Y bueno, ahora estoy en la cuenta regresiva rumbo a un tercer evento lejos de Buenos Aires, esta vez el Comarca Fest en Viedma, provincia de Río Negro. Seguramente en el viaje me leeré algún libraco de los gordos, como para tener qué reseñar a la vuelta.
Mientras tanto, sigo avanzando con el pilón de los pendientes y arranco con Apocalypse Nerd, el tomo que recopila la miniserie homónima realizada por Peter Bagge para Dark Horse hace ya más de diez años. La idea es magnífica, el desarrollo es totalmente adictivo, los diálogos son brillantes, el dibujo superó ampliamente mis expectativas y lo único que tengo para criticarle a Bagge es el punto que elige para cerrar la historia.
El final está muy bien, es coherente con todo lo que el autor nos transmite a lo largo de la obra, pero… ¿te parece terminarla en ese momento? Pasa algo tan grosso, tan brutal, presenciamos un giro tan abrupto en el devenir de la trama, que me parece que esa última escena merecía a) un énfasis especial, incluso desde el dibujo (viñetas más grandes, quizás) y b) alguna reflexión, alguna exploración de las consecuencias de lo que sucede, que tendrían que ser muchas y bastante profundas. No obstante todo esto, Apocalypse Nerd no es un chiste cuya efectividad se define en la última jugada, en el remate final. O sea que la casi ausencia de un final, o la sensación chota que me deja Bagge al jugar tres cuadritos antes del final una carta tan zarpada y dejar todo ahí, no alcanza para “bajarle el precio” a la obra.
Como tantas historias post-apocalípticas, Apocalypse Nerd describe con certera mala leche la forma en la que los seres humanos y los vínculos entre ellos se degradan una vez que un hecho de fuerza mayor (en este caso un ataque nuclear de Corea del Norte contra la región Noroeste de los EEUU) rompe el frágil andamiaje de reglas y convenciones sociales que nos permiten vivir en sociedad. Entre peripecias, acción, violencia, chistes y guarangadas varias, lo que le interesa a Bagge es eso: mostrarnos cómo tipos normales y civilizados se vuelven depredadores, bestias amorales capaces de robar y matar sin sentir el menor remordimiento. Y lo que hace que esto funcione tan bien es precisamente lo que a priori parece más desubicado que chupete en el orto: los chistes y las guarangadas, recursos que Bagge maneja a la perfección desde siempre y que hacen que esta historia no sea “una más de post-apocalipsis” sino una historia muy fuerte, preocupantemente posible, que te propone una gama amplísima de emociones y te sorprende cuando y donde menos te lo imaginás.
Salto a España, a 2016, cuando Norma edita en un hermoso tomo de tapa dura Polar: Ojo por Ojo, una historieta de Víctor Santos que había aparecido originalmente serializada en el sitio web de Dark Horse. La versión online se publicó sin textos, y Santos se los agregó para la edición en libro. Esta es la segunda novela gráfica de Santos realizada en esta modalidad, y me acabo de dar cuenta de que son tres y no tengo ni la primera ni la tercera (me quiero matar… y por supuesto acepto donaciones).
Lo más interesante es cómo Santos se anima a convertir en secundario a Black Kaiser, el personaje que nos presentó en aquella novela reseñada acá el 10/02/12 y que protagoniza también el primer libro de Polar (¿ya dije que acepto donaciones?). El durísimo operario del recontra-espionaje esta vez funge como mentor de una chica que buscará vengarse de unos cuantos hijos de puta, que le cagaron la vida y un ojo de la cara (de ahí el título del libro). La novela va saltando entre el entrenamiento de Christy bajo la tutela de Black Kaiser, flashbacks a los traumáticos sucesos previos a que el sicario la encontrara casi sin vida, y su violenta venganza contra la familia Caronte.
Como todas las historias pensadas para ser entendidas sin texto, Ojo por Ojo recurre a una narrativa bastante descomprimida. O sea que hay un desfasaje notable entre la cantidad de sucesos que relata Santos y la cantidad de páginas en las que los desarrolla. Es una obra (lógicamente) muy jugada a lo visual, en la que el prócer valenciano despliega una vez más todo su arsenal de recursos gráficos para sacudirnos, shockearnos y a la vez meternos cada vez más en este relato trágico y sangriento. Todo esto está planteado en un claroscuro bestial, donde la mancha negra y el espacio blanco comparten protagonismo con una línea muy finita, muy elegante, y las ocasionales irrupciones de un rojo furibundo… con lo cual es casi inevitable la referencia a Sin City. Pero por suerte Santos no se queda en el plagio ni en el homenaje a Frank Miller, sino que se atreve a cantarle “quiero retruco”, a meterle otras cosas. Cosas de su propia cosecha y cosas heredadas de Paul Grist, de José Muñoz, de Mike Mignola, de Guido Crépax, de Jim Steranko (esto se ve mucho en la historia cortita a color, ambientada en la Guerra Fría, donde Nick Fury estaría en su salsa)… Todos maestros del relato secuencial a los que el blanco y negro les sienta escalofriantemente bien.
Con un argumento muy chiquito (y muy parecido al de Kill Bill), un monstruo como Santos te puede contar una historia atrapante, tremenda, desmesurada, de altísimo impacto, de inconmensurable fuerza narrativa y de indescriptible belleza visual. Necesito ya los dos tomos que me faltan (¿y les dije que acepto donaciones?).
Gracias a todos los que se acercaron a saludar a mi mesa en Villa Viñetas y nos vemos este finde en Viedma.
miércoles, 25 de julio de 2018
viernes, 20 de julio de 2018
OTRA PREVIA DE OTRO EVENTO
Otro día con un clima espantoso y otra noche de viernes en la que no puedo salir de joda porque a las 7:30 tengo que estar listo para viajar a Villa Constitución, a la nueva edición de Villa Viñetas.
En materia de lecturas, me clavé el tercer y último recopilatorio de la etapa de Grant Morrison en Animal Man. Un cierre rarísimo, anticlimático, con momentos en los que decís “pará, ¿acá no se venía una mega-crisis cósmica, con caos de continuidad, choque entre distintos niveles de realidad y toda la fanfarria?”. Sí, pero los aliens amarillos (que vendrían a ser algo así como guardianes del meta-relato) desactivan todo de cuajo, gracias a que Buddy Baker aprende a manejar a su favor el hecho de que sabe que es un personaje de comics.
Básicamente, lo que pasa al final es que Morrison blanquea que le chupa un huevo la aventura. El escocés nos contó estas historias de Animal Man para bajar línea, para reflexionar en voz alta acerca de cómo cambiaron los superhéroes desde su infancia hasta 1990, para exorcizar algún mambo suyo, por qué no. Y la forma que elige para explicarle esto a los lectores no puede ser más rupturista. Si alguien hace eso en una película, por ejemplo, la gente le prende fuego a los cines. Y si bien el impacto es fuerte, y si bien uno le cree a Morrison cuando declama su amor por los superhéroes, no se puede soslayar el mensaje que transmite este cierre de Animal Man: Los comics de superhéroes son, en esencia, papelitos de colores. Una acumulación de caprichos de los guionistas, volantazos de los editores, olvidos injustos, contradicciones involuntarias, accidentes –en una palabra- producto de la vorágine de llenar chotocientas páginas por mes para tener siempre alimentado al fanático. Más o menos lo mismo que (en esa misma época) proponía John Byrne en las páginas de She-Hulk, pero con la diferencia (vos sabrás si a favor o en contra) de que Morrison lo aborda desde un costado dramático y Byrne desde la joda.
Lamentablemente, en este tomo no tenemos a Tom Grummett para darnos un respiro entre tantas páginas del errático Chas Truog. El único episodio que no dibuja Truog (a quien en este tramo final se le notan más las pifias) le toca a Paris Cullins, lejos de su mejor nivel. Lo único que tengo para decir a favor de ambos es que les tocaron guiones muy difíciles de dibujar. Y hasta acá llegamos con esta serie. Tengo más material de Morrison en la pila de los pendientes, así que volveremos pronto a visitarlo.
Me vengo a Argentina, a 2015, cuando se edita el Vol.6 de Antología de Héroes Argentinos, un tomo compuesto de varias historias cortas a cargo de distintos autores. Con 15 páginas, la primera historia es la más extensa. Es parte de la ambiciosa saga de Cámulus, escrita por Pablete García y dibujada por Jorge Blanco, y da la sensación de ser un capítulo “del medio”, donde los conflictos ya fueron presentados y falta bastante para que se resuelvan. No entendí mucho, pareciera escrita para eruditos, para lectores muy empapados en la historia del personaje. Sebastián Rizzo y Pablo Canadé narran una breve historia de Carlitos en la que interviene también Animal Urbano. Nada, muy cortita, no hay espacio para desarrollar la situación, ni sus causas, ni sus consecuencias.
Una heroína a la que me parece haber visto en otros tomos de Carlitos, o de esta antología, forma equipo con Anita, la hija del verdugo, para una historia vibrante y violenta, a cargo de Gabriel Bobillo. Probablemente sea la mejor escrita del tomo. El dibujo nos muestra al notable Mariano Navarro muy compenetrado con la acción y con la figura humana, pero con algunas dudas en el armado de las secuencias, algo raro en él. La historia de Carlitos continúa en otra historia corta escrita por Bobillo, junto a Ignacio Segesso. Acá tampoco se llega a establecer claramente un conflicto, ni mucho menos a resolverlo.
Después tenemos 14 páginas del mítico Crazy Jack, a cargo de Gustavo Amézaga y Rubén Meriggi. Esto continúa directamente del tomito de Crazy que vimos el 04/01/18 y agradezco haberlo tenido más o menos fresco, porque acá no hay ningún tipo de flashbacks que ayude a poner en situación al que no venía siguiendo al personaje. La historieta es básica, a pura acción, pensada para el lucimiento de un Meriggi que deja el alma en cada viñeta. En la siguiente historia vuelve Carlitos, de la mano de David Rodríguez y un precario Nicolás Armano. Me gustó tan poco el dibujo, que no me pude enganchar con la trama. Toni Torres y Lito Fernández retoman al Caballero Rojo de los años ´40 y ´50 para una historia interesante, que me hizo acordar mucho a una de Jupiter´s Circle. El dibujo es muy raro, la cantidad de cuadros le resta lucimiento al trabajo de Lito, y por momentos pareciera que el maestro está apenas entintando a otro dibujante, de trazo menos fluído, menos diestro en la composición de las viñetas.
Y para el final, otro personaje al que ya visitamos en este blog: El Chispa, de Gustavo Lucero. Son apenas seis páginas, una anécdota menor, que le sirve a Lucero simplemente para desplegar su manejo impactante del claroscuro y su talento para el diseño de personajes. Una vez más, la narrativa se resiente un poco por la sobrecarga de elementos gráficos y por algunos tropiezos en la planificación de las secuencias. Tengo un tomo más de esta antología sin leer. Prometo entrarle pronto.
Y ya está, me voy a dormir un rato, así llego bien a tomar el micro a Villa Constitución. Gracias y hasta la semana que viene.
En materia de lecturas, me clavé el tercer y último recopilatorio de la etapa de Grant Morrison en Animal Man. Un cierre rarísimo, anticlimático, con momentos en los que decís “pará, ¿acá no se venía una mega-crisis cósmica, con caos de continuidad, choque entre distintos niveles de realidad y toda la fanfarria?”. Sí, pero los aliens amarillos (que vendrían a ser algo así como guardianes del meta-relato) desactivan todo de cuajo, gracias a que Buddy Baker aprende a manejar a su favor el hecho de que sabe que es un personaje de comics.
Básicamente, lo que pasa al final es que Morrison blanquea que le chupa un huevo la aventura. El escocés nos contó estas historias de Animal Man para bajar línea, para reflexionar en voz alta acerca de cómo cambiaron los superhéroes desde su infancia hasta 1990, para exorcizar algún mambo suyo, por qué no. Y la forma que elige para explicarle esto a los lectores no puede ser más rupturista. Si alguien hace eso en una película, por ejemplo, la gente le prende fuego a los cines. Y si bien el impacto es fuerte, y si bien uno le cree a Morrison cuando declama su amor por los superhéroes, no se puede soslayar el mensaje que transmite este cierre de Animal Man: Los comics de superhéroes son, en esencia, papelitos de colores. Una acumulación de caprichos de los guionistas, volantazos de los editores, olvidos injustos, contradicciones involuntarias, accidentes –en una palabra- producto de la vorágine de llenar chotocientas páginas por mes para tener siempre alimentado al fanático. Más o menos lo mismo que (en esa misma época) proponía John Byrne en las páginas de She-Hulk, pero con la diferencia (vos sabrás si a favor o en contra) de que Morrison lo aborda desde un costado dramático y Byrne desde la joda.
Lamentablemente, en este tomo no tenemos a Tom Grummett para darnos un respiro entre tantas páginas del errático Chas Truog. El único episodio que no dibuja Truog (a quien en este tramo final se le notan más las pifias) le toca a Paris Cullins, lejos de su mejor nivel. Lo único que tengo para decir a favor de ambos es que les tocaron guiones muy difíciles de dibujar. Y hasta acá llegamos con esta serie. Tengo más material de Morrison en la pila de los pendientes, así que volveremos pronto a visitarlo.
Me vengo a Argentina, a 2015, cuando se edita el Vol.6 de Antología de Héroes Argentinos, un tomo compuesto de varias historias cortas a cargo de distintos autores. Con 15 páginas, la primera historia es la más extensa. Es parte de la ambiciosa saga de Cámulus, escrita por Pablete García y dibujada por Jorge Blanco, y da la sensación de ser un capítulo “del medio”, donde los conflictos ya fueron presentados y falta bastante para que se resuelvan. No entendí mucho, pareciera escrita para eruditos, para lectores muy empapados en la historia del personaje. Sebastián Rizzo y Pablo Canadé narran una breve historia de Carlitos en la que interviene también Animal Urbano. Nada, muy cortita, no hay espacio para desarrollar la situación, ni sus causas, ni sus consecuencias.
Una heroína a la que me parece haber visto en otros tomos de Carlitos, o de esta antología, forma equipo con Anita, la hija del verdugo, para una historia vibrante y violenta, a cargo de Gabriel Bobillo. Probablemente sea la mejor escrita del tomo. El dibujo nos muestra al notable Mariano Navarro muy compenetrado con la acción y con la figura humana, pero con algunas dudas en el armado de las secuencias, algo raro en él. La historia de Carlitos continúa en otra historia corta escrita por Bobillo, junto a Ignacio Segesso. Acá tampoco se llega a establecer claramente un conflicto, ni mucho menos a resolverlo.
Después tenemos 14 páginas del mítico Crazy Jack, a cargo de Gustavo Amézaga y Rubén Meriggi. Esto continúa directamente del tomito de Crazy que vimos el 04/01/18 y agradezco haberlo tenido más o menos fresco, porque acá no hay ningún tipo de flashbacks que ayude a poner en situación al que no venía siguiendo al personaje. La historieta es básica, a pura acción, pensada para el lucimiento de un Meriggi que deja el alma en cada viñeta. En la siguiente historia vuelve Carlitos, de la mano de David Rodríguez y un precario Nicolás Armano. Me gustó tan poco el dibujo, que no me pude enganchar con la trama. Toni Torres y Lito Fernández retoman al Caballero Rojo de los años ´40 y ´50 para una historia interesante, que me hizo acordar mucho a una de Jupiter´s Circle. El dibujo es muy raro, la cantidad de cuadros le resta lucimiento al trabajo de Lito, y por momentos pareciera que el maestro está apenas entintando a otro dibujante, de trazo menos fluído, menos diestro en la composición de las viñetas.
Y para el final, otro personaje al que ya visitamos en este blog: El Chispa, de Gustavo Lucero. Son apenas seis páginas, una anécdota menor, que le sirve a Lucero simplemente para desplegar su manejo impactante del claroscuro y su talento para el diseño de personajes. Una vez más, la narrativa se resiente un poco por la sobrecarga de elementos gráficos y por algunos tropiezos en la planificación de las secuencias. Tengo un tomo más de esta antología sin leer. Prometo entrarle pronto.
Y ya está, me voy a dormir un rato, así llego bien a tomar el micro a Villa Constitución. Gracias y hasta la semana que viene.
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miércoles, 18 de julio de 2018
MIERCOLES LLUVIOSO
Sigo adelante con las lecturas, y me encuentro con una obra de 2014, publicada originalmente en Italia y traducida al castellano en 2017 por una editorial chilena. Se trata de una extensa novela gráfica de Tex (como la que vimos el 13/11/15), titulada Camino a Oregon, con guión de Gianfranco Manfredi y dibujos del cada día más glorioso Carlos Gómez.
La verdad que la trama daba para una aventura de Lucky Luke: 44 páginas con 10 viñetas cada una, en las que el conflicto dejara espacio para filtrar unos cuantos momentos de comedia. Sin embargo, Manfredi se aferra a la idea de construir con esta premisa una historia “seria”. Y el propio formato impuesto por la editorial marca que Camino a Oregon tiene que durar 224 páginas, con mayoría de cinco viñetas y unas cuantas de seis. O sea que no sólo tenemos un relato innecesariamente solemne, que renuncia a explotar la veta potencialmente humorística de estas cinco mujeres que atraviesan un país en busca de sus supuestos futuros maridos, sino que además el desarrollo se estira mucho más de lo recomendable.
Para que te des una idea, uno de los obstáculos que imagina Manfredi para esta caravana que viaja de Texas a Oregon es una tribu indígena belicosa y bardera, los Cayuse. ¿Sabés cuántas páginas de la novela pasan entre que aparece el primer indio y que Tex y sus amigos dan por terminada la peripecia? 64. Sí, 64. Es casi una novela gráfica adentro de la novela gráfica, con villanos, personajes secundarios, machaca a todo nada, dilemas éticos… Pero claro, si pensás que se trata de un obstáculo para un grupo de personajes cuyo objetivo no tiene nada que ver con el conflicto con los indios, se hace evidente que la extensión de este tramo roza el disparate.
Finalmente, como uno podía suponer desde el inicio, Tex y sus amigos cumplirán la misión casi sin despeinarse, y al final habrá una revelación grossa no acerca del principal villano (un personaje muy al límite, muy bien trabajado por Manfredi) si no de uno de los secundarios con peso en la trama. Y ya está. Si no la leés, no pasa nada, el status quo no se modifica en lo más mínimo.
Pero claro, mencioné al principio que el dibujo está a cargo de Carlos Gómez, y 224 páginas dibujadas por Gómez constituyen una oferta imposible de rechazar. No me quiero colgar horas hablando maravillas del trabajo del cordobés. Simplemente subrayar lo bien que le queda el western, lo lindo que es volver a verlo en blanco y negro (después de aquella trilogía de álbumes para Francia donde lo colorearon bastante bien) y que ya sólo por la cantidad de viñetas que ofrece cada página, esto está muy por encima de lo que hacía en Dago. No me alcanzan las palabras para recomendarle a los fans de Gómez que se consigan un ejemplar de Tex: Camino a Oregon.
Y avanzo un casillero, hasta 2016, cuando ECC edita en España el tomo de historias cortas conocido como Infierno Embotellado, que reúne trabajos realizados por el sensei Suehiro Maruo entre 2010 y 2012.
La mejor historia es la última, Pobre Hermanita. Es la que mejor combina sordidez, deformidad, sexo perverso y una muy interesante bajada de línea más social. Kogane-Mochi, basada en un clásico relato de rakugo (aquel género en el que vimos patinar nada menos que a Yoshihiro Tatsumi un lejano 15/12/12) tiene un argumento atractivo personajes carismáticos y el impacto de la sangre y las vísceras, pero me atrapo un poco menos. La Tentación de San Antonio es más cortita, casi un chiste bizarro, y Maruo no le pone ni remotamente las pilas que le pone habitualmente al dibujo.
Y la historia que le da título al tomo, por el contrario, tiene algunas de las imágenes más fastuosas jamás brotadas de la pluma del capo máximo del ero-guro. El guión es raro, está basado en un cuento de Yumenu Kyusaku que parte de una premisa muy atractiva, pero cuyo desarrollo es sinuoso, por momentos contradictorio. De todos modos, los climas que conjura, los paisajes en los que transcurre, le dan a Maruo la oportunidad de lucirse como pocas veces con la recreación visual de este Infierno Embotellado, y el sensei no la desaprovecha en lo más mínimo.
En líneas generales, se trata de un buen compilado, con trabajos recientes de un autor que no se queda quieto, que sigue inventando cosas nuevas desde lo narrativo y que encuentra los argumentos para sus historias en fuentes muy disímiles. Por supuesto, el principal atractivo sigue siendo el dibujo, ese trazo fino, prolijito y elegante que nos remite enseguida a André Juillard, puesto al servicio de escenas muy truculentas, en las que la violencia, el sexo o ambas cosas rompen con esa elegancia y enchastran todo. Y en la historieta Infierno Embotellado, donde no hay violencia y el sexo está apenas sugerido, Suehiro Maruo nos recuerda que cuando quiere, más que un provocador, más que un rupturista, más que un zarpado o un pasado de rosca, es un poeta de la pluma, el pincel y las tramas mecánicas.
Y hasta acá llegamos. Gracias y hasta la próxima.
La verdad que la trama daba para una aventura de Lucky Luke: 44 páginas con 10 viñetas cada una, en las que el conflicto dejara espacio para filtrar unos cuantos momentos de comedia. Sin embargo, Manfredi se aferra a la idea de construir con esta premisa una historia “seria”. Y el propio formato impuesto por la editorial marca que Camino a Oregon tiene que durar 224 páginas, con mayoría de cinco viñetas y unas cuantas de seis. O sea que no sólo tenemos un relato innecesariamente solemne, que renuncia a explotar la veta potencialmente humorística de estas cinco mujeres que atraviesan un país en busca de sus supuestos futuros maridos, sino que además el desarrollo se estira mucho más de lo recomendable.
Para que te des una idea, uno de los obstáculos que imagina Manfredi para esta caravana que viaja de Texas a Oregon es una tribu indígena belicosa y bardera, los Cayuse. ¿Sabés cuántas páginas de la novela pasan entre que aparece el primer indio y que Tex y sus amigos dan por terminada la peripecia? 64. Sí, 64. Es casi una novela gráfica adentro de la novela gráfica, con villanos, personajes secundarios, machaca a todo nada, dilemas éticos… Pero claro, si pensás que se trata de un obstáculo para un grupo de personajes cuyo objetivo no tiene nada que ver con el conflicto con los indios, se hace evidente que la extensión de este tramo roza el disparate.
Finalmente, como uno podía suponer desde el inicio, Tex y sus amigos cumplirán la misión casi sin despeinarse, y al final habrá una revelación grossa no acerca del principal villano (un personaje muy al límite, muy bien trabajado por Manfredi) si no de uno de los secundarios con peso en la trama. Y ya está. Si no la leés, no pasa nada, el status quo no se modifica en lo más mínimo.
Pero claro, mencioné al principio que el dibujo está a cargo de Carlos Gómez, y 224 páginas dibujadas por Gómez constituyen una oferta imposible de rechazar. No me quiero colgar horas hablando maravillas del trabajo del cordobés. Simplemente subrayar lo bien que le queda el western, lo lindo que es volver a verlo en blanco y negro (después de aquella trilogía de álbumes para Francia donde lo colorearon bastante bien) y que ya sólo por la cantidad de viñetas que ofrece cada página, esto está muy por encima de lo que hacía en Dago. No me alcanzan las palabras para recomendarle a los fans de Gómez que se consigan un ejemplar de Tex: Camino a Oregon.
Y avanzo un casillero, hasta 2016, cuando ECC edita en España el tomo de historias cortas conocido como Infierno Embotellado, que reúne trabajos realizados por el sensei Suehiro Maruo entre 2010 y 2012.
La mejor historia es la última, Pobre Hermanita. Es la que mejor combina sordidez, deformidad, sexo perverso y una muy interesante bajada de línea más social. Kogane-Mochi, basada en un clásico relato de rakugo (aquel género en el que vimos patinar nada menos que a Yoshihiro Tatsumi un lejano 15/12/12) tiene un argumento atractivo personajes carismáticos y el impacto de la sangre y las vísceras, pero me atrapo un poco menos. La Tentación de San Antonio es más cortita, casi un chiste bizarro, y Maruo no le pone ni remotamente las pilas que le pone habitualmente al dibujo.
Y la historia que le da título al tomo, por el contrario, tiene algunas de las imágenes más fastuosas jamás brotadas de la pluma del capo máximo del ero-guro. El guión es raro, está basado en un cuento de Yumenu Kyusaku que parte de una premisa muy atractiva, pero cuyo desarrollo es sinuoso, por momentos contradictorio. De todos modos, los climas que conjura, los paisajes en los que transcurre, le dan a Maruo la oportunidad de lucirse como pocas veces con la recreación visual de este Infierno Embotellado, y el sensei no la desaprovecha en lo más mínimo.
En líneas generales, se trata de un buen compilado, con trabajos recientes de un autor que no se queda quieto, que sigue inventando cosas nuevas desde lo narrativo y que encuentra los argumentos para sus historias en fuentes muy disímiles. Por supuesto, el principal atractivo sigue siendo el dibujo, ese trazo fino, prolijito y elegante que nos remite enseguida a André Juillard, puesto al servicio de escenas muy truculentas, en las que la violencia, el sexo o ambas cosas rompen con esa elegancia y enchastran todo. Y en la historieta Infierno Embotellado, donde no hay violencia y el sexo está apenas sugerido, Suehiro Maruo nos recuerda que cuando quiere, más que un provocador, más que un rupturista, más que un zarpado o un pasado de rosca, es un poeta de la pluma, el pincel y las tramas mecánicas.
Y hasta acá llegamos. Gracias y hasta la próxima.
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sábado, 14 de julio de 2018
SABADO EN BUENOS AIRES
Qué mala leche, la puta madre… Único sábado del mes que estoy en Buenos Aires, la noche está bárbara y yo estoy con una congestión espantosa que no me deja respirar. Vamos a ahogar las penas en reseñas…
Ordenando las pilas de lecturas pendientes, encontré dos libros más editados en Argentina en 2017 que me faltaba reseñar. Arranco por ahí.
El Vol.4 de Amuleto, de Kazu Kibuishi, es (hasta ahora) el más Star Wars de la saga. Tiene más elementos de ciencia-ficción, hay una ciudad en las nubes, un amigo que traiciona, un consejo integrado por guerreros con poderes extrasensoriales, naves espaciales, androides… y hasta termina para el orto, como The Empire Strikes Back. Otro recurso de dicha peli que se ve en este libro es el de separar a los buenos en varios sub-grupos para narrar en paralelo las mini-historias de cada uno. Bueno, ese es el punto flojo de esta entrega de Amuleto: Kibuishi divide a los protagonistas en tres, y el tramo en el que va saltando de un grupito al otro se hace desparejo, porque no todas las sub-tramas generan el mismo interés.
Lo bueno es que Amuleto mantiene siempre un ritmo, un dinamismo en el avance de las tramas que hace que no tengas tiempo de aburrirte. El desarrollo de los personajes sigue presente como una preocupación central para Kibuishi y –como siempre- logra introducir, explicar y hasta explorar a fondo conceptos nuevos (algunos bastante elaborados, si pensamos que Amuleto está apuntado a lectores de hasta 13 años) sin atentar contra esta sensación de aventura constante, que va siempre para adelante sin parar.
Del dibujo no tiene mucho sentido hablar, porque ya es el cuarto tomo y el autor se mueve siempre dentro de los mismos parámetros. Este año salió el Vol.5, que está ahí, esperando su turno.
También a fines de 2017, se editó Humor al Diván, recopilatorio de chistes e historietas de Tute, con material del que aparece en el diario La Nación y su revista dominical. Le encuentro un único problema al libro, que son las páginas en las que sólo aparece un chiste, flotando en el medio, con mucho espacio arriba y mucho espacio abajo. En el mismo libro hay unas cuantas páginas con DOS chistes, y hubiese sido mucho mejor que fuera todo así, con dos chistes (o una historieta) por página, para no sentir que nos están mezquinando contenidos, sobre todo cuando uno piensa que estos libros no son baratos.
El resto, impecable. Uno supone que ya se hicieron todos los chistes posibles sobre psicoanalistas y pacientes, pero Tute siempre tiene algo nuevo para sorprendernos. Por suerte no son TODOS los chistes de esa misma temática. El libro va mechando también algunos cartoons más reflexivos, o introspectivos, o centrados en el otro tema que Tute domina a la perfección, que son los vínculos afectivos. Y además están las historietas, que no giran en torno al psicoanálisis, sino que son mucho más libres. Algunas se centran en estos romances (casi siempre frustrados) entre hombres y mujeres, y otras levantan un vuelo más raro, más personal, a veces para el lado de la poesía, otras veces para el lado del sinsentido. En las páginas de historieta el dibujo de Tute suele reducirse a su mínima expresión, con personajes dibujados tan chiquitos que ni siquiera tienen rasgos faciales, y el foco está puesto en los diálogos, que están buenísimos, más allá de la desprolijidad del autor a la hora del rotulado.
Sin personajes recurrentes, sin chistes pensados para arrancarte carcajadas, sin rozar coyunturas socio-políticas ni tirar referencias a famosos o a consumos culturales, sin escatología, en un estilo que muchas veces pareciera escaparle adrede al virtuosismo gráfico, los chistes e historietas de Tute tienen un encanto muy especial, que creo que pasa por la libertad, por lo mucho que se nota que el autor está haciendo lo que se le cantan las pelotas, ni más ni menos. Después hay reflexiones agudas, situaciones con las que uno se puede identificar, algunas frases brillantes y algunas ideas gráficas de alto impacto. Pero lo que a mí más me llega es la idiosincracia, la forma en la que Tute se aferra a la idea de ser autor, de sacar a relucir mediante el humor gráfico su mundo interior, de contar lo que tiene ganas de contar y dibujarlo como se le da la gana, caiga quien caiga, pasándose por el orto los condicionamientos que uno supone que pueden existir en un medio careta como es el diario La Nación. Si nunca te aventuraste en el universo de Tute, dejá terapia y conseguite un buen psiquiatra.
Tengo un librito más para reseñar, pero me dio fiaca. Lo dejo para la próxima. Aprovecho para invitarlos el finde del 21 y 22 a Villa Viñetas (en Villa Constitución, cerquita de San Nicolás) y el del 28 y 29 a Comarca Fest, en Viedma, provincia de Río Negro. ¡Gracias y hasta pronto!
Ordenando las pilas de lecturas pendientes, encontré dos libros más editados en Argentina en 2017 que me faltaba reseñar. Arranco por ahí.
El Vol.4 de Amuleto, de Kazu Kibuishi, es (hasta ahora) el más Star Wars de la saga. Tiene más elementos de ciencia-ficción, hay una ciudad en las nubes, un amigo que traiciona, un consejo integrado por guerreros con poderes extrasensoriales, naves espaciales, androides… y hasta termina para el orto, como The Empire Strikes Back. Otro recurso de dicha peli que se ve en este libro es el de separar a los buenos en varios sub-grupos para narrar en paralelo las mini-historias de cada uno. Bueno, ese es el punto flojo de esta entrega de Amuleto: Kibuishi divide a los protagonistas en tres, y el tramo en el que va saltando de un grupito al otro se hace desparejo, porque no todas las sub-tramas generan el mismo interés.
Lo bueno es que Amuleto mantiene siempre un ritmo, un dinamismo en el avance de las tramas que hace que no tengas tiempo de aburrirte. El desarrollo de los personajes sigue presente como una preocupación central para Kibuishi y –como siempre- logra introducir, explicar y hasta explorar a fondo conceptos nuevos (algunos bastante elaborados, si pensamos que Amuleto está apuntado a lectores de hasta 13 años) sin atentar contra esta sensación de aventura constante, que va siempre para adelante sin parar.
Del dibujo no tiene mucho sentido hablar, porque ya es el cuarto tomo y el autor se mueve siempre dentro de los mismos parámetros. Este año salió el Vol.5, que está ahí, esperando su turno.
También a fines de 2017, se editó Humor al Diván, recopilatorio de chistes e historietas de Tute, con material del que aparece en el diario La Nación y su revista dominical. Le encuentro un único problema al libro, que son las páginas en las que sólo aparece un chiste, flotando en el medio, con mucho espacio arriba y mucho espacio abajo. En el mismo libro hay unas cuantas páginas con DOS chistes, y hubiese sido mucho mejor que fuera todo así, con dos chistes (o una historieta) por página, para no sentir que nos están mezquinando contenidos, sobre todo cuando uno piensa que estos libros no son baratos.
El resto, impecable. Uno supone que ya se hicieron todos los chistes posibles sobre psicoanalistas y pacientes, pero Tute siempre tiene algo nuevo para sorprendernos. Por suerte no son TODOS los chistes de esa misma temática. El libro va mechando también algunos cartoons más reflexivos, o introspectivos, o centrados en el otro tema que Tute domina a la perfección, que son los vínculos afectivos. Y además están las historietas, que no giran en torno al psicoanálisis, sino que son mucho más libres. Algunas se centran en estos romances (casi siempre frustrados) entre hombres y mujeres, y otras levantan un vuelo más raro, más personal, a veces para el lado de la poesía, otras veces para el lado del sinsentido. En las páginas de historieta el dibujo de Tute suele reducirse a su mínima expresión, con personajes dibujados tan chiquitos que ni siquiera tienen rasgos faciales, y el foco está puesto en los diálogos, que están buenísimos, más allá de la desprolijidad del autor a la hora del rotulado.
Sin personajes recurrentes, sin chistes pensados para arrancarte carcajadas, sin rozar coyunturas socio-políticas ni tirar referencias a famosos o a consumos culturales, sin escatología, en un estilo que muchas veces pareciera escaparle adrede al virtuosismo gráfico, los chistes e historietas de Tute tienen un encanto muy especial, que creo que pasa por la libertad, por lo mucho que se nota que el autor está haciendo lo que se le cantan las pelotas, ni más ni menos. Después hay reflexiones agudas, situaciones con las que uno se puede identificar, algunas frases brillantes y algunas ideas gráficas de alto impacto. Pero lo que a mí más me llega es la idiosincracia, la forma en la que Tute se aferra a la idea de ser autor, de sacar a relucir mediante el humor gráfico su mundo interior, de contar lo que tiene ganas de contar y dibujarlo como se le da la gana, caiga quien caiga, pasándose por el orto los condicionamientos que uno supone que pueden existir en un medio careta como es el diario La Nación. Si nunca te aventuraste en el universo de Tute, dejá terapia y conseguite un buen psiquiatra.
Tengo un librito más para reseñar, pero me dio fiaca. Lo dejo para la próxima. Aprovecho para invitarlos el finde del 21 y 22 a Villa Viñetas (en Villa Constitución, cerquita de San Nicolás) y el del 28 y 29 a Comarca Fest, en Viedma, provincia de Río Negro. ¡Gracias y hasta pronto!
miércoles, 11 de julio de 2018
ESSENTIAL X-MEN Vol.2
Me clavé otro masacote violento con más de 500 páginas de los mejores comics de superhéroes que te podías imaginar en 1979-80. Un tramo de lo que aparece en este Essential aparece también en el libro reseñado acá hace seis años, el 17/07/11, pero por supuesto en blanco y negro. En base a eso, dos reflexiones: 1) Había leído (por milésima vez) la saga de Dark Phoenix en 2011, la releí ahora teniéndola bastante fresca y aún así me volvió a impactar y a emocionar. Es un clásico insumergible, inagotable, una joya pero de verdad. 2) ¡Cuánto más lindo se ve el trabajo de John Byrne y Terry Austin sin esos colores asquerosos, repugnantes, desagradables, nauseabundos que les ponían a los comics de Marvel en los ´70! Esto lo destaco cada vez que agarro un Essential, pero en el caso de Byrne y Austin la diferencia a favor del blanco y negro es realmente pasmosa. Como en esta época Uncanny X-Men se daba todos los gustos, el Essential incluye además un Annual dibujado por George Pérez, y ahí también, me volví loco de felicidad con detalles, texturas y pinceladas de magia que tira Pérez en el dibujo y que a color no se lucían ni en pedo como en esta edición.
Pero vamos a lo importante, que son los guiones. Esta es la etapa mágica de Chris Claremont. En algún momento del primer Essential (lo vimos hace justo un mes, el 11/06/18), Uncanny X-Men pasa de bimestral a mensual y el guionista aprovecha para empezar a planear sagas más largas, a más largo plazo. Ya no le calienta dejar las historias en medio de un “continuará”, no le calienta meter números que son meros prólogos o build-ups hacia sagas grossas, o incluso extensos epílogos de las mismas, en las que los personajes bajan 800 cambios y se cuelgan en escenas más cotidianas, más intimistas, casi sin atisbos de machaca. Este rubro, el de los episodios “de transición” en los que no está en juego ni el universo ni una fiyu del Mundial, es algo que infinitos guionistas le copiarían poco después a Claremont, sin llegar nunca a sacarles el jugo que le sacaba el buen Chris.
En cuanto a los arcos argumentales, obviamente todo lo que viene antes o después de la saga de Dark Phoenix empalidece frente a ese pináculo del Noveno Arte, pero acá hay varias historias de alto impacto: el arco contra Proteus, toda la presentación del Hellfire Club, la muy aplaudida Days of the Future Past… De acá salen ideas, personajes y conceptos con los que el propio Claremont y un largo séquito de guionistas menores robarán durante no menos de 20 años. Difícil imaginarse el éxito que tuvieron los X-Men en comics, tele y cine sin estos años dorados de Claremont y Byrne.
Y después hay aventuritas menores (con Dazzler, Alpha Flight, Arkon, el Dr. Strange, Man-Thing…), a las que nunca les falta ritmo, momentos emotivos, algún dilema moral potente… y esos diálogos, bloques de texto y globos de pensamiento cuasi-infinitos con los que nos bombardeaba Claremont y que hoy resultan sumamente anticuados. De todos modos hay que reconocer la calidad de la prosa del guionista y cómo no daba puntada sin hilo: cada comentario, cada apreciación o reflexión que tiran los personajes en estos pensamientos o diálogos sirven para apuntalar ideas que –más tarde que temprano- van a ser importantes para disparar, hacer avanzar o resolver las tramas.
Otro elemento que acá se ve con bastante claridad es el amor de Byrne por Wolverine, un personaje que mientras el dibujante era Dave Cockrum aparecía siempre al fondo, en roles segundones o tercerones. Evidentemente el genio anglo-canadiense vio potencial en ese personaje medio choto, y ni bien se suma como co-argumentista de la serie, el rol de Wolverine crece muchísimo, de la mano de un desarrollo alucinante en su personalidad, en su vínculo con los otros X-Men, su background con Alpha Flight y el rango y el uso de sus poderes. Ahí también, Marvel le debe un container lleno de dólares a Claremont y Byrne, aunque los creadores de Logan hayan sido Len Wein y Herb Trimpe.
De los más remotos confines del espacio exterior a un tugurio infecto de Harlem donde los faloperos van a inyectarse heroína, los X-Men de Claremont y Byrne recorrieron varios mundos, rieron, lloraron, amaron, odiaron, vivieron y murieron. Y resucitaron, obvio. Casi 40 años después de su primera aparición, estas historias siguen conmoviendo por su fuerza, su ambición, su sensibilidad, su gran sintonía con lo que sucedía en esa época a nivel artístico, político, social… y hasta por un cierto humor que suele aparecer en algunos diálogos, una cierta frescura, que se va a extrañar mucho en años posteriores, cuando X-Men se vuelva una serie demasiado oscura, demasiado circunspecta y demasiado autorreferencial.
Tengo más Essentials de X-Men en la pila de los pendientes, pero creo que los voy a dejar en el freezer hasta el año que viene, así avanzo con material que no leí nunca. Grazie per tutti, aguante Croacia y vuelvo pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.
Pero vamos a lo importante, que son los guiones. Esta es la etapa mágica de Chris Claremont. En algún momento del primer Essential (lo vimos hace justo un mes, el 11/06/18), Uncanny X-Men pasa de bimestral a mensual y el guionista aprovecha para empezar a planear sagas más largas, a más largo plazo. Ya no le calienta dejar las historias en medio de un “continuará”, no le calienta meter números que son meros prólogos o build-ups hacia sagas grossas, o incluso extensos epílogos de las mismas, en las que los personajes bajan 800 cambios y se cuelgan en escenas más cotidianas, más intimistas, casi sin atisbos de machaca. Este rubro, el de los episodios “de transición” en los que no está en juego ni el universo ni una fiyu del Mundial, es algo que infinitos guionistas le copiarían poco después a Claremont, sin llegar nunca a sacarles el jugo que le sacaba el buen Chris.
En cuanto a los arcos argumentales, obviamente todo lo que viene antes o después de la saga de Dark Phoenix empalidece frente a ese pináculo del Noveno Arte, pero acá hay varias historias de alto impacto: el arco contra Proteus, toda la presentación del Hellfire Club, la muy aplaudida Days of the Future Past… De acá salen ideas, personajes y conceptos con los que el propio Claremont y un largo séquito de guionistas menores robarán durante no menos de 20 años. Difícil imaginarse el éxito que tuvieron los X-Men en comics, tele y cine sin estos años dorados de Claremont y Byrne.
Y después hay aventuritas menores (con Dazzler, Alpha Flight, Arkon, el Dr. Strange, Man-Thing…), a las que nunca les falta ritmo, momentos emotivos, algún dilema moral potente… y esos diálogos, bloques de texto y globos de pensamiento cuasi-infinitos con los que nos bombardeaba Claremont y que hoy resultan sumamente anticuados. De todos modos hay que reconocer la calidad de la prosa del guionista y cómo no daba puntada sin hilo: cada comentario, cada apreciación o reflexión que tiran los personajes en estos pensamientos o diálogos sirven para apuntalar ideas que –más tarde que temprano- van a ser importantes para disparar, hacer avanzar o resolver las tramas.
Otro elemento que acá se ve con bastante claridad es el amor de Byrne por Wolverine, un personaje que mientras el dibujante era Dave Cockrum aparecía siempre al fondo, en roles segundones o tercerones. Evidentemente el genio anglo-canadiense vio potencial en ese personaje medio choto, y ni bien se suma como co-argumentista de la serie, el rol de Wolverine crece muchísimo, de la mano de un desarrollo alucinante en su personalidad, en su vínculo con los otros X-Men, su background con Alpha Flight y el rango y el uso de sus poderes. Ahí también, Marvel le debe un container lleno de dólares a Claremont y Byrne, aunque los creadores de Logan hayan sido Len Wein y Herb Trimpe.
De los más remotos confines del espacio exterior a un tugurio infecto de Harlem donde los faloperos van a inyectarse heroína, los X-Men de Claremont y Byrne recorrieron varios mundos, rieron, lloraron, amaron, odiaron, vivieron y murieron. Y resucitaron, obvio. Casi 40 años después de su primera aparición, estas historias siguen conmoviendo por su fuerza, su ambición, su sensibilidad, su gran sintonía con lo que sucedía en esa época a nivel artístico, político, social… y hasta por un cierto humor que suele aparecer en algunos diálogos, una cierta frescura, que se va a extrañar mucho en años posteriores, cuando X-Men se vuelva una serie demasiado oscura, demasiado circunspecta y demasiado autorreferencial.
Tengo más Essentials de X-Men en la pila de los pendientes, pero creo que los voy a dejar en el freezer hasta el año que viene, así avanzo con material que no leí nunca. Grazie per tutti, aguante Croacia y vuelvo pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.
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lunes, 9 de julio de 2018
NOCHE DE HISTORIAS CORTAS
Justo tengo para reseñar dos libros de historias cortas, a las que muchas veces les juega en contra la brevedad de las mismas.
Arranco con Franko: Cuentos en glorioso blanco y negro, una antología de historias muy cortitas que nos trae de vuelta al personaje y al universo que descubrimos allá por el 09/10/14 de la mano de los chilenos Cristóbal Jofré y Angel Bernier. El libro nace groseramente mal parido, con la idea disparatada de que se puede editar un tomo de 72 páginas con sólo 42 páginas de historieta. Sí, posta. Hay TREINTA páginas de relleno con biografías, carátulas, algún pin-up, galería de personajes… una falta de respeto absoluta hacia el que compra el libro para leer historietas.
Y eso no es lo peor. Lo peor es que la primera historieta (a cargo de Bernier y Jofré) tiene sólo seis páginas… ¡y todas las demás sólo TRES! Imaginate hasta dónde puede llegar el desarrollo argumental de una historieta de tres páginas, hasta dónde se puede profundizar en cada idea, en cada personaje… Además casi todas las historietas cuentan con dibujantes invitados, o sea que para cuando te terminás de aclimatar, cuando terminás de digerir la forma en la que cada uno de estos artistas interpreta a Franko y su mundo… la historieta se termina y hay que empezar de cero con el que viene después. Una lástima, realmente, sobre todo porque hay varios dibujantes muy buenos, de los que uno quiere leer mucho más de tres páginas.
Acá meten mano grossos del comic trasandino como Huicha, Rodrigo López, otros que no conocía como Jade González, Shukei, Óscar Cabrera o el alucinante Esteban Castillo, que me dejó con ganas de descubrir muchas más obras suyas. Y después, otros chicos y chicas que no alcanzan esa vara de calidad que (tanto en el libro anterior como en este) dejó bastante alta Cristóbal Jofré. El propio Jofré escribe un par de las historias que dibuja (en ambas narra sin textos y lo hace muy bien) y entre los guiones de Bernier hay varias historias con buen potencial… que como decía antes, en tres páginas resulta imposible desarrollar más allá del chiste o la anécdota muy menor. Ojalá aparezca (cuando junten una cantidad de páginas razonable) un nuevo libro de Franko, con relatos más extensos y dibujantes de la calidad de estos cinco o seis que me sedujeron con sus aportes a este libro, decididamente fallido en su concepción.
Y ahora sí, parece mentira, pero ya leí todos los libros de autores argentinos publicados en 2017 que tenía en el pilón de los pendientes. El último fue Ucrónicas, el recopilatorio de historias cortas de Mauro Mantella, con material que ya había leído en Bastión, en la Antología Zombie (ver reseña del 12/02/14) y obviamente en la Comiqueando, donde Mauro tuvo su espacio a lo largo de varios números en la época en que hacíamos la revista en soporte físico.
No quiero repetir conceptos acerca de las historias que leímos en la Antología Zombie, así que las paso por alto. Pero quiero destacar sobre todo las que originalmente aparecieron en Bastión: ahí hay dos más “conceptuales”, donde Mantella se juega más a proponer ideas que a plantear conflictos y resolverlos, y dos más tradicionales, donde sí hay conflictos a resolver. Las cuatro son excelentes por el nivel de la prosa, por cómo están presentadas las ideas, y por cómo los dibujantes (Omar Pacino, Juanmar y el siempre sorprendente Pietro) se acoplan a guiones donde el grado de exigencia debe haber sido superlativo.
En las historias que aparecieron en Comiqueando, la cosa está más mezclada: hay gemas del infinito y hay historias que definitivamente necesitaban un par de páginas más para lograr el impacto narrativo que potencialmente tenían. La calidad de los textos sigue sorprendiendo, pero está claro que el desarrollo de las historias a veces queda en la sorpresa, en el girito ingenioso del final y no mucho más. Cuando eso sucede, el placer pasa por disfrutar de los dibujos, porque la verdad que hay unos trabajos exquisitos de capos como Salvador Sanz, Federico Dallocchio (que publicaba por primera vez en Argentina) y el aún bastante desconocido (por lo menos en nuestro país) Mauro Lirussi. Y trabajos más que competentes de Germán Ponce y Leandro Rizzo. O sea que si venís muy manija con El Hombre Primordial, o con las obras de Mantella que se están serializando en la web, acá tenés una muy buena dosis de ideas zarpadas de este notable guionista, siempre acompañado de muy buenos dibujantes.
Y estoy tentado de arrancar a leer material argentino publicado en 2018, pero antes me voy a tomar unas semanas para entrarle a obras anteriores, que en su momento no leí. Gracias por el aguante y vuelvo a postear pronto, acá en el blog.
Arranco con Franko: Cuentos en glorioso blanco y negro, una antología de historias muy cortitas que nos trae de vuelta al personaje y al universo que descubrimos allá por el 09/10/14 de la mano de los chilenos Cristóbal Jofré y Angel Bernier. El libro nace groseramente mal parido, con la idea disparatada de que se puede editar un tomo de 72 páginas con sólo 42 páginas de historieta. Sí, posta. Hay TREINTA páginas de relleno con biografías, carátulas, algún pin-up, galería de personajes… una falta de respeto absoluta hacia el que compra el libro para leer historietas.
Y eso no es lo peor. Lo peor es que la primera historieta (a cargo de Bernier y Jofré) tiene sólo seis páginas… ¡y todas las demás sólo TRES! Imaginate hasta dónde puede llegar el desarrollo argumental de una historieta de tres páginas, hasta dónde se puede profundizar en cada idea, en cada personaje… Además casi todas las historietas cuentan con dibujantes invitados, o sea que para cuando te terminás de aclimatar, cuando terminás de digerir la forma en la que cada uno de estos artistas interpreta a Franko y su mundo… la historieta se termina y hay que empezar de cero con el que viene después. Una lástima, realmente, sobre todo porque hay varios dibujantes muy buenos, de los que uno quiere leer mucho más de tres páginas.
Acá meten mano grossos del comic trasandino como Huicha, Rodrigo López, otros que no conocía como Jade González, Shukei, Óscar Cabrera o el alucinante Esteban Castillo, que me dejó con ganas de descubrir muchas más obras suyas. Y después, otros chicos y chicas que no alcanzan esa vara de calidad que (tanto en el libro anterior como en este) dejó bastante alta Cristóbal Jofré. El propio Jofré escribe un par de las historias que dibuja (en ambas narra sin textos y lo hace muy bien) y entre los guiones de Bernier hay varias historias con buen potencial… que como decía antes, en tres páginas resulta imposible desarrollar más allá del chiste o la anécdota muy menor. Ojalá aparezca (cuando junten una cantidad de páginas razonable) un nuevo libro de Franko, con relatos más extensos y dibujantes de la calidad de estos cinco o seis que me sedujeron con sus aportes a este libro, decididamente fallido en su concepción.
Y ahora sí, parece mentira, pero ya leí todos los libros de autores argentinos publicados en 2017 que tenía en el pilón de los pendientes. El último fue Ucrónicas, el recopilatorio de historias cortas de Mauro Mantella, con material que ya había leído en Bastión, en la Antología Zombie (ver reseña del 12/02/14) y obviamente en la Comiqueando, donde Mauro tuvo su espacio a lo largo de varios números en la época en que hacíamos la revista en soporte físico.
No quiero repetir conceptos acerca de las historias que leímos en la Antología Zombie, así que las paso por alto. Pero quiero destacar sobre todo las que originalmente aparecieron en Bastión: ahí hay dos más “conceptuales”, donde Mantella se juega más a proponer ideas que a plantear conflictos y resolverlos, y dos más tradicionales, donde sí hay conflictos a resolver. Las cuatro son excelentes por el nivel de la prosa, por cómo están presentadas las ideas, y por cómo los dibujantes (Omar Pacino, Juanmar y el siempre sorprendente Pietro) se acoplan a guiones donde el grado de exigencia debe haber sido superlativo.
En las historias que aparecieron en Comiqueando, la cosa está más mezclada: hay gemas del infinito y hay historias que definitivamente necesitaban un par de páginas más para lograr el impacto narrativo que potencialmente tenían. La calidad de los textos sigue sorprendiendo, pero está claro que el desarrollo de las historias a veces queda en la sorpresa, en el girito ingenioso del final y no mucho más. Cuando eso sucede, el placer pasa por disfrutar de los dibujos, porque la verdad que hay unos trabajos exquisitos de capos como Salvador Sanz, Federico Dallocchio (que publicaba por primera vez en Argentina) y el aún bastante desconocido (por lo menos en nuestro país) Mauro Lirussi. Y trabajos más que competentes de Germán Ponce y Leandro Rizzo. O sea que si venís muy manija con El Hombre Primordial, o con las obras de Mantella que se están serializando en la web, acá tenés una muy buena dosis de ideas zarpadas de este notable guionista, siempre acompañado de muy buenos dibujantes.
Y estoy tentado de arrancar a leer material argentino publicado en 2018, pero antes me voy a tomar unas semanas para entrarle a obras anteriores, que en su momento no leí. Gracias por el aguante y vuelvo a postear pronto, acá en el blog.
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miércoles, 4 de julio de 2018
OTRA NOCHE FUCKIN´FREEZIN´
¡Qué lo parió, qué fresquete! Y bue, es invierno. Si no hace frío ahora, ¿cuándo carajo va a hacer? Y sí, ya sé que ayer hubo posteo, pero fue la reseña de una película. Acá estoy de vuelta, esta vez con reseñas de un par de libros que me bajé en estos días.
Arranco en EEUU en 2007, cuando el sello Desperado recopila en TPB la miniserie Common Foe, originalmente aparecida en Image. Es un TPB medio ladri, con 20 páginas de pin-ups y carátulas al pedo, que bien podrían no estar.
Lo mejor que tiene Common Foe es el planteo argumental: Keith Giffen y Shannon Eric Denton (guionista grosso en el campo de la animación) tiran una idea que no sólo no puede fallar, sino que no se explica cómo no se le ocurrió antes a nadie y cómo nadie se las compró para convertir este comic en un largometraje. Diciembre de 1944, plena Segunda Guerra Mundial, un invierno áspero en un pueblito de Francia ya deshabitado, pero que –por cuestiones estratégicas- todavía se disputan un escuadrón de soldados yankis y un pelotón de infantería alemán. Tiros van, granadas vienen, hasta que de un antiguo aljibe salen unos monstruos antropófagos que se empiezan a manducar a los soldados como si fueran bizcochitos Don Satur. ¿Qué hacen los sobrevivientes de ambos bandos? Una tregua, para combatir al enemigo común.
O sea que, con un sólo pase de magia, Giffen y Denton te combinan el género bélico con el género de terror y enriquecen la trama con los conflictos que aparecen cuando estas dos facciones, que hasta ayer se mataban encarnizadamente entre sí, se ven obligadas a trabajar mancomunadamente. Para que nazis y yankis se decidan a hacer un team-up la amenaza tiene que ser realmente escalofriante: Giffen y Denton no se guardan nada a la hora de mostrar la voracidad y la crueldad de estos bichos, en escenas donde el gore tiene un protagonismo infrecuente en el comic yanki. Los diálogos son muy reales, los cuatro o cinco personajes que llegan vivos hasta el final están muy bien trabajados y la verdad es que el desarrollo me puso bastante nervioso. El final, más o menos. Me lo imaginaba más épico, y me resultó un poquito anticlimático. Pero el ancho de espadas es la premisa, poderosa y asombrosa por donde se la mire.
El dibujo arranca a cargo del francés Jean-Jacques Dzialowski, a quien se le nota poco la identidad francesa: dibuja y narra en un estilo típicamente norteamericano, sabe apostar fuerte al impacto visual, maneja bien los primeros planos y planos detalle y se da cuenta de cuándo bajar un cambio en los fondos para no saturar las viñetas con información y que, de paso, se luzca un poco el colorista. A la mitad del tomo, Dzialowski se suma a los caídos en combate y toma la posta un argentino, el notable Federico Dallocchio, en uno de sus primeros trabajos para EEUU en los que apareció su firma (tenía un montón previos, pero siempre asistiendo a Leo Manco). A Dallocchio le tocan menos escenas de acción, pero igual se pone al hombro el relato y lo saca adelante con fuerza, sobriedad y mucha atención por los detalles. La verdad que, sin tirar magia ni inventar nada nuevo, los dos dibujantes respaldan muy bien (cada uno en su estilo) el trabajo de Giffen y Denton. Que obviamente recomiendo, porque vale la pena descubrirlo.
Me vengo al Río de la Plata, para leer una obra realizada y hasta editada en equipo por el uruguayo Rodolfo Santullo y el argentino Marcos Vergara, una dupla que ya nos ha regalado unas cuantas gemas. Debajo de esa tapa tristísima, más insulsa y pecho frío que la selección de Sampaoli, Animales ofrece ocho historietas de ocho páginas donde conocemos a los habitantes de un complejo de departamentos de Montevideo y a sus mascotas. Y ya está, eso es todo.
Santullo incursiona en el slice of life, en tono de comedia costumbrista con mucho de autobiografía (Roberto en realidad es Rodolfo; su esposa María en realidad es Victoria, la esposa de Rodolfo en la vida real; Felipe es Bruno, el hijo del guionista, y así). Hasta aparece ese tipo bizarro con la pelada pintada al que solemos ver con asombro en cada edición de Montevideo Comics. ¿Y qué onda, cómo se mueve en este terreno un guionista especializado en thrillers, en obras de géneros bien de ficción, bien de aventura? Bastante bien. Los disparadores de las historias son –básicamente- boludeces de la vida cotidiana, pero Santullo les saca el jugo necesario como para sostener estos breves relatos a lo largo de ocho páginas. Algunos personajes le interesan como para indagar un poco más a fondo (Iris), otros menos (Andrés), pero en el contexto de la comedia suburbana, tranqui, distendida, todos le aportan su cuota de realismo, de verosimilitud, a estos micro-conflictos.
Lo que ya no es verosímil es el nivel al que está dibujando y coloreando Marcos Vergara. En estas páginas, el historietista oriundo de San Nicolás se vuelve a superar a sí mismo como si todos los límites estuvieran ahí para ser traspasados. No hay ningún aspecto de la faz gráfica que no me haya entusiasmado, pero lo que más quiero subrayar es la expresividad de los personajes, lo bien que actúan. Visualmente, esto está muy por encima de lo que se espera de un autor que (misteriosamente) todavía no está consagrado a nivel global, facturando fortunas con trabajos para las editoriales más grossas de los mercados más grandes. Pero no me quejo, eh? Ojalá los rioplatenses podamos seguir disfrutando con asiduidad del derroche de talento que nos regala Vergara cada vez que se sienta a dibujar una historieta.
Y ojalá que en Santiago del Estero haga menos frío que en Buenos Aires, porque para allá voy este finde. El sábado 7 estoy en Invencible, un evento comiquero que la va a romper. Quizás posteo antes de viajar y si no, nos reencontramos el lunes o el martes, con nuevas reseñas, acá en el blog.
Arranco en EEUU en 2007, cuando el sello Desperado recopila en TPB la miniserie Common Foe, originalmente aparecida en Image. Es un TPB medio ladri, con 20 páginas de pin-ups y carátulas al pedo, que bien podrían no estar.
Lo mejor que tiene Common Foe es el planteo argumental: Keith Giffen y Shannon Eric Denton (guionista grosso en el campo de la animación) tiran una idea que no sólo no puede fallar, sino que no se explica cómo no se le ocurrió antes a nadie y cómo nadie se las compró para convertir este comic en un largometraje. Diciembre de 1944, plena Segunda Guerra Mundial, un invierno áspero en un pueblito de Francia ya deshabitado, pero que –por cuestiones estratégicas- todavía se disputan un escuadrón de soldados yankis y un pelotón de infantería alemán. Tiros van, granadas vienen, hasta que de un antiguo aljibe salen unos monstruos antropófagos que se empiezan a manducar a los soldados como si fueran bizcochitos Don Satur. ¿Qué hacen los sobrevivientes de ambos bandos? Una tregua, para combatir al enemigo común.
O sea que, con un sólo pase de magia, Giffen y Denton te combinan el género bélico con el género de terror y enriquecen la trama con los conflictos que aparecen cuando estas dos facciones, que hasta ayer se mataban encarnizadamente entre sí, se ven obligadas a trabajar mancomunadamente. Para que nazis y yankis se decidan a hacer un team-up la amenaza tiene que ser realmente escalofriante: Giffen y Denton no se guardan nada a la hora de mostrar la voracidad y la crueldad de estos bichos, en escenas donde el gore tiene un protagonismo infrecuente en el comic yanki. Los diálogos son muy reales, los cuatro o cinco personajes que llegan vivos hasta el final están muy bien trabajados y la verdad es que el desarrollo me puso bastante nervioso. El final, más o menos. Me lo imaginaba más épico, y me resultó un poquito anticlimático. Pero el ancho de espadas es la premisa, poderosa y asombrosa por donde se la mire.
El dibujo arranca a cargo del francés Jean-Jacques Dzialowski, a quien se le nota poco la identidad francesa: dibuja y narra en un estilo típicamente norteamericano, sabe apostar fuerte al impacto visual, maneja bien los primeros planos y planos detalle y se da cuenta de cuándo bajar un cambio en los fondos para no saturar las viñetas con información y que, de paso, se luzca un poco el colorista. A la mitad del tomo, Dzialowski se suma a los caídos en combate y toma la posta un argentino, el notable Federico Dallocchio, en uno de sus primeros trabajos para EEUU en los que apareció su firma (tenía un montón previos, pero siempre asistiendo a Leo Manco). A Dallocchio le tocan menos escenas de acción, pero igual se pone al hombro el relato y lo saca adelante con fuerza, sobriedad y mucha atención por los detalles. La verdad que, sin tirar magia ni inventar nada nuevo, los dos dibujantes respaldan muy bien (cada uno en su estilo) el trabajo de Giffen y Denton. Que obviamente recomiendo, porque vale la pena descubrirlo.
Me vengo al Río de la Plata, para leer una obra realizada y hasta editada en equipo por el uruguayo Rodolfo Santullo y el argentino Marcos Vergara, una dupla que ya nos ha regalado unas cuantas gemas. Debajo de esa tapa tristísima, más insulsa y pecho frío que la selección de Sampaoli, Animales ofrece ocho historietas de ocho páginas donde conocemos a los habitantes de un complejo de departamentos de Montevideo y a sus mascotas. Y ya está, eso es todo.
Santullo incursiona en el slice of life, en tono de comedia costumbrista con mucho de autobiografía (Roberto en realidad es Rodolfo; su esposa María en realidad es Victoria, la esposa de Rodolfo en la vida real; Felipe es Bruno, el hijo del guionista, y así). Hasta aparece ese tipo bizarro con la pelada pintada al que solemos ver con asombro en cada edición de Montevideo Comics. ¿Y qué onda, cómo se mueve en este terreno un guionista especializado en thrillers, en obras de géneros bien de ficción, bien de aventura? Bastante bien. Los disparadores de las historias son –básicamente- boludeces de la vida cotidiana, pero Santullo les saca el jugo necesario como para sostener estos breves relatos a lo largo de ocho páginas. Algunos personajes le interesan como para indagar un poco más a fondo (Iris), otros menos (Andrés), pero en el contexto de la comedia suburbana, tranqui, distendida, todos le aportan su cuota de realismo, de verosimilitud, a estos micro-conflictos.
Lo que ya no es verosímil es el nivel al que está dibujando y coloreando Marcos Vergara. En estas páginas, el historietista oriundo de San Nicolás se vuelve a superar a sí mismo como si todos los límites estuvieran ahí para ser traspasados. No hay ningún aspecto de la faz gráfica que no me haya entusiasmado, pero lo que más quiero subrayar es la expresividad de los personajes, lo bien que actúan. Visualmente, esto está muy por encima de lo que se espera de un autor que (misteriosamente) todavía no está consagrado a nivel global, facturando fortunas con trabajos para las editoriales más grossas de los mercados más grandes. Pero no me quejo, eh? Ojalá los rioplatenses podamos seguir disfrutando con asiduidad del derroche de talento que nos regala Vergara cada vez que se sienta a dibujar una historieta.
Y ojalá que en Santiago del Estero haga menos frío que en Buenos Aires, porque para allá voy este finde. El sábado 7 estoy en Invencible, un evento comiquero que la va a romper. Quizás posteo antes de viajar y si no, nos reencontramos el lunes o el martes, con nuevas reseñas, acá en el blog.
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martes, 3 de julio de 2018
ANT-MAN AND THE WASP
Si te fuiste del cine donde viste Infinity War medio bajoneado, o directamente indignado porque Ant-Man no apareció ni en un mísero cameo, acá tenés tu revancha. Si seguís sin perdonarle a Marvel Studios ese pecado original (y bestial) que fue imponer masivamente una versión de los Avengers en cuya formación no participaron Hank Pym y Janet Van Dyne, acá tenés una reivindicación, un intento de reparar ese error grosero.
En esta película, el director Peyton Reed y sus geniales guionistas siguen la línea del film anterior (ver reseña del 13/07/15): acción y comedia de la mano, y a llevarse el mundo por delante. Esta vez hay dos elementos novedosos, que le juegan muy a favor a la película: por un lado, la situación heredada de Civil War (y mencionada en Infinity War): Scott Lang tiene que cumplir un arresto domiciliario, mientras que Hank Pym y su hija Hope están prófugos de la justicia por haber facilitado la tecnología con la que Lang violó los protocolos de Sokovia. El guión le saca un jugo riquísimo a este estado de cosas (que se modificará recién en los últimos minutos de la cinta) y hasta se da el lujo de usarlo como disparador de algunas de las secuencias más cómicas de la película.
Por otro lado, esta vez todo es mucho más personal: la misión de los protagonistas no es robar tecnología, ni infiltrarse en lugares inexpugnables, ni siquiera derrotar a un villano: esta vez todo pasa por tratar de reencontrarse con Janet Van Dyne, la Wasp original, interpretada por Michelle Pfeiffer. O sea que es un conflicto 100% privado, del ámbito de la familia de Hope. Por supuesto, el plan de Pym y su hija va a intersectar en más de un punto con los planes de más de un antagonista, como para garantizar una buena dosis de conflictos que se puedan resolver por la vía de violencia, como en cualquier historia de superhéroes que se precie de tal. Pero la motivación pasa por el amor de un hombre y su hija a una mujer cuya ausencia marcó drásticamente sus vidas… y cuya presencia puede volver a cambiar todo para siempre.
La película tiene un ritmo frenético, casi no da respiro. Reed ya entendió que no hace falta frenar la acción para meter chistes grandiosos y por momentos no sabés si estás viendo una de superhéroes o una comedia de enredos. Y eso es parte de lo que hace tan atrapante el visionado de Ant-Man and the Wasp. El único personaje que está 100% concentrado en resolver los conflictos que motorizan a la trama es el de Hope, la única que no se deja llevar por el frenesí de los chistes y seguramente el personaje con más crecimiento entre la primera y la segunda entrega. Todo el tiempo los guionistas parecen decirnos “guarda con la nueva Wasp, que se toma MUY en serio esto de ser superheroína y no se come ni la punta”.
Los efectos especiales están más pasados de rosca que en la peli anterior, con momentos pensados para asombrar a los espectadores más curtidos en este género. En cuanto a las actuaciones, Michael Douglas una vez más la rompe, pero lo más destacable está en el elenco femenino: Evangeline Lilly respalda con un gran trabajo actoral el crecimiento de su personaje y Hannah John-Kamen (a quien no conocía) me sorprendió con una labor formidable en el rol de Ava. Y atenti también con Abby Ryder Fortson, la nena que interpreta a Cassie Lang, que tiene un potencial enorme. Si yo fuera Kevin Feige, ya le estoy haciendo firmar un contrato con Marvel Studios por 15 años, mínimo. ¿Y qué onda Laurence Fishburne? La verdad que yo esperaba un poco más, no tanto de su actuación (que es correcta), sino del rol en la trama de Bill Foster, que está un poquito desaprovechado.
¿Se hacen cargo Payton Reed y sus guionistas de los sucesos de Infinity War? Te tenés que quedar hasta la secuencia entre los créditos para averiguarlo. Y al final de todo, cuando terminan de pasar tooooodos los créditos, hay una breve secuencia más, que realmente no aporta nada y si te la perdés, te ahorrás varios minutos de embole viendo pasar letritas.
Al igual que en 2015, me reí mucho, me divertí horrores y me fui cebadísimo con la onda y la chapa que le están dando a estos personajes supuestamente “menores” de la mitología marveliana. Si sos fan de Pym, de Janet, de Scott Lang, de Cassie, de los personajes inventados para la peli anterior, o de la ciudad de San Francisco, preparate para vivir dos horas y cinco minutos repletos de acción, emociones y risas a un nivel altísimo (o subatómico, como vos prefieras).
En esta película, el director Peyton Reed y sus geniales guionistas siguen la línea del film anterior (ver reseña del 13/07/15): acción y comedia de la mano, y a llevarse el mundo por delante. Esta vez hay dos elementos novedosos, que le juegan muy a favor a la película: por un lado, la situación heredada de Civil War (y mencionada en Infinity War): Scott Lang tiene que cumplir un arresto domiciliario, mientras que Hank Pym y su hija Hope están prófugos de la justicia por haber facilitado la tecnología con la que Lang violó los protocolos de Sokovia. El guión le saca un jugo riquísimo a este estado de cosas (que se modificará recién en los últimos minutos de la cinta) y hasta se da el lujo de usarlo como disparador de algunas de las secuencias más cómicas de la película.
Por otro lado, esta vez todo es mucho más personal: la misión de los protagonistas no es robar tecnología, ni infiltrarse en lugares inexpugnables, ni siquiera derrotar a un villano: esta vez todo pasa por tratar de reencontrarse con Janet Van Dyne, la Wasp original, interpretada por Michelle Pfeiffer. O sea que es un conflicto 100% privado, del ámbito de la familia de Hope. Por supuesto, el plan de Pym y su hija va a intersectar en más de un punto con los planes de más de un antagonista, como para garantizar una buena dosis de conflictos que se puedan resolver por la vía de violencia, como en cualquier historia de superhéroes que se precie de tal. Pero la motivación pasa por el amor de un hombre y su hija a una mujer cuya ausencia marcó drásticamente sus vidas… y cuya presencia puede volver a cambiar todo para siempre.
La película tiene un ritmo frenético, casi no da respiro. Reed ya entendió que no hace falta frenar la acción para meter chistes grandiosos y por momentos no sabés si estás viendo una de superhéroes o una comedia de enredos. Y eso es parte de lo que hace tan atrapante el visionado de Ant-Man and the Wasp. El único personaje que está 100% concentrado en resolver los conflictos que motorizan a la trama es el de Hope, la única que no se deja llevar por el frenesí de los chistes y seguramente el personaje con más crecimiento entre la primera y la segunda entrega. Todo el tiempo los guionistas parecen decirnos “guarda con la nueva Wasp, que se toma MUY en serio esto de ser superheroína y no se come ni la punta”.
Los efectos especiales están más pasados de rosca que en la peli anterior, con momentos pensados para asombrar a los espectadores más curtidos en este género. En cuanto a las actuaciones, Michael Douglas una vez más la rompe, pero lo más destacable está en el elenco femenino: Evangeline Lilly respalda con un gran trabajo actoral el crecimiento de su personaje y Hannah John-Kamen (a quien no conocía) me sorprendió con una labor formidable en el rol de Ava. Y atenti también con Abby Ryder Fortson, la nena que interpreta a Cassie Lang, que tiene un potencial enorme. Si yo fuera Kevin Feige, ya le estoy haciendo firmar un contrato con Marvel Studios por 15 años, mínimo. ¿Y qué onda Laurence Fishburne? La verdad que yo esperaba un poco más, no tanto de su actuación (que es correcta), sino del rol en la trama de Bill Foster, que está un poquito desaprovechado.
¿Se hacen cargo Payton Reed y sus guionistas de los sucesos de Infinity War? Te tenés que quedar hasta la secuencia entre los créditos para averiguarlo. Y al final de todo, cuando terminan de pasar tooooodos los créditos, hay una breve secuencia más, que realmente no aporta nada y si te la perdés, te ahorrás varios minutos de embole viendo pasar letritas.
Al igual que en 2015, me reí mucho, me divertí horrores y me fui cebadísimo con la onda y la chapa que le están dando a estos personajes supuestamente “menores” de la mitología marveliana. Si sos fan de Pym, de Janet, de Scott Lang, de Cassie, de los personajes inventados para la peli anterior, o de la ciudad de San Francisco, preparate para vivir dos horas y cinco minutos repletos de acción, emociones y risas a un nivel altísimo (o subatómico, como vos prefieras).
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