Esta es una rareza ochentosa, una novela gráfica que pasó demasiado desapercibida, quizás porque la editó Comico, un sello que hizo de todo para jugar en Primera pero jamás lo logró.
El guionista es Mike Baron, el mismo de Nexus y de la primera etapa de la revista de Flash protagonizada por Wally West. Pero es una referencia anecdótica, casi caprichosa, porque The World of Ginger Fox no tiene nada que ver con ese tipo de historias. Esta es una creación que va claramente para otro lado, ambientada en el mundo real (o casi, porque todo transcurre en Hollywood) y protagonizada por minas y tipos 100% normales, con problemas, ambiciones, adicciones, alegrías, amores y fracasos como cualquiera de nosotros.
La historia arranca cuando Ginger Fox, una joven ejecutiva, acepta ponerse al frente de una gran productora cinematográfica que, después de varias décadas de gloria, se está por ir al descenso. Ginger tiene que lograr sacar a flote a la empresa, lograr que se terminen y se estrenen las películas que pueden llegar a ser un éxito y frenar las que huelen a fiambre antes de que den más pérdidas. La aventura está ahí, en ese vértigo de toma de decisiones, y obviamente en las presiones que va a recibir Ginger de todas partes, porque es obvio que se largó a nadar en un océano infestado de tiburones con menos pruritos que los economistas del PRO.
Baron se las ingenia para conservar un clima de comedia, distendido, repleto de diálogos ingeniosos, y a la vez introduce elementos románticos, rosca política entre empresarios y varias escenas de acción. Todo esto, sumado a la cantidad de data que maneja el guionista acerca de quién, cómo y por qué toma las decisiones en las grandes productoras de cine, arman un combo que te entretiene muchísimo a lo largo de 62 páginas en las que el ritmo jamás decae. ¿Ni siquiera cuando se discuten cláusulas contractuales y presupuestos? Creeme que no, que Baron logra que esas conversaciones también sean muy interesantes.
El dibujo está a cargo de Mitch O´Connell, un artista muy notable que tuvo su mini-momento de chapa en los comics de mediados de los ´80, pero rápidamente se volcó a la ilustración editorial, donde hoy es un referente a nivel mundial. Una lástima que O´Connell no haya seguido su carrera como historietista, porque la verdad que, además de la belleza y la frescura de su trazo, tenía un inmenso talento para la narrativa gráfica. En esta novela hay unas puestas en página muy atractivas, en las que O´Connell probaba variantes que en 1986-87 no eran para nada frecuentes. El juego de la espacialidad, la ornamentación en los fondos (incluso cuando no dibuja los fondos), el dinamismo en los enfoques… acá hay mucho para descubrir y aprender.
La línea en sí es preciosa, es una especie de Steve Rude sin las masas de negro, con primeros planos de las chicas que parecen de comics románticos de los ´60 y un clima de sofisticación medio irónica perfectamente logrado. Además el dibujante la rompe cuando tiene que jugar a las resemblanzas y mostrarnos (a veces en los fondos, o en escenas en las que aparecen 350 personajes) a actores reales, a los que uno reconoce de inmediato (Clint Eastwood, Jack Nicholson, Meryl Streep, Don Johnson, etc.). Estamos frente a un trabajo gráficamente precioso y narrativamente adelantado a su época.
Repito: esto pasó bastante desapercibido, lo cual significa que quizás nunca se haya publicado en castellano y que –también quizás- la edición original yanki todavía se consiga por monedas. Si sos fan de Mike Baron, si venís del palo de la ilustración y venerás a Mitch O´Connell, o si simplemente querés descubrir una muy buena historia que se nutre del backstage del Hollywood de los ´80, el mundo de Ginger Fox te va a resultar un lugar sumamente placentero.
viernes, 31 de julio de 2015
jueves, 30 de julio de 2015
30/ 07: DIAS GRISES
Sigo mi recorrida por la historieta española actual y me encuentro con esta novela gráfica de 2008, íntegramente a cargo de Guillem March, hoy bastante conocido por su trabajo como dibujante en el mainstream de DC, principalmente en Catwoman.
A nivel gráfico, este es un March bastante más salvaje que el que se ve en Catwoman, un dibujante que se esfuerza menos por agradar a todo tipo de lector, que le busca la vuelta a la diagramación de la página sin caer en la estridencia y que aplica él mismo el color, con técnicas mucho más expresionistas, más raras y más diversas que las que se suelen ver en los comics de superhéroes. Días Grises, por su extensión, parece pensado para el mercado francés. Sin embargo, tiene una cantidad de primeros planos y planos detalle que los franceses no se fuman ni ahí. Quizás me equivoco y está hecho especialmente para el sello Dolmen, que es quien lo editó en España. Visualmente, es un trabajo muy sólido, muy consistente, con los saltos al vacío justos para que el lector no se aburra y tampoco se pierda en los vericuetos de un relato bastante arriesgado, poco convencional.
El guión de Días Grises nos propone sumergirnos en una pesadilla de obsesiones, paranoias, mentiras y cuernos, ambientada en el mundo real, en un suburbio cheto, de casas con jardín y pileta, como podría ser Martínez o La Lucila. O más lejos, porque en un momento dicen que para llegar a la capital hay que manejar varias horas. Lo cierto es que en esas casas tipo country se desarrolla la tragedia que involucra a David, Víctor, Martín y a las mujeres que los atormentarán. March nos cuenta toda la historia desde la óptica de David, el único personaje al que le permite narrar en primera persona… y el que se va a llevar no sólo el mayor protagonismo, sino también la peor parte.
Para simplificarla groseramente, podríamos decir que Días Grises es la historia de cómo David se vuelve loco. Pero por suerte hay más elementos interesantes: March habla de la pareja, de las expectativas de hombres y mujeres, de la fidelidad, de la presión que ejerce la cultura empresarial capitalista sobre sus adeptos… Es una historia en la que el sexo tiene mucho peso y aún así no hay escenas eróticas fuertes. A la inversa, March nos impacta con tremendas escenas de violencia, de las cuales muchas no suceden en la realidad, sino en la mente trastornada de David.
No quiero contar nada del argumento, porque es complejo y está muy bien sembrado con intrigas que se resuelven recién al final y que conviene no spoilear. Lo importante es que Días Grises, sin ser la gema del infinito que te va a cambiar la vida, es una buena historieta, con ideas originales, un desarrollo ganchero y buenos dibujos.
Ojalá en un futuro no muy lejano Guillem March apague la maquinita de hacer chorizos y resigne un poco de la facturación que le debe generar su laburo en DC para volver a probar suerte con obras más personales, donde se luzca más su impronta autoral. Días Grises da testimonio de que podemos estar ante una voz realmente interesante dentro de lo que es el comic de entretenimiento, sin demasiadas pretensiones pero con una efectividad muy notable.
A nivel gráfico, este es un March bastante más salvaje que el que se ve en Catwoman, un dibujante que se esfuerza menos por agradar a todo tipo de lector, que le busca la vuelta a la diagramación de la página sin caer en la estridencia y que aplica él mismo el color, con técnicas mucho más expresionistas, más raras y más diversas que las que se suelen ver en los comics de superhéroes. Días Grises, por su extensión, parece pensado para el mercado francés. Sin embargo, tiene una cantidad de primeros planos y planos detalle que los franceses no se fuman ni ahí. Quizás me equivoco y está hecho especialmente para el sello Dolmen, que es quien lo editó en España. Visualmente, es un trabajo muy sólido, muy consistente, con los saltos al vacío justos para que el lector no se aburra y tampoco se pierda en los vericuetos de un relato bastante arriesgado, poco convencional.
El guión de Días Grises nos propone sumergirnos en una pesadilla de obsesiones, paranoias, mentiras y cuernos, ambientada en el mundo real, en un suburbio cheto, de casas con jardín y pileta, como podría ser Martínez o La Lucila. O más lejos, porque en un momento dicen que para llegar a la capital hay que manejar varias horas. Lo cierto es que en esas casas tipo country se desarrolla la tragedia que involucra a David, Víctor, Martín y a las mujeres que los atormentarán. March nos cuenta toda la historia desde la óptica de David, el único personaje al que le permite narrar en primera persona… y el que se va a llevar no sólo el mayor protagonismo, sino también la peor parte.
Para simplificarla groseramente, podríamos decir que Días Grises es la historia de cómo David se vuelve loco. Pero por suerte hay más elementos interesantes: March habla de la pareja, de las expectativas de hombres y mujeres, de la fidelidad, de la presión que ejerce la cultura empresarial capitalista sobre sus adeptos… Es una historia en la que el sexo tiene mucho peso y aún así no hay escenas eróticas fuertes. A la inversa, March nos impacta con tremendas escenas de violencia, de las cuales muchas no suceden en la realidad, sino en la mente trastornada de David.
No quiero contar nada del argumento, porque es complejo y está muy bien sembrado con intrigas que se resuelven recién al final y que conviene no spoilear. Lo importante es que Días Grises, sin ser la gema del infinito que te va a cambiar la vida, es una buena historieta, con ideas originales, un desarrollo ganchero y buenos dibujos.
Ojalá en un futuro no muy lejano Guillem March apague la maquinita de hacer chorizos y resigne un poco de la facturación que le debe generar su laburo en DC para volver a probar suerte con obras más personales, donde se luzca más su impronta autoral. Días Grises da testimonio de que podemos estar ante una voz realmente interesante dentro de lo que es el comic de entretenimiento, sin demasiadas pretensiones pero con una efectividad muy notable.
miércoles, 29 de julio de 2015
29/ 07: CHUÑO
Ay, ay, ay… Qué cagada tener que escribir lo que voy a escribir acerca de una obra de un autor nuevo, al que no conocía…
Chuño tiene un guión muy lindo, muy atractivo, fresco, repleto de imaginación, de ternura, de ideas y conceptos novedosos, de momentos fuertes. Un guión no perfectamente redondo, pero muy logrado, muy original y difícil de olvidar.
El dibujo, en cambio, es muy precario. Flojo, descuidado, con inconsistencias técnicas, y con algunas páginas (en especial la 49 y la 65) que me lesionaron las retinas de lo horrendas que me parecieron. De verdad, por momentos pensás que ni a propósito se puede hacer algo visualmente tan feo. Hasta la tipografía de los diálogos es una cosa sosa, triste y crota, que ayuda a que más de una vez me haya planteado no seguir adelante con la lectura del libro. Sobre el tercio final de la obra, el dibujo levanta un poquito y aparecen algunas viñetas un poco más lindas, mejor pensadas y mejor ejecutadas. Pero estamos hablando de un dibujante al que le faltan muchos años de arduo estudio y colosal esfuerzo para poder aspirar a algo que no sean las autoediciones, o a las palmadas en la espalda de alguien que no sea amigo suyo.
Fede Di Pila (que de él estamos hablando) toma la decisión extrema de no apostar a la puesta en página, de sacarla de la ecuación. Así, plantea una única grilla para toda la novela: dos viñetas por página (una arriba y una abajo), de punta a punta, más la ocasional viñeta doble que ocupa toda la página. En general, cuando un autor decide bancar una misma grilla durante toda una novela está poniendo sobre la mesa el artificio, blanqueando –de algún modo- que lo que está haciendo no es lo normal. Es como si te dijera “aguantate esta excentricidad, que capaz que de acá sale algo grosso”. Y sí, hay muchas historietas que sostienen una misma grilla a lo largo de infinitas páginas y logran efectos muy notables.
Dentro de ese “capricho de la grilla única”, la que menos garpa en términos narrativos es la de dos cuadros por página. Es la que más se parece a otra cosa, a un álbum de fotos, a cuadros colgados en una pared, a imágenes que no están yuxtapuestas a los efectos de contar una historia, sino a cualquier otro. Me viene a la mente, por ejemplo, Jacques Loustal, un dibujante de la hiper-concha de Dios, al que lo hemos visto optar más de una vez por la grilla de dos viñetas… y a veces derrapar hacia secuencias apenas hilvanadas, más parecidas a dos ilustraciones independientes puestas una arriba de la otra para hinchar las pelotas. Las viñetas de Chuño, lamentablemente, transmiten eso. Hay que hacer un esfuerzo (sumado al de fumarse ese dibujo tan flojo, a años luz de las maravillas que pela Loustal) para imaginar que son parte de lo mismo, que en cada una vamos a ver la continuación de lo que vimos en la anterior. El flujo del relato, entonces, se ve obstaculizado por esta decisión extraña en materia de narrativa y obviamente eso también resta.
Me queda para rescatar algo del argumento y bastante del guión que –repito- tiene muy lindos momentos, muy buenas ideas y climas muy atractivos. Para la próxima, le recomiendo a Fede Di Pila trabajar en equipo con un dibujante que se cope con sus guiones y los grafique un poco mejor. Y hoy a la noche voy a soñar con el guión de Chuño dibujado por Craig Thompson: si mañana no me despierto, quedate tranqui que me voy a haber muerto muy feliz.
Chuño tiene un guión muy lindo, muy atractivo, fresco, repleto de imaginación, de ternura, de ideas y conceptos novedosos, de momentos fuertes. Un guión no perfectamente redondo, pero muy logrado, muy original y difícil de olvidar.
El dibujo, en cambio, es muy precario. Flojo, descuidado, con inconsistencias técnicas, y con algunas páginas (en especial la 49 y la 65) que me lesionaron las retinas de lo horrendas que me parecieron. De verdad, por momentos pensás que ni a propósito se puede hacer algo visualmente tan feo. Hasta la tipografía de los diálogos es una cosa sosa, triste y crota, que ayuda a que más de una vez me haya planteado no seguir adelante con la lectura del libro. Sobre el tercio final de la obra, el dibujo levanta un poquito y aparecen algunas viñetas un poco más lindas, mejor pensadas y mejor ejecutadas. Pero estamos hablando de un dibujante al que le faltan muchos años de arduo estudio y colosal esfuerzo para poder aspirar a algo que no sean las autoediciones, o a las palmadas en la espalda de alguien que no sea amigo suyo.
Fede Di Pila (que de él estamos hablando) toma la decisión extrema de no apostar a la puesta en página, de sacarla de la ecuación. Así, plantea una única grilla para toda la novela: dos viñetas por página (una arriba y una abajo), de punta a punta, más la ocasional viñeta doble que ocupa toda la página. En general, cuando un autor decide bancar una misma grilla durante toda una novela está poniendo sobre la mesa el artificio, blanqueando –de algún modo- que lo que está haciendo no es lo normal. Es como si te dijera “aguantate esta excentricidad, que capaz que de acá sale algo grosso”. Y sí, hay muchas historietas que sostienen una misma grilla a lo largo de infinitas páginas y logran efectos muy notables.
Dentro de ese “capricho de la grilla única”, la que menos garpa en términos narrativos es la de dos cuadros por página. Es la que más se parece a otra cosa, a un álbum de fotos, a cuadros colgados en una pared, a imágenes que no están yuxtapuestas a los efectos de contar una historia, sino a cualquier otro. Me viene a la mente, por ejemplo, Jacques Loustal, un dibujante de la hiper-concha de Dios, al que lo hemos visto optar más de una vez por la grilla de dos viñetas… y a veces derrapar hacia secuencias apenas hilvanadas, más parecidas a dos ilustraciones independientes puestas una arriba de la otra para hinchar las pelotas. Las viñetas de Chuño, lamentablemente, transmiten eso. Hay que hacer un esfuerzo (sumado al de fumarse ese dibujo tan flojo, a años luz de las maravillas que pela Loustal) para imaginar que son parte de lo mismo, que en cada una vamos a ver la continuación de lo que vimos en la anterior. El flujo del relato, entonces, se ve obstaculizado por esta decisión extraña en materia de narrativa y obviamente eso también resta.
Me queda para rescatar algo del argumento y bastante del guión que –repito- tiene muy lindos momentos, muy buenas ideas y climas muy atractivos. Para la próxima, le recomiendo a Fede Di Pila trabajar en equipo con un dibujante que se cope con sus guiones y los grafique un poco mejor. Y hoy a la noche voy a soñar con el guión de Chuño dibujado por Craig Thompson: si mañana no me despierto, quedate tranqui que me voy a haber muerto muy feliz.
martes, 28 de julio de 2015
28/ 07: AMERICAN VAMPIRE Vol.5
Retomo esta serie que tenía colgada desde el 12/10/14. Este quinto tomo ofrece dos sagas ambientadas en 1954: una (editada originalmente como miniserie por afuera de la colección principal) está situada en Europa, y la otra en EEUU. Las dos sagas escritas por Scott Snyder tienen el mismo problema: como aventuras, son flojas, sobre todo la primera. Les falta sorpresa, les sobra machaca y casi todo lo que sucede parece ser parte de un festival bastante obvio de excusas para que los vampiros pelen garras y colmillos y se den con tutti. ¿Por qué, aún así, se hace llevadera la serie? Por dos motivos.
El primero es la consigna: American Vampire va avanzando a la par del Siglo XX, lo cual le da a Snyder la posibilidad de reflejar en cada arco argumental un punto interesante en la historia más o menos reciente de los EEUU. El guionista investiga, recrea estas décadas del siglo pasado con mucha agudeza y desliza una mirada crítica, muy atractiva, acerca de los procesos sociales y políticos de cada época. Cada situación de vida cotidiana, de gente normal, enriquece los relatos con información muy bien mechada acerca de cómo se vivía en cada momento del Siglo XX en alguna ciudad de EEUU. Sólo por eso, uno banca ese culebrón sangriento entre estas criaturas pesadillescas que –como son no muertos- pueden sobrevivir sin drama al paso de las (muchas) décadas.
Y además hay un segundo elemento atractivo: el desarrollo de personajes. Con el correr de las sagas y las décadas, los protagonistas cambian, evolucionan muchísimo. Pearl Jones, su marido Henry, Calvin Poole, los Vasallos del Lucero, los distintos integrantes de la familia Book… hasta el nefasto Skinner Sweet tiene en cada arco argumental una nueva posibilidad de asumir nuevos roles, o pegarle giros interesantes a su relación con el resto del elenco.
Casualmente eso sucede en el segundo arco incluído en este tomo: Skinner Sweet sigue siendo el sorete irredimible, la escoria vampírica más abyecta del planeta, pero Snyder urde tramas que lo llevan a adoptar (aunque sea un rato) otra actitud, y eso abre posibilidades que nutren mucho a este segmento de la obra, y lo ponen bastante por encima de la saguita en Europa. A esta altura, ya es hiper-obvio que ni Skinner ni Pearl van a morir mientras exista esta serie, pero las vueltas que encuentra Snyder para mantenerlos atractivos son más que válidas.
La saguita en Europa, mientras tanto, naufraga en un argumento bastante pobre, con escaso sustento, pero también se anota sus porotos con el desarrollo de un personaje hasta ahora demasiado clavado en el estereotipo: Linden Hobbes, el circunspecto líder de los Vasallos del Lucero.
Este arco cuenta con los dibujos de Dustin Nguyen, en un estilo muy suelto, donde se nota la velocidad con la que el dibujante se sacó de encima estas páginas. No está mal, para nada, pero no esperes esa elegancia que supo mostrar Nguyen en los trabajos que hizo para las distintas series de Batman. Y después llega el titular, Rafael Albuquerque, el que conoce de taquito a los personajes, el que entiende perfecto los climas que sugieren los guiones de Snyder, el que se lee la mente con el colorista Dave McCaig. Como en el tomo anterior, Albuquerque nos mete en un vértigo repleto de acción y violencia… que te puede llegar a cansar por su excesiva estridencia, o por la grosera escacez de fondos. Por suerte la narrativa es tremendamente ágil y el estilo de Rafael hace que la onda impactante y pochoclera se haga sumamente tolerable.
Y acá se termina la primera parte de American Vampire. Después vienen dos especiales (compilados como Vol.6) y recién después, en lo que sería el Vol.7, el primer arco de la segunda serie regular, titulada Second Cycle. Habrá que buscarlos a ver cómo siguen las historias, porque la verdad que Snyder logró engancharme con varios de los personajes y el dibujo de Albuquerque es una adicción jodida de frenar…
El primero es la consigna: American Vampire va avanzando a la par del Siglo XX, lo cual le da a Snyder la posibilidad de reflejar en cada arco argumental un punto interesante en la historia más o menos reciente de los EEUU. El guionista investiga, recrea estas décadas del siglo pasado con mucha agudeza y desliza una mirada crítica, muy atractiva, acerca de los procesos sociales y políticos de cada época. Cada situación de vida cotidiana, de gente normal, enriquece los relatos con información muy bien mechada acerca de cómo se vivía en cada momento del Siglo XX en alguna ciudad de EEUU. Sólo por eso, uno banca ese culebrón sangriento entre estas criaturas pesadillescas que –como son no muertos- pueden sobrevivir sin drama al paso de las (muchas) décadas.
Y además hay un segundo elemento atractivo: el desarrollo de personajes. Con el correr de las sagas y las décadas, los protagonistas cambian, evolucionan muchísimo. Pearl Jones, su marido Henry, Calvin Poole, los Vasallos del Lucero, los distintos integrantes de la familia Book… hasta el nefasto Skinner Sweet tiene en cada arco argumental una nueva posibilidad de asumir nuevos roles, o pegarle giros interesantes a su relación con el resto del elenco.
Casualmente eso sucede en el segundo arco incluído en este tomo: Skinner Sweet sigue siendo el sorete irredimible, la escoria vampírica más abyecta del planeta, pero Snyder urde tramas que lo llevan a adoptar (aunque sea un rato) otra actitud, y eso abre posibilidades que nutren mucho a este segmento de la obra, y lo ponen bastante por encima de la saguita en Europa. A esta altura, ya es hiper-obvio que ni Skinner ni Pearl van a morir mientras exista esta serie, pero las vueltas que encuentra Snyder para mantenerlos atractivos son más que válidas.
La saguita en Europa, mientras tanto, naufraga en un argumento bastante pobre, con escaso sustento, pero también se anota sus porotos con el desarrollo de un personaje hasta ahora demasiado clavado en el estereotipo: Linden Hobbes, el circunspecto líder de los Vasallos del Lucero.
Este arco cuenta con los dibujos de Dustin Nguyen, en un estilo muy suelto, donde se nota la velocidad con la que el dibujante se sacó de encima estas páginas. No está mal, para nada, pero no esperes esa elegancia que supo mostrar Nguyen en los trabajos que hizo para las distintas series de Batman. Y después llega el titular, Rafael Albuquerque, el que conoce de taquito a los personajes, el que entiende perfecto los climas que sugieren los guiones de Snyder, el que se lee la mente con el colorista Dave McCaig. Como en el tomo anterior, Albuquerque nos mete en un vértigo repleto de acción y violencia… que te puede llegar a cansar por su excesiva estridencia, o por la grosera escacez de fondos. Por suerte la narrativa es tremendamente ágil y el estilo de Rafael hace que la onda impactante y pochoclera se haga sumamente tolerable.
Y acá se termina la primera parte de American Vampire. Después vienen dos especiales (compilados como Vol.6) y recién después, en lo que sería el Vol.7, el primer arco de la segunda serie regular, titulada Second Cycle. Habrá que buscarlos a ver cómo siguen las historias, porque la verdad que Snyder logró engancharme con varios de los personajes y el dibujo de Albuquerque es una adicción jodida de frenar…
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lunes, 27 de julio de 2015
27/ 07: BEOWULF
No, no tuve suficiente con una adaptación al comic de Beowulf. Ya vimos la de Jerry Bingham allá por el 14/06/13 y ahora me cruzo el Atlántico para descubrir una nueva versión, a cargo de Santiago García y David Rubín, dos destacadísimos autores españoles. Como ya comentamos alguna vez, el proyecto original tenía como dibujante a Javier Olivares, quien un día se bajó. Cuando parecía que todo se prendía fuego, apareció Rubín con la manguera, se cargó a Beowulf al hombro y rescató del freezer al guión de García. Pero claro, semejante nivel de bombero no sale gratis. Rubín convirtió a esta versión del legendario poema sajón en un comic 100% suyo. No importa el origen ancestral del relato, no tiene mayor peso la pluma de García… este es el Beowulf de Rubín, una obra mucho más emparentada con cualquiera de los dos tomos de El Héroe que con cualquier otra referencia que podamos tomar.
Y claro, sin desmerecer al anónimo autor de Beowulf ni a Santiago García, lo mejor que nos podía suceder a los lectores de historietas era eso: que Rubín, el rápido y furioso, el prolífico y virtuoso, le pasara por encima a todos y a todos con sus potentes rasgos de identidad gráfica y narrativa. El gran atractivo de este tremendo álbum (en extensión y en tamaño) es -para qué disimularlo- el dibujo de Rubín, la forma en que el gallego de Galicia hizo suya la historia y la incorporó sin ninguna dificultad aparente a su propio universo estético y temático.
Una sola cosa para criticar: el exceso de escenas mudas. Entiendo que hoy en día ya no resultan normales ni verosímiles esas escenas de pelea de los comics de los ´80, en las que los personajes se despachaban extensos soliloquios mientras luchaban. Pero en un comic tan centrado en la machaca como este, hacer que los personajes peleen en absoluto silencio significa lograr que estas 196 páginas se lean demasiado rápido. Falta texto y no es algo terriblemente grave: obviamente sería peor si faltara sustancia, o si faltara calidad gráfica o literaria. Pero la carencia está, se siente.
El resto es todo ganancia. La epopeya tiene un ritmo increíble, una dimensión humana lograda desde lo gestual a la que el nivel de los conflictos no logra eclipsar. Las escenas de acción son alucinantes, las planificaciones de página (y doble página) que nos obsequia Rubín son joyas de la arquitectura viñetil, los recursos a los que echa mano el dibujante para omitir toneladas de fondos son más que válidos, el tratamiento del color es vibrante y original… La verdad que es increíble cómo un relato tan antiguo puede verse tan moderno, tan actual, imbuído de un espíritu tan pujante, tan fresco, por momentos tan experimental.
No tengo mucho más para decir, porque el argumento es el mismo de siempre…. Los monstruos, el héroe, los combates… Si te interesa la fantasía épica, o el género de espada y brujería, o si alguna vez indagaste en los orígenes de la literatura sajona, seguro sabés de memoria la historia de Beowulf. Esto es simplemente una nueva versión de eso mismo, una forma nueva de contarte (y mostrarte) lo que ya conocés. Obviamente, si te gustan esas cosas y nunca leíste Beowulf, este comic es una puerta de entrada devastadora, que te va a fulminar el bocho y calcinar las retinas. Y si ya conocés la historia de Beowulf, te recomiendo entrarle a esta versión por el lado de “una nueva novela gráfica de David Rubín”, en la que vas a ver al ídolo brillar con ese fulgor incandescente que ya vimos en El Héroe. Acá vas a ver y a disfrutar todo lo que convierte a Rubín en un historietista único, irrepetible, en un autor con todas las letras, incluso cuando participa en un proyecto que él no generó, que no escribió y que se centra en personajes y situaciones que no imaginó. Era obvio que Beowulf, especialista en derrotar a monstruos mitológicos, contra David no iba a poder.
Y claro, sin desmerecer al anónimo autor de Beowulf ni a Santiago García, lo mejor que nos podía suceder a los lectores de historietas era eso: que Rubín, el rápido y furioso, el prolífico y virtuoso, le pasara por encima a todos y a todos con sus potentes rasgos de identidad gráfica y narrativa. El gran atractivo de este tremendo álbum (en extensión y en tamaño) es -para qué disimularlo- el dibujo de Rubín, la forma en que el gallego de Galicia hizo suya la historia y la incorporó sin ninguna dificultad aparente a su propio universo estético y temático.
Una sola cosa para criticar: el exceso de escenas mudas. Entiendo que hoy en día ya no resultan normales ni verosímiles esas escenas de pelea de los comics de los ´80, en las que los personajes se despachaban extensos soliloquios mientras luchaban. Pero en un comic tan centrado en la machaca como este, hacer que los personajes peleen en absoluto silencio significa lograr que estas 196 páginas se lean demasiado rápido. Falta texto y no es algo terriblemente grave: obviamente sería peor si faltara sustancia, o si faltara calidad gráfica o literaria. Pero la carencia está, se siente.
El resto es todo ganancia. La epopeya tiene un ritmo increíble, una dimensión humana lograda desde lo gestual a la que el nivel de los conflictos no logra eclipsar. Las escenas de acción son alucinantes, las planificaciones de página (y doble página) que nos obsequia Rubín son joyas de la arquitectura viñetil, los recursos a los que echa mano el dibujante para omitir toneladas de fondos son más que válidos, el tratamiento del color es vibrante y original… La verdad que es increíble cómo un relato tan antiguo puede verse tan moderno, tan actual, imbuído de un espíritu tan pujante, tan fresco, por momentos tan experimental.
No tengo mucho más para decir, porque el argumento es el mismo de siempre…. Los monstruos, el héroe, los combates… Si te interesa la fantasía épica, o el género de espada y brujería, o si alguna vez indagaste en los orígenes de la literatura sajona, seguro sabés de memoria la historia de Beowulf. Esto es simplemente una nueva versión de eso mismo, una forma nueva de contarte (y mostrarte) lo que ya conocés. Obviamente, si te gustan esas cosas y nunca leíste Beowulf, este comic es una puerta de entrada devastadora, que te va a fulminar el bocho y calcinar las retinas. Y si ya conocés la historia de Beowulf, te recomiendo entrarle a esta versión por el lado de “una nueva novela gráfica de David Rubín”, en la que vas a ver al ídolo brillar con ese fulgor incandescente que ya vimos en El Héroe. Acá vas a ver y a disfrutar todo lo que convierte a Rubín en un historietista único, irrepetible, en un autor con todas las letras, incluso cuando participa en un proyecto que él no generó, que no escribió y que se centra en personajes y situaciones que no imaginó. Era obvio que Beowulf, especialista en derrotar a monstruos mitológicos, contra David no iba a poder.
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domingo, 26 de julio de 2015
26/ 07: LAS AVENTURAS DE MAMPATO Vol.4
Lo de “Vol.4” tomalo con pinzas. Esta no es la cuarta aventura de Mampato, sino la séptima. Lo que pasa es que yo estoy tomando la numeración de esta colección lanzada en 2013 a los kioscos chilenos por el sello Ultimate, en el que no se republica la serie completa en orden cronológico, sino que se seleccionaron 12 álbumes emblemáticos de la serie creada por Eduardo Armstrong y llevada a la fama por Themo Lobos.
Mata-Ki-Te-Rangui, originalmente publicada entre 1971 y 1972, es considerada la mejor aventura de Mampato y es la única que se convirtió en un largometraje animado. Por eso, cuando le comenté a mi amigo chileno Dani Hernández que nunca había leído un comic de Mampato, no dudó un segundo en regalarme este álbum, junto al consejo “Tenís que leer esta weá, po´”. Y eso fue exactamente lo que hice.
Así me enteré que Mampato, con ese nombre tan bizarro, es un nene común y corriente, al que un alienígena le dio un cinturón que le permite desplazarse a voluntad por el tiempo y el espacio. Por supuesto, como haría cualquier chico, Mampato usa el cinturón a escondidas de sus padres para vivir aventuras en épocas y locaciones exóticas, junto a un cavernícola llamado Ogú, del que se hace amigo en uno de sus primeros viajes temporales. Con esta consigna se realizaron 22 aventuras (luego recopiladas en álbumes al estilo franco-belga), entre 1968 y 1977.
Me sorprendieron varias cosas: primero, lo bien logrado que está el equilibrio entre la peripecia y el humor. En ese sentido, Mampato tiene poco que envidiarle a Tintín (y quizás un poquito más a Spirou o a Uncle Scrooge). Segundo, que en ningún momento Lobos oculta la intención de usar la historieta para enseñar, para bajarle a sus lectores un montón de nociones acerca de la historia, la cultura, la lengua y la religión de los nativos de la Isla de Pascua, que es donde está ambientada esta historia. Hay páginas decididamente didácticas, donde incluso el dibujo cambia para parecerse a las ilustraciones de los manuales escolares, en las que lo objetos están claramente copiados de fotos. Son pocas páginas, por suerte, pero es un salto al vacío que no me esperaba.
Y tercero y más asombroso: a diferencia de las típicas aventuras de viajes en el tiempo en las que los protagonistas tratan de no intervenir, de adoptar un rol más de testigos para no cambiar el curso de la historia, acá Mampato y Ogú se involucran a full en los sucesos que aquejan a los nativos de Rapa-Nui. No sólo eso: son los encargados de romper a fondo con el status quo, de agitar, de sacudirlos para que reaccionen, para que se rebelen contra una casta de “sacerdotes” que vive como reyes a costa de la mayoría de los isleños, a los que mantienen hambrientos, ignorantes y cagados de miedo. O sea que Mampato, el nene de clase media de los ´70, asume el rol de un auténtico líder revolucionario. Sin dudas, un riesgo enorme para una historieta infantil, comercial y masiva, aún cuando haya sido concebida y publicada en tiempos del gobierno de Salvador Allende.
En cuanto al dibujo… no vi muchas cosas en el trazo de Themo Lobos que me sorprendieran. Me pareció un dibujante correcto, con más logros en la narrativa que en el dibujo en sí. Tiene un estilo simpático, expresivo, que se adapta muy bien al fluir de este tipo de relatos, que se banca perfectamente las páginas de cuatro tiras, y que se complementa bien con el color, que pareciera ser logrado con una mezcla de tintas, acuarelas y lápices. Pero no me maravilló. No es Carl Barks, ni André Franquin, ni Roba, ni Uderzo. Creo que me gustaba más el trazo de los dibujantes de Barrabases, otra serie de aventuras humorísticas que pegó fuerte en Chile en los ´50 y ´60.
En fin, siempre está bueno descubrir un clásico de la historieta latinoamericana y tratar de entender por qué causó el impacto que causó en su país y en su momento. Y en el caso de Mampato, preguntarnos por qué no tuvo éxito fuera de Chile, ya que por lo menos esta historia tiene nivel como para haberse publicado tranquilamente en cualquier revista infantil del habla hispana.
Mata-Ki-Te-Rangui, originalmente publicada entre 1971 y 1972, es considerada la mejor aventura de Mampato y es la única que se convirtió en un largometraje animado. Por eso, cuando le comenté a mi amigo chileno Dani Hernández que nunca había leído un comic de Mampato, no dudó un segundo en regalarme este álbum, junto al consejo “Tenís que leer esta weá, po´”. Y eso fue exactamente lo que hice.
Así me enteré que Mampato, con ese nombre tan bizarro, es un nene común y corriente, al que un alienígena le dio un cinturón que le permite desplazarse a voluntad por el tiempo y el espacio. Por supuesto, como haría cualquier chico, Mampato usa el cinturón a escondidas de sus padres para vivir aventuras en épocas y locaciones exóticas, junto a un cavernícola llamado Ogú, del que se hace amigo en uno de sus primeros viajes temporales. Con esta consigna se realizaron 22 aventuras (luego recopiladas en álbumes al estilo franco-belga), entre 1968 y 1977.
Me sorprendieron varias cosas: primero, lo bien logrado que está el equilibrio entre la peripecia y el humor. En ese sentido, Mampato tiene poco que envidiarle a Tintín (y quizás un poquito más a Spirou o a Uncle Scrooge). Segundo, que en ningún momento Lobos oculta la intención de usar la historieta para enseñar, para bajarle a sus lectores un montón de nociones acerca de la historia, la cultura, la lengua y la religión de los nativos de la Isla de Pascua, que es donde está ambientada esta historia. Hay páginas decididamente didácticas, donde incluso el dibujo cambia para parecerse a las ilustraciones de los manuales escolares, en las que lo objetos están claramente copiados de fotos. Son pocas páginas, por suerte, pero es un salto al vacío que no me esperaba.
Y tercero y más asombroso: a diferencia de las típicas aventuras de viajes en el tiempo en las que los protagonistas tratan de no intervenir, de adoptar un rol más de testigos para no cambiar el curso de la historia, acá Mampato y Ogú se involucran a full en los sucesos que aquejan a los nativos de Rapa-Nui. No sólo eso: son los encargados de romper a fondo con el status quo, de agitar, de sacudirlos para que reaccionen, para que se rebelen contra una casta de “sacerdotes” que vive como reyes a costa de la mayoría de los isleños, a los que mantienen hambrientos, ignorantes y cagados de miedo. O sea que Mampato, el nene de clase media de los ´70, asume el rol de un auténtico líder revolucionario. Sin dudas, un riesgo enorme para una historieta infantil, comercial y masiva, aún cuando haya sido concebida y publicada en tiempos del gobierno de Salvador Allende.
En cuanto al dibujo… no vi muchas cosas en el trazo de Themo Lobos que me sorprendieran. Me pareció un dibujante correcto, con más logros en la narrativa que en el dibujo en sí. Tiene un estilo simpático, expresivo, que se adapta muy bien al fluir de este tipo de relatos, que se banca perfectamente las páginas de cuatro tiras, y que se complementa bien con el color, que pareciera ser logrado con una mezcla de tintas, acuarelas y lápices. Pero no me maravilló. No es Carl Barks, ni André Franquin, ni Roba, ni Uderzo. Creo que me gustaba más el trazo de los dibujantes de Barrabases, otra serie de aventuras humorísticas que pegó fuerte en Chile en los ´50 y ´60.
En fin, siempre está bueno descubrir un clásico de la historieta latinoamericana y tratar de entender por qué causó el impacto que causó en su país y en su momento. Y en el caso de Mampato, preguntarnos por qué no tuvo éxito fuera de Chile, ya que por lo menos esta historia tiene nivel como para haberse publicado tranquilamente en cualquier revista infantil del habla hispana.
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Themo Lobos
sábado, 25 de julio de 2015
25/ 07: THE SECRET SERVICE: KINGSMAN
Finalmente, varios meses después de haber visto la película (de la que, para mi sorpresa, me acordaba un montón) me tocó leer esta historieta de Mark Millar y Dave Gibbons, que contó con la colaboración en el argumento de Matthew Vaughn, el encargado de dirigir la versión fílmica (ver reseña del 25/02/15).
La verdad es que las diferencias entre el comic y la película son tantas que me aburriría enumerarlas a todas. Desde personajes que acá tienen chapa y en la peli no, hasta personajes que en la peli tienen un montón de desarrollo y acá no aparecen, hasta cambios radicales en los villanos, sus aspectos y su plan. El orden en que transcurren algunos hechos también está alterado, el énfasis está puesto en otras cosas… No se entiende mucho por qué Vaughn quiere aparecer como co-argumentista de una historia a la que le metió tantos cambios cuando tuvo que filmarla…
Lo bueno es que –más allá de esa otra versión a la que seguramente accedió mucha más gente- The Secret Service: Kingsman es una muy buena historieta. Millar se centra en el rito iniciático, en el camino que transita Eggsy desde ser un tarado, un perdedor que rifa su tiempo paveando con los lúmpenes, borrachines y pendencieros de su barrio, hasta convertirse en un temible agente del recontra-espionaje. Con acertado criterio, Millar se toma el tiempo para indagar en esta subcultura marginal y en asociarla a la pobreza, a la postergación, a las posibilidades que estos pibes y minas nunca tuvieron. Ese choque cultural (la gran My Fair Lady) entre la sofisticación de los agentes y la grasada, la precariedad cultural de Eggsy y su entorno, está muy bien subrayado por Millar, no sólo como disparador de situaciones cómicas, sino también como un elemento para invitarnos a pensar.
Me da la sensación de que el comic ofrece más pausas, más escenas tranqui que el blockbuster cinematográfico. Aún cuando incluye pequeñas secuencias aventureras que en la peli no están (mortal la de Colombia), creo que la balanza se inclina un poquito menos hacia la machaca y la acción que en la peli de Vaughan. Lo que está intacto es el filo, la mala leche, la falta de reparos a la hora de mostrar muertes violentas, a la hora de deshacerse de personajes de modos sumamente crueles, e incluso en los diálogos, con un importante nivel de grosería, bien complementado con citas a la cultura popular, de esas que emocionan al nerdaje.
El resultado es un comic muy dinámico, muy potente, por momentos profundo, donde pesa más lo humano que la epopeya y donde Millar se la banca con notable jerarquía en un género (el espionaje internacional a escala jamesbondesca) que creo que nunca había visitado. Entrarle al mundo de señorial elegancia de la pilcha impecable, los autos tuneados, los satélites y las misiones secretas desde la óptica de un pibe de barrio pobre es sin dudas el gran hallazgo de The Secret Service: Kingsman.
La labor de Dave Gibbons al frente de la faz gráfica es excelente. Como en Watchmen, Gibbons logra desaparecer, logra que te olvides de que hay un dibujante que traduce a imágenes un guión, para convencerte de que lo que ves es el mundo real, o por lo menos la realidad en la que transcurre la historia. El único punto flojo de Gibbons se ve cuando el guión le pide que aparezcan actores famosos… y los dibujos del maestro no se parecen mucho a las caras de los actores. Tendrían que haber llamado a Ernesto García Seijas, campeón absoluto en esto de crear personajes de historieta con indudable resemblanza con gente del mundo real. Gibbons se entinta a sí mismo sólo en el primer episodio y después se suma Andy Lanning, que hace un muy buen trabajo. Otro grosso del comic británico, el legendario Angus McKie comparte el rotulado con Gibbons y tiene a su cargo el coloreado de toda la obra, tarea lograda con mucha sobriedad, sin estridencias ni excesos.
Hayas visto o no la película, recomiendo enfáticamente la lectura de esta historieta. No es una obra maestra fundamental, pero sí te garantiza un rato de diversión en un género distinto y en una aventura a la que Millar y Gibbons supieron poblar de ideas y personajes muy bien desarrollados.
La verdad es que las diferencias entre el comic y la película son tantas que me aburriría enumerarlas a todas. Desde personajes que acá tienen chapa y en la peli no, hasta personajes que en la peli tienen un montón de desarrollo y acá no aparecen, hasta cambios radicales en los villanos, sus aspectos y su plan. El orden en que transcurren algunos hechos también está alterado, el énfasis está puesto en otras cosas… No se entiende mucho por qué Vaughn quiere aparecer como co-argumentista de una historia a la que le metió tantos cambios cuando tuvo que filmarla…
Lo bueno es que –más allá de esa otra versión a la que seguramente accedió mucha más gente- The Secret Service: Kingsman es una muy buena historieta. Millar se centra en el rito iniciático, en el camino que transita Eggsy desde ser un tarado, un perdedor que rifa su tiempo paveando con los lúmpenes, borrachines y pendencieros de su barrio, hasta convertirse en un temible agente del recontra-espionaje. Con acertado criterio, Millar se toma el tiempo para indagar en esta subcultura marginal y en asociarla a la pobreza, a la postergación, a las posibilidades que estos pibes y minas nunca tuvieron. Ese choque cultural (la gran My Fair Lady) entre la sofisticación de los agentes y la grasada, la precariedad cultural de Eggsy y su entorno, está muy bien subrayado por Millar, no sólo como disparador de situaciones cómicas, sino también como un elemento para invitarnos a pensar.
Me da la sensación de que el comic ofrece más pausas, más escenas tranqui que el blockbuster cinematográfico. Aún cuando incluye pequeñas secuencias aventureras que en la peli no están (mortal la de Colombia), creo que la balanza se inclina un poquito menos hacia la machaca y la acción que en la peli de Vaughan. Lo que está intacto es el filo, la mala leche, la falta de reparos a la hora de mostrar muertes violentas, a la hora de deshacerse de personajes de modos sumamente crueles, e incluso en los diálogos, con un importante nivel de grosería, bien complementado con citas a la cultura popular, de esas que emocionan al nerdaje.
El resultado es un comic muy dinámico, muy potente, por momentos profundo, donde pesa más lo humano que la epopeya y donde Millar se la banca con notable jerarquía en un género (el espionaje internacional a escala jamesbondesca) que creo que nunca había visitado. Entrarle al mundo de señorial elegancia de la pilcha impecable, los autos tuneados, los satélites y las misiones secretas desde la óptica de un pibe de barrio pobre es sin dudas el gran hallazgo de The Secret Service: Kingsman.
La labor de Dave Gibbons al frente de la faz gráfica es excelente. Como en Watchmen, Gibbons logra desaparecer, logra que te olvides de que hay un dibujante que traduce a imágenes un guión, para convencerte de que lo que ves es el mundo real, o por lo menos la realidad en la que transcurre la historia. El único punto flojo de Gibbons se ve cuando el guión le pide que aparezcan actores famosos… y los dibujos del maestro no se parecen mucho a las caras de los actores. Tendrían que haber llamado a Ernesto García Seijas, campeón absoluto en esto de crear personajes de historieta con indudable resemblanza con gente del mundo real. Gibbons se entinta a sí mismo sólo en el primer episodio y después se suma Andy Lanning, que hace un muy buen trabajo. Otro grosso del comic británico, el legendario Angus McKie comparte el rotulado con Gibbons y tiene a su cargo el coloreado de toda la obra, tarea lograda con mucha sobriedad, sin estridencias ni excesos.
Hayas visto o no la película, recomiendo enfáticamente la lectura de esta historieta. No es una obra maestra fundamental, pero sí te garantiza un rato de diversión en un género distinto y en una aventura a la que Millar y Gibbons supieron poblar de ideas y personajes muy bien desarrollados.
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viernes, 24 de julio de 2015
24/ 07: CUENTOS DE UN FUTURO IMPERFECTO Vol.1
Este tomito recopilatorio de 1982 incluye siete historias cortas del maestro Alfonso Font, realizadas entre 1980 y 1981, cuando ya estaba muy afianzado en su estilo, o por lo menos en su primer estilo, porque más adelante, cuando se vuelque definitivamente al trabajo a color su grafismo va a mutar y a alejarse bastante de lo que vemos acá.
Estas son historietas extremadamente bien dibujadas, en las que Font le saca un jugo exquisito al blanco y negro. Usa el claroscuro, usa texturas, tramas mecánicas, esfumados, sombreados con carbonilla, punteados obsesivos al estilo Moebius… todo vale para crear estos climas que van a tener una gran importancia a la hora de bajar la línea que el autor quiere bajar en estas historias. Y por supuesto hacen su aporte los personajes, dibujados con soltura, con expresividad y diseñados con rasgos muy distintivos, muy originales, para que ninguno nos resulte parecido al de la historieta anterior o posterior. En el grafismo del Font de esta etapa confluyen Carlos Giménez, Manfred Sommer, Leopoldo Sánchez, Horacio Altuna, el ya citado Moebius… pero de la mezcla sale una identidad fuerte, muy marcada, inmediatamente reconocible y con muchísimos méritos propios, que trascienden los detalles más o menos superficiales que Font puede haber tomado de estos (e incluso otros) colegas suyos.
Vamos con un repasito por las historias. La primera tiene cinco páginas y podría tener dos. Está bien estirada, con diálogos muy interesantes que ayudan a pintar un contexto atractivo, pero la trama en sí se podría resumir prácticamente en las 6 viñetas de la última página.
La segunda también es una historia bastante estirada, un prolongado build-up hacia un remate final gracioso e impredecible. Y de nuevo, uno se entretiene a lo largo de las ocho páginas con unos diálogos muy divertidos, y con el plus de que los protagonistas no son otros que Clarke & Kubrick, los Espacialistas, dos personajes a los que Font luego les daría sus propios álbumes.
La tercera es un chiste largo, que juega con la novedad de la realidad virtual. Es una linda idea, que le permite a Font despegarse durante tres hermosas páginas de la ciencia-ficción y divertirse un poco con otro género.
El listón sube notablemente con la cuarta historia, Stock, cuatro páginas muy sobrecargadas de diálogos en las que Font se mete con la obscena vinculación entre las guerras y las empresas a las que sólo les interesa ganar guita, sufra quien sufra. Es un relato brillantemente descorazonador, amargo, pensado para que te quedes pensando.
La Caza es la historia más larga del tomo, 10 páginas repletas de acción, violencia y mala leche, más descomprimida pero no menos intensa, con menos texto que las anteriores y con un final tremendo, desgarrador, al límite de la náusea.
La sexta historia parte de una idea bastante trillada ya para los ´80 dentro del campo de la ci-fi, muy orientada al remate final y con el atractivo de estar dibujada demasiado bien.
Y la mejor dibujada es la última, Ojos Verdes, también con una revelación shockeante en la última viñeta y un desarrollo apenitas estirado, que le permite a Font lucirse con una puesta en página más libre, menos encajonada, en la que brilla a pleno su virtuosismo gráfico.
El balance es muy bueno, hasta que te enterás que además de estas seis historias Font realizó siete más y que para tenerlas todas hay que conseguir un álbum editado por Norma en 1990, hoy descatalogadísimo. O buscar los numeritos de la revista 1984 (donde salían originalmente), que deben ser más difíciles de encontrar que un disco de chamamé en una disquería de Seattle. Pero bueno, Alfonso Font bien vale los esfuerzos que haya que hacer para tener completa esta interesantísima serie, quizás un poquito anclada en su época, pero con algunas ideas que conservan intacta su vigencia y con un nivel de dibujo formidable.
Estas son historietas extremadamente bien dibujadas, en las que Font le saca un jugo exquisito al blanco y negro. Usa el claroscuro, usa texturas, tramas mecánicas, esfumados, sombreados con carbonilla, punteados obsesivos al estilo Moebius… todo vale para crear estos climas que van a tener una gran importancia a la hora de bajar la línea que el autor quiere bajar en estas historias. Y por supuesto hacen su aporte los personajes, dibujados con soltura, con expresividad y diseñados con rasgos muy distintivos, muy originales, para que ninguno nos resulte parecido al de la historieta anterior o posterior. En el grafismo del Font de esta etapa confluyen Carlos Giménez, Manfred Sommer, Leopoldo Sánchez, Horacio Altuna, el ya citado Moebius… pero de la mezcla sale una identidad fuerte, muy marcada, inmediatamente reconocible y con muchísimos méritos propios, que trascienden los detalles más o menos superficiales que Font puede haber tomado de estos (e incluso otros) colegas suyos.
Vamos con un repasito por las historias. La primera tiene cinco páginas y podría tener dos. Está bien estirada, con diálogos muy interesantes que ayudan a pintar un contexto atractivo, pero la trama en sí se podría resumir prácticamente en las 6 viñetas de la última página.
La segunda también es una historia bastante estirada, un prolongado build-up hacia un remate final gracioso e impredecible. Y de nuevo, uno se entretiene a lo largo de las ocho páginas con unos diálogos muy divertidos, y con el plus de que los protagonistas no son otros que Clarke & Kubrick, los Espacialistas, dos personajes a los que Font luego les daría sus propios álbumes.
La tercera es un chiste largo, que juega con la novedad de la realidad virtual. Es una linda idea, que le permite a Font despegarse durante tres hermosas páginas de la ciencia-ficción y divertirse un poco con otro género.
El listón sube notablemente con la cuarta historia, Stock, cuatro páginas muy sobrecargadas de diálogos en las que Font se mete con la obscena vinculación entre las guerras y las empresas a las que sólo les interesa ganar guita, sufra quien sufra. Es un relato brillantemente descorazonador, amargo, pensado para que te quedes pensando.
La Caza es la historia más larga del tomo, 10 páginas repletas de acción, violencia y mala leche, más descomprimida pero no menos intensa, con menos texto que las anteriores y con un final tremendo, desgarrador, al límite de la náusea.
La sexta historia parte de una idea bastante trillada ya para los ´80 dentro del campo de la ci-fi, muy orientada al remate final y con el atractivo de estar dibujada demasiado bien.
Y la mejor dibujada es la última, Ojos Verdes, también con una revelación shockeante en la última viñeta y un desarrollo apenitas estirado, que le permite a Font lucirse con una puesta en página más libre, menos encajonada, en la que brilla a pleno su virtuosismo gráfico.
El balance es muy bueno, hasta que te enterás que además de estas seis historias Font realizó siete más y que para tenerlas todas hay que conseguir un álbum editado por Norma en 1990, hoy descatalogadísimo. O buscar los numeritos de la revista 1984 (donde salían originalmente), que deben ser más difíciles de encontrar que un disco de chamamé en una disquería de Seattle. Pero bueno, Alfonso Font bien vale los esfuerzos que haya que hacer para tener completa esta interesantísima serie, quizás un poquito anclada en su época, pero con algunas ideas que conservan intacta su vigencia y con un nivel de dibujo formidable.
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jueves, 23 de julio de 2015
23/ 07: MORTADELAS SALVAJES
48 páginas y 39 tiras es muy poco. Sean del autor que sean, armar un libro que llega al público a $ 80 con 39 tiras es un delirio. El libro es lindísimo, con hermosas tapas con solapas, formato grande, excelente calidad de papel e impresión… y el autor es Frank Vega, un virtuoso, una bestia asesina del plumín considerado por muchos el más legítimo heredero de Robert Crumb surgido en Argentina. Pero repito: 39 tiras es MUY poco, mucho menos del mínimo indispensable para que un conjunto de trabajos de un autor se pueda convertir en libro sin dejar gusto a escacez.
Muchas de estas tiras se publicaron en 2012 en Fierro, con lo cual yo me las acordaba. Pero eso está bien, es señal de que me gustaron mucho. Y además acá están impresas mucho más grandes que en Fierro, y con una definición mucho más nítida, que permite apreciar mucho mejor las tramas y los detalles que mete Vega. Fierro publicó esas tiras de a tres por página (si no recuerdo mal), o sea que si se respetara ese formato, con las 39 tiras de este libro armaríamos 13 páginas de historieta. Eso se parece más a nada que a poco. ¿No había otros trabajos del autor, otras colaboraciones en otras antologías, que se pudieran sumar a Mortadelas Salvajes por lo menos para hacer bulto, para arrimar decorosamente a las 80, ó 100 tiras? ¿O a un libro en formato vertical de 64 páginas?
Hechas todas esas salvedades, es hora de contarte que con este libro me cagué de risa. La cantidad de ideas limadas que detona Vega en estas páginas es increíble. Su humor coquetea con la marginalidad, se emparenta por momentos con los autores más sacados de El Víbora, y por momentos se precipita hacia el surrealismo, hacia un sinsentido que jamás pierde el costado picante, espeso, irónicamente crítico. Las “aventuras” de Plutonio el Sapo Karateca son una bizarreada pasada de rosca, en las que Vega repite siempre la misma estructura: el lector ve cómo sucede una y otra vez prácticamente lo mismo, pero cada vez causa más gracia, en vez de menos.
Y el gran hallazgo de Vega es sin dudas Pititi, un personaje excecrable y entrañable a la vez, capaz de rematar con chistes formidables breves tiras que se integran para formar algo así como “sagas”, en las que el autor se juega a contar cosas un poquito más complejas, siempre en el sutil filo entre lo desopilante y lo sórdido, lo grotesco, lo visceral. Tantas ideas en tan pocas viñetas me hacen pensar que Vega (que se gana la vida como dibujante de story boards) debe tener muy poco tiempo para dedicarle a sus historietas. Si no, me juego la chota a que nos ofrecería todos los años 64 u 80 páginas de aventuras de Pititi.
El dibujo de Vega, como ya mencioné, está muy cerca de la estética de Robert Crumb, sobre todo de la época de Fritz the Cat. Lo cual es muy loco si pensamos que Frank se formó primero con los hermanos Villagrán y después con Alberto Breccia, artistas de los que no vemos prácticamente nada en los trabajos actuales de este autor. Pero hay más cosas, más lecturas bien asimiladas por Vega, que van de Gilbert Shelton a Miguel Brieva. Los prodigios técnicos y los aciertos narrativos que despliega Vega en sus páginas son más de los que me atrevo a enumerar. Si no te causa rechazo la estética under, roñosa, sobrecargada de rayitas y texturas, esto te va a volar la peluca, mal.
Qué pena que Frank Vega y sus editores se hayan apurado tanto, que no hayan esperado a juntar más páginas, más material, para redondear una propuesta más jugosa, más atractiva. Quizás, bancando un par de años, nos habrían dejado un verdadero clásico, un libro al que en vez de faltarle contenidos le sobrarían los motivos para que todos lo recomendáramos enfáticamente a los fans de la siempre asombrosa historieta argentina… Esto es lo que hay y a nivel calidad está buenísimo, pero lamentablemente a la hora de comprarse un libro uno espera también más cantidad.
Muchas de estas tiras se publicaron en 2012 en Fierro, con lo cual yo me las acordaba. Pero eso está bien, es señal de que me gustaron mucho. Y además acá están impresas mucho más grandes que en Fierro, y con una definición mucho más nítida, que permite apreciar mucho mejor las tramas y los detalles que mete Vega. Fierro publicó esas tiras de a tres por página (si no recuerdo mal), o sea que si se respetara ese formato, con las 39 tiras de este libro armaríamos 13 páginas de historieta. Eso se parece más a nada que a poco. ¿No había otros trabajos del autor, otras colaboraciones en otras antologías, que se pudieran sumar a Mortadelas Salvajes por lo menos para hacer bulto, para arrimar decorosamente a las 80, ó 100 tiras? ¿O a un libro en formato vertical de 64 páginas?
Hechas todas esas salvedades, es hora de contarte que con este libro me cagué de risa. La cantidad de ideas limadas que detona Vega en estas páginas es increíble. Su humor coquetea con la marginalidad, se emparenta por momentos con los autores más sacados de El Víbora, y por momentos se precipita hacia el surrealismo, hacia un sinsentido que jamás pierde el costado picante, espeso, irónicamente crítico. Las “aventuras” de Plutonio el Sapo Karateca son una bizarreada pasada de rosca, en las que Vega repite siempre la misma estructura: el lector ve cómo sucede una y otra vez prácticamente lo mismo, pero cada vez causa más gracia, en vez de menos.
Y el gran hallazgo de Vega es sin dudas Pititi, un personaje excecrable y entrañable a la vez, capaz de rematar con chistes formidables breves tiras que se integran para formar algo así como “sagas”, en las que el autor se juega a contar cosas un poquito más complejas, siempre en el sutil filo entre lo desopilante y lo sórdido, lo grotesco, lo visceral. Tantas ideas en tan pocas viñetas me hacen pensar que Vega (que se gana la vida como dibujante de story boards) debe tener muy poco tiempo para dedicarle a sus historietas. Si no, me juego la chota a que nos ofrecería todos los años 64 u 80 páginas de aventuras de Pititi.
El dibujo de Vega, como ya mencioné, está muy cerca de la estética de Robert Crumb, sobre todo de la época de Fritz the Cat. Lo cual es muy loco si pensamos que Frank se formó primero con los hermanos Villagrán y después con Alberto Breccia, artistas de los que no vemos prácticamente nada en los trabajos actuales de este autor. Pero hay más cosas, más lecturas bien asimiladas por Vega, que van de Gilbert Shelton a Miguel Brieva. Los prodigios técnicos y los aciertos narrativos que despliega Vega en sus páginas son más de los que me atrevo a enumerar. Si no te causa rechazo la estética under, roñosa, sobrecargada de rayitas y texturas, esto te va a volar la peluca, mal.
Qué pena que Frank Vega y sus editores se hayan apurado tanto, que no hayan esperado a juntar más páginas, más material, para redondear una propuesta más jugosa, más atractiva. Quizás, bancando un par de años, nos habrían dejado un verdadero clásico, un libro al que en vez de faltarle contenidos le sobrarían los motivos para que todos lo recomendáramos enfáticamente a los fans de la siempre asombrosa historieta argentina… Esto es lo que hay y a nivel calidad está buenísimo, pero lamentablemente a la hora de comprarse un libro uno espera también más cantidad.
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miércoles, 22 de julio de 2015
22/ 07: HAWKMAN Vol.3
Tercer y último tomo del Hawkman de Geoff Johns. Este recopilatorio llega sólo hasta el n°22, porque los tres últimos son crossover con la JSA y están en el libro Black Reign (ver reseña de 23/05/10). De hecho, Johns se da el lujo de dejar una punta argumental bastante abierta, para resolverla (junto con muchas otras) en ese crossover.
El tomo consiste de dos arcos de tres partes y dos unitarios. Empiezo con estos últimos, ubicados en medio de las dos trilogías. El primero es muy raro: Hawkgirl no aparece, Carter Hall aparece vestido de Hawkman en cuatro o cinco viñetas y además no pega una sola trompada. Hay un mínimo conflicto, pero es íntimo, y la única escena de violencia está protagonizada por dos personajes circunstanciales. Una historia atípica, que tiene que ver con la identidad y la memoria, y que brilla gracias a los gloriosos dibujos del maestro José Luis García López.
El segundo unitario también prescinde por completo de Hawkgirl y nos lleva a Medio Oriente, para indagar un poco más en el pasado de Hawkman y para poner en escena a Black Adam y Northwind, dos personajes que tendrán bastante peso en la saga Black Reign. El dibujo de Scott Eaton es correcto y a nivel guión lo más atractivo está en los diálogos.
La primera saguita de tres episodios es casi una canchereada por parte de Johns, es mostrar lo claro que tiene todo en materia de continuidad. Onda “no sólo me animo a traer de vuelta a Hawkman, no sólo me animo a inventar una explicación coherente para un personaje que había sido el eje de 50.000 contradicciones, sino que además me animo a cerrar cabos sueltos de las versiones anteriores”. Y la verdad que la saga contra Blyth, como aventura, es floja. Pero la emoción de ver de regreso a la Hawkwoman thanagariana (la de Hawkworld) y verla interactuar con Carter y Kendra es un impacto tremendo. Después vendrá un forro a hacerla boleta en la excecrable Rann-Thanagar War, pero este regreso de Shayera es un maravilloso mimo a los que alguna vez nos enganchamos con el Hawkman de Tim Truman y John Ostrander.
En el arco final, de nuevo Hawkgirl tiene poquísimo peso y la gracia pareciera ser darle el gusto a los que pedían un Hawkman más violento, más sacado, casi un Lobo con alas. El villano es bastante chato, pero por lo menos su accionar es definitivo. Johns se juega al hacer avanzar a Carter hacia otro tipo de personaje, que es el que va a motorizar varios de los conflictos que se van a resolver en la fundamental Black Reign. ¿Hacían falta tres episodios? Probablemente no, pero dentro de todo la saguita se hace bastante llevadera.
Los dos arcos de tres episodios cuentan con los dibujos de un Rags Morales que se supera así mismo, cada vez más vibrante, cada vez más preciso en los detalles, muy dedicado en los fondos, muy zarpado en las splash pages, con cuerpos y rostros de gran plasticidad, con ese punto exacto de exageración que hace falta para que los héroes y villanos se vean grossos, bien épicos, bien dramáticos, pero sin caer en el grotesco. Le cambian más de una vez los entintadores, pero la solidez de Morales hace que la calidad se mantenga intacta.
No digo “acá se termina la etapa de Geoff Johns en Hawkman”, porque sigue en esos tres episodios que se cruzan con la JSA. Pero a nivel libros sí, este es el último. En general es una buena etapa, con buenos dibujos, con las aventuras como punto más flojo y el desarrollo de personajes como punto más alto. Hawkman es un personaje difícil para trabajar, pero Johns (con el aporte de James Robinson en el arranque y de Rags Morales en la faz gráfica) le sacó un jugo más que interesante.
El tomo consiste de dos arcos de tres partes y dos unitarios. Empiezo con estos últimos, ubicados en medio de las dos trilogías. El primero es muy raro: Hawkgirl no aparece, Carter Hall aparece vestido de Hawkman en cuatro o cinco viñetas y además no pega una sola trompada. Hay un mínimo conflicto, pero es íntimo, y la única escena de violencia está protagonizada por dos personajes circunstanciales. Una historia atípica, que tiene que ver con la identidad y la memoria, y que brilla gracias a los gloriosos dibujos del maestro José Luis García López.
El segundo unitario también prescinde por completo de Hawkgirl y nos lleva a Medio Oriente, para indagar un poco más en el pasado de Hawkman y para poner en escena a Black Adam y Northwind, dos personajes que tendrán bastante peso en la saga Black Reign. El dibujo de Scott Eaton es correcto y a nivel guión lo más atractivo está en los diálogos.
La primera saguita de tres episodios es casi una canchereada por parte de Johns, es mostrar lo claro que tiene todo en materia de continuidad. Onda “no sólo me animo a traer de vuelta a Hawkman, no sólo me animo a inventar una explicación coherente para un personaje que había sido el eje de 50.000 contradicciones, sino que además me animo a cerrar cabos sueltos de las versiones anteriores”. Y la verdad que la saga contra Blyth, como aventura, es floja. Pero la emoción de ver de regreso a la Hawkwoman thanagariana (la de Hawkworld) y verla interactuar con Carter y Kendra es un impacto tremendo. Después vendrá un forro a hacerla boleta en la excecrable Rann-Thanagar War, pero este regreso de Shayera es un maravilloso mimo a los que alguna vez nos enganchamos con el Hawkman de Tim Truman y John Ostrander.
En el arco final, de nuevo Hawkgirl tiene poquísimo peso y la gracia pareciera ser darle el gusto a los que pedían un Hawkman más violento, más sacado, casi un Lobo con alas. El villano es bastante chato, pero por lo menos su accionar es definitivo. Johns se juega al hacer avanzar a Carter hacia otro tipo de personaje, que es el que va a motorizar varios de los conflictos que se van a resolver en la fundamental Black Reign. ¿Hacían falta tres episodios? Probablemente no, pero dentro de todo la saguita se hace bastante llevadera.
Los dos arcos de tres episodios cuentan con los dibujos de un Rags Morales que se supera así mismo, cada vez más vibrante, cada vez más preciso en los detalles, muy dedicado en los fondos, muy zarpado en las splash pages, con cuerpos y rostros de gran plasticidad, con ese punto exacto de exageración que hace falta para que los héroes y villanos se vean grossos, bien épicos, bien dramáticos, pero sin caer en el grotesco. Le cambian más de una vez los entintadores, pero la solidez de Morales hace que la calidad se mantenga intacta.
No digo “acá se termina la etapa de Geoff Johns en Hawkman”, porque sigue en esos tres episodios que se cruzan con la JSA. Pero a nivel libros sí, este es el último. En general es una buena etapa, con buenos dibujos, con las aventuras como punto más flojo y el desarrollo de personajes como punto más alto. Hawkman es un personaje difícil para trabajar, pero Johns (con el aporte de James Robinson en el arranque y de Rags Morales en la faz gráfica) le sacó un jugo más que interesante.
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martes, 21 de julio de 2015
21/ 07: EL GATO PERDIDO
Por si vivís en un iglú, te cuento que el noruego Jason es uno de los invitados ya confirmados, que en menos de dos meses va a estar en Buenos Aires en la próxima edición de Comicópolis. Gran momento, entonces, para hacerse de alguna de las obras que componen su vasta bibliografía.
A mí se me dio por probar qué onda los relatos más extensos, qué pasa cuando lo sacás a Jason del nicho en el que se lo ve más canchero, que es el de las historias de entre 24 y 48 páginas. Y me jugué por esta novela de casi 150 páginas sin tener la menor idea del argumento. Lo que uno ya intuye cuando le entra a una obra de Jason es el tono, la impronta, esa sensación de que las cosas se mueven lento, de que todos los personajes son gente triste, aburrida de su propia mediocridad. Para un tipo que hizo un culto del dibujo minimalista y que desenfatiza totalmente las expresiones faciales, la verdad que lo que logra transmitir es muchísimo.
La trama nos invita a presenciar el caso más raro en la carrera de Danny Delon, un oscuro detective privado especializado en cornudos y divorciados que buscan pruebas fehacientes de que sus esposas o ex-esposas se acuestan con otros. Un episodio circunstancial hará que Danny entre en contacto con la enigmática Charlotte y su vida no volverá a ser la misma. Lo que empezó como un coqueteo, un chichoneo a ver qué onda, va a crecer hasta convertirse en una obsesión para el detective, sobre todo cuando Charlotte desaparezca sin dejar rastros. Casi toda la novela se centrará en eso, en las averiguaciones y las pistas que consigue Danny para tratar de deducir a dónde está Charlotte.
Al final, cuando Jason revela el misterio, decís “nah, se fue a la mierda”. Y es cierto, la solución al enigma contrasta bastante con el clima que generó la novela desde la primera página. Pero a) desorientar al lector para después sorprenderlo es un recurso válido y b) si releés la novela vas a encontrar pistas sutiles (y no tanto) de para dónde se puede llegar a resolver. ¿Está un poco estirada? Sí, pero no jode, porque no hay escenas en las que no avance la trama o no se construya clima. Y en ningún momento se hace pesada, siempre hay algo interesante que sucede o un amague de que algo interesante está por suceder.
Además el dibujo de Jason fluye con tanta naturalidad, que te engancha de una. Acostumbradísimo a narrar sin texto, el noruego se cuida mucho de no poner más diálogos que los indispensables y eso también contribuye al clima y sobre todo al ritmo de la obra, en el que los silencios cobran un peso que no tienen en las historietas mudas del autor. El dibujo está firmemente alineado a ese minimalismo prolijo, un poco distante, un poco frío, que transmite emociones de un modo bastante poco convencional. Jason elimina el factor “puesta en página” al ceñirse de punta a punta a una grilla de cuatro viñetas iguales, dibuja poquísimos fondos (algunos realmente laburadísimos) y añade toques de color muy sutiles, detallitos, sombritas, logradas con un lápiz de color rojo común y corriente. Si te copa la estética de Jason, acá lo vas a disfrutar muchísimo y vas a alucinar viendo cómo convierte todas estas limitaciones y restricciones en elementos que juegan a favor del relato.
El Gato Perdido es una de las obras más recientes de Jason y una de las más ambiciosas. Está editado en castellano por Astiberri y en inglés por Fantagraphics y las dos ediciones son excelentes. No sé si es un buen punto de partida para el que nunca se acercó al universo del noruego, pero si ya estás a full con Jason no lo dejes pasar.
A mí se me dio por probar qué onda los relatos más extensos, qué pasa cuando lo sacás a Jason del nicho en el que se lo ve más canchero, que es el de las historias de entre 24 y 48 páginas. Y me jugué por esta novela de casi 150 páginas sin tener la menor idea del argumento. Lo que uno ya intuye cuando le entra a una obra de Jason es el tono, la impronta, esa sensación de que las cosas se mueven lento, de que todos los personajes son gente triste, aburrida de su propia mediocridad. Para un tipo que hizo un culto del dibujo minimalista y que desenfatiza totalmente las expresiones faciales, la verdad que lo que logra transmitir es muchísimo.
La trama nos invita a presenciar el caso más raro en la carrera de Danny Delon, un oscuro detective privado especializado en cornudos y divorciados que buscan pruebas fehacientes de que sus esposas o ex-esposas se acuestan con otros. Un episodio circunstancial hará que Danny entre en contacto con la enigmática Charlotte y su vida no volverá a ser la misma. Lo que empezó como un coqueteo, un chichoneo a ver qué onda, va a crecer hasta convertirse en una obsesión para el detective, sobre todo cuando Charlotte desaparezca sin dejar rastros. Casi toda la novela se centrará en eso, en las averiguaciones y las pistas que consigue Danny para tratar de deducir a dónde está Charlotte.
Al final, cuando Jason revela el misterio, decís “nah, se fue a la mierda”. Y es cierto, la solución al enigma contrasta bastante con el clima que generó la novela desde la primera página. Pero a) desorientar al lector para después sorprenderlo es un recurso válido y b) si releés la novela vas a encontrar pistas sutiles (y no tanto) de para dónde se puede llegar a resolver. ¿Está un poco estirada? Sí, pero no jode, porque no hay escenas en las que no avance la trama o no se construya clima. Y en ningún momento se hace pesada, siempre hay algo interesante que sucede o un amague de que algo interesante está por suceder.
Además el dibujo de Jason fluye con tanta naturalidad, que te engancha de una. Acostumbradísimo a narrar sin texto, el noruego se cuida mucho de no poner más diálogos que los indispensables y eso también contribuye al clima y sobre todo al ritmo de la obra, en el que los silencios cobran un peso que no tienen en las historietas mudas del autor. El dibujo está firmemente alineado a ese minimalismo prolijo, un poco distante, un poco frío, que transmite emociones de un modo bastante poco convencional. Jason elimina el factor “puesta en página” al ceñirse de punta a punta a una grilla de cuatro viñetas iguales, dibuja poquísimos fondos (algunos realmente laburadísimos) y añade toques de color muy sutiles, detallitos, sombritas, logradas con un lápiz de color rojo común y corriente. Si te copa la estética de Jason, acá lo vas a disfrutar muchísimo y vas a alucinar viendo cómo convierte todas estas limitaciones y restricciones en elementos que juegan a favor del relato.
El Gato Perdido es una de las obras más recientes de Jason y una de las más ambiciosas. Está editado en castellano por Astiberri y en inglés por Fantagraphics y las dos ediciones son excelentes. No sé si es un buen punto de partida para el que nunca se acercó al universo del noruego, pero si ya estás a full con Jason no lo dejes pasar.
lunes, 20 de julio de 2015
20/ 07: LA SENDA DEL ERRANTE
Este año estuve de nuevo por tierras chilenas, así que una vez más me traje unas cuantas historietas oriundas del país vecino para leer y reseñar.
La Senda del Errante tiene la estructura de una historia que leimos 150.000 veces: un justiciero oscuro aparece para boletear de a uno a los autores de un crimen espantoso que nunca había sido castigado. Sobre esa base se puede hacer una boludez sangrienta al pedo, o se puede construir un relato más complejo, con más matices y más sustancia. Felizmente, el guión de Germán Valenzuela apuesta a esto último, a adornar la trama bastante obvia de la venganza con elementos más atractivos. Y el quiebre, el hallazgo realmente notable de esta novela gráfica llega cuando Valenzuela se decide a anclar la historia a un hecho real, una mancha trágica y aberrante en la historia chilena, que yo por supuesto desconocía.
Seguro te suena “la Patagonia rebelde”, aquel suceso nefasto de nuestra historia, allá por 1920-21, cuando el ejército argentino (presionado por empresas británicas) reprimió una huelga de obreros que pedían mejores condiciones de trabajo. Ese bochorno nos dejó cerca de 1500 trabajadores fusilados sin piedad. Del otro lado de la cordillera pasó algo MUY similar. Fue en 1907 y en un sólo día, las fuerzas armadas chilenas mataron a casi 3600 personas, entre ellas mujeres y niños, que sólo querían trabajar en condiciones un poco más dignas en el salitre. Sí, leiste bien: 3600 personas en un sólo día. Casi un genocidio. Y sin embargo, nunca se juzgó ni se condenó a nadie por semejante atrocidad.
El vengador oscuro de La Senda del Errante se dedica a buscar a los que perpetraron esa masacre y a liquidarlos uno por uno, sin piedad. De a poco, Valenzuela nos da pistas de quién es este tipo y por qué sale a matar gente vestido como un verdugo, con un manejo muy efectivo de los flashbacks. La secuencia del presente (en realidad de 1950) es la que menos sorpresas ofrece: todos leimos más de una vez una historia en la que un tipo le confiesa a un cura que es un asesino y termina por matar al propio cura. Acá pasa exactamente eso, que es lo que uno supone desde la primera página que va a pasar. En todo caso, lo que no resulta tan obvio es cómo se relaciona este sacerdote de 1950 con los asesinos impunes de 1907.
La historieta tiene apenas 38 páginas, con pocos cuadros por página y el texto muy bien distribuído. El ritmo es ágil, no se queda en la intención de shockearnos o conmovernos con los sucesos de 1907, no hay una sobrecarga de data histórica, y cada uno de los crímenes que el vengador le confiesa al cura son bastante distintos entre sí, como para que la secuencia no se haga reiterativa. Así que podemos hablar de unos cuantos méritos en el guión, como para compensar lo trillado del argumento.
Con el dibujo tengo un problema serio, que es que para dibujar 38 páginas hicieron falta cuatro personas. Las escenas ambientadas en 1950 las dibuja Danny Jiménez, a quien ya nos habíamos cruzado en uno de los libros de Mortis. Jiménez no te mete un fondo ni por accidente y los poco que mete son fotos choreadas sin el menor prurito, apenas retocadas. Su fuerte son las expresiones faciales, realzadas por una técnica muy interesante (por momentos brecciana) para meter texturas. Y en esas viñetas de 1907 que le toca intercalar sobre el final, nos muestra otra técnica de gran belleza plástica, más cercana al realismo tradicional. El primer flashback está a cargo de un correcto Javier Bahamonde, bastante influenciado por el mainstream norteamericano y con un buen manejo del claroscuro. El segundo nos brinda la posibilidad de descubrir a Cristian Pérez Bolton, un dibujante exquisito, dinámico, expresivo, con un gran manejo de las tramas y los grises. Y para el tercer y último flashback no quedaban más dibujantes buenos y terminó metiendo mano Alonso Molina, un artista muy por debajo del nivel que veníamos viendo hasta ese punto. Una lástima.
Obviamente, este comic con un sólo dibujante sería mucho mejor, más homogéneo, más compacto. Así como está, no está mal, tiene unos cuantos puntos a favor como para darle una oportunidad. O como para recomendárselo a un amigo sin tener que ir a la iglesia a confesarse.
La Senda del Errante tiene la estructura de una historia que leimos 150.000 veces: un justiciero oscuro aparece para boletear de a uno a los autores de un crimen espantoso que nunca había sido castigado. Sobre esa base se puede hacer una boludez sangrienta al pedo, o se puede construir un relato más complejo, con más matices y más sustancia. Felizmente, el guión de Germán Valenzuela apuesta a esto último, a adornar la trama bastante obvia de la venganza con elementos más atractivos. Y el quiebre, el hallazgo realmente notable de esta novela gráfica llega cuando Valenzuela se decide a anclar la historia a un hecho real, una mancha trágica y aberrante en la historia chilena, que yo por supuesto desconocía.
Seguro te suena “la Patagonia rebelde”, aquel suceso nefasto de nuestra historia, allá por 1920-21, cuando el ejército argentino (presionado por empresas británicas) reprimió una huelga de obreros que pedían mejores condiciones de trabajo. Ese bochorno nos dejó cerca de 1500 trabajadores fusilados sin piedad. Del otro lado de la cordillera pasó algo MUY similar. Fue en 1907 y en un sólo día, las fuerzas armadas chilenas mataron a casi 3600 personas, entre ellas mujeres y niños, que sólo querían trabajar en condiciones un poco más dignas en el salitre. Sí, leiste bien: 3600 personas en un sólo día. Casi un genocidio. Y sin embargo, nunca se juzgó ni se condenó a nadie por semejante atrocidad.
El vengador oscuro de La Senda del Errante se dedica a buscar a los que perpetraron esa masacre y a liquidarlos uno por uno, sin piedad. De a poco, Valenzuela nos da pistas de quién es este tipo y por qué sale a matar gente vestido como un verdugo, con un manejo muy efectivo de los flashbacks. La secuencia del presente (en realidad de 1950) es la que menos sorpresas ofrece: todos leimos más de una vez una historia en la que un tipo le confiesa a un cura que es un asesino y termina por matar al propio cura. Acá pasa exactamente eso, que es lo que uno supone desde la primera página que va a pasar. En todo caso, lo que no resulta tan obvio es cómo se relaciona este sacerdote de 1950 con los asesinos impunes de 1907.
La historieta tiene apenas 38 páginas, con pocos cuadros por página y el texto muy bien distribuído. El ritmo es ágil, no se queda en la intención de shockearnos o conmovernos con los sucesos de 1907, no hay una sobrecarga de data histórica, y cada uno de los crímenes que el vengador le confiesa al cura son bastante distintos entre sí, como para que la secuencia no se haga reiterativa. Así que podemos hablar de unos cuantos méritos en el guión, como para compensar lo trillado del argumento.
Con el dibujo tengo un problema serio, que es que para dibujar 38 páginas hicieron falta cuatro personas. Las escenas ambientadas en 1950 las dibuja Danny Jiménez, a quien ya nos habíamos cruzado en uno de los libros de Mortis. Jiménez no te mete un fondo ni por accidente y los poco que mete son fotos choreadas sin el menor prurito, apenas retocadas. Su fuerte son las expresiones faciales, realzadas por una técnica muy interesante (por momentos brecciana) para meter texturas. Y en esas viñetas de 1907 que le toca intercalar sobre el final, nos muestra otra técnica de gran belleza plástica, más cercana al realismo tradicional. El primer flashback está a cargo de un correcto Javier Bahamonde, bastante influenciado por el mainstream norteamericano y con un buen manejo del claroscuro. El segundo nos brinda la posibilidad de descubrir a Cristian Pérez Bolton, un dibujante exquisito, dinámico, expresivo, con un gran manejo de las tramas y los grises. Y para el tercer y último flashback no quedaban más dibujantes buenos y terminó metiendo mano Alonso Molina, un artista muy por debajo del nivel que veníamos viendo hasta ese punto. Una lástima.
Obviamente, este comic con un sólo dibujante sería mucho mejor, más homogéneo, más compacto. Así como está, no está mal, tiene unos cuantos puntos a favor como para darle una oportunidad. O como para recomendárselo a un amigo sin tener que ir a la iglesia a confesarse.
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La Senda del Errante
domingo, 19 de julio de 2015
19/ 07: A1 Vol.4
Me quedaba sin reseñar este tomito de A1, que también recuperé tras haberlo perdido como un subnormal. Lo voy a repasar de atrás para adelante, para joder.
Alan Moore y Steve Parkhouse ofrecen un episodio de The Bojeffries Saga totalmente indescifrable, narrado en forma de ópera. Los personajes en vez de hablar, cantan… pero vos no escuchás la música. Y encima hablan de temas totalmente acotados a la vida cotidiana en los suburbios de Londres (creo). No me aportó nada.
Graham Marks y John Bolton vuelven con sus historias cortísimas en las que juegan a homenajear a artistas plásticos reconocidos. Esta vez se meten con la obra de Giuseppe Arcimboldo y no les sale perfecto, pero tampoco está mal. El dibujo, fastuoso como siempre.
Bill Sienkiewicz aporta una breve historia con guión propio, en la que busca una onda poética, en la que la belleza estética le gane al contenido e incluso a la narrativa. Lo logra, pero como pierde la narrativa, no me convence ni aunque el dibujo sea majestuoso.
James Robinson cuenta una historia familiar fuerte, jodida, mezclada con un toque de ciencia-ficción y bastante de política latinoamericana. Pareciera ser el prólogo a una historia más larga, pero así como está, funciona. El dibujo de Phil Elliott está bastante bien.
Glenn Fabry vuelve a dar cátedra de dibujo realista en una nueva entrega de Bricktop, la historia que continuaba de número a número de A1. Andrew Stickland y Richard Barker (a los que nunca había oído nombrar) aportan una historia muy cortita (apenas dos páginas) que tampoco me cerró, ni a nivel guión ni a nivel dibujo.
Alan Martin y Jamie Hewlett, los creadores de Tank Girl, ofrecen una historia titulada Hell City, que tiene 10 páginas… pero texto para 24. Esto mismo, contado en más páginas con los diálogos y bloques de texto mejor repartidos, sería excelente. Así como está, es difícil de leer. De todos modos, el dibujo de Hewlett la rompe.
Una tradición de A1 era la de incluir historias cortas de personajes que tenían su propia serie en otra editorial, material extra, que de alguna manera conectaba con sagas más ambiciosas y con muchos fans. Esta vez no hay una esas, sino TRES.
La primera es brillante. James Robinson y el grossísimo D´Israeli se mandan una historia corta de Grendel muy fiel al espíritu de Matt Wagner y ambientada en una etapa poco explorada del fascinante ciclo grendeliano. Jan Strnad retoma a Dalgoda, su personaje de principios de los ´80, para una historia en tono de comedia, muy divertida, con mucha acción, buenos chistes y los magníficos dibujos del ídolo Kevin Nowlan.
Y además, por primera vez en idioma inglés, acá aparece In the Heart of the Inexpugnable Meta-Bunker, la historia corta de Jodorowsky y Moebius que se desprende del Incal y da pie a lo que luego sería La Casta de los Metabarones. Un clásico instantáneo, que además forma parte de un dossier dedicado a Moebius, donde aparecen otras dos rarezas del genio eterno: ocho páginas de dibujos bastante inconexos (casi todos maravillosos) extraídos de uno de sus cuadernos, y Moebius Circa ´74 que no es otra cosa que una “historieta” de ocho páginas en las que el autor adapta al comic un fragmento de una entrevista que le concede a Numa Sadoul. Un Moebius todavía joven y bastante hippón contesta casi todo en joda y lo bardea al pobre periodista, pero entre toda esa payasada hay respuestas interesantes, que sumadas a los dibujos del maestro (hechos medio a los pedos, pero bue) dan un resultado positivo.
Como siempre, la combinación de papa fina, sorpresas, rarezas y nombres muy power hacen que cada tomito de A1 sea un clásico. Y un tesoro que vale la pena buscar y capturar, cueste lo que cueste.
Alan Moore y Steve Parkhouse ofrecen un episodio de The Bojeffries Saga totalmente indescifrable, narrado en forma de ópera. Los personajes en vez de hablar, cantan… pero vos no escuchás la música. Y encima hablan de temas totalmente acotados a la vida cotidiana en los suburbios de Londres (creo). No me aportó nada.
Graham Marks y John Bolton vuelven con sus historias cortísimas en las que juegan a homenajear a artistas plásticos reconocidos. Esta vez se meten con la obra de Giuseppe Arcimboldo y no les sale perfecto, pero tampoco está mal. El dibujo, fastuoso como siempre.
Bill Sienkiewicz aporta una breve historia con guión propio, en la que busca una onda poética, en la que la belleza estética le gane al contenido e incluso a la narrativa. Lo logra, pero como pierde la narrativa, no me convence ni aunque el dibujo sea majestuoso.
James Robinson cuenta una historia familiar fuerte, jodida, mezclada con un toque de ciencia-ficción y bastante de política latinoamericana. Pareciera ser el prólogo a una historia más larga, pero así como está, funciona. El dibujo de Phil Elliott está bastante bien.
Glenn Fabry vuelve a dar cátedra de dibujo realista en una nueva entrega de Bricktop, la historia que continuaba de número a número de A1. Andrew Stickland y Richard Barker (a los que nunca había oído nombrar) aportan una historia muy cortita (apenas dos páginas) que tampoco me cerró, ni a nivel guión ni a nivel dibujo.
Alan Martin y Jamie Hewlett, los creadores de Tank Girl, ofrecen una historia titulada Hell City, que tiene 10 páginas… pero texto para 24. Esto mismo, contado en más páginas con los diálogos y bloques de texto mejor repartidos, sería excelente. Así como está, es difícil de leer. De todos modos, el dibujo de Hewlett la rompe.
Una tradición de A1 era la de incluir historias cortas de personajes que tenían su propia serie en otra editorial, material extra, que de alguna manera conectaba con sagas más ambiciosas y con muchos fans. Esta vez no hay una esas, sino TRES.
La primera es brillante. James Robinson y el grossísimo D´Israeli se mandan una historia corta de Grendel muy fiel al espíritu de Matt Wagner y ambientada en una etapa poco explorada del fascinante ciclo grendeliano. Jan Strnad retoma a Dalgoda, su personaje de principios de los ´80, para una historia en tono de comedia, muy divertida, con mucha acción, buenos chistes y los magníficos dibujos del ídolo Kevin Nowlan.
Y además, por primera vez en idioma inglés, acá aparece In the Heart of the Inexpugnable Meta-Bunker, la historia corta de Jodorowsky y Moebius que se desprende del Incal y da pie a lo que luego sería La Casta de los Metabarones. Un clásico instantáneo, que además forma parte de un dossier dedicado a Moebius, donde aparecen otras dos rarezas del genio eterno: ocho páginas de dibujos bastante inconexos (casi todos maravillosos) extraídos de uno de sus cuadernos, y Moebius Circa ´74 que no es otra cosa que una “historieta” de ocho páginas en las que el autor adapta al comic un fragmento de una entrevista que le concede a Numa Sadoul. Un Moebius todavía joven y bastante hippón contesta casi todo en joda y lo bardea al pobre periodista, pero entre toda esa payasada hay respuestas interesantes, que sumadas a los dibujos del maestro (hechos medio a los pedos, pero bue) dan un resultado positivo.
Como siempre, la combinación de papa fina, sorpresas, rarezas y nombres muy power hacen que cada tomito de A1 sea un clásico. Y un tesoro que vale la pena buscar y capturar, cueste lo que cueste.
sábado, 18 de julio de 2015
18/ 07: LOS SURCOS DEL AZAR
No sé si Los Surcos del Azar es el mejor trabajo de Paco Roca, pero seguro es el más importante. El autor dedicó muchos años a investigar y varios a dibujar esta historia vibrante, conmovedora, basada en hechos reales tan grossos que parecen ficción.
Como Art Siegelman en Maus, Roca se convierte en personaje para coprotagonizar un montón de escenas que tienen que ver con las bambalinas de su extensa entrevista a Miguel Ruiz, el verdadero protagonista de esta epopeya. La relación que se va entablando entre Roca y Ruiz, los diálogos, la tensión, la complicidad, es una parte central de la novela gráfica. También como en Maus, las memorias de este viejito de 94 años serán las que le den su forma definitiva a la historia, las que aporten los detalles que Roca no encontró en los libros, porque la historia oficial los dejó afuera. En el rescate de esos detalles, en ese pase de magia que hace subjetiva, personal y cercana a la epopeya de estos soldados españoles está el alma de Los Surcos del Azar.
Y ya que estamos coqueteando con esa idea, me la juego y la tiro sobre la mesa: Los Surcos del Azar es el Maus español. Mil veces mejor dibujado, con el texto mucho mejor distribuído y sin ese artificio medio torpe de dibujar a los nazis como gatos, a los judíos como ratones y demás. Acá los buenos, los malos y los veletas se definen por sus actos, no por su aspecto. El resto es muy similar: el viaje por la memoria de un viejito que “sangra historia” y que sobrevivió a situaciones terribles entre 1939 y 1944, emprendido por un joven historietista convertido en personaje secundario.
Para mi gusto, el relato de Miguel Ruiz es más fuerte que el de Vladek Spiegelman, por dos motivos. Primero, porque no es una mera víctima. Ruiz la pasa muy mal (sobre todo en ese tramo desolador en el desierto africano), pero el tipo es un soldado, un luchador que no se come ni la punta, y que hasta último momento va a esperar esa chance de jugar la revancha, de responder a la crueldad con más crueldad. Buscando el desquite va a encontrar la gloria y ese trueque de padeceres por laureles me resultó brillante, sobre todo porque Ruiz no va por la vida mostrando el brillo de su chapa, sino que se repliega al anonimato.
Y el otro motivo decisivo: esta historia, la de los españoles que pelearon en la Guerra Civil de su país en el bando republicano, se tuvieron que ir con el culo muy roto y terminaron por integrarse a las tropas aliadas para combatir a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, es mucho menos conocida que la del drama de los judíos en los campos de concentración del nazismo. Hay muchos menos textos, no sé si hay películas, casi seguro no había historietas sobre este tema… o sea que el valor documental del trabajo de Paco Roca es enorme y sirve para descubrir algo así como una aventura épica, oculta en los pliegues de la historia real.
Ni hace falta hablar del dibujo. La verdad es que visualmente este trabajo se asemeja bastante al anterior de Roca (El Invierno del Dibujante, reseñado el 27/07/11) y acumula más logros de los que se pueden enumerar en este espacio. Me quedo con otro aspecto de esta obra (acerca de la cual se podrían escribir libros enteros) que es su amplitud de espectro. Es una historieta documental, por momentos es una historieta bélica, por momentos gana el costumbrismo, por momentos crece una trama romántica, los tramos en el presente mezclan autobiografía con slice of life, la tensión dramática atraviesa de punta a punta las más de 300 páginas de la novela, los diálogos te tiran casi de keruza algún chispazo de humor aunque más no sea irónico… Acá hay realmente de todo y para todos.
Los Surcos del Azar, amigo viñetófilo, entra con holgura en la categoría de Historieta Perfecta. Si bien es un hardcover español de muchas páginas de esos que acá valen un huevo y la cáscara del otro, cada centavo que pagues por llevarte esta maravilla de Paco Roca a tu biblioteca será ampliamente compensado por una lectura sencillamente inolvidable. Y si sos español y todavía no tenés este libro, andá tramitando la nacionalidad malaya, sudafricana o neozelandesa…
Como Art Siegelman en Maus, Roca se convierte en personaje para coprotagonizar un montón de escenas que tienen que ver con las bambalinas de su extensa entrevista a Miguel Ruiz, el verdadero protagonista de esta epopeya. La relación que se va entablando entre Roca y Ruiz, los diálogos, la tensión, la complicidad, es una parte central de la novela gráfica. También como en Maus, las memorias de este viejito de 94 años serán las que le den su forma definitiva a la historia, las que aporten los detalles que Roca no encontró en los libros, porque la historia oficial los dejó afuera. En el rescate de esos detalles, en ese pase de magia que hace subjetiva, personal y cercana a la epopeya de estos soldados españoles está el alma de Los Surcos del Azar.
Y ya que estamos coqueteando con esa idea, me la juego y la tiro sobre la mesa: Los Surcos del Azar es el Maus español. Mil veces mejor dibujado, con el texto mucho mejor distribuído y sin ese artificio medio torpe de dibujar a los nazis como gatos, a los judíos como ratones y demás. Acá los buenos, los malos y los veletas se definen por sus actos, no por su aspecto. El resto es muy similar: el viaje por la memoria de un viejito que “sangra historia” y que sobrevivió a situaciones terribles entre 1939 y 1944, emprendido por un joven historietista convertido en personaje secundario.
Para mi gusto, el relato de Miguel Ruiz es más fuerte que el de Vladek Spiegelman, por dos motivos. Primero, porque no es una mera víctima. Ruiz la pasa muy mal (sobre todo en ese tramo desolador en el desierto africano), pero el tipo es un soldado, un luchador que no se come ni la punta, y que hasta último momento va a esperar esa chance de jugar la revancha, de responder a la crueldad con más crueldad. Buscando el desquite va a encontrar la gloria y ese trueque de padeceres por laureles me resultó brillante, sobre todo porque Ruiz no va por la vida mostrando el brillo de su chapa, sino que se repliega al anonimato.
Y el otro motivo decisivo: esta historia, la de los españoles que pelearon en la Guerra Civil de su país en el bando republicano, se tuvieron que ir con el culo muy roto y terminaron por integrarse a las tropas aliadas para combatir a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, es mucho menos conocida que la del drama de los judíos en los campos de concentración del nazismo. Hay muchos menos textos, no sé si hay películas, casi seguro no había historietas sobre este tema… o sea que el valor documental del trabajo de Paco Roca es enorme y sirve para descubrir algo así como una aventura épica, oculta en los pliegues de la historia real.
Ni hace falta hablar del dibujo. La verdad es que visualmente este trabajo se asemeja bastante al anterior de Roca (El Invierno del Dibujante, reseñado el 27/07/11) y acumula más logros de los que se pueden enumerar en este espacio. Me quedo con otro aspecto de esta obra (acerca de la cual se podrían escribir libros enteros) que es su amplitud de espectro. Es una historieta documental, por momentos es una historieta bélica, por momentos gana el costumbrismo, por momentos crece una trama romántica, los tramos en el presente mezclan autobiografía con slice of life, la tensión dramática atraviesa de punta a punta las más de 300 páginas de la novela, los diálogos te tiran casi de keruza algún chispazo de humor aunque más no sea irónico… Acá hay realmente de todo y para todos.
Los Surcos del Azar, amigo viñetófilo, entra con holgura en la categoría de Historieta Perfecta. Si bien es un hardcover español de muchas páginas de esos que acá valen un huevo y la cáscara del otro, cada centavo que pagues por llevarte esta maravilla de Paco Roca a tu biblioteca será ampliamente compensado por una lectura sencillamente inolvidable. Y si sos español y todavía no tenés este libro, andá tramitando la nacionalidad malaya, sudafricana o neozelandesa…
viernes, 17 de julio de 2015
17/ 07: TERMINUS Vol.8
Bueno, me puse al día con Términus. El número que tengo para reseñar hoy es también el último que salió. Siempre que reseñaba un número, tenía el siguiente ahí, en la pila de los pendientes, y esta vez o yo voy muy rápido o el bache entre esta entrega y la siguiente se hizo muy prolongado. Lo cierto es que creo estar ante el mejor número de esta antología. Son sólo siete historietas y vamos a repasarlas una por una.
Un abonado a la Términus es Rip Van Hellsing, el personaje creado por Enrique Barreiro, Hernán Ferrúa y Alejandro Santana. Esta vez es una historieta con bastante texto (lejos del mutismo casi absoluto al que nos tenían acostumbrados), pero también con mucha acción, una trama atractiva y secuencias muy bien armadas.
Fernando Baldó se manda con una de superhéroes, pero muy anclados en la realidad, casi al filo del slice of life, con un dibujo impactante y muy buenos diálogos. Me da la sensación de que esos personajes están pensados para volver y seguir desarrollándose en futuras historias.
Otro habitué de esta antología, el gran Pato Delpeche, forma equipo con el guionista Edgar Roggenbau para una breve historia “con truquito” que además funciona muy bien como experimento narrativo. Diego Simone, una de las luminarias de la Liga del Mal, colabora con un guionista español en una historia jodida, perturbadora, con un subtexto devastador, y dibujada a un gran nivel, con un trabajo de grises asombroso.
Sebastián Cabrol aporta una historieta de 9 páginas (larguísima para los standards de la Términus) en la que adapta un cuento de Ambrose Bierce. En algún momento del relato, dejó de ponerme nervioso y me empezó a aburrir, pero por suerte el dibujo es realmente exquisito, con mucha atención por los climas y muchos logros en la integración de la referencia fotográfica.
Bruno Chiroleu reincide con Blas, esta historieta presentada a modo de serie de episodios unitarios que casi siempre giran en torno a dilemas morales, resueltos sin violencia. Para esto, Chiroleu afina mucho la puntería con los diálogos y logra escenas muy atractivas, y otras… un poco crípticas. Cuando finalice la serie, me gustaría leerla toda de un tirón para meterme más a fondo en su dinámica. El dibujo, impecable, como siempre.
Y me guardé para el final la papa más fina, sin dudas una de las dos o tres mejores historietas que recuerdo haber leído en la Términus. ¿Te acordás cuando el 12/02/14 vimos una antología de historietas de zombies en la que había quedado afuera una de Luciano Saracino y Dante Ginevra, por un problema que tuvo Dante con la fecha de entrega? Bueno, esas 10 páginas están acá y son una JOYA. El guión de Saracino combina sutileza, habilidad técnica y lirismo, sin irse nunca de las convenciones de un género que de sutil y de lírico suele tener poco. Y el dibujo de Ginevra es glorioso, en la línea de sus mejores trabajos en blanco y negro, pero además con una magnífica impronta brecciana, como si se propusiera aggiornar para el Siglo XXI el estilo con el que el genio la rompiera en los ´60 con Mort Cinder. Posta, valió la pena esperar unos meses más para leer esto.
¿Por qué esta Términus es mejor que las otras? Por la experiencia y la solvencia de Ginevra y Saracino (que no son parte del elenco “cuasi-estable” de la antología), porque no hay historietas mudas, porque hay historietas de 9 y 10 páginas (cuando rara vez pasaban de las 7 u 8), porque se nota un nivel muy profesional, de cero improvisación, de cero relleno, de cero amigos medio principiantes a los que se les da un espacio por ser amigos, o por aportar unos pesitos para la imprenta. Por este camino, Términus va a llegar MUY lejos.
Un abonado a la Términus es Rip Van Hellsing, el personaje creado por Enrique Barreiro, Hernán Ferrúa y Alejandro Santana. Esta vez es una historieta con bastante texto (lejos del mutismo casi absoluto al que nos tenían acostumbrados), pero también con mucha acción, una trama atractiva y secuencias muy bien armadas.
Fernando Baldó se manda con una de superhéroes, pero muy anclados en la realidad, casi al filo del slice of life, con un dibujo impactante y muy buenos diálogos. Me da la sensación de que esos personajes están pensados para volver y seguir desarrollándose en futuras historias.
Otro habitué de esta antología, el gran Pato Delpeche, forma equipo con el guionista Edgar Roggenbau para una breve historia “con truquito” que además funciona muy bien como experimento narrativo. Diego Simone, una de las luminarias de la Liga del Mal, colabora con un guionista español en una historia jodida, perturbadora, con un subtexto devastador, y dibujada a un gran nivel, con un trabajo de grises asombroso.
Sebastián Cabrol aporta una historieta de 9 páginas (larguísima para los standards de la Términus) en la que adapta un cuento de Ambrose Bierce. En algún momento del relato, dejó de ponerme nervioso y me empezó a aburrir, pero por suerte el dibujo es realmente exquisito, con mucha atención por los climas y muchos logros en la integración de la referencia fotográfica.
Bruno Chiroleu reincide con Blas, esta historieta presentada a modo de serie de episodios unitarios que casi siempre giran en torno a dilemas morales, resueltos sin violencia. Para esto, Chiroleu afina mucho la puntería con los diálogos y logra escenas muy atractivas, y otras… un poco crípticas. Cuando finalice la serie, me gustaría leerla toda de un tirón para meterme más a fondo en su dinámica. El dibujo, impecable, como siempre.
Y me guardé para el final la papa más fina, sin dudas una de las dos o tres mejores historietas que recuerdo haber leído en la Términus. ¿Te acordás cuando el 12/02/14 vimos una antología de historietas de zombies en la que había quedado afuera una de Luciano Saracino y Dante Ginevra, por un problema que tuvo Dante con la fecha de entrega? Bueno, esas 10 páginas están acá y son una JOYA. El guión de Saracino combina sutileza, habilidad técnica y lirismo, sin irse nunca de las convenciones de un género que de sutil y de lírico suele tener poco. Y el dibujo de Ginevra es glorioso, en la línea de sus mejores trabajos en blanco y negro, pero además con una magnífica impronta brecciana, como si se propusiera aggiornar para el Siglo XXI el estilo con el que el genio la rompiera en los ´60 con Mort Cinder. Posta, valió la pena esperar unos meses más para leer esto.
¿Por qué esta Términus es mejor que las otras? Por la experiencia y la solvencia de Ginevra y Saracino (que no son parte del elenco “cuasi-estable” de la antología), porque no hay historietas mudas, porque hay historietas de 9 y 10 páginas (cuando rara vez pasaban de las 7 u 8), porque se nota un nivel muy profesional, de cero improvisación, de cero relleno, de cero amigos medio principiantes a los que se les da un espacio por ser amigos, o por aportar unos pesitos para la imprenta. Por este camino, Términus va a llegar MUY lejos.
jueves, 16 de julio de 2015
16/ 07: KANE Vol.2
Hora de reencontrarme con Paul Grist, este talentosísimo autor británico, mucho más conocido en los EEUU que en su propio país. Se supone que Kane es un policial, pero la verdad es que ya desde este segundo tomo se nota la fuerte inclinación del autor por contar otras cosas. Hay un entorno, un elenco de personajes típico del policial, pero las historias –sin despegarse totalmente de ese género- van bastante para otro lado. Así tenemos algo de slice of life, algo de humor al filo del delirio, una sátira muy lograda al género de los superhéroes y una mezcla de homenaje y parodia al Sin City de Frank Miller.
¿Ves en la tapa al chabón grandote, con la cara hecha mierda y un colgante con la letra M? ¿Te hace acordar a Marv, el de la primera saga de Sin City? Bueno, ES Marv. Lo llaman “Frankie” (para que hasta el último subnormal capte la referencia a Frank Miller), pero es Marv. Algo hablamos de los parentescos gráficos entre Kane y Sin City cuando vimos el Vol.1 (21/02/13) pero acá eso está muy subrayado, Grist se esfuerza mucho para que sean muchos los elementos visuales e incluso narrativos que nos remitan a la obra de Miller.
De todos modos, el dibujo de Grist no es exactamente una réplica sistemática de los yeites claroscurísticos de Miller. Es una mezcla rara y muy atractiva entre un dibujo de claroscuro extremo (con Miller y Mike Mignola como referentes más visibles) y una linea clara pura, elegante, prolija, que –una vez más- me remitió al grafismo de otro británico alucinante, Rian Hughes. Y si con el crossover entre Miller y Hughes no te emocionás hasta las lágrimas, te subo la apuesta con algo que también vimos en la reseña del Vol.1 pero acá es mucho más evidente: a la hora de pensar la narrativa, a la hora de plantear la puesta en página, de armar las secuencias, de elegir la forma más dramática, más impactante o más emotiva de mostrarnos cada cosa, el principal referente de Grist es el canadiense Dave Sim. Sin afanarle milimétricamente ese inagotable arsenal de recursos narrativos que desarrolló Sim a lo largo de los años, Grist recupera la impronta, esa sensación única que producía la lectura de los comics de Cerebus. El ritmo, la espacialidad, hasta la forma de colocar los globos y los bloques de texto tienen mucho que ver con la “tradición” narrativa de Sim. Lo cual, combinado a la inusual calidad del dibujo, te brinda una experiencia de lectura apasionante, incluso aunque no te interesen los guiones.
El primer episodio de este tomo, por ejemplo, consiste en 32 páginas mudas. Son varias historias ambientadas en la ciudad de New Eden que se empiezan a entrelazar a medida que se hacen más intensas, más violentas. Ninguna llega a resolverse del todo, eso sucederá en los episodios posteriores. Pero entre los trucos narrativos heredados de Sim y los elementos gráficos tomados de Sin City, Grist le da a estas páginas un vértigo, una furia, que te mete totalmente adentro de la historia y no podés parar de leer, aunque no entiendas ni la mitad de lo que está pasando.
Y así como Bakuman requiere un tiempo de lectura muy superior al de cualquier otro manga por su gran cantidad de diálogo, Kane tiene como única contra que dura poco. Por la cantidad de cuadros por página, por la proliferación de las secuencias mudas, este es un TPB cuyo tiempo de lectura es bastante menor que el de otros tomos de 144 páginas. Lo cual no significa que satisfaga, entretenga o emocione menos. Entre su afán por transgredir las normas del género policial y su pasión por la experimentación y el riesgo a la hora de narrar gráficamente sus historias, Paul Grist termina por ofrecer un comic realmente único, sustancioso y atractivo, más allá de lo rápido que te lo bajes. Prometo entrarle al Vol.3 en los próximos meses.
¿Ves en la tapa al chabón grandote, con la cara hecha mierda y un colgante con la letra M? ¿Te hace acordar a Marv, el de la primera saga de Sin City? Bueno, ES Marv. Lo llaman “Frankie” (para que hasta el último subnormal capte la referencia a Frank Miller), pero es Marv. Algo hablamos de los parentescos gráficos entre Kane y Sin City cuando vimos el Vol.1 (21/02/13) pero acá eso está muy subrayado, Grist se esfuerza mucho para que sean muchos los elementos visuales e incluso narrativos que nos remitan a la obra de Miller.
De todos modos, el dibujo de Grist no es exactamente una réplica sistemática de los yeites claroscurísticos de Miller. Es una mezcla rara y muy atractiva entre un dibujo de claroscuro extremo (con Miller y Mike Mignola como referentes más visibles) y una linea clara pura, elegante, prolija, que –una vez más- me remitió al grafismo de otro británico alucinante, Rian Hughes. Y si con el crossover entre Miller y Hughes no te emocionás hasta las lágrimas, te subo la apuesta con algo que también vimos en la reseña del Vol.1 pero acá es mucho más evidente: a la hora de pensar la narrativa, a la hora de plantear la puesta en página, de armar las secuencias, de elegir la forma más dramática, más impactante o más emotiva de mostrarnos cada cosa, el principal referente de Grist es el canadiense Dave Sim. Sin afanarle milimétricamente ese inagotable arsenal de recursos narrativos que desarrolló Sim a lo largo de los años, Grist recupera la impronta, esa sensación única que producía la lectura de los comics de Cerebus. El ritmo, la espacialidad, hasta la forma de colocar los globos y los bloques de texto tienen mucho que ver con la “tradición” narrativa de Sim. Lo cual, combinado a la inusual calidad del dibujo, te brinda una experiencia de lectura apasionante, incluso aunque no te interesen los guiones.
El primer episodio de este tomo, por ejemplo, consiste en 32 páginas mudas. Son varias historias ambientadas en la ciudad de New Eden que se empiezan a entrelazar a medida que se hacen más intensas, más violentas. Ninguna llega a resolverse del todo, eso sucederá en los episodios posteriores. Pero entre los trucos narrativos heredados de Sim y los elementos gráficos tomados de Sin City, Grist le da a estas páginas un vértigo, una furia, que te mete totalmente adentro de la historia y no podés parar de leer, aunque no entiendas ni la mitad de lo que está pasando.
Y así como Bakuman requiere un tiempo de lectura muy superior al de cualquier otro manga por su gran cantidad de diálogo, Kane tiene como única contra que dura poco. Por la cantidad de cuadros por página, por la proliferación de las secuencias mudas, este es un TPB cuyo tiempo de lectura es bastante menor que el de otros tomos de 144 páginas. Lo cual no significa que satisfaga, entretenga o emocione menos. Entre su afán por transgredir las normas del género policial y su pasión por la experimentación y el riesgo a la hora de narrar gráficamente sus historias, Paul Grist termina por ofrecer un comic realmente único, sustancioso y atractivo, más allá de lo rápido que te lo bajes. Prometo entrarle al Vol.3 en los próximos meses.
miércoles, 15 de julio de 2015
15/ 07: BAKUMAN Vol.9
Hoy muy cortito, porque me quedé sin tiempo.
Me sigo divirtiendo muchísimo con este manga. No sé cómo, pero Tsugumi Ohba y Takeshi Obata me siguen sorprendiendo tomo a tomo, con las volteretas que pega el argumento, con la forma en que generan tensión incluso en situaciones cotidianas o boludas, con la profundidad que le dan a los personajes y –quizás lo más atractivo- con la data que tiran acerca del backstage de las grandes antologías japonesas.
Este tomo tiene escenas cómicas, románticas, discusiones al borde de irse a las manos, revelaciones sobre el pasado de los personajes adultos, más evolución en los personajes jóvenes y nuevos conflictos (pesados y livianitos) para que la trama no decaiga nunca, para que uno la siga siempre con el mismo interés.
Los diálogos son muy graciosos y afilados (bien ahí la traducción argentísima de Nathalia Ferreyra) y el dibujo de Obata por momentos levanta un vuelo expresivo increíble.
No me canso de recomendar Bakuman… ni de preguntar en el kiosco cuándo carajo sale el próximo tomo…
Me sigo divirtiendo muchísimo con este manga. No sé cómo, pero Tsugumi Ohba y Takeshi Obata me siguen sorprendiendo tomo a tomo, con las volteretas que pega el argumento, con la forma en que generan tensión incluso en situaciones cotidianas o boludas, con la profundidad que le dan a los personajes y –quizás lo más atractivo- con la data que tiran acerca del backstage de las grandes antologías japonesas.
Este tomo tiene escenas cómicas, románticas, discusiones al borde de irse a las manos, revelaciones sobre el pasado de los personajes adultos, más evolución en los personajes jóvenes y nuevos conflictos (pesados y livianitos) para que la trama no decaiga nunca, para que uno la siga siempre con el mismo interés.
Los diálogos son muy graciosos y afilados (bien ahí la traducción argentísima de Nathalia Ferreyra) y el dibujo de Obata por momentos levanta un vuelo expresivo increíble.
No me canso de recomendar Bakuman… ni de preguntar en el kiosco cuándo carajo sale el próximo tomo…
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Bakuman,
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Takeshi Obata,
Tsugumi Ohba
martes, 14 de julio de 2015
14/ 07: LOS REYES ELFOS: HISTORIAS DE FAERIE
Hacía más de dos años que no me topaba con un libro de esta maravillosa serie de Víctor Santos, esa que me tocó leer en perfecto desorden y de la que nunca conseguí el Vol.1. De hecho, Historias de Faerie es una segunda serie, de la cual existen dos tomos. El Vol.2 lo leí allá por el 01/02/10 y el Vol.1 es este, que conseguí recién ahora.
Al igual que el Vol.2, este tomo de Historias de Faerie ofrece una antología de historias cortas que se complementan con la saga central, la que protagoniza Ehren Heldentodsson. Algunas de las historias intersectan en momentos muy puntuales de la saga, otras nos muestran anécdotas menores, o revelan detalles del pasado de los personajes principales, o narran breves historias en las que algún personaje secundario asume un rol protagónico. Y también al igual que el Vol.2, abre con una historia en la que Santos dibuja el guión escrito por un invitado, para luego ser él quien escribe todas las historias restantes, todas con distintos dibujantes. Vamos a repasarlas.
La primera historia tiene sólo seis páginas y es una anécdota menor protagonizada por el villano de la saga, el Caballero Oscuro. El dibujo de Santos es magnífico y el guionista invitado no es otro que Michael Avon Oeming, quien propone una muy buena idea.
De las que escribe Santos, la primera también es muy breve y tiene como principal atractivo el dibujo de Víctor Rivas, un dibujante notable, emparentado con Joann Sfar, Blutch y Christophe Blain, al que me hubiese encantado ver dibujar un álbum de La Mazmorra.
La siguiente es otra anécdota menor (y muy linda), ambientada en la juventud de Ehren, dibujada por Fermín Solís, un autor con un típico estilo de indie yanki, una especie de James Kochalka más civilizado.
Ya con un par de páginas más, Santos nos cuenta una historia de cuando Ehren vivió en las tierras de Cipango, con los dibujos de Carla Berrocal, que no me terminaron de convencer.
Junto a Norberto Fernández (dibujante muy correcto, de estilo realista muy pulido), Santos narra el violento episodio por el cual Glirren se convierte en la Emperatriz de Hielo.
Otro dibujante realista de trazo muy potente, Sergio Córdoba (hoy consagrado en el mercado francés) tiene a su cargo el dibujo de una historia protagonizada por Jurgen Ulf que se queda un poquito en la machaca.
Otro dibujante hoy consagrado, David Lafuente, acompaña a Santos en otra historia de Ehren vagando por el mundo, esta vez en el Ulster, donde intersecta con la saga de Cuchulain. Otro relato violento, vibrante y muy bien dibujado.
Dreide y Jurgen Ulf son los protagonistas de la siguiente historia, también demasiado jugada a la machaca, más algún chiste ingenioso. El dibujo de Joan Fuster está muy bien, con un buen trabajo a la hora de resolver todo desde el claroscuro.
Anna (la hija de Ehren y Dreide) protagoniza una aventura narrada en dos tiempos distintos, en la que Santos logra indagar bastante a fondo en su personalidad. El dibujo es excelente y muestra por qué Kenny Ruiz triunfa en el mercado europeo.
Y me guardé para el final mi historieta favorita, protagonizada por Grimmerson y sus enanos. Acá Santos saca chapa de GRAN guionista y logra que esta breve narración de 8 páginas interesecte no con uno, sino con varios momentos clave de la saga principal, además de regalarnos los mejores diálogos del tomo. Para dibujarla convocó nada menos que a Quim Bou, un dibujante que a mí me encanta (desde mucho antes de que otro Bou fuera ídolo en Racing) y que acá deja la vida en unas páginas fastuosas, realzadas por una aplicación de grises sencillamente magistral.
Complementan varios pin-ups y textos en los que Santos cuenta el backstage de cada una de las historias. Si nunca leiste Los Reyes Elfos, me parece que este libro te deja bastante en bolas. Pero si ya venís siguiendo la saga, acá vas a encontrar muy buenas historias accesorias, algunas dibujadas a un nivel altísimo y todas con el sello inconfundible del inmenso Víctor Santos.
Al igual que el Vol.2, este tomo de Historias de Faerie ofrece una antología de historias cortas que se complementan con la saga central, la que protagoniza Ehren Heldentodsson. Algunas de las historias intersectan en momentos muy puntuales de la saga, otras nos muestran anécdotas menores, o revelan detalles del pasado de los personajes principales, o narran breves historias en las que algún personaje secundario asume un rol protagónico. Y también al igual que el Vol.2, abre con una historia en la que Santos dibuja el guión escrito por un invitado, para luego ser él quien escribe todas las historias restantes, todas con distintos dibujantes. Vamos a repasarlas.
La primera historia tiene sólo seis páginas y es una anécdota menor protagonizada por el villano de la saga, el Caballero Oscuro. El dibujo de Santos es magnífico y el guionista invitado no es otro que Michael Avon Oeming, quien propone una muy buena idea.
De las que escribe Santos, la primera también es muy breve y tiene como principal atractivo el dibujo de Víctor Rivas, un dibujante notable, emparentado con Joann Sfar, Blutch y Christophe Blain, al que me hubiese encantado ver dibujar un álbum de La Mazmorra.
La siguiente es otra anécdota menor (y muy linda), ambientada en la juventud de Ehren, dibujada por Fermín Solís, un autor con un típico estilo de indie yanki, una especie de James Kochalka más civilizado.
Ya con un par de páginas más, Santos nos cuenta una historia de cuando Ehren vivió en las tierras de Cipango, con los dibujos de Carla Berrocal, que no me terminaron de convencer.
Junto a Norberto Fernández (dibujante muy correcto, de estilo realista muy pulido), Santos narra el violento episodio por el cual Glirren se convierte en la Emperatriz de Hielo.
Otro dibujante realista de trazo muy potente, Sergio Córdoba (hoy consagrado en el mercado francés) tiene a su cargo el dibujo de una historia protagonizada por Jurgen Ulf que se queda un poquito en la machaca.
Otro dibujante hoy consagrado, David Lafuente, acompaña a Santos en otra historia de Ehren vagando por el mundo, esta vez en el Ulster, donde intersecta con la saga de Cuchulain. Otro relato violento, vibrante y muy bien dibujado.
Dreide y Jurgen Ulf son los protagonistas de la siguiente historia, también demasiado jugada a la machaca, más algún chiste ingenioso. El dibujo de Joan Fuster está muy bien, con un buen trabajo a la hora de resolver todo desde el claroscuro.
Anna (la hija de Ehren y Dreide) protagoniza una aventura narrada en dos tiempos distintos, en la que Santos logra indagar bastante a fondo en su personalidad. El dibujo es excelente y muestra por qué Kenny Ruiz triunfa en el mercado europeo.
Y me guardé para el final mi historieta favorita, protagonizada por Grimmerson y sus enanos. Acá Santos saca chapa de GRAN guionista y logra que esta breve narración de 8 páginas interesecte no con uno, sino con varios momentos clave de la saga principal, además de regalarnos los mejores diálogos del tomo. Para dibujarla convocó nada menos que a Quim Bou, un dibujante que a mí me encanta (desde mucho antes de que otro Bou fuera ídolo en Racing) y que acá deja la vida en unas páginas fastuosas, realzadas por una aplicación de grises sencillamente magistral.
Complementan varios pin-ups y textos en los que Santos cuenta el backstage de cada una de las historias. Si nunca leiste Los Reyes Elfos, me parece que este libro te deja bastante en bolas. Pero si ya venís siguiendo la saga, acá vas a encontrar muy buenas historias accesorias, algunas dibujadas a un nivel altísimo y todas con el sello inconfundible del inmenso Víctor Santos.
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Víctor Santos
lunes, 13 de julio de 2015
13/ 07: ANT-MAN
Hollywood lo hizo de nuevo. Los creativos a cargo del universo fílmico de Marvel volvieron a encontrar la forma de hacer copado e interesante a un personaje que en los comics es menos que un cuatro de copas. Como pasó con los Guardians of the Galaxy, muchísima gente va a entrar al cine diciendo “¿quién carajo es Ant-Man?” y va a salir diciendo “ídolo absoluto Ant-Man”. Y es el mismo Scott Lang de los comics, eh? Presentado de modo distinto, adornado con personajes secundarios y villanos que en los comics no vimos nunca… pero sigue siendo Scott Lang.
El que cambia bastante es Hank Pym (muy bien personificado por Michael Douglas) que ahora asume el rol del veterano retirado que se convierte en mentor del pibe nuevo. Y acá los guionistas Edgar Wright y Joe Cornish se animan a hacer algo muy loco, que nunca habíamos visto en el universo fílmico de Marvel: contar aventuras de un superhéroe ambientadas entre la Segunda Guerra Mundial y la primera peli de Iron Man. ¿Todo para qué? Para darle chapa a este Pym crepuscular y a… al personaje cuya ausencia en casi toda la peli resulta importantísima.
Esta versión baqueteada y apenas oscura de Hank Pym es el elemento más dramático, menos festivo, de una historia en la que la acción va todo el tiempo de la mano de la diversión y hasta del humor. Ant-Man no es una película cómica pero -al igual que Guardians- dedica buena parte de sus 117 minutos a escenas muy graciosas, ya sea por las situaciones bizarras o por lo diálogos, repletos de ingenio, ironía y filo. La comedia se sostiene principalmente en la actuación de Paul Rudd (a quien yo no conocía, y no sé si posee la versatilidad suficiente para interpretar roles en los que no tenga que hacer de fachero/canchero) y de uno de los secundarios creados para la peli, brillantemente interpretado por Michael Peña.
Incluso dentro de este festival de chistes (que rivaliza con el festival de efectos especiales) hay conflictos fuertes, algunos más humanos (la relación de Scott con su hija Cassie, o la tensión entre Pym y su hija, interpretada por Evangeline Lilly) y otros más grandes, más peligrosos, y ahí es donde gana peso en la trama el villano, también muy logrado por Corey Stoll. En el último tramo, esta película tiene algo que casi no hemos visto en toda esta saga de films de Marvel: un villano con máscara y traje de villano. Quiero más de esos. Pero lo mejor es que estos conflictos hacen que los personajes crezcan, que enfrenten lo que les pasa, que no tengan más opciones que cambiar de rumbo, de actitud, aunque más no sea de opinión. Ant-Man no es una peli que pretenda venderte la hiper-epopeya, sino que se apoya mucho más en las luchas internas, las que se desatan en el fuero íntimo de los personajes. Si lográs hacer eso y que además nos cebemos con la aventura y nos riamos con los toques cómicos, sos un grosso.
Por si faltara algo, la gran traición de este guión (Hank Pym nunca fue miembro de los Avengers) está perfectamente justificada y cobra sentido en virtud de lo que pasa al final (en las escenas post-créditos), que obviamente no te lo voy a contar, pero que termina de integrar a esta película al resto del universo fílmico de Marvel. No hace falta boquear mucho, vos ya te imaginarás para dónde va la cosa…
Así que no dudes en pasar por tu cine favorito y subirte a este festival de la imaginación propuesto por el director Peyton Reed. Preparate para delirar con un despliegue visual realmente imponente y sobre todo para disfrutar de una muy buena historia, que te va a dejar pidiendo más. ¿En serio? ¿Más Ant-Man? Sí, en serio. Más Ant-Man.
El que cambia bastante es Hank Pym (muy bien personificado por Michael Douglas) que ahora asume el rol del veterano retirado que se convierte en mentor del pibe nuevo. Y acá los guionistas Edgar Wright y Joe Cornish se animan a hacer algo muy loco, que nunca habíamos visto en el universo fílmico de Marvel: contar aventuras de un superhéroe ambientadas entre la Segunda Guerra Mundial y la primera peli de Iron Man. ¿Todo para qué? Para darle chapa a este Pym crepuscular y a… al personaje cuya ausencia en casi toda la peli resulta importantísima.
Esta versión baqueteada y apenas oscura de Hank Pym es el elemento más dramático, menos festivo, de una historia en la que la acción va todo el tiempo de la mano de la diversión y hasta del humor. Ant-Man no es una película cómica pero -al igual que Guardians- dedica buena parte de sus 117 minutos a escenas muy graciosas, ya sea por las situaciones bizarras o por lo diálogos, repletos de ingenio, ironía y filo. La comedia se sostiene principalmente en la actuación de Paul Rudd (a quien yo no conocía, y no sé si posee la versatilidad suficiente para interpretar roles en los que no tenga que hacer de fachero/canchero) y de uno de los secundarios creados para la peli, brillantemente interpretado por Michael Peña.
Incluso dentro de este festival de chistes (que rivaliza con el festival de efectos especiales) hay conflictos fuertes, algunos más humanos (la relación de Scott con su hija Cassie, o la tensión entre Pym y su hija, interpretada por Evangeline Lilly) y otros más grandes, más peligrosos, y ahí es donde gana peso en la trama el villano, también muy logrado por Corey Stoll. En el último tramo, esta película tiene algo que casi no hemos visto en toda esta saga de films de Marvel: un villano con máscara y traje de villano. Quiero más de esos. Pero lo mejor es que estos conflictos hacen que los personajes crezcan, que enfrenten lo que les pasa, que no tengan más opciones que cambiar de rumbo, de actitud, aunque más no sea de opinión. Ant-Man no es una peli que pretenda venderte la hiper-epopeya, sino que se apoya mucho más en las luchas internas, las que se desatan en el fuero íntimo de los personajes. Si lográs hacer eso y que además nos cebemos con la aventura y nos riamos con los toques cómicos, sos un grosso.
Por si faltara algo, la gran traición de este guión (Hank Pym nunca fue miembro de los Avengers) está perfectamente justificada y cobra sentido en virtud de lo que pasa al final (en las escenas post-créditos), que obviamente no te lo voy a contar, pero que termina de integrar a esta película al resto del universo fílmico de Marvel. No hace falta boquear mucho, vos ya te imaginarás para dónde va la cosa…
Así que no dudes en pasar por tu cine favorito y subirte a este festival de la imaginación propuesto por el director Peyton Reed. Preparate para delirar con un despliegue visual realmente imponente y sobre todo para disfrutar de una muy buena historia, que te va a dejar pidiendo más. ¿En serio? ¿Más Ant-Man? Sí, en serio. Más Ant-Man.
domingo, 12 de julio de 2015
12/ 07: MAR DE CACA
Después de haberse puesto al frente de la antología La Baba (aquel librito que vimos el 18/03/13), Julián Mono tiene ahora su álbum solista, en el que compila chistes, tiras e historietas cortas que lo tienen como único autor.
Si sos marplatense y te gusta hacer chistes con soretes, porongas, nazis y discapacitados, lo más probable es que te comparen permanentemente con Gustavo Sala, o peor aún, que te encasillen como “el Gustavo Sala de la B”. Y lo primero que hay que valorarle a Mono es eso, su esfuerzo denodado para no quedar pegado a la estética de Sala, para que su dibujo no nos haga acordar al del autor de Bife Angosto. Quedan apenas resabios, remotos vestigios del trazo de Sala en lo que hoy nos muestra Mono, quien parece muchísimo más encolumnado detrás de la onda de un Johnny Ryan, por ejemplo. En las ilustraciones, Mono muestra algunos recursos técnicos heredados de Diego Parés y Basil Wolverton, mientras que en los chistes se ven influencias muy variadas, que nos remontan incluso a humoristas gráficos de los ´40 y ´50, distorsionados por un filo under que aquellos atildados caballeros obviamente no tenían.
Más allá de los parentescos gráficos que podamos apreciar en el dibujo de Mono, lo más interesante es verlo poner en juego su arsenal humorístico para hacernos reir. Y la verdad es que en ese aspecto este librito es muy efectivo. Con diálogos, con textos al pie, con imágenes sin textos, con secuencias, con chistes resueltos en una única imagen, con parodias a portadas de comic-books clásicos, las asquerosidades y las atrocidades de Mono nos propinan una golpiza memorable. Zoofilia, necrofilia, coprofilia, pedofilia, fellatios y penetraciones de todo tipo y factor, tumores malignos, soretes, torturas, mutilaciones, discapacidades, infinitos miembros viriles, superhéroes, Adolf Hitler, Alf y hasta Jorge Corona se dan cita en estas páginas para robarnos una carcajada que se mezcla con el asco y la repulsión.
Si te gusta el humor zarpado, al límite, el “humor sin barreras”, te podés hundir tranquilo en este Mar de Caca y salir bastante cagado, pero de risa. Ni el Gustavo Sala de la B, ni el Johnny Ryan argentino: Julián Mono es un exponente del comic humorístico en imparable crecimiento y si todavía no lo descubriste, este librito te da una inmejorable oportunidad de hacerlo.
Si sos marplatense y te gusta hacer chistes con soretes, porongas, nazis y discapacitados, lo más probable es que te comparen permanentemente con Gustavo Sala, o peor aún, que te encasillen como “el Gustavo Sala de la B”. Y lo primero que hay que valorarle a Mono es eso, su esfuerzo denodado para no quedar pegado a la estética de Sala, para que su dibujo no nos haga acordar al del autor de Bife Angosto. Quedan apenas resabios, remotos vestigios del trazo de Sala en lo que hoy nos muestra Mono, quien parece muchísimo más encolumnado detrás de la onda de un Johnny Ryan, por ejemplo. En las ilustraciones, Mono muestra algunos recursos técnicos heredados de Diego Parés y Basil Wolverton, mientras que en los chistes se ven influencias muy variadas, que nos remontan incluso a humoristas gráficos de los ´40 y ´50, distorsionados por un filo under que aquellos atildados caballeros obviamente no tenían.
Más allá de los parentescos gráficos que podamos apreciar en el dibujo de Mono, lo más interesante es verlo poner en juego su arsenal humorístico para hacernos reir. Y la verdad es que en ese aspecto este librito es muy efectivo. Con diálogos, con textos al pie, con imágenes sin textos, con secuencias, con chistes resueltos en una única imagen, con parodias a portadas de comic-books clásicos, las asquerosidades y las atrocidades de Mono nos propinan una golpiza memorable. Zoofilia, necrofilia, coprofilia, pedofilia, fellatios y penetraciones de todo tipo y factor, tumores malignos, soretes, torturas, mutilaciones, discapacidades, infinitos miembros viriles, superhéroes, Adolf Hitler, Alf y hasta Jorge Corona se dan cita en estas páginas para robarnos una carcajada que se mezcla con el asco y la repulsión.
Si te gusta el humor zarpado, al límite, el “humor sin barreras”, te podés hundir tranquilo en este Mar de Caca y salir bastante cagado, pero de risa. Ni el Gustavo Sala de la B, ni el Johnny Ryan argentino: Julián Mono es un exponente del comic humorístico en imparable crecimiento y si todavía no lo descubriste, este librito te da una inmejorable oportunidad de hacerlo.
sábado, 11 de julio de 2015
11/ 07: EL JUEGO LUGUBRE
La primera vez que compré una historieta de Paco Roca fue en 2000 ó 2001, no recuerdo bien. Pero me acuerdo perfecto que la obra era El Juego Lúgubre, editada por La Cúpula en la colección Brut Comix. Me acuerdo que era más chiquita que un comic-book, en blanco y negro, encuadernada con ganchitos en vez de lomo, y que la leímos en la Mesa Redonda de Comiqueando y sacó unos puntajes buenísimos. Hace poco vi a buen precio la edición de 2007 de Dolmen (formato álbum europeo, tapa dura, todo color, papel finoli) y no me pude resistir. Claramente, era una historieta que justificaba una edición bastante más cuidada que la que atesoraba yo.
El Juego Lúgubre funciona como la típica historia de terror de un salame que se mete donde no se tiene que meter: mansión embrujada, castillo hecho mierda, pueblo abandonado… lo que más te guste. Lo interesante es que el horror que va a llevar al protagonista al borde de la locura no proviene de la tradición literaria de Bram Stoker o H.P. Lovecraft, sino de la imaginería pictórica de Salvador Dalí. La novela nos lleva todo el tiempo a preguntarnos si el excéntrico genio de la pintura surrealista no era también un asesino desquiciado, un criminal demente capaz de matar gente para luego comerse o empomarse a sus cadáveres, o hacer con ellos experimentos aberrantes. El guión de Roca subvierte ese pintoresco atelier en una apacible playa catalana, que uno asocia con un clima de libertad y creatividad, para convertirlo en sede de indecibles horrores.
Por supuesto a Salvador Dalí no se lo llama así, con su nombre y apellido, sino que el autor nos lo camufla mínimamente bajo el nombre de… Salvador Deseo. El resto es todo tal cual. La época en que transcurre la historia está perfectamente recreada, el pintor de ficción habla como el de la realidad, y hasta vemos muchísimas referencias a los cuadros más recordados del auténtico Dalí. O sea que si sos fan del genio vas a encontrar un montón de elementos de su vida cotidiana, frases que él decía e imágenes que te van a remitir a algunas de sus obras más embleméticas. Nada mal para una historieta de terror…
Podría hablar horas del argumento de El Juego Lúgubre, meterme con las pinceladas históricas (en la previa a la Guerra Civil Española), contar algo de la historia de amor que vive el protagonista… pero la verdad es que prefiero que –si todavía no lo leíste- te sorprenda tanto como a mí.
Prefiero centrarme un toque en el dibujo, ya que esta es la primera obra en la que realmente se ve con fuerza el estilo de Paco Roca. Obviamente, ahora que es un consagrado a nivel mundial y sus obras se editan en todo el mundo, en formatos de lujo, mete más cuadros por página que en este trabajo hecho (capaz que por el pancho y la coca) para una editorial española que –sin ser un kioskito- nunca pagó fortunas. Pero aún en este proyecto, Roca sorprende por su gran versatilidad en el armado de la secuencia, su gran criterio para elegir qué escenas narrar sin palabras, y su gran variedad de enfoques, todos pensados para meternos a fondo en los climas de la historia. Las escenas oníricas, las imágenes escabrosas, todo le sirve al autor para construir la atmósfera enrarecida del relato. Y cuando llegan las escenas tranqui, charlas al aire libre, a pleno sol, entre los únicos dos personajes más o menos sanos de la novela, cambia un poquito el registro y el dibujo se hace más luminoso, por momentos casi naïf. Un lindo respiro entre tantas orgías de sangre, decadencia y depravación.
El color, agregado para esta edición (o quizás para la francesa) es sobrio, sin estridencias, muy evocativo y –al igual que los efectos de iluminación que proponía Roca desde el dibujo a tinta- sumamente funcional a los climas del guión. Hay que ser un verdadero talibán del claroscuro para decir “me quedo mil veces con la versión en blanco y negro”.
Y bueno, siempre es un placer encontrarse con las historietas de este monstruo del Noveno Arte mundial como es Paco Roca. Estoy por leer su trabajo más reciente y esta segunda leída (este ballotage) de El Juego Lúgubre no hizo más que acrecentar mis expectativas. Y reforzar los argumentos con los que vengo recomendando este comic hace casi 15 años..
El Juego Lúgubre funciona como la típica historia de terror de un salame que se mete donde no se tiene que meter: mansión embrujada, castillo hecho mierda, pueblo abandonado… lo que más te guste. Lo interesante es que el horror que va a llevar al protagonista al borde de la locura no proviene de la tradición literaria de Bram Stoker o H.P. Lovecraft, sino de la imaginería pictórica de Salvador Dalí. La novela nos lleva todo el tiempo a preguntarnos si el excéntrico genio de la pintura surrealista no era también un asesino desquiciado, un criminal demente capaz de matar gente para luego comerse o empomarse a sus cadáveres, o hacer con ellos experimentos aberrantes. El guión de Roca subvierte ese pintoresco atelier en una apacible playa catalana, que uno asocia con un clima de libertad y creatividad, para convertirlo en sede de indecibles horrores.
Por supuesto a Salvador Dalí no se lo llama así, con su nombre y apellido, sino que el autor nos lo camufla mínimamente bajo el nombre de… Salvador Deseo. El resto es todo tal cual. La época en que transcurre la historia está perfectamente recreada, el pintor de ficción habla como el de la realidad, y hasta vemos muchísimas referencias a los cuadros más recordados del auténtico Dalí. O sea que si sos fan del genio vas a encontrar un montón de elementos de su vida cotidiana, frases que él decía e imágenes que te van a remitir a algunas de sus obras más embleméticas. Nada mal para una historieta de terror…
Podría hablar horas del argumento de El Juego Lúgubre, meterme con las pinceladas históricas (en la previa a la Guerra Civil Española), contar algo de la historia de amor que vive el protagonista… pero la verdad es que prefiero que –si todavía no lo leíste- te sorprenda tanto como a mí.
Prefiero centrarme un toque en el dibujo, ya que esta es la primera obra en la que realmente se ve con fuerza el estilo de Paco Roca. Obviamente, ahora que es un consagrado a nivel mundial y sus obras se editan en todo el mundo, en formatos de lujo, mete más cuadros por página que en este trabajo hecho (capaz que por el pancho y la coca) para una editorial española que –sin ser un kioskito- nunca pagó fortunas. Pero aún en este proyecto, Roca sorprende por su gran versatilidad en el armado de la secuencia, su gran criterio para elegir qué escenas narrar sin palabras, y su gran variedad de enfoques, todos pensados para meternos a fondo en los climas de la historia. Las escenas oníricas, las imágenes escabrosas, todo le sirve al autor para construir la atmósfera enrarecida del relato. Y cuando llegan las escenas tranqui, charlas al aire libre, a pleno sol, entre los únicos dos personajes más o menos sanos de la novela, cambia un poquito el registro y el dibujo se hace más luminoso, por momentos casi naïf. Un lindo respiro entre tantas orgías de sangre, decadencia y depravación.
El color, agregado para esta edición (o quizás para la francesa) es sobrio, sin estridencias, muy evocativo y –al igual que los efectos de iluminación que proponía Roca desde el dibujo a tinta- sumamente funcional a los climas del guión. Hay que ser un verdadero talibán del claroscuro para decir “me quedo mil veces con la versión en blanco y negro”.
Y bueno, siempre es un placer encontrarse con las historietas de este monstruo del Noveno Arte mundial como es Paco Roca. Estoy por leer su trabajo más reciente y esta segunda leída (este ballotage) de El Juego Lúgubre no hizo más que acrecentar mis expectativas. Y reforzar los argumentos con los que vengo recomendando este comic hace casi 15 años..
viernes, 10 de julio de 2015
10/ 07: A1 Vol.1
Ya habíamos reseñado otros tomitos de esta gloriosa antología gestada a fines de los ´80 en el Reino Unido, pero me faltaban algunos, entre ellos el mítico Vol.1, que tiene fama de Santo Grial inconseguible. Yo lo conseguí allá por el ´91, lo perdí y ahora lo volví a encontrar, un poquito baqueteado, pero no dudé en comprarlo, porque sé que es un comic que escasea muchísimo. Repasemos sus contenidos.
Arrancamos con una breve historia de tres páginas escrita y dibujada por el maestro Barry Windsor-Smith en clave de comedia. Una idea muy sencillita, rematada en pocas viñetas, donde el principal atractivo es, claramente, el dibujo.
Después tenemos una historia de siete páginas de los Warpsmiths, personajes secundarios de Miracleman, escrita por Alan Moore y dibujada por el inmenso Garry Leach. No se entiende cómo después de leer esto, alguien en DC no le metió una patada en el orto a quien fuera que estuviera escribiendo Green Lantern Corps, para dársela al Mago, con contrato por 130 años, mínimo. Una verdadera joya.
Eddie Campbell nos cuenta una historia interesantísima y muy divertida, protagonizada por Bacchus y con la participación de varios dioses griegos, principalmente Hephaestus. Lástima que en vez de dibujarla él se la da a Phil Elliott, que no es malo, pero no sintoniza bien la onda de esta serie. El maestro John Bolton nos regala cuatro páginas de una historia perturbadora y magnífica, sobre un guión del ignoto Graham Marks. Tanto la idea como la realización gráfica son excelentes.
Otro prócer británico, Brian Bolland, aporta tres paginitas de The Actress and the Bishop, con un guión muy limado, por momentos caprichoso, y con el atractivo de estar escrito en rima. El dibujo, obviamente es fastuoso. Un autor al que no conocía, Paul Behrer, cuenta una historia de Jai-Son the Wayfarer, una de espada y brujería protagonizada por un ratón antropomórfico, al que me parece que le deben no poco las actuales Mice Templar y Mouseguard. El dibujo no es malo, pero podría ser mejor.
Alan Moore vuelve a la carga, ahora con Steve Parkhouse y un episodio bastante cómico de The Bojeffries Saga. Mr. X, el clásico personaje de Dean Motter, protagoniza una historia corta escrita por Neil Gaiman y dibujada por Dave McKean (nada menos). No la quise leer porque tengo en la pila de pendientes un recopilatorio de historias cortas de Mr. X en el que está republicada y prefiero leerla en ese contexto. Ted McKeever escribe una historia muy retorcida, breve, delirante, que contrasta con el dibujo sobrio y casi elegante de un Dave Gibbons que se juega con gran éxito al claroscuro. Lo más raro de la antología es la republicación de una vieja historia de siete páginas, originalmente creada en 1942 y protagonizada por el enésimo superhéroe patriótico, prácticamente clonado del Capitán América. No me aportó nada.
También está el primer episodio de Bricktop, la serie de Glenn Fabry que continúa en los otros tomos, dibujada a un nivel alucinante. Bob Burden aporta una historia muy cortita de Flaming Carrot, que apenas llega a escozar el inicio de una trama que andá a saber dónde se resuelve. Se banca por los dibujos. Peter Milligan y Brendan McCarthy se mandan una historia muy experimental, muy drogada, que ya vimos en el tomo que Dark Horse le dedicó a la dupla. Y el limitadísimo dibujante Dom Regan intenta contar una aventura sin palabras y en el sentido de lectura japonés, con resultados poco convincentes.
Me guardé para el final la gema, la hiper-pulenta: las 10 páginas de Survivor, la historieta escrita por Gibbons y dibujada por McKeever (la misma dupla que ya habíamos visto, pero con los roles invertidos) en la que deconstruyen COMO NUNCA el mito de Superman. Esto es de una belleza y unos huevos descomunales, cada texto es brillante y encima está todo narrado en ocho viñetas por página, con cámara subjetiva. Es decir que sólo vemos lo que ve el protagonista, siempre de frente y desde la misma distancia. Una auténtica gloria, que creo que nunca se reeditó en ningún lado.
A1 fue genial en su momento y hoy se la re-banca. Si podés capturarla, no lo dudes un segundo.
Arrancamos con una breve historia de tres páginas escrita y dibujada por el maestro Barry Windsor-Smith en clave de comedia. Una idea muy sencillita, rematada en pocas viñetas, donde el principal atractivo es, claramente, el dibujo.
Después tenemos una historia de siete páginas de los Warpsmiths, personajes secundarios de Miracleman, escrita por Alan Moore y dibujada por el inmenso Garry Leach. No se entiende cómo después de leer esto, alguien en DC no le metió una patada en el orto a quien fuera que estuviera escribiendo Green Lantern Corps, para dársela al Mago, con contrato por 130 años, mínimo. Una verdadera joya.
Eddie Campbell nos cuenta una historia interesantísima y muy divertida, protagonizada por Bacchus y con la participación de varios dioses griegos, principalmente Hephaestus. Lástima que en vez de dibujarla él se la da a Phil Elliott, que no es malo, pero no sintoniza bien la onda de esta serie. El maestro John Bolton nos regala cuatro páginas de una historia perturbadora y magnífica, sobre un guión del ignoto Graham Marks. Tanto la idea como la realización gráfica son excelentes.
Otro prócer británico, Brian Bolland, aporta tres paginitas de The Actress and the Bishop, con un guión muy limado, por momentos caprichoso, y con el atractivo de estar escrito en rima. El dibujo, obviamente es fastuoso. Un autor al que no conocía, Paul Behrer, cuenta una historia de Jai-Son the Wayfarer, una de espada y brujería protagonizada por un ratón antropomórfico, al que me parece que le deben no poco las actuales Mice Templar y Mouseguard. El dibujo no es malo, pero podría ser mejor.
Alan Moore vuelve a la carga, ahora con Steve Parkhouse y un episodio bastante cómico de The Bojeffries Saga. Mr. X, el clásico personaje de Dean Motter, protagoniza una historia corta escrita por Neil Gaiman y dibujada por Dave McKean (nada menos). No la quise leer porque tengo en la pila de pendientes un recopilatorio de historias cortas de Mr. X en el que está republicada y prefiero leerla en ese contexto. Ted McKeever escribe una historia muy retorcida, breve, delirante, que contrasta con el dibujo sobrio y casi elegante de un Dave Gibbons que se juega con gran éxito al claroscuro. Lo más raro de la antología es la republicación de una vieja historia de siete páginas, originalmente creada en 1942 y protagonizada por el enésimo superhéroe patriótico, prácticamente clonado del Capitán América. No me aportó nada.
También está el primer episodio de Bricktop, la serie de Glenn Fabry que continúa en los otros tomos, dibujada a un nivel alucinante. Bob Burden aporta una historia muy cortita de Flaming Carrot, que apenas llega a escozar el inicio de una trama que andá a saber dónde se resuelve. Se banca por los dibujos. Peter Milligan y Brendan McCarthy se mandan una historia muy experimental, muy drogada, que ya vimos en el tomo que Dark Horse le dedicó a la dupla. Y el limitadísimo dibujante Dom Regan intenta contar una aventura sin palabras y en el sentido de lectura japonés, con resultados poco convincentes.
Me guardé para el final la gema, la hiper-pulenta: las 10 páginas de Survivor, la historieta escrita por Gibbons y dibujada por McKeever (la misma dupla que ya habíamos visto, pero con los roles invertidos) en la que deconstruyen COMO NUNCA el mito de Superman. Esto es de una belleza y unos huevos descomunales, cada texto es brillante y encima está todo narrado en ocho viñetas por página, con cámara subjetiva. Es decir que sólo vemos lo que ve el protagonista, siempre de frente y desde la misma distancia. Una auténtica gloria, que creo que nunca se reeditó en ningún lado.
A1 fue genial en su momento y hoy se la re-banca. Si podés capturarla, no lo dudes un segundo.
jueves, 9 de julio de 2015
09/ 07: UN GLOBO QUE NO SE DESINFLA
En este librito Brian Jánchez se propone narrar 60 historias autoconclusivas, todas resueltas en una sóla página y con seis viñetas. Sin continuará, sin personajes recurrentes, son 60 situaciones que se presentan, se desarrollan y se rematan en apenas seis cuadros, casi siempre de igual tamaño. El autor realizó esta tarea a lo largo de varios años, y acá aparecen todas esas páginas recopiladas, algunas publicadas en blanco y negro puro y otras realzadas por un excelente trabajo de aplicación de grises en el photoshop.
Por supuesto, al ser de distintos años, hay variaciones en el dibujo, pero en general este rubro es muy sólido. El estilo de Brian está muy presente, las páginas en las que hay muchas tonalidades de grises se lucen muchísimo y las páginas en las que está todo jugado al claroscuro también están muy bien equilibradas.
Algunas de las historias van para el lado de la bizarreada, otras juegan con un humor más negro y otras son simples anécdotas de la vida real, pequeños relatos cotidianos ambientados en un barrio cualquiera, con un giro gracioso, o grotesco, sobre el final. A mí las historias que más me gustaron son esas en las que Janchez recurre bastante al relato en off, a bloques de texto que nos cuentan anécdotas notables en la vida de personajes excéntricos, que obviamente no existen. Esas historias me hicieron acordar mucho a las brillantes Efemérides Truchas del maestro Daniel Paz y me causaron mucha gracia.
No me quiero poner a enumerar todas las historietas que realmente valen la pena en este libro porque son muchas. Lo quiero recomendar, no sólo a los fans de Brian Janchez, sino a cualquiera que quiera disfrutar de un humor muy suelto, con muchos recursos, que van de la nerdeada a jodas bastante punzantes con temas como los nazis, los indigentes y los discapacitados. Cucarachas, supehéroes, parientes de Oesterheld, un demonio que da pie a un homenaje a Mignola, un transformer, la telemarketer de Satanás, pibes mutilados, el team-up entre Batman y Porky, muñecos del trencito de la alegría, hinchas de Canadá y el mundial de dominó para gordos son algunas de las ideas que Brian detona en apenas seis viñetas y que hacen a este libro un festival de chistes muy diverso y sumamente satisfactorio. Que no se desinfle nunca.
Por supuesto, al ser de distintos años, hay variaciones en el dibujo, pero en general este rubro es muy sólido. El estilo de Brian está muy presente, las páginas en las que hay muchas tonalidades de grises se lucen muchísimo y las páginas en las que está todo jugado al claroscuro también están muy bien equilibradas.
Algunas de las historias van para el lado de la bizarreada, otras juegan con un humor más negro y otras son simples anécdotas de la vida real, pequeños relatos cotidianos ambientados en un barrio cualquiera, con un giro gracioso, o grotesco, sobre el final. A mí las historias que más me gustaron son esas en las que Janchez recurre bastante al relato en off, a bloques de texto que nos cuentan anécdotas notables en la vida de personajes excéntricos, que obviamente no existen. Esas historias me hicieron acordar mucho a las brillantes Efemérides Truchas del maestro Daniel Paz y me causaron mucha gracia.
No me quiero poner a enumerar todas las historietas que realmente valen la pena en este libro porque son muchas. Lo quiero recomendar, no sólo a los fans de Brian Janchez, sino a cualquiera que quiera disfrutar de un humor muy suelto, con muchos recursos, que van de la nerdeada a jodas bastante punzantes con temas como los nazis, los indigentes y los discapacitados. Cucarachas, supehéroes, parientes de Oesterheld, un demonio que da pie a un homenaje a Mignola, un transformer, la telemarketer de Satanás, pibes mutilados, el team-up entre Batman y Porky, muñecos del trencito de la alegría, hinchas de Canadá y el mundial de dominó para gordos son algunas de las ideas que Brian detona en apenas seis viñetas y que hacen a este libro un festival de chistes muy diverso y sumamente satisfactorio. Que no se desinfle nunca.
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Un Globo que no se Desinfla
miércoles, 8 de julio de 2015
08/ 07: HOY NO HAY NADA
Tengo un librito leído, pero no llego a tiempo para escribir la reseña. Queda para mañana, sin falta.
Hoy en Buenos Aires la noche está alucinante, no hace ni frío ni calor, ideal para salir a atorrantear un rato, aprovechando que mañana no se labura y nos podemos acostar a cualquier hora. Así que ahí voy.
Si todavía no lo hiciste, te recomiendo darle ”me gusta” al perfil de Facebook de Comicópolis, así te enterás de todos los anuncios grossos que ya estamos dando a conocer, para ir generando calentura y expectativa rumbo a un evento que promete ser inolvidable.
Eso es todo. Perdón por el faltazo, gracias por el aguante de siempre y mañana vuelven las reseñas.
Hoy en Buenos Aires la noche está alucinante, no hace ni frío ni calor, ideal para salir a atorrantear un rato, aprovechando que mañana no se labura y nos podemos acostar a cualquier hora. Así que ahí voy.
Si todavía no lo hiciste, te recomiendo darle ”me gusta” al perfil de Facebook de Comicópolis, así te enterás de todos los anuncios grossos que ya estamos dando a conocer, para ir generando calentura y expectativa rumbo a un evento que promete ser inolvidable.
Eso es todo. Perdón por el faltazo, gracias por el aguante de siempre y mañana vuelven las reseñas.
martes, 7 de julio de 2015
07/ 07: ¡VIVA MEXICO!
Ultimo tomo en esta recorrida por algunos highlights de la colección Un Uomo un'Avventura, gestada en Italia en la segunda mitad de los ´70. Este es un álbum de 1977 que tiene como principal atractivo los dibujos del maestro Sergio Toppi. Tanto es el atractivo, que la edición española no dice en ningún lado que el guión no es de Toppi, sino de un tal Decio Canzio. Menos mal que existe la compañera Wikipedia para aportar esos datos…
La verdar es que el guión de Canzio se esfuerza, le pone garra, pero no logra armar una buena aventura. ¡Viva México! funciona mejor como un comic documental, casi como un ancestro de las historietas de Joe Sacco. Lo que mejor hace Canzio es recrear aquellos convulsionados años de la revolución mexicana, explicarnos cuál era el conflicto, por qué hace 100 años estos muchachos se cagaban a tiros y se dinamitaban unos a otros, con qué tácticas (y con qué pruritos a la hora de eliminar al adversario) combatían uno y otro bando, cuál era la postura de EEUU frente al bolonki, en qué se diferenciaban y en qué coincidían Emiliano Zapata y Pancho Villa… un montón de data muy interesante, que no aparece de modo pedagógico ni enciclopédico, sino muy bien integrado a ese relato que quiere ser de aventuras pero no llega.
El protagonista y uno de los principales secundarios son yankis, y excepto en las cuatro últimas páginas, cumplen roles muy menores, son simples testigos de lo que sucede. Acompañan, observan, hacen preguntas que le dan el pie a los mexicanos para explicarnos en los diálogos muchos de estos elementos ya enumerados… y no mucho más. Los comentarios que hacen los yankis entre ellos nos muestran claramente la distancia cultural entre ambos países… un poquito deformada por la visión que un guionista italiano tenía de esas diferencias. Por suerte, todo lo que muestra Canzio en esta faceta más descriptiva del guión resulta interesante, creíble, me permite suponer (por lo menos a mí que toco de oído en materia de Historia Mexicana) que el tipo hizo los deberes, se documentó bien, no mandó fruta.
Y por suerte escribió poco, metió pocos bloques de texto, pocos diálogos, pocos cuadros por página. Digo “por suerte” porque eso es lo que permite un enorme lucimiento del dibujo del maestro Toppi. Acá el milanés tiene espacio para jugar, para resolver hermosas secuencias mudas, para experimentar con el armado de la página, con la composición de las viñetas, en su estilo más maduro, ese que se basa en un complejo y fascinante equilibrio entre espacios vacíos y sobrecarga de elementos gráficos en texturas, fondos y hasta en detalles en los primeros planos.
Son innumerables los aciertos de Toppi en el manejo del plumín y la mancha. La documentación histórica está buenísima, la referencia fotográfica está perfectamente integrada, la acción tiene muchísimo dinamismo, las onomatopeyas son espectaculares… Por ahí le faltó zarparse un poquito más en las expresiones faciales, que están algo contenidas, desenfatizadas. Y lo que realmente no suma, sino que resta un poco, es el color. Un color chato, sin onda, sin énfasis, muchas veces puesto al estilo Columba (personajes o paisajes enteros pintados de un sólo color), muy poco comprometido, muy poco funcional a los climas del relato. Sospecho que alguna vez, probablemente en Francia, ¡Viva México! se debe haber reeditado en blanco y negro. Si existe tal cosa, debe ser una auténtica maravilla, mucho más disfrutable que esta versión.
Aunque no te interese mucho el tema de la revolución mexicana, este álbum se puede tener para babear con los dibujos del inmenso Sergio Toppi, a quien le venía dando duro y parejo, y ahora me propongo dejar decansar unos meses. De hecho, ya me queda sin leer muy poca historieta europea clásica de los ´70 y ´80, así que en estos días se vienen con todo varios hitos, pero del Siglo XXI.
La verdar es que el guión de Canzio se esfuerza, le pone garra, pero no logra armar una buena aventura. ¡Viva México! funciona mejor como un comic documental, casi como un ancestro de las historietas de Joe Sacco. Lo que mejor hace Canzio es recrear aquellos convulsionados años de la revolución mexicana, explicarnos cuál era el conflicto, por qué hace 100 años estos muchachos se cagaban a tiros y se dinamitaban unos a otros, con qué tácticas (y con qué pruritos a la hora de eliminar al adversario) combatían uno y otro bando, cuál era la postura de EEUU frente al bolonki, en qué se diferenciaban y en qué coincidían Emiliano Zapata y Pancho Villa… un montón de data muy interesante, que no aparece de modo pedagógico ni enciclopédico, sino muy bien integrado a ese relato que quiere ser de aventuras pero no llega.
El protagonista y uno de los principales secundarios son yankis, y excepto en las cuatro últimas páginas, cumplen roles muy menores, son simples testigos de lo que sucede. Acompañan, observan, hacen preguntas que le dan el pie a los mexicanos para explicarnos en los diálogos muchos de estos elementos ya enumerados… y no mucho más. Los comentarios que hacen los yankis entre ellos nos muestran claramente la distancia cultural entre ambos países… un poquito deformada por la visión que un guionista italiano tenía de esas diferencias. Por suerte, todo lo que muestra Canzio en esta faceta más descriptiva del guión resulta interesante, creíble, me permite suponer (por lo menos a mí que toco de oído en materia de Historia Mexicana) que el tipo hizo los deberes, se documentó bien, no mandó fruta.
Y por suerte escribió poco, metió pocos bloques de texto, pocos diálogos, pocos cuadros por página. Digo “por suerte” porque eso es lo que permite un enorme lucimiento del dibujo del maestro Toppi. Acá el milanés tiene espacio para jugar, para resolver hermosas secuencias mudas, para experimentar con el armado de la página, con la composición de las viñetas, en su estilo más maduro, ese que se basa en un complejo y fascinante equilibrio entre espacios vacíos y sobrecarga de elementos gráficos en texturas, fondos y hasta en detalles en los primeros planos.
Son innumerables los aciertos de Toppi en el manejo del plumín y la mancha. La documentación histórica está buenísima, la referencia fotográfica está perfectamente integrada, la acción tiene muchísimo dinamismo, las onomatopeyas son espectaculares… Por ahí le faltó zarparse un poquito más en las expresiones faciales, que están algo contenidas, desenfatizadas. Y lo que realmente no suma, sino que resta un poco, es el color. Un color chato, sin onda, sin énfasis, muchas veces puesto al estilo Columba (personajes o paisajes enteros pintados de un sólo color), muy poco comprometido, muy poco funcional a los climas del relato. Sospecho que alguna vez, probablemente en Francia, ¡Viva México! se debe haber reeditado en blanco y negro. Si existe tal cosa, debe ser una auténtica maravilla, mucho más disfrutable que esta versión.
Aunque no te interese mucho el tema de la revolución mexicana, este álbum se puede tener para babear con los dibujos del inmenso Sergio Toppi, a quien le venía dando duro y parejo, y ahora me propongo dejar decansar unos meses. De hecho, ya me queda sin leer muy poca historieta europea clásica de los ´70 y ´80, así que en estos días se vienen con todo varios hitos, pero del Siglo XXI.
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