La portada de este libro es una abominación, un suicidio comercial. Sólo le falta un textito que diga “Estimado lector, deje este libro donde lo encontró y compre cualquier otro”. Si a pesar de los denodados intentos del diseñador de la tapa para que NO compres el libro, decidís hacerlo, te cuento con qué te vas a encontrar: doce relatos de Miguel de Cervantes, publicados por primera vez hace 400 años, reinterpretados por 22 historietistas contemporáneos, y contados en ambientaciones y épocas generalmente muy distintas a las de los textos originales.
Alejandro Farías y Muriel Frega, por ejemplo, abren la antología con una versión de La Gitanilla que transcurre en el futuro y en la que abundan los elementos de ciencia-ficción. Es una buena historia de amor, dignidad y valores, con la extensión justa y un dibujo que no logra mantener un mismo nivel a lo largo de las 18 páginas. Tiene viñetas maravillosas y viñetas en las que se notan falencias muy básicas. Thomas Dassance y Marcos Vergara adaptan El Amante Liberal y la llevan al Japón feudal, de los samurais, los emperadores y los piratas chinos que asolaban los mares de Oriente. Esta vez el dibujo es magnífico de punta a punta y el guión pilotea con éxito la difícil tarea de narrar una historia tan compleja en sólo 18 páginas. Alejandro Farías vuelve para reinterpretar a Rinconete y Cortadillo en clave de “pibes chorros” del conurbano bonaerense y se luce con el manejo de los diálogos y los códigos de estos personajes. El dibujo de Otto Zaiser parece muy apresurado, pero por alguna razón funciona bien al nivel de la narrativa.
Federico Grunauer y Hurón adaptan La Española Inglesa, repleta de giros limados que no me terminaron de cerrar. El dibujo, bastante bueno, aunque por debajo de otros trabajos de Hurón. Un especialista en Cervantes, Federico Reggiani, adapta el Licenciado Vidriera junto a Fabián Zalazar. La historia es muy bizarra e inverosímil, y los autores aciertan al incorporarle recursos más cercanos al humor gráfico. La Fuerza de la Sangre es un típico relato de amores cruzados y filiaciones ocultas y Diego Cortés y Leo Sandler lo convierten en una telenovela clásica. El resultado es muy atrapante, aunque quizás pegaba más fuerte con dos o tres páginas menos. Otra típica historia de amor es El Celoso Extremeño, aquí aggiornada por Luciano Saracino y su habitual partenaire Infame & Co, que muestra importantes avances respecto de lo que vimos en Corina y el Pistolero. Otra que funcionaría mejor con tres o cuatro páginas menos.
La dupla que adaptó al Etchenike de Juan Sasturain vuelve a unirse para convertir a La Ilustre Fregona en un thriller latinoamericano con mafias y carteles de la droga. Rodolfo Santullo se luce con su oído para los diálogos y Lisandro Estherren dibuja mucho mejor que en Etchenike pero la historia quedó muy comprimida, con demasiados cuadros por página y demasiado texto por viñeta. Una pena. Javi Hildebrandt y Diego Rey también emplean el recurso de convertir un relato de Cervantes en una telenovela, con Las Dos Doncellas. La historia original era demasiado chota y previsible como para pretender que la adaptación de Javi la levantara, así que sólo queda disfrutar de los dibujos de Diego. Dos uruguayos sin apellido, Roy y Maco, unen fuerzas para la mejor historia del tomo: la adaptación de La Señora Cornelia, con excelentes diálogos, grandes truquitos narrativos, un ritmo cautivante y una extensión perfecta.
Otra muy buena es la versión de Ale Farías y Víctor Zelaya de El Casamiento Engañoso, también un toque predecible, pero muy mejorada por la ambientación que elige Farías y por su gran trabajo en los diálogos y el desarrollo del protagonista. El dibujo de Zelaya acompaña correctamente y acentúa el patetismo de algunas escenas realmente memorables. Y cerramos con la extraña El Coloquio de los Perros, un relato muy raro, seguramente experimental al borde del delirio hace 400 años. Lo adaptan los brasileros Denny Chang y Jozz, con mucho vuelo, mucha imaginación, mucha sensibilidad y un dibujo muy logrado, aunque para mi gusto combina demasiadas técnicas. Más limpito por ahí se veía mejor.
En síntesis, un libro voluminoso, con mucho contenido y buen nivel en la mayoría de las historias, ideal para regalarle a los fans de la literatura clásica que rara vez consumen comics. O para el que quiera descubrir a una muy buena selección de historietistas contemporáneos, bancando el atípico desafío de cambiarle la onda y los contextos a relatos clásicos de uno de los autores fundamentales de la literatura universal.
domingo, 31 de agosto de 2014
sábado, 30 de agosto de 2014
30/08: HOY NO HAY NADA
Se complica la cosa… Dormí menos de cuatro horas, perdí muchas horas yendo a Ezeiza a recibir al maestro Horacio Altuna, en un rato voy a estar de invitado en un programa de radio y a la noche voy a ir a visitar a un amigo que sufrió una desgracia familiar y está pasando un momento bravo.
Tanto la llegada de Horacio Altuna como mi presencia en un programa de radio tienen que ver con el inminente arranque de Esperando a Comicópolis, el ciclo de actividades en espacios culturales de la ciudad de Buenos Aires, que funciona como antesala al mega-evento con sede en Tecnópolis. A partir del jueves 4 (Día de la Historieta) y hasta el miércoles 17, tenemos todos los días charlas, talleres, proyecciones, inauguraciones de muestras y presentaciones de libros, dispersos en varios lugares de Capital, y después sí: del 18 al 21, todo se concentra en Tecnópolis y el universo entero colapsará ante la magnitud de lo que estamos preparando para esos cuatro días.
Cagate de risa, pero para mí, Comicópolis empezó hoy, con la llegada a Buenos Aires del padrino de la edición 2014, protagonista además de la impactante muestra retrospectiva con la que el jueves 4 se lanza la previa del evento más importante y más lindo en el que tuve la suerte de trabajar.
Tengo casi terminado un libro, pero no llego a liquidarlo y reseñarlo en el rato que tengo libre. Para mañana, seguro que sí. Y el lunes la idea es repasar las cifras de venta de Agosto (tengo la sensación de que fueron muy buenas) y avanzar en la lectura de algo para reseñar el martes.
Nos vemos el jueves en la inauguración de la muestra de Altuna y nos seguimos leyendo por acá, a pesar de que esta recta final hacia Comicópolis no me va a dejar postear reseñas todos los días. ¡Gracias por el aguante de siempre!
Tanto la llegada de Horacio Altuna como mi presencia en un programa de radio tienen que ver con el inminente arranque de Esperando a Comicópolis, el ciclo de actividades en espacios culturales de la ciudad de Buenos Aires, que funciona como antesala al mega-evento con sede en Tecnópolis. A partir del jueves 4 (Día de la Historieta) y hasta el miércoles 17, tenemos todos los días charlas, talleres, proyecciones, inauguraciones de muestras y presentaciones de libros, dispersos en varios lugares de Capital, y después sí: del 18 al 21, todo se concentra en Tecnópolis y el universo entero colapsará ante la magnitud de lo que estamos preparando para esos cuatro días.
Cagate de risa, pero para mí, Comicópolis empezó hoy, con la llegada a Buenos Aires del padrino de la edición 2014, protagonista además de la impactante muestra retrospectiva con la que el jueves 4 se lanza la previa del evento más importante y más lindo en el que tuve la suerte de trabajar.
Tengo casi terminado un libro, pero no llego a liquidarlo y reseñarlo en el rato que tengo libre. Para mañana, seguro que sí. Y el lunes la idea es repasar las cifras de venta de Agosto (tengo la sensación de que fueron muy buenas) y avanzar en la lectura de algo para reseñar el martes.
Nos vemos el jueves en la inauguración de la muestra de Altuna y nos seguimos leyendo por acá, a pesar de que esta recta final hacia Comicópolis no me va a dejar postear reseñas todos los días. ¡Gracias por el aguante de siempre!
viernes, 29 de agosto de 2014
29/08: HELLBLAZER: DEATH AND CIGARETTES
En otro de sus habituales suicidios, a principios de 2013 algún cráneo de DC decidió que ahora todos los personajes propiedad de la editorial iban a estar en el Universo DC y el sello Vertigo sólo iba a publicar material propiedad de los autores. La idea es casi buena, si no fuera porque para concretarla hubo que hachar a un título que llevaba 300 meses de publicación ininterrumpida y tenía como protagonista a uno de los personajes más complejos y carismáticos de la historia del comic, creado por Alan Moore en uno de sus períodos de mayor fertilidad. Así fue como el maestro Peter Milligan, que estaba al frente de Hellblazer desde el ya lejano n°250, recibe la orden que nunca creyó que iba a recibir: cerrame la colección en el n°300. Por eso, aunque parezca mentira, este es el último TPB de Hellblazer, y seguramente la última vez que los fans de John Constantine vamos a comprar una publicación en la que aparezca el ídolo, porque el Constantine del DCU huele a bosta radioactiva aunque los primeros números los dibuje el grossísimo Renato Guedes.
Así que este voluminoso TPB va a desembocar, irremediablemente, en la última saga de Hellblazer, en el cierre de esta ilustre y longeva serie que tantas alegrías nos dio. Y arranca muy bien, con la historia del Annual 11, que está apenitas estirada, pero que es fuerte, perturbadora y muy idónea para enganchar con Hellblazer a lectores que nunca se habían acercado a la serie. Después tenemos un unitario bastante bizarro, metido con forceps en el pasado tanto de John como de Piffy, y con el ídolo transformado (un ratito, nomás) en hombre lobo. Quizás sean las 20 páginas más olvidables de la Era Milligan.
Después arranca una saguita extensa, de 100 páginas, en la que el guionista hace un pase de manos increíble y planta las semillas de… un nuevo John Constantine. No quiero spoilear, porque es todo muy shockeante, pero de alguna manera Milligan nos vende (y nosotros compramos sin discutirle ni una coma) a un Constantine 2.0, sacado de la manga pero asombrosamente convincente. No sé si el guionista ya sabía que había que darle de baja a la serie, o si simplemente había tomado conciencia de que ese John de casi 60 años ya no estaba para vivir tanta peripecia y era hora de que su legado pasara a un personaje más joven (algo que en los comics de DC se hizo hasta el hartazgo). Lo cierto es que el pase de manos funciona muy bien y nos deja a un nuevo personaje con pasta de protagonista y a un villano excelente, al que hubiese estado bueno traer de vuelta más adelante.
Ahora sí, el arco final. Las 83 páginas que le ponen fin a todo. John muere de un modo totalmente impredecible, y aunque en esta serie la muerte nunca es definitiva, hay velatorio, hay consecuencias jodidas y hay un clima de “chau, muchachos, gracias por todo”. Al final, Milligan le reserva al ídolo un destino que –en una de esas- es peor que la muerte. Y se va por la puerta grande, con la satisfacción de haber escrito 50 números y un annual impresionantes, de haber creado a varios personajes importantes (con Piffy y su papá a la cabeza), de haberle pegado vueltas magníficas al elenco clásico y de haber mantenido muy alta la chapa de este personaje tan genial como irrepetible.
Parrafito para hablar bien de los dibujantes: Los dos arcos extensos, el de 100 páginas y el de 83, están a cargo del siempre eficiente Giuseppe Camuncoli, muy bien complementado por las tintas de Stefano Landini. Camuncoli le pone todo a la puesta en página y sorprende con su trazo fresco, moderno, expresivo, muy gráfico y para nada contaminado por la triste epidemia de los Juan Carlos Flicker. Uno de esos dibujantes a los que uno, si fuera editor, quisiera tener al frente de ocho o nueve series mensuales. Y las 58 páginas restantes están a cargo de Simon Bisley, la Bestia, el legendario dibujante británico, responsable también de las portadas. En el unitario bizarro de los licántropos, parece volver (un toque) el Bisley de los ´90, el más cabeza, el que se jugaba todo a la machaca y la estridencia. Pero en el annual, la Bestia pone todo su talento al servicio del clima denso, de ese enigma asfixiante que envuelve pasado y presente y que casi no deja lugar para la acción. Ahí es donde realmente pela, y donde más se disfruta su simbiosis con la paleta del colorista Brian Buccellato.
Y nunca pensé que iba a decir esto, pero se acabó. No hay más Hellblazer. Al comic le queda un vacío imposible de llenar. Gracias, John, por tanta magia.
Así que este voluminoso TPB va a desembocar, irremediablemente, en la última saga de Hellblazer, en el cierre de esta ilustre y longeva serie que tantas alegrías nos dio. Y arranca muy bien, con la historia del Annual 11, que está apenitas estirada, pero que es fuerte, perturbadora y muy idónea para enganchar con Hellblazer a lectores que nunca se habían acercado a la serie. Después tenemos un unitario bastante bizarro, metido con forceps en el pasado tanto de John como de Piffy, y con el ídolo transformado (un ratito, nomás) en hombre lobo. Quizás sean las 20 páginas más olvidables de la Era Milligan.
Después arranca una saguita extensa, de 100 páginas, en la que el guionista hace un pase de manos increíble y planta las semillas de… un nuevo John Constantine. No quiero spoilear, porque es todo muy shockeante, pero de alguna manera Milligan nos vende (y nosotros compramos sin discutirle ni una coma) a un Constantine 2.0, sacado de la manga pero asombrosamente convincente. No sé si el guionista ya sabía que había que darle de baja a la serie, o si simplemente había tomado conciencia de que ese John de casi 60 años ya no estaba para vivir tanta peripecia y era hora de que su legado pasara a un personaje más joven (algo que en los comics de DC se hizo hasta el hartazgo). Lo cierto es que el pase de manos funciona muy bien y nos deja a un nuevo personaje con pasta de protagonista y a un villano excelente, al que hubiese estado bueno traer de vuelta más adelante.
Ahora sí, el arco final. Las 83 páginas que le ponen fin a todo. John muere de un modo totalmente impredecible, y aunque en esta serie la muerte nunca es definitiva, hay velatorio, hay consecuencias jodidas y hay un clima de “chau, muchachos, gracias por todo”. Al final, Milligan le reserva al ídolo un destino que –en una de esas- es peor que la muerte. Y se va por la puerta grande, con la satisfacción de haber escrito 50 números y un annual impresionantes, de haber creado a varios personajes importantes (con Piffy y su papá a la cabeza), de haberle pegado vueltas magníficas al elenco clásico y de haber mantenido muy alta la chapa de este personaje tan genial como irrepetible.
Parrafito para hablar bien de los dibujantes: Los dos arcos extensos, el de 100 páginas y el de 83, están a cargo del siempre eficiente Giuseppe Camuncoli, muy bien complementado por las tintas de Stefano Landini. Camuncoli le pone todo a la puesta en página y sorprende con su trazo fresco, moderno, expresivo, muy gráfico y para nada contaminado por la triste epidemia de los Juan Carlos Flicker. Uno de esos dibujantes a los que uno, si fuera editor, quisiera tener al frente de ocho o nueve series mensuales. Y las 58 páginas restantes están a cargo de Simon Bisley, la Bestia, el legendario dibujante británico, responsable también de las portadas. En el unitario bizarro de los licántropos, parece volver (un toque) el Bisley de los ´90, el más cabeza, el que se jugaba todo a la machaca y la estridencia. Pero en el annual, la Bestia pone todo su talento al servicio del clima denso, de ese enigma asfixiante que envuelve pasado y presente y que casi no deja lugar para la acción. Ahí es donde realmente pela, y donde más se disfruta su simbiosis con la paleta del colorista Brian Buccellato.
Y nunca pensé que iba a decir esto, pero se acabó. No hay más Hellblazer. Al comic le queda un vacío imposible de llenar. Gracias, John, por tanta magia.
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jueves, 28 de agosto de 2014
28/08: EL BIBENDUM CELESTE
Esperé muchos años para tener este libro en mis manos. Me calentó mucho desde que me enteré que existía, lo busqué, lo mandé a pedir a otros países, lo esperé, no me llegó… Con los años, mi expectativa no paró de crecer, a tal punto que lo terminé por idealizar. Me convencí a mí mismo de que era LA historieta, LA joya definitiva que me iba a cambiar la forma de leer historietas.
Bueno, ahora lo leí. Y será porque le puse demasiadas fichas, pero lo cierto es que no me terminó de cerrar. Guarda: “no me terminó de cerrar” significa que yo me esperaba un 10 y me encontré con un… 8,50. No estamos hablando de una berretada, ni mucho menos. A Nicolas De Crécy lo pongo en un nivel tan alto, que sólo lo puedo comparar consigo mismo. En ese sentido, Le Bidendum… me queda por debajo de Foligatto, Période Glaciaire (ver reseña del 26/06/10) y León La Came (aunque acá el dibujo es mucho mejor) y un toque por arriba de Prosopopus y Salvatore, que creo que fue su última serie en historieta, antes de decir “chau, gracias” y llevarse su magia a otros ámbitos.
El Bibendum Celeste te lanza una catarata de ideas limadas y geniales. Hasta el final del segundo tomo, pareciera que la idea es la misma que la de la famosa novela Being There (Desde el Jardín, en castellano). Casi todo pasa por el bizarro periplo que llevará a Diego, la joven foca, a convertirse en una celebridad en esta versión alternativa de Nueva York y a ganar el Premio Nobel del Amor. Y en el tercio final, eso cambia de un modo bastante radical y la historia agarra para otro lado. Es decir, otros de los muchos elementos bizarros que aparecen en los dos primeros tercios se roban el protagonismo y fuerzan el volantazo.
Lo más interesante llega cuando De Crécy usa a este mundo extraño y fascinante para reflexionar acerca de cómo la rosca entre la política y el mercado genera ídolos, referentes, opiniones masivamente aceptadas, cómo degrada a los ciudadanos hasta convertirlos en meros consumidores. Cada vez que ese subtexto cobra peso en la trama, esta levanta muchísimo. Y sin dudas lo que menos me cerró es cómo el autor se queda corto a la hora de integrar esta faceta más ideológica, más de bajada de línea, con lo que podríamos llamar “la aventura”.
En el medio hay elementos rocambolescos, que le suman complejidad y extrañeza al relato (las peripecias del profesor Lombax, por ejemplo) e intentos de explicar cosas que por ahí eran más efectivas si no se las explicaba (los perros antropomorfos, por ejemplo). Entre estas explicaciones de lo inexplicable que ensaya De Crécy, hay una brillante, que es la del origen de Diego, impredecible y graciosísima. En general, todo el tono de la obra va para el lado de la farsa, del delirio, del absurdo. Y eso sin dudas es un hallazgo, porque si bien hay “buenos” y “malos”, el conflicto entre ellos nunca llega a tener tanta preponderancia como lo disparatado de las situaciones que se generan a partir de la llegada de Diego a la gran ciudad.
Como pasa de vez en cuando, todo el análisis que uno pueda dedicarle al guión, al desarrollo de los personajes, a la construcción del universo, etc., se va al carajo, se esfuma, pierde toda entidad, cuando se nos aparece frente a los ojos el dibujo de Nicolas De Crécy. Ahí arranca otra historia, un viaje de ida a la fascinación, con algunas escalas más pictóricas (como en Foligatto), otras mucho más gráficas (como en León La Came) y hasta algún coqueteo con la estética del maestro Bill Plympton. Ya sea cuando colorea con tintas tradicionales o cuando recurre a técnicas pictóricas más complejas, la paleta de De Crécy desborda de fuerza, de magia, de imaginación, de belleza plástica. Es el complemento ideal de ese dibujo grandilocuente que utiliza para edificios y barcos, y esa impronta granguiñolesca, esperpéntica, que caracteriza a los personajes.
Retorcida, sobrecargada y llena de detalles alucinantes, la faz visual de Le Bibendum… es la que hace que se justifique cada centavo que pagues por este libro. El guión, repito, no es una garcha ni mucho menos, pero lo hemos visto al inmenso Nicolas De Crécy escribir historietas a un nivel superior. Si comprás comics por los dibujos, sumergite en este maravilloso descontrol… con ropa interior de repuesto, por las dudas…
Bueno, ahora lo leí. Y será porque le puse demasiadas fichas, pero lo cierto es que no me terminó de cerrar. Guarda: “no me terminó de cerrar” significa que yo me esperaba un 10 y me encontré con un… 8,50. No estamos hablando de una berretada, ni mucho menos. A Nicolas De Crécy lo pongo en un nivel tan alto, que sólo lo puedo comparar consigo mismo. En ese sentido, Le Bidendum… me queda por debajo de Foligatto, Période Glaciaire (ver reseña del 26/06/10) y León La Came (aunque acá el dibujo es mucho mejor) y un toque por arriba de Prosopopus y Salvatore, que creo que fue su última serie en historieta, antes de decir “chau, gracias” y llevarse su magia a otros ámbitos.
El Bibendum Celeste te lanza una catarata de ideas limadas y geniales. Hasta el final del segundo tomo, pareciera que la idea es la misma que la de la famosa novela Being There (Desde el Jardín, en castellano). Casi todo pasa por el bizarro periplo que llevará a Diego, la joven foca, a convertirse en una celebridad en esta versión alternativa de Nueva York y a ganar el Premio Nobel del Amor. Y en el tercio final, eso cambia de un modo bastante radical y la historia agarra para otro lado. Es decir, otros de los muchos elementos bizarros que aparecen en los dos primeros tercios se roban el protagonismo y fuerzan el volantazo.
Lo más interesante llega cuando De Crécy usa a este mundo extraño y fascinante para reflexionar acerca de cómo la rosca entre la política y el mercado genera ídolos, referentes, opiniones masivamente aceptadas, cómo degrada a los ciudadanos hasta convertirlos en meros consumidores. Cada vez que ese subtexto cobra peso en la trama, esta levanta muchísimo. Y sin dudas lo que menos me cerró es cómo el autor se queda corto a la hora de integrar esta faceta más ideológica, más de bajada de línea, con lo que podríamos llamar “la aventura”.
En el medio hay elementos rocambolescos, que le suman complejidad y extrañeza al relato (las peripecias del profesor Lombax, por ejemplo) e intentos de explicar cosas que por ahí eran más efectivas si no se las explicaba (los perros antropomorfos, por ejemplo). Entre estas explicaciones de lo inexplicable que ensaya De Crécy, hay una brillante, que es la del origen de Diego, impredecible y graciosísima. En general, todo el tono de la obra va para el lado de la farsa, del delirio, del absurdo. Y eso sin dudas es un hallazgo, porque si bien hay “buenos” y “malos”, el conflicto entre ellos nunca llega a tener tanta preponderancia como lo disparatado de las situaciones que se generan a partir de la llegada de Diego a la gran ciudad.
Como pasa de vez en cuando, todo el análisis que uno pueda dedicarle al guión, al desarrollo de los personajes, a la construcción del universo, etc., se va al carajo, se esfuma, pierde toda entidad, cuando se nos aparece frente a los ojos el dibujo de Nicolas De Crécy. Ahí arranca otra historia, un viaje de ida a la fascinación, con algunas escalas más pictóricas (como en Foligatto), otras mucho más gráficas (como en León La Came) y hasta algún coqueteo con la estética del maestro Bill Plympton. Ya sea cuando colorea con tintas tradicionales o cuando recurre a técnicas pictóricas más complejas, la paleta de De Crécy desborda de fuerza, de magia, de imaginación, de belleza plástica. Es el complemento ideal de ese dibujo grandilocuente que utiliza para edificios y barcos, y esa impronta granguiñolesca, esperpéntica, que caracteriza a los personajes.
Retorcida, sobrecargada y llena de detalles alucinantes, la faz visual de Le Bibendum… es la que hace que se justifique cada centavo que pagues por este libro. El guión, repito, no es una garcha ni mucho menos, pero lo hemos visto al inmenso Nicolas De Crécy escribir historietas a un nivel superior. Si comprás comics por los dibujos, sumergite en este maravilloso descontrol… con ropa interior de repuesto, por las dudas…
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miércoles, 27 de agosto de 2014
27/08: A CONTRACT WITH GOD
Podría escribir un artículo de 5.000 caracteres que explicara por qué A Contract with God no es una novela gráfica y por qué el hecho de considerarla “la primera novela gráfica de la historia” no es más que un vil ardid marketinero. Pero en vez de discutir slogans, prefiero dedicarle este espacio al análisis de las cuatro historietas que componen esta antología y que son importantísimas para el medio porque marcan el inicio de la obra “adulta” del maestro Will Eisner.
Las cuatro historias tienen como eje al inquilinato de la avenida Dropsie, en los primeros años del siglo pasado, cuando los inmigrantes judíos que llegaban de Europa con una mano atrás y otra adelante empezaban a poblar el hoy archifamoso barrio de Brooklyn. Eisner encara un reencuentro con su pasado, con un cierto aire de nostalgia e incluso con algunos apuntes autobiográficos que se harán más obvios y cobrarán más protagonismo en sus obras posteriores. Las cuatro historias están dibujadas en blanco y negro, pero impresas en una tinta medio marrón, medio sepia, de modo que no hay negros propiamente dichos.
La primera historia, la que da nombre a la antología, es la más floja de las cuatro. Es donde Eisner ensaya dos cosas que luego no repetirá en las otras tres: por un lado, jugarse a una trama 100% dramática, oscura en el tono y trágica en el desenlace. Por el otro, alterar el normal equilibrio entre imagen y texto para que este último ocupe más lugar, gane peso gráfico en la página y (sobre todo al principio) no le dé al autor espacio para contar la historia con secuencias de dibujos, sino que apenas alcance a ilustrar con una imagen un pedacito de lo que dicen los textos. Por suerte, el maestro descarta rápidamente esta fórmula y a partir de la segunda historia tenemos algo que se parece mucho más a las gloriosas historietas del Spirit que a las primeras páginas de A Contract with God.
En la segunda historieta ya reina indiscutida la narrativa secuencial y Eisner cuenta todo con hermosos dibujos, incluso muchas veces sin textos. El argumento ya vira un poco más hacia la comedia, filosa, con bastante mala leche, pero comedia al fin. Además vemos al maestro dibujar -por primera vez en su larga y frondosa carrera- un garche, como para dejar en claro que estaba decidido a conquistar al público adulto, o por lo menos a esos adolescentes que en los ´70 estaban descubriendo al Spirit gracias a las reediciones de la Warren.
La tercera historia es la más corta y además es brillante. Una verdadera cátedra de crueldad y depravación, ironía y sarcasmo, en la que el personaje que pintaba para villano termina convertido en víctima. Acá vemos a Eisner subir la apuesta y dibujar otra cosa que rara vez se ve en el comic estadounidense: un tipo clavándose una paja. Pero no en el estilo caricaturesco de un Robert Crumb o un Peter Bagge (que nos mostraron a sus personajes clavándose infinidad de pajas), sino en un estilo realista y con una composición de la viñeta absolutamente memorable.
Y la última historia es otra joya: compleja por la gran cantidad de personajes que entrelaza, honesta porque saca “trapitos al sol” de la familia del propio Eisner, zarpada por el abordaje de la temática sexual (que, repito, es algo que sólo los comics underground hacían en EEUU en 1978), muy graciosa por el tono distendido, de comedia de enredos (por momentos parece una película picaresca argentina tipo La Cigarra no es un Bicho), y punzante, porque en un punto a Eisner le interesa “denunciar” la careteada, la hipocresía, la falta de ética a la hora de escalar posiciones de estos laburantes judíos que soñaban con salir rápido del barrio shiome (y en alguna medida peligroso) para triunfar en círculos sociales “más elevados”.
Ni hace falta decir que todo, las cuatro historias, está dibujado como la hiper-concha de Dios por ese virtuoso del dibujo que fue Will Eisner. Cada fondo, cada cuerpo en movimiento, cada expresión facial, cada detalle en la ropa, cada enfoque… todo está perfectamente calculado y ejecutado por uno de los arquitectos más geniales que tuvo el Noveno Arte. Si ya leíste mil veces las aventuras del Spirit, o si querés ver qué hizo Eisner cuando se cansó de las máscaras, las piñas y las femme fatales (y antes de que se cebara mal con su propia biografía), A Contract with God te va a emocionar, sobre todo con las dos últimas historias, que es donde el prócer alcanza la perfección. ¿Dónde hay que firmar?
Las cuatro historias tienen como eje al inquilinato de la avenida Dropsie, en los primeros años del siglo pasado, cuando los inmigrantes judíos que llegaban de Europa con una mano atrás y otra adelante empezaban a poblar el hoy archifamoso barrio de Brooklyn. Eisner encara un reencuentro con su pasado, con un cierto aire de nostalgia e incluso con algunos apuntes autobiográficos que se harán más obvios y cobrarán más protagonismo en sus obras posteriores. Las cuatro historias están dibujadas en blanco y negro, pero impresas en una tinta medio marrón, medio sepia, de modo que no hay negros propiamente dichos.
La primera historia, la que da nombre a la antología, es la más floja de las cuatro. Es donde Eisner ensaya dos cosas que luego no repetirá en las otras tres: por un lado, jugarse a una trama 100% dramática, oscura en el tono y trágica en el desenlace. Por el otro, alterar el normal equilibrio entre imagen y texto para que este último ocupe más lugar, gane peso gráfico en la página y (sobre todo al principio) no le dé al autor espacio para contar la historia con secuencias de dibujos, sino que apenas alcance a ilustrar con una imagen un pedacito de lo que dicen los textos. Por suerte, el maestro descarta rápidamente esta fórmula y a partir de la segunda historia tenemos algo que se parece mucho más a las gloriosas historietas del Spirit que a las primeras páginas de A Contract with God.
En la segunda historieta ya reina indiscutida la narrativa secuencial y Eisner cuenta todo con hermosos dibujos, incluso muchas veces sin textos. El argumento ya vira un poco más hacia la comedia, filosa, con bastante mala leche, pero comedia al fin. Además vemos al maestro dibujar -por primera vez en su larga y frondosa carrera- un garche, como para dejar en claro que estaba decidido a conquistar al público adulto, o por lo menos a esos adolescentes que en los ´70 estaban descubriendo al Spirit gracias a las reediciones de la Warren.
La tercera historia es la más corta y además es brillante. Una verdadera cátedra de crueldad y depravación, ironía y sarcasmo, en la que el personaje que pintaba para villano termina convertido en víctima. Acá vemos a Eisner subir la apuesta y dibujar otra cosa que rara vez se ve en el comic estadounidense: un tipo clavándose una paja. Pero no en el estilo caricaturesco de un Robert Crumb o un Peter Bagge (que nos mostraron a sus personajes clavándose infinidad de pajas), sino en un estilo realista y con una composición de la viñeta absolutamente memorable.
Y la última historia es otra joya: compleja por la gran cantidad de personajes que entrelaza, honesta porque saca “trapitos al sol” de la familia del propio Eisner, zarpada por el abordaje de la temática sexual (que, repito, es algo que sólo los comics underground hacían en EEUU en 1978), muy graciosa por el tono distendido, de comedia de enredos (por momentos parece una película picaresca argentina tipo La Cigarra no es un Bicho), y punzante, porque en un punto a Eisner le interesa “denunciar” la careteada, la hipocresía, la falta de ética a la hora de escalar posiciones de estos laburantes judíos que soñaban con salir rápido del barrio shiome (y en alguna medida peligroso) para triunfar en círculos sociales “más elevados”.
Ni hace falta decir que todo, las cuatro historias, está dibujado como la hiper-concha de Dios por ese virtuoso del dibujo que fue Will Eisner. Cada fondo, cada cuerpo en movimiento, cada expresión facial, cada detalle en la ropa, cada enfoque… todo está perfectamente calculado y ejecutado por uno de los arquitectos más geniales que tuvo el Noveno Arte. Si ya leíste mil veces las aventuras del Spirit, o si querés ver qué hizo Eisner cuando se cansó de las máscaras, las piñas y las femme fatales (y antes de que se cebara mal con su propia biografía), A Contract with God te va a emocionar, sobre todo con las dos últimas historias, que es donde el prócer alcanza la perfección. ¿Dónde hay que firmar?
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martes, 26 de agosto de 2014
26/08: TIBURCIO Vol.2
Poco para agregarle a la reseña del Vol.1, publicada el 19/05/13. Me encanta Tiburcio, me divierto mucho con sus mini-aventuras; me siento identificado, como si Alejo Valdearena conociera oscuros secretos de mi infancia: el miedo a tirarse del trampolín, las enfermedades fingidas para zafar de la clase de Educación Física, la onda con algunas maestras cuya belleza y simpatía me hicieron deponer mi clásica actitud de rebeldía, de ¿quién carajo sos vos para decirme lo que tengo que hacer?, los “cloros” en la pileta… Cuando yo era chico no había internet, ni videojuegos, ni comiquerías. Pero muchas de las cosas que vive Tiburcio en esta década, yo las viví en los ´70 y me causó mucha gracia verlas reflejadas en las tiras de Alejo.
Por supuesto, el dibujo de Diego Greco se luce más y más a medida que pasan las tiras. Lo que vimos en el Vol.1 era realmente notable y acá ya vemos al crack de Banfield en un nivel extraordinario, muy por encima de lo que se puede encontrar en casi todas las historietas de la Genios o la Billken. Claro, Greco juega con la ventaja de poder dibujar cuatro o a lo sumo cinco viñetas por semana, contra la página o las dos páginas que entregan sus colegas en las revistas semanales. Pero aprovecha a full esa posibilidad y realmente deja la vida en cada tira. Que además se aprecia muchísimo en el formato elegido para el tomito recopilatorio, en el que cada tira ocupa dos páginas. Te lo terminás muy rápido, es cierto, pero el dibujo de Greco impacta y se disfruta mucho más.
Quiero más Tiburcio. Compré esta fórmula de humor directo, simple, efectivo, finamente sazonado con mala leche y que, además de causarle gracia a los chicos (lo comprobé con mi sobrino, que ya se había hecho fan incondicional con el Vol.1 y esperaba al Vol.2 tanto como a la segunda peli de los Avengers) le puede hacer pasar un muy lindo momento a los grandes. Lo único que me costó entender del Vol.1 y que ahora entiendo menos que antes es cómo Valdearena y Greco tienen que disfrazarse de editores para publicar sus tiras, en vez de dedicarse a elegir la más copada entre las decenas de propuestas que deberían lloverles de las editoriales distintas que incursionan en el rubro de la historieta infantil. Ojalá haya libritos de Tiburcio para rato, así podemos disfrutar de esta exquisitez sin ensuciarnos las manos con esa inmundicia editorial conocida como la revista Viva.
Por supuesto, el dibujo de Diego Greco se luce más y más a medida que pasan las tiras. Lo que vimos en el Vol.1 era realmente notable y acá ya vemos al crack de Banfield en un nivel extraordinario, muy por encima de lo que se puede encontrar en casi todas las historietas de la Genios o la Billken. Claro, Greco juega con la ventaja de poder dibujar cuatro o a lo sumo cinco viñetas por semana, contra la página o las dos páginas que entregan sus colegas en las revistas semanales. Pero aprovecha a full esa posibilidad y realmente deja la vida en cada tira. Que además se aprecia muchísimo en el formato elegido para el tomito recopilatorio, en el que cada tira ocupa dos páginas. Te lo terminás muy rápido, es cierto, pero el dibujo de Greco impacta y se disfruta mucho más.
Quiero más Tiburcio. Compré esta fórmula de humor directo, simple, efectivo, finamente sazonado con mala leche y que, además de causarle gracia a los chicos (lo comprobé con mi sobrino, que ya se había hecho fan incondicional con el Vol.1 y esperaba al Vol.2 tanto como a la segunda peli de los Avengers) le puede hacer pasar un muy lindo momento a los grandes. Lo único que me costó entender del Vol.1 y que ahora entiendo menos que antes es cómo Valdearena y Greco tienen que disfrazarse de editores para publicar sus tiras, en vez de dedicarse a elegir la más copada entre las decenas de propuestas que deberían lloverles de las editoriales distintas que incursionan en el rubro de la historieta infantil. Ojalá haya libritos de Tiburcio para rato, así podemos disfrutar de esta exquisitez sin ensuciarnos las manos con esa inmundicia editorial conocida como la revista Viva.
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lunes, 25 de agosto de 2014
25/08: DAREDEVIL: ULTIMATE COLLECTION Vol.2
Tenía abandonado al Daredevil de Brian Michael Bendis desde un ya lejano 13/05/11. Pero aquella vez prometí comprarme los libros que me faltaban para completarlo y esa promesa ya la cumplí. Ahora, ya sólo me falta leer el tercer tomo. Y reseñar el segundo, claro.
Lo primero que me generó este hiper-TPB fue un susto: ¡512 páginas! 20 episodios, casi dos años enteros de publicación, en un solo libro. Por supuesto que me tomé varios días para leerlo, mientras me bajaba –en paralelo- los libros más cortos que fui reseñando en estos días. 512 páginas es una animalada incluso en un título como este en el que pasa muy poco en cada página. Acá vemos a Bendis narrar con una decompresión absoluta, como si le sobrara espacio para todo, como si estuviera al frente de un manga de 38 tomos. Las escenas duran páginas y páginas y muchas veces no contribuyen en lo más mínimo a que avance la trama. Me imagino a la gente que leía esto de a 22 páginas por mes y me quiero matar, debe haber sido un suplicio interminable como el Racing-Tigre del otro día.
Por otro lado, como siempre digo, Bendis no es boludo y sabe con qué estirar: los diálogos, una especialidad del pelado de Cleveland, acá brillan como en Alias o como en los mejores proyectos creator-owned del guionista. Y quizás lo más interesante sea cómo Bendis te engaña, cómo te hace comer los amagues. En el tomo anterior, el Kingpin estaba en la lona: ciego, agonizante, con todo su imperio en manos de gente que lo traicionó y lo descartó. En menos de 15 episodios, el Kingpin está de vuelta y empieza a reconstruir, a recuperar el territorio perdido. Y cuando empieza a asomar la cabeza, otro sacudón: Daredevil lo caga a palos y se erige como el nuevo capo del crimen de Hell´s Kitchen! En una cruzada demencial, erradica a todos los malvivientes de su barrio, a cientos de yakuzas… y así, de un sacudón pasamos a otro, en un tomo con mucha más acción que el anterior.
Lo único realmente flojo es el arco de cuatro episodios con Black Widow, casi al final del tomo. No aporta nada, humilla gratis a un villano (Jigsaw) que alguna vez fue una amenaza viable, no avanza casi nada la trama principal… No encuentro por dónde rescatarla. Creo que sólo sirve para mostrarnos que Matt sigue enganchado con Milla. Lo de Matt y Milla también es loco, porque en menos de 15 episodios, se conocen, se enamoran, se casan y se divorcian. Pero bueno, es un personaje muy interesante, al que Bendis se preocupa por laburar muy bien, para que muchos nos convenzamos de que es LA mina que le va a sacudir la estantería a nuestro abogado ciego favorito. Y además, tanto Matt como otros personajes reflexionan bastante sobre esta relación, sobre lo rápido que sucede todo, y hasta hay un bache de casi un año que Bendis no nos muestra, y en el que se termina de afianzar esa pareja.
O sea que tenemos un poco de todo: sacudones para los personajes de siempre, personajes nuevos, volantazos que nunca te ves venir, una buena dosis de machaca, escenas más intimistas y ese clima sórdido, de cosa mafiosa, gangsteril, a años luz de la onda luminosa y optimista que uno asocia (o asociaba hasta hace unos años) con el comic de superhéroes. Esta versión de Daredevil la verdad que de superhéroe tiene muy poco. Y es parte de lo que la hace atractiva.
En el dibujo lo tenemos al búlgaro Alex Maleev, abanderado del estilo Juan Carlos Flicker, a quien vemos dibujar –con suerte- los cuerpos en esas poses locas que adoptan los héroes en las peleas. Todo el resto son fotos retocadas y por momentos uno cree estar leyendo una fotonovela. Por supuesto, esta estética combina bien con el estilo narrativo de Bendis y con la onda que el guionista le da a la serie. Además hay un muy buen criterio para elegir los ángulos, lindas onomatopeyas y –una vez más- un trabajo maravilloso del colorista Matt Hollingsworth, sin el cual me parece que se caería todo a pedazos.
Mugre urbana, mentes alteradas, diálogos afiladísimos, un ritmo pachorro y una serie que lograba serle increíblemente fiel a la etapa de Frank Miller, y aún así sintonizar a la perfección los cambios de época para convertirse en referente del grim´n gritty del Siglo XXI.
Lo primero que me generó este hiper-TPB fue un susto: ¡512 páginas! 20 episodios, casi dos años enteros de publicación, en un solo libro. Por supuesto que me tomé varios días para leerlo, mientras me bajaba –en paralelo- los libros más cortos que fui reseñando en estos días. 512 páginas es una animalada incluso en un título como este en el que pasa muy poco en cada página. Acá vemos a Bendis narrar con una decompresión absoluta, como si le sobrara espacio para todo, como si estuviera al frente de un manga de 38 tomos. Las escenas duran páginas y páginas y muchas veces no contribuyen en lo más mínimo a que avance la trama. Me imagino a la gente que leía esto de a 22 páginas por mes y me quiero matar, debe haber sido un suplicio interminable como el Racing-Tigre del otro día.
Por otro lado, como siempre digo, Bendis no es boludo y sabe con qué estirar: los diálogos, una especialidad del pelado de Cleveland, acá brillan como en Alias o como en los mejores proyectos creator-owned del guionista. Y quizás lo más interesante sea cómo Bendis te engaña, cómo te hace comer los amagues. En el tomo anterior, el Kingpin estaba en la lona: ciego, agonizante, con todo su imperio en manos de gente que lo traicionó y lo descartó. En menos de 15 episodios, el Kingpin está de vuelta y empieza a reconstruir, a recuperar el territorio perdido. Y cuando empieza a asomar la cabeza, otro sacudón: Daredevil lo caga a palos y se erige como el nuevo capo del crimen de Hell´s Kitchen! En una cruzada demencial, erradica a todos los malvivientes de su barrio, a cientos de yakuzas… y así, de un sacudón pasamos a otro, en un tomo con mucha más acción que el anterior.
Lo único realmente flojo es el arco de cuatro episodios con Black Widow, casi al final del tomo. No aporta nada, humilla gratis a un villano (Jigsaw) que alguna vez fue una amenaza viable, no avanza casi nada la trama principal… No encuentro por dónde rescatarla. Creo que sólo sirve para mostrarnos que Matt sigue enganchado con Milla. Lo de Matt y Milla también es loco, porque en menos de 15 episodios, se conocen, se enamoran, se casan y se divorcian. Pero bueno, es un personaje muy interesante, al que Bendis se preocupa por laburar muy bien, para que muchos nos convenzamos de que es LA mina que le va a sacudir la estantería a nuestro abogado ciego favorito. Y además, tanto Matt como otros personajes reflexionan bastante sobre esta relación, sobre lo rápido que sucede todo, y hasta hay un bache de casi un año que Bendis no nos muestra, y en el que se termina de afianzar esa pareja.
O sea que tenemos un poco de todo: sacudones para los personajes de siempre, personajes nuevos, volantazos que nunca te ves venir, una buena dosis de machaca, escenas más intimistas y ese clima sórdido, de cosa mafiosa, gangsteril, a años luz de la onda luminosa y optimista que uno asocia (o asociaba hasta hace unos años) con el comic de superhéroes. Esta versión de Daredevil la verdad que de superhéroe tiene muy poco. Y es parte de lo que la hace atractiva.
En el dibujo lo tenemos al búlgaro Alex Maleev, abanderado del estilo Juan Carlos Flicker, a quien vemos dibujar –con suerte- los cuerpos en esas poses locas que adoptan los héroes en las peleas. Todo el resto son fotos retocadas y por momentos uno cree estar leyendo una fotonovela. Por supuesto, esta estética combina bien con el estilo narrativo de Bendis y con la onda que el guionista le da a la serie. Además hay un muy buen criterio para elegir los ángulos, lindas onomatopeyas y –una vez más- un trabajo maravilloso del colorista Matt Hollingsworth, sin el cual me parece que se caería todo a pedazos.
Mugre urbana, mentes alteradas, diálogos afiladísimos, un ritmo pachorro y una serie que lograba serle increíblemente fiel a la etapa de Frank Miller, y aún así sintonizar a la perfección los cambios de época para convertirse en referente del grim´n gritty del Siglo XXI.
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domingo, 24 de agosto de 2014
24/08: AFRIKA
Lo más flojo que tiene esta novela gráfica del maestro Hermann es el protagonista. Dario Ferrer es el líder de una patrulla que recorre la sabana africana combatiendo a los cazadores furtivos. El tipo tiene una sola cosa en la cabeza: su misión, la protección de “sus” animales. Escena tras escena, Hermann nos lo muestra como un macho recio, callado, taciturno, de monolíticas convicciones, sumamente antisocial. En general, este tipo de personajes evolucionan a lo largo de la trama y, cerca del final, se replantean algo, aprenden algo, o dejan aflorar algo de lo que tienen reprimido en su interior. Este no es el caso. A lo largo de estas 52 páginas, Ferrer se ve obligado a trabajar en equipo con una periodista europea que claramente lo incomoda, a la que percibe como una intrusa en “su” jungla, como un obstáculo en su misión. Y así va a ser hasta el final. No esperes que la tensión que se genera entre los personajes se descomprima en un beso, un franeleo o –menos que menos- en un garche. Dario Ferrer es una especie de Punisher, valiente, decidido, lleno de recursos, sin resquemores a la hora de matar, mitad héroe, mitad bomba de tiempo que puede estallar en cualquier momento. Un personaje impasible, que responde a las situaciones extremas que le toca atravesar con medidas aún más extremas, pero sin desviar jamás su curso. Todo el tiempo estuve esperando que, aunque sea en la última viñeta, mostrara un rasgo más humano, una reacción más sensata… no hubo caso.
El resto de la obra me gustó mucho. Las locaciones, la trama, los personajes secundarios (especialmente Iseko y el gordito de bigotes que le quiere buitrear la mujer a Ferrer), los momentos que elige Hermann para detonar las escenas de acción, y sobre todo la forma en la que –cuando menos te lo imaginás- el belga urde una conjura política que rápidamente le suma a la novela una amenaza mucho más heavy que la de los cazadores furtivos. Por supuesto hay que resaltar también el ritmo anti-pochoclero que caracteriza a Hermann, su clásica aversión por la grandilocuencia y la estridencia. Esto queda muy claro cada vez que Ferrer mata a alguien y sobre todo en la secuencia del final, en la que el autor se las ingenia para contarnos… eso que hace Ferrer (perdón por no explicitarlo, pero sería un spoiler demasiado brutal) sin mostrarnos absolutamente nada. Podría haber sido, lejos, la secuencia más impactante de la novela, pero Hermann prefiere no graficarla y eso hace que cada uno de nosotros la imagine en su mente de una manera única e irreproducible, acaso más tremenda de lo que la imaginó el autor a la hora de pensar el argumento.
Esta es una obra de 2007 y a nivel gráfico no se diferencia mucho de otras obras Hermann del mismo período que ya vimos en el blog. Por ende, en vez de repetir conceptos, recomiendo hacer click en la etiqueta del autor y repasar las reseñas anteriores. No las de Comanche, que son obras de los ´70, cuando el dibujo de Hermann era muy distinto, sino cualquiera de las otras. Acá se suma la novedad de ver al maestro abordar los majestuosos paisajes de Africa y dibujar lugares y animales que nunca antes le habíamos visto dibujar, siempre en su estilo sobrio, realista, con espacio para rostros muy expresivos, y apoyado en una narrativa impecable y un trabajo magnífico con el color, hecho totalmente a mano.
Sigo sin tirarme de cabeza sobre las series más extensas de Hermann, pero cada vez que veo una de sus novelas breves, autoconclusivas, entro sin dudarlo. Por ahora, no me clavé nunca. Si sos fan de la aventura en parajes exóticos, con un tono muy realista en el que jamás se rompe el verosímil, sospecho que Afrika te va a gustar.
El resto de la obra me gustó mucho. Las locaciones, la trama, los personajes secundarios (especialmente Iseko y el gordito de bigotes que le quiere buitrear la mujer a Ferrer), los momentos que elige Hermann para detonar las escenas de acción, y sobre todo la forma en la que –cuando menos te lo imaginás- el belga urde una conjura política que rápidamente le suma a la novela una amenaza mucho más heavy que la de los cazadores furtivos. Por supuesto hay que resaltar también el ritmo anti-pochoclero que caracteriza a Hermann, su clásica aversión por la grandilocuencia y la estridencia. Esto queda muy claro cada vez que Ferrer mata a alguien y sobre todo en la secuencia del final, en la que el autor se las ingenia para contarnos… eso que hace Ferrer (perdón por no explicitarlo, pero sería un spoiler demasiado brutal) sin mostrarnos absolutamente nada. Podría haber sido, lejos, la secuencia más impactante de la novela, pero Hermann prefiere no graficarla y eso hace que cada uno de nosotros la imagine en su mente de una manera única e irreproducible, acaso más tremenda de lo que la imaginó el autor a la hora de pensar el argumento.
Esta es una obra de 2007 y a nivel gráfico no se diferencia mucho de otras obras Hermann del mismo período que ya vimos en el blog. Por ende, en vez de repetir conceptos, recomiendo hacer click en la etiqueta del autor y repasar las reseñas anteriores. No las de Comanche, que son obras de los ´70, cuando el dibujo de Hermann era muy distinto, sino cualquiera de las otras. Acá se suma la novedad de ver al maestro abordar los majestuosos paisajes de Africa y dibujar lugares y animales que nunca antes le habíamos visto dibujar, siempre en su estilo sobrio, realista, con espacio para rostros muy expresivos, y apoyado en una narrativa impecable y un trabajo magnífico con el color, hecho totalmente a mano.
Sigo sin tirarme de cabeza sobre las series más extensas de Hermann, pero cada vez que veo una de sus novelas breves, autoconclusivas, entro sin dudarlo. Por ahora, no me clavé nunca. Si sos fan de la aventura en parajes exóticos, con un tono muy realista en el que jamás se rompe el verosímil, sospecho que Afrika te va a gustar.
sábado, 23 de agosto de 2014
23/08: VERANO
Para festejar este maravilloso veranito en pleno invierno que estamos disfrutando en Argentina, me zambullí en esta antología temática en la que más de 15 autores uruguayos muestran sus historias cortas (todas de 8 páginas) referidas a mi estación del año preferida. El libro resultó de una convocatoria de la AUCH (Asociación Uruguaya de Creadores de Historieta), abierta a todos sus miembros, y una vez entregado el material, un jurado “de afuera”, en este caso el maestro Quique Alcatena, decidiría qué trabajos entraban a la antología y cuáles no. Finalmente, Alcatena sugirió que los 12 trabajos recibidos se publicaran en el libro, y así fue. Veamos qué nos espera en materia de historietas.
Abre la temporada Nicolás Peruzzo con una historia muy simple, que se beneficia enormemente por la decisión narrativa de contarla en desorden, casi de atrás para adelante, en un ingenioso juego de flashbacks. La segunda tiene un guión brillante, coronado por un giro final increíble. Gran trabajo de Roy, con un dibujante bastante bueno, al que no conocía: Alejandro Figueroa, mezcla de El Tomi y J.Scott Campbell. La dupla hitazo del comic uruguayo, integrada por Rodolfo Santullo y Matías Bergara, aporta una historia simpática, muy pensada para lograr la identificación de los lectores, y muy bien dibujada. No es una joya, pero está muy bien. Alejandro Rodríguez Juele, en cambio, cuenta en un estilo casi documental el secret origin de Blancarena, un balneario en cuya fundación tuvo mucho que ver su abuelo. El dibujo es raro, como si estuviera hecho directamente en tinta, y quizás se luciría más con menos cuadros por página.
El segmento a todo color se inicia con una historieta bellísima, dibujada por un alucinante Gabriel Ciccariello en una onda que mezcla a Jeff Lemire con Gipi. El guión no está al mismo nivel que el dibujo, pero es lógico, porque el dibujo está demasiado bien. La otra historia a color está muy bien dibujada y coloreada por Nicolás Rodríguez Juele, y acá sí, el truco de contar la historia sin palabras le jugó definitivamente en contra, porque no se termina de entender lo que pasa.
Volvemos al blanco y negro y seguimos con las historietas sin texto. Maco utiliza este recurso para contar una no-historia en la que pasa poco y nada, y que se salva por la calidad del dibujo y el buen armado de las secuencias. Magnus y Carlos Lemos apuestan a la ciencia-ficción, con un guión bastante divertido y un dibujo que está bastante por debajo del promedio de la antología. Bea cuenta una historia fuerte, perturbadora, planifica con mucho criterio las escenas y elige muy bien los planos. La técnica que usa para dibujar a mí no me convence, pero tampoco me parece horrenda.
Federico De los Santos escribe un guión espectacular, ilustrado con mucha onda y mucho vuelo por Andrés y Leonardo Silva. Entraría al podio de las mejores del tomo de no ser por esas tipografías chotas que eligieron para los diálogos y los bloques de texto, que se hacen muy arduas de leer. La historia de Fernando Ramos apunta a la denuncia, en un formato casi documental. No me enganchó la trama, lamentablemente, y tampoco me convencieron ni el dibujo ni el rotulado. Y cerramos con otra historia escrita por Roy, no tan genial como la primera, pero con un planteo muy ganchero y un gran uso de los silencios. El dibujo es de un correcto Lisandro DiPasquale.
El nivel general, entonces, me resultó muy satisfactorio. No es parejo, como en toda antología, pero no se complica para nada encontrar historias realmente memorables, y –en líneas generales- más atractivas por los guiones que por los dibujos, lo cual no deja de ser una bizarreada. Tengo para reseñar la segunda antología temática de AUCH, centrada en el Otoño, donde el que tuvo la responsabilidad de dejar afuera del libro a varios de los trabajos recibidos fui yo. Claramente no fui tan misericordioso como Quique, pero bueno, en unos días analizaremos en detalle a los trabajos que entraron en esa selección.
Abre la temporada Nicolás Peruzzo con una historia muy simple, que se beneficia enormemente por la decisión narrativa de contarla en desorden, casi de atrás para adelante, en un ingenioso juego de flashbacks. La segunda tiene un guión brillante, coronado por un giro final increíble. Gran trabajo de Roy, con un dibujante bastante bueno, al que no conocía: Alejandro Figueroa, mezcla de El Tomi y J.Scott Campbell. La dupla hitazo del comic uruguayo, integrada por Rodolfo Santullo y Matías Bergara, aporta una historia simpática, muy pensada para lograr la identificación de los lectores, y muy bien dibujada. No es una joya, pero está muy bien. Alejandro Rodríguez Juele, en cambio, cuenta en un estilo casi documental el secret origin de Blancarena, un balneario en cuya fundación tuvo mucho que ver su abuelo. El dibujo es raro, como si estuviera hecho directamente en tinta, y quizás se luciría más con menos cuadros por página.
El segmento a todo color se inicia con una historieta bellísima, dibujada por un alucinante Gabriel Ciccariello en una onda que mezcla a Jeff Lemire con Gipi. El guión no está al mismo nivel que el dibujo, pero es lógico, porque el dibujo está demasiado bien. La otra historia a color está muy bien dibujada y coloreada por Nicolás Rodríguez Juele, y acá sí, el truco de contar la historia sin palabras le jugó definitivamente en contra, porque no se termina de entender lo que pasa.
Volvemos al blanco y negro y seguimos con las historietas sin texto. Maco utiliza este recurso para contar una no-historia en la que pasa poco y nada, y que se salva por la calidad del dibujo y el buen armado de las secuencias. Magnus y Carlos Lemos apuestan a la ciencia-ficción, con un guión bastante divertido y un dibujo que está bastante por debajo del promedio de la antología. Bea cuenta una historia fuerte, perturbadora, planifica con mucho criterio las escenas y elige muy bien los planos. La técnica que usa para dibujar a mí no me convence, pero tampoco me parece horrenda.
Federico De los Santos escribe un guión espectacular, ilustrado con mucha onda y mucho vuelo por Andrés y Leonardo Silva. Entraría al podio de las mejores del tomo de no ser por esas tipografías chotas que eligieron para los diálogos y los bloques de texto, que se hacen muy arduas de leer. La historia de Fernando Ramos apunta a la denuncia, en un formato casi documental. No me enganchó la trama, lamentablemente, y tampoco me convencieron ni el dibujo ni el rotulado. Y cerramos con otra historia escrita por Roy, no tan genial como la primera, pero con un planteo muy ganchero y un gran uso de los silencios. El dibujo es de un correcto Lisandro DiPasquale.
El nivel general, entonces, me resultó muy satisfactorio. No es parejo, como en toda antología, pero no se complica para nada encontrar historias realmente memorables, y –en líneas generales- más atractivas por los guiones que por los dibujos, lo cual no deja de ser una bizarreada. Tengo para reseñar la segunda antología temática de AUCH, centrada en el Otoño, donde el que tuvo la responsabilidad de dejar afuera del libro a varios de los trabajos recibidos fui yo. Claramente no fui tan misericordioso como Quique, pero bueno, en unos días analizaremos en detalle a los trabajos que entraron en esa selección.
viernes, 22 de agosto de 2014
22/08: FAIRY QUEST Vol.1
Qué lindo cuando los autores, además de imaginar historias, imaginan nuevas formas de beneficiarse a sí mismos para no regalarle los frutos de su talento a las grandes empresas. Paul Jenkins y Humberto Ramos, una dupla consagrada primero en los títulos de Spider-Man y después en Revelations (publicada originalmente en Dark Horse), la hicieron perfecto. Crearon una nueva serie, Fairy Quest, pensada en el formato de los álbumes europeos. En vez de buscar editorial, rompieron el chanchito y la editaron ellos mismos, en formato de lujo, con una tirada bajísima y a un precio bastante zarpado. Y en vez de dársela a Diamond o a cualquier distribuidor de comiquerías o librerías, vendián esta primera tanda de ejemplares ellos mismos, en las convenciones a las que los invitaban. Compensaban el alto precio del libro con un dibujo o una firma para el fan que se acercaba a comprarlo y rápidamente la tirada se agotó. Los autores recuperaron la guita de la edición y se quedaron con todos los derechos para vender Fairy Quest a una editorial de Francia, que rápidamente mostró interés porque Ramos tiene muchos fans en ese país. Con los euros en la cuenta bancaria (y otras editoriales europeas interesadas en la obra), Jenkins y Ramos se sentaron a charlar con BOOM!, que les volvió a pagar para reeditar Fairy Quest primero en dos comic-books y después en una novela gráfica a todo culo, sin nada que envidiarles a los chetísimos álbumes europeos, ahora sí con una tirada mayor y llegada a las comiquerías y librerías de EEUU. Más redondo, imposible.
¿Y la historieta, qué tal está? En general, muy bien. Tengo dos “peros” para señalar. 1) Me queda clarísimo que Fairy Quest nunca habría existido sin que antes se impusiera Fables como un hitazo en el mercado yanki. Jenkins encuentra aristas nuevas para explorar, no transita para nada los caminos ya transitados por la extensa serie de Bill Willingham, pero es obvio que la idea de crear historias nuevas con los clásicos personajes de los cuentos de hadas es viable porque Fables la hizo viable. 2) 50 páginas no son muchas. Tampoco son pocas. Y sin embargo lo que sucede en este primer álbum es poco. Está justificado por el hecho de que Jenkins tiene que presentarnos al universo, a los personajes y a los conflictos, cosas que hace realmente bien. Y por supuesto, tiene que haber espacio para la acción, para secuencias más osadas, incluso más grandilocuentes, que le permitan lucirse a esa bestia, a ese huracán del lápiz y la tinta llamado Humberto Ramos.
Con esas salvedades, Fairy Quest es una historieta muy original, que se apoya en arquetipos conocidos por el lector pero se anima a subvertirlos, a darles una vuelta de tuerca impredecible, novedosa. Lo más interesante, me parece, es la decisión de convertir a Grimm en el villano, en un demiurgo despótico que exige a los personajes el respeto a rajatabla de un libreto que se repite una y otra vez, sin margen para la creación ni la improvisación. En su intento por despegarse de Fables, Jenkins reparte poco el protagonismo y centra casi todo en un personaje muy explotado por Willingham (el Lobo Feroz), uno al que en Fables no se le dio mucha bola (Caperucita Roja) y uno que nunca llegó a aparecer en la longeva serie de Vertigo (Peter Pan). La dinámica entre ellos está muy bien y la aventura cobra un ritmo muy ágil, muy ganchero. Veremos cómo continúa.
El dibujo de Humberto es fastuoso y se complementa a la perfección con la paleta digital de Leonardo Olea. Ramos sorprende con la variedad de los enfoques, con la expresividad de los personajes, con el laburo a destajo en los fondos, y sobre todo con el vértigo que le imprime a las escenas de acción. Otro excelente trabajo del astro mexicano.
Ahora que se terminó Fables, si querés más aventuras modernas de los personajes de siempre podés probar con Fairy Quest. No sé si ya salieron nuevos tomos, pero espero que sí. Con series como esta, los cuentos de hadas (más viejos y más cuestionados que Carlos Menem) están destinados a mantener intacta su vigencia, por lo menos en el Noveno Arte.
¿Y la historieta, qué tal está? En general, muy bien. Tengo dos “peros” para señalar. 1) Me queda clarísimo que Fairy Quest nunca habría existido sin que antes se impusiera Fables como un hitazo en el mercado yanki. Jenkins encuentra aristas nuevas para explorar, no transita para nada los caminos ya transitados por la extensa serie de Bill Willingham, pero es obvio que la idea de crear historias nuevas con los clásicos personajes de los cuentos de hadas es viable porque Fables la hizo viable. 2) 50 páginas no son muchas. Tampoco son pocas. Y sin embargo lo que sucede en este primer álbum es poco. Está justificado por el hecho de que Jenkins tiene que presentarnos al universo, a los personajes y a los conflictos, cosas que hace realmente bien. Y por supuesto, tiene que haber espacio para la acción, para secuencias más osadas, incluso más grandilocuentes, que le permitan lucirse a esa bestia, a ese huracán del lápiz y la tinta llamado Humberto Ramos.
Con esas salvedades, Fairy Quest es una historieta muy original, que se apoya en arquetipos conocidos por el lector pero se anima a subvertirlos, a darles una vuelta de tuerca impredecible, novedosa. Lo más interesante, me parece, es la decisión de convertir a Grimm en el villano, en un demiurgo despótico que exige a los personajes el respeto a rajatabla de un libreto que se repite una y otra vez, sin margen para la creación ni la improvisación. En su intento por despegarse de Fables, Jenkins reparte poco el protagonismo y centra casi todo en un personaje muy explotado por Willingham (el Lobo Feroz), uno al que en Fables no se le dio mucha bola (Caperucita Roja) y uno que nunca llegó a aparecer en la longeva serie de Vertigo (Peter Pan). La dinámica entre ellos está muy bien y la aventura cobra un ritmo muy ágil, muy ganchero. Veremos cómo continúa.
El dibujo de Humberto es fastuoso y se complementa a la perfección con la paleta digital de Leonardo Olea. Ramos sorprende con la variedad de los enfoques, con la expresividad de los personajes, con el laburo a destajo en los fondos, y sobre todo con el vértigo que le imprime a las escenas de acción. Otro excelente trabajo del astro mexicano.
Ahora que se terminó Fables, si querés más aventuras modernas de los personajes de siempre podés probar con Fairy Quest. No sé si ya salieron nuevos tomos, pero espero que sí. Con series como esta, los cuentos de hadas (más viejos y más cuestionados que Carlos Menem) están destinados a mantener intacta su vigencia, por lo menos en el Noveno Arte.
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jueves, 21 de agosto de 2014
21/08: EL SOMBRA
¡Aaahh! ¡Qué mala leche! Me la quiero cortar en juliana… Hoy me toca dar una charla sobre Historieta en los ´90 en el Centro Cultural de la Cooperación y a la misma hora (19 hs) van a estar dando una charla en otro lado nada menos que Carlos Nine y Regis Loisel. Una vez más, voy a tener menos convocatoria que Arsenal de visitante en Jujuy. Menos mal que de pura casualidad, me tocó viajar en el micro de vuelta de Rosario en la butaca de atrás de la de Loisel, y pude charlar bastante (en mi muy limitado francés) con el glorioso creador de La Búsqueda del Pájaro del Tiempo. Pero bueno, hay que aceptarlo. Nos está por devorar la Temporada de Eventos, que arrancó muy fuerte con Crack Bang Boom y sigue a partir del 4 de Septiembre con Esperando a Comicópolis, para luego desembocar en cuatro o cinco días en los que directamente no voy a poder postear en el blog. En el medio entre una cosa y otra, hay una impresionante cantidad de movidas chiquitas, inauguraciones de muestras, presentaciones de libros, charlas… todos síntomas de que la cosa se está moviendo mucho y en serio.
Pero basta de irme por las ramas: hoy tengo para reseñar El Sombra, este trabajo del inmenso Edu Molina, muy bien editado por La Duendes. El Sombra amaga con ser el clásico thriller urbano, protagonizado por un detective duro al estilo de la novela hard boiled norteamericana, pero ya a partir de su segunda aventura (escrita por Anabel Caso), queda claro que tiene potencial para ser mucho más que un refrito. Está el detective duro, están los sombríos callejones, hay jazz, mafias, tiros, femme fatales, canas corruptos… pero también se suman mutantes, autos que vuelan, chumbos y drogas imposibles… La historieta se hace cada vez más rara, más impredecible, más bizarra, más idiosincrática, y lo que parecía una exploración de un género tradicional se convierte en un comic de autor desbordante de imaginación, originalidad y riesgo.
Las tramas son sólidas, lineales, muy respetuosas de la típica fórmula del hard boiled, y además tienen espacio para que Molina se zarpe con escenas de machaca y explosiones, y con chistes muy locos y muy efectivos. Las dos historias extensas, El Caso Kowalski y Felicidad, son realmente brillantes, divertidas, intensas, llenas de secuencias impactantes y con finales redondísimos. Edu Molina ya había hecho un gran trabajo cuando mixturó hard boiled con misterio sobrenatural en Detective Dante, pero esto es mucho mejor, más libre, más audaz, más sorprendente.
Aún con todos esos logros en la construcción del personaje, su universo y sus historias, lo que más me emocionó fue el dibujo. Esto está dibujado a un nivel superlativo por un Molina que mejoró exponencialmente respecto de sus trabajos más conocidos de los ´90 (básicamente Animal Urbano) y hoy es un monstruo del claroscuro sin nada que envidiarle a los más grossos. Por supuesto, hay muchos recursos aprendidos de Alberto Breccia (de quien Edu fuera alumno), pero también cosas de Enrique Breccia y composiciones que me recordaron a Horacio Altuna. Molina incorpora también unos grisados puestos en el photoshop, en momentos clave y con excelente criterio. Y también unos grises puestos como rayas, como líneas sueltas que reproducen la desprolijidad del boceto y funcionan como texturas muy sutiles, que se complementan muy bien con ese claroscuro tan fuerte y esos personajes tan expresivos, tan extremos. En la narrativa, hay recursos de Will Eisner, grillas de nueve cuadros al estilo Watchmen, splash pages zarpadas que parecen de comic de superhéroes, y un montón de hallazgos más.
Podría escribir tres párrafos más de loas al dibujo de Molina, pero la verdad es que tengo poco tiempo. Recomiendo muchísimo a esta gratísima sorpresa que otra vez pone a Edu Molina (radicado hace muchos años en México) en la lista de los grandes historietistas que nuestro país le dio al mundo. Tengo otro libro suyo sin leer, quizás para fin de año.
Pero basta de irme por las ramas: hoy tengo para reseñar El Sombra, este trabajo del inmenso Edu Molina, muy bien editado por La Duendes. El Sombra amaga con ser el clásico thriller urbano, protagonizado por un detective duro al estilo de la novela hard boiled norteamericana, pero ya a partir de su segunda aventura (escrita por Anabel Caso), queda claro que tiene potencial para ser mucho más que un refrito. Está el detective duro, están los sombríos callejones, hay jazz, mafias, tiros, femme fatales, canas corruptos… pero también se suman mutantes, autos que vuelan, chumbos y drogas imposibles… La historieta se hace cada vez más rara, más impredecible, más bizarra, más idiosincrática, y lo que parecía una exploración de un género tradicional se convierte en un comic de autor desbordante de imaginación, originalidad y riesgo.
Las tramas son sólidas, lineales, muy respetuosas de la típica fórmula del hard boiled, y además tienen espacio para que Molina se zarpe con escenas de machaca y explosiones, y con chistes muy locos y muy efectivos. Las dos historias extensas, El Caso Kowalski y Felicidad, son realmente brillantes, divertidas, intensas, llenas de secuencias impactantes y con finales redondísimos. Edu Molina ya había hecho un gran trabajo cuando mixturó hard boiled con misterio sobrenatural en Detective Dante, pero esto es mucho mejor, más libre, más audaz, más sorprendente.
Aún con todos esos logros en la construcción del personaje, su universo y sus historias, lo que más me emocionó fue el dibujo. Esto está dibujado a un nivel superlativo por un Molina que mejoró exponencialmente respecto de sus trabajos más conocidos de los ´90 (básicamente Animal Urbano) y hoy es un monstruo del claroscuro sin nada que envidiarle a los más grossos. Por supuesto, hay muchos recursos aprendidos de Alberto Breccia (de quien Edu fuera alumno), pero también cosas de Enrique Breccia y composiciones que me recordaron a Horacio Altuna. Molina incorpora también unos grisados puestos en el photoshop, en momentos clave y con excelente criterio. Y también unos grises puestos como rayas, como líneas sueltas que reproducen la desprolijidad del boceto y funcionan como texturas muy sutiles, que se complementan muy bien con ese claroscuro tan fuerte y esos personajes tan expresivos, tan extremos. En la narrativa, hay recursos de Will Eisner, grillas de nueve cuadros al estilo Watchmen, splash pages zarpadas que parecen de comic de superhéroes, y un montón de hallazgos más.
Podría escribir tres párrafos más de loas al dibujo de Molina, pero la verdad es que tengo poco tiempo. Recomiendo muchísimo a esta gratísima sorpresa que otra vez pone a Edu Molina (radicado hace muchos años en México) en la lista de los grandes historietistas que nuestro país le dio al mundo. Tengo otro libro suyo sin leer, quizás para fin de año.
miércoles, 20 de agosto de 2014
20/08: LOS DERECHOS DE LA MUJER
Hoy un poquito tarde, tengo para reseñar el cuarto y último tomo de esta colección lujosamente editada por Ikusager, hoy muy difícil de conseguir.
Los Derechos de la Mujer está compuesto (como los dos tomos anteriores) por siete historietas breves, de ocho páginas cada una, con la particularidad (bastante obvia, por cierto) de que todas las autoras involucradas son mujeres. Veamos qué tal se la bancó este ecléctico grupo de autoras.
Arrancamos con Chantal de Spiegeleer, la autora nacida en Zaire a la que descubrimos en Los Derechos del Niño. Esta vez los textos y los dibujos están mejor relacionados, parecen ir un poco más de la mano. De todos modos, lo que garpa es el dibujo, magnífico por donde se lo mire. Ahí es donde de Spiegeleer muestra solidez y talento. En la puesta en página, lo que muestra es ganas de innovar, pero se termina pasando de vanguardista y dañando el relato.
La segunda historia es una especie de fábula medieval con planteos feministas, con una propuesta narrativa interesante y buenos diálogos. La autora es la española Marika Vila, a la que nunca había oído nombrar, y adivino por su estética y su foma de componer que viene del palo de la ilustración de cuentos, no del comic. El dibujo, sin ser glorioso, cumple dignamente.
Nos vamos con la francesa Annie Goetzinger, consagradísima autora que acá baja línea acerca del aborto en una historia muy tensa, por ahí muy compleja para ocho páginas, pero sin dudas efectiva, pensada para dar lugar a reflexiones y debates a fondo. El dibujo, un toquecito frío pero impecable.
Desde Italia llegan ocho páginas firmadas por Cinzia Chigliano, una autora que parece provenir del palo de la historieta romántica. Con un dibujo vistoso, muy académico, por momentos con ciertas similitudes con Milo Manara, Chigliano narra una historia teñida de melancolía en la que prácticamente no pasa nada, pero igual hay tensión y emociones.
Otra española, la siempre arriesgada Laura, nos trae una historia acerca de las violaciones, tremendamente cruel y perturbadora, ilustrada con una línea clara, colores planos y enfoques pensados para impactar, para chocar de frente contra el lector. Por lo frontal, por lo heavy, por lo políticamente incorrecto, el guión me hizo acordar a las historias cortas más radicales, más atroces del maestro Martí.
Mariel Soria es una autora argentina, nacida en Jujuy en 1946, a la que nunca había oído nombrar. Acá la descubrí dejando la vida en una historia de ocho páginas, con tanto texto, tanto dibujo y tanto contenido que me pareció de 16. Gran dibujo, un color muy expresivo, buen guión y cierta confusión en los diálogos, que mezclan localismos españoles, argentinos y centroamericanos, porque la historieta transcurre en Guatemala.
Y finalmente, la mejor historieta del libro también lleva firma argentina: la grossísima María Alcobre convierte en un comic alucinante la famosa milonga “Amablemente”, popularizada por Edmundo Rivero. El dibujo es personalísimo, el color impacta a full y la narrativa está perfecta. Claro, está la ventaja de contar una historia que ya existía. Pero se te tiene que ocurrir dibujarla en ese tono, graficar esos momentos y no otros, distribuir de esa manera los textos… Una genialidad de María que me va a volver a la mente cada vez que escuche la milonga.
Una antología rara (sobre todo para 1992) en la que, una vez más, no hace falta bucear demasiado para encontrar algunas perlitas rarísimas y otras de gran calidad.
Los Derechos de la Mujer está compuesto (como los dos tomos anteriores) por siete historietas breves, de ocho páginas cada una, con la particularidad (bastante obvia, por cierto) de que todas las autoras involucradas son mujeres. Veamos qué tal se la bancó este ecléctico grupo de autoras.
Arrancamos con Chantal de Spiegeleer, la autora nacida en Zaire a la que descubrimos en Los Derechos del Niño. Esta vez los textos y los dibujos están mejor relacionados, parecen ir un poco más de la mano. De todos modos, lo que garpa es el dibujo, magnífico por donde se lo mire. Ahí es donde de Spiegeleer muestra solidez y talento. En la puesta en página, lo que muestra es ganas de innovar, pero se termina pasando de vanguardista y dañando el relato.
La segunda historia es una especie de fábula medieval con planteos feministas, con una propuesta narrativa interesante y buenos diálogos. La autora es la española Marika Vila, a la que nunca había oído nombrar, y adivino por su estética y su foma de componer que viene del palo de la ilustración de cuentos, no del comic. El dibujo, sin ser glorioso, cumple dignamente.
Nos vamos con la francesa Annie Goetzinger, consagradísima autora que acá baja línea acerca del aborto en una historia muy tensa, por ahí muy compleja para ocho páginas, pero sin dudas efectiva, pensada para dar lugar a reflexiones y debates a fondo. El dibujo, un toquecito frío pero impecable.
Desde Italia llegan ocho páginas firmadas por Cinzia Chigliano, una autora que parece provenir del palo de la historieta romántica. Con un dibujo vistoso, muy académico, por momentos con ciertas similitudes con Milo Manara, Chigliano narra una historia teñida de melancolía en la que prácticamente no pasa nada, pero igual hay tensión y emociones.
Otra española, la siempre arriesgada Laura, nos trae una historia acerca de las violaciones, tremendamente cruel y perturbadora, ilustrada con una línea clara, colores planos y enfoques pensados para impactar, para chocar de frente contra el lector. Por lo frontal, por lo heavy, por lo políticamente incorrecto, el guión me hizo acordar a las historias cortas más radicales, más atroces del maestro Martí.
Mariel Soria es una autora argentina, nacida en Jujuy en 1946, a la que nunca había oído nombrar. Acá la descubrí dejando la vida en una historia de ocho páginas, con tanto texto, tanto dibujo y tanto contenido que me pareció de 16. Gran dibujo, un color muy expresivo, buen guión y cierta confusión en los diálogos, que mezclan localismos españoles, argentinos y centroamericanos, porque la historieta transcurre en Guatemala.
Y finalmente, la mejor historieta del libro también lleva firma argentina: la grossísima María Alcobre convierte en un comic alucinante la famosa milonga “Amablemente”, popularizada por Edmundo Rivero. El dibujo es personalísimo, el color impacta a full y la narrativa está perfecta. Claro, está la ventaja de contar una historia que ya existía. Pero se te tiene que ocurrir dibujarla en ese tono, graficar esos momentos y no otros, distribuir de esa manera los textos… Una genialidad de María que me va a volver a la mente cada vez que escuche la milonga.
Una antología rara (sobre todo para 1992) en la que, una vez más, no hace falta bucear demasiado para encontrar algunas perlitas rarísimas y otras de gran calidad.
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Los Derechos de la Mujer
martes, 19 de agosto de 2014
19/08: ZOT! (1987-1991)
Hace muchos, muchos años, Scott McCloud no era un teórico fundamental del Noveno Arte, ni un investigador, ni un ideólogo. Era un tipo que escribía y dibujaba sus historietas en la editorial Eclipse, en la misma época en la que Alan Moore escribía Miracleman, aunque con un poco menos de éxito. La gran obra de ficción de McCloud, la que lo puso en el mapa de los creadores que durante la gloriosa década del ´80 intentaron renovar al comic yanki, fue Zot!, una serie con tres etapas bastante marcadas. La primera consiste en 10 comic-books a todo color, donde McCloud incursiona en el género de los superhéroes de un modo bastante tradicional, excepto por el dibujo, que lo acerca un poquito a la línea clara franco-belga. Luego la serie entra en un paréntesis de un año y, cuando McCloud la retoma, vuelve bastante cambiada.
Este libro recopila la segunda y la tercera etapa, en la que Zot! se convierte en un comic en blanco y negro. La segunda etapa se hace bastante cargo de lo narrado en la primera: McCloud sigue enfrentando a Zot con villanos estridentes, con increíbles poderes y jugando la carta de los viajes constantes de la dimensión futurista del héroe a nuestra realidad, sobre todo para estar con Jenny, la adolescente con la que pega onda. Sin embargo, los villanos, los poderes y hasta los viajes de una dimensión a otra cobran matices más complejos. Gradualmente, McCloud mueve el foco de las peleas hacia la humanidad de los personajes, hacia la exploración de las relaciones entre Zot y Jenny, entre ambos y sus amigos de ambas dimensiones, entre los distintos personajes secundarios, e incluso entre Zot y sus archienemigos. Al regreso de la pausa, Zot! se reformula y se convierte en una serie profunda, jugada, donde las luchas entre buenos y malos muchas veces disparan reflexiones complejas. Estos son los episodios que le permiten a McCloud jugar a dos puntas, entre el comic de superhéroes y el comic que en los ´80 se denominaba “independiente” y que se jactaba de un cierto realismo y una cierta complejidad, obviamente con los Bros Hernandez como abanderados.
Y la tercera etapa, la más breve, la que abarca los últimos nueve episodios de Zot!, se va claramente para ese lado. Se acaban los supervillanos, se acaban los viajes de un mundo a otro y el hecho de que Zot tiene poderes y los usa para combatir el crimen se desenfatiza al punto de convertirse en un dato muy menor. Las historias transcurren 100% en el mundo real y McCloud las centra en gente real, con problemas reales. Un capítulo nos cuenta el día a día de Jenny, otro se centra en su madre, otros en las vidas de los distintos compañeros del colegio, otro en el extraño noviazgo entre la chica y el superhéroe… Y acá están –sin dudas- los mejores guiones de McCloud: los más arriesgados, los más duros, los más alejados de lo que el comic de aventuras promedio se permitía contar en 1989 o 1990. Son historias llenas de humanidad, que exploran temas candentes, quizás hoy un poco más trillados, pero sin duda shockeantes hace 25 años. Esta es la papa fina, el material que nos hizo desear durante años que McCloud la cortara un poco con la teoría y volviera a narrar ficciones.
Hablando de narrar, es alucinante ver cómo el autor empieza a incorporar las técnicas narrativas del manga en su historieta. Podría escribir cinco reseñas centradas sólo en eso, pero no da. Me queda claro que a nivel visual, lo mejor que tiene Zot! es la narrativa. El dibujo en sí no es choto, de hecho hay planos muy lindos, imágenes (basadas en fotos) muy bien reproducidas por el plumín de McCloud. Y aún así, cuando dibuja seres humanos, le faltan un poco más de cinco pa´l peso. Me imagino esos guiones dibujados por un virtuoso del lápiz, un Jaime Hernandez, o un Osamu Tezuka, y me derrito de la emoción. McCloud le pone ganas y muchas pilas pero no es un dotado, todo el tiempo sentís que está luchando para que su mano ponga en el papel lo que él vio en su mente y rara vez una cosa coincide con la otra.
Banco mucho a Zot!, sobre todo los guiones y sobre todo este tramo en blanco y negro, que es cuando esta bizarra mezcla entre Adam Strange, Astroboy y Valerian despega en direcciones totalmente impredecibles, guiada por un autor al que le sobraban las ideas, la pasión por la historieta y las ganas de innovar.
Este libro recopila la segunda y la tercera etapa, en la que Zot! se convierte en un comic en blanco y negro. La segunda etapa se hace bastante cargo de lo narrado en la primera: McCloud sigue enfrentando a Zot con villanos estridentes, con increíbles poderes y jugando la carta de los viajes constantes de la dimensión futurista del héroe a nuestra realidad, sobre todo para estar con Jenny, la adolescente con la que pega onda. Sin embargo, los villanos, los poderes y hasta los viajes de una dimensión a otra cobran matices más complejos. Gradualmente, McCloud mueve el foco de las peleas hacia la humanidad de los personajes, hacia la exploración de las relaciones entre Zot y Jenny, entre ambos y sus amigos de ambas dimensiones, entre los distintos personajes secundarios, e incluso entre Zot y sus archienemigos. Al regreso de la pausa, Zot! se reformula y se convierte en una serie profunda, jugada, donde las luchas entre buenos y malos muchas veces disparan reflexiones complejas. Estos son los episodios que le permiten a McCloud jugar a dos puntas, entre el comic de superhéroes y el comic que en los ´80 se denominaba “independiente” y que se jactaba de un cierto realismo y una cierta complejidad, obviamente con los Bros Hernandez como abanderados.
Y la tercera etapa, la más breve, la que abarca los últimos nueve episodios de Zot!, se va claramente para ese lado. Se acaban los supervillanos, se acaban los viajes de un mundo a otro y el hecho de que Zot tiene poderes y los usa para combatir el crimen se desenfatiza al punto de convertirse en un dato muy menor. Las historias transcurren 100% en el mundo real y McCloud las centra en gente real, con problemas reales. Un capítulo nos cuenta el día a día de Jenny, otro se centra en su madre, otros en las vidas de los distintos compañeros del colegio, otro en el extraño noviazgo entre la chica y el superhéroe… Y acá están –sin dudas- los mejores guiones de McCloud: los más arriesgados, los más duros, los más alejados de lo que el comic de aventuras promedio se permitía contar en 1989 o 1990. Son historias llenas de humanidad, que exploran temas candentes, quizás hoy un poco más trillados, pero sin duda shockeantes hace 25 años. Esta es la papa fina, el material que nos hizo desear durante años que McCloud la cortara un poco con la teoría y volviera a narrar ficciones.
Hablando de narrar, es alucinante ver cómo el autor empieza a incorporar las técnicas narrativas del manga en su historieta. Podría escribir cinco reseñas centradas sólo en eso, pero no da. Me queda claro que a nivel visual, lo mejor que tiene Zot! es la narrativa. El dibujo en sí no es choto, de hecho hay planos muy lindos, imágenes (basadas en fotos) muy bien reproducidas por el plumín de McCloud. Y aún así, cuando dibuja seres humanos, le faltan un poco más de cinco pa´l peso. Me imagino esos guiones dibujados por un virtuoso del lápiz, un Jaime Hernandez, o un Osamu Tezuka, y me derrito de la emoción. McCloud le pone ganas y muchas pilas pero no es un dotado, todo el tiempo sentís que está luchando para que su mano ponga en el papel lo que él vio en su mente y rara vez una cosa coincide con la otra.
Banco mucho a Zot!, sobre todo los guiones y sobre todo este tramo en blanco y negro, que es cuando esta bizarra mezcla entre Adam Strange, Astroboy y Valerian despega en direcciones totalmente impredecibles, guiada por un autor al que le sobraban las ideas, la pasión por la historieta y las ganas de innovar.
lunes, 18 de agosto de 2014
18/08: CAIN
Me estoy por terminar un mega-broli de más de 500 páginas, que supongo que me liquidaré mañana a la tarde, durante el viaje de vuelta a Buenos Aires. Mientras tanto, para zafar hoy, me leí un comic que ya había leído dos veces: cuando se serializó en la Fierro y cuando lo recopiló Ediciones de la Urraca. ¿Por qué Caín, y no otra cosa? Porque lo dibuja Eduardo Risso, el prócer de nuestra historieta gracias al cual existe (y explota) Crack Bang Boom.
La portada es engañosa. Parece un dibujo de Sin City y está hecho por Risso en la época en la que el cordobés devenido rosarino ya dominaba todos los yeites inventados y/o reciclados por Frank Miller. Sin embargo, las casi 90 páginas de Caín están dibujadas por el Risso de los ´80, el que nunca había leído a Miller y sólo compartía con el creador de Sin City una sana admiración por el claroscuro de Alberto Breccia o José Muñoz. Este es el segundo trabajo de Risso junto a Ricardo Barreiro, y visualmente se parece mucho más a Fulú (la primera serie de Risso con guiones de Carlos Trillo) que a Parque Chas, su anterior colaboración con “el Loco”. Para esta serie, Risso elimina los puntitos y las rayitas microscópicas y se juega todo al claroscuro. Tiene páginas con más cuadros que en Parque Chas y en muy pocas la cantidad de texto que manda Barreiro conspira contra el lucimiento del dibujo. Hay fondos muy laburados y un gran despliegue de imaginación a la hora de crear una Buenos Aires del futuro marcada sobre todo por las groseras desigualdades entre ricos y pobres. Y lo mejor: hay muchas secuencias mudas y muchas escenas basadas en los mil y un trucos narrativos que Risso ya dominaba a la perfección hace más de 25 años.
La historia que nos propone Barreiro es sórdida, dolorosa, dura de tragar, como un caño de escape envuelto en papel de lija. Hay lazos de sangre rotos por la crueldad más atroz, hay identidades silenciadas y recuperadas tras años de lucha, pero no esperes un final feliz al estilo Estela de Carlotto y su nieto. Desechado por sus padres biológicos, a Caín lo crían y educan la mugre, la violencia, la mala leche, la falta de cualquier clase de escrúpulos. Al ser una historia ambientada en el futuro, hay también elementos de ciencia-ficción, a los que Barreiro dosifica con gran criterio, para que nunca se pierda el foco de lo más importante: la sangre que debe correr para que Caín logre reestablecer algún tipo de equilibrio, algo que lo deje más o menos en paz con la vida de mierda que le tocó vivir.
El elenco de secundarios está compuesto por una fauna de personajes abyectos, grotescas caricaturas de lo que nos traería (un par de años después de la publicación de Caín) la década de Carlos Menem y sus secuaces. Merca, corrupción, represión, hipocresía, la política entendida como herramienta de los negocios entre mega-corporaciones, gente con poder pero sin lealtades, militantes de la venalidad, la superficialidad y la runfla. En medio de esa fosa séptica, un sólo personaje tendrá la complejidad los matices suficientes para escaparle a la caricatura y a la bidimensionalidad: Cristina, la hermana ciega de Caín, que lamentablemente aparece poco y termina muy mal. Yo la hubiese dejado viva para protagonizar una secuela. ¿Por qué la falta de sustancia, o de complejidad en casi todos los personajes no empaña la labor de Barreiro en esta novela? Porque está todo jugado a la acción y al ritmo, dos rubros en los que la dupla autoral realmente deja la vida. Si Parque Chas era un poquito parsimoniosa, acá pintó la montaña rusa de tiros, kilombo y explosiones, muy bien compensada con escenas de diálogo en las que el Loco Barreiro define a sus personajes y su universo. Y además, si bien Caín no es un personaje tan impredecible ni tan bien redondeado como Cristina, su motivación es muy potente y su evolución a lo largo de la historia es muy notable.
En síntesis, una historia vibrante, con secuencias de alto impacto, que no decae en ningún momento, que no deja cabos sueltos, que nos muestra a Eduardo Risso en un nivel altísimo y a un Ricardo Barreiro prendido fuego, con ganas de armar una vez más ese combo que era una sus especialidades: acción, violencia, mala leche, distopía, un toque de sexo y un trasfondo espeso, contaminado por una crítica socio-política afilada y letal. Tratá de conseguir la edición de La Urraca y si no, casi seguro vas a encontrar a buen precio la de Norma, que me gusta menos por el formato elegido (más tipo comic-book), pero le gana a la original en calidad de papel y encuadernación.
La portada es engañosa. Parece un dibujo de Sin City y está hecho por Risso en la época en la que el cordobés devenido rosarino ya dominaba todos los yeites inventados y/o reciclados por Frank Miller. Sin embargo, las casi 90 páginas de Caín están dibujadas por el Risso de los ´80, el que nunca había leído a Miller y sólo compartía con el creador de Sin City una sana admiración por el claroscuro de Alberto Breccia o José Muñoz. Este es el segundo trabajo de Risso junto a Ricardo Barreiro, y visualmente se parece mucho más a Fulú (la primera serie de Risso con guiones de Carlos Trillo) que a Parque Chas, su anterior colaboración con “el Loco”. Para esta serie, Risso elimina los puntitos y las rayitas microscópicas y se juega todo al claroscuro. Tiene páginas con más cuadros que en Parque Chas y en muy pocas la cantidad de texto que manda Barreiro conspira contra el lucimiento del dibujo. Hay fondos muy laburados y un gran despliegue de imaginación a la hora de crear una Buenos Aires del futuro marcada sobre todo por las groseras desigualdades entre ricos y pobres. Y lo mejor: hay muchas secuencias mudas y muchas escenas basadas en los mil y un trucos narrativos que Risso ya dominaba a la perfección hace más de 25 años.
La historia que nos propone Barreiro es sórdida, dolorosa, dura de tragar, como un caño de escape envuelto en papel de lija. Hay lazos de sangre rotos por la crueldad más atroz, hay identidades silenciadas y recuperadas tras años de lucha, pero no esperes un final feliz al estilo Estela de Carlotto y su nieto. Desechado por sus padres biológicos, a Caín lo crían y educan la mugre, la violencia, la mala leche, la falta de cualquier clase de escrúpulos. Al ser una historia ambientada en el futuro, hay también elementos de ciencia-ficción, a los que Barreiro dosifica con gran criterio, para que nunca se pierda el foco de lo más importante: la sangre que debe correr para que Caín logre reestablecer algún tipo de equilibrio, algo que lo deje más o menos en paz con la vida de mierda que le tocó vivir.
El elenco de secundarios está compuesto por una fauna de personajes abyectos, grotescas caricaturas de lo que nos traería (un par de años después de la publicación de Caín) la década de Carlos Menem y sus secuaces. Merca, corrupción, represión, hipocresía, la política entendida como herramienta de los negocios entre mega-corporaciones, gente con poder pero sin lealtades, militantes de la venalidad, la superficialidad y la runfla. En medio de esa fosa séptica, un sólo personaje tendrá la complejidad los matices suficientes para escaparle a la caricatura y a la bidimensionalidad: Cristina, la hermana ciega de Caín, que lamentablemente aparece poco y termina muy mal. Yo la hubiese dejado viva para protagonizar una secuela. ¿Por qué la falta de sustancia, o de complejidad en casi todos los personajes no empaña la labor de Barreiro en esta novela? Porque está todo jugado a la acción y al ritmo, dos rubros en los que la dupla autoral realmente deja la vida. Si Parque Chas era un poquito parsimoniosa, acá pintó la montaña rusa de tiros, kilombo y explosiones, muy bien compensada con escenas de diálogo en las que el Loco Barreiro define a sus personajes y su universo. Y además, si bien Caín no es un personaje tan impredecible ni tan bien redondeado como Cristina, su motivación es muy potente y su evolución a lo largo de la historia es muy notable.
En síntesis, una historia vibrante, con secuencias de alto impacto, que no decae en ningún momento, que no deja cabos sueltos, que nos muestra a Eduardo Risso en un nivel altísimo y a un Ricardo Barreiro prendido fuego, con ganas de armar una vez más ese combo que era una sus especialidades: acción, violencia, mala leche, distopía, un toque de sexo y un trasfondo espeso, contaminado por una crítica socio-política afilada y letal. Tratá de conseguir la edición de La Urraca y si no, casi seguro vas a encontrar a buen precio la de Norma, que me gusta menos por el formato elegido (más tipo comic-book), pero le gana a la original en calidad de papel y encuadernación.
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miércoles, 13 de agosto de 2014
13/08: ESCUELA DE MONSTRUOS Vol.3
Tercer recopila-
torio de la exitosa historieta que El Bruno publica desde 2009 en las páginas de la revista Billiken. Como sucede con tantas otras obras, este tomo de Escuela de Monstruos no se diferencia mucho de los dos anteriores (ya reseñados en el blog) y no es mucho lo que se puede agregar a lo ya expresado en las reseñas del Vol.1 (18/09/12) y el Vol.2 (15/08/13).
Este tomito también está claramente dividido en una aventura corta (12 páginas) y una más extensa (32 páginas). La primera es una buena idea, ya muy gastada: los padres de Tomás vienen a visitar la escuela y hay
que inventar algo para que no se den cuenta de que los compañeros y maestros de su hijo son monstruos posta. El resultado es una comedia de enredos simpática, efectiva, pero muy predecible.
La segunda aventura es un poco más ambiciosa, incorpora flashbacks al remoto origen del castillo donde funciona la escuela, trae de regreso al villano del Vol.2 y en la segunda mitad, reparte mejor el protagonismo entre Tomás y el resto del elenco.
Como siempre, se destaca por sobre todo el ritmo, la gran fluidez del relato y la magia de El Bruno a la hora de dibujar todos los disparates que se le ocurren. Esto está, ante todo, obscenamente bien dibujado por un tipo que maneja a la perfección el lenguaje del comic, las expresiones de los personajes, la composición de las viñetas y las páginas y todo sin descuidar esa frescura, esa liviandad (en el buen sentido de la palabra) que tiene que tener una historieta apuntada al público infantil. El Bruno quizás no lo sepa, pero con Escuela de Monstruos está haciendo historia, está dejando un hito muy grosso en la historia de la historieta para chicos, no sólo por la repercusión que tiene, sino por la gran calidad de su trabajo, que se sostiene y se incrementa semana a semana hace ya más de cinco años.
Y aprovecho que la reseña quedó corta para contarte que el blog entra en receso hasta el lunes 18, ya que jueves, viernes, sábado y domingo voy a estar 100% absorbido por Crack Bang Boom, el gran evento comiquero que todos los años nos lleva hasta Rosario para pasarla bomba. Si vas, dos cosas: 1) pasá por mi stand a saludar y 2) no te pierdas el domingo a las 17 hs la charla en la que vamos a contar absolutamente todo lo que querés saber sobre la segunda edición de Comicópolis, para la cual ya falta poquísimo.
El lunes feriado, entonces, se viene una reseña desde Rosario y el martes 19 ya retomamos normalmente desde Buenos Aires. Gracias a los amigos rosarinos por el espacio que siempre nos brindan en el evento, sorry a los que vienen muy cebados con el blog por los faltazos que se vienen, y gracias a todos por el aguante de siempre.
torio de la exitosa historieta que El Bruno publica desde 2009 en las páginas de la revista Billiken. Como sucede con tantas otras obras, este tomo de Escuela de Monstruos no se diferencia mucho de los dos anteriores (ya reseñados en el blog) y no es mucho lo que se puede agregar a lo ya expresado en las reseñas del Vol.1 (18/09/12) y el Vol.2 (15/08/13).
Este tomito también está claramente dividido en una aventura corta (12 páginas) y una más extensa (32 páginas). La primera es una buena idea, ya muy gastada: los padres de Tomás vienen a visitar la escuela y hay
que inventar algo para que no se den cuenta de que los compañeros y maestros de su hijo son monstruos posta. El resultado es una comedia de enredos simpática, efectiva, pero muy predecible.
La segunda aventura es un poco más ambiciosa, incorpora flashbacks al remoto origen del castillo donde funciona la escuela, trae de regreso al villano del Vol.2 y en la segunda mitad, reparte mejor el protagonismo entre Tomás y el resto del elenco.
Como siempre, se destaca por sobre todo el ritmo, la gran fluidez del relato y la magia de El Bruno a la hora de dibujar todos los disparates que se le ocurren. Esto está, ante todo, obscenamente bien dibujado por un tipo que maneja a la perfección el lenguaje del comic, las expresiones de los personajes, la composición de las viñetas y las páginas y todo sin descuidar esa frescura, esa liviandad (en el buen sentido de la palabra) que tiene que tener una historieta apuntada al público infantil. El Bruno quizás no lo sepa, pero con Escuela de Monstruos está haciendo historia, está dejando un hito muy grosso en la historia de la historieta para chicos, no sólo por la repercusión que tiene, sino por la gran calidad de su trabajo, que se sostiene y se incrementa semana a semana hace ya más de cinco años.
Y aprovecho que la reseña quedó corta para contarte que el blog entra en receso hasta el lunes 18, ya que jueves, viernes, sábado y domingo voy a estar 100% absorbido por Crack Bang Boom, el gran evento comiquero que todos los años nos lleva hasta Rosario para pasarla bomba. Si vas, dos cosas: 1) pasá por mi stand a saludar y 2) no te pierdas el domingo a las 17 hs la charla en la que vamos a contar absolutamente todo lo que querés saber sobre la segunda edición de Comicópolis, para la cual ya falta poquísimo.
El lunes feriado, entonces, se viene una reseña desde Rosario y el martes 19 ya retomamos normalmente desde Buenos Aires. Gracias a los amigos rosarinos por el espacio que siempre nos brindan en el evento, sorry a los que vienen muy cebados con el blog por los faltazos que se vienen, y gracias a todos por el aguante de siempre.
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martes, 12 de agosto de 2014
12/08: LOS DERECHOS DEL NIÑO
Tercera de esta serie de antologías editadas por Ikusager en España y (supongo) por otras editoriales europeas. De nuevo tenemos siete historias cortas, de ocho páginas cada una, y un texto sobre el tema que engloba a todos estos relatos: la declaración de los derechos del niño, adoptada por las Naciones Unidas en 1989. Veamos qué onda las historietas.
La primera está escrita y dibujada por El Tomi, el rosarino que reside hace décadas en España. Se trata de un episodio de Poleta con Pajaritos, la recordada serie que aparecía en la Fierro clásica, con la misma temática, la misma estética, la misma puesta en página y el mismo rotulado que cualquier otro episodio de la serie. Lo único especial es que está publicado a todo color, y que los diálogos tienen españolismos donde nosotros creíamos que iban los argentinismos. Como en casi todas las historietas de esa época de El Tomi, el dibujo es fastuoso y la narrativa prácticamente brilla por su ausencia.
La segunda historia es un raro experimento del guionista belga René Sterne y la dibujante Chantal de Spiegeler, nacida en Zaire. Los autores juegan con una puesta en página muy loca, y con textos muy elaborados que no terminan de conectar con las imágenes, que tratan de narrar una historia sin textos. La verdad, no lo logran. El dibujo es exquisito, muy en la línea clara posmoderna tan en boga en esa época (1990) en Francia, el color es hermoso, pero falló la integración entre texto e imagen. Una pena.
La tercera historia está íntegramente a cargo de otro prócer argentino, el maestro Carlos Nine, y es excelente. Habla de la explotación laboral a la que son sometidos los niños, pero también baja línea contra el racismo y el colonialismo. Papa finísima, que creo que nunca se editó de este lado del Atlántico.
Otro ídolo de siempre, el catalán Josep Ma. Beroy, sacó con fritas ocho páginas de una sola viñeta cada una, en la que las imágenes son claramente fotos retocadas. El mensaje está bueno, técnicamente no se le puede discutir nada, pero uno quería otra cosa en materia de narrativa, sobre todo por tratarse de un autor que la tiene tan clara.
Me voy a Francia, donde Alain Bignon (me suena, pero no ubico de dónde) aporta una muy buena historieta, bien escrita, bien dibujada, bien coloreada, con el desafío de narrar en paralelo secuencias que transcurren en tiempos distintos. No te digo que es una joya insuperable, pero definitivamente cierra por todos lados.
Y cerramos de nuevo en España, con una historia escrita por el glorioso Felipe Hernández Cava y dibujada por dos de sus habituales colaboradores: Federico del Barrio y Raúl. El tema es el desarraigo, las penurias que pasan los chicos cuando por motivos políticos deben mudarse de un país a otro. Está todo contado de un modo un poquito críptico, pero si le prestás atención, se entiende. El dibujo, si bien es raro, funciona. Por ahí, al ser un guión tan emotivo, hubiese impactado más si el dibujante le ponía más huevo a las expresiones faciales. Aún así, es una linda historia, potente, interesante.
Editado en 1991, este es un álbum raro, difícil de conseguir incluso en España. Por suerte no le falta buen material como para justificar el esfuerzo que seguramente vas a tener que hacer para capturarlo.
La primera está escrita y dibujada por El Tomi, el rosarino que reside hace décadas en España. Se trata de un episodio de Poleta con Pajaritos, la recordada serie que aparecía en la Fierro clásica, con la misma temática, la misma estética, la misma puesta en página y el mismo rotulado que cualquier otro episodio de la serie. Lo único especial es que está publicado a todo color, y que los diálogos tienen españolismos donde nosotros creíamos que iban los argentinismos. Como en casi todas las historietas de esa época de El Tomi, el dibujo es fastuoso y la narrativa prácticamente brilla por su ausencia.
La segunda historia es un raro experimento del guionista belga René Sterne y la dibujante Chantal de Spiegeler, nacida en Zaire. Los autores juegan con una puesta en página muy loca, y con textos muy elaborados que no terminan de conectar con las imágenes, que tratan de narrar una historia sin textos. La verdad, no lo logran. El dibujo es exquisito, muy en la línea clara posmoderna tan en boga en esa época (1990) en Francia, el color es hermoso, pero falló la integración entre texto e imagen. Una pena.
La tercera historia está íntegramente a cargo de otro prócer argentino, el maestro Carlos Nine, y es excelente. Habla de la explotación laboral a la que son sometidos los niños, pero también baja línea contra el racismo y el colonialismo. Papa finísima, que creo que nunca se editó de este lado del Atlántico.
Otro ídolo de siempre, el catalán Josep Ma. Beroy, sacó con fritas ocho páginas de una sola viñeta cada una, en la que las imágenes son claramente fotos retocadas. El mensaje está bueno, técnicamente no se le puede discutir nada, pero uno quería otra cosa en materia de narrativa, sobre todo por tratarse de un autor que la tiene tan clara.
Me voy a Francia, donde Alain Bignon (me suena, pero no ubico de dónde) aporta una muy buena historieta, bien escrita, bien dibujada, bien coloreada, con el desafío de narrar en paralelo secuencias que transcurren en tiempos distintos. No te digo que es una joya insuperable, pero definitivamente cierra por todos lados.
Y cerramos de nuevo en España, con una historia escrita por el glorioso Felipe Hernández Cava y dibujada por dos de sus habituales colaboradores: Federico del Barrio y Raúl. El tema es el desarraigo, las penurias que pasan los chicos cuando por motivos políticos deben mudarse de un país a otro. Está todo contado de un modo un poquito críptico, pero si le prestás atención, se entiende. El dibujo, si bien es raro, funciona. Por ahí, al ser un guión tan emotivo, hubiese impactado más si el dibujante le ponía más huevo a las expresiones faciales. Aún así, es una linda historia, potente, interesante.
Editado en 1991, este es un álbum raro, difícil de conseguir incluso en España. Por suerte no le falta buen material como para justificar el esfuerzo que seguramente vas a tener que hacer para capturarlo.
lunes, 11 de agosto de 2014
11/08: STARR THE SLAYER
Otro personaje ignoto, otro que en el mazo de Marvel no es ni el cuatro de copas, otro al que uno apenas había oído nombrar alguna vez, y que en manos de buenos autores de pronto tiene la chance de brillar. Starr the Slayer es el típico héroe de comic de espada y brujería, creado por Roy Thomas a principios de los ´70, cuando la rompió con Conan y los capos de Marvel le dijeron “vamos por más”. De hecho, el argumento de esta miniserie de 2009 también es genérico y trillado. A ver si lo puedo sintetizar:
Un villano astuto y maligno llamado Trull aspira a convertirse en rey de Zardathia, y para eso arma una intriga palaciega que termina con el anciano monarca muerto y este avechucho inescrupuloso en el trono. En el medio, se manda un montón de otras guachadas, como masacrar a toda la familia del joven Starr. El muchachito zafa porque lo ponen a laburar de gladiador, a machacarse con otros cautivos y con criaturas monstruosas en una arena de combate. Eventualmente, Starr se escapará, juntará un ejército y volverá para dar un golpe de estado y terminar con el reinado del malvado Trull. Suena a figurita muy repetida, no?
Sin embargo, a Daniel Way se le ocurre meter dos elementos que logran ponerle mucha onda y hacer más imprevisible al argumento. Por un lado, la grosería extrema. En general, en los comics de espada y brujería se habla un inglés muy formal, muy clásico. En esta saga, en cambio, los personajes putean y dicen las guarangadas más atroces que te puedas imaginar, con un efecto muy cómico, muy original. Por otro lado, Way juega a la meta-narrativa: uno de los protagonistas de la historia es Len Carson, el escritor que se hizo famoso por escribir las novelas de Starr the Slayer, quien será transportado al universo que él mismo imaginó, y deberá interactuar con los personajes que él mismo creó. Quizás esta arista de la trama esté un toque desaprovechada por Way, pero sin dudas suma un montón, contribuye mucho al clima de “esto es una bizarreada en la que puede pasar cualquier cosa”.
Otro elemento extraño que incorpora Way es un narrado omnisciente muy particular. Este rol está a cargo de un juglar llamado Morro, que nos “canta” buena parte de la historia, en textos con rima, que Way convierte en canciones, con estrofas, estribillos… y puteadas. De Morro sabemos muy poco, pero los otros personajes (Starr, Trull, Moonja, Len Carson y en menor medida Tira), están todos muy bien desarrollados, todos tienen su secuencia grossa, su diálogo brillante, su motivación bien explorada, y todo sin restarle agilidad a una historia que tiene sólo 88 páginas y necesita avanzar medio a los pedos, para poder explicar todo un universo (en realidad dos, porque Len Carson pasa de una realidad a la otra), desarrollarse y terminar. O sea que, dentro de lo trillado del planteo argumental, hay varias puntas por donde aparecen situaciones, diálogos y elementos para nada obvios, que mantienen alto el nivel de impacto y de diversión.
Y hablando de impacto y diversión, tengo que blanquear por qué carajo me compré este libro, sin ser fan del género, ni del personaje, ni del guionista. Esto lo dibuja el maestro Richard Corben, y me queda claro que se cagó de risa con el guión y la pasó bárbaro a la hora de transmitir a imágenes lo que imaginó Daniel Way. En sintonía con el guionista, Corben no se toma muy en serio la epopeya y por momentos desliza esos dibujos más caricaturescos, más grotescos, más en joda que en otros trabajos suyos. Y por supuesto hace uso y abuso de la libertad que le da el sello MAX para mostrar cuerpos con escasísima vestimenta y para irse al carajo y más allá con la violencia. Acá hay peleas brutales, tremendos estallidos de sangre y tripas, decapitaciones, mutilaciones, gente morfada por monstruos… una pinturita. Aunque el que usa las pinturitas (digitales, claro) es el gran colorista español radicado en EEUU, José Villarrubia, que se entiende a la perfección con el gigante de Kansas.
Esto se ve muy, muy bien, y si sos fan de Corben no te lo podés perder por nada de este mundo ni de ningún otro. Si no, igual lo podés disfrutar, porque Way deja la vida para que la aventura sea sólida, dinámica y por momentos muy graciosa.
Un villano astuto y maligno llamado Trull aspira a convertirse en rey de Zardathia, y para eso arma una intriga palaciega que termina con el anciano monarca muerto y este avechucho inescrupuloso en el trono. En el medio, se manda un montón de otras guachadas, como masacrar a toda la familia del joven Starr. El muchachito zafa porque lo ponen a laburar de gladiador, a machacarse con otros cautivos y con criaturas monstruosas en una arena de combate. Eventualmente, Starr se escapará, juntará un ejército y volverá para dar un golpe de estado y terminar con el reinado del malvado Trull. Suena a figurita muy repetida, no?
Sin embargo, a Daniel Way se le ocurre meter dos elementos que logran ponerle mucha onda y hacer más imprevisible al argumento. Por un lado, la grosería extrema. En general, en los comics de espada y brujería se habla un inglés muy formal, muy clásico. En esta saga, en cambio, los personajes putean y dicen las guarangadas más atroces que te puedas imaginar, con un efecto muy cómico, muy original. Por otro lado, Way juega a la meta-narrativa: uno de los protagonistas de la historia es Len Carson, el escritor que se hizo famoso por escribir las novelas de Starr the Slayer, quien será transportado al universo que él mismo imaginó, y deberá interactuar con los personajes que él mismo creó. Quizás esta arista de la trama esté un toque desaprovechada por Way, pero sin dudas suma un montón, contribuye mucho al clima de “esto es una bizarreada en la que puede pasar cualquier cosa”.
Otro elemento extraño que incorpora Way es un narrado omnisciente muy particular. Este rol está a cargo de un juglar llamado Morro, que nos “canta” buena parte de la historia, en textos con rima, que Way convierte en canciones, con estrofas, estribillos… y puteadas. De Morro sabemos muy poco, pero los otros personajes (Starr, Trull, Moonja, Len Carson y en menor medida Tira), están todos muy bien desarrollados, todos tienen su secuencia grossa, su diálogo brillante, su motivación bien explorada, y todo sin restarle agilidad a una historia que tiene sólo 88 páginas y necesita avanzar medio a los pedos, para poder explicar todo un universo (en realidad dos, porque Len Carson pasa de una realidad a la otra), desarrollarse y terminar. O sea que, dentro de lo trillado del planteo argumental, hay varias puntas por donde aparecen situaciones, diálogos y elementos para nada obvios, que mantienen alto el nivel de impacto y de diversión.
Y hablando de impacto y diversión, tengo que blanquear por qué carajo me compré este libro, sin ser fan del género, ni del personaje, ni del guionista. Esto lo dibuja el maestro Richard Corben, y me queda claro que se cagó de risa con el guión y la pasó bárbaro a la hora de transmitir a imágenes lo que imaginó Daniel Way. En sintonía con el guionista, Corben no se toma muy en serio la epopeya y por momentos desliza esos dibujos más caricaturescos, más grotescos, más en joda que en otros trabajos suyos. Y por supuesto hace uso y abuso de la libertad que le da el sello MAX para mostrar cuerpos con escasísima vestimenta y para irse al carajo y más allá con la violencia. Acá hay peleas brutales, tremendos estallidos de sangre y tripas, decapitaciones, mutilaciones, gente morfada por monstruos… una pinturita. Aunque el que usa las pinturitas (digitales, claro) es el gran colorista español radicado en EEUU, José Villarrubia, que se entiende a la perfección con el gigante de Kansas.
Esto se ve muy, muy bien, y si sos fan de Corben no te lo podés perder por nada de este mundo ni de ningún otro. Si no, igual lo podés disfrutar, porque Way deja la vida para que la aventura sea sólida, dinámica y por momentos muy graciosa.
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domingo, 10 de agosto de 2014
10/08: REPRODUCCION POR MITOSIS
Si hace bastante que estás metido en esto de las viñetas, ya sabés que la historieta, como forma narrativa, puede mutar, evolucionar, madurar… Shintaro Kago cree que la historieta, además, puede enloquecer.
Este tomo (hermosa edición de EDT) recopila 14 historias cortas, todas realizadas entre 2001 y 2004, que nos muestran dos vertientes distintas de este extraño autor japonés. Por un lado, tenemos varias historias que se inscriben claramente en el ero-guro, el género que (como su nombre lo indica) combina erotismo y grotesco, en el que tenemos como referente central a Suehiro Maruo. Kago se esfuerza, le pone onda, y logra shockearnos con tremendas escenas de gore, destripamientos, mutilaciones, soretes, violaciones y ojetes ensangrentados. Sus ideas son salvajes, sus volantazos argumentales son originales, pero el dibujo pierde por goleada en comparación con lo que hace Maruo. Acá la puesta en página es clara, no hay saltos al vacío… pero tampoco hay virtuosismo. Kago tiene talento, eso no lo dudo. El tema es que viene a jugar de visitante en una cancha donde el local es nada menos que Maruo y -para hacerle un mínimo aguante- tenés que dibujar mucho mejor de lo que dibuja Kago.
Por suerte, a este autor se le ocurre buscar la gloria por otro lado. En varias de estas historias hay parejas garchando y pasan cosas bizarras. Pero es no es lo importante. Lo que impacta es que Kago propone en estos breves relatos complejos experimentos formales, rupturas increíbles en la normal mecánica de lectura del comic (o en este caso, el manga). En la historia que da título al libro, las viñetas se empiezan a reproducir por mitosis: de una sale otra, de esa otra, y así se va hilvanando una historia “fuera del control del autor”. De la primera viñeta surge una segunda viñeta distinta, alternativa, y de ahí se desarrolla otra secuencia. Una secuencia “invade” a la otra, la corrompe, de cualquier viñeta empieza a brotar una nueva viñeta que dará origen a otra secuencia, y así. La narrativa enloquece, se va al carajo, y a uno le estalla el bocho, mientras piensa cómo puede ser que esto no se le haya ocurrido a nadie antes que Kago lo pusiera en práctica en 2003.
El autor sube la apuesta en Génesis Ciudadana, donde juega a convertir la página en un cubo tridimensional. De pronto, la espacialidad de la viñeta se pone en crisis, y esta se convierte en una especie de cajoncito que contiene a objetos, personas (cachos de personas, si no las vemos enteras) y globos. Los límites de la viñeta y de la página se trastocan brutalmente y Kago nos suelta en un fascinante laberinto de imágenes, por supuesto poblado de sexo hardcore, escatología y bizarreada de alto vuelo.
Blow Up juega con la cantidad de viñetas que se puede bancar una página antes de hacerse ininteligible. La asombrosa Precauciones Innecesarias propone dos formas distintas de ver una página, en la que el autor desplaza un toque la grilla de las viñetas para mostrarnos algo más. No me quiero imaginar las pesadillas que habrán tenido los pobres pibes encargados de modificar a esta historieta para su publicación en nuestro idioma. Y en Más Allá de la Memoria, Kago subvierte el concepto del flashback y nos muestra a gente cuyo pasado (es decir, las viñetas en las que ya los vimos aparecer) los persigue a sol y sombra.
Claramente la genialidad de Shintaro Kago pasa por estos cinco magníficos ejercicios de ruptura, por estos juegos formales pensados para detonarnos la mente y dejarnos horas en un estado de catatonia comiquera. Estas historias son un big-bang, un antes y después. Así como aquellas más jugadas al ero-guro sólo se le pueden recomendar a los fans de ese género (ya muy curtidos en esto de las escenas truculentas con garches, caca y tripas), las historias experimentales sólo son aptas para gente que leyó mucha historieta rara, de vanguardia. Le das esto a un pibe que viene de tres años de Patoruzito, o a un señor que acumula 50 años de El Tony y D´Artagnan, y lo más probable es que tengan un ACV. Esto es riesgo y transgresión en estado puro, al límite o más allá, y no me animo a compararlo ni siquiera con esas historietas raras que hacía Diego Agrimbau en la Fierro, con dibujos de Lucas Varela. Yo creía que en materia de experimentos narrativos ya había visto todo, pero felizmente Kago me cagó.
Este tomo (hermosa edición de EDT) recopila 14 historias cortas, todas realizadas entre 2001 y 2004, que nos muestran dos vertientes distintas de este extraño autor japonés. Por un lado, tenemos varias historias que se inscriben claramente en el ero-guro, el género que (como su nombre lo indica) combina erotismo y grotesco, en el que tenemos como referente central a Suehiro Maruo. Kago se esfuerza, le pone onda, y logra shockearnos con tremendas escenas de gore, destripamientos, mutilaciones, soretes, violaciones y ojetes ensangrentados. Sus ideas son salvajes, sus volantazos argumentales son originales, pero el dibujo pierde por goleada en comparación con lo que hace Maruo. Acá la puesta en página es clara, no hay saltos al vacío… pero tampoco hay virtuosismo. Kago tiene talento, eso no lo dudo. El tema es que viene a jugar de visitante en una cancha donde el local es nada menos que Maruo y -para hacerle un mínimo aguante- tenés que dibujar mucho mejor de lo que dibuja Kago.
Por suerte, a este autor se le ocurre buscar la gloria por otro lado. En varias de estas historias hay parejas garchando y pasan cosas bizarras. Pero es no es lo importante. Lo que impacta es que Kago propone en estos breves relatos complejos experimentos formales, rupturas increíbles en la normal mecánica de lectura del comic (o en este caso, el manga). En la historia que da título al libro, las viñetas se empiezan a reproducir por mitosis: de una sale otra, de esa otra, y así se va hilvanando una historia “fuera del control del autor”. De la primera viñeta surge una segunda viñeta distinta, alternativa, y de ahí se desarrolla otra secuencia. Una secuencia “invade” a la otra, la corrompe, de cualquier viñeta empieza a brotar una nueva viñeta que dará origen a otra secuencia, y así. La narrativa enloquece, se va al carajo, y a uno le estalla el bocho, mientras piensa cómo puede ser que esto no se le haya ocurrido a nadie antes que Kago lo pusiera en práctica en 2003.
El autor sube la apuesta en Génesis Ciudadana, donde juega a convertir la página en un cubo tridimensional. De pronto, la espacialidad de la viñeta se pone en crisis, y esta se convierte en una especie de cajoncito que contiene a objetos, personas (cachos de personas, si no las vemos enteras) y globos. Los límites de la viñeta y de la página se trastocan brutalmente y Kago nos suelta en un fascinante laberinto de imágenes, por supuesto poblado de sexo hardcore, escatología y bizarreada de alto vuelo.
Blow Up juega con la cantidad de viñetas que se puede bancar una página antes de hacerse ininteligible. La asombrosa Precauciones Innecesarias propone dos formas distintas de ver una página, en la que el autor desplaza un toque la grilla de las viñetas para mostrarnos algo más. No me quiero imaginar las pesadillas que habrán tenido los pobres pibes encargados de modificar a esta historieta para su publicación en nuestro idioma. Y en Más Allá de la Memoria, Kago subvierte el concepto del flashback y nos muestra a gente cuyo pasado (es decir, las viñetas en las que ya los vimos aparecer) los persigue a sol y sombra.
Claramente la genialidad de Shintaro Kago pasa por estos cinco magníficos ejercicios de ruptura, por estos juegos formales pensados para detonarnos la mente y dejarnos horas en un estado de catatonia comiquera. Estas historias son un big-bang, un antes y después. Así como aquellas más jugadas al ero-guro sólo se le pueden recomendar a los fans de ese género (ya muy curtidos en esto de las escenas truculentas con garches, caca y tripas), las historias experimentales sólo son aptas para gente que leyó mucha historieta rara, de vanguardia. Le das esto a un pibe que viene de tres años de Patoruzito, o a un señor que acumula 50 años de El Tony y D´Artagnan, y lo más probable es que tengan un ACV. Esto es riesgo y transgresión en estado puro, al límite o más allá, y no me animo a compararlo ni siquiera con esas historietas raras que hacía Diego Agrimbau en la Fierro, con dibujos de Lucas Varela. Yo creía que en materia de experimentos narrativos ya había visto todo, pero felizmente Kago me cagó.
sábado, 9 de agosto de 2014
09/08: TRANSMUNDO
A través de la editorial Colihue nos llega otro de los trabajos realizados recientemente por Eduardo Mazzitelli y Quique Alcatena para la editorial italiana Aurea. La gran diferencia con Barlovento o Shankar es que acá no existe el más mínimo anclaje con la realidad. No hay (o yo no pesqué) referencias a clásicos del cine o la literatura, no aparecen personajes conocidos (me pareció ver a un Cyclops y a un Wolverine muy avejentados, pero capaz que es un delirio mío) y las muchas historias que se narran no hacen mención a ninguna de las que ya conocemos. Transmundo es fantasía en estado puro, más de 140 páginas pobladas exclusivamente por el producto de la imaginación de Alcatena y Mazzitelli.
¿Está bueno? Sí, hay ideas fabulosas, muy buenos textos, historias redondas, contundentes, la intención de que varias de estas conformen un tapiz más arriesgado, más complejo, y sobre todo hay muchos hallazgos en el desarrollo de los personajes. A lo largo de los episodios, Jut Maud y Poupon van mostrando personalidades cada vez más complejas y –lo más importante- se dejan transformar por las peripecias que les toca vivir. Como siempre, Mazzitelli se las ingenia para que estos relatos de alto vuelo fantástico hablen sobre los temas más urgentes: la libertad y la esclavitud, la lealtad y la traición, la guerra y la paz, la realidad y la ilusión, el azar y el destino, el bien y el mal. Ahí, donde la aventuras se niegan a enfatizar la machaca y eligen vestirse de fábulas morales, es donde Mazzitelli saca la diferencia.
Del dibujo de Alcatena, a esta altura no hace falta hablar mucho, menos cuando el mes pasado tuvimos reseñas de dos obras de este virtuoso del plumín. Esta vez, para disfrutar de la magia visual que propone Quique, tenemos un obstáculo insalvable: la calidad de la impresión, que es bastante floja, con muchos negros empastados. En un trazo finito, detallado, como el de Alcatena, eso se nota mucho y daña mucho el resultado final.
Lamentablemente no es la única falencia de la edición: Ya desde la portada un “diseñador gráfico” cuyo nombre no voy a difundir para que no parezca que estoy fogoneando un linchamiento, nos masacra con esas tipografías horrendas y anticuadas… que son las que vamos a padecer después en todos los putos cuadritos del libro y en los textos informativos de las solapas. Sí, maestro. En pleno 2013, a alguien se le ocurre rotular un comic de Alcatena, de mundos fantásticos poblados por trenes vivientes, con la vieja, obsoleta y perimida Comic Sans. Un delirante total, sin criterio estético, o sin acceso a una carpeta de tipografías de las que utiliza cualquiera que se haya comprado una computadora en el Siglo XXI. Faltó que le entregara el trabajo a la imprenta en un diskette de 3½, nomás.
En fin, está bueno que Colihue haya retomado la edición de historietas y claramente eligieron una obra que merecía ampliamente ser editada en nuestro país. Ojalá que este libro se agote pronto y que una segunda edición corrija estos problemas. Alcatena y Mazzitelli, dos locomotoras de la historieta argentina, hicieron méritos para que sus trenes circulen por vías nuevas, bien señalizadas y con estaciones más lindas. Con estas falencias en la edición, por ahí se les baja más de un pasajero y eso no sería justo.
¿Está bueno? Sí, hay ideas fabulosas, muy buenos textos, historias redondas, contundentes, la intención de que varias de estas conformen un tapiz más arriesgado, más complejo, y sobre todo hay muchos hallazgos en el desarrollo de los personajes. A lo largo de los episodios, Jut Maud y Poupon van mostrando personalidades cada vez más complejas y –lo más importante- se dejan transformar por las peripecias que les toca vivir. Como siempre, Mazzitelli se las ingenia para que estos relatos de alto vuelo fantástico hablen sobre los temas más urgentes: la libertad y la esclavitud, la lealtad y la traición, la guerra y la paz, la realidad y la ilusión, el azar y el destino, el bien y el mal. Ahí, donde la aventuras se niegan a enfatizar la machaca y eligen vestirse de fábulas morales, es donde Mazzitelli saca la diferencia.
Del dibujo de Alcatena, a esta altura no hace falta hablar mucho, menos cuando el mes pasado tuvimos reseñas de dos obras de este virtuoso del plumín. Esta vez, para disfrutar de la magia visual que propone Quique, tenemos un obstáculo insalvable: la calidad de la impresión, que es bastante floja, con muchos negros empastados. En un trazo finito, detallado, como el de Alcatena, eso se nota mucho y daña mucho el resultado final.
Lamentablemente no es la única falencia de la edición: Ya desde la portada un “diseñador gráfico” cuyo nombre no voy a difundir para que no parezca que estoy fogoneando un linchamiento, nos masacra con esas tipografías horrendas y anticuadas… que son las que vamos a padecer después en todos los putos cuadritos del libro y en los textos informativos de las solapas. Sí, maestro. En pleno 2013, a alguien se le ocurre rotular un comic de Alcatena, de mundos fantásticos poblados por trenes vivientes, con la vieja, obsoleta y perimida Comic Sans. Un delirante total, sin criterio estético, o sin acceso a una carpeta de tipografías de las que utiliza cualquiera que se haya comprado una computadora en el Siglo XXI. Faltó que le entregara el trabajo a la imprenta en un diskette de 3½, nomás.
En fin, está bueno que Colihue haya retomado la edición de historietas y claramente eligieron una obra que merecía ampliamente ser editada en nuestro país. Ojalá que este libro se agote pronto y que una segunda edición corrija estos problemas. Alcatena y Mazzitelli, dos locomotoras de la historieta argentina, hicieron méritos para que sus trenes circulen por vías nuevas, bien señalizadas y con estaciones más lindas. Con estas falencias en la edición, por ahí se les baja más de un pasajero y eso no sería justo.
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viernes, 8 de agosto de 2014
08/08: LOCKE & KEY Vol.5
De a poquito nos acercamos al final de esta apasionante saga creada por Joe Hill y Gabriel Rodríguez, a la que tan bien le fue, tanto a nivel crítica como a nivel ventas. Me imagino que el día que los autores le entregaron a IDW el último episodio, la editorial debe haber decretado una semana de luto, porque se les terminaba un comic realmente irrepetible, considerado por muchos como “el Sandman de IDW”.
Y la comparación con el clásico de Neil Gaiman está buena, es acertada. Locke & Key también es un comic claramente fantástico, una ficción de alto vuelo, muy ambiciosa, en la que realmente todo puede suceder, y aún así está sostenida por personajes muy humanos, muy reales, muy tridimensionales. Entre los muchísimos méritos de Joe Hill, yo me quedo con ese: el perfecto equilibrio entre una caracterización perfecta y el generoso despliegue de recursos dramáticos que le permiten mantener la trama siempre candente, siempre repleta de intriga, siempre agazapada, a punto de explotar.
Este tomo es, hasta ahora, el más raro de todos. A pocas páginas del final, el gauchito Hill decide frenar el carro timoneado por los hermanos Locke, mandar a un segundo plano y dejar avanzar muy poquito a la trama del presente, y concentrarse en los puntos oscuros del pasado. Es hora de volver el tiempo atrás y enfocarnos en esos hechos a los que los personajes habían hecho mención en los tomos anteriores, pero que nunca nos habían explicado con claridad. Así, el tomo arranca en la segunda mitad del Siglo XVIII, cuando recién empezaba a tomar fuerza la insurrección de los estadounidenses contra la corona británica, y más tarde se desplaza a 1988, cuando el padre de los hermanos Locke era un adolescente boludo, pero no tanto. En el medio hay un episodio 100% ambientado en el presente, pero repito, no es este el tomo pensado para hacer avanzar grosso la historia principal, sino para indagar a full en el pasado de Keyhouse y de la familia Locke.
La extensa secuencia de 1988 nos muestra hasta qué punto Hill está decidido a darle relieve y personalidad a todos los personajes de la historia, del primero al último. Tercerones, pibes que bien podrían no estar, meros adláteres de los protagonistas reciben un tratamiento increíble por parte del guionista, atento siempre a los diálogos ingeniosos, a los matices, a las sutilezas. Por supuesto, todo ese tramo podría haberse contado en muchísimas menos páginas, pero una vez que le tomás el ritmo al relato y te vas cebando con los personajes, se disfruta a full, como una especie de “saga dentro de la saga”. Recién en la última página del último episodio Hill se acuerda de volver al presente y tirarnos un sutil recordatorio de que el próximo tomo es el último y se viene la resolución a todo o nada de todos los plots acumulados a lo largo de estos años.
Del dibujo de Gabriel Rodríguez ya hablé bastante en las reseñas de los tomos anteriores y no me quiero repetir. Si alguna vez te preguntaste cómo fue que este dibujante chileno se ganó un lugar entre los artistas más respetados y cotizados del mercado yanki, Locke & Key te ofrece todas las respuestas. Quiero ya cualquier cosa dibujada por Rodríguez, creo que le compro hasta una remake de The Pitt con guiones de Ricky Maravilla o Pocho la Pantera.
Y bueno, ahora a esperar unos meses, a que llegue la hora de bajarme el Vol.6, que creo que ya lo tengo ahí, en el canuto. Y a seguir hasta el hartazgo con mi prédica para que más gente se enganche con esta maravilla del Noveno Arte, que tiene edición española, chilena y peruana. ¿Acá no se juega nadie? Miren que es papa fina, muchachos…
Y la comparación con el clásico de Neil Gaiman está buena, es acertada. Locke & Key también es un comic claramente fantástico, una ficción de alto vuelo, muy ambiciosa, en la que realmente todo puede suceder, y aún así está sostenida por personajes muy humanos, muy reales, muy tridimensionales. Entre los muchísimos méritos de Joe Hill, yo me quedo con ese: el perfecto equilibrio entre una caracterización perfecta y el generoso despliegue de recursos dramáticos que le permiten mantener la trama siempre candente, siempre repleta de intriga, siempre agazapada, a punto de explotar.
Este tomo es, hasta ahora, el más raro de todos. A pocas páginas del final, el gauchito Hill decide frenar el carro timoneado por los hermanos Locke, mandar a un segundo plano y dejar avanzar muy poquito a la trama del presente, y concentrarse en los puntos oscuros del pasado. Es hora de volver el tiempo atrás y enfocarnos en esos hechos a los que los personajes habían hecho mención en los tomos anteriores, pero que nunca nos habían explicado con claridad. Así, el tomo arranca en la segunda mitad del Siglo XVIII, cuando recién empezaba a tomar fuerza la insurrección de los estadounidenses contra la corona británica, y más tarde se desplaza a 1988, cuando el padre de los hermanos Locke era un adolescente boludo, pero no tanto. En el medio hay un episodio 100% ambientado en el presente, pero repito, no es este el tomo pensado para hacer avanzar grosso la historia principal, sino para indagar a full en el pasado de Keyhouse y de la familia Locke.
La extensa secuencia de 1988 nos muestra hasta qué punto Hill está decidido a darle relieve y personalidad a todos los personajes de la historia, del primero al último. Tercerones, pibes que bien podrían no estar, meros adláteres de los protagonistas reciben un tratamiento increíble por parte del guionista, atento siempre a los diálogos ingeniosos, a los matices, a las sutilezas. Por supuesto, todo ese tramo podría haberse contado en muchísimas menos páginas, pero una vez que le tomás el ritmo al relato y te vas cebando con los personajes, se disfruta a full, como una especie de “saga dentro de la saga”. Recién en la última página del último episodio Hill se acuerda de volver al presente y tirarnos un sutil recordatorio de que el próximo tomo es el último y se viene la resolución a todo o nada de todos los plots acumulados a lo largo de estos años.
Del dibujo de Gabriel Rodríguez ya hablé bastante en las reseñas de los tomos anteriores y no me quiero repetir. Si alguna vez te preguntaste cómo fue que este dibujante chileno se ganó un lugar entre los artistas más respetados y cotizados del mercado yanki, Locke & Key te ofrece todas las respuestas. Quiero ya cualquier cosa dibujada por Rodríguez, creo que le compro hasta una remake de The Pitt con guiones de Ricky Maravilla o Pocho la Pantera.
Y bueno, ahora a esperar unos meses, a que llegue la hora de bajarme el Vol.6, que creo que ya lo tengo ahí, en el canuto. Y a seguir hasta el hartazgo con mi prédica para que más gente se enganche con esta maravilla del Noveno Arte, que tiene edición española, chilena y peruana. ¿Acá no se juega nadie? Miren que es papa fina, muchachos…
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jueves, 7 de agosto de 2014
07/08: NORTE SUR
Este es el título bastante frutihortícola con el que algún cráneo de la editorial Ikusager decidió rebautizar a Los Derechos de los Pueblos, que es como se iba a llamar este álbum, como para dejar constancia de que es una especie de secuela de Los Derechos Humanos. No pudo ser, pero por lo menos se conserva la impronta de aquel álbum tan importante, tan relevante que comentamos acá la semana pasada (creo). Veamos cómo se armó esta nueva antología, pensada con un perfil bastante más político que el de su antecesora.
Abre una hermosa historieta muda, “escrita” y dibujada por el alemán Andreas Martens. Son ocho páginas en las que Martens trabaja a full la narrativa y se luce muchísimo en la técnica de color directo, con momentos que me hicieron acordar a otro prócer del comic alemán, Mathias Schultheiss. La historia transcurre en Africa y se mete con el tema de la preservación del patrimonio cultural de los pueblos.
La segunda historieta debería ser de lectura obligatoria en todas las escuelas del mundo. Acá, el maestro Howard Chaykin se enchastra hasta los codos para dibujar un relato centrado en la violencia despiadada, la persecución a sol y sombra, el genocidio liso y llano, perpetrado por las fuerzas armadas de Israel contra los palestinos. Sí, eso que está en los diarios de hoy, Chaykin lo vio en 1989 y lo ilustró de un modo tan genial que tengo que citarlo textualmente. Dice un israelí, hablando de los palestinos: “Hay que meter a esos hijos de puta en un foso y quemarlos a todos”. Y responde otro, que sobrevivió a los campos de concentración de los nazis: “Cada vez que oigo a uno de los nuestros hablar así, puedo oir a Hitler riéndose. Cada judío racista y xenófobo, cada hombre capaz de pensar así, justifica el Holocausto”. FIN.
La siguiente historia, de los monumentales Juan Sasturain y Alberto Breccia, es una fábula cuasi-grotesca acerca de un yanki avechucho que trata de estafar a los pobres habitantes de un país pobre de Centroamérica, o de Colombia, o Venezuela, no está muy claro. Es todo bastante obvio y predecible, pero la línea que baja está muy bien y el dibujo del Viejo Breccia (a todo color) es fastuoso.
El zarpado de Luis García tenía ocho páginas para desarrollar un relato, pero le pintó no contarnos nada y metió ocho ilustraciones inconexas. Están todas dibujadas y coloreadas en su impactante estilo foto-realista, y se ven demasiado buenas para estar en un libro y no en la pared de un museo, pero yo hubiese preferido una historieta, claramente.
Vamos con otros dos españoles, el guionista Antonio Altarriba y el dibujante Ricard Castells. La historia plantea un juego de opuestos entre amos blancos y esclavos negros en los EEUU, antes de la emancipación. En las dos historias está en juego la libertad y, si bien está todo muy bien narrado y muy bien dibujado, es una historia que hubiese calzado mejor en el otro libro, en el de Los Derechos Humanos.
Me queda un español más, el genio de Galicia, Miguelanxo Prado, que dibuja y colorea como los dioses una historieta que… no entendí. Pareciera hablar de la migración de los lemmings, pero no pesqué el sentido, ni la conexión con la temática de la antología. En fin, me cuelgo mirando los dibujos…
Y vuelvo para cerrar el libro con el maestro Sasturain, que ensaya junto a Enrique Breccia un muy lindo experimento narrativo, casi sin textos. Aún así, sale una historieta profunda, fuerte, con un mensaje tremendo, y con unos dibujos de Enrique que no se pueden creer. Esta es una de las pocas historietas de Enrique dibujadas y coloreadas al mismo nivel que el que para mí es su mejor trabajo, el álbum de la colección del Quinto Centenario. Maravilloso es poco.
Como siempre digo, 80 páginas, tapas duras, papel de super-lujo para sólo 56 páginas de historieta (de las cuales 8 son ilustraciones) me parece un despropósito. Pero por suerte muchos de los grandes creadores involucrados en el proyecto entendieron la importancia de tocar este tipo de temas en historietas breves y dejaron la vida en cada página. Creo que las ocho páginas de Chaykin valen lo que pagues por todo el libro. Y además tenés a seis o siete bestias más en un nivel impresionante. O sea que hay que tenerlo, de una.
Abre una hermosa historieta muda, “escrita” y dibujada por el alemán Andreas Martens. Son ocho páginas en las que Martens trabaja a full la narrativa y se luce muchísimo en la técnica de color directo, con momentos que me hicieron acordar a otro prócer del comic alemán, Mathias Schultheiss. La historia transcurre en Africa y se mete con el tema de la preservación del patrimonio cultural de los pueblos.
La segunda historieta debería ser de lectura obligatoria en todas las escuelas del mundo. Acá, el maestro Howard Chaykin se enchastra hasta los codos para dibujar un relato centrado en la violencia despiadada, la persecución a sol y sombra, el genocidio liso y llano, perpetrado por las fuerzas armadas de Israel contra los palestinos. Sí, eso que está en los diarios de hoy, Chaykin lo vio en 1989 y lo ilustró de un modo tan genial que tengo que citarlo textualmente. Dice un israelí, hablando de los palestinos: “Hay que meter a esos hijos de puta en un foso y quemarlos a todos”. Y responde otro, que sobrevivió a los campos de concentración de los nazis: “Cada vez que oigo a uno de los nuestros hablar así, puedo oir a Hitler riéndose. Cada judío racista y xenófobo, cada hombre capaz de pensar así, justifica el Holocausto”. FIN.
La siguiente historia, de los monumentales Juan Sasturain y Alberto Breccia, es una fábula cuasi-grotesca acerca de un yanki avechucho que trata de estafar a los pobres habitantes de un país pobre de Centroamérica, o de Colombia, o Venezuela, no está muy claro. Es todo bastante obvio y predecible, pero la línea que baja está muy bien y el dibujo del Viejo Breccia (a todo color) es fastuoso.
El zarpado de Luis García tenía ocho páginas para desarrollar un relato, pero le pintó no contarnos nada y metió ocho ilustraciones inconexas. Están todas dibujadas y coloreadas en su impactante estilo foto-realista, y se ven demasiado buenas para estar en un libro y no en la pared de un museo, pero yo hubiese preferido una historieta, claramente.
Vamos con otros dos españoles, el guionista Antonio Altarriba y el dibujante Ricard Castells. La historia plantea un juego de opuestos entre amos blancos y esclavos negros en los EEUU, antes de la emancipación. En las dos historias está en juego la libertad y, si bien está todo muy bien narrado y muy bien dibujado, es una historia que hubiese calzado mejor en el otro libro, en el de Los Derechos Humanos.
Me queda un español más, el genio de Galicia, Miguelanxo Prado, que dibuja y colorea como los dioses una historieta que… no entendí. Pareciera hablar de la migración de los lemmings, pero no pesqué el sentido, ni la conexión con la temática de la antología. En fin, me cuelgo mirando los dibujos…
Y vuelvo para cerrar el libro con el maestro Sasturain, que ensaya junto a Enrique Breccia un muy lindo experimento narrativo, casi sin textos. Aún así, sale una historieta profunda, fuerte, con un mensaje tremendo, y con unos dibujos de Enrique que no se pueden creer. Esta es una de las pocas historietas de Enrique dibujadas y coloreadas al mismo nivel que el que para mí es su mejor trabajo, el álbum de la colección del Quinto Centenario. Maravilloso es poco.
Como siempre digo, 80 páginas, tapas duras, papel de super-lujo para sólo 56 páginas de historieta (de las cuales 8 son ilustraciones) me parece un despropósito. Pero por suerte muchos de los grandes creadores involucrados en el proyecto entendieron la importancia de tocar este tipo de temas en historietas breves y dejaron la vida en cada página. Creo que las ocho páginas de Chaykin valen lo que pagues por todo el libro. Y además tenés a seis o siete bestias más en un nivel impresionante. O sea que hay que tenerlo, de una.
miércoles, 6 de agosto de 2014
06/08: GUARDIANS OF THE GALAXY
Otra vez fui al cine y otra vez la pasé MUY bien. La palabra que define de punta a punta a esta película es “diversión”. Esta es la peli más divertida de las ambientadas en el Universo Marvel y una de las comedias de acción más redonditas, más contundentes que yo recuerde. Son 121 minutos que se te pasan volando, en una sucesión imparable de escenas muy dinámicas, con todo el dramatismo de una buena peli de ciencia-ficción tipo Star Wars, con chistes magníficos y con un gran trabajo en el desarrollo de personajes.
Y acá tengo que aclarar que yo en la puta vida leí un comic de ESTOS Guardianes de la Galaxia. De hecho, me enteré de que existía la actual formación el año pasado, cuando ya se hablaba de la película y se lanzaba la serie escrita por Brian Michael Bendis. O sea que no sé cuántos de los hallazgos en materia de caracterización están tomados de los comics y cuántos son mérito de James Gunn y su equipo. El fanatismo de Peter Quill por la música berreta de los ´70, el hecho de que Groot sólo diga “I am Groot” y Rocket entienda de modo inequívoco qué corno quiere decir… un montón de cositas que suceden en la pantalla y que terminan por lograr que uno se encariñe con estos cuatro de copas, con estos Juan Carlos Nadie que al lado del Capi, Thor o Hulk, son menos que un footnote. Creo que con la única que no me encariñé fue con Gamora. A los otros cuatro los banqué a muerte, y a Rocket y a Groot me los quiero traer a mi casa. Increíble la chapa que tienen estos personajes.
Como seguramente ya sabés, la película retoma a Thanos y al tema de las gemas del infinito, que ya se viene insinuando en varias entregas anteriores. Pero el villano principal es Ronan the Accuser, acá mucho más pasado de rosca y mucho menos político que en los comics. También hay un rol chiquito para Nebula (acá hija, en vez de nieta, de Thanos) que ojalá crezca en la secuela, porque si termina acá, habrá sido groseramente desaprovechada. Más allá del poder, la maldad y los planes de los villanos, a la aventura nunca le falta acción. Los saqueadores de Yondu, los Nova Corps, los presos del penal donde caen en cana… de todos lados salen amenazas atractivas para que nunca falten la acción y los peligros a todo o nada.
Las actuaciones están muy bien, la música es excelente, las peleas están perfectamente coreografiadas, el humor es recontra-efectivo, pero lo que a mí más me cebó es el diseño de producción: acá metieron mano GENIOS, monstruos sacrosantos que diseñaron unos trajes, unas armas, unas naves, unos edificios, unas ciudades y unos planetas impresionantes. Todo está pensado para detonarte las retinas, para que la fantasía explote y te vuelvas loco en cada persecución, en cada tiroteo, en cada explosión en la que vuela todo a la mierda.
Por lógica, la segunda peli de los Guardians debería ser contra Thanos, los buenos deberían perder por goleada y el final debería desembocar en Avengers 3, que vendría a ser la machaca final entre los héroes y el genocida cósmico. Pero a esta altura del partido, el villano parece no tener ni una sola de las gemas del infinito, así que no me animo a tirar ningún pronóstico. Pero más allá de cuánto haya avanzado la “saga por encima de la saga” que nos están narrando los estudios Marvel, esta película en particular está MUY lograda, pensada para cebar a un público que en una de esas no se engancha con “la enésima peli de superhéroes” y además para poner entre los personajes más destacados de Marvel (al menos por un tiempito) a este rejunte de descastados de la C, que de pronto se encontraron jugando la Copa Argentina contra River o Boca. Gracias a la magia de James Gunn, de Marvel y –por qué no- de Disney, los eternos tercerones hicieron un partidazo. Y hablando de tercerones, no quiero hacer la más mínima mención al personaje que aparece en la secuencia post-créditos, para no spoilear. ¡Cuac!
Y acá tengo que aclarar que yo en la puta vida leí un comic de ESTOS Guardianes de la Galaxia. De hecho, me enteré de que existía la actual formación el año pasado, cuando ya se hablaba de la película y se lanzaba la serie escrita por Brian Michael Bendis. O sea que no sé cuántos de los hallazgos en materia de caracterización están tomados de los comics y cuántos son mérito de James Gunn y su equipo. El fanatismo de Peter Quill por la música berreta de los ´70, el hecho de que Groot sólo diga “I am Groot” y Rocket entienda de modo inequívoco qué corno quiere decir… un montón de cositas que suceden en la pantalla y que terminan por lograr que uno se encariñe con estos cuatro de copas, con estos Juan Carlos Nadie que al lado del Capi, Thor o Hulk, son menos que un footnote. Creo que con la única que no me encariñé fue con Gamora. A los otros cuatro los banqué a muerte, y a Rocket y a Groot me los quiero traer a mi casa. Increíble la chapa que tienen estos personajes.
Como seguramente ya sabés, la película retoma a Thanos y al tema de las gemas del infinito, que ya se viene insinuando en varias entregas anteriores. Pero el villano principal es Ronan the Accuser, acá mucho más pasado de rosca y mucho menos político que en los comics. También hay un rol chiquito para Nebula (acá hija, en vez de nieta, de Thanos) que ojalá crezca en la secuela, porque si termina acá, habrá sido groseramente desaprovechada. Más allá del poder, la maldad y los planes de los villanos, a la aventura nunca le falta acción. Los saqueadores de Yondu, los Nova Corps, los presos del penal donde caen en cana… de todos lados salen amenazas atractivas para que nunca falten la acción y los peligros a todo o nada.
Las actuaciones están muy bien, la música es excelente, las peleas están perfectamente coreografiadas, el humor es recontra-efectivo, pero lo que a mí más me cebó es el diseño de producción: acá metieron mano GENIOS, monstruos sacrosantos que diseñaron unos trajes, unas armas, unas naves, unos edificios, unas ciudades y unos planetas impresionantes. Todo está pensado para detonarte las retinas, para que la fantasía explote y te vuelvas loco en cada persecución, en cada tiroteo, en cada explosión en la que vuela todo a la mierda.
Por lógica, la segunda peli de los Guardians debería ser contra Thanos, los buenos deberían perder por goleada y el final debería desembocar en Avengers 3, que vendría a ser la machaca final entre los héroes y el genocida cósmico. Pero a esta altura del partido, el villano parece no tener ni una sola de las gemas del infinito, así que no me animo a tirar ningún pronóstico. Pero más allá de cuánto haya avanzado la “saga por encima de la saga” que nos están narrando los estudios Marvel, esta película en particular está MUY lograda, pensada para cebar a un público que en una de esas no se engancha con “la enésima peli de superhéroes” y además para poner entre los personajes más destacados de Marvel (al menos por un tiempito) a este rejunte de descastados de la C, que de pronto se encontraron jugando la Copa Argentina contra River o Boca. Gracias a la magia de James Gunn, de Marvel y –por qué no- de Disney, los eternos tercerones hicieron un partidazo. Y hablando de tercerones, no quiero hacer la más mínima mención al personaje que aparece en la secuencia post-créditos, para no spoilear. ¡Cuac!
martes, 5 de agosto de 2014
05/08: JIM, JAM & EL OTRO Vol.3
Uh, bueno… ¿Qué agregar a lo que ya escribí sobre el Vol.2 de esta serie, allá por el 19/09/12? Que el prólogo de Max Aguirre me causó mucha gracia, quizás. El resto, sería simplemente reiterar los conceptos ya vertidos…
Esa es la cagada de tener un blog “viejo”. 55 meses de blog a cuestas significa que uno ya dijo todo lo que tenía para decir sobre un montón de cosas. Y cuando llegan nuevos tomos de las colecciones que uno sigue, a veces no es mucho lo que se puede agregar a las reseñas de los tomos anteriores. Se me dirá “¿y para qué dedicarle otra reseña a Jim, Jam y el Otro, si ya dijiste todo lo que tenías que decir sobre la historieta?”. Responderé que este blog es una bitácora, un espacio en el que dejo constancia por escrito de todo lo que leí de 2010 hasta hoy, y bueno, lo que leí esta mañana es esto, no hay más.
Recomiendo mucho Jim, Jam y el Otro. Es una serie llena de ingenio, desbordante de recursos tanto gráficos como temáticos. No todas las tiras son geniales, obviamente, pero hay muchas en las que Max Aguirre hace mucho, pero mucho más que sacar con fritas la entrega del día. Hay buenas ideas, buenas reflexiones, chistes muy efectivos, inscriptos en vetas muy diversas del humor, con muy buenos trucos narrativos. Y por si faltara algo, todo está dibujado con enorme solvencia, con un trazo muy amigable, que invita e incluye a lectores y lectoras de paladares muy diversos. El color también suma muchísimo y creo que es lo que más mejoró desde que empezó la tira hasta ahora.
Este libro publica material aparecido en el diario La Nación en 2010, así que queda material de sobra para que sigan saliendo nuevos recopilatorios. Los espero ansioso.
Esa es la cagada de tener un blog “viejo”. 55 meses de blog a cuestas significa que uno ya dijo todo lo que tenía para decir sobre un montón de cosas. Y cuando llegan nuevos tomos de las colecciones que uno sigue, a veces no es mucho lo que se puede agregar a las reseñas de los tomos anteriores. Se me dirá “¿y para qué dedicarle otra reseña a Jim, Jam y el Otro, si ya dijiste todo lo que tenías que decir sobre la historieta?”. Responderé que este blog es una bitácora, un espacio en el que dejo constancia por escrito de todo lo que leí de 2010 hasta hoy, y bueno, lo que leí esta mañana es esto, no hay más.
Recomiendo mucho Jim, Jam y el Otro. Es una serie llena de ingenio, desbordante de recursos tanto gráficos como temáticos. No todas las tiras son geniales, obviamente, pero hay muchas en las que Max Aguirre hace mucho, pero mucho más que sacar con fritas la entrega del día. Hay buenas ideas, buenas reflexiones, chistes muy efectivos, inscriptos en vetas muy diversas del humor, con muy buenos trucos narrativos. Y por si faltara algo, todo está dibujado con enorme solvencia, con un trazo muy amigable, que invita e incluye a lectores y lectoras de paladares muy diversos. El color también suma muchísimo y creo que es lo que más mejoró desde que empezó la tira hasta ahora.
Este libro publica material aparecido en el diario La Nación en 2010, así que queda material de sobra para que sigan saliendo nuevos recopilatorios. Los espero ansioso.
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