Por distintos motivos, hoy no salí de casa en todo el día. Por suerte está la noche, que siempre da revancha.
Terminé el quinto y último tomo de Promethea, que no es ni remotamente el mejor. Pasa una sola cosa interesante, y es que Promethea cumple con la profecía que la señalaba como la portadora del Apocalipsis, y sí, Alan Moore y J.H. Williams nos invitan a presenciar el fin del mundo tal como lo conocen los habitantes de esta New York alternativa. El conflicto que le puso picante a la serie en el tomo anterior (la superposición de Prometheas) no tiene ningún peso en este tramo final, donde todo pasa por ese nuevo estadío de la conciencia al cual se están por elevar millones de mentes.
Para esta altura, Moore ya había cerrado Tomorrow Stories y había dejado a Tom Strong en manos de otros guionistas. En la saga final de Promethea retoma a muchos de estos personajes, en un rol bastante lamentable, que deja demasiado en claro por qué se fue deshaciendo de ellos y cavó su trinchera en esta única colección. Y después está ese inclasificable nº32, donde Moore y Williams abandonan todas las convenciones del relato secuencial para ofrecernos dos mega-imágenes que a su vez contienen 16 imágenes cada una, con textos y dibujos que no están pensados para narrar absolutamente nada. En esta quijotada que pareciera funcionar como coda a toda la serie, el Mago de Northampton pasa en limpio todo lo que nos explicó acerca de cómo se vinculan entre sí las ideas, los números, las religiones, los sueños, los símbolos y demás conceptos no-materiales, en una especie de hiper-infografía en la que Williams y el letrista (el glorioso Todd Klein) dejan la vida.
A nivel argumental, el final de Promethea no me emocionó tanto como los tomos previos, pero ese último “episodio” le da a la saga un cierre absolutamente memorable, en el que Moore demuestra (una vez más) estar a años luz del que va segundo. Y una nueva consagración definitiva para un J.H. Williams que a lo largo de todo este TPB se ve obligado a trabajar en varios estilos distintos y la rompe en todos, hasta cuando el guión le pide que arme collages con fotos prácticamente sin retocar. Un monstruo.
Hablando de dibujantes que cambian de estilo, lo que más me sorprendió de Sofía (la novela gráfica editada este año por el sello cordobés Buen Gusto) es la transformación gráfica de Kundo Krunch, un dibujante al que me había cruzado en unas cuantas antologías y nunca me había terminado de convencer. No sé qué le dieron para leer (o para inyectarse) a este muchacho, pero de pronto peló un estilo impresionante, una mezcla entre el Ted McKeever salvaje de los ´80 y el Artur Laperla salvaje de los ´90. Krunch se abrazó definitivamente al claroscuro y lo abrazó tan fuerte que empezó a salir sangre. El resultado de este violento viraje estilístico es –además de impactante- muy lindo de mirar. La combinación de la línea finita, casi de Hergé, con esos estallidos de masas y manchas negras realza muchísimo el trabajo de un dibujante al que nunca vimos tropezar en materia de narrativa.
El argumento que propone Cristian Blasco se parece muchísimo al que vimos hace poco (25/07/18) en un libro de Víctor Santos: una minita ultrajada y cagada a palos queda al borde la muerte pero no muere. Alguien la entrena para volver convertida en una máquina de matar, cuyo objetivo será vengarse de los hijos de puta que casi la liquidan. El giro interesante que le pega Blasco a esta trama ya bastante remanida es que los que salvan y entrenan a Sofía son tremendos hijos de puta, y la van a manipular para que cada una de las muertes que cause jueguen a favor de esta sombría organización criminal. Además el guión de Blasco le da poca bola al entrenamiento de Sofía y mucho a su reinserción en el mundo cotidiano, con unas pinceladas costumbristas muy bien logradas, que le restan solemnidad y le agregan humanidad a toda la faceta más policial de la obra.
El principal problema del guión está en los diálogos, donde aparece
una vez más ese síndrome (urgente, ayúdenme a ponerle un nombre) que consiste en mezclar el castellano rioplatense con el neutro. Los personajes tienen nombres argentos (Ramiro, Sofía, Cecilia) y por momentos hablan como porteños (“dale”, “el finde”, “¿qué me recomendás?”), pero unas pocas viñetas después esos mismos personajes están tratándose de tú, no de vos. No usan esas palabras bizarras de traducción chota del inglés (tipo decirle “la nevera” o “el refrigerador” a la heladera), pero dicen “¿qué quieres” en vez de “¿qué querés?”. Muy raro, muy esquizofrénico. Si eso no te la baja, la verdad es que Sofía es una muy buena historieta, profunda, intensa, descarnada en el tratamiento de la violencia y muy potente desde lo visual. Así que se puede recomendar tranquilamente, en cualquier idioma.
Buen finde para todos y, ni bien tenga más material leído, vuelvo a postear acá en el blog. El miércoles hay función de prensa de Venom, así que volverán las reseñas de películas, que hace bastante que no tenemos ninguna…
viernes, 28 de septiembre de 2018
lunes, 24 de septiembre de 2018
LUNES PRE-PARO
De a poquito se empieza a sentir en Buenos Aires el clima de un paro que tiene todo para ser histórico. Mañana no pienso salir de mi casa, así que en una de esas hasta vuelvo a postear reseñas. Por ahora, lo que tengo leído es esto:
En el Vol.1 de La Chica a la Orilla del Mar, el genial Inio Asano nos presenta una historia de sexo sin amor entre Isobe y Sato, un chico y una chica de escuela secundaria que juegan, experimentan, se histeriquean, tratando de no involucrarse afectivamente, para que sea la lujuria la que lleve las riendas de la relación. Por supuesto, en algún momento alguno de los dos va a ceder y le va a proponer a la otra parte encarar algo así como un noviazgo. Y seguramente eso que en este primer tomo se manifiesta como un proto-conflicto, en la segunda y última parte va a cobrar relevancia. También hay (en las márgenes del desapasionado pero intenso vínculo entre Isobe y Sato) una historia de violencia que tiene que ver con la muerte del hermano de Isobe, que nunca se terminó de aclarar. Y por encima de todo eso, un subtexto bastante habitual en las obras de Asano, que es la desconexión entre estos adolescentes, sus sueños, sus padeceres, y los padres de los chicos, a los que sólo parece importarles el trabajo y la guita.
La historia, ambientada en un pueblito de provincia donde todo avanza a un ritmo muy pausado, se siente muy real, muy honesta, a tal punto que no escandaliza para nada ver garches bastante fuertes entre un chico y una chica menores de edad. Asano es un especialista en narrar a ritmo lento, en colgarse en detalles, en silencios, en la observación de paisajes suburbanos, o sea que acá está en su salsa. En Japón se lo criticó bastante por el tema de meter escenas típicas de películas porno en un manga costumbrista protagonizado por adolescentes, pero La Chica a la Orilla… no especula con el sexo entre borreguitos para impactar al lector o para vender tres ejemplares más. O sea, a comerla.
Y el dibujo, por supuesto, es el arma imbatible con la que esta bestia te dispara al corazón y te hace boleta. Los personajes de Asano, plásticos, expresivos, vibrantes, se integran perfectamente a un mundo tomado de la realidad, un mundo construído por fotos perfectamente convertidas en dibujos por un maestro de la documentación. Un trabajo apabullante de un mangaka completísimo, que acá nos regala hasta una escena de pelea, algo raro en su bibliografía.
Me vengo a nuestro país, donde este año se editó Ecos de Mundos Posibles, un recopilatorio de siete historias cortas, originalmente realizadas para Italia por la dupla integrada por el guionista Gustavo Schimpp y el dibujante Sergio Ibáñez. Las siete historias se inscriben en la tradición de la aventura clásica, con ambientación fantástica, medieval o de ciencia-ficción post-holocausto.
El dibujo de Ibáñez es excelente para este tipo de relatos. En su trazo conviven maestros legendarios como Juan Zanotto, Alberto Salinas y Horacio Lalia, combinados con cositas más actuales, sobre todo en la narrativa, que es ágil, dinámica, con varios riesgos bien asumidos. Pero además hay un gran despliegue en la documentación histórica, en los fondos, en los caballos, armas, trajes, vehículos, y mucho talento en la anatomía, en la iluminación y en el lenguaje corporal de los personajes.
Los guiones de Schimpp, en cambio, arriesgan un poco menos, van más a lo seguro. La idea del guionista es tratar de sorprender al lector, sobre todo en la última escena, con una vuelta de tuerca impredecible. Bueno, si leíste muchos años la revista Skorpio, u otras revistas de antología con aventuras para adolescentes y adultos, es poco probable que los finales te sorprendan. Schimpp propone planteos interesantes, en la tradición de Ricardo Barreiro o Eduardo Mazzitelli, siempre con acción, con violencia, con crueldad, con buenas excusas para meter algo de sexo, y a veces con cierta pátina literaria, como ese unitario en el que por momentos “se disfraza” de H.P. Lovecraft. Las historias no están estiradas, no están apretadas, no están 100% jugadas a esa revelación final y algunas se animan a explorar bastante la psiquis de los personajes.
En un par de historias me hicieron ruido los diálogos, porque Schimpp combina frases re-argentas como “ni en pedo”, “pelotudo” o “la puta que te parió”, con diálogos en neutro (también llamado “malas traducciones del inglés hechas en Centroamérica”) onda “¿en verdad crees que extrañaré esto?” y cosas así, que ningún argentino diría nunca en la vida. Por suerte en las historias de ambientación medieval o de espada y brujería no aparecen estas inconsistencias.
Si sos “viuda de Skorpio”, quedate tranqui: mientras el calendario afirma que estamos en 2018, las antologías italianas de la Aurea siguen ancladas en 1990. Por eso autores de formación clásica como Schimpp e Ibáñez siguen teniendo allí un espacio para contar este tipo de historias, que a los fans del comic más actual les pueden resultar un poco anticuadas, pero que tienen todo para cautivar al fan de la historieta de género, de la aventura pura, dura y tradicional. Esa historieta, que durante tantos años brilló en las páginas de Skorpio de la mano de una veintena de maestros hoy medio olvidados en nuestro país pero venerados desde siempre en Italia, produce estos Ecos que llegan hasta nuestros días de la mano de Ibáñez y Schimpp. Quien quiere oir, que oiga.
En el Vol.1 de La Chica a la Orilla del Mar, el genial Inio Asano nos presenta una historia de sexo sin amor entre Isobe y Sato, un chico y una chica de escuela secundaria que juegan, experimentan, se histeriquean, tratando de no involucrarse afectivamente, para que sea la lujuria la que lleve las riendas de la relación. Por supuesto, en algún momento alguno de los dos va a ceder y le va a proponer a la otra parte encarar algo así como un noviazgo. Y seguramente eso que en este primer tomo se manifiesta como un proto-conflicto, en la segunda y última parte va a cobrar relevancia. También hay (en las márgenes del desapasionado pero intenso vínculo entre Isobe y Sato) una historia de violencia que tiene que ver con la muerte del hermano de Isobe, que nunca se terminó de aclarar. Y por encima de todo eso, un subtexto bastante habitual en las obras de Asano, que es la desconexión entre estos adolescentes, sus sueños, sus padeceres, y los padres de los chicos, a los que sólo parece importarles el trabajo y la guita.
La historia, ambientada en un pueblito de provincia donde todo avanza a un ritmo muy pausado, se siente muy real, muy honesta, a tal punto que no escandaliza para nada ver garches bastante fuertes entre un chico y una chica menores de edad. Asano es un especialista en narrar a ritmo lento, en colgarse en detalles, en silencios, en la observación de paisajes suburbanos, o sea que acá está en su salsa. En Japón se lo criticó bastante por el tema de meter escenas típicas de películas porno en un manga costumbrista protagonizado por adolescentes, pero La Chica a la Orilla… no especula con el sexo entre borreguitos para impactar al lector o para vender tres ejemplares más. O sea, a comerla.
Y el dibujo, por supuesto, es el arma imbatible con la que esta bestia te dispara al corazón y te hace boleta. Los personajes de Asano, plásticos, expresivos, vibrantes, se integran perfectamente a un mundo tomado de la realidad, un mundo construído por fotos perfectamente convertidas en dibujos por un maestro de la documentación. Un trabajo apabullante de un mangaka completísimo, que acá nos regala hasta una escena de pelea, algo raro en su bibliografía.
Me vengo a nuestro país, donde este año se editó Ecos de Mundos Posibles, un recopilatorio de siete historias cortas, originalmente realizadas para Italia por la dupla integrada por el guionista Gustavo Schimpp y el dibujante Sergio Ibáñez. Las siete historias se inscriben en la tradición de la aventura clásica, con ambientación fantástica, medieval o de ciencia-ficción post-holocausto.
El dibujo de Ibáñez es excelente para este tipo de relatos. En su trazo conviven maestros legendarios como Juan Zanotto, Alberto Salinas y Horacio Lalia, combinados con cositas más actuales, sobre todo en la narrativa, que es ágil, dinámica, con varios riesgos bien asumidos. Pero además hay un gran despliegue en la documentación histórica, en los fondos, en los caballos, armas, trajes, vehículos, y mucho talento en la anatomía, en la iluminación y en el lenguaje corporal de los personajes.
Los guiones de Schimpp, en cambio, arriesgan un poco menos, van más a lo seguro. La idea del guionista es tratar de sorprender al lector, sobre todo en la última escena, con una vuelta de tuerca impredecible. Bueno, si leíste muchos años la revista Skorpio, u otras revistas de antología con aventuras para adolescentes y adultos, es poco probable que los finales te sorprendan. Schimpp propone planteos interesantes, en la tradición de Ricardo Barreiro o Eduardo Mazzitelli, siempre con acción, con violencia, con crueldad, con buenas excusas para meter algo de sexo, y a veces con cierta pátina literaria, como ese unitario en el que por momentos “se disfraza” de H.P. Lovecraft. Las historias no están estiradas, no están apretadas, no están 100% jugadas a esa revelación final y algunas se animan a explorar bastante la psiquis de los personajes.
En un par de historias me hicieron ruido los diálogos, porque Schimpp combina frases re-argentas como “ni en pedo”, “pelotudo” o “la puta que te parió”, con diálogos en neutro (también llamado “malas traducciones del inglés hechas en Centroamérica”) onda “¿en verdad crees que extrañaré esto?” y cosas así, que ningún argentino diría nunca en la vida. Por suerte en las historias de ambientación medieval o de espada y brujería no aparecen estas inconsistencias.
Si sos “viuda de Skorpio”, quedate tranqui: mientras el calendario afirma que estamos en 2018, las antologías italianas de la Aurea siguen ancladas en 1990. Por eso autores de formación clásica como Schimpp e Ibáñez siguen teniendo allí un espacio para contar este tipo de historias, que a los fans del comic más actual les pueden resultar un poco anticuadas, pero que tienen todo para cautivar al fan de la historieta de género, de la aventura pura, dura y tradicional. Esa historieta, que durante tantos años brilló en las páginas de Skorpio de la mano de una veintena de maestros hoy medio olvidados en nuestro país pero venerados desde siempre en Italia, produce estos Ecos que llegan hasta nuestros días de la mano de Ibáñez y Schimpp. Quien quiere oir, que oiga.
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sábado, 22 de septiembre de 2018
TARDE DE SABADO
Me quiero ir a dormir la siesta, pero estoy esperando a gente que viene a casa a comprarme o traerme libros. Así que para aguantar despierto, me siento a escribir reseñas, y que me interrumpan cuando quieran.
Arranco con una bizarreada: un guionista belga que vive en EEUU arma una serie con un dibujante danés para una editorial francesa y yo consigo la edición británica. Se trata de la bastante reciente World War X, obra del siempre inquieto Jerry Frissen y del imbatible Peter Snejberg, cuyo integral (editado por Titan) conseguí a buen precio el año pasado. La edición es tan buena que ni se nota dónde terminaban los dos primeros álbumes que integran esta trilogía. Se lee como una novela gráfica sin fisuras, casi 140 páginas de palo y palo que avanzan hacia el desenlace sin desvíos ni atajos, sin estirar ni apretar nada.
Frissen no pretende inventar la rueda. Lo suyo es un comic de entretenimiento y alto impacto, una saga de ciencia-ficción que vira hacia la catástrofe cuando unos bichos alienígenas, prisioneros en la Tierra hace millones de años, se liberan y empiezan a destruir todo a su paso. Nada demasiado original, por lo menos en el planteo, pero el belga se las ingeniará para ofrecerle al lector un amplio abanico de emociones, mediante un guión que –a mi juicio, acertadamente- no se concentra tanto en la guerra de humanos vs. aliens. Todo esto tiene una dimensión más terrenal, más personal, incluso más íntima, que es lo que elige priorizar Frissen. Así es como, en medio de esta aventura grandilocuente, lo más importante pasa a ser el desarrollo de un personaje muy bien construído: el científico Adeshi Khan. Hay varios hallazgos más en materia de desarrollo de personajes, sin que eso empantane la acción o le reste espesor a las runflas entre políticos, milicos y empresarios medio turbios que buscan la forma de beneficiarse con el desastre.
También hay elementos místicos, alguna insinuación sexual no muy subida de tono, una versión alternativa de las relaciones entre humanos y alienígenas a lo largo de la historia, una especie de héroe sobrenatural que la pasa bastante mal y una leve trama romántica, que tampoco tendrá un final feliz. Con todo eso, Frissen mantiene el interés del lector y redondea una aventura simple pero no carente de sustento ni de intensidad.
Y por supuesto, World War X juega con ese ancho de espadas que es el dibujo de Peter Snejberg. Inmenso trabajo del Gran Danés, muy bien coloreado por Delphine Rieu (a quien conocíamos como guionista), con una excelente mezcla entre trucos de narrativa franceses y yankis y algunos ajustes en el estilo (las caras de las chicas, por ejemplo) que lo ayudan a parecerse más a un dibujante franco-belga que a Eisner o Corben. Fondos, climas, secuencias mudas, expresiones faciales, diseño de naves y monstruos, secuencias que exigen una vasta documentación histórica, páginas de 10 viñetas… Snejberg sale triunfador de todos esos desafíos. Como los grandes de verdad, bah.
Este año se publicó en Argentina la antología Nueve Dragones, con nueve historias cortas escritas por el (hasta ahora inédito) guionista Ignacio Porto, todas con distintos dibujantes. La verdad que no encontré ningún guión que me volara la cabeza. Me reí bastante con “Atómico”, el unitario dibujado en su estilo más despojado por El Waibe, y me gustaron un par más, pero no al nivel de cerrar el libro, aplaudir un rato y volverlo a abrir. Quizás sea porque no me interesa mucho el tema de los dragones, andá a saber… Lo bueno es que Porto no se centra sólo en eso, sino que utiliza a los dragones para contar historias bastante distintas entre sí, ambientadas en distintas épocas, lugares y culturas.
En materia de dibujantes también hay mucha diversidad, desde el ya mencionado Waibe hasta un clásico Horacio Lalia. Creo que el que más me gustó fue Rodrigo Cardama, un dibujane al que no conocía, que se pone al hombro una historieta muda y la lleva a buen puerto con una solvencia narrativa muy notable y una sana infuencia de David Rubín. También destaco los trabajos de Telémaco (al mismo nivel que le vimos en el libro de Urgh!) y de Beto Ledes, que es el que más se rompió el culo en materia de vestuario, fondos y tonalidades de grises. Ninguno de los dibujantes desentona demasiado, ninguno presenta demasiados aspectos para criticar, pero creo que esos tres son los que más se destacan dentro del conjunto. Veremos con qué nos sorprende Ignacio Porto en su próxima obra, que espero que sea un único relato más extenso (con un solo dibujante), en lugar de una colección de historias cortas.
Sigo avanzando con las lecturas para volver a postear pronto, acá en el blog.
Arranco con una bizarreada: un guionista belga que vive en EEUU arma una serie con un dibujante danés para una editorial francesa y yo consigo la edición británica. Se trata de la bastante reciente World War X, obra del siempre inquieto Jerry Frissen y del imbatible Peter Snejberg, cuyo integral (editado por Titan) conseguí a buen precio el año pasado. La edición es tan buena que ni se nota dónde terminaban los dos primeros álbumes que integran esta trilogía. Se lee como una novela gráfica sin fisuras, casi 140 páginas de palo y palo que avanzan hacia el desenlace sin desvíos ni atajos, sin estirar ni apretar nada.
Frissen no pretende inventar la rueda. Lo suyo es un comic de entretenimiento y alto impacto, una saga de ciencia-ficción que vira hacia la catástrofe cuando unos bichos alienígenas, prisioneros en la Tierra hace millones de años, se liberan y empiezan a destruir todo a su paso. Nada demasiado original, por lo menos en el planteo, pero el belga se las ingeniará para ofrecerle al lector un amplio abanico de emociones, mediante un guión que –a mi juicio, acertadamente- no se concentra tanto en la guerra de humanos vs. aliens. Todo esto tiene una dimensión más terrenal, más personal, incluso más íntima, que es lo que elige priorizar Frissen. Así es como, en medio de esta aventura grandilocuente, lo más importante pasa a ser el desarrollo de un personaje muy bien construído: el científico Adeshi Khan. Hay varios hallazgos más en materia de desarrollo de personajes, sin que eso empantane la acción o le reste espesor a las runflas entre políticos, milicos y empresarios medio turbios que buscan la forma de beneficiarse con el desastre.
También hay elementos místicos, alguna insinuación sexual no muy subida de tono, una versión alternativa de las relaciones entre humanos y alienígenas a lo largo de la historia, una especie de héroe sobrenatural que la pasa bastante mal y una leve trama romántica, que tampoco tendrá un final feliz. Con todo eso, Frissen mantiene el interés del lector y redondea una aventura simple pero no carente de sustento ni de intensidad.
Y por supuesto, World War X juega con ese ancho de espadas que es el dibujo de Peter Snejberg. Inmenso trabajo del Gran Danés, muy bien coloreado por Delphine Rieu (a quien conocíamos como guionista), con una excelente mezcla entre trucos de narrativa franceses y yankis y algunos ajustes en el estilo (las caras de las chicas, por ejemplo) que lo ayudan a parecerse más a un dibujante franco-belga que a Eisner o Corben. Fondos, climas, secuencias mudas, expresiones faciales, diseño de naves y monstruos, secuencias que exigen una vasta documentación histórica, páginas de 10 viñetas… Snejberg sale triunfador de todos esos desafíos. Como los grandes de verdad, bah.
Este año se publicó en Argentina la antología Nueve Dragones, con nueve historias cortas escritas por el (hasta ahora inédito) guionista Ignacio Porto, todas con distintos dibujantes. La verdad que no encontré ningún guión que me volara la cabeza. Me reí bastante con “Atómico”, el unitario dibujado en su estilo más despojado por El Waibe, y me gustaron un par más, pero no al nivel de cerrar el libro, aplaudir un rato y volverlo a abrir. Quizás sea porque no me interesa mucho el tema de los dragones, andá a saber… Lo bueno es que Porto no se centra sólo en eso, sino que utiliza a los dragones para contar historias bastante distintas entre sí, ambientadas en distintas épocas, lugares y culturas.
En materia de dibujantes también hay mucha diversidad, desde el ya mencionado Waibe hasta un clásico Horacio Lalia. Creo que el que más me gustó fue Rodrigo Cardama, un dibujane al que no conocía, que se pone al hombro una historieta muda y la lleva a buen puerto con una solvencia narrativa muy notable y una sana infuencia de David Rubín. También destaco los trabajos de Telémaco (al mismo nivel que le vimos en el libro de Urgh!) y de Beto Ledes, que es el que más se rompió el culo en materia de vestuario, fondos y tonalidades de grises. Ninguno de los dibujantes desentona demasiado, ninguno presenta demasiados aspectos para criticar, pero creo que esos tres son los que más se destacan dentro del conjunto. Veremos con qué nos sorprende Ignacio Porto en su próxima obra, que espero que sea un único relato más extenso (con un solo dibujante), en lugar de una colección de historias cortas.
Sigo avanzando con las lecturas para volver a postear pronto, acá en el blog.
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jueves, 20 de septiembre de 2018
SE TERMINA EL INVIERNO
Pero siguen los horrores del neoliberalismo salvaje al que votaron sus propias víctimas. Por suerte tengo mucho material encanutado, como para que no falten lecturas.
Arranco con el último TPB de The Question, el que recopila los últimos seis episodios de la gloriosa serie regular escrita por Denny O´Neil y dibujada por Denys Cowan. Estos no son precisamente los mejores episodios de la serie, pero como O´Neil está decidido a terminarla, sin dudas pasan cosas importantes. El tema es que lo importante pasa mucho por lo emocional, lo cual está muy bueno, pero a O´Neil se le complica equilibrar eso con la machaca, con una aventura en la que el héroe esté en peligro y tenga alguien contra qué pelear. Hay algunos recursos, algunas ideas para que no resulte tan abrupta esta transición de los conflictos físicos a los dilemas éticos, o las decisiones que tienen que ver con los sentimientos… y algunos funcionan y otros no. El final es impredecible, la vuelta de tuerca que pega Myra en la última página es brillante, pero la previa hacia ese final se estira, con apariciones innecesarias de casi todos los personajes que en algún momento integraron el elenco de la serie, y que tranquilamente podrían no estar ahí para atestiguar esa trágica despedida de Vic Sage y su ciudad natal.
En el medio, O´Neil acierta con el primer unitario (el de la demolición), apunta alto pero pifia con el segundo (el del ex-combatiente) y en el unitario más blandito, con una estructura menos copada, presenta a Harold, el jorobado al que luego desarrollará Alan Grant en los comics de Batman. Después arranca la trilogía que desemboca en el final, y lo hace con un episodio realmente flojo, donde encima tenemos a un entintador suplente (Carlos Garzón) que desluce por completo el trabajo de Denys Cowan. En todo ese arco final, como ya señalé, Vic no revolea una sola patada y Cowan está condenado a dibujar casi 70 páginas donde el grueso de las viñetas nos muestran sólo gente hablando. El episodio del medio, donde aparece un impostor disfrazado de Question, tiene alguna piña y varios tiros, pero poco margen para el lucimiento de este dibujante particularmente dotado para las escenas de acción y las artes marciales.
Lo mejor que tiene el final de The Question es que O´Neil no traiciona el espíritu de la serie. Hasta la última escena, mantiene el esfuerzo por provocar al lector, por invitarlo a pensar en esta relación intrínseca y un tanto perversa entre mantener el orden, la paz y la seguridad de un distrito y la compulsión por resolver los problemas (casi siempre de raigambre social) por la vía de las piñas y las patadas. La que sale mejor parada del dilema es Myra, que cree (como O´Neil, supongo yo) que la solución no está en manos (o puños) de los justicieros, sino de políticos que asuman su responsabilidad y dejen la vida por hacer las cosas bien. En el global de los seis TPBs, The Question se la sigue bancando muy arriba, como testimonio de esa revolución de la segunda mitad de los ´80, en la que el mainstream se pobló de excelentes historietas de autor.
Salto a Argentina, a 2018, cuando Diego Arandojo y Hernán González publican Bela (el terror mundo), una breve novela gráfica de un terror más bien psicológico, aunque no escasea en absoluto la sangre. El guión es muy interesante, está pensado en términos muy visuales, el ritmo al que narra Arandojo te logra poner muy nervioso, el final es muy potente… La verdad que con muy poco texto y muy pocos personajes, la trama logra efectos bastante potentes y bastante inusuales.
La lectura se complica cuando González se deja poseer por los demonios de la tinta. Alcanza con mirar las 10 ó 12 primeras páginas para darnos cuenta de que estamos ante un dibujante de gran virtuosismo, con una solvencia técnica impresionante y un notable vuelo plástico. Pero a partir del segundo tercio de la novela, cuando empiezan a pasar las cosas más espesas, el dibujo de González empieza a naufragar en un océano de tinta. Las manchas negras se convierten en lagunas negras, y en un punto se empieza a hacer difícil lo que debería ser lo más fácil: decodificar qué carajo está pasando en cada viñeta. Las secuencias están bien armadas, la puesta en página ofrece variantes muy atractivas, el clima es el adecuado, pero el dibujo en sí, el aspecto morfológico del dibujo, se hace muy confuso, requiere demasiado esfuerzo por parte del lector, y termina por distraernos de lo más interesante que tiene Bela, que es este conflicto sobrenatural jodido, exasperante.
Con otra estética, quizás incluso con a misma estética que le vimos en Hellhound on my Trail (reseñada el 23/12/17), me parece que González podría haber logrado que la faz gráfica se ensamblara mucho mejor con la propuesta narrativa de Arandojo. Una pena.
Y bueno, nada más por ahora. Sigo leyendo material para volver a postear pronto. Y si el domingo a la tarde no llueve, nos vemos en la Plaza del Lector, en la Fiebre del Libro, la feria que organiza la Biblioteca Nacional acá en Buenos Aires.
Arranco con el último TPB de The Question, el que recopila los últimos seis episodios de la gloriosa serie regular escrita por Denny O´Neil y dibujada por Denys Cowan. Estos no son precisamente los mejores episodios de la serie, pero como O´Neil está decidido a terminarla, sin dudas pasan cosas importantes. El tema es que lo importante pasa mucho por lo emocional, lo cual está muy bueno, pero a O´Neil se le complica equilibrar eso con la machaca, con una aventura en la que el héroe esté en peligro y tenga alguien contra qué pelear. Hay algunos recursos, algunas ideas para que no resulte tan abrupta esta transición de los conflictos físicos a los dilemas éticos, o las decisiones que tienen que ver con los sentimientos… y algunos funcionan y otros no. El final es impredecible, la vuelta de tuerca que pega Myra en la última página es brillante, pero la previa hacia ese final se estira, con apariciones innecesarias de casi todos los personajes que en algún momento integraron el elenco de la serie, y que tranquilamente podrían no estar ahí para atestiguar esa trágica despedida de Vic Sage y su ciudad natal.
En el medio, O´Neil acierta con el primer unitario (el de la demolición), apunta alto pero pifia con el segundo (el del ex-combatiente) y en el unitario más blandito, con una estructura menos copada, presenta a Harold, el jorobado al que luego desarrollará Alan Grant en los comics de Batman. Después arranca la trilogía que desemboca en el final, y lo hace con un episodio realmente flojo, donde encima tenemos a un entintador suplente (Carlos Garzón) que desluce por completo el trabajo de Denys Cowan. En todo ese arco final, como ya señalé, Vic no revolea una sola patada y Cowan está condenado a dibujar casi 70 páginas donde el grueso de las viñetas nos muestran sólo gente hablando. El episodio del medio, donde aparece un impostor disfrazado de Question, tiene alguna piña y varios tiros, pero poco margen para el lucimiento de este dibujante particularmente dotado para las escenas de acción y las artes marciales.
Lo mejor que tiene el final de The Question es que O´Neil no traiciona el espíritu de la serie. Hasta la última escena, mantiene el esfuerzo por provocar al lector, por invitarlo a pensar en esta relación intrínseca y un tanto perversa entre mantener el orden, la paz y la seguridad de un distrito y la compulsión por resolver los problemas (casi siempre de raigambre social) por la vía de las piñas y las patadas. La que sale mejor parada del dilema es Myra, que cree (como O´Neil, supongo yo) que la solución no está en manos (o puños) de los justicieros, sino de políticos que asuman su responsabilidad y dejen la vida por hacer las cosas bien. En el global de los seis TPBs, The Question se la sigue bancando muy arriba, como testimonio de esa revolución de la segunda mitad de los ´80, en la que el mainstream se pobló de excelentes historietas de autor.
Salto a Argentina, a 2018, cuando Diego Arandojo y Hernán González publican Bela (el terror mundo), una breve novela gráfica de un terror más bien psicológico, aunque no escasea en absoluto la sangre. El guión es muy interesante, está pensado en términos muy visuales, el ritmo al que narra Arandojo te logra poner muy nervioso, el final es muy potente… La verdad que con muy poco texto y muy pocos personajes, la trama logra efectos bastante potentes y bastante inusuales.
La lectura se complica cuando González se deja poseer por los demonios de la tinta. Alcanza con mirar las 10 ó 12 primeras páginas para darnos cuenta de que estamos ante un dibujante de gran virtuosismo, con una solvencia técnica impresionante y un notable vuelo plástico. Pero a partir del segundo tercio de la novela, cuando empiezan a pasar las cosas más espesas, el dibujo de González empieza a naufragar en un océano de tinta. Las manchas negras se convierten en lagunas negras, y en un punto se empieza a hacer difícil lo que debería ser lo más fácil: decodificar qué carajo está pasando en cada viñeta. Las secuencias están bien armadas, la puesta en página ofrece variantes muy atractivas, el clima es el adecuado, pero el dibujo en sí, el aspecto morfológico del dibujo, se hace muy confuso, requiere demasiado esfuerzo por parte del lector, y termina por distraernos de lo más interesante que tiene Bela, que es este conflicto sobrenatural jodido, exasperante.
Con otra estética, quizás incluso con a misma estética que le vimos en Hellhound on my Trail (reseñada el 23/12/17), me parece que González podría haber logrado que la faz gráfica se ensamblara mucho mejor con la propuesta narrativa de Arandojo. Una pena.
Y bueno, nada más por ahora. Sigo leyendo material para volver a postear pronto. Y si el domingo a la tarde no llueve, nos vemos en la Plaza del Lector, en la Fiebre del Libro, la feria que organiza la Biblioteca Nacional acá en Buenos Aires.
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martes, 18 de septiembre de 2018
MARTES PRIMAVERAL
Hermoso día en Buenos Aires, que coincide con un ratito libre para reseñar un par de lecturas recientes.
Allá por 2003, el sello Dolmen retomó la publicación en España de Jeremiah, la exitosa serie del maestro belga Hermann, que en los ´80 se había publicado en nuestro idioma de un modo un poco errático. Dolmen se manda con una edición espectacular… del Vol.20 de la serie. Y no, no es un “punto de entrada” para nuevos lectores. Hermann no recapitula nada, no dedica ni dos viñetas a explicar quiénes son los protagonistas, por qué hacen lo que hacen, por qué el mundo en el que se mueven está tan cambiado respecto del nuestro… O sea que si nunca habías leído un álbum de Jeremiah (o sí, pero 20 años atrás, como en mi caso) hay muchas cosas que no se terminan de entender.
Y no tengo mucho más para criticarle a este álbum de Jeremiah, en el que Hermann construye una trama muy atractiva, hace buen uso de esta ambientación un tanto extrema, presenta muy buenos personajes secundarios (que dudo que vuelva a utilizar más adelante) y nos conduce a muy buen ritmo a una resolución potente, no exenta de una cierta ironía, que a mí me hubiese gustado ver desplegarse a lo largo de un par de páginas más. Pero de jodido que soy, nomás, para regodearme un poco más en la derrota de los villanos, a los que Hermann nos presenta como unos avechuchos definitivamente irredimibles.
En una aventura clásica franco-belga, con un héroe joven, atlético y fachero, el virtuosismo en el dibujo no es algo fundamental. Puede estar, y si no está, no pasa nada. Pero este es un comic de Hermann, con lo cual la maestría del belga a la hora de ponerle imágenes a su historia es lo que más llama la atención. Inevitablemente, uno termina babeando frente a ese trabajo en los fondos, a esa tridimensionalidad que le pone Hermann al manejo de los planos (sobre todo en las viñetas más grandes)… Las secuencias están perfectamente armadas, las páginas con mucho texto se hacen sumamente llevaderas y por si faltara algo, el ídolo le mete a todo el álbum ese color directo tan característico de sus trabajos recientes. Un color sutil, vibrante, perfectamente pensado para acentuar los climas del guión, con el que Hermann resuelve todos los desafíos en materia de iluminación. No creo que nunca complete los más de 30 álbumes que tiene la serie de Jeremiah, pero como soy muy fan de Hermann y lo encontré muy barato, este tomo se suma a mi colección de buenas aventuras firmadas por el maestro. Por suerte, en el pilón de las lecturas pendientes tengo más material de Hermann.
Este año se editó en nuestro país 155 Simón Radowitzky, la novela gráfica que marcó el regreso a la historieta (después de demasiados años) de Agustín Comotto, autor argentino radicado en Cataluña. Sí, tal como te imaginás, se trata de la biografía de Simón Radowitzky contada en forma de una extensa historieta de unas 240 páginas. Y no, no te imaginás lo buena que está.
Yo sabía muy poco de la vida de Radowitzky. Para mí era “el anarquista judío que mató a Ramón Falcón”. La obra de Comotto me sumó toneladas de información que yo desconocía, y dotó al personaje de una enorme profundidad. De la mano de Comotto, Radowitzky trasciende las fronteras del héroe, del villano, del mito, para convertirse en una persona, compleja y fascinante, pero tan real como cualquiera de los lectores.
El único problema que tiene 155 es que es una historia muy triste, y cuando una historia triste está bien narrada, no hay forma de que la sensación de tristeza no invada al lector. El tono intimista que elige Comotto se tiñe gradualmente de desesperanza, y lo que podría haber sido una epopeya, o un canto al aguante y la resistencia, resulta ser una tragedia, donde incluso los momentos más favorables a Radowitzky y su causa están impregnados de nostalgia, de padeceres y sueños rotos.
Luego de tantos años alejado de la historieta, Comotto no perdió en absoluto la magia a la hora de dibujar. De hecho, no recuerdo trabajos suyos dibujados a este nivel. Y en la narrativa, se lo ve un poco retro, muy clásico para ser un autor que inició esta obra a los 47 años. Me da la sensación de que Comotto “se casó” con los referentes de cuando éramos pibes (noto, por ejemplo, ciertos yeites típicos de Carlos Sampayo), lo cual no está para nada mal, aunque quizás eso le reste atractivo a la obra a los ojos de los lectores más jóvenes… que igual no creo que sepan quién fue Radowitzky, ni les interese demasiado la vida de un anarquista revolucionario que vivió en la primera mitad del Siglo XX.
Claramente esta es una historieta apuntada a un público adulto, cuyo atractivo pasa por un dibujo sobrio, no exento de cierto vuelo poético, una narrativa muy ajustada en la que no hay escenas ni estiradas ni apretadas, y una temática siempre vigente como es la del rebelde que decide confrontar con el sistema, impulsado por un ideal de justicia y libertad para las mayorías. La historia de Radowitzky es conmovedora, inspiradora, y la amargura que me hizo sentir está más que compensada por la alegría que me da tener a Agustín de nuevo activo como autor de historietas, de nuevo dispuesto a hacer lo que mejor hace, que es poner su talento para el dibujo al servicio de buenas historias.
Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.
Allá por 2003, el sello Dolmen retomó la publicación en España de Jeremiah, la exitosa serie del maestro belga Hermann, que en los ´80 se había publicado en nuestro idioma de un modo un poco errático. Dolmen se manda con una edición espectacular… del Vol.20 de la serie. Y no, no es un “punto de entrada” para nuevos lectores. Hermann no recapitula nada, no dedica ni dos viñetas a explicar quiénes son los protagonistas, por qué hacen lo que hacen, por qué el mundo en el que se mueven está tan cambiado respecto del nuestro… O sea que si nunca habías leído un álbum de Jeremiah (o sí, pero 20 años atrás, como en mi caso) hay muchas cosas que no se terminan de entender.
Y no tengo mucho más para criticarle a este álbum de Jeremiah, en el que Hermann construye una trama muy atractiva, hace buen uso de esta ambientación un tanto extrema, presenta muy buenos personajes secundarios (que dudo que vuelva a utilizar más adelante) y nos conduce a muy buen ritmo a una resolución potente, no exenta de una cierta ironía, que a mí me hubiese gustado ver desplegarse a lo largo de un par de páginas más. Pero de jodido que soy, nomás, para regodearme un poco más en la derrota de los villanos, a los que Hermann nos presenta como unos avechuchos definitivamente irredimibles.
En una aventura clásica franco-belga, con un héroe joven, atlético y fachero, el virtuosismo en el dibujo no es algo fundamental. Puede estar, y si no está, no pasa nada. Pero este es un comic de Hermann, con lo cual la maestría del belga a la hora de ponerle imágenes a su historia es lo que más llama la atención. Inevitablemente, uno termina babeando frente a ese trabajo en los fondos, a esa tridimensionalidad que le pone Hermann al manejo de los planos (sobre todo en las viñetas más grandes)… Las secuencias están perfectamente armadas, las páginas con mucho texto se hacen sumamente llevaderas y por si faltara algo, el ídolo le mete a todo el álbum ese color directo tan característico de sus trabajos recientes. Un color sutil, vibrante, perfectamente pensado para acentuar los climas del guión, con el que Hermann resuelve todos los desafíos en materia de iluminación. No creo que nunca complete los más de 30 álbumes que tiene la serie de Jeremiah, pero como soy muy fan de Hermann y lo encontré muy barato, este tomo se suma a mi colección de buenas aventuras firmadas por el maestro. Por suerte, en el pilón de las lecturas pendientes tengo más material de Hermann.
Este año se editó en nuestro país 155 Simón Radowitzky, la novela gráfica que marcó el regreso a la historieta (después de demasiados años) de Agustín Comotto, autor argentino radicado en Cataluña. Sí, tal como te imaginás, se trata de la biografía de Simón Radowitzky contada en forma de una extensa historieta de unas 240 páginas. Y no, no te imaginás lo buena que está.
Yo sabía muy poco de la vida de Radowitzky. Para mí era “el anarquista judío que mató a Ramón Falcón”. La obra de Comotto me sumó toneladas de información que yo desconocía, y dotó al personaje de una enorme profundidad. De la mano de Comotto, Radowitzky trasciende las fronteras del héroe, del villano, del mito, para convertirse en una persona, compleja y fascinante, pero tan real como cualquiera de los lectores.
El único problema que tiene 155 es que es una historia muy triste, y cuando una historia triste está bien narrada, no hay forma de que la sensación de tristeza no invada al lector. El tono intimista que elige Comotto se tiñe gradualmente de desesperanza, y lo que podría haber sido una epopeya, o un canto al aguante y la resistencia, resulta ser una tragedia, donde incluso los momentos más favorables a Radowitzky y su causa están impregnados de nostalgia, de padeceres y sueños rotos.
Luego de tantos años alejado de la historieta, Comotto no perdió en absoluto la magia a la hora de dibujar. De hecho, no recuerdo trabajos suyos dibujados a este nivel. Y en la narrativa, se lo ve un poco retro, muy clásico para ser un autor que inició esta obra a los 47 años. Me da la sensación de que Comotto “se casó” con los referentes de cuando éramos pibes (noto, por ejemplo, ciertos yeites típicos de Carlos Sampayo), lo cual no está para nada mal, aunque quizás eso le reste atractivo a la obra a los ojos de los lectores más jóvenes… que igual no creo que sepan quién fue Radowitzky, ni les interese demasiado la vida de un anarquista revolucionario que vivió en la primera mitad del Siglo XX.
Claramente esta es una historieta apuntada a un público adulto, cuyo atractivo pasa por un dibujo sobrio, no exento de cierto vuelo poético, una narrativa muy ajustada en la que no hay escenas ni estiradas ni apretadas, y una temática siempre vigente como es la del rebelde que decide confrontar con el sistema, impulsado por un ideal de justicia y libertad para las mayorías. La historia de Radowitzky es conmovedora, inspiradora, y la amargura que me hizo sentir está más que compensada por la alegría que me da tener a Agustín de nuevo activo como autor de historietas, de nuevo dispuesto a hacer lo que mejor hace, que es poner su talento para el dibujo al servicio de buenas historias.
Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.
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viernes, 14 de septiembre de 2018
DOS RESEÑAS Y A RETIRO
Otra vez me toca escribir para el blog durante la previa a un viaje, esta vez a un evento con sede en la ciudad uruguaya de Paysandú, donde no estuve nunca.
Arranco con un extraño tomo publicado por DC en 2003, que recopila historietas realizadas entre 1992 y 1994 para la Judge Dredd Megazine. Extraño porque parece estar centrado en Devlin Waugh, pero incluye una historia de 85 en la que este personaje no sólo no es el protagonista, sino que entra en escena recién en la página 51. Pero bueno, quizás el criterio para hacer encajar esta aventura de Judge Dredd conocida como “Fetish” sea que está escrita por John Smith, el guionista de todas las apariciones “solistas” de Devlin Waugh que completan el tomo.
La verdad que las aventuras en sí son tirando a chotas. A veces son demasiado burdas y otras veces, tan retorcidas que cuesta entender qué carajo está pasando. El fuerte de John Smith en esta serie son los diálogos (afiladísimos) y la construcción del personaje de Devlin Waugh, que resulta un hallazgo al borde de la genialidad.
Waugh es un investigador de casos paranormales que trabaja para el Vaticano. Es británico, vampiro y abiertamente homosexual. Tiene el lomo de Schwarzenegger, fuma con boquilla como Guillermo Nimo y es un amante del arte, la belleza, el buen vino y los chongos, un bon vivant no-muerto, que puede atravesarte la yugular con los colmillos y comerte vivo, o invitarte a compartir un té y hablar de moda, poesía o artes plásticas. Por supuesto, Smith lo plantea como un personaje elitista, soberbio, pomposo… y le saca un jugo exquisito a su contrapunto con Judge Dredd, sobre todo en la historia corta titulada “Brief Encounter”.
Esta breve comedia y la primera aventura de Devlin (Swimming in Blood) cuentan con los dibujos del maestro Sean Phillips, cuando todavía trabajaba a color directo. Lo que mejora Phillips entre la primera historia (de 1992) y la segunda (de 1993) no tiene nombre. La anatomía, los rostros, la narrativa, el color… todo se ve mucho mejor en “Brief Encounter”. Para dibujar “Fetish”, Smith recluta a Siku (pseudónimo de Ajibayo Akinsiku), un dibujante africano que capta perfectamente la atmósfera de su continente, pero que es un clon muy evidente de Simon Bisley, al que le copia hasta los errores. El dibujo de Siku tiene un impacto arrollador, y también muchos tropiezos en la narrativa, sobre todo en los primeros episodios. La cuarta historia, ambientada en Arabia, es en blanco y negro, tiene un guión bastante redondito y está dibujada con notable soltura por Michael Gaydos, en un nivel asombroso. Después hay un par de cuentos, en prosa, con hermosas ilustraciones de Phillips, pero no los leí.
En general, el balance de más de 220 páginas me da más raro que bueno, pero entre Sean Phillips y Michael Gaydos juntan los puntos que necesita Devlin Waugh para ganarse un lugar en la biblioteca de cualquiera que busque explorar los rincones menos obvios del universo de Judge Dredd y la 2000 A.D..
Me vengo a Argentina, a 2018, para hablar maravillas de Bosqueblanco, la entrega más reciente de Bosquenegro, la serie que Fernando Calvi escribe y dibuja pensando en los más chicos. Sin dudas es la historia más dramática, más terrible para las criaturas de este bosque, pero Calvi la saca adelante con un sentido del humor cálido y eficaz, y con un mensaje de esperanza, de que todo lo que se rompe se puede arreglar, porque siempre que nevó, paró. Por supuesto hay algún guiño a la nevada de El Eternauta y unos cuantos a los comics de superhéroes, ya que –en su segunda mitad- Bosqueblanco se convierte en una especie de crónica de las asombrosas hazañas de una guerrera gigante que se come la trama con su carisma, su onda y su actitud positiva frente a todo tipo de adversidades.
El dibujo de Calvi es fascinante, plástico, vibrante, con mucho énfasis en el lenguaje corporal de los personajes y un coloreado exquisito, puesto en función de la narrativa. Por momentos, en el tramo protagonizado por la heroína extra-large, el dibujo parece una cruza alucinada entre Miguel Calatayud y John Buscema. La fuerte presencia de una guerrera grandota lo lleva naturalmente a Calvi a probar con algo que no se veía mucho en las entregas anteriores de Bosquenegro: las splash pages. Y en ese rubro Calvi también se luce con composiciones en las que combina espectacularidad y belleza.
Bosqueblanco es una historia acerca de resistir con aguante cuando parece que todo se va a la mierda, narrada con la claridad, la onda y la originalidad de un artista increíble, que atraviesa un momento mágico y al que todo lo que intenta le sale obscenamente bien.
Habrá más reseñas la semana que viene, acá en el blog. Buen finde para todos.
Arranco con un extraño tomo publicado por DC en 2003, que recopila historietas realizadas entre 1992 y 1994 para la Judge Dredd Megazine. Extraño porque parece estar centrado en Devlin Waugh, pero incluye una historia de 85 en la que este personaje no sólo no es el protagonista, sino que entra en escena recién en la página 51. Pero bueno, quizás el criterio para hacer encajar esta aventura de Judge Dredd conocida como “Fetish” sea que está escrita por John Smith, el guionista de todas las apariciones “solistas” de Devlin Waugh que completan el tomo.
La verdad que las aventuras en sí son tirando a chotas. A veces son demasiado burdas y otras veces, tan retorcidas que cuesta entender qué carajo está pasando. El fuerte de John Smith en esta serie son los diálogos (afiladísimos) y la construcción del personaje de Devlin Waugh, que resulta un hallazgo al borde de la genialidad.
Waugh es un investigador de casos paranormales que trabaja para el Vaticano. Es británico, vampiro y abiertamente homosexual. Tiene el lomo de Schwarzenegger, fuma con boquilla como Guillermo Nimo y es un amante del arte, la belleza, el buen vino y los chongos, un bon vivant no-muerto, que puede atravesarte la yugular con los colmillos y comerte vivo, o invitarte a compartir un té y hablar de moda, poesía o artes plásticas. Por supuesto, Smith lo plantea como un personaje elitista, soberbio, pomposo… y le saca un jugo exquisito a su contrapunto con Judge Dredd, sobre todo en la historia corta titulada “Brief Encounter”.
Esta breve comedia y la primera aventura de Devlin (Swimming in Blood) cuentan con los dibujos del maestro Sean Phillips, cuando todavía trabajaba a color directo. Lo que mejora Phillips entre la primera historia (de 1992) y la segunda (de 1993) no tiene nombre. La anatomía, los rostros, la narrativa, el color… todo se ve mucho mejor en “Brief Encounter”. Para dibujar “Fetish”, Smith recluta a Siku (pseudónimo de Ajibayo Akinsiku), un dibujante africano que capta perfectamente la atmósfera de su continente, pero que es un clon muy evidente de Simon Bisley, al que le copia hasta los errores. El dibujo de Siku tiene un impacto arrollador, y también muchos tropiezos en la narrativa, sobre todo en los primeros episodios. La cuarta historia, ambientada en Arabia, es en blanco y negro, tiene un guión bastante redondito y está dibujada con notable soltura por Michael Gaydos, en un nivel asombroso. Después hay un par de cuentos, en prosa, con hermosas ilustraciones de Phillips, pero no los leí.
En general, el balance de más de 220 páginas me da más raro que bueno, pero entre Sean Phillips y Michael Gaydos juntan los puntos que necesita Devlin Waugh para ganarse un lugar en la biblioteca de cualquiera que busque explorar los rincones menos obvios del universo de Judge Dredd y la 2000 A.D..
Me vengo a Argentina, a 2018, para hablar maravillas de Bosqueblanco, la entrega más reciente de Bosquenegro, la serie que Fernando Calvi escribe y dibuja pensando en los más chicos. Sin dudas es la historia más dramática, más terrible para las criaturas de este bosque, pero Calvi la saca adelante con un sentido del humor cálido y eficaz, y con un mensaje de esperanza, de que todo lo que se rompe se puede arreglar, porque siempre que nevó, paró. Por supuesto hay algún guiño a la nevada de El Eternauta y unos cuantos a los comics de superhéroes, ya que –en su segunda mitad- Bosqueblanco se convierte en una especie de crónica de las asombrosas hazañas de una guerrera gigante que se come la trama con su carisma, su onda y su actitud positiva frente a todo tipo de adversidades.
El dibujo de Calvi es fascinante, plástico, vibrante, con mucho énfasis en el lenguaje corporal de los personajes y un coloreado exquisito, puesto en función de la narrativa. Por momentos, en el tramo protagonizado por la heroína extra-large, el dibujo parece una cruza alucinada entre Miguel Calatayud y John Buscema. La fuerte presencia de una guerrera grandota lo lleva naturalmente a Calvi a probar con algo que no se veía mucho en las entregas anteriores de Bosquenegro: las splash pages. Y en ese rubro Calvi también se luce con composiciones en las que combina espectacularidad y belleza.
Bosqueblanco es una historia acerca de resistir con aguante cuando parece que todo se va a la mierda, narrada con la claridad, la onda y la originalidad de un artista increíble, que atraviesa un momento mágico y al que todo lo que intenta le sale obscenamente bien.
Habrá más reseñas la semana que viene, acá en el blog. Buen finde para todos.
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miércoles, 12 de septiembre de 2018
MIERCOLES DE MUJERES
Por fin tengo un rato para escribir reseñas…
En 2016, y después de mucho franeleo previo, Grant Morrison nos obsequió su versión de Wonder Woman, como parte de la línea Earth One. La novela gráfica me generó una enorme expectativa, porque soy fan del Genio de Glasgow, de Wonder Woman y de Yanick Paquette, el dibujante elegido para ponerle imagen a las ideas de Morrison. Esta vez, el resultado no estuvo a la altura de la expectativa. Los dos primeros tercios de la novela (unas 70 páginas) nos cuentan el origen de Wonder Woman, básicamente la historia que ya nos sabemos de memoria, con mínimas modificaciones y con bastante habilidad por parte del guionista para no dejar nada afuera: ni los elementos bizarros de la versión original del personaje (el rayo púrpura, el barro que cobra vida, el avión invisible, el torneo entre las Amazonas, etc.) ni los que se sumaron en tiempos más recientes (el rol de Heracles, la mayor integración de elementos mitológicos, la total naturalidad de las parejas lésbicas entre las súbditas de Hippolyta). A Morrison se le ocurre estructurar gran parte de la novela como si fuera un juicio, lo cual permite la entrada y salida de personajes que aportan sus testimonios a modo de flashbacks, para que dilucidemos junto con los protagonistas qué eventos llevaron a Diana a estar prisionera (atada con cadenas, típicas de los episodios de la Golden Age) en su propia tierra.
En el último tramo la novela mejora considerablemente y empiezan a pasar cosas que no estaban en el marco de lo obvio. Paradojas del destino, el personaje que más onda le insufla a la novela es Etta Candy, quien en las historias clásicas era un lastre, un personaje que quería ser simpático y resultaba insufrible, casi peor que Jimmy Olsen. Y el pobre Steve Trevor (en esta versión un milico afroamericano) aparece muchísimo pero se luce muy poco. Con el verdadero rol de Diana revelado y con una excusa bastante coherente para que la princesa amazona interactúe con el mundo patriarcal, Morrison dice “hasta acá llegamos” y cierra este primer episodio de modo bastante decoroso.
Paquette, por su parte, se queda a mitad de camino. Arranca a un nivel glorioso, sorprende con el diseño de las páginas, con esas viñetas ornamentadas y desplegadas casi con la calidad de J.H. Williams III en Promethea, pero pasada la página 16 entra en la modalidad de mezquinar horrendamente los fondos y repite mucho el plano general en el que las (bellísimas) mujeres aparecen de cuerpo entero mirando a cámara. En realidad son unos cuantos los planos que se repiten mil veces a lo largo de la novela y si bien hay momentos de más riesgo, o de más impacto, la sensación que me queda es la de un dibujante decidido a apostar a lo seguro, a no complicarse la vida y a complacer a los fanáticos de lo que los yankis llaman “good girl art”. Una pena, porque Paquette demostró que está para más, que tiene talento de sobra para aspirar a metas más ambiciosas que clonar correctamente a Frank Cho. Sin dudas esta primera novela me copó menos de lo que esperaba, pero todavía hay margen como para (eventualmente) darle una posibilidad al Vol.2.
Tarde pero seguro, me toca empezar con el material argentino publicado en 2018, y en este caso es un librito de humor gráfico, donde hay poca narrativa secuencial. La poca que hay está lastrada por la decisión de la autora, Tiana, de pensar todas las viñetas del mismo tamaño. De hecho, TODA su producción parece ser del mismo tamaño y en el librito algunas viñetas aparecen de a cuatro por página y otras a página completa. Pero sospecho que Tiana realizó estas viñetas para la web y ahí aparecieron todas en un mismo tamaño.
Por suerte me encontré con un dibujo muy logrado, obra de una autora sumamente afianzada en un estilo, con algún problema menor en las viñetas en las que los fondos son muy oscuros, que quizás se deba a un malentendido de la imprenta. Y lo más interesante: este dibujo plástico, amistoso, de fácil comprensión, casi icónico, está puesto al servicio de chistes realmente graciosos, que funcionan muy bien. Tiana juega al stand-up comedy con reflexiones agudas sobre temas cotidianos (muy apuntadas al target de mujeres de 25-35), pero también aborda temas como las redes sociales, los juegos de palabras (sumamente ingeniosos) y el humor nerd, con chistes que van de Star Wars y la Liga de la Justicia a Game of Thrones, Mario Bros., Alf o el dinosaurio Barney, sin dejar de lado todo tipo de vampiros, robots y alienígenas. O sea que me gustó mucho el dibujo y me reí bastante, dos puntos cruciales a la hora de evaluar un libro de humor gráfico. Si aparecen nuevas recopilaciones de chistes de Tiana (sobre todo de una sóla viñeta), cuenten conmigo para comprarlas.
Y no hay nada más, por ahora. Creo que este finde estoy en Paysandú, Uruguay, así que no sé si voy a poder postear en breve, o recién la semana que viene. Muchas gracias a todos los que se acercaron a saludarme en el FIC de Santiago de Chile y nos reencontramos pronto, acá en el blog.
En 2016, y después de mucho franeleo previo, Grant Morrison nos obsequió su versión de Wonder Woman, como parte de la línea Earth One. La novela gráfica me generó una enorme expectativa, porque soy fan del Genio de Glasgow, de Wonder Woman y de Yanick Paquette, el dibujante elegido para ponerle imagen a las ideas de Morrison. Esta vez, el resultado no estuvo a la altura de la expectativa. Los dos primeros tercios de la novela (unas 70 páginas) nos cuentan el origen de Wonder Woman, básicamente la historia que ya nos sabemos de memoria, con mínimas modificaciones y con bastante habilidad por parte del guionista para no dejar nada afuera: ni los elementos bizarros de la versión original del personaje (el rayo púrpura, el barro que cobra vida, el avión invisible, el torneo entre las Amazonas, etc.) ni los que se sumaron en tiempos más recientes (el rol de Heracles, la mayor integración de elementos mitológicos, la total naturalidad de las parejas lésbicas entre las súbditas de Hippolyta). A Morrison se le ocurre estructurar gran parte de la novela como si fuera un juicio, lo cual permite la entrada y salida de personajes que aportan sus testimonios a modo de flashbacks, para que dilucidemos junto con los protagonistas qué eventos llevaron a Diana a estar prisionera (atada con cadenas, típicas de los episodios de la Golden Age) en su propia tierra.
En el último tramo la novela mejora considerablemente y empiezan a pasar cosas que no estaban en el marco de lo obvio. Paradojas del destino, el personaje que más onda le insufla a la novela es Etta Candy, quien en las historias clásicas era un lastre, un personaje que quería ser simpático y resultaba insufrible, casi peor que Jimmy Olsen. Y el pobre Steve Trevor (en esta versión un milico afroamericano) aparece muchísimo pero se luce muy poco. Con el verdadero rol de Diana revelado y con una excusa bastante coherente para que la princesa amazona interactúe con el mundo patriarcal, Morrison dice “hasta acá llegamos” y cierra este primer episodio de modo bastante decoroso.
Paquette, por su parte, se queda a mitad de camino. Arranca a un nivel glorioso, sorprende con el diseño de las páginas, con esas viñetas ornamentadas y desplegadas casi con la calidad de J.H. Williams III en Promethea, pero pasada la página 16 entra en la modalidad de mezquinar horrendamente los fondos y repite mucho el plano general en el que las (bellísimas) mujeres aparecen de cuerpo entero mirando a cámara. En realidad son unos cuantos los planos que se repiten mil veces a lo largo de la novela y si bien hay momentos de más riesgo, o de más impacto, la sensación que me queda es la de un dibujante decidido a apostar a lo seguro, a no complicarse la vida y a complacer a los fanáticos de lo que los yankis llaman “good girl art”. Una pena, porque Paquette demostró que está para más, que tiene talento de sobra para aspirar a metas más ambiciosas que clonar correctamente a Frank Cho. Sin dudas esta primera novela me copó menos de lo que esperaba, pero todavía hay margen como para (eventualmente) darle una posibilidad al Vol.2.
Tarde pero seguro, me toca empezar con el material argentino publicado en 2018, y en este caso es un librito de humor gráfico, donde hay poca narrativa secuencial. La poca que hay está lastrada por la decisión de la autora, Tiana, de pensar todas las viñetas del mismo tamaño. De hecho, TODA su producción parece ser del mismo tamaño y en el librito algunas viñetas aparecen de a cuatro por página y otras a página completa. Pero sospecho que Tiana realizó estas viñetas para la web y ahí aparecieron todas en un mismo tamaño.
Por suerte me encontré con un dibujo muy logrado, obra de una autora sumamente afianzada en un estilo, con algún problema menor en las viñetas en las que los fondos son muy oscuros, que quizás se deba a un malentendido de la imprenta. Y lo más interesante: este dibujo plástico, amistoso, de fácil comprensión, casi icónico, está puesto al servicio de chistes realmente graciosos, que funcionan muy bien. Tiana juega al stand-up comedy con reflexiones agudas sobre temas cotidianos (muy apuntadas al target de mujeres de 25-35), pero también aborda temas como las redes sociales, los juegos de palabras (sumamente ingeniosos) y el humor nerd, con chistes que van de Star Wars y la Liga de la Justicia a Game of Thrones, Mario Bros., Alf o el dinosaurio Barney, sin dejar de lado todo tipo de vampiros, robots y alienígenas. O sea que me gustó mucho el dibujo y me reí bastante, dos puntos cruciales a la hora de evaluar un libro de humor gráfico. Si aparecen nuevas recopilaciones de chistes de Tiana (sobre todo de una sóla viñeta), cuenten conmigo para comprarlas.
Y no hay nada más, por ahora. Creo que este finde estoy en Paysandú, Uruguay, así que no sé si voy a poder postear en breve, o recién la semana que viene. Muchas gracias a todos los que se acercaron a saludarme en el FIC de Santiago de Chile y nos reencontramos pronto, acá en el blog.
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lunes, 3 de septiembre de 2018
LUNES FINOLI
Bueno, no sólo tuve un rato para leer un par de libros y reseñarlos, sino que además me tocaron dos obras muy logradas. Vamos a repasarlas.
Pixu es una novela gráfica de terror, realizada a ocho manos por los gemelos fantásticos Gabriel Bá y Fábio Moon, junto al griego Vasilis Lolos y a la italiana Becky Cloonan. Con el correr de las páginas, logré deducir qué secuencias dibujó cada uno, pero hay un guión, y sospecho que fue escrito entre los cuatro. Tampoco es lo más importante. La historia está totalmente basada en el clima ominoso, en la forma en que la tensión sube viñeta a viñeta. No son tan relevantes los diálogos, los personajes están definidos con pocas pinceladas y nadie se calienta por darle una explicación detallada a los fenómenos paranormales que presenciamos. Lo realmente relevante es el suspenso, es ese in crescendo cada vez más retorcido, más descontrolado, que sabés que va a terminar muy mal pero igual te cautiva.
Hay una casa con varios departamentos, una especie de entidad sobrenatural oscura que crece, y los cuatro autores se dedican a entrelazar sutilmente las historias de los distintos vecinos, a la sombra de esta amenaza que crece y corrompe todo. Pixu avanza hacia un festival de imágenes truculentas, en las que las sombras y el fuego se devoran a los personajes que llegan vivos hasta el final. Te imaginarás que eso le da a los autores mucho margen para lucirse con el dibujo, siempre jugados a un blanco y negro muy potente, muy expresivo. En general, los mejores dibujos aparecen en las secuencias a cargo de los gemelos brazucas, pero Cloonan también ofrece momentos de alto impacto, con un gran trabajo en los grises y con una notable evolución respecto de aquella Cloonan de American Virgin.
Si te gustan las historias de terror inquietantes, jodidas, donde la atmósfera se enrarece hasta asfixiarte, sin dudas Pixu se va a convertir en una de tus favoritas. Y si seguís a muerte a Bá y Moon, acá los vas a ver tirar magia con la elegancia y la calidad de siempre.
Desde aquel lejano 27/02/13 tenía abandonada a Los Centinelas, la magnífica serie de Xavier Dorison y Enrique Breccia. Hoy me toca abordar el Vol.4, publicado en Francia en 2014 y en España en 2016. Al igual que en el tomo anterior, acá Dorison hace los deberes en materia de rigor histórico: a pesar de los elementos fantásticos, la Primera Guerra Mundial de Los Centinelas no se despega demasiado de la real. Otro punto que destacamos en la reseña del Vol.3 y hay que volver a destacar es el desarrollo de los villanos por parte del guionista. De hecho, el personaje menos desarrollado es el héroe, Cortahierro, porque los otros “buenos” (Djibouti y Pegaso) también tienen sus momentos para brillar y para ganar carnadura y profundidad.
La aventura en sí también es atípica, porque en esta misión los Centinelas fracasan, y si bien venden cara la derrota, se van con una patada en el orto y con un tendal de muertos en ambos bandos. Dorison no escatima en crueldades y atrocidades para con los personajes ni para con los soldados y civiles que los rodean: en Los Dardanelos hay hambre, sed, dengue, sangre y muerte para todos. Y también hay en ambos bandos coraje y dignidad. Los alemanes de la Primera Guerra Mundial todavía no eran nazis, y Dorison aprovecha para mostrarlos como seres humanos con luces y sombras, no 100% irredimibles. Y los turcos, que juegan de locales, aparecen como personajes más turbios (con el genocidio armenio como trasfondo) pero tampoco definitivamente malos.
El dibujo de Enrique es (obviamente) extraordinario, aunque con un manejo del color un poco fluctuante, con momentos gloriosos y otros que parecen más… acelerados. Pero la base está: composición, lápiz, tinta, los fondos, los uniformes, el armamento, hasta el clima asesino del estrecho de los Dardanelos cobra vida de la mano de Enrique. Al igual que en el Vol.3, me sorprende muy gratamente ver a Breccia dar cátedra en esa materia a la que siempre le escapó, que es la de los cuerpos en acción. Acá abunda la violencia física, y el hijo de Dios pone todo para que nunca falten el dinamismo, el impacto e incluso el gore de las grandes batallas. Belleza y brutalidad van de la mano, en otro trabajo memorable de Enrique Breccia.
Y ahora sí, no más reseñas hasta la semana que viene. Si estás en Santiago de Chile, no dejes de darte una vuelta por el FIC entre el viernes 7 y el domingo 9, que la vas a pasar genial. Gracias por el aguante y hasta pronto.
Pixu es una novela gráfica de terror, realizada a ocho manos por los gemelos fantásticos Gabriel Bá y Fábio Moon, junto al griego Vasilis Lolos y a la italiana Becky Cloonan. Con el correr de las páginas, logré deducir qué secuencias dibujó cada uno, pero hay un guión, y sospecho que fue escrito entre los cuatro. Tampoco es lo más importante. La historia está totalmente basada en el clima ominoso, en la forma en que la tensión sube viñeta a viñeta. No son tan relevantes los diálogos, los personajes están definidos con pocas pinceladas y nadie se calienta por darle una explicación detallada a los fenómenos paranormales que presenciamos. Lo realmente relevante es el suspenso, es ese in crescendo cada vez más retorcido, más descontrolado, que sabés que va a terminar muy mal pero igual te cautiva.
Hay una casa con varios departamentos, una especie de entidad sobrenatural oscura que crece, y los cuatro autores se dedican a entrelazar sutilmente las historias de los distintos vecinos, a la sombra de esta amenaza que crece y corrompe todo. Pixu avanza hacia un festival de imágenes truculentas, en las que las sombras y el fuego se devoran a los personajes que llegan vivos hasta el final. Te imaginarás que eso le da a los autores mucho margen para lucirse con el dibujo, siempre jugados a un blanco y negro muy potente, muy expresivo. En general, los mejores dibujos aparecen en las secuencias a cargo de los gemelos brazucas, pero Cloonan también ofrece momentos de alto impacto, con un gran trabajo en los grises y con una notable evolución respecto de aquella Cloonan de American Virgin.
Si te gustan las historias de terror inquietantes, jodidas, donde la atmósfera se enrarece hasta asfixiarte, sin dudas Pixu se va a convertir en una de tus favoritas. Y si seguís a muerte a Bá y Moon, acá los vas a ver tirar magia con la elegancia y la calidad de siempre.
Desde aquel lejano 27/02/13 tenía abandonada a Los Centinelas, la magnífica serie de Xavier Dorison y Enrique Breccia. Hoy me toca abordar el Vol.4, publicado en Francia en 2014 y en España en 2016. Al igual que en el tomo anterior, acá Dorison hace los deberes en materia de rigor histórico: a pesar de los elementos fantásticos, la Primera Guerra Mundial de Los Centinelas no se despega demasiado de la real. Otro punto que destacamos en la reseña del Vol.3 y hay que volver a destacar es el desarrollo de los villanos por parte del guionista. De hecho, el personaje menos desarrollado es el héroe, Cortahierro, porque los otros “buenos” (Djibouti y Pegaso) también tienen sus momentos para brillar y para ganar carnadura y profundidad.
La aventura en sí también es atípica, porque en esta misión los Centinelas fracasan, y si bien venden cara la derrota, se van con una patada en el orto y con un tendal de muertos en ambos bandos. Dorison no escatima en crueldades y atrocidades para con los personajes ni para con los soldados y civiles que los rodean: en Los Dardanelos hay hambre, sed, dengue, sangre y muerte para todos. Y también hay en ambos bandos coraje y dignidad. Los alemanes de la Primera Guerra Mundial todavía no eran nazis, y Dorison aprovecha para mostrarlos como seres humanos con luces y sombras, no 100% irredimibles. Y los turcos, que juegan de locales, aparecen como personajes más turbios (con el genocidio armenio como trasfondo) pero tampoco definitivamente malos.
El dibujo de Enrique es (obviamente) extraordinario, aunque con un manejo del color un poco fluctuante, con momentos gloriosos y otros que parecen más… acelerados. Pero la base está: composición, lápiz, tinta, los fondos, los uniformes, el armamento, hasta el clima asesino del estrecho de los Dardanelos cobra vida de la mano de Enrique. Al igual que en el Vol.3, me sorprende muy gratamente ver a Breccia dar cátedra en esa materia a la que siempre le escapó, que es la de los cuerpos en acción. Acá abunda la violencia física, y el hijo de Dios pone todo para que nunca falten el dinamismo, el impacto e incluso el gore de las grandes batallas. Belleza y brutalidad van de la mano, en otro trabajo memorable de Enrique Breccia.
Y ahora sí, no más reseñas hasta la semana que viene. Si estás en Santiago de Chile, no dejes de darte una vuelta por el FIC entre el viernes 7 y el domingo 9, que la vas a pasar genial. Gracias por el aguante y hasta pronto.
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sábado, 1 de septiembre de 2018
SABADO EN BUENOS AIRES
Lindo sábado acá en casa, último por un tiempito, porque el finde que viene estoy en Chile y el siguiente en Uruguay.
Hora de reencontrarme con el maestro Usamaru Furuya, de quien reseñé una sóla obra, allá por el 25/04/13. Esta vez me toca abordar Happiness, un tomo de historias cortas realizadas por este magnífico mangaka entre 2003 y 2006. La temática común en las ocho historias son los jóvenes a la deriva, chicos y chicas a los que la vida los cagó bastante y se las rebuscan como pueden para seguir adelante en el colegio, en el trabajo, o en las márgenes de una sociedad a la que le chupa un huevo si logran realizarse como personas o no. Las dos historias más flojitas son las dos primeras (la segunda es particularmente decepcionante) y después el nivel empieza a subir hasta llegar a la historia más extensa, La Habitación de las Nubes, que es una verdadera maravilla. Profunda, arriesgada, emotiva, original… todo lo que tiene que tener una historia para ser memorable, lo pone Furuya en estas 60 páginas. Y las dos historias con las que cierra el tomo también son buenísimas, si bien el final de la último (Under-Doll) no me terminó de convencer.
Con mínimos toques de fantasía, Furuya narra historias fuertes, muy centradas en los vínculos, en las que siempre hay lugar para algún exceso, alguna bizarreada que suele tener que ver con perversiones sexuales, exabruptos de violencia, alucinaciones o fantasías eróticas fuera de control. Todas las virtudes que pueden apreciarse en el trabajo del autor llegan a su punto más alto en La Habitación de las Nubes: la creación del suspenso, el desarrollo de los personajes, los coqueteos con la psicología, la bajada de línea social, la incorporación del romance y de cierto vuelo poético a situaciones que parecen girar en torno a la vida cotidiana, y por supuesto el gran laburo en los fondos, en la aplicación de las tramas de gris y en las expresiones faciales. Visualmente, Happiness se parece poco a Lychee Light Club: casi no hay violencia, la acción es mínima, no hay gore, el clima que domina las historias cortas no es ni a palos tan ominoso… Si venías muy cebado con aquella obra, en esta vas a encontrar algo totalmente distinto, y en varios aspectos mejor, porque acá Furuya logra seducir sin caer en estridencias ni en shocks brutales.
Sigo buscando obras de Usamaru Furuya para sumar a mi biblioteca, porque realmente en sus mangas encuentro cosas que no veo en los de otros autores y que me resultan sumamente atractivas. Furuya es tan grosso que hasta logra sorprender y cautivar con historias protagonizadas con chicas de escuela secundaria que se enamoran de pelotudos, pero además le sobran la jerarquía y los huevos para ir mucho más allá.
Allá por el 26/07/17 me tocó reseñar Femme, una novelita en la que descubrí el talento para los diálogos del guionista Matías Di Stefano. Hoy, en cambio, tuve la oportunidad de leer 31/12 otra novela muy breve (menos de 48 páginas) en la que Di Stefano no sólo escribe sino también dibuja. Y de nuevo caigo en la misma reflexión: el nivel en los diálogos es excelente. Una pena que en los globos haya algún error de ortografía y cero criterio en el uso (bastante escaso) de los signos de puntuación. Porque de verdad, estamos ante un autor con un manejo del diálogo sumamente afianzado. La historia en sí es como una mini-road movie, protagonizada por una chica que el 31 de Diciembre se va de su casa, vive varias peripecias dentro y fuera de su ciudad (algunas generadas por casualidades cuya improbabilidad se lleva puesta al verosímil) y finalmente regresa, para reencontrarse con su familia y putear porque toda esta odisea no le dejó ninguna moraleja.
Fuera de la forma en que Di Stefano hace añicos el verosímil, el resto está bastante bien. El ritmo es atractivo, el personaje central es interesante, hay un mensaje no muy obvio acerca de ciertos aspectos sociales… la verdad que es una lectura dinámica, livianita pero llevadera. El dibujo es correcto, con una estética que me hizo acordar a la de Federico Baert, otro autor integral que en un momento se convirtió en guionista, que además es oriundo de San Nicolás, donde (si no me equivoco) vive Matías Di Stefano. El librito está publicado en blanco y negro, mientras que la serialización previa se realizó en la web, a todo color. Claramente me gustó más a color que en blanco y negro, pero el paso de los colores a grises en el libro está bien logrado, no es un empaste asqueroso ni mucho menos. No me imaginaba que, además de guionista, Di Stefano fuera autor integral, así que en general, 31/12 resultó ser una grata sorpresa.
Y ahora sí, creo que no me queda sin leer ningún libro de autores argentinos editado antes de 2018. Bueno, sí, el hiper-masacote que recopila todo Alack Sinner, pero ese lo voy leyendo muy de a poquito, para que dure y para que no me detone totalmente las neuronas. La semana que viene voy a estar bastante enquilombado entre las Jornadas de Historieta en la Universidad de Palermo y el viaje a Chile, así que no quiero prometer mucho en materia de posteos. Por si no llego a postear de acá al martes, aprovecho hoy para desearles a todos un muy Feliz Día de la Historieta.
Hora de reencontrarme con el maestro Usamaru Furuya, de quien reseñé una sóla obra, allá por el 25/04/13. Esta vez me toca abordar Happiness, un tomo de historias cortas realizadas por este magnífico mangaka entre 2003 y 2006. La temática común en las ocho historias son los jóvenes a la deriva, chicos y chicas a los que la vida los cagó bastante y se las rebuscan como pueden para seguir adelante en el colegio, en el trabajo, o en las márgenes de una sociedad a la que le chupa un huevo si logran realizarse como personas o no. Las dos historias más flojitas son las dos primeras (la segunda es particularmente decepcionante) y después el nivel empieza a subir hasta llegar a la historia más extensa, La Habitación de las Nubes, que es una verdadera maravilla. Profunda, arriesgada, emotiva, original… todo lo que tiene que tener una historia para ser memorable, lo pone Furuya en estas 60 páginas. Y las dos historias con las que cierra el tomo también son buenísimas, si bien el final de la último (Under-Doll) no me terminó de convencer.
Con mínimos toques de fantasía, Furuya narra historias fuertes, muy centradas en los vínculos, en las que siempre hay lugar para algún exceso, alguna bizarreada que suele tener que ver con perversiones sexuales, exabruptos de violencia, alucinaciones o fantasías eróticas fuera de control. Todas las virtudes que pueden apreciarse en el trabajo del autor llegan a su punto más alto en La Habitación de las Nubes: la creación del suspenso, el desarrollo de los personajes, los coqueteos con la psicología, la bajada de línea social, la incorporación del romance y de cierto vuelo poético a situaciones que parecen girar en torno a la vida cotidiana, y por supuesto el gran laburo en los fondos, en la aplicación de las tramas de gris y en las expresiones faciales. Visualmente, Happiness se parece poco a Lychee Light Club: casi no hay violencia, la acción es mínima, no hay gore, el clima que domina las historias cortas no es ni a palos tan ominoso… Si venías muy cebado con aquella obra, en esta vas a encontrar algo totalmente distinto, y en varios aspectos mejor, porque acá Furuya logra seducir sin caer en estridencias ni en shocks brutales.
Sigo buscando obras de Usamaru Furuya para sumar a mi biblioteca, porque realmente en sus mangas encuentro cosas que no veo en los de otros autores y que me resultan sumamente atractivas. Furuya es tan grosso que hasta logra sorprender y cautivar con historias protagonizadas con chicas de escuela secundaria que se enamoran de pelotudos, pero además le sobran la jerarquía y los huevos para ir mucho más allá.
Allá por el 26/07/17 me tocó reseñar Femme, una novelita en la que descubrí el talento para los diálogos del guionista Matías Di Stefano. Hoy, en cambio, tuve la oportunidad de leer 31/12 otra novela muy breve (menos de 48 páginas) en la que Di Stefano no sólo escribe sino también dibuja. Y de nuevo caigo en la misma reflexión: el nivel en los diálogos es excelente. Una pena que en los globos haya algún error de ortografía y cero criterio en el uso (bastante escaso) de los signos de puntuación. Porque de verdad, estamos ante un autor con un manejo del diálogo sumamente afianzado. La historia en sí es como una mini-road movie, protagonizada por una chica que el 31 de Diciembre se va de su casa, vive varias peripecias dentro y fuera de su ciudad (algunas generadas por casualidades cuya improbabilidad se lleva puesta al verosímil) y finalmente regresa, para reencontrarse con su familia y putear porque toda esta odisea no le dejó ninguna moraleja.
Fuera de la forma en que Di Stefano hace añicos el verosímil, el resto está bastante bien. El ritmo es atractivo, el personaje central es interesante, hay un mensaje no muy obvio acerca de ciertos aspectos sociales… la verdad que es una lectura dinámica, livianita pero llevadera. El dibujo es correcto, con una estética que me hizo acordar a la de Federico Baert, otro autor integral que en un momento se convirtió en guionista, que además es oriundo de San Nicolás, donde (si no me equivoco) vive Matías Di Stefano. El librito está publicado en blanco y negro, mientras que la serialización previa se realizó en la web, a todo color. Claramente me gustó más a color que en blanco y negro, pero el paso de los colores a grises en el libro está bien logrado, no es un empaste asqueroso ni mucho menos. No me imaginaba que, además de guionista, Di Stefano fuera autor integral, así que en general, 31/12 resultó ser una grata sorpresa.
Y ahora sí, creo que no me queda sin leer ningún libro de autores argentinos editado antes de 2018. Bueno, sí, el hiper-masacote que recopila todo Alack Sinner, pero ese lo voy leyendo muy de a poquito, para que dure y para que no me detone totalmente las neuronas. La semana que viene voy a estar bastante enquilombado entre las Jornadas de Historieta en la Universidad de Palermo y el viaje a Chile, así que no quiero prometer mucho en materia de posteos. Por si no llego a postear de acá al martes, aprovecho hoy para desearles a todos un muy Feliz Día de la Historieta.
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