el blog de reseñas de Andrés Accorsi

sábado, 30 de junio de 2018

SE VIENE EL SEGUNDO SEMESTRE

Terminada la ilusión del Mundial, mañana arranca un semestre en el que se terminarán las ilusiones para los pocos que todavía creen que el rumbo que tomó el gobierno de la Pesada Gerencia es el correcto. Posta, preparémonos para lo peor, porque es lo que se viene, por lo menos de acá a Enero o Marzo.
Por suerte tengo un pilón zarpado de comics para leer y hoy empiezo con la reseña de un libro editado en 2003, que descubrí de casualidad en 2016 y comió estante casi dos años. Al Servicio de las Damas es un álbum que recopila varias historias cortas de Juan Carlos San Román, más conocido como Calo. Bastante desconocido fuera de España, Calo es de esa generación que empezó a publicar a fines de los ´90, cuando la cosa estaba realmente espesa para los autores que entendían al comic como un ámbito de expresión con alguna aspiración artística. El libro se encarga de rescatar material publicado en fanzines, revistas de muy baja tirada o incluso historietas inéditas, lo cual lo hace indispensable para los fans de Calo.
Claramente lo mejor del libro es La Veredita Alegre, esa historieta de 30 páginas a todo color. Acá lo vemos a Calo muy sólido como guionista, muy sobrio y muy eficaz en la planificación de la página y muy inspirado en el dibujo, una especie de línea clara clásica contaminada con la magia del pincel de Ana Miralles, cuya influencia en la estética de Calo es muy marcada. Acá hay una trama bien elaborada, que avanza a muy buen ritmo, y sobre todo unas imágenes preciosas, excelentes composiciones (bien de comic franco-belga) y una bajada de línea muy atractiva.
Y entre las historias cortas, me quedo con Isabel, ese relato al que le alcanzan seis páginas para darle vuelta la vida a una chica que un día decide darle rienda suelta a sus fantasías sexuales. Una belleza, realmente. Después, el resto, es todo bonus track: historias muy cortitas a las que no se les puede pedir mucho en materia de guión, y que sirven para disfrutar un poco más del talento de Calo como dibujante. Si nunca lo habías oído nombrar, dale una posibilidad. Creo que descubrir a Calo te va a hacer mejor lector de historietas y –en una de esas- mejor persona.
Salto a Argentina, a fines de 2017, cuando se publica Cría Cuervos, la novela gráfica con la que descubrí otro universo gráfico y narrativo, el de Paula Andrade, a quien sólo conocía por algunos webcomics. A lo largo de unas 150 páginas, Andrade cuenta la historia de un hechicero en busca de la redención, aborda un tema interesante y se anima a profundizar en la psiquis del protagonista y en el universo fantástico en el que se mueve. Hasta ahí, todo buenísimo.
Para mi gusto, los problemas con la forma en que está contada la historia, por momento críptica, retorcida, con algunas situaciones que no están bien explicadas o que yo no entendí. Me parece que lo que me confundió es el dibujo. A lo largo de Cría Cuervos, Andrade cambia muchas veces de estilo, a veces en una misma página. Por momentos me encuentro con una dibujante de un virtuosismo pasmoso, atenta a los detalles, a las texturas, con un entintado perfecto, que se puede dar el lujo “alcateniano” de mostrar un trazo barroco, sobrecargado, sin sacrificar claridad ni plasticidad en el dibujo. De ahí saltamos a dibujos muy bien terminados en tinta, en un estilo muy dinámico, muy atractivo (una mezcla entre Hiroaki Samura y Rafael Albuquerque), que también están buenos y son casi siempre funcionales al relato. Pero después caemos en viñetas que parecen dibujadas muy rápido, sin bocetos previos, que son casi tres líneas, o tres manchas, sin fondos, quizás con alguna onomatopeya muy cruda (sin dudas las onomatopeyas no son el fuerte de Paula)… y eso desluce mucho la página y hasta obstaculiza el fluir del relato. La aplicación de los grises tampoco aporta claridad, sino que a veces logra el efecto contrario al que se propone.
Me quedó clarísimo que a Andrade le sale bien esto de imaginar mundos fantásticos, y que le pone un compromiso notable a la creación de sus personajes. La siguiente etapa, a mi juicio, sería que la autora se decidiera por perfeccionar el manejo de una o dos técnicas gráficas, y que las banque de punta a punta de una obra extensa. En Cría Cuervos las técnicas de entintado son demasiadas y terminan por aportarle más confusión que claridad a una narrativa en la que sobran muchísimos primeros planos, escasean bastante los fondos y terminé un poco mareado con esos saltos entre ilustraciones elaboradísimas y bosquejos muy rápidos, muy básicos, hechos directo en tinta. Y supongo que no va a suceder, pero también me gustaría leer, eventualmente, una obra realizada en conjunto por Paula Andrade y un/a guionista, a ver qué sale.
Por ahora, nada más. El lunes tengo función de prensa de Ant-Man and the Wasp, así que calculo que el próximo posteo se va a tratar de eso. ¡Gracias por leer y la seguimos pronto!



jueves, 28 de junio de 2018

COLECCIÓN PATORUZÚ Vol.1

Hoy toca reseñar un solo libro, como cuando me cae un Essential de Marvel, un poco para compensar el hecho de que en nueve temporadas nunca habíamos comentado historietas de Patoruzú, y justo este año el personaje está festejando su 90º aniversario.
Este libro (grandote, pesado) republica por primera vez en forma completa todas las tiras de Patoruzú publicadas en el diario El Mundo entre el 12 de Diciembre de 1935 y el 23 de Septiembre de 1937. Después de dos inicios en falso, esta es la verdadera etapa clásica en la larga historia del popular personaje creado por Dante Quinterno en 1928 y realmente era un sinsentido que nadie rescatara estas historietas en una nueva edición. El maestro Pablo Sapia (que ya había restaurado las planchas de Pi-Pío para la reedición que propuso hace unos años la editorial Común) trabajó duro para reunir y restaurar estas míticas tiras, que hoy se pueden volver a disfrutar o descubrir, si nunca las habías leído.
Cada vez que releo alguna historieta de Quinterno me pasa lo mismo: me caigo de orto con la calidad del dibujo. Este tipo era una bestia, estaba tocado por la varita mágica. El dibujo de esta etapa de Patoruzú es demasiado bueno para ser real, no sólo en el contexto de mediados de los años ´30. Incluso ahora es groseramente bueno. Esto está al nivel del mejor Floyd Gottfredson, del mejor Roy Crane, por encima de Elzie Segar o Chic Young, y quizás un poquito por debajo del mejor Cliff Sterrett. Con influencias que vienen básicamente de los cortos animados de Walt Disney, los hermanos Fleischer y los primeros años de la Warner Bros., Quinterno logra un dibujo expresivo, dinámico, con un equilibrio impecable entre negros, grises y blancos, con un timing perfecto, y con un criterio asombroso para elegir cuándo matarse en los fondos, cuándo sugerirlos con un par de trazos y cuándo hacerlos desaparecer. Y todo eso es menor comparado con el talento del “Pibe” para armar las secuencias, para poner esos dibujos al servicio de la narración. Pasan los años y la magia que tiraba Quinterno en esta época sigue siendo difícil de reproducir.
En cuanto a las historias… ahí se le ve un poquito más la hilacha. Leídas así, en un libro recopilatorio, se nota bastante que las aventuras de Patoruzú no estaban estructuradas en base a un guión fríamente calculado, sino que Quinterno trabajaba cada día para zafar un día más. Hoy zafo con esto, mañana veo cómo zafo. No había un plan (me parece), no había una idea de “esta escena dura x tiras, y engancha de x manera con la siguiente que dura x tiras y va llevando la trama para x lado”. Así es como se suceden peripecias que muchas veces no aportan nada a la trama general, largas peleas cada vez que el indio se topa con un antagonista con la fuerza física necesaria para hacerle el aguante, saltos en la lógica que aceleran o ralentizan la resolución de algunos conflictos… No me llegué a aburrir, porque la historieta tiene mucho ritmo, los diálogos son muy graciosos, hay un buen equilibrio entre acción y comedia, y Quinterno todo el tiempo mete y saca personajes de modo muy astuto. De hecho, hay una historia (la primera aparición de Pampero) que me pareció mejor escrita, más planificada, sostenida en un andamiaje menos improvisado. Pero tampoco sé si me aguanto tres libros más con más de 200 páginas con este tipo de guiones.
Hablaba recién del equilibrio entre acción y comedia, y me parece que me gusta más cómo Quinterno maneja lo segundo. Ver a Patoruzú vencer uno tras otro a imponentes villanos y sobrevivir uno tras otro a peligros imposibles en tierra, mar y aire, me aburrió antes de que terminara la primera saga larga (la famosa “El Águila de Oro”). Ahora, en la interacción con Isidoro, en el juego o los enredos que plantea la tira cuando el indio trata de moverse en esa gran ciudad que le resulta alienígena, encontré momentos más atractivos, más fértiles, quizás tan inverosímiles como cuando el cacique se agarra a mordiscones con un león famélico, pero que me generaron más empatía, más cariño hacia el personaje.
El libro además incluye varios extras muy interesantes, con valiosa información, historietas raras, ilustraciones increíbles y demás material que hacen que cualquiera que sienta un mínimo interés por Patoruzú, por la obra del Pibe Quinterno o por la historieta argentina clásica lo quiera atesorar para siempre.
Hoy estas tiras no se podrían publicar en ningún lado, no por la calidad (que sigue siendo formidable) sino porque las caricaturas que hace Quinterno de negros, judíos, gitanos y demás resultan inaceptables para los parámetros actuales, y sobre todo porque en los diarios ya casi no se publican tiras de aventuras. Y porque cualquier historietista de hoy necesitaría una semana (o más ayudantes que un mangaka) para dibujar todos los días tres o cuatro viñetas con el laburo que le ponía Quinterno a cada tira de Patoruzú. Estas historietas son como el Superman pre-Flashpoint: sobrevivientes de un universo que ya no existe, testimonios de un pasado que –para bien y para mal- no va a volver nunca más. Pero lo mismo puede decirse de las aventuras posteriores de Patoruzú, productos más adocenados, más impersonales, infinitamente menos atractivos, que se siguieron reimprimiendo sistemáticamente hasta 2015. Por eso está tan bueno que esta vez el material que sobrevive en formato libro sea el que realmente representa el pico de calidad en la obra de un autor tan fundamental en la historia del Noveno Arte como lo fue Dante Quinterno.
Volvemos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

lunes, 25 de junio de 2018

LUNES METACOMIQUERO

Casualmente, mis dos últimas lecturas son historietas que piensan en voz alta acerca del rol del guionista en un comic y que, de alguna manera, juegan a mostrar los hilos de la marioneta.
Arranco con el Vol.2 de Animal Man, en el que Grant Morrison repite la fórmula del primer TPB: primero un arco de cuatro episodios y después cinco episodios prácticamente autoconclusivos. El arco inicial es vanguardia pura. Es algo arriesgado, rupturista, incluso leído hoy, casi 30 años después. Morrison se decide a explorar las sutiles inconsistencias entre su Animal Man y el clásico, aquel oscuro personaje que acumuló poquitas apariciones durante la Silver Age. En el medio pasó la Crisis on Infinite Earths, y el escocés se agarra de eso para analizar a fondo las consecuencias de las reescrituras en la continuidad del Universo DC, algo que ningún otro autor se había animado a hacer en los años posteriores a aquella famosa saga. Por supuesto que, para que todo tenga más impacto, Morrison adorna estas reflexiones con un contexto de aventuras y peligros, pero lo que realmente le interesa es pensar en cómo cambió la forma de escribir a los superhéroes entre los ´60 y la bisagra entre los ´80 y los ´90. Ese aspecto que Morrison había sugerido muy astutamente en “The Coyote Gospel” (el de la existencia de distintos niveles de realidad) empieza a cobrar otra sustancia en este arco, que es genial en sí mismo pero que va a cobrar mucha más relevancia a raíz de lo que va a pasar después.
En cuanto a los unitarios, primero tenemos una historia durísima ambientada en el peor momento del apartheid en Sudáfrica y después un episodio 100% de transición, en el que Morrison siembra puntas argumentales que veremos dar sus frutos en el Vol.3. El tercer unitario retoma el tema de la lucha a favor de los animales (acá Buddy se reencuentra con un par de excompañeros de los Forgotten Heroes) y en el cuarto, Morrison se propone mostrarnos lo mucho que se desaprovecha el género superheroico cuando se lo reduce a las luchas entre “buenos” y “malos”. Finalmente, el TPB cierra con otro episodio áspero, incómodo, en el que Buddy debe enfrentar las consecuencias de sus acciones a favor de la liberación de animales en cautiverio que están siendo sometidos a experimentos científicos.
En total, tenemos más de 200 páginas memorables, con un Morrison inspiradísimo, como siempre complementado por un Chas Truog que no brilla ni mucho menos, al que en un par de episodios reemplaza Tom Grummett, bastante más sólido en el dibujo y tan correcto como Truog en la narrativa. Este no es un dato menor, porque en historietas de esta complejidad, la narrativa que tiene que ser sí o sí cristalina para que el mensaje del guionista pegue como tiene que pegar.
Me vengo a Argentina, a fines de 2017, cuando se recopilan en libro ocho historias cortas escritas por Lautaro Ortiz y dibujadas por El Tomi, en un libro titulado Interior/ Noche. El formato es perfecto, el papel excelente, pero… la tipografía de las historietas las eligió el enemigo y la cantidad de páginas en blanco, o despilfarradas en carátulas, separadores y biografías es casi una obscenidad. Acá había que poner una historieta más, o publicar un libro con menos páginas, sin dudas.
En las historietas, Ortiz rompe sistemáticamente la “cuarta pared”. Todo el tiempo hay menciones a cómo el dibujante respeta o trastoca las ideas del guionista, varios personajes se hacen cargo de ser parte de una narración ficcional en forma de historieta, y los bloques de texto hacen hincapié en aspectos de la producción de un comic, como los materiales de dibujo, la planificación de las secuencias y las fechas de entrega. Son textos interesantes, con bastante vuelo literario y hasta muchas veces poético, por momentos un toque crípticos, que nos invitan a la reflexión desde un lugar emotivo, no científico. El problema principal es que son relatos casi sin conflictos: pocas de las ocho historias respetan la estructura de principio-nudo-desenlace. En general queda todo en una zona gris entre la reflexión, la descripción y el vuelo poético. Creo que la que más me atrapó fue “Querido Amigo”, precisamente porque es donde más se nota una intención narrativa por parte de Ortiz.
Y si los guiones narran poco, ¿qué se puede esperar del dibujo? Estos textos a veces etéreos de Ortiz le dan a El Tomi la excusa perfecta para hacer lo que tantas veces hace cuando él mismo escribe los guiones de sus historietas: colgarse en imágenes alucinantes que no cuentan nada. Cuerpos espectaculares, garches hardcore dibujados con elegancia, prodigios asombrosos en materia de sombreados, aplicación de grises, de tramas, de pinceladas de color… Hasta cuando juega a mostrar el lápiz pelado, sin entintar, El Tomi saca a relucir su chapa de virtuoso del dibujo. Pero de narrar, ni hablar. Abusa de la grilla menos narrativa-friendly que existe (la página partida al medio con una viñeta arriba y otra abajo), dibuja tres fondos en todo el libro… en ese sentido, un trabajo muy pobre del dibujante rosarino. Creo que –puesto a elegir una historia- me quedo con “Pintó la Noche”, por la variedad de enfoques y el generoso (y hermoso) despliegue de técnicas que ofrece El Tomi.
Interior/ Noche es un libro demasiado experimental para los amantes de la historieta clásica y demasiado terrenal para los fans del material más arriesgado, o con más vuelo artístico. Una pena.
Y nada más, por ahora. Ni bien tenga nuevos libros leídos, vuelvo a postear las respectivas reseñas, acá en el blog.

sábado, 23 de junio de 2018

SABADO DE CIENCIA-FICCION

Aprovecho que me levanté casi temprano, para ponerme al día con las reseñas de un par de libros que leí en estos días.
Arranqué con el Vol.1 de Zéro Absolu, la saga de ciencia-ficción que marcó (si no estoy muy loco) el primer hitazo en las carreras de dos autores franceses hoy ampliamente consagrados como son el guionista Richard Marazano y el dibujante Christophe Bec.
La verdad que me aburrí mucho. El único mérito que le encuentro a la labor de Marazano es que se desloma para darle personalidades distintas a nueve personajes importantes, sin caer en estereotipos demasiado trillados. El guionista hace magia para repartir el protagonismo entre los nueve miembros de este elenco (que sólo se puede reducir, no ampliar, con el devenir de la trama) y eso también le sale bastante bien. Ninguno queda demasiado relegado respecto del resto. Y banco también los diálogos, a los que Marazano les pone alta onda.
Después, muchos problemas. La trama que avanza lento, la misión que no termina de entusiasmarme, el clima que no se termina de definir, los flashbacks que interrumpen el relato y que –por ahora- no aportan más que confusión, el contexto de ciencia-ficción en buena medida desaprovechado… Me imagino que al ser una trilogía, Zéro Absolu mejorará en los dos tomos que siguen, pero la verdad es que es poco probable que me ponga las pilas para conseguirlos. Y menos habiendo otras obras de Marazano que me interesan más y que todavía no leí.
Pero lo que más me la baja, lo que menos ganas me da de buscar los otros dos tomos, es el dibujo de Bec. Esto es desastroso. La cantidad de choreos que encontré es casi digna de Nik. Hay dibujos afanados a Jordi Bernet, a Jim Steranko, a Enki Bilal, a William Vance, a Hernández Palacios… un espanto. Y eso no es lo peor. Lo peor es que Bec no se decide por una estética: va fluctuando entre el típico dibujo de aventura realista y un registro aún más realista, también conocido como “calcar fotos y casi no retocarlas”. Este álbum es de 1997, cuando no existía Flickr, o sea que el achaco no es digital. Pero es muy evidente, hasta se nota de que actores son las fotos que calca Bec. El cambio constante de una estética a otra rompe totalmente el fluir de la narrativa… que además viene muy jugada porque rara vez tenemos menos de 13 viñetas por página (algunas muy chiquitas), organizadas en secuencias cuyo orden de lectura no siempre está claro. Obvio que con los años Bec mejoró, pero este trabajo (de cuando tenía 28 años) es sumamente precario en más aspectos de los que me dan ganas de enumerar.
Me vengo a Argentina, a 2017, cuando se edita Tekton, una novela gráfica escrita por Gastón Flores y dibujada por Lisandro Estherren, el entrerriano hoy cada vez más consagrado en EEUU. El libro tiene un solo problema: demasiadas páginas de relleno. Pero la historieta me gustó bastante, tiene unas cuantas ideas buenas y un desarrollo dinámico, atractivo. La construcción de los personajes por ahí no descolla y el hecho de que esté todo escrito en neutro (ese engendro idiomático que suena a inglés mal traducido por centroamericanos) sin dudas es un palo en el orto. Aún así, el guión se me hizo llevadero, en ningún momento perdí el interés por descubrir cómo iba a resolver Flores los conflictos que plantea el argumento. Creo que lo más difícil de pensar debe haber sido un final en el que todo se resolviera por el lado de la violencia, o sea, cagándose a tiros y piñas con “los malos”. Todo el tiempo pensé que esto se iba a resolver de otra manera… Pero bueno, tampoco está mal cómo lo cierra Flores.
Lo más destacable, sin embargo, es el dibujo de Estherren, que ya desde la portada te avisa que va a salir a matar, a comerse los chicos crudos. Olvidate de aquel Estherren de Etchenike, que jugaba a parecerse al Viejo Breccia y se terminaba pegando algunos palos en la narrativa. Este es un Estherren más maduro, más curtido, que agarra para el lado de Sean Murphy y le va bárbaro. Muy bien los personajes, muy bien la planificación de las secuencias, impecable la integración de la referencia fotográfica, cuidadísimo el equilibrio entre masas negras y espacios blancos y hasta con espacio para pelar un sello propio, una identidad gráfica a la que (si bien está emparentada con la de Murphy) no le falta originalidad. Gran trabajo de Lisandro, a esta altura ya un nombre clave de la historieta argentina actual.
Y nada más, por ahora. Sigo leyendo (creo que en la pila de los pendientes ya me quedan menos de cinco libros publicados en Argentina en 2017) y vuelvo a postear nuevas reseñas muy pronto, acá en el blog. Ci vediamo.

miércoles, 20 de junio de 2018

FERIADO MUNDIAL

Como tantos, aprovecho el feriado para clavarme una seguidilla hardcore de partidos mundialistas. Y entre uno y otro, me tomo un ratito para escribir las reseñas de dos libros que me bajé en estos últimos días.
El tercer tomo del Captain America de Dan Jurgens es seguramente el mejor dibujado de los tres. No solamente porque el propio Jurgens le pone más pilas a su faceta de dibujante, sino porque entre los invitados hay colaboraciones fastuosas de capos como Kevin Maguire, Igor Kordey, Stuart Immonen, Lee Moder y la nunca bien ponderada dupla de mis amigos Juan Bobillo y Marcelo Sosa. También hay unas páginas de Darryl Banks (nunca entre mis favoritos) y del uruguayo Ignacio Calero, a quien vemos en un intento de clonar la estética de Travis Charest, que resulta doblemente frustrante: primero porque uno sabe que Calero tiene con qué aspirar a mucho más, y segundo porque el resultado de la clonación no es demasiado convincente. Con muchas más altas que bajas, el apartado visual de este tomo es muy notable, con una buena cantidad de imágenes icónicas, secuencias de alto impacto y páginas memorables.
Los guiones… y bueno… Jurgens tiene una sóla idea copada (una aventura contra el Red Skull y el Hate Monger) y la estira sin compasión para que dure varios episodios, cuando la podría haber liquidado en 40-44 páginas. Después te calza un Annual que va muy lento, repleto de flashbacks a la época en que los Invaders luchaban contra los nazis, un numerito muy tranqui donde se resuelve el triángulo con Sharon Carter y Connie Ferrari, y después ese extraño (y hoy cuasi-mítico) nº50, que arranca con una historia muda (acá Jurgens saca a relucir su chapa de gran narrador gráfico) y sigue con varias historias cortas, a cargo del propio Jurgens e ilustres invitados. En una de esas historias, sin decir “agua va” y sin enfrentarse a ningún villano pulenta, el Capi muere, y el libro cierra con un funeral muy bien escrito por el maestro Evan Dorkin. En este tramo que funciona como antología de relatos breves, están los mejores guiones del libro. Y sí, obviamente Steve Rogers volverá de la muerte (varias veces) y a esta serie le seguirán otras. No me acuerdo si me quedan libros del Capi en la pila de las lecturas pendientes, pero sé que eventualmente me tengo que comprar los TPBs de la etapa más reciente de Mark Waid y Chris Samnee. Por ahora, me despido acá de este ícono marveliano que tantas alegrías nos dio.
Me vengo a Argentina, a 2017, cuando se edita Asian Store Junkies, un recopilatorio de historias cortas escritas y dibujadas por Berliac para la revista Vice. Son ocho comedias cortitas, protagonizadas por dos pibes cuyos nombres desconocemos, dibujadas en ese estilo que nos remite al manga alternativo de los ´60 y que tan bien maneja el autor de Sadbøi.
Entre homenajes a Osamu Tezuka y Akira Toriyama y gastes a Simon Hanselmann, Kim Jong-un y Donald Trump, las historias van de la típica comedia costumbrista de “jóvenes a la deriva” a delirios épicos con ribetes alucinógenos. Berliac juega con la adicción que produce una sustancia llamada MSG, presente en un montón de alimentos y comercializada masivamente en supermercados, y la utiliza como motor de estas breves historias en las que también baja línea acerca del consumismo acrítico, el racismo y la violencia.
Si no esperás una obra profunda, relevante y filosa (como lo fue Sadbøi, con la que Berliac dejó muy alta su propia vara), Asian Store Junkies seguro te va a atrapar por el lado del humor, del desparpajo, de esa combinación entre un dibujo muy cuidado, muy pensado, y una sensación de desenfreno, de “me chupa todo un huevo” que le suma mucha onda a estas comedias limadas.
Y nada más, por ahora. Mañana espero retomar mi ritmo normal de lectura, para volver a postear pronto, acá en el blog.

domingo, 17 de junio de 2018

OTRA VEZ DOS LOPEZ

Aprovecho un ratito libre en medio de un finde bastante intenso (y frío como teta de bruja) para reseñar un par de libritos que tengo leídos.
Arranco en 2016 en Chile, donde se publica una adaptación al comic de Hamlet, el clásico de William Shakespeare, bastante extraño. No porque Hamlet aparezca tomando merca, calzado con una Glock en la cintura y garchando con botineras, sino porque el libro combina páginas de historieta (magníficamente dibujadas por Rodrigo López) con páginas en las que sólo hay texto y otras que tienen un gran porcentaje de texto, y alguna viñeta (o incluso una breve secuencia de viñetas) a modo de ilustración, o complemento. La adaptación estuvo a cargo de Marco Antonio de la Parra, y obviamente la pregunta que uno se hace es: ¿no daba para convertir TODA la obra en una historieta?.
En los tramos en los que este Hamlet se nos cuenta efectivamente como un comic, con páginas enteras pobladas de viñetas que forman secuencias, con globos de diálogo normales y demás, la experiencia se vuelve sumamente satisfactoria. López (como siempre) dibuja y colorea a un nivel altísimo, no mezquina nada en los fondos ni en las expresiones faciales y además, se da cuenta de que parte de la esencia de una obra de teatro consiste en que durante largos tramos, durante escenas enteras, los personajes se mueven poco, en torno a un decorado estático. Entonces hace lo que hay que hacer en estos casos: mover todo el tiempo la “cámara”, ofrecer encuadres distintos uno atrás del otro, sin parar, para que el lector no se aburra de ver siempre lo mismo.
Me imagino que para el lector al que apunta este libro (consumidores ocasionales de historieta que entran a una librería y se ven atraídos por la obra de Shakespeare) ese mix bizarro entre historieta y prosa no resultará un palo en el orto. Para mí, que entré a este libro por ser fan de ese historietista superdotado llamado Rodrigo López, fue bastante frustrante poder disfrutar sólo de ratos de la magia narrativa de esta bestia del Noveno Arte chileno. Ser o no ser una historieta… esa es la cuestión. Y este libro lamentablemente no la resuelve…
Me vengo a Argentina a 2017, cuando se publica Futuro Total, un libro con tres historietas del impactante Ariel López V., en las que el Matador de Mataderos escribe, dibuja, rotula y colorea en su personalísimo estilo. Visualmente esto es un festival del delirio extremo, un trip ido muy al carajo con drogas, videojuegos ochentosos, cine clase Z y comic indie norteamericano del Siglo XXI. A nivel gráfico, no tenemos muchos autores capaces de hacer lo que hace López V. en estas páginas. La estridencia en el color, el impacto en los estallidos de violencia, esas perspectivas llevadas al límite, esos ojos sin pupilas… Ariel impone su sello y, si comprás, te hacés adicto, no queda otra.
En cuanto a los guiones, la primera historia podría haber aparecido tranquilamente en la Métal Hurlant de los ´80, porque tiene ese tinte irónico, esa burla sutil a la épica del rock kilombero y transgresor, mezclada con elementos fantásticos, apuntes de sátira social y unos diálogos tan afilados como desopilantes, dignos de un sketch de Peter Capussotto. La segunda historia, la más extensa, combina el sub-género de los “jóvenes a la deriva” con alienígenas y zombies, en un roller-coaster por momentos excesivo, donde parte de la gracia (además de los diálogos) parece ser la destrucción sistemática del verosímil. Se nota y se aprecia lo mucho que se debe haber divertido Ariel haciendo estas historietas.
Y sin embargo, la que a mí más me gustó es la tercera, la más breve: Ultima Nave al Terror. Esta es una aventura de ciencia-ficción más clásica, una especie de homenaje freak a aquellos unitarios que clavaba Bruce Jones en la Zona 84, con viajes espaciales, viajes temporales, alienígenas y mutantes. Acá el esfuerzo de López V. parece estar menos concentrado en la vorágine de la acción y los chistes y más en el argumento (que es muy sólido) y en la puesta en página, un rubro en el que, sobre el final de esta historieta, pela unos hallazgos que yo nunca le había visto ni a él ni a ningún otro artista. También en esta última historia, el color baja un par de cambios y en vez de proponerse impactar se propone contribuir a los climas que conjura el guión. Posta, esas últimas 19 páginas valen lo que pagues por este libro.
Espero nuevas obras de Ariel López V. (sentado, porque sé lo que tarda este animalito en terminar una historieta) y prometo volver a postear nuevas reseñas muy pronto, acá en el blog.

miércoles, 13 de junio de 2018

NOCHE GELIDA

Estoy recontra a favor de la despenalización del aborto, aunque no tanto como para alejarme a más de 20 centímetros de una estufa y salir a la calle a cagarme de frío. Ya clavé posts ayer y anteayer, pero mañana seguro no voy a poder, el viernes ni en pedo y el sábado lo veo complicado, así que vamos con un par de reseñas hoy, que tengo tiempo y lecturas para comentar.
Arrancamos con El Barrio de la Luz, el segundo manga que produjo en su vida el maestro Inio Asano, lo cual lo hace el más antiguo de los que leí, por lo menos hasta ahora. Y no, no te pongo a El Barrio de la Luz al nivel de Solanin, pero la verdad que para ser un trabajo de un pibe que tenía menos de 25 años, es espectacular. El dibujo es particularmente asombroso, con muy poco para envidiarle a los mejores trabajos de Asano que –lógicamente- son los que vendrían después.
Lo más lindo del estilo de Asano es la forma en que integra la referencia fotográfica a sus dibujos. Eso, sumado al trabajo con los grises, le da a la faz gráfica una sensación de realismo a prueba de balas, que no se rompe cuando Asano dibuja a personajes un poco más caricaturescos, o cuando aparecen elementos imposibles como ese chofer de colectivo con cabeza de gato. La narrativa tiene algún breve momento de confusión, sobre todo cuando aparecen esos extensos bloques de texto resueltos con letra blanca sobre fondo negro, que interrumpen el fluir del relato de un modo demasiado grosero, por lo menos para mi gusto.
La primera de las cuatro historias que componen El Barrio de la Luz es un clásico slice of life protagonizado por los típicos jóvenes a la deriva, un arquetipo que Asano maneja muy bien en todas sus obras y que acá obviamente no falla. Es una historia breve, bastante ganchera, con tintes autobiográficos, porque el personaje principal es un mangaka que está empezando a insertarse en la industria. La segunda historia, ya más extensa, se centra en la relación entre una chica de escuela secundaria y un pibe que se dedica a coordinar suicidios, a asistir a los suicidas no para disuadirlos, sino para que se suiciden más rápido y de modo tal que la muerte sea más segura. Es una historia muy pensada y muy hablada, que corre el riesgo de perder un poco el interés cuando te cae la ficha de que no avanza hacia un final contundente, ni impactante.
La tercera historia sí, tiene más pasta de thriller. Sin renunciar al realismo, acá Asano mete más tensión, se zarpa más. El protagonismo recae en un malviviente que tiene un papel chiquito en la segunda historia y esta vez sí, todo avanza hacia un desenlace muy potente y para nada obvio. Y en la última historia, Asano se aventura en las procelosas aguas del realismo mágico y –sin salir del barrio donde transcurre toda la obra- mete almas reencarnadas en otros cuerpos, sueños que se mezclan con la realidad, un colectivo que levanta vuelo y un gato antropomórfico que funciona como una especie de entidad cósmica con poderes casi de dios. Muy loco y a la vez muy interesante. Tengo más mangas de Inio Asano sin leer, así que volveremos a visitarlo antes de fin de año.
Me vengo a Argentina, a 2017, para leer la adaptación del clásico Don Juan Tenorio, realizada por Alejandro Farías y Marcos Vergara, dos autores clave de la historieta argentina actual. La adaptación tiene una vuelta de tuerca muy ingeniosa: además de convertir en historieta la obra de teatro escrita por José Zorrilla, nos narra en paralelo la vida (sobre todo los infortunios) del propio Zorrilla, que en unas secuencias es autor y en otras, protagonista. O sea que Farías nos cuenta dos historias por el mismo precio: para escribir una, le alcanzó con leer el Don Juan, y para escribir la otra se nota que investigó muchísimo en la vida de José Zorrilla.
El traspaso a historieta del Don Juan está perfectamente logrado. Es una historieta con muchísimo ritmo, con abundantes diálogos y a la vez con buen margen para contar desde la acción, desde lo visual. Farías ya está muy canchero en esto de adaptar teatro a historieta y sus versiones rara vez defraudan.
La sorpresa me la dio Vergara, y por partida doble: en las secuencias en las que narra la clásica pieza teatral, el dibujante oriundo de San Nicolás lleva al grado máximo un estilo que ya insinuaba en otros trabajos, pero que acá realmente explota. Se trata de un claroscuro fuerte, sumamente expresivo, con personajes muy plásticos, cuerpos muy dinámicos y –lo más impactante- una incorporación magnífica de los grises. Vergara se enfrenta con algunas páginas muy pobladas de viñetas, algunas con mucho texto, y aún así deja todo, se prodiga en detalles impresionantes en los fondos, el vestuario, los carruajes… Todo está dibujado de modo sintético y exhaustivo a la vez.
Y en las secuencias protagonizadas por Zorrilla, el dibujante cambia de estilo y se va a una línea más abierta, aún más sintética, sin grises, casi sin manchas negras y a viñetas un poco más grandes, con menos texto, en las que los fondos aparecen sólo cuando son absolutamente imprescindibles y dibujados de modo mucho más esquemático que en la otra parte de la obra. Así es como Vergara dibuja de modo más realista la ficción (la obra Don Juan Tenorio) que la realidad (la vida de Zorrilla), algo que seguramente motivará algún sesudo análisis por parte de alguien que no seré yo (¿el terapeuta de Marcos, quizás?). En las páginas del libro conviven esos dos estilos tan distintos y en los dos se ve el talento, la solidez, la madurez de un Vergara que puede cambiar su grafismo pero no ocultar lo cómodo que se siente trabajando con Farías y poniendo su destreza como narrador al servicio de estas historias. Muy recomendable, sobre todo si (como yo) lo seguís a Vergara desde que era un promisorio militante del underground.
Trato de volver a postear el domingo, y si no, la semana que viene. Ah, aguante Argentina, que te queremos ver campeón, sub-campeón, o algo más o menos digno…

martes, 12 de junio de 2018

THE INCREDIBLES 2

Catorce años después de habernos detonado las neuronas y las retinas con aquel clásico insumergible que fue The Incredibles, el maestro Brad Bird vuelve recargado, a reincidir con una secuela que retoma a la familia Parr justo cuando la dejamos en la primera entrega.
A lo largo de casi dos horas, Bird redobla la apuesta en materia de acción, humor y despliegue visual. Cada decorado, cada iluminación, cada traje, cada diseño de cada personaje, cada movimiento de cámara, cada detalle (hasta el más mínimo) están ahí para asombrarnos y para meternos más y más en la historia. En todos estos rubros, en la música y en las voces, The Incredibles 2 te recontra-caga a trompadas. En todo caso, el problema está en el guión.
A ver… es un gran guión, repleto de momentos gloriosos para cualquier fan de los superhéroes o para cualquiera al que le guste ir al cine a divertirse con un combo de machaca y comedia. El tema es que está demasiado jugado al enigma de la identidad del villano, el maligno Screenslaver, dueño de un discurso que trata de poner en crisis el rol de los medios de comunicación de un modo punzante, filoso, interesantísimo para la reflexión. Y el misterio no se sostiene, ni a palos. Antes de la mitad de la película, yo (que soy un boludo importante) ya había deducido quién estaba detrás de las felonías de Screenslaver. No quiero dar ninguna pista, porque ver esta peli sabiendo de antemano quién es Screenslaver debe ser más amargo que 30 meses de ajuste neoliberal. Lo cierto es que me da la sensación de que cualquiera con dos dedos de frente se va a dar cuenta mucho antes de que llegue la escena de la revelación.
Si eso no te la baja un toque, la vas a pasar bárbaro, sobre todo si sos fan de Elastigirl o de Jack-Jack, que son los personajes cuyos roles más se destacan en esta secuela. La peli se mete además con dos temas muy interesantes: por un lado, el rol de la mujer en la familia y cómo se le complica al hombre hacerse cargo de tareas que tienen que ver con el cuidado de la casa y los hijos, que la mujer realiza casi de taquito; y por el otro lado, cómo y dónde se puede orquestar la reivindicación pública de los superhéroes, prohibidos a nivel global hace 18 años y considerados una amenaza para la sociedad. Si hacés el jueguito mental de reemplazar “superhéroes” por “milicos”, capaz que te vas del cine con un cagazo bárbaro.
Por afuera de los temas centrales, The Incredibles 2 te va a sorprender con un montón de boludeces y guiños copados, muchos referidos a los poderes de Jack-Jack, otros vinculados a los superhéroes “nuevos”, o en rigor de verdad, que hacen su debut en esta peli. Y por supuesto, con nuevos matices en personajes ya conocidos, como Frozone o Edna Mode, cuya voz es nada menos que el propio Brad Bird.
En medio de este océano de películas de superhéroes que venimos navegando hace varios años, The Incredibles 2 no es para nada una más. Bird conserva intacta su impronta siempre original, siempre aguda, siempre emotiva, y la estructura de Pixar está ahí para garantizar (en su vigésima película) ese nivel de calidad que trasciende la pantalla y que hace que estas producciones puedan volverse favoritas tanto de los más chicos como de uno que ya está tirando a anciano. Ojalá a Bird le pique el bichito de las secuelas infinitas y no tarde otros 14 años en contarnos una nueva historia protagonizada por la familia Parr.
Ah, como es costumbre en las pelis de Pixar, antes de The Incredibles 2 se proyecta un cortometraje, también animado. No te lo pierdas, que es una delicia.




lunes, 11 de junio de 2018

ESSENTIAL X-MEN Vol.1

Allá por el 16/11/17, cerraba una reseña con la promesa de retomar a los X-Men desde el Giant-Size nº1, de 1975, cuando debuta la formación más exitosa del grupo mutante, de la mano de dos maestros que ya no están con nosotros: Len Wein y Dave Crockrum. Con esa consigna empieza un repaso por la gloriosa colección Essential X-Men, que nos llevará hasta 1989 (más o menos) de la mano del muchachito cuasi-ignoto que heredó tempranamente esta serie cuando Wein la dejó recién iniciada, y la llevó a ser la más taquillera y relevante del mainstream superheroico durante muchísimos años. Por supuesto, me refiero a ese monstruo icónico llamado Chris Claremont. El aporte de Claremont a esta serie es inconmensurable. Okey: el que tuvo los huevos para relanzar un título tercerón, cuasi-olvidado como era X-Men en 1975, fue Len Wein. Huevos cósmicos, podríamos decir, porque en vez de especular con un equipo que incluyera a uno o dos personajes nuevos y revitalizara un toque a los que venían batallando desde los ´60, Wein subió la apuesta y metió a cuatro personajes nuevos, dos que ya existían pero no tenían mucha relación con los X-Men y uno sólo de los ya conocidos por los lectores. Hoy eso no lo hace nadie. Ni Gerard Way cuando relanzó a la Doom Patrol se animó a tanto.
De todos modos, el que se cargó la mochila, se arremangó y trabajó a sol y sombra para darle chapa a Storm, Nightcrawler, Colossus, Wolverine y Banshee fue Claremont. Nunca supe por qué casi no se esforzó por darle onda a Thunderbird, por lograr que aunque sea una parte de los lectores lo bancaran, pero sospecho que la gracia era impactar desde temprano, haciendo boleta a uno de estos nuevos héroes, como para indicarle al público que acá nadie estaba a salvo. No contento con crear el andamiaje que aún sostiene a estos personajes, Claremont hizo más sólidos, más creíbles y más poderosos al Professor Xavier, a Cyclops y más tarde a Jean Grey, y hasta tuvo tiempo para sumar (sin salir de estos primeros 25 episodios que recopila el Essential) a personajes importantísimos como Moira McTaggert, la emperatriz Lilandra, Guardian (o Weapon Alpha, o Vindicator), los Starjammers y Black Tom Cassidy. Sólo por eso, por los personajes que incorporó y por cómo desarrolló a los que creó Len Wein, Claremont ya merecería ser considerado el mejor guionista de X-Men de todos los tiempos. Ni hablar de los personajes que sumará en los próximos Essentials.
Estas primeras aventuras -además de dejar mucho espacio para el desarrollo de todos estos héroes, heroínas y villanos- tienen mucha fuerza, hay conflictos realmente potentes, sacudones imprevistos, mucha integración con el Universo Marvel, mucho respeto a la labor de los guionistas que escribían Uncanny X-Men en los ´60 y una sensación absolutamente moderna: esto es fantasía en esteroides, con sagas cósmicas, villanos zarpados, la Savage Land, monstruos locos, alucinaciones o trampas que hacen que los buenos se peleen entre ellos y toda la parafernalia de siempre… pero se nota que Claremont manejaba una sintonía muy fina con lo que pasaba en el mundo real en ese momento (1975-78), hay un tono muy contemporáneo, muy rico, que hace que estos comics hoy resulten mucho más atractivos que casi todo lo que publicaban las grandes editoriales en esa época. Por supuesto que hay unos masacotes de texto infinitos, que los personajes hablan demasiado, que te acribillan con unos globos de pensamiento que parecen El Capital de Karl Marx con las notas al pie y todo, y que cada vez que arranca un nuevo episodio te tenés que fumar que alguien recapitule lo que pasó en los anteriores. Lo que Claremont contaba en 17 páginas, hoy cualquier guionista te lo cuenta en 48. Pero la verdad es que está todo muy bien pensado, muy bien ejecutado, con un ritmo que hace que las tramas y sub-tramas generen adicción y uno se pregunte cómo mierda hacían los fans de los ´70 para leer esto de a 17 páginas ¡por bimestre!, porque hasta el nº 112 Uncanny X-Men era bimestral.
En cuanto a la faz gráfica, libres al fin de esos coloristas de lesa humanidad que masacraban a los dibujos con total impunidad, me encontré con un Cockrum que en blanco y negro se ve mucho mejor que a color y que resiste con aguante y decoro los constantes cambios de entintador. El mejor Cockrum llega cuando lo dejan entintarse a sí mismo, y cuando hablamos de este dibujante siempre subrayamos lo mismo: su infalible manejo de la narrativa y el fuerte contraste entre unos primeros planos magníficos y algunas falencias bastante evidentes cuando dibuja los cuerpos enteros.
Y cuando Cockrum tira la toalla llega la dupla devastadora: John Byrne en lápices y Terry Austin en tintas. Chau, game over. No se puede pedir nada mejor, posta. El próximo Essential está todo dibujado por Byrne y Austin, así que volveré a babearme como en aquel 17/07/11 (cuando reseñé el tomo recopilatorio de la Dark Phoenix Saga) o más, porque esta vez será en monumental blanco y negro.
La seguimos muy pronto. ¡Gracias a los amigos de Córdoba que se acercaron al Docta Comic a saludar!

miércoles, 6 de junio de 2018

DOS ANTES DE IRME

Después de casi seis meses sin moverme de Buenos Aires, esta noche me toca viajar una vez más a Córdoba, para participar del Docta Comics. Y no me quiero ir sin clavar un posteo en el blog, ya que después es muy poco probable que vuelva a postear antes del lunes. El lunes también tengo función de prensa de The Incredibles 2, así que la semana que viene, además de reseñar los libros que me baje durante el viaje a Córdoba, tendremos también reseña de la nueva peli del maestro Brad Bird.
Arranco en EEUU, en 1988, cuando el por entonces cuasi-ignoto Grant Morrison lanza una serie protagonizada por un personaje menos que tercerón, y encima con un dibujante de mediocre para abajo. En una de esas fueron las tapas de Brian Bolland las que hicieron la diferencia, lo cierto es que no fuimos tan pocos los que compramos Animal Man desde el principio… y el resto fue obra del boca a boca. Claramente, esta era la serie a recomendar, y así fuimos avivando gil tras gil, hasta que para cuando el escocés deja esta colección, ya era un hitazo, o por lo menos de culto.
Ahora me toca redescubrir estas historias en TPB y me reconforta ver lo bien que se bancaron el paso de 30 años. El dibujo de Chas Truog sigue siendo bastante insulso, aunque sin pifias demasiado groseras. Es muy fuerte el contraste con las portadas de Bolland, e incluso con el episodio que dibuja Tom Grummett, el noveno y último de este primer TPB. Pero bueno, eran los ´80, era un título al que DC no le jugaba demasiadas fichas, y de última no sé si estos guiones -con el grado de elaboración que uno percibe- necesitan de un dibujante más espectacular, más virtuoso o de mayor despliegue.
El trabajo de Morrison es realmente impecable. En los primeros cuatro números, presenta de cero a un personaje que nadie tenía en el radar, lo dota de un lindo elenco de secundarios, le da una motivación y le suma otra sobre el final del arco inicial. De paso reintroduce a otro héroe antiquísimo, también en desuso, que era B´wana Beast. Si todo terminaba ahí, era una excelente miniserie de cuatro episodios. Pero no terminó, y al toque Morrison jugó su as de espadas: The Coyote Gospel, desgarrador tributo a los dibujos animados del Coyote y el Correcaminos, y además el primer escarceo con un elemento que será central en esta serie: los distintos niveles de realidad. Una historia absolutamente impactante, que en su momento me dejó perplejo, boquiabierto, estupefacto.
Después vienen cuatro episodios más básicamente autoconclusivos (uno de ellos bastante enganchado con Invasion!), donde Morrison demuestra una vez más que 22 páginas le recontra-sobran para contar una buena historia, y de paso empieza a hilvanar un par de sub-plots y a integrar a Buddy Baker un poco más al Universo DC, en la época en que este funcionaba como tal.
Entre una cosa y otra, con estos nueve episodios Grant Morrison se ganó la lealtad de un montón de lectores que dijimos “a este pibe lo sigo a todas partes” y Animal Man pasó de ser una referencia oscura y bizarra (onda los sidekicks de Guido Süller) a ser un personaje que aparecía en todas las charlas entre los comiqueros de la época. Pronto voy por el Vol.2.
Me vengo a Argentina, a 2017, cuando el maestro Alejandro Aguado produce una segunda versión corregida y aumentada de su biografía del General Ingeniero Enrique Mosconi, que yo nunca había leído. El dibujo marca una notable evolución respecto de los trabajos anteriores de Aguado, que ahora parece acercarse a la estética de Edgar-Pierre Jacobs y André Juillard. No del todo, claro. O sea que el trazo elegante, recontra-detallista y un poco frío de los maestros europeos todavía convive con algo del estilo anterior de Aguado, más suelto, más expresivo, y con buen manejo de las masas negras. Además en este trabajo incorpora los grisados mediante tramas mecánicas, que funcionan muy bien. Lo único que desluce un poco la faz gráfica es el texto: hay viñetas en las que los textos (diálogos y bloques) son tan extensos, que el dibujo queda muy relegado. Y viñetas en las que el texto es breve, pero el globo que lo contiene es inmenso y cobra un peso gráfico que le compite al dibujo.
Fuera de este desborde en la cantidad de texto que quiere volcar en estas 65 páginas, Aguado cumple dignamente la tarea de brindarnos un montón de información acerca de la vida y la obra del General Mosconi, de modo bastante ágil, aunque sin ocultar en ningún momento el objetivo didáctico de la historieta. Es sumamente interesante la forma en la que Aguado presenta los hechos ocurridos hace casi 100 años y logra (de un modo bastante sutil) que los vinculemos a lo que sucede hoy con la producción petrolera, el desarrollo industrial y la soberanía energética de nuestro país. Este es un libro que tranquilamente podría convertirse en texto obligatorio en los colegios secundarios de todo el país, para que los chicos entiendan de qué hablamos cuando hablamos de YPF y por qué hasta la Unión Cínica Radical (hoy aliada al neoliberalismo más apátrida y entreguista del que se tenga memoria) defiende la existencia de una empresa petrolera estatal.
Volvemos seguramente el lunes, con nuevas reseñas acá en el blog. Y si estás por Córdoba o alrededores, no dejes de darte una vuelta por el Centro Cultural España Córdoba este jueves, viernes y sábado. ¡Nos vemos!

lunes, 4 de junio de 2018

LUNES Y PUESTA AL DIA

Como suele suceder, los fines de semana o leo poco, o me da paja sentarme a escribir reseñas. Pero hoy no tengo excusas, así que ahí vamos.
Mi búsqueda de material raro del maestro Enrique Sánchez Abulí me llevó a comprar el Vol.1 de una serie llamada Kafre, que yo desconocía, pero que se publicó varios años en las páginas de El Jueves. Este primer recopilatorio (de 1993) ofrece más de 30 historietas de dos páginas cada una, todas con una misma consigna: el Padre Antón, un misionero católico apostado en la selva africana, se esfuerza por civilizar a un puñado de nativos (principalmente Kafre y Kongo) a los que la cultura y la religión cristianas no les puede interesar menos. La gracia es que Kafre y Kongo están siempre muy alzados, eternamente dispuestos a empomarse aldeanas, hembras de distintas especies animales, o bien a clavarse infinitas pajas. El contraste entre la promiscuidad de los nativos y la castidad que intenta inculcarles el cura es el núcleo de la obra, la fuente de casi todas las situaciones (obviamente humorísticas) que plantea y desarrolla Abulí en esta serie.
El padre Antón, por su parte, es un personaje complejo, muy bien estructurado. El tipo no se come ni la punta y estalla en ataques de furia bastante violentos contra estos “negros de mierda”, a los que maltrata considerablemente. El sacerdote tampoco peca de ingenuo: se manda sus propias “avivadas” y cuando no la gana, la empata. Abulí logra que en ningún momento podamos encasillar al padre como “víctima” de los aldeanos, ni viceversa, y ahí reside buena parte del atractivo de la serie. El resto de los aldeanos y los animales típicos de la selva africana también aportan buenos disparadores para el clásico humor malalechístico, grosero y políticamente incorrecto del mítico guionista de Torpedo 1936.
Y lo más grosso: todo está dibujado por el genio, el ídolo, el grandioso Julio (o Xulio) Martínez Pérez, más conocido como Das Pastoras. Imaginate una cruza entre Richard Corben y Philippe Vuillemin, y para ese lado rumbea en este trabajo el magistral dibujante oriundo de Galicia. Narrativa muy sobria, personajes muy expresivos, un trabajo de color, iluminación y texturas absolutamente glorioso y un rotulado medio desprolijo, que es lo único que desluce un poquito una faz gráfica impecable. Recomiendo bastante Kafre, tanto a los fans de Abulí como a los de Das Pastoras.
Me vengo a Argentina, a 2017, cuando aparece El Viaje de Nahuel, el Niño-Jaguar, una impactante novela gráfica editada a todo culo, en tamaño grande, en un libro de 168 páginas, que además de unas 130 páginas de historieta ofrece actividades, acertijos y muchísima información. El guionista es Jo Rivadulla, a quien jamás había oído nombrar, y el dibujante es Iván Zigarán (o Ziga), a quien nos habíamos cruzado el 11/12/17.
Hasta pasada la mitad de la novela, El Viaje de Nahuel no se diferencia mucho de Labyrinth, el largometraje del maestro Jim Henson. Un chico recorre un mundo mágico y extraño, donde le hablan las piedras, algunos animales y algunas plantas, sin tener muy claro a dónde va, con la remota esperanza de encontrar a la chica que le gusta. Después se suma un elemento clásico de la aventura: este pibe no es cualquier pibe, sino el elegido por fuerzas místicas que tienen que ver con la Naturaleza. Nahuel obtiene así el poder de transformarse en jaguar y liderará a estas criaturas que se le fueron sumando en una lucha contra… alguien que está dañando a la fauna de este lugar en el que transcurre la historia.
El gran hallazgo del guión es que ese mundo mágico y fantástico no es otro que Argentina y esas montañas, bosques, ríos y animales son típicos de nuestra geografía, nuestra flora y nuestra fauna. Y como se trata de una historieta claramente apuntada a lectores menores de 12-13 años, Jo Rivadulla los atrapa con las peripecias de Nahuel y de keruza les baja un montón de información sobre nuestro medio ambiente. El truco re-garpa. Vistos desde los ojos de un chico, y barnizados con toda esa pátina de epopeya fantástica, lugares como los Andes, las cataratas de Iguazú o la selva cuasi-amazónica del NOA se vuelven sumamente atractivos.
Por supuesto, buena parte del mérito le corresponde a Zigarán, que acá la rompe en un estilo más cercano al que le vimos a Gerardo Baró en las aventuras de Fede y Tomate, pero con muchos más cuadros por página, más información y más texto en cada viñeta, más elaboración en el color, más riesgos en la puesta en página y una atención por los detalles al límite de lo sobrenatural.
La verdad que la idea no era fácil de convertir en un buen guión y el guión era difícil de dibujar. Sin embargo, Rivadulla y Zigarán salieron más que airosos de esta ordalía, que les debe haber llevado décadas, siglos, milenios, eones… Gran broli para regalarle a un hijo, sobrino o mascota bípeda de 9 a 13, y de paso pegarle una leída.
El miércoles a última hora me voy a Córdoba, a participar una vez más del imprescindible Docta Comic, pero espero clavar un posteo más antes de viajar. La seguimos pronto.