el blog de reseñas de Andrés Accorsi

miércoles, 28 de noviembre de 2018

MIERCOLES MAGISTRAL

Hoy la verdad que no me puedo quejar. Los dos libros que me tocó leer en estos días me parecieron excelentes.
Empiezo con Pánico en el Atlántico, un álbum de Spirou de la serie en la que autores famosos aportan su versión (no necesariamente canónica) del popular personaje creado hace 80 años por Rob-Vel. Esta entrega data de 2010 y lleva las firmas del inmenso Lewis Trondheim y de un dibujante al que no conocía y del que me hice fan en el acto: Fabrice Parme. Firmemente enrolado enla línea clara, Parme combina la influencia de la clásica historieta franco-belga con la de los dibujos animados norteamericanos de vanguardia, desde los famosos cartoons de la UPA hasta hitazos más recientes como Los Padrinos Mágicos. Imaginate una mezcla entre el Sáenz Valiente de Norton Gutiérrez y el Nahuel Sagárnaga de Wachín, con la aparición esporádica de expresiones o detalles más sacados, tipo Gustavo Sala. Lo que nos ofrece Parme en este álbum es una verdadera fiesta para los ojos, perfectamente apuntalada por la labor de la colorista Véronique Dreher.
El guión, por su parte, es totalmente adictivo. No es frecuente leer 62 páginas en las que pasen tantas cosas. Es como si Trondheim tomara el clásico álbum infanto-juvenil de Spirou o Tintin (o cualquiera que se plantee combinar aventuras con comedia) y lo acelerara con un enema de merca y speed, para que vaya a 400 km por hora por la banquina del lado contrario. Pánico en el Atlántico no para un segundo, no da respiro. Termina una escena trepidante con Spirou y arranca una desopilante con Fantasio, Spip o el Conde de Champignac. Trondheim rebota como la bolita de un pinball enloquecido entre las peleas, las persecuciones y los chistes, a veces más físicos y a veces más típicos de las comedias de enredos onda Juan Carlos Mesa.
Ves todos esos personajes en la portada y decís “no hay forma de que haya espacio en 62 páginas para que todos intervengan y tengan escenas en las que se lucen”. Hay forma. El guión de Trondheim tiene un acelere tan vertiginoso y aprovecha tan al mango cada viñeta, que todos esos personajes tienen su peso en la trama. Incluso algunos son tan copados que querés verlos en todos los álbumes de Spirou. Si querés vivir un rato largo de emociones, humor y aventura enla que el verosímil no importa en lo más mínimo, no dudes en embarcarte en este álbum de la mano de Trondheim y Parme. En los próximos meses habrá bastante más Spirou acá en el blog, así que atentos.
Me vengo a Argentina, a 2018, cuando se reúnen dos autores muy atípicos, ambos dueños de idiosincracias narrativas muy personales. ¿Qué sale de la unión entre dos autores “raros”? ¿Un comic MUY raro? Nah, tranqui. Con guión de Damián Connelly y dibujos de Pedro Mancini, Felicidad no es una historieta obvia, ni trillada, ni siquiera convencional, pero tampoco es un delirio críptico o incomprensible como la permanencia en el gobierno de Patricia Bullrich. El guionista maneja un grado de abstracción importante, simplifica tremendamente la trama para concentrarse en lo que más le interesa: una historia en la que el afecto derrota a la violencia, salpicada con reflexiones acerca de la felicidad, qué es, para qué sirve y hasta dónde vale llegar para tratar de alcanzarla.
Los diálogos son breves, muy eficaces, y hay un sólo personaje al que Connelly desarrolla a lo largo de estas 60 páginas: el farmacéutico Alan Rimbauer, el tipo que conoce la fórmula química de la felicidad y sin embargo nunca será feliz. El resto del elenco acompaña, pero el que motoriza la trama y al que el guionista más le interesa explorar es a Alan. ¿Se podía contar esta misma historia de un modo más simple, menos afectado? Obviamente que sí, pero en una de esas era un embole. Así como está, Felicidad ofrece una dosis muy bien equilibrada entre introspección, misterio, acción y momentos más oníricos, más bizarros, más davidlyncheanos.
Este aspecto más surreal encaja perfecto con la propuesta estética que suelen tener las historietas en las que Pedro Mancini dibuja sus propios guiones. Y se nota que el dibujante se sintió cómodo en su incursión por este mundo imaginado por Connelly. Lo único a lo que me costó mucho acostumbrarme es a ver a Mancini dibujando expresiones faciales. El estilo de Pedro se basa mucho en la síntesis, y en esa búsqueda, suele prescindir de los rasgos faciales para mostrarnos rostros básicamente inexpresivos, que tienen mucho sentido en la mayoría de sus historias. El guión de Felicidad, en cambio, le otorga mucho protagonismo a las expresiones faciales y al principio esos primeros planos que dibuja Pedro me hicieron un poco de ruido. Después me acostumbré. El resto de la faz gráfica es impecable, con personajes y fondos muy bien diseñados, con muchos logros en la composición de las viñetas y el armado de las secuencias. Una obra muy recomendable, seas fan de Connelly, de Mancini, de ambos, o incluso de ninguno de los dos.
Y hasta acá llegamos por hoy. Parece que se cancela el viaje a Santiago del Estero que tenía previsto para este finde, así que es probable que en los próximos días tenga tiempo de sobra para leer material y escribir reseñas. La seguimos pronto.

lunes, 26 de noviembre de 2018

LUNES DE SUPERHEROES EXTRAÑOS

Tengo sueño, pero antes de irme a dormir quiero reseñar un par de libritos que me leí en estos días.
Enigma es un comic para el que Grant Morrison escribió el prólogo, pero estoy seguro de que le hubiese gustado escribir el guión. El autor real es Peter Milligan, y sí, es un guión re-morrisonesco. Hoy poca gente registra a Enigma, porque es algo que hace mucho que no se hace: un comic de superhéroes 100% para adultos, generado en el sello Vertigo. Ya hace varias décadas que nadie relaciona a Vertigo con los superhéroes, pero hace 25 años, cuando el sello era joven, habia espacio para proyectos como este, que aún hoy rankea entre las obras más interesantes del gran Peter Milligan.
Enigma tiene todo: gran argumento, grandes diálogos, escenas de tremenda fuerza dramática, una intriga que no para de crecer, personajes construidos de manera magistral, giros impredecibles, juegos metacomiqueros y muchísima emoción. Ah, y como es un comic para adultos, tiene mucha violencia, puteadas y sexo, en este caso entre varones. Milligan conduce este freakshow con mano maestra, y rápidamente te mete adentro, te hace partícipe y logra que te olvides de algunos saltos medio brutales en la lógica de la historia. De a poco se impone (en un marco a priori realista) una lógica de comic de superhéroes raro, quizás con más puntos en común con un experimento limado de Steve Ditko que el Shade the Changing Man del propio Milligan. Y lo mejor es que funciona perfecto, incluso leído aún hoy.
No nombré todavía al dibujante, que es otro monstruo sagrado: Duncan Fegredo, que acá se zarpa como nunca. Olvidate de ese Fegredo más prolijo, más careta, de series como Millennium Fever, o de ese Fegredo más mignolesco que vimos durante su paso por Hellboy. Este es un animal salvaje, una bestia desbocada que te impacta con su dinamismo y su visceralidad, con esas manchas negrastremendas, con esos coqueteos con el grotesco, con esas rayitas excesivas tipo Nicolás Brondo… Un trabajo tan demoledor que es como descubrir a un nuevo Duncan Fegredo, con todo lo que eso significa. Lamentablemente, esto fue coloreado por Sherilyn Van Valkenburgh de un modo definitivamente criminal. Necesito urgente una edición de Enigma recoloreada, o en majestuoso blanco y negro.
Hace muy poquito leí Iceberg, y ahora me encuentro con que los guionistas Jonathan Crenovich y Martín Mazzeo retoman algunos elementos de esa historia (que parecía autoconclusiva) para darle inicio a una saga que pinta muy, pero muy atractiva. Este librito de Manta está muy bien escrito, quizás mejor escrito que Iceberg, y si no lo pongo por encima de esa obra es porque acá nos están mostrando apenas la puntita de una historia que andá a saber para dónde puede llegar a disparar.
Este primer tramo es atrapante, en parte por la decisión (arriesgada y sabia por igual) de contar la historia de atrás para adelante. O sea, recién en el último tercio de Manta te enterás cómo catzo encaja esta historia con lo que habíamos visto en Iceberg. Y por supuesto, si leiste Iceberg la respuesta te sorprende muy gratamente. Además los diálogos (punto altísimo de Iceberg) mantienen el excelente nivel de la “precuela”.
Donde Manta no llega ni cerca del nivel de Iceberg es en la faz gráfica. En vez de un dibujante hay tres, y ninguno arrima a la calidad de Alessio Rossino. El más flojito es el primero (Cristian Cassani) y los otros dos son dibujantes a los que ya vimos en el blog: Daniel Mendoza y Nacho Lázaro, artistas correctos, sin tropiezos en la narrativa, a los que quizás les falta un poco más de identidad visual, de diferenciarse un poco más de la estética hegemónica del mainstream yanki. De todos modos, ninguno de los tres es un croto, ni mucho menos.
Realmente no me imaginé que Manta me iba a gustar tanto, pero por suerte así fue. Espero ansioso el Vol.2.
Y ya fue, me voy a dormir, que mañana tengo un día bravísimo. Gracias a todos los que se acercaron a saludar en La Costa Comics y vuelvo pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

jueves, 22 de noviembre de 2018

TRASNOCHE DE JUEVES

Tarde pero seguro, encontré un ratito para sentarme a escribir las reseñas de los últimos dos libros que me devoré.
Empiezo con Gilgamesh: El Origen, la reedición de los primeros 14 episodios de esta serie creada por el gran Lucho Olivera en 1970 para la revista D´Artagnan. Esto arranca con esas ocho famosas páginas a las que Robin Wood convertiría en un montón de episodios alucinantes, cuando la serie se rebootea en 1980. Pero en rigor de verdad, no son muchos más los puntos de contacto con la versión de Gilgamesh que vimos en las reseñas del 20 y 28 de Octubre de 2017. En esta primera versión, el dibujo de Olivera está mucho menos inspirado, repleto de páginas de 12 ó 13 viñetas microscópicas en las que dibujo y texto se disputan un espacio muy escaso. La acción está desenfatizada… cuando está, porque en unos cuantos episodios no hay acción.
Las aventuras de Gilgamesh no son exactamente aventuras: son las crónicas de un tipo que simplemente no puede morir, entonces en vez de vivir, dura. Esto era algo muy atípico en la historieta argentina de principios de los ´70: aventuras casi sin conflictos, donde el protagonista recorre distancias colosales y subsiste a lo largo de siglos y milenios, prácticamente sin sobresaltos. ¿Qué nos quería contar Olivera con esta serie? Imposible determinarlo con certeza, pero mi sensación es que quería hablar sobre el destino de la Humanidad, sobre cómo ciertas decisiones pueden modificar el devenir de la especie humana en este y otros planetas. Así es como en Gilgamesh vemos más ajedrez que machaca, más reflexión metafísica que acción física, más encrucijadas éticas que luchas con enemigos.
Una vez que te acostumbrás a lo extraño que es todo esto (dentro y fuera de una revista de Columba de 1972-73), la saga te empieza a atrapar. Los últimos cuatro episodios del tomo ya no los escribe Lucho, sino que están a cargo de Sergio Mulko (como el tomo de Gilgamesh que vimos el 27/09/12). El primero de los cuatro de Mulko, “Jornada de Guerra en Ammeru”, es el que menos me gustó de todo el libro. El mejor dibujado me parece que es “El Cerebro” (el único publicado a color) y el mejor escrito es –acá no tengo dudas- “La Ballesta del Cazador”, que es donde Olivera logra el equilibrio más fino entre introspección, construcción de personajes y sucesos que hagan avanzar a la trama. Tengo sin leer el tomo que le sigue a este, así que pronto habrá más Gilgamesh, acá en el blog.
Me voy ahora a 1999, cuando DC publica los tres libritos prestige de Doctor Mid-Nite, que leí en su momento y ahora redescubrí gracias a que conseguí el TPB. Esta es otra obra rara, que originalmente iba a estar protagonizada por el Dr. Mid-Nite de los ´40, después iba a ser un Elseworlds y al final terminó por presentar a una nueva iteración del personaje, en principio demasiado parecido a Charles McNider, pero que después (en buena medida gracias a que Geoff Johns y James Robinson lo suman a la JSA) tendrá una impronta más personal, más original.
Los manoseos editoriales de los que fue víctima nos dan margen para perdonarle a esta obra de Matt Wagner y John K. Snyder III algo que sería imperdonable en cualquier saga donde se presenta a un “legacy hero”: Pieter Cross, el nuevo Dr. Mid-Nite, no tiene NINGUN punto de contacto con el original. Nunca se encuentran, viven en distintas ciudades, no comparten personajes secundarios ni villanos, de hecho a Charles McNider no se lo nombra nunca, en casi 150 páginas de historieta. Es cierto que el Dr- Mid-Nite original siempre tuvo pocos fans y ponerlo en un rol importante en el origen de un sucesor no era garantía de vender más ejemplares, pero hubiese estado bueno algo (una mención, un guiño) que conectara al lector con la versión clásica del personaje.
El argumento, en general, es bastante decepcionante. Lo único atractivo es cómo Wagner baja línea socio-política, como se anima a indagar en las desigualdades sociales que genera el capitalismo salvaje, con una mega-corporación en el (ya muy obvio) rol del villano y varios personajes secundarios importantes tomados de esta subcultura de las márgenes donde se hacinan los excluídos. El resto, el conflicto en sí, la ordalía que debe atravesar Pieter Cross para derrotar a los villanos, es más de lo mismo al punto de que por momentos me aburrió.
Por suerte el debut de este nuevo Dr. Mid-Nite tiene un as imbatible que es el dibujo de John K. Snyder III. Responsable absoluto de que esta miniserie anunciada para 1994 viera la luz recién en 1999, Snyder dejó la vida en cada una de estas páginas y creo que después no volvió a publicar historietas hasta mediados de este año. En la faz gráfica de Doctor Mid-Nite tenemos lo mejor de ambos mundos: Snyder combina la narrativa típica de un comic de Matt Wagner (ajustada, sólida, con yeites vanguardistas) y el despliegue visual, el vuelo (más pictórico que gráfico) de un Bill Sienkiewicz. Y lo mejor es que funciona. Todo lo que no me cautivó el guión de Wagner, me volvió loco el dibujo de Snyder, con esos climas, esos planos detalle, esos encuadres raros, esos fondos devastadores y ese lápiz desbordante de virtuosismo, a distancias siderales de lo que vimos hace poquito (24/08/18) en un TPB del Suicide Squad. Ni hace falta decir que el trabajo del dibujante justifica por sí solo la compra de este TPB. Y si descubriste a Pieter Cross en la mejor época de la JSA, no está mal conocer su origen de la mano de sus creadores.
Dudo que vuelva a postear antes del lunes, así que buen finde para todos y nos cruzamos con los que se acerquen a saludar en La Costa Comics (Santa Teresita), donde voy a estar sábado y domingo. Ci vediamo.

lunes, 19 de noviembre de 2018

LUNES DE MAGIA Y CALOR

Tras una magnífica edición de Dibujados, me siento bajo el ventilador de techo a escribir unas reseñitas.
Arranco en España a mediados de los ´80, cuando el maestro Josep María Beá realiza la extraña historieta conocida como La Muralla. A priori, parecía una obra muy atractiva, y como la vi barata no dudé un segundo en comprarla. Pero a medida que la iba leyendo, se me deshizo en las manos, se me escurrió como un puñado de arena, hasta que cuando llegué a la última página me quedaba sólo la nada misma. Hasta el dibujo es inconsistente: hay páginas donde Beá te masacra con unos dibujos al nivel de sus mejores trabajos, y otras donde aparecen choreos hiper-obvios a Hugo Pratt, viñetas dibujadas así nomás porque están cubiertas en un 70% por texto… y cuando aparece de la nada esa mujer (una buscona cuya única función en la trama es abrirse de gambas) Beá cambia de estilo y ensaya una mezcla entre realismo y línea clara, algo que le salía muy bien a Milo Manara, pero no al autor español. Todo esto sin llegar a lo peor que tiene la faz gráfica, que es el color. En este rubro, Beá acierta las pocas veces que trata de reproducir esas tonalidades sutiles que usaba Moebius, pero después te tira esas páginas todas engamadas en violetas, verdes o rosas, que son un horror cuasi-columbístico.
El guión también es flojo, errático, caprichoso, a años luz de esos hermosos mecanismos de relojería que construyera Beá en Historias de Taberna Galáctica. Lo único divertido es cuando los diálogos se tornan repentinamente groseros. Ahí el autor me sorprendió y me sacó varias sonrisas. El resto es una aventura con estructura clásica, interrumpida con flashbacks al pasado del protagonista que no revisten ningún interés, escenas oníricas que no responden a ninguna necesidad del argumento, y un par de volantazos demasiado bizarros. Me quedo con las historias cortitas que vienen al final, a modo de complemento, donde los guiones no tienen ni la más mínima pretensión, pero el dibujo de Beá explota con una fuerza expresiva y una destreza técnica que no se ve ni a palos en las páginas de La Muralla.
Con mucha menos ambición, obtiene mejores resultados Iceberg, un breve relato gráfico (41 páginas no alcanzan para el rótulos de “novela gráfica”) co-escrito por Jonathan Crenovich y Martín Mazzeo y dibujado por Alessio Rossino. Iceberg tiene un sólo problema, y es que se lee muy rápido. Los guionistas toman la decisión (bastante arriesgada, por cierto) de contar casi toda la historia sin diálogos, y además el tramo principal de la obra transcurre en… menos de cinco minutos y bajo el agua, o sea que se complicaba posta poner muchos más diálogos. Los diálogos que efectivamente aparecen están muy bien, ayudan a sugerir el perfil del protagonista que (por la brevedad del relato) no llegará a desarrollarse, pero por lo menos alguna data tenemos sobre él, como para que nos importe un poco más lo que le pasa. No me quiero extender contando el argumento, porque esto se publicó en Argentina hace relativamente poco y está al alcance de cualquiera que quiera conseguirlo y leerlo. Lo importante es que lo que quieren contar Crenovich y Mazzeo está, y pega fuerte.
Lógicamente hay un muy buen manejo de la narrativa, para que todas esas secuencias mudas impacten y emocionen al lector, y para eso es fundamental el trabajo del dibujante. Con una línea sencilla, limpita, y un manejo del color alucinante, Alessio se pone al hombro casi todas las secuencias de Iceberg y despliega planificaciones muy logradas, con mucho énfasis en el timing, en ese tiempo que corre y que pone nervioso al lector a medida que se complica más la situación de Bruno, este “Mister Miracle subacuático” al que le toca pasarla bastante mal.
Y si bien Iceberg llega a un final contundente (y muy satisfactorio), algo pasa como para que otra historieta de Mazzeo y Crenovich retome a Manta, el enmascarado acuático que protagoniza esta historia. Prometo leer y reseñar muy pronto el primer librito de Manta, donde tengo entendido que los autores ensayan un relato episódico, bastante más extenso que este promisorio debut que vimos en Iceberg.
Nada más, por ahora. Muchas gracias a todos los que se acercaron a saludar en Dibujados (a felicitar por el blog, el canal de YouTube o los podcasts) y nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas.

viernes, 16 de noviembre de 2018

DOS DE VIERNES

En un rato explota el finde largo, pero antes, un par de reseñas.
Arranco en 2014, con El Sabueso y Otras Historias, un librito editado por Ivrea (España) que reúne tres adaptaciones al comic de cuentos de H.P. Lovecraft realizadas por el mangaka Gou Tanabe. A esta altura, es difícil que un historietista nos sorprenda con una versión gráfica de un cuento de Lovecraft, porque es algo que ya se hizo demasiadas veces. De hecho, me sumergí en el libro de Tanabe con imágenes muy potentes en la cabeza, que provenían de la versión de El Sabueso que hizo hace como 20 años el maestro Horacio Lalia. Pero acá hay dos elementos muy atractivos: 1) nunca había visto a un mangaka adaptar a Lovecraft, y 2) Gou Tanabe es un dibujante prodigioso, algo así como el Salvador Sanz japonés, un grosso absoluto en el manejo de los climas oscuros, los detalles demenciales en los fondos, el trabajo con los grises… Visualmente estas versiones son realmente alucinantes, sin nada que envidiarle a las mejores adaptaciones del gran H.P. a la historieta.
Tan bien dibuja Tanabe que no me irritó en lo más mínimo que estirara El Sabueso a lo largo de 60 páginas (Lalia la despachó en 14), ni que moviera la ambientación de El Templo de la Primera Guerra Mundial (la que recién había terminado cuando Lovecraft inicia su etapa más prolífica en materia de relatos de terror) a la Segunda Guerra Mundial. El Templo, contada en 62 páginas con poquísimo texto, sí se me hizo un poco pesada, aunque lo interesante es dejarse subyugar, o incluso asfixiar, por el clima que Tanabe va conjurando a través de todas esas secuencias mudas.
El tercer relato, La Ciudad sin Nombre, se desarrolla en sólo 32 páginas y acá Tanabe no tiene mucho margen para tirar magia y probar cosas raras. Es una historia casi sin conflicto, donde el atractivo es cómo exploramos (a través de los ojos del protagonista) un lugar que se va tornando cada vez más imposible, más extraño, más ominoso. Y Tanabe no escatima absolutamente nada a la hora de dibujar decorados complejísimos, paisajes surreales y criaturas asombrosas, siempre a tono con la oscuridad del cuento de Lovecraft. Creo que es la adaptación que más me cerró de las tres.
Recomiendo mucho El Sabueso y Otras Historias a los fans de Lovecraft, y anoto a Gou Tanabe en la lista de los mangakas a seguir hasta el fondo la cripta más nauseabunda.
Salto a Argentina, año 2018, cuando se publica Dora: Malenki Sukole, tercer libro protagonizado por esta heroína creada por Ignacio Minaverry (las reseñas de los Vol.1 y 2, haciendo click en la etiqueta de Dora). Ambientado en Europa entre 1963 y 1964, este es el tomo de Dora en el que pasan menos cosas. No hay tramas románticas, casi no hay momentos de comedia y no avanza en absoluto la cacería de nazis que Dora había iniciado en los tomos anteriores. ¿Qué nos cuenta Minaverry en estas 120 páginas? Básicamente una historia de verdad, memoria y justicia en la que Dora asume (15 años antes de que existieran en la realidad) el rol de las gloriosas Abuelas de Plaza de Mayo.
Minaverry nos cuenta que (al igual que los genocidas del Proceso) los nazis robaron bebés polacos de las familias judías a las que mandaron a los campos de concentración y los “germanizaron”. Los entregaron a familias alemanas que los criaron como si fueran sus propios hijos, por supuesto ocultándoles su verdadera identidad. Dora descubre que su amiga Lotte es una de estas hijas “germanizadas”, decide contarle la verdad, y le ofrece encontrarse con su verdadera familia (o lo que quedó de ella tras el holocausto). El conflicto es ese, el que conocemos los que seguimos el trabajo de las Abuelas: devolverle la identidad a una chica después de más de 20 años no es algo sencillo, hay un vínculo con sus apropiadores que no se puede soslayar y además insertar a una chica de veintipico en una familia que no la conoce tampoco es una boludez. Pero en Malenki Sukole todo esto se da de modo muy armónico, muy natural, sin que vuele una sola cachetada, sin tiros, ni persecuciones ni escenas más cercanas a una película de espías. Si no fuera porque está todo narrado de un modo muy efectivo, con Minaverry apostando fuerte a emocionar al lector (que puede o no captar la analogía con lo que pasó y pasa en nuestro país), la trama se puede hacer un poco aburrida, sobre todo porque el disparador de la misma aparece recién en la página 27.
Por suerte a Minaverry no se le escapa el hecho de que escribió una novela de 120 páginas de gente hablando (o viajando, o pensando) y se esmera como nunca en el dibujo, que alcanza un nivel realmente extraordinario. Excepto por Lotte (que parece Pepe Sánchez disfrazado de mujer) el resto de los personajes tienen un trabajo exquisito en las expresiones faciales y en el lenguaje corporal. Minaverry va hacia una línea más gruesa, con más presencia de la mancha negra (en parte, me imagino, para suplir la falta de color) y logra una estética que me remitió de inmediato a la de Jacques Tardi. Y claro, a Dora la dibuja mucho más linda que una “chica Tardi promedio”, como si los lápices del maestro francés fueran entintados por dibujantes yankis “de chicas lindas” tipo Terry Dodson, Adam Hughes o Frank Cho. Por supuesto los paisajes, vehículos, peinados y ropa que vemos en Malenki Sukole están milimétricamente tomados de la realidad de 1964, en un laburo de reconstrucción de época tan titánico como el que había mostrado Minaverry en los tomos anteriores. A un comic dibujado a este nivel, ya ni me caliento en pedirle conflictos más explosivos o escenas más impactantes.
¡Volvemos pronto con nuevas reseñas, y nos vemos el domingo y el lunes en Dibujados!

martes, 13 de noviembre de 2018

ESSENTIAL MOON KNIGHT Vol.3

Este voluminoso masacote recopila prácticamente todas las historietas protagonizadas por Moon Knight entre 1983 y 1990. No todas, porque para 1990 ya estaba saliendo la serie Marc Spector: Moon Knight, la más extensa de las muchas colecciones encabezadas por el personaje, que aún hoy nunca se recopiló en libro. Pero la historieta que cierra este libro funciona perfecto como epílogo a todo lo anterior, es decir, a la serie original (cuyos últimos siete números abren el Essential) y a la segunda y efímera Moon Knight: Fist of Khonshu, que duró sólo seis números y aparece completa en este libro.
Pero volvamos a 1983, cuando Doug Moench nos regala sus últimas historias de este personaje con el que tanto se identificó. La verdad, son guiones muy flojitos comparados con lo que veníamos viendo en los Essentials anteriores (nunca los reseñé porque los leí antes de empezar con el blog). Pero tienen un ancho de espadas imbatible que son los dibujos de Kevin Nowlan, que en blanco y negro mejoran muchisimo y adquieren sublime majestad. Como el ritmo de producción de Nowlan ya era lento, la revista traía back-ups, a cargo de otros autores. Uno de ellos, “Cancer” (a cargo de Alan Zelenetz y un primerizo Marc Silvestri) está realmente muy bien.
Cuando se va Moench lo reemplaza Tony Isabella, pero sólo por un par de numeritos donde escasean bastante las buenas ideas. Lo mejor es un back-up medio en joda, homenajeando a los comics de la E.C., con dibujos de Richard Howell. Y para los tres últimos números de esta primera serie de Moon Knight, se convierte en guionista Alan Zelenetz, quien tratará de cambiar la onda del personaje: en vez de un justiciero urbano tipo Batman o Daredevil, nuestro héroe ahora se vinculará en asuntos sobrenaturales, siempre repletos de elementos místicos… con resultados sobrenaturalmente espantosos. Su primer número es casi aceptable porque lo dibuja y entinta el gran Bo Hampton, pero ni bien llega un entintador que tapa un poco el trazo de Hampton, Moon Knight se torna ilegible.
Llega entonces el relanzamiento, con un nuevo nº1 y un nuevo rumbo más para el lado del ocultismo. Zelenetz se da el lujo de no darle bola al vínculo entre el protagonista y sus amigos (Marlene y Frenchie) y ningunear por completo uno de los elementos más interesantes, que es el las múliples identidades secretas del héroe. Eso dura cuatro números muy aburridos, dibujados por el correcto Chris Warner y entintados como los dioses por el exquisito filipino Eufronio Reyes Cruz (E.R. Cruz, para los amigos). Y después vienen un unitario escrito por Jo Duffy y otro por Jim Owsley (hoy Christopher Priest), uno más intrascendente que el otro. Y así, en Diciembre de 1985, el Fist of Khonshu se lo meten donde vos te estás imaginando y Moon Knight se queda sin serie propia por varios años.
Pero todavía falta para llegar a aquel unitario de 1990. Primero tenemos una historia de Ann Nocenti y Brent Anderson (a priori, un equipazo) donde Moon Knight y Marlene de nuevo están juntos, para enfrentar a otra amenaza sobrenatural bastante pelotuda. Después, en otra historia corta, Jo Duffy plantea otra aventura con elementos místicos, pero con algo de humor y palos despiadados contra las boy bands chotas tipo New Kids on the Block. Mike Carlin, en poquitas páginas, narra una historia ambientada en New York en la que el héroe reaparece con todas sus personalidades secretas, como si de nuevo estuviéramos en 1983 y Moench fuera el guionista titular. En la siguiente historia corta, en cambio, Moon Knight opera en el área de Los Angeles, sin sus personajes secundarios de siempre, y de nuevo se vincula con la temática sobrenatural. Los textos del maestro Roger Stern son abultadísimos, el dibujo del veterano Bob Hall está bastante bien y la historia se hace cargo (un poquito) del accidentado paso del personaje por la revista West Coast Avengers.
Y después sí, la breve “Old Business”, en la que el cuasi-ignoto Robert M. Ingersoll se anima a ponerle un moñito a toda esta etapa de Moon Knight, barre un poco abajo de la alfombra la faceta mística del personaje para reconciliarlo con la impronta más “batmanesca” y hasta tiene tiempo de presentar a un villano, que nunca más volvió a aparecer. El dibujo de esas 11 páginas es pesadillesco, abisal, un auténtico cáncer de retinas. La gracia está (como ya señalé) en la sensación de clausura, de “fin de una era” que transmite el guión. Si la idea era dejarle la cancha limpita a Chuck Dixon para que jugara tranquilo en la serie que lanzó en 1989, esta historia llegó tarde, pero cumplió su cometido.
Y bueno, faltarán muchos años para que Moon Knight vuelva a protagonizar una serie cuyo atractivo se acerque al de los primeros 30 números de Doug Moench, con lo cual no me duele tanto que no exista un Vol.4 de esta colección. Con los tres tomos que hay, te armás perfectamente la etapa clásica y te quedan sobrando unas cuantas de las historias que componen este Vol.3, claramente el menos imprescindible de los tres Essentials.
Gracias a todos los que se acercaron a saludarme en la San Luis Comic Con y volvemos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

jueves, 8 de noviembre de 2018

DOS CORTITAS Y A SAN LUIS

Hoy se me juntaron dos libros de poquitas páginas, de esos que se leen muy rápido.
Empiezo con Mitos, del maestro holandés Dick Matena, un álbum ochentoso que reúne cuatro relatos de 10 páginas cada uno. Los mitos que elige Matena para explorar en estas historias son John Lennon, Marilyn Monroe, Alfred Hitchcock y James Dean, pero lejos de la biografía obvia, el holandés toma a los personajes como disparadores de ideas muy locas.
El mejor guión es, lejos, el de la historia de Hitchcock. Un verdadero mecanismo de relojería, ajustado al milímetro. Pero el de Lennon, sin ser un prodigio técnico, también me resultó muy atrapante. El de James Dean es un poquito predecible (dentro del clima cuasi-onírico que tienen los cuatro relatos) y el de Marilyn está bien, sin ser una genialidad. Subrayo lo del clima: Matena sitúa estas historias en un mundo irreal, un plano dimensional donde todo es icónico, estridente, cacofónico. Los fondos son formas, colores y gente: celebridades, deportistas, figuras vinculadas a la religión o la política, soldados, payasos, tipos y minas que garchan con desenfreno, dibujantes frente a sus tableros… Por ese espacio en constante estado de flujo o de ebullición, transitan los personajes centrales de estas extrañas historias, que eran claramente vanguardistas cuando Matena las creó allá por 1981-82.
Matena plantea las páginas con pocos cuadros, con muchas páginas de tres cuadros y ninguna de más de seis. Eso le permite jugarse la vida en las composiciones, para que todo ese despliegue fascinante de los fondos no le reste claridad a lo que sucede en primer plano con los personajes centrales. Y ahí es donde Mitos tiene todo para ganar: en cómo están compuestas las viñetas, y obviamente ene l trazo claro y potente de Matena. El holandés trabaja sin sombras, con una línea clara (no muy distinta a lo que vimos hace poco en aquel álbum dibujado por Atilio Micheluzzi), que gana peso con el color plano, como le pasaba al trazo ochentoso de Moebius.
No es un libro para pagar caro, porque tiene sólo 40 páginas de historieta. Pero si la idea es conocer a un autor atípico de un mercado atípico (porque convengamos que aún hoy nos cuesta situar a Holanda en el mapa de la historieta mundial), Mitos es una gran incorporación para cualquier biblioteca. Y además tiene la magia de haber sido editado por Toutain.
Este año se recopilaron en un librito casi 80 entregas de El Gordo Sin Remera, la historieta humorística que Juampa Camarda comparte casi todos los días en las redes sociales. Es un formato raro, con planchas cuadradas, a su vez divididas siempre en cuatro viñetas exactamente iguales. Lógicamente, para poder contar mini-historias cómicas en ese formato hay que tener un gran manejo del timing, y sí, Camarda lo tiene. El Gordo Sin Remera, como tantas obras actuales, encuentra la comicidad en el patetismo del protagonista, sin salir de las escenas más básicas de la vida cotidiana: la comida, el trabajo, la relación con la novia, los videojuegos y una perra rompepelotas. Así, sin estridencias ni elementos fantásticos, con un blanco y negro crudo, casi sin fondos, Camarda construye pequeñas joyas minimalistas de gran efectividad humorística.
Buena parte de la gracia reside en los diálogos, que están ajustadísimos, y el resto en el dibujo, que mejora mucho y muy rápido. Cuando van… 10-12 entregas Camarda pega un salto cualitativo en el dibujo que lo pone muy arriba y ahí se mantiene hasta hoy. Lo cual es especialmente meritorio al tratarse de una historieta que no está apoyada en el talento gráfico de su autor sino (como ya dije) en los diálogos, el timing y la construcción de este carismático personaje que seguramente tiene mucho en común con el propio Juampa Camarda.
Si te querés reir un rato y –en una de esas- sentirte identificado con este loser, o si querés sentir ese alivio que produce ver que hay pibes más hechos mierda que uno, asomate a espiar la vida del Gordo Sin Remera, que seguro vas a pasar un buen rato.
Esta noche viajo a San Luis y sí, me llevo un Essential bien power para leer en el viaje. Casi seguro el martes que viene tenemos la reseña por acá. Buen finde para todos y espero encontrarme con todos los que asistan a la San Luis Comic Con.

martes, 6 de noviembre de 2018

MARTES DE CHICAS

Hace bastante que no leo nada vinculado al universo de Fables, pero acá estoy, con In All the Land, la novela gráfica de Fairest, publicada en 2013. Se trata de una historia de 150 páginas escrita por el gran Bill Willingham, en la que participan un montón de dibujantes. La protagonista es Cinderella, la estructura es la de un misterio policial clásico (un whodunnit) y la resolución es excelente. Esos son los puntos a favor.
Pero también tiene varios puntos en contra, a saber: a) está bastante estirada. Esa misma historia se podría haber contado en 90 ó 96 páginas. b) la novela empieza y termina con dos segmentos que no son historieta sino prosa, complementada con ilustraciones de Chrissie Zullo. Nada, no está mal escrita, pero cuando uno compra novelas gráficas es porque prefiere leer historietas, no literatura. c) Para que la novela gráfica conectara mejor con la consigna de Fairest (historias centradas en los personajes femeninos de Fables), Willingham fuerza bastante la trama para que aparezcan muchísimas de estas chicas del universo de Fables, algunas en roles muy poco relevantes.
Entre los dibujantes no hay ninguno demasiado desastroso. Tony Akins lidera, como de costumbre, el ranking de los más crotos. Y entre los que realmente se lucen, entre los que engalanan con su talento las pocas páginas que dibuja cada uno, están bestias sagradas como Gene Ha, Kevin Maguire, Adam Hughes, Chris Sprouse (al que le tocó un segmento magnífico, casi una historieta unitaria independiente metida de prepo en la novela), Phil Noto, Shawn McManus, Dean Ormston, Renae de Liz y por supuesto el glorioso Mark Buckingham, el dibujante titular de Fables. También están Al Davison, Iñaki Miranda y Tula Lotay (por debajo de su nivel habitual), Russ Braun, Ming Doyle (con solo dos paginitas, a mi pesar) y algunos chicos y chicas más a los que no conocía.
En síntesis, In All the Land es una historia entretenida, pensada para darle mucha chapa a Cinderella, que hubiese sido mucho mejor si fueran 96 páginas, todas en forma de comic y todas dibujadas por un mismo artista.
Me vengo a Argentina, a 2018, cuando Camila Torre Notari presenta El Ángel Negro, una especie de novela integrada por capítulos que bien podrían ser una serie de historias autoconclusivas. La autora logra algo bastante difícil de hacer: sin moverse un milímetro del slice of life, sin apelar a ningún elemento onírico ni fantástico, incluso poniéndose a ella misma como protagonista, Camila presenta en cada una de estas nueve historias un auténtico conflicto. Obviamente son conflictos chiquitos, de entrecasa, pero conflictos al fin. Y para cada uno hay un desarrollo y una resolución. Eso es tan infrecuente en la historieta autobiográfica que lo tengo que subrayar y aplaudir de pie.
El Ángel Negro es una historieta acerca del amor por las mascotas, pero no hace falta ser fan de los gatos y los perros para disfrutarla. Torre Notari tiene varios anchos de espadas: por un lado, el truco de ambientar las historias en su casa, con su propia familia y su amigos como personajes principales y secundarios. Para bancar esta decisión hay que ponerle a los relatos una dosis de honestidad muy importante y eso también se agradece. Otro punto que me cautivó por completo es el de los diálogos: acá están –lejos- los díalogos más realistas, mejor sintonizados con el habla argenta del 2018, que leí en mucho tiempo. Increíble el oído de Camila para pescar y reproducir los giros idiomáticos que usamos todos los días. Hay algo más, muy interesante, y es que no se nota un esfuerzo por parte de la autora por resaltar que todo lo que cuenta es verdad. Creo que para la cuarta o quinta página ya no me quedaba ninguna duda de que El Ángel Negro tiene cero ficción, mucha menos que cualquier diario de los que se publican en Argentina. Pero no es un comic documental ni enfantiza todo el tiempo el hecho de no tener ficción.
De la faz gráfica me gustaron mucho la narrativa, el armado de las páginas y el uso de las distintas tonalidades de amarillo. Y el dibujo en sí, un poquito menos. Es funcional al relato, es expresivo, contribuye también a establecer este verosímil tan sólido, pero no es lo que más me llamó la atención. De todos modos, cuando las historias son interesantes y el flujo narrativo está cuidado, el virtuosismo gráfico no es lo más importante.
Recomiendo mucho El Ángel Negro a los amantes del buen slice of life, de los animalitos y de las historietas que no requieren de elementos ficticios para atraparnos.
En una de esas tenemos nuevo post el día jueves… y si no será el martes 13, cuando esté de regreso en Buenos Aires tras un fin de semana en San Luis que promete ser demoledor. Gracias y hasta pronto.

domingo, 4 de noviembre de 2018

DOS DE DOMINGO

Por un error en la matrix, anoche me acosté temprano y hoy estoy levantado desde las 10 AM, algo loquísimo para un domingo. Pero bueno, aprovecho para reseñar algunos libritos que leí en estos días.
Empiezo con Bajo el Cielo de Atacama, un álbum editado en Chile que tiene apenas 32 páginas. Es una historieta de una extensión rara (30 páginas) escrita nada menos que por el maestro Pierre Christin y dibujada por el grossísimo Olivier Balez, un francés que vivió muchos años en Chile. Me juego la chota a que esto en Francia nunca se editó en álbum, sino que apareció en una revista y nunca salió de ahí.
Bajo el Cielo de Atacama es una historieta 100% documental. Pierre Christin, genio de la ficción, se enamora un rato de la realidad y logra que el demiurgo se convierta en cronista. Así, nos toma de la mano para recorrer un lugar muy especial de la puna de Atacama, donde se unen el pueblo de San Pedro, dos volcanes (uno de ellos en actividad), uno de los desiertos más secos del mundo y un gigantesco e hiper-tecnificado observatorio astronómico que desafía la imaginación de los grandes escritores de ciencia-ficción. Christin nos cuenta cómo funciona el observatorio, cómo vive la gente que trabaja dentro y alrededor del mismo, a qué se dedica la población local y qué carajo van a hacer a esa zona los miles y miles de turistas que llegan cada año. También repasa los puntos más salientes de la historia del desierto de Atacama, sin aburrir ni pasarse de didáctico.
La historieta tiene mucha información y pese a su brevedad no se lee en dos minutos. Y aunque no te interese mucho el tema, se hace absolutamente hipnótica gracias a los magníficos dibujos de Balez, un artista extraordinario, una mezcla entre Paco Roca y Tommy Lee Edwards. A mí me atrapó el relato, aunque no hay conflictos, ni aventuras, ni ficción.
A pesar (o en realidad a raíz de) tantos premios, tanta fanfarria, tantas notas en las que se hace hincapié en los millones de ejemplares que venden sus obras, en algún momento consideré la posibilidad de que Raina Telgemeier fuera en realidad una autora del montón, inflada por los vendehumo de siempre. Después de leer Ghosts, me convencí de que no, de que es MUY grossa. Y si no tiene aún más fama y más éxito, es porque es un autora de poca producción que (incluso con dos asistentes, más una rotulista) apenas supera las 100 páginas por año.
Ghosts es una mezcla perfecta entre slice of life y aventura con elementos sobrenaturales, en la que Telgemeier se enfoca en la relación entre dos hermanas. Como su nombre lo indica, es una historia de fantasmas, pero básicamente alegre, con un mensaje sumamente positivo que ensalza los valores de la amistad, de la buena onda entre los vivos y los muertos. También hay una trama romántica, y un notable esfuerzo por parte de la autora por difundir la problemática de la fibrosis quística, la enfermedad que afecta a una de las hermanas Allende-Del Mar. Felizmente, Raina combina armónicamente todos estos componentes, y cuenta una historia con mucho ritmo, que podría ser tranquilamente un hermoso largometraje animado. A priori parece un disparate pasar de una secuencia en una sala de terapia intensiva de un hospital a otra en la que los chicos vuelan por sobre la playa de la mano de los fantasmas, pero en Ghosts esos dos registros conviven sin mayor dificultad.
Raina Telgemeier tiene el oído perfectamente sintonizado en el habla de los y las adolescentes de los EEUU de hoy, y eso hace que los diálogos también sean un punto altísimo en esta novela. Incluso los (no pocos) personajes que hablan en castellano lo hacen correctamente, aunque –lógicamente- Raina no logra embocar nunca los momentos en los que se tutean o se tratan de usted, una complicación que el idioma inglés no ofrece. Y finalmente me toca hablar del dibujo, donde veo como principal referencia gráfica al glorioso Bill Watterson. No, pará: no digo que Telgemeier dibuje igual que Watterson. Nadie va a llegar nunca a ese nivel. Digo que en la base del estilo de Telgemeier veo la influencia de Watterson. También algo de autores franceses tipo Dupuy y Berberian. Y lo que Raina hace muy bien (y Watterson, Dupuy y Berberian no hicieron nunca) es dejar la vida en esas splash pages donde nos ofrece tomas panorámicas, para mostrarnos grandes planos de la ciudad, de la playa, o esas escenas de la fiesta del Día de los Muertos en las que aparecen decenas (o quizás cientos) de tipitos, minitas y fantasmas. Visualmente esto transmite la misma buena onda y la misma accesibilidad que el guión, y eso es sin duda un gran logro por parte de la autora.
Y bueno, ni bien vea otra novela de Telgemeier a buen precio, voy por ella, porque esta me encantó. Vuelvo pronto con nuevas reseñas y les recuerdo a los amigos de Cuyo que el viernes 9, sábado 10 y domingo 11 voy a estar participando (como todos los años) de la San Luis Comic Con. ¡Gracias y hasta pronto!