay varias tuercas que ajustar.
jueves, 16 de octubre de 2014
16/ 10: ANIMAL MAN Vol.3
Tomo voluminoso de Animal Man, con ocho episodios de la serie que escribía Jeff Lemire y dos de Swamp Thing, escritos por Scott Snyder. Sospecho que cuando lea el Vol.3 de Swamp Thing me voy a encontrar con que ahí también se republican cuatro de los 10 episodios de este libro, pero me parece razonable, sobre todo para la gente que seguía una sola colección.
La estructura de la saga de Rotworld es de un videojuego mediocre: de pronto, toda la realidad cambió. El mal triunfó, la putrefacción arrasó a la tierra (o por lo menos a EEUU), los superhéroes y villanos se convirtieron en unos monstruos tipo zombies totalmente corrompidos por el Rot, y Animal Man y Swamp Thing (cada uno por su lado) deben tratar de llegar a un lugar puntual de EEUU, donde –si hacen todo bien y tienen culo- quizás puedan vencer a Arcane y reestablecer el orden, rescatar a sus seres querido, etc. En el medio, Buddy Baker se encontrará con otros personajes que, por algún motivo, no fueron contagiados por el Rot y algunos (como Steel y Frankenstein) estarán bien aprovechados por el guión.
Pero básicamente, lo que vemos a lo largo de muchísimas páginas es a Buddy y estos personajes que se le van sumando, en una ruta lineal hacia el lugar donde tal vez se resuelva todo, en una peregrinación cuesta arriba, interrumpida todo el tiempo por la machaca sanguinolienta contra monstruos, criaturas abisales y héroes y villanos horrendamente mutados. Por suerte Lemire no se olvida de la familia de Buddy, y en todos los episodios le dedica unas páginas a un subplot protagonizado por Maxine, que está sumamente estirado pero por lo menos sirve para matizar, para que no sea todo “Animal Man y sus amigos avanzan por la tierra podrida machacando monstruos”.
Sobre el final, la saga levanta bastante la puntería. Cuando Buddy y Swampy confrontan al Rot y descubren el verdadero rol de Arcane en la trama, se produce un volantazo que funciona. Para cuando Lemire logra unir la trama de Buddy con la de Maxine, el clima ya está bien espeso, ya se generó una tensión muy grossa. Y el epílogo (llamado “El Funeral”, aunque no te voy a blanquear de quién) es lo mejor que leí hasta ahora en esta versión de Animal Man. Por los huevos para sacudir de esa manera el status quo de la serie, pero sobre todo por la emotividad, la efectividad de Lemire para pegarle a Buddy un golpe que nos duele a todos. Tan perfecto es el final de ese n°19, que era un gran momento para cancelar la revista, o seguirla, pero con otro equipo creativo y otra dirección. Yo, por mi parte, creo que la cuelgo ahí, que no me voy a comprar los TPBs que me faltan para completarla, a menos que los vea a un precio ridículamente bajo.
¿Te acordás de Travel Foreman, el dibujante de los primeros números? Bueno, olvidate porque acá no está más. Por suerte lo tenemos a Steve Pugh, en un gran nivel, como siempre muy jugado a la figura humana, a dejar la vida en cuerpos y rostros y darle mínima bola a todo lo demás. Pero bien, con onda, con polenta, con buena sintonía con los coloristas. Todo el subplot de Maxine permite ver en cada episodio un puñado de páginas dibujadas por un inspiradísimo Timothy Green II, cada vez más afianzado, más personal, más fino. Quiero ya una novela gráfica íntegramente dibujada por este animalito, que por ahí no se luce tanto en las escenas de machaca, pero en las escnas más tranquis la tiene atada. En los dos episodios de Swamp Thing tenemos lo más flojo a nivel dibujo: primero al verdulero Marco Rudy, un Juan Carlos Flicker de la B Metropolitana, con errores en las caras y cero idea en los fondos, y después al impresentable Andrew Belanger, a quien jamás había visto y a quien no quiero ver nunca más, porque –posta- menos la puesta en página, todo lo demás lo hace mal.
El Vol.3 de Swamp Thing (que por lo visto conecta MUCHO con este) lo tengo bastante más abajo en el pilón, pero lo voy a subir para leerlo pronto, así veo si la historia me termina de cerrar o qué. Por ahora, no más Animal Man acá en el blog.
La estructura de la saga de Rotworld es de un videojuego mediocre: de pronto, toda la realidad cambió. El mal triunfó, la putrefacción arrasó a la tierra (o por lo menos a EEUU), los superhéroes y villanos se convirtieron en unos monstruos tipo zombies totalmente corrompidos por el Rot, y Animal Man y Swamp Thing (cada uno por su lado) deben tratar de llegar a un lugar puntual de EEUU, donde –si hacen todo bien y tienen culo- quizás puedan vencer a Arcane y reestablecer el orden, rescatar a sus seres querido, etc. En el medio, Buddy Baker se encontrará con otros personajes que, por algún motivo, no fueron contagiados por el Rot y algunos (como Steel y Frankenstein) estarán bien aprovechados por el guión.
Pero básicamente, lo que vemos a lo largo de muchísimas páginas es a Buddy y estos personajes que se le van sumando, en una ruta lineal hacia el lugar donde tal vez se resuelva todo, en una peregrinación cuesta arriba, interrumpida todo el tiempo por la machaca sanguinolienta contra monstruos, criaturas abisales y héroes y villanos horrendamente mutados. Por suerte Lemire no se olvida de la familia de Buddy, y en todos los episodios le dedica unas páginas a un subplot protagonizado por Maxine, que está sumamente estirado pero por lo menos sirve para matizar, para que no sea todo “Animal Man y sus amigos avanzan por la tierra podrida machacando monstruos”.
Sobre el final, la saga levanta bastante la puntería. Cuando Buddy y Swampy confrontan al Rot y descubren el verdadero rol de Arcane en la trama, se produce un volantazo que funciona. Para cuando Lemire logra unir la trama de Buddy con la de Maxine, el clima ya está bien espeso, ya se generó una tensión muy grossa. Y el epílogo (llamado “El Funeral”, aunque no te voy a blanquear de quién) es lo mejor que leí hasta ahora en esta versión de Animal Man. Por los huevos para sacudir de esa manera el status quo de la serie, pero sobre todo por la emotividad, la efectividad de Lemire para pegarle a Buddy un golpe que nos duele a todos. Tan perfecto es el final de ese n°19, que era un gran momento para cancelar la revista, o seguirla, pero con otro equipo creativo y otra dirección. Yo, por mi parte, creo que la cuelgo ahí, que no me voy a comprar los TPBs que me faltan para completarla, a menos que los vea a un precio ridículamente bajo.
¿Te acordás de Travel Foreman, el dibujante de los primeros números? Bueno, olvidate porque acá no está más. Por suerte lo tenemos a Steve Pugh, en un gran nivel, como siempre muy jugado a la figura humana, a dejar la vida en cuerpos y rostros y darle mínima bola a todo lo demás. Pero bien, con onda, con polenta, con buena sintonía con los coloristas. Todo el subplot de Maxine permite ver en cada episodio un puñado de páginas dibujadas por un inspiradísimo Timothy Green II, cada vez más afianzado, más personal, más fino. Quiero ya una novela gráfica íntegramente dibujada por este animalito, que por ahí no se luce tanto en las escenas de machaca, pero en las escnas más tranquis la tiene atada. En los dos episodios de Swamp Thing tenemos lo más flojo a nivel dibujo: primero al verdulero Marco Rudy, un Juan Carlos Flicker de la B Metropolitana, con errores en las caras y cero idea en los fondos, y después al impresentable Andrew Belanger, a quien jamás había visto y a quien no quiero ver nunca más, porque –posta- menos la puesta en página, todo lo demás lo hace mal.
El Vol.3 de Swamp Thing (que por lo visto conecta MUCHO con este) lo tengo bastante más abajo en el pilón, pero lo voy a subir para leerlo pronto, así veo si la historia me termina de cerrar o qué. Por ahora, no más Animal Man acá en el blog.
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miércoles, 15 de octubre de 2014
15/ 10: PETIT PEINTRE
Este libro es a la vez un rescate interesantísimo y un delito a mano armada. La editorial española Bang lo publicó en 2008, y la verdad es que fue un hallazgo, porque era una historieta realizada por Philippe Dupuy y Charles Berberian en un remoto 1985, cuando recién empezaban a hacerse conocidos en Francia. Encima la edición francesa había estado a cargo de un sello “boutique”, famoso por editar como los dioses a autores de gran prestigio y también por las tiradas microscópicas y los precios desorbitados. Así que habrían sido poquísimos los lectores hispanoparlantes que podrían haber accedido a Petit Peintre de no ser por esta nueva edición. Por otro lado, si nos ceñimos a la historieta en sí, Petit Peintre es una obra de 30 páginas. Y ya lo hablamos más de una vez, pero vale la pena repetirlo: ¿tiene sentido sacar en libro una historieta de 30 páginas?
La edición española (que no sé en España, pero acá salía cara) lleva el libro a 64 páginas. Le agregan prólogos, carátulas, páginas en blanco que no aportan absolutamente nada, y algo que seguramente está tomado de la edición francesa del ´85: en vez de pin-ups, cuadros que nos muestran el estilo en el que pinta Jeremy, el chico de 11 o 12 años que protagoniza la historia. La idea está muy buena y la verdad es que los “cuadros” son geniales, pero por ahí con tres o cuatro alcanzaba, no sé si hacían falta tantos.
¿Y qué onda la historieta, propiamente dicha? Ahí sólo caben palabras de elogio para Dupuy y Berberian, y más si pensamos que se trata de uno de sus primeros trabajos. El argumento es potente, el ritmo está cuidadísimo, nada está estirado ni comprimido, y en sólo 30 páginas hay dos personajes protagónicos muy bien desarrollados. No quiero ahondar mucho en este punto, primero porque al ser un relato tan breve, no hay tanto para desmenuzar. Y segundo, porque cualquier dato acerca de la trama o los personajes puede funcionar como spoiler y sería una cagada que leas Petit Peintre sabiendo cómo va a terminar.
Vamos entonces con el dibujo, que es increíble. No hay obras de Dupuy y Berberian mal dibujadas, no las voy a encontrar jamás. Creo que debe ser más fácil encontrar filósofos y neurocirujanos en un cosplay de animé organizado por Yamato. Pero acá hay un nivel plástico, una libertad, un vuelo expresivo, un uso tan brillante de la paleta cromática intencionalmente acotada, que ni siquiera hace falta ver “los cuadros de Jeremy” para caerse de orto. La línea, las expresiones faciales, las sombras, las composiciones... todo está demasiado perfecto y se luce muchísimo porque casi todas las páginas tienen menos de seis viñetas. Y “los cuadros” son vanguardia pura, muy en sintonía con la historieta moderna y diseñosa que a mediados de los ´80 se veía en algunos autores de Cairo o El Víbora, tipo Montesol, Javier Mariscal o Micharmut. Acá llaman la atención el trabajo con la mancha negra y con la espacialidad, y sobre todo ese contraste entre un color aplicado con sutileza y precisión y una línea más salvaje, con cierta textura de carbonilla, que se nota que muchas veces está trazada a mano alzada, con más osadía que planificación. Realmente alucinante.
¿Da para comprarse Petit Peintre aunque la relación precio/ cantidad de páginas suene a disparate? Si sos muy fan de los autores, o si comprás hsitorietas por los dibujos, ya te digo que sí. Tengo sin leer otro libro de Dupuy y Berberian, que quizás llegue a reseñar antes de fin de año. Y parece que en pocas semanas se edita en Argentina un segundo libro de Monsieur Jean, así que –como diría el Más Grande- nos sobran los motivos para seguir hablando de esta dupla que hace más de 30 años jerarquiza al comic europeo.
La edición española (que no sé en España, pero acá salía cara) lleva el libro a 64 páginas. Le agregan prólogos, carátulas, páginas en blanco que no aportan absolutamente nada, y algo que seguramente está tomado de la edición francesa del ´85: en vez de pin-ups, cuadros que nos muestran el estilo en el que pinta Jeremy, el chico de 11 o 12 años que protagoniza la historia. La idea está muy buena y la verdad es que los “cuadros” son geniales, pero por ahí con tres o cuatro alcanzaba, no sé si hacían falta tantos.
¿Y qué onda la historieta, propiamente dicha? Ahí sólo caben palabras de elogio para Dupuy y Berberian, y más si pensamos que se trata de uno de sus primeros trabajos. El argumento es potente, el ritmo está cuidadísimo, nada está estirado ni comprimido, y en sólo 30 páginas hay dos personajes protagónicos muy bien desarrollados. No quiero ahondar mucho en este punto, primero porque al ser un relato tan breve, no hay tanto para desmenuzar. Y segundo, porque cualquier dato acerca de la trama o los personajes puede funcionar como spoiler y sería una cagada que leas Petit Peintre sabiendo cómo va a terminar.
Vamos entonces con el dibujo, que es increíble. No hay obras de Dupuy y Berberian mal dibujadas, no las voy a encontrar jamás. Creo que debe ser más fácil encontrar filósofos y neurocirujanos en un cosplay de animé organizado por Yamato. Pero acá hay un nivel plástico, una libertad, un vuelo expresivo, un uso tan brillante de la paleta cromática intencionalmente acotada, que ni siquiera hace falta ver “los cuadros de Jeremy” para caerse de orto. La línea, las expresiones faciales, las sombras, las composiciones... todo está demasiado perfecto y se luce muchísimo porque casi todas las páginas tienen menos de seis viñetas. Y “los cuadros” son vanguardia pura, muy en sintonía con la historieta moderna y diseñosa que a mediados de los ´80 se veía en algunos autores de Cairo o El Víbora, tipo Montesol, Javier Mariscal o Micharmut. Acá llaman la atención el trabajo con la mancha negra y con la espacialidad, y sobre todo ese contraste entre un color aplicado con sutileza y precisión y una línea más salvaje, con cierta textura de carbonilla, que se nota que muchas veces está trazada a mano alzada, con más osadía que planificación. Realmente alucinante.
¿Da para comprarse Petit Peintre aunque la relación precio/ cantidad de páginas suene a disparate? Si sos muy fan de los autores, o si comprás hsitorietas por los dibujos, ya te digo que sí. Tengo sin leer otro libro de Dupuy y Berberian, que quizás llegue a reseñar antes de fin de año. Y parece que en pocas semanas se edita en Argentina un segundo libro de Monsieur Jean, así que –como diría el Más Grande- nos sobran los motivos para seguir hablando de esta dupla que hace más de 30 años jerarquiza al comic europeo.
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martes, 14 de octubre de 2014
14/ 10: THE LORDS OF MISRULE
¿Qué es esto? ¿Un flashback al 01/07/12? No, tranqui. Aquella vez yo me había cebado con la primera novela gráfica de Lords of Misrule y me proponía conseguir la secuela. Pero hete aquí que la editorial Radical reeditó en un sólo tomo TODO Lords of Misrule: la secuela, la novela gráfica y tres historias cortas, perdidas andá a saber en qué antología. Es un libro majestuoso, un hardcover de 264 páginas editado como los dioses, así que cuando lo vi a buen precio, me tiré de cabeza, aunque me quedara “repe” la primera parte.
No voy a reiterar los conceptos de la reseña que le dediqué hace unos años, pero sí subrayar dos cosas: 1) En el contexto global de la saga, es decir, a raíz de lo que sucede después, esa primera historia es bastante menor, tiene un peso… chiquito. 2) Aquellos horrores indecibles, aquellos vejámenes que sufrieron los dibujos de Gary Erskine bajo la inclemente e incompetente paleta de una colorista abyecta, fueron subsanados. Ahora la historia de Kieron Wallace aparece recoloreada por JM Ringuet, un dibujante, ilustrador y colorista francés que vive en China, conocido sobre todo por Transhuman, una serie que hizo en Image junto a Jonathan Hickman. Y ahora sí, la faz gráfica se ve sólida en todos sus rubros.
Pero vamos a la secuela, a esa saga de seis episodios en la que John Tomlinson comparte los guiones con Dan Abnett y se suma como dibujante nada menos que Peter Snejberg. Acá el argumento se hace más ambicioso, más complejo, se empieza a entender mejor qué carajo tienen que ver esas secuencias ambientadas en un mundo de fantasía épica onda Tolkien, y el foco se desplaza hacia Jack Goodfellow, un personaje al que los guionistas trabajarán a fondo. Pero se rompe un poquito el equilibrio entre thriller psicológico, misterio freak onda X-Files y terror puro y duro, con mucho gore, sangre y mutilaciones. Sin irse muy al carajo, y sin perder interés, la cosa derrapa para el lado del terror y por momentos este se hace muy gráfico, muy cabeza. Quizás, si la saga tuviera dos episodios menos, se podrían haber obviado algunas peripecias truculentas que en su momento impactan, pero que en el global de la historia no aportan demasiado.
Para cuando empezás a vislumbrar el final, cómo puede llegar a cerrar todo, son cuatro o cinco los personajes que cobraron peso en la trama. Y la resolución, sin ser hiper-original, está muy bien lograda. Pero claro, para esta instancia ya estamos inmersos claramente en “una de terror”, con criaturas abisales, machaca y ríos de sangre, muy lejos de ese tono gaimanesco que yo señalaba cuando leí la primera parte. Las historias cortas también van para ese lado, el de un terror que amaga con ser fino, psicológico, pero en un punto enfila hacia un tono más gráfico, más chocante, más cerca de la E.C. que del Vertigo de los ´90. Lo cual no significa que estén mal. Por el contrario, se disfrutan bastante incluso sin saber una chota acerca de Jack Goodfellow, su linaje y su conexión con el extraño pueblito de Callow.
Pero estoy dejando de lado lo más notable, que es el trabajo de Peter Snejberg en el dibujo. El gran danés produjo todas estas páginas a fines de los ´90, en blanco y negro, que es como las publicó Dark Horse en su momento. Es un laburo monumental de Snejberg, consagratorio por su manejo de las expresiones faciales, de los fondos, de la puesta en página, del jueguito (que ya había hecho Erskine) de dibujar en otro estilo las páginas en las que la narración coquetea con la fantasía épica… Y sospecho que Snejberg la habrá roto también con los climas y con el manejo del claroscuro, que es su técnica favorita. Sin embargo eso no se ve en esta edición, porque por encima del dibujo del gran danés tenemos el color de JM Ringuet, que hace un trabajo absolutamente genial, que casi eclipsa al del dibujante. Ringuet le pone al dibujo de Snejberg texturas, profundidad, volúmenes… tonalidades que no se ven habitualmente en el comic yanki, y que hacen que algunas páginas parezcan coloreadas por Enki Bilal o Miguelanxo Prado. Milagrosamente, el claroscuro de Snejberg se potencia muchísimo y se acerca todavía más a los mejores trabajos de Richard Corben, con quien –insisto- hay que emparentar cada vez más al capo de Copenhague.
Si sos fan de Peter Snejberg y lo querés ver rozar la gloria, no lo dudes. En Lords of Misrule, además de una buena historia de misterio, terror y mitos ancestrales, te espera la conjunción entre los excelentes dibujos del danés y una paleta de colores que lo reinventó y lo elevó a la estratósfera.
No voy a reiterar los conceptos de la reseña que le dediqué hace unos años, pero sí subrayar dos cosas: 1) En el contexto global de la saga, es decir, a raíz de lo que sucede después, esa primera historia es bastante menor, tiene un peso… chiquito. 2) Aquellos horrores indecibles, aquellos vejámenes que sufrieron los dibujos de Gary Erskine bajo la inclemente e incompetente paleta de una colorista abyecta, fueron subsanados. Ahora la historia de Kieron Wallace aparece recoloreada por JM Ringuet, un dibujante, ilustrador y colorista francés que vive en China, conocido sobre todo por Transhuman, una serie que hizo en Image junto a Jonathan Hickman. Y ahora sí, la faz gráfica se ve sólida en todos sus rubros.
Pero vamos a la secuela, a esa saga de seis episodios en la que John Tomlinson comparte los guiones con Dan Abnett y se suma como dibujante nada menos que Peter Snejberg. Acá el argumento se hace más ambicioso, más complejo, se empieza a entender mejor qué carajo tienen que ver esas secuencias ambientadas en un mundo de fantasía épica onda Tolkien, y el foco se desplaza hacia Jack Goodfellow, un personaje al que los guionistas trabajarán a fondo. Pero se rompe un poquito el equilibrio entre thriller psicológico, misterio freak onda X-Files y terror puro y duro, con mucho gore, sangre y mutilaciones. Sin irse muy al carajo, y sin perder interés, la cosa derrapa para el lado del terror y por momentos este se hace muy gráfico, muy cabeza. Quizás, si la saga tuviera dos episodios menos, se podrían haber obviado algunas peripecias truculentas que en su momento impactan, pero que en el global de la historia no aportan demasiado.
Para cuando empezás a vislumbrar el final, cómo puede llegar a cerrar todo, son cuatro o cinco los personajes que cobraron peso en la trama. Y la resolución, sin ser hiper-original, está muy bien lograda. Pero claro, para esta instancia ya estamos inmersos claramente en “una de terror”, con criaturas abisales, machaca y ríos de sangre, muy lejos de ese tono gaimanesco que yo señalaba cuando leí la primera parte. Las historias cortas también van para ese lado, el de un terror que amaga con ser fino, psicológico, pero en un punto enfila hacia un tono más gráfico, más chocante, más cerca de la E.C. que del Vertigo de los ´90. Lo cual no significa que estén mal. Por el contrario, se disfrutan bastante incluso sin saber una chota acerca de Jack Goodfellow, su linaje y su conexión con el extraño pueblito de Callow.
Pero estoy dejando de lado lo más notable, que es el trabajo de Peter Snejberg en el dibujo. El gran danés produjo todas estas páginas a fines de los ´90, en blanco y negro, que es como las publicó Dark Horse en su momento. Es un laburo monumental de Snejberg, consagratorio por su manejo de las expresiones faciales, de los fondos, de la puesta en página, del jueguito (que ya había hecho Erskine) de dibujar en otro estilo las páginas en las que la narración coquetea con la fantasía épica… Y sospecho que Snejberg la habrá roto también con los climas y con el manejo del claroscuro, que es su técnica favorita. Sin embargo eso no se ve en esta edición, porque por encima del dibujo del gran danés tenemos el color de JM Ringuet, que hace un trabajo absolutamente genial, que casi eclipsa al del dibujante. Ringuet le pone al dibujo de Snejberg texturas, profundidad, volúmenes… tonalidades que no se ven habitualmente en el comic yanki, y que hacen que algunas páginas parezcan coloreadas por Enki Bilal o Miguelanxo Prado. Milagrosamente, el claroscuro de Snejberg se potencia muchísimo y se acerca todavía más a los mejores trabajos de Richard Corben, con quien –insisto- hay que emparentar cada vez más al capo de Copenhague.
Si sos fan de Peter Snejberg y lo querés ver rozar la gloria, no lo dudes. En Lords of Misrule, además de una buena historia de misterio, terror y mitos ancestrales, te espera la conjunción entre los excelentes dibujos del danés y una paleta de colores que lo reinventó y lo elevó a la estratósfera.
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lunes, 13 de octubre de 2014
13/ 10: 20 AÑOS NO ES NADA
Este libro de la mítica “colección azul” de Hyspamérica es, ni más menos, lo que habría que hacer con todos los humoristas gráficos cuando cumplen 20 años de trayectoria. En 1988, cuando salió este libro, Caloi festejaba 20 años con la profesión y en fechas parecidas a las de la aparición de este tomo, se lo homenajeaba con una gran retrospectiva de su obra en el Centro Cultural Recoleta. Lo mejor de lo mucho que se vio en aquella muestra (incluyendo el extenso texto que Juan Sasturain escribió para el catálogo de la misma) está en 20 Años No es Nada, una publicación de llegada mucho más amplia que el catálogo de una muestra.
Lo mejor que tiene el libro es que, sobre 144 páginas, sólo 20 están dedicadas a las tiras de Clemente. Nadie discute que la tira representa el pico de la popularidad de Caloi, pero para 1988 todavía eran bastante conseguibles las reediciones del sello El Pájaro y el Cañón, que compilaban la tira diaria desde el principio, sin saltearse ninguna. Por si eso no alcanzara, las 75 tiras de Clemente que se reproducen pertenecen a los primeros años, que (no me canso de repetirlo) son los que a mí más me gustan. Tengo varias en El Libro de Clemente de Ediciones de la Flor y casi todas en los tomitos de Clarín que vimos hace poco, pero está todo bien, es una repetición casi bienvenida.
Otras 12 páginas están dedicadas a los chistes que hizo Caloi entre 1971 y 1976 para promocionar los cigarrillos Parliament. Quizás no sean sus mejores chistes, pero tienen un nivel de dibujo asombroso, y como la marca ponía estos avisos en medios muy distintos, le dieron una gran visibilidad a los trabajos del autor.
También hay 12 páginas tituladas “Bocetos y distracciones”, que son eso: bocetos inéditos, garabatos, estudios, dibujos inconexos que brotaban con total libertad y cero pretensión humorística o narrativa de la prodigiosa pluma de Caloi. Acá se ve con una contundencia demoledora la versatilidad, la belleza, el control perfecto que Caloi tenía sobre su grafismo, con el que podía levantar vuelo y dibujar –literalmente- cualquier cosa, en cualquier estilo.
Y el resto del libro, el tramo más sustancioso, recopila chistes e historietas de los primeros años de carrera del maestro. Desde dibujos realizados a los 3 o 4 años, hasta material de la primera mitad de los ´70, cuando ya era un profesional destacado. La mezcla es completísima: hay humor gráfico tradicional, del que se publicaba en los ´70 en cualquier medio no necesariamente vanguardista, hay humor más reflexivo (“a lo Quino”) y hay material absolutamente experimental, tanto desde lo estético como desde las historias que se cuentan. Esas historietas tan típicas de Tute, en las que un tipo reflexiona acerca del amor, la soledad, la incomunicación, los miedos, los sueños incumplidos… eso ya lo hacía Caloi en 1970. La nostalgia del barrio que exploraría años más tarde en esas “sagas” de Clemente centradas en Bartolo y su tranvía, también estaba presente en los chistes e historietas de sus primeros años. El absurdo, el sinsentido y el mestizaje entre ambos y la poesía se ve clarísimo en algunos de estos trabajos “antiguos”, anteriores al desarrollo del estilo definitivo, de la impronta gráfica que identificaría a Caloi durante las décadas posteriores.
Si venís a buscar chistes, los vas a encontrar y te vas a reir. Pero si querés ir más allá, y te interesa (además de disfrutarlo) estudiar a fondo a Caloi, sobre todo su “Year One”, su etapa pre-Clemente, este libro aporta documentación fundamental, que hasta entonces estaba dispersa en revistas difíciles de conseguir e incluso en cuadernos privados del autor, que nunca habían visto la luz. Versatilidad y virtuosismo son, sin dudas, las palabras clave para describir este paneo por esta primera etapa en la carrera de uno de los nombres realmente fundamentales que tuvo el humor gráfico argentino. Libros como este (accesibles, sin lujos innecesarios en la edición) resultan vitales para jerarquizar las bibliotecas de todos los interesados en el humor, la historieta o el dibujo en general. Algún día terminaremos de digerir lo grossa que fue la colección de Hyspamérica…
Lo mejor que tiene el libro es que, sobre 144 páginas, sólo 20 están dedicadas a las tiras de Clemente. Nadie discute que la tira representa el pico de la popularidad de Caloi, pero para 1988 todavía eran bastante conseguibles las reediciones del sello El Pájaro y el Cañón, que compilaban la tira diaria desde el principio, sin saltearse ninguna. Por si eso no alcanzara, las 75 tiras de Clemente que se reproducen pertenecen a los primeros años, que (no me canso de repetirlo) son los que a mí más me gustan. Tengo varias en El Libro de Clemente de Ediciones de la Flor y casi todas en los tomitos de Clarín que vimos hace poco, pero está todo bien, es una repetición casi bienvenida.
Otras 12 páginas están dedicadas a los chistes que hizo Caloi entre 1971 y 1976 para promocionar los cigarrillos Parliament. Quizás no sean sus mejores chistes, pero tienen un nivel de dibujo asombroso, y como la marca ponía estos avisos en medios muy distintos, le dieron una gran visibilidad a los trabajos del autor.
También hay 12 páginas tituladas “Bocetos y distracciones”, que son eso: bocetos inéditos, garabatos, estudios, dibujos inconexos que brotaban con total libertad y cero pretensión humorística o narrativa de la prodigiosa pluma de Caloi. Acá se ve con una contundencia demoledora la versatilidad, la belleza, el control perfecto que Caloi tenía sobre su grafismo, con el que podía levantar vuelo y dibujar –literalmente- cualquier cosa, en cualquier estilo.
Y el resto del libro, el tramo más sustancioso, recopila chistes e historietas de los primeros años de carrera del maestro. Desde dibujos realizados a los 3 o 4 años, hasta material de la primera mitad de los ´70, cuando ya era un profesional destacado. La mezcla es completísima: hay humor gráfico tradicional, del que se publicaba en los ´70 en cualquier medio no necesariamente vanguardista, hay humor más reflexivo (“a lo Quino”) y hay material absolutamente experimental, tanto desde lo estético como desde las historias que se cuentan. Esas historietas tan típicas de Tute, en las que un tipo reflexiona acerca del amor, la soledad, la incomunicación, los miedos, los sueños incumplidos… eso ya lo hacía Caloi en 1970. La nostalgia del barrio que exploraría años más tarde en esas “sagas” de Clemente centradas en Bartolo y su tranvía, también estaba presente en los chistes e historietas de sus primeros años. El absurdo, el sinsentido y el mestizaje entre ambos y la poesía se ve clarísimo en algunos de estos trabajos “antiguos”, anteriores al desarrollo del estilo definitivo, de la impronta gráfica que identificaría a Caloi durante las décadas posteriores.
Si venís a buscar chistes, los vas a encontrar y te vas a reir. Pero si querés ir más allá, y te interesa (además de disfrutarlo) estudiar a fondo a Caloi, sobre todo su “Year One”, su etapa pre-Clemente, este libro aporta documentación fundamental, que hasta entonces estaba dispersa en revistas difíciles de conseguir e incluso en cuadernos privados del autor, que nunca habían visto la luz. Versatilidad y virtuosismo son, sin dudas, las palabras clave para describir este paneo por esta primera etapa en la carrera de uno de los nombres realmente fundamentales que tuvo el humor gráfico argentino. Libros como este (accesibles, sin lujos innecesarios en la edición) resultan vitales para jerarquizar las bibliotecas de todos los interesados en el humor, la historieta o el dibujo en general. Algún día terminaremos de digerir lo grossa que fue la colección de Hyspamérica…
domingo, 12 de octubre de 2014
12/ 10: AMERICAN VAMPIRE Vol.4
Con esta serie me pasa algo rarísimo: me encanta la premisa, me gusta el clima, me engancha el ritmo que le imprime Scott Snyder a las aventuras, me sorprendo con lo bien que el guionista maneja los diálogos, llenos de modismos propios de las distintas etapas en las que sitúa las historias, me parece que está bien armado el elenco de secundarios… pero detesto al protagonista. Skinner Sweet me parece un personaje despreciable, pero además choto, unidimensional, básico… Desde el primer tomo estoy esperando que Snyder se juegue a hacerlo boleta y lamentablemente, parece que tenemos Skinner para rato. Aún así, este tomo me gustó mucho más que el anterior. Trato de explicar por qué.
Arrancamos con un arco de tres episodios, ambientado primero en la infancia y después en la juventud de Skinner Sweet y su primer némesis, Jim Book. Primero en el marco de la Guerra de Secesión y más tarde en las campañas de los milicos yankis contra los apaches, Snyder nos revela un montón de datos acerca de estos dos personajes, en secuencias anteriores al Vol.1. Acá ya está clara la crueldad y la falta de escrúpulos de Skinner, pero por lo menos se lo ve menos invulnerable, más humano. Y además pega más fuerte ver a un pibe hacer esas maldades. Como punto extra, en el segundo episodio de la trilogía, Skinner y Book casi no aparecen y todo se centra en la piel roja Mimeth, quien resulta ser la verdadera pionera en esto de los vampiros americanos.
El siguiente arco tiene cuatro episodios y retoma la progresión lineal de la serie para llevarnos a 1954. Y acá Snyder frota la lámpara y pela una genialidad: Travis Kidd, un pibe que parece John Travolta en Grease, o James Dean en Rebel Without a Cause, y que se dedica a cazar vampiros con una mala leche fascinante. Acá la serie encuentra un personaje carismático, tridimensional, complejo, con huevos y recursos para que uno hinche, más que nunca, por ver al sorete de Skinner definitivamente exterminado. Son 80 páginas narradas a un ritmo frenético, con flashbacks muy bien calzados a la infancia de Travis (que tiene que ver con lo que sucedió en Las Vegas en el Vol.2) y con una mirada sutil y llena de ironía acerca de esa época de los EEUU tan fértil para la ficción. Lo mejor de todo es que Skinner aparece con el arco argumental ya bastante avanzado y hay que sufrirlo pocos episodios. Sobre el final, van a tener peso Los Vasallos del Lucero y Pearl, pero el núcleo central de la saga es 100% Travis Kidd, un gran hallazgo por parte de Snyder.
Y predeciblemente, Calvin Poole (secundario en el tomo anterior) vuelve esta vez como protagonista, para un arco breve, también ambientado en 1954 y que es apenas una excusa para hablar de la tensión racial, otro elemento típico de este período histórico en EEUU. Y de nuevo, no aparece el nefasto Skinner Sweet, lo cual suma bastante.
Por el lado del dibujo, el nivel es altísimo. Para el arco ambientado a fines del Siglo XIX tenemos a un especialista, el prócer catalán Jordi Bernet, que venía de años de lucimiento en la revista de Jonah Hex, que transcurría en ese mismo período. Clásico y efectivo, Bernet deja todo y logra páginas memorables. En los cuatro episodios de Travis Kidd tenemos al titular de la serie, el cada día más grosso Rafael Albuquerque (que nos visitara recientemente en Comicópolis), jugado al vértigo, a la machaca a todo o nada, pero con muy buen laburo en los fondos y algunas puestas en página geniales y sumamente arriesgadas, como esa doble página cerca del final del tercer episodio. Y los de Calvin Poole son episodios tan de relleno que ni siquiera tienen los dos el mismo dibujante. En el primero aparece Roger Cruz, un brazuca bien del montón, que se esfuerza por no chorear ni a Jim Lee ni a Joe Madureira (que es lo que hizo toda la vida) y le sale algo híbrido,a a mitad de camino entre el realismo y el grotesco. Y en el segundo, un ídolo: el tano Riccardo Burchielli, viejo compañero de correrías de Brian Wood, cuando Brian Wood la descosía en Vertigo. Obviamente a Burchielli le sobra oficio para salir bien parado de este desafío y logra imágenes y secuencias mucho más interesantes que las de Cruz.
Lindo tomo de American Vampire, como para tenerle fe a un repunte que ojalá sea definitivo. Tengo ya comprado el Vol.5, así que eventualmente le hincaré los colmillos.
Arrancamos con un arco de tres episodios, ambientado primero en la infancia y después en la juventud de Skinner Sweet y su primer némesis, Jim Book. Primero en el marco de la Guerra de Secesión y más tarde en las campañas de los milicos yankis contra los apaches, Snyder nos revela un montón de datos acerca de estos dos personajes, en secuencias anteriores al Vol.1. Acá ya está clara la crueldad y la falta de escrúpulos de Skinner, pero por lo menos se lo ve menos invulnerable, más humano. Y además pega más fuerte ver a un pibe hacer esas maldades. Como punto extra, en el segundo episodio de la trilogía, Skinner y Book casi no aparecen y todo se centra en la piel roja Mimeth, quien resulta ser la verdadera pionera en esto de los vampiros americanos.
El siguiente arco tiene cuatro episodios y retoma la progresión lineal de la serie para llevarnos a 1954. Y acá Snyder frota la lámpara y pela una genialidad: Travis Kidd, un pibe que parece John Travolta en Grease, o James Dean en Rebel Without a Cause, y que se dedica a cazar vampiros con una mala leche fascinante. Acá la serie encuentra un personaje carismático, tridimensional, complejo, con huevos y recursos para que uno hinche, más que nunca, por ver al sorete de Skinner definitivamente exterminado. Son 80 páginas narradas a un ritmo frenético, con flashbacks muy bien calzados a la infancia de Travis (que tiene que ver con lo que sucedió en Las Vegas en el Vol.2) y con una mirada sutil y llena de ironía acerca de esa época de los EEUU tan fértil para la ficción. Lo mejor de todo es que Skinner aparece con el arco argumental ya bastante avanzado y hay que sufrirlo pocos episodios. Sobre el final, van a tener peso Los Vasallos del Lucero y Pearl, pero el núcleo central de la saga es 100% Travis Kidd, un gran hallazgo por parte de Snyder.
Y predeciblemente, Calvin Poole (secundario en el tomo anterior) vuelve esta vez como protagonista, para un arco breve, también ambientado en 1954 y que es apenas una excusa para hablar de la tensión racial, otro elemento típico de este período histórico en EEUU. Y de nuevo, no aparece el nefasto Skinner Sweet, lo cual suma bastante.
Por el lado del dibujo, el nivel es altísimo. Para el arco ambientado a fines del Siglo XIX tenemos a un especialista, el prócer catalán Jordi Bernet, que venía de años de lucimiento en la revista de Jonah Hex, que transcurría en ese mismo período. Clásico y efectivo, Bernet deja todo y logra páginas memorables. En los cuatro episodios de Travis Kidd tenemos al titular de la serie, el cada día más grosso Rafael Albuquerque (que nos visitara recientemente en Comicópolis), jugado al vértigo, a la machaca a todo o nada, pero con muy buen laburo en los fondos y algunas puestas en página geniales y sumamente arriesgadas, como esa doble página cerca del final del tercer episodio. Y los de Calvin Poole son episodios tan de relleno que ni siquiera tienen los dos el mismo dibujante. En el primero aparece Roger Cruz, un brazuca bien del montón, que se esfuerza por no chorear ni a Jim Lee ni a Joe Madureira (que es lo que hizo toda la vida) y le sale algo híbrido,a a mitad de camino entre el realismo y el grotesco. Y en el segundo, un ídolo: el tano Riccardo Burchielli, viejo compañero de correrías de Brian Wood, cuando Brian Wood la descosía en Vertigo. Obviamente a Burchielli le sobra oficio para salir bien parado de este desafío y logra imágenes y secuencias mucho más interesantes que las de Cruz.
Lindo tomo de American Vampire, como para tenerle fe a un repunte que ojalá sea definitivo. Tengo ya comprado el Vol.5, así que eventualmente le hincaré los colmillos.
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sábado, 11 de octubre de 2014
11/ 10: SABER TIGER
Me reencuentro con uno de mis mangakas favoritos, al que ya le dedicamos unas cuantas reseñas acá en el blog, y a través de una obra que pensé que nunca iba a conseguir. Saber Tiger está editada por Viz en 1991, en formato de novela gráfica, con una sobrecubierta rarísima, y con las historietas “dadas vuelta” para que se puedan leer en sistema occidental. Para que nos ubiquemos, 1991 era casi la prehistoria en materia de edición de manga fuera de Japón y todavía se experimentaba a full con el tema de los formatos, buscando ese que los occidentales aceptaríamos sin chistar.
Fijate que mencioné “las historietas” en plural, porque este libro trae dos historias autoconclusivas del maestro Yukinobu Hoshino: Saber Tiger (26 páginas) y The Planet of the Unicorn (50 páginas). Se trata de dos unitarios publicados originalmente en Japón en 1981, cuando Hoshino todavía no se había consagrado con 2001 Nights (ver reseñas del 05/04/13 y 26/06/12). El recopilatorio ponja de Saber Tiger tiene muchas más historias cortas, siempre enroladas en el género de la ciencia-ficción, que es el que desarrolló Hoshino durante muchas décadas, pero bueno, para la edición yanki se eligieron estas dos. Algún día aparecerá el editor occidental que se proponga seriamente rescatar toda la obra de este brillante mangaka, pero por ahora, cada cosita que uno consigue, la atesora como una gema extraña y fascinante.
Dicho todo esto, es menester aclarar que Saber Tiger (la historia que da título al libro) no es gran cosa. Tiene una idea muy buena, parece encaminarse hacia un desarrollo de lo que se llama “brainy sci-fi”, con una explicación realmente elaborada acerca de la evolución de la Humanidad y los viajes entre momentos cruciales del tiempo, y además una buena cuota de acción. Pero al final, Hoshino pega un volantazo y la acción se impone a lo bestia, para dejar medio trunca la exploración de esa teoría científica que impulsa el viaje de las protagonistas a la Era de Hielo. En perspectiva, el final casi termina por convertir a toda la historieta en un chiste largo, que se podría haber contado en cuatro páginas, seis como mucho.
Por suerte después tenemos The Planet of the Unicorn donde, con mucho más espacio, Hoshino desarrolla una historia mucho más redonda, bien en el estilo de lo que veremos años más tarde en 2001 Nights. Acá hay una curva dramática perfecta, un gran trabajo de caracterización para 6-7-8 personajes distintos, una idea excelente (si bien no muy original) para combinar la investigación científica con la aventura, y sobre todo está ese tono tan propio de Hoshino, ese clima que se respira en todas las historias cortas de 2001 Nights y que el maestro domina tan bien. El final es trágico, pero con un cierto lirismo, con una sensación de cierre muy coherente, de que “pasó lo que tenía que pasar”.
El dibujo del sensei todavía no está tan bueno como en 2001 Nights. En buena medida porque todavía Hoshino no había encontrado su estilo definitivo. En algunas cosas (sobre todo los animales) se volcaba a un trazo muy sobrecargado, cercano al fotorrealismo, que es un terreno en el que pocos mangakas han obtenido buenos resultados (pienso enseguida en Ryoichi Ikegami). Y en los cuerpos y rostros humanos, Hoshino todavía mostraba la influencia de dibujantes también muy afines al realismo, sobre todo la de Buichi Terasawa. Más tarde, el autor logrará una síntesis más marcada y le sacará un jugo enorme al contraste entre naves y máquinas muy complejas, muy detalladas, y personajes más simples, más expresivos. Sin abandonar una cierta sensación de realismo y sin renunciar nunca a su amplio abanico de recursos gráficos, ya presente en estas obras anteriores a su consagración.
Para resumir, The Planet of the Unicorn puede leerse como una breve joya de la ciencia-ficción e incluso como un ensayo para lo que luego sería 2001 Nights. Mientras que Saber Tiger pierde sobre el final buena parte de su atractivo, aunque conserva altísimo el nivel del dibujo. Si (como yo) te hiciste fan a muerte de Yukinobu Hoshino, vale mucho la pena buscar esta hermosa (y rarísima) edición de Viz, para disfrutar de un poquito más del talento del maestro, en historias que no pertenecen a su período de mayor gloria, pero se acercan.
Fijate que mencioné “las historietas” en plural, porque este libro trae dos historias autoconclusivas del maestro Yukinobu Hoshino: Saber Tiger (26 páginas) y The Planet of the Unicorn (50 páginas). Se trata de dos unitarios publicados originalmente en Japón en 1981, cuando Hoshino todavía no se había consagrado con 2001 Nights (ver reseñas del 05/04/13 y 26/06/12). El recopilatorio ponja de Saber Tiger tiene muchas más historias cortas, siempre enroladas en el género de la ciencia-ficción, que es el que desarrolló Hoshino durante muchas décadas, pero bueno, para la edición yanki se eligieron estas dos. Algún día aparecerá el editor occidental que se proponga seriamente rescatar toda la obra de este brillante mangaka, pero por ahora, cada cosita que uno consigue, la atesora como una gema extraña y fascinante.
Dicho todo esto, es menester aclarar que Saber Tiger (la historia que da título al libro) no es gran cosa. Tiene una idea muy buena, parece encaminarse hacia un desarrollo de lo que se llama “brainy sci-fi”, con una explicación realmente elaborada acerca de la evolución de la Humanidad y los viajes entre momentos cruciales del tiempo, y además una buena cuota de acción. Pero al final, Hoshino pega un volantazo y la acción se impone a lo bestia, para dejar medio trunca la exploración de esa teoría científica que impulsa el viaje de las protagonistas a la Era de Hielo. En perspectiva, el final casi termina por convertir a toda la historieta en un chiste largo, que se podría haber contado en cuatro páginas, seis como mucho.
Por suerte después tenemos The Planet of the Unicorn donde, con mucho más espacio, Hoshino desarrolla una historia mucho más redonda, bien en el estilo de lo que veremos años más tarde en 2001 Nights. Acá hay una curva dramática perfecta, un gran trabajo de caracterización para 6-7-8 personajes distintos, una idea excelente (si bien no muy original) para combinar la investigación científica con la aventura, y sobre todo está ese tono tan propio de Hoshino, ese clima que se respira en todas las historias cortas de 2001 Nights y que el maestro domina tan bien. El final es trágico, pero con un cierto lirismo, con una sensación de cierre muy coherente, de que “pasó lo que tenía que pasar”.
El dibujo del sensei todavía no está tan bueno como en 2001 Nights. En buena medida porque todavía Hoshino no había encontrado su estilo definitivo. En algunas cosas (sobre todo los animales) se volcaba a un trazo muy sobrecargado, cercano al fotorrealismo, que es un terreno en el que pocos mangakas han obtenido buenos resultados (pienso enseguida en Ryoichi Ikegami). Y en los cuerpos y rostros humanos, Hoshino todavía mostraba la influencia de dibujantes también muy afines al realismo, sobre todo la de Buichi Terasawa. Más tarde, el autor logrará una síntesis más marcada y le sacará un jugo enorme al contraste entre naves y máquinas muy complejas, muy detalladas, y personajes más simples, más expresivos. Sin abandonar una cierta sensación de realismo y sin renunciar nunca a su amplio abanico de recursos gráficos, ya presente en estas obras anteriores a su consagración.
Para resumir, The Planet of the Unicorn puede leerse como una breve joya de la ciencia-ficción e incluso como un ensayo para lo que luego sería 2001 Nights. Mientras que Saber Tiger pierde sobre el final buena parte de su atractivo, aunque conserva altísimo el nivel del dibujo. Si (como yo) te hiciste fan a muerte de Yukinobu Hoshino, vale mucho la pena buscar esta hermosa (y rarísima) edición de Viz, para disfrutar de un poquito más del talento del maestro, en historias que no pertenecen a su período de mayor gloria, pero se acercan.
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viernes, 10 de octubre de 2014
10/ 10: HAWKEYE Vol.2
Hacía bastante que no leía nada de Marvel, pero acá estoy, con el segundo tomo de una serie cuyo debut me dejó infinitamente cebado. Matt Fraction se plantea contarnos la vida cotidiana de Hawkeye, lo que hace en sus ratos libres, cuando no está combatiendo junto a los Avengers. Y sí, a veces no le queda otra que mostrar peleas de buenos contra malos, pero en la gran mayoría de las historias los conflictos pasan por otro lado. Una inundación, líos de polleras, antenas y cables que andan para el orto… un montón de problemas que no se solucionan tirando flechas con una puntería asombrosa.
Pero hay algo más loco. A Fraction no le alcanza con no hacer énfasis en Hawkeye como héroe. También sube la apuesta cuando decide no indagar en la personalidad de Clint Barton, no aprovechar estas no-aventuras para que el personaje se replantee quién es y por qué hace tantos años que hace lo que hace. Si caés en esta serie totalmente virgen de Hawkeye, no te va a ser fácil describir la personalidad del protagonista. Fraction nos lo muestra como un tipo normal, ni siquiera demasiado altruista, que se mete en kilombos con bastante frecuencia, e incluso a su propio pesar. Y ya está. No se debaten sus motivaciones, sus posiciones éticas, su relación con los otros Avengers… Todo eso Fraction lo da por sabido. Y paradójicamente, cuando se decide a meterse a fondo en la psiquis de un personaje, a explorar a fondo su origen, su motivación y demás, lo hace con un villano, en una historia fuerte, sumamente interesante, casi un Killing Joke, porque es probable que de acá surja ESE enemigo grosso que Hawkeye nunca tuvo en los 50 años que lleva militando en el Universo Marvel.
Entre tantas apuestas arriesgadas, este tomo incluye el ya mítico n°11, esas 20 páginas memorables narradas íntegramente por Pizza Dog (o Lucky), el perro que vive con Clint y Kate. Eso no se puede describir, hay que verlo por uno mismo, porque realmente es increíble. Es un experimento formal zarpado y de demoledora efectividad, que requiere un ingenio en la concepción y un talento en la ejecución de los que uno no asocia con la historieta mainstream “por kilo”, ni mucho menos con un guionista que escribe tres o cuatro de estas series todos los meses.
El final de ese episodio parece crucial para la serie, porque marca el alejamiento de un personaje hasta el momento central (no quiero dar detalles para no spoilear), pero lo realmente definitivo acá es el trabajo de David Ajá en la faceta visual. Esto es historieta, pero también es diseño gráfico. Es pensar a fondo en la representación, en la espacialidad, en complejas metáforas para mostrarnos la “realidad” desde la óptica de un personaje (el perro) que se comunica, se mueve y razona de modo muy distinto a nosotros y a los seres humanos que pueblan las historietas de Marvel. Ajá desparrama su jerarquía (y sus influencias, que van del mejor David Mazzucchelli al Guido Crépax más vanguardista) por casi todos los episodios reunidos en este tomo y logra que Hawkeye tenga la identidad gráfica que casi ningún otro comic americano tiene. Ves… una página, tres viñetas, y ya está, ya sabés que sólo se puede tratar del Hawkeye de Fraction y Ajá. En el episodio centrado en el villano, Ajá descansa y lo reemplaza otro capo, Francesco Francavilla, con una onda totalmente distinta en el grafismo, en los enfoques, en la puesta en página y hasta en el tratamiento del color, porque el tano se colorea a sí mismo con una paleta que no tiene nada que ver con la que usa el gran Matt Hollingsworth para colorear las páginas de Ajá.
Predeciblemente, y a pesar de las excelentes críticas que recibió y los premios que ganó, esta serie se terminó prematuramente, luego de sólo 22 episodios. Era bastante lógico, porque era un enfoque muy atípico, difícil de bancar en el largo plazo, y con una impronta autoral tan fuerte que si Fraction o Ajá decidían bajarse para dedicarse a otra cosa, lo más razonable era ponerle fin a la serie. Así que me falta la segunda mitad, que espero sea tan grossa como esta, con esta calidad tan apabullante en los diálogos y en el dibujo y con esta originalidad a la hora de plantear historias más cercanas a lo cotidiano, al barrio, a la vida “puertas adentro” de un paladín de la justicia.
Pero hay algo más loco. A Fraction no le alcanza con no hacer énfasis en Hawkeye como héroe. También sube la apuesta cuando decide no indagar en la personalidad de Clint Barton, no aprovechar estas no-aventuras para que el personaje se replantee quién es y por qué hace tantos años que hace lo que hace. Si caés en esta serie totalmente virgen de Hawkeye, no te va a ser fácil describir la personalidad del protagonista. Fraction nos lo muestra como un tipo normal, ni siquiera demasiado altruista, que se mete en kilombos con bastante frecuencia, e incluso a su propio pesar. Y ya está. No se debaten sus motivaciones, sus posiciones éticas, su relación con los otros Avengers… Todo eso Fraction lo da por sabido. Y paradójicamente, cuando se decide a meterse a fondo en la psiquis de un personaje, a explorar a fondo su origen, su motivación y demás, lo hace con un villano, en una historia fuerte, sumamente interesante, casi un Killing Joke, porque es probable que de acá surja ESE enemigo grosso que Hawkeye nunca tuvo en los 50 años que lleva militando en el Universo Marvel.
Entre tantas apuestas arriesgadas, este tomo incluye el ya mítico n°11, esas 20 páginas memorables narradas íntegramente por Pizza Dog (o Lucky), el perro que vive con Clint y Kate. Eso no se puede describir, hay que verlo por uno mismo, porque realmente es increíble. Es un experimento formal zarpado y de demoledora efectividad, que requiere un ingenio en la concepción y un talento en la ejecución de los que uno no asocia con la historieta mainstream “por kilo”, ni mucho menos con un guionista que escribe tres o cuatro de estas series todos los meses.
El final de ese episodio parece crucial para la serie, porque marca el alejamiento de un personaje hasta el momento central (no quiero dar detalles para no spoilear), pero lo realmente definitivo acá es el trabajo de David Ajá en la faceta visual. Esto es historieta, pero también es diseño gráfico. Es pensar a fondo en la representación, en la espacialidad, en complejas metáforas para mostrarnos la “realidad” desde la óptica de un personaje (el perro) que se comunica, se mueve y razona de modo muy distinto a nosotros y a los seres humanos que pueblan las historietas de Marvel. Ajá desparrama su jerarquía (y sus influencias, que van del mejor David Mazzucchelli al Guido Crépax más vanguardista) por casi todos los episodios reunidos en este tomo y logra que Hawkeye tenga la identidad gráfica que casi ningún otro comic americano tiene. Ves… una página, tres viñetas, y ya está, ya sabés que sólo se puede tratar del Hawkeye de Fraction y Ajá. En el episodio centrado en el villano, Ajá descansa y lo reemplaza otro capo, Francesco Francavilla, con una onda totalmente distinta en el grafismo, en los enfoques, en la puesta en página y hasta en el tratamiento del color, porque el tano se colorea a sí mismo con una paleta que no tiene nada que ver con la que usa el gran Matt Hollingsworth para colorear las páginas de Ajá.
Predeciblemente, y a pesar de las excelentes críticas que recibió y los premios que ganó, esta serie se terminó prematuramente, luego de sólo 22 episodios. Era bastante lógico, porque era un enfoque muy atípico, difícil de bancar en el largo plazo, y con una impronta autoral tan fuerte que si Fraction o Ajá decidían bajarse para dedicarse a otra cosa, lo más razonable era ponerle fin a la serie. Así que me falta la segunda mitad, que espero sea tan grossa como esta, con esta calidad tan apabullante en los diálogos y en el dibujo y con esta originalidad a la hora de plantear historias más cercanas a lo cotidiano, al barrio, a la vida “puertas adentro” de un paladín de la justicia.
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