el blog de reseñas de Andrés Accorsi

miércoles, 18 de julio de 2018

MIERCOLES LLUVIOSO

Sigo adelante con las lecturas, y me encuentro con una obra de 2014, publicada originalmente en Italia y traducida al castellano en 2017 por una editorial chilena. Se trata de una extensa novela gráfica de Tex (como la que vimos el 13/11/15), titulada Camino a Oregon, con guión de Gianfranco Manfredi y dibujos del cada día más glorioso Carlos Gómez.
La verdad que la trama daba para una aventura de Lucky Luke: 44 páginas con 10 viñetas cada una, en las que el conflicto dejara espacio para filtrar unos cuantos momentos de comedia. Sin embargo, Manfredi se aferra a la idea de construir con esta premisa una historia “seria”. Y el propio formato impuesto por la editorial marca que Camino a Oregon tiene que durar 224 páginas, con mayoría de cinco viñetas y unas cuantas de seis. O sea que no sólo tenemos un relato innecesariamente solemne, que renuncia a explotar la veta potencialmente humorística de estas cinco mujeres que atraviesan un país en busca de sus supuestos futuros maridos, sino que además el desarrollo se estira mucho más de lo recomendable.
Para que te des una idea, uno de los obstáculos que imagina Manfredi para esta caravana que viaja de Texas a Oregon es una tribu indígena belicosa y bardera, los Cayuse. ¿Sabés cuántas páginas de la novela pasan entre que aparece el primer indio y que Tex y sus amigos dan por terminada la peripecia? 64. Sí, 64. Es casi una novela gráfica adentro de la novela gráfica, con villanos, personajes secundarios, machaca a todo nada, dilemas éticos… Pero claro, si pensás que se trata de un obstáculo para un grupo de personajes cuyo objetivo no tiene nada que ver con el conflicto con los indios, se hace evidente que la extensión de este tramo roza el disparate.
Finalmente, como uno podía suponer desde el inicio, Tex y sus amigos cumplirán la misión casi sin despeinarse, y al final habrá una revelación grossa no acerca del principal villano (un personaje muy al límite, muy bien trabajado por Manfredi) si no de uno de los secundarios con peso en la trama. Y ya está. Si no la leés, no pasa nada, el status quo no se modifica en lo más mínimo.
Pero claro, mencioné al principio que el dibujo está a cargo de Carlos Gómez, y 224 páginas dibujadas por Gómez constituyen una oferta imposible de rechazar. No me quiero colgar horas hablando maravillas del trabajo del cordobés. Simplemente subrayar lo bien que le queda el western, lo lindo que es volver a verlo en blanco y negro (después de aquella trilogía de álbumes para Francia donde lo colorearon bastante bien) y que ya sólo por la cantidad de viñetas que ofrece cada página, esto está muy por encima de lo que hacía en Dago. No me alcanzan las palabras para recomendarle a los fans de Gómez que se consigan un ejemplar de Tex: Camino a Oregon.
Y avanzo un casillero, hasta 2016, cuando ECC edita en España el tomo de historias cortas conocido como Infierno Embotellado, que reúne trabajos realizados por el sensei Suehiro Maruo entre 2010 y 2012.
La mejor historia es la última, Pobre Hermanita. Es la que mejor combina sordidez, deformidad, sexo perverso y una muy interesante bajada de línea más social. Kogane-Mochi, basada en un clásico relato de rakugo (aquel género en el que vimos patinar nada menos que a Yoshihiro Tatsumi un lejano 15/12/12) tiene un argumento atractivo personajes carismáticos y el impacto de la sangre y las vísceras, pero me atrapo un poco menos. La Tentación de San Antonio es más cortita, casi un chiste bizarro, y Maruo no le pone ni remotamente las pilas que le pone habitualmente al dibujo.
Y la historia que le da título al tomo, por el contrario, tiene algunas de las imágenes más fastuosas jamás brotadas de la pluma del capo máximo del ero-guro. El guión es raro, está basado en un cuento de Yumenu Kyusaku que parte de una premisa muy atractiva, pero cuyo desarrollo es sinuoso, por momentos contradictorio. De todos modos, los climas que conjura, los paisajes en los que transcurre, le dan a Maruo la oportunidad de lucirse como pocas veces con la recreación visual de este Infierno Embotellado, y el sensei no la desaprovecha en lo más mínimo.
En líneas generales, se trata de un buen compilado, con trabajos recientes de un autor que no se queda quieto, que sigue inventando cosas nuevas desde lo narrativo y que encuentra los argumentos para sus historias en fuentes muy disímiles. Por supuesto, el principal atractivo sigue siendo el dibujo, ese trazo fino, prolijito y elegante que nos remite enseguida a André Juillard, puesto al servicio de escenas muy truculentas, en las que la violencia, el sexo o ambas cosas rompen con esa elegancia y enchastran todo. Y en la historieta Infierno Embotellado, donde no hay violencia y el sexo está apenas sugerido, Suehiro Maruo nos recuerda que cuando quiere, más que un provocador, más que un rupturista, más que un zarpado o un pasado de rosca, es un poeta de la pluma, el pincel y las tramas mecánicas.
Y hasta acá llegamos. Gracias y hasta la próxima.

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