el blog de reseñas de Andrés Accorsi

viernes, 16 de noviembre de 2018

DOS DE VIERNES

En un rato explota el finde largo, pero antes, un par de reseñas.
Arranco en 2014, con El Sabueso y Otras Historias, un librito editado por Ivrea (España) que reúne tres adaptaciones al comic de cuentos de H.P. Lovecraft realizadas por el mangaka Gou Tanabe. A esta altura, es difícil que un historietista nos sorprenda con una versión gráfica de un cuento de Lovecraft, porque es algo que ya se hizo demasiadas veces. De hecho, me sumergí en el libro de Tanabe con imágenes muy potentes en la cabeza, que provenían de la versión de El Sabueso que hizo hace como 20 años el maestro Horacio Lalia. Pero acá hay dos elementos muy atractivos: 1) nunca había visto a un mangaka adaptar a Lovecraft, y 2) Gou Tanabe es un dibujante prodigioso, algo así como el Salvador Sanz japonés, un grosso absoluto en el manejo de los climas oscuros, los detalles demenciales en los fondos, el trabajo con los grises… Visualmente estas versiones son realmente alucinantes, sin nada que envidiarle a las mejores adaptaciones del gran H.P. a la historieta.
Tan bien dibuja Tanabe que no me irritó en lo más mínimo que estirara El Sabueso a lo largo de 60 páginas (Lalia la despachó en 14), ni que moviera la ambientación de El Templo de la Primera Guerra Mundial (la que recién había terminado cuando Lovecraft inicia su etapa más prolífica en materia de relatos de terror) a la Segunda Guerra Mundial. El Templo, contada en 62 páginas con poquísimo texto, sí se me hizo un poco pesada, aunque lo interesante es dejarse subyugar, o incluso asfixiar, por el clima que Tanabe va conjurando a través de todas esas secuencias mudas.
El tercer relato, La Ciudad sin Nombre, se desarrolla en sólo 32 páginas y acá Tanabe no tiene mucho margen para tirar magia y probar cosas raras. Es una historia casi sin conflicto, donde el atractivo es cómo exploramos (a través de los ojos del protagonista) un lugar que se va tornando cada vez más imposible, más extraño, más ominoso. Y Tanabe no escatima absolutamente nada a la hora de dibujar decorados complejísimos, paisajes surreales y criaturas asombrosas, siempre a tono con la oscuridad del cuento de Lovecraft. Creo que es la adaptación que más me cerró de las tres.
Recomiendo mucho El Sabueso y Otras Historias a los fans de Lovecraft, y anoto a Gou Tanabe en la lista de los mangakas a seguir hasta el fondo la cripta más nauseabunda.
Salto a Argentina, año 2018, cuando se publica Dora: Malenki Sukole, tercer libro protagonizado por esta heroína creada por Ignacio Minaverry (las reseñas de los Vol.1 y 2, haciendo click en la etiqueta de Dora). Ambientado en Europa entre 1963 y 1964, este es el tomo de Dora en el que pasan menos cosas. No hay tramas románticas, casi no hay momentos de comedia y no avanza en absoluto la cacería de nazis que Dora había iniciado en los tomos anteriores. ¿Qué nos cuenta Minaverry en estas 120 páginas? Básicamente una historia de verdad, memoria y justicia en la que Dora asume (15 años antes de que existieran en la realidad) el rol de las gloriosas Abuelas de Plaza de Mayo.
Minaverry nos cuenta que (al igual que los genocidas del Proceso) los nazis robaron bebés polacos de las familias judías a las que mandaron a los campos de concentración y los “germanizaron”. Los entregaron a familias alemanas que los criaron como si fueran sus propios hijos, por supuesto ocultándoles su verdadera identidad. Dora descubre que su amiga Lotte es una de estas hijas “germanizadas”, decide contarle la verdad, y le ofrece encontrarse con su verdadera familia (o lo que quedó de ella tras el holocausto). El conflicto es ese, el que conocemos los que seguimos el trabajo de las Abuelas: devolverle la identidad a una chica después de más de 20 años no es algo sencillo, hay un vínculo con sus apropiadores que no se puede soslayar y además insertar a una chica de veintipico en una familia que no la conoce tampoco es una boludez. Pero en Malenki Sukole todo esto se da de modo muy armónico, muy natural, sin que vuele una sola cachetada, sin tiros, ni persecuciones ni escenas más cercanas a una película de espías. Si no fuera porque está todo narrado de un modo muy efectivo, con Minaverry apostando fuerte a emocionar al lector (que puede o no captar la analogía con lo que pasó y pasa en nuestro país), la trama se puede hacer un poco aburrida, sobre todo porque el disparador de la misma aparece recién en la página 27.
Por suerte a Minaverry no se le escapa el hecho de que escribió una novela de 120 páginas de gente hablando (o viajando, o pensando) y se esmera como nunca en el dibujo, que alcanza un nivel realmente extraordinario. Excepto por Lotte (que parece Pepe Sánchez disfrazado de mujer) el resto de los personajes tienen un trabajo exquisito en las expresiones faciales y en el lenguaje corporal. Minaverry va hacia una línea más gruesa, con más presencia de la mancha negra (en parte, me imagino, para suplir la falta de color) y logra una estética que me remitió de inmediato a la de Jacques Tardi. Y claro, a Dora la dibuja mucho más linda que una “chica Tardi promedio”, como si los lápices del maestro francés fueran entintados por dibujantes yankis “de chicas lindas” tipo Terry Dodson, Adam Hughes o Frank Cho. Por supuesto los paisajes, vehículos, peinados y ropa que vemos en Malenki Sukole están milimétricamente tomados de la realidad de 1964, en un laburo de reconstrucción de época tan titánico como el que había mostrado Minaverry en los tomos anteriores. A un comic dibujado a este nivel, ya ni me caliento en pedirle conflictos más explosivos o escenas más impactantes.
¡Volvemos pronto con nuevas reseñas, y nos vemos el domingo y el lunes en Dibujados!

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