el blog de reseñas de Andrés Accorsi

viernes, 30 de noviembre de 2012

30/ 11: TARZAN Vol.16

Retrocede dos casilleros... Después de un tomo bastante interesante, vuelven la chatura y el más de lo mismo.
Una vez que Tarzan se repone de la fiebre que casi lo manda al descenso, se dedica lo de siempre: descubrir civilizaciones perdidas. Acá encuentra dos: en una, hay una reina (obviamente blanca) que se lo quiere quedar de mascota sexual. En la otra, un dictador mala onda que arroja a Tarzan a una arena donde deberá pelear por su vida con bestias cuadrúpedas y bípedas. Estas dos cosas ya pasaron no menos de cinco veces en los tomos que llevo leídos y la verdad, me tienen los huevos al plato.
Como “novedad” tenemos que una de las dos civilizaciones perdidas está muy lejos de Africa, más para el lado de la Polinesia. Para llegar hasta allá, Tarzan viaja durante días y días en un submarino, al que unos tipos (y una minita) lo suben engañado. Igual, el capo de la monada va terminar por hacerse amigo de sus captores para luchar todos juntos contra tipos mucho más jodidos que ellos. En el próximo tomo me voy a enterar cómo hace Tarzan para volver a Africa... si es que los guionistas se acuerdan de que Tarzan NO está en Africa, porque en esta ciudad oculta ya aparecieron negros grandotes, tigres y selva.
Como siempre, Tarzan da cátedra de idiomas. Seguimos sumando especies animales, nuevas civilizaciones en nuevos continentes y el hombre mono se las sigue ingeniando para entender a todos y que todos lo entiendan. Un fenómeno. Lástima que un tipo tan dotado para las relaciones públicas recurra tantas veces a matar a sangre fría a sus interlocutores... Acá, Tarzan estrangula, apuñala o atraviesa a flechazos a gente de todas las razas, tigres, panteras, leones, cocodrilos y hasta un pulpo. Lo más heavy es que nadie se escandaliza.
Así, sin sorpresas y sin nada mínimamente interesante para destacar, transcurren otras 52 planchas dominicales de esta historieta que, pese a que me parece un embole, no puedo dejar de leer. ¿Me volví loco, me lobotomizaron, me afilié al club de fans de Ricardo Montaner? No, sigo cada vez más cebado con los dibujos de Burne Hogarth, que además no paran de mejorar. El maestro máximo del dibujo académico-realista ya está claramente en su mejor nivel y le prende fuego a cada viñeta de cada plancha. Cuando estalla la acción, Hogarth se deja poseer por un espíritu salvaje y su dibujo gana en plasticidad y belleza. La lucha de Tarzan contra el tigre llamado “Muerte a Rayas” es dinamita pura, un ballet descontrolado y a la vez armonioso, casi sensual. Además es el combate físico en el que Hogarth se anima a mostrar sangre en cantidades más o menos realistas. Esas dos páginas garpan todo el libro, de una.
Y hay mucho más. Esto está lleno de imágenes impactantes, majestuosas, en las que cuerpos y decorados levantan tanto vuelo y se enfiestan en una orgía tan zarpada, que poco importa la mediocridad de los argumentos. Ya me faltan sólo dos tomos para terminar el Tarzan de Hogarth (en lo que a planchas para los diarios se refiere) y prometo entrarles en Diciembre, así ya nos lo sacamos de encima para el 2013. Si los guiones siguen así, no va a ser fácil, pero –como siempre digo- Hogarth merece este esfuerzo y muchos más.

jueves, 29 de noviembre de 2012

29/ 11: EL MUNDO DE EDENA: LOS REPARADORES

Los ladris de Norma editaron este libro como el “Vol.6” de El Mundo de Edena, pero no les creas nada. Dicha saga termina en el Vol.5 (Sra) y ya fue. Este tomo lo que hace es rejuntar varias historietas que interesectan (algunas muy con lo justo) con ese fantástico universo creado en los ´80 por Moebius. Veamos qué es lo que se reunió en este “hors série”, que es como le dicen los franceses a estos álbumes de historias cortas, accesorias a las sagas centrales:
La historieta que da título al libro es una muy corta, de ocho páginas, que data de 1996. Es un relato mudo, en el que Stel y Atan acuden a “reparar” o a auxiliar al mismísimo Moebius, que se dibuja a sí mismo como en los ´60, pero aparece en la casa que habitó en los ´90. El guión es mínimo y los dibujos son de un nivel apabullante. Colores y texturas, luces y sombras, toda la magia visual del Genio Eterno explota en estas ocho paginitas repletas de composiciones fastuosas y asombrosas.
La siguiente es Ver Nápoles, una historieta de 1987, aún más corta que la anterior, de sólo cuatro páginas, y la única que tiene diálogos. No tiene un choto que ver con la saga de Edena, excepto por el detalle de que acá aparece por primera vez un “Nariz Larga”, o “Pif Paf”, esos seres que tendrán mucho peso en la saga, con esas máscaras atravesadas por una especie de cilindro. El argumento no reviste mayor interés y el dibujo, si bien no tiene ni a palos la calidad (ni la dedicación por parte del autor) que vimos en Los Reparadores, sigue siendo de muy bueno para arriba.
De alguna manera, a Moebius le quedó picando el tema de Nápoles, y en 2000 realizó una nueva historia corta, ahora titulada “Morir y ver Nápoles”. Son 27 viñetas de idéntico tamaño y sin textos, que nos cuentan cómo el Mayor Grubert (otro personaje emblemático del Genio Eterno) emprende un viaje a Nápoles durante el cual es capturado, encerrado en un ataúd, lanzado a un volcán que hace erupción y lo propulsa hacia el mar, que lo lleva precisamente a las playas de dicha ciudad italiana. ¿Cómo engancha esto con Edena? Simple: los que lo capturan, encierran y arrojan al vacío son tres Pif Paf. Acá vemos al Moebius más minimalista, más frío y encima sin ganas de jugar con la narrativa. Hay imágenes hermosas, como siempre, pero nada para decir “oooooh!”.
Y guardo para el final una historieta de 1990 que Moebius realizó para un especial de Dark Horse (Concrete Celebrates Earth Day). En su momento se publicó en papel choto, con unos colores chatos, opacos. Publicadas en álbum y recoloreadas por el maestro, las 23 páginas de The Still Planet (acá traducida con dudoso criterio como “El Planeta Todavía”) rankean con comodidad entre las obras mejor dibujadas de toda la carrera de Moebius. La trama es casi anecdótica: Stel y Atán exploran un planeta que parece estático (“still”), petrificado, atávico, hacen unos ajustes en un artefacto y pronto empiezan a ver manifestaciones vitales cada vez más intensas. A pesar de ser muda, The Still Planet le canta a la vida, al caos, a lo impredecible. Las imágenes fluyen a lo largo y a lo ancho de unas páginas magistralmente planificadas, dibujadas por Moebius apenitas por debajo de las maravillas de Los Reparadores. Esto es como la cumbre de la producción ochentosa del Genio Eterno: una historieta que combina experimentación y tradición, poesía y epopeya, aventura y bajada de línea, todo dibujado y coloreado a mano, en la era pre-photoshop, por un Moebius inspiradísimo.
Lógicamente, el principal problema que tiene este álbum es que se lee demasiado rápido. Es el costo a pagar cuando un autor se entusiasma con la onda de narrar sin palabras. El otro problema, el de los guiones medio blanditos, muy virados al lirismo o a la fumanchereada críptica, la verdad que no me parece para nada grave, porque en ese terreno Moebius se desenvuelve con inmensa cancha y porque en definitiva, esas licencias son las que le permiten al grosso entre los grossos volar a full con el dibujo, que acá es la estrella definitiva. Una estrella única, inalcanzable, que brilla con un fulgor de imponente majestad y deja a su paso una estela de belleza y magia en estado puro.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

28/ 11: SHOWCASE PRESENTS THE SPECTRE

Otro viaje largo, otro masacote de más de 600 páginas que sucumbe bajo mis retinas. Este libro repasa varias etapas muy distintas en la trayectoria editorial del Spectre, que trataré de sintetizar.
1) Tres números de Showcase de 1966, escritos por Gardner Fox y dibujados por Murphy Anderson. Acá Fox nos lleva a la ciudad ficticia de Gateway (creo que es la misma que John Byrne retoma en su etapa al frente de Wonder Woman) y se esfuerza por repartir equitativamente el protagonismo entre el policía Jim Corrigan (intachable y atildado) y el hiper-poderoso Spectre. Bueno, le sale bastante mal. Las escenas de Corrigan no revisten el más mínimo interés al lado de las de su alter ego. Y hay otra falla: las excusas inverosímiles con las que cualquier chorro de cuarta adquiere poderes comparables a los del Spectre para hacerle el aguante unas cuantas páginas. También hay mega-hechiceros y demonios pulentosos, como para que el carapálida tenga con quién entretenerse en sus combates cósmicos y pluridimensionales.
2) De ahí sale una serie regular en la que Fox y Anderson comparten un sólo número, bastante lindo. Al toque se va el dibujante y lo reemplaza Neal Adams, que se quedará cuatro números y escribirá dos de ellos, también con villanos re-power y hampones de la B “enchulados” para bancarse al héroe. El dibujo de Adams está totalmente on fire, repleto de riesgos y hallazgos. Los guiones giran hacia el Spectre, en detrimento de Corrigan, que pasa a tener la misma (poca) chapa que Bruce Wayne en los comics de Batman de esa época.
3) Para el n°6 Fox vuelve a escribir un par de números, ahora dibujados por Jerry Grandinetti, un dibujante que intenta (con limitado éxito) rescatar la estética tenebrosa de los comics de la EC. Y los últimos tres números van muy para ese lado, el de las historias de misterio de DC, esas llenas de fantasmas y moralejas. De hecho, hasta hay un número en formato de antología, que incluye una historia corta magníficamente dibujada por Berni Wrightson. En esta etapa, Corrigan directamente ni figura.
4) Después viene todo el tramo del Spectre en Adventure Comics, la llamada Wrath of the Spectre, con el equipo integrado por Michael Fleisher y Jim Aparo. Esto es raro: transcurre en un universo donde la gente común sabe que Clark Kent es Superman, no estamos en Gateway sino en Nueva York, Corrigan ahora es un cana pesado al estilo Harry el Sucio y –lo más lindo- no hay más villanos ni amenazas sobrenaturales: ahora el Spectre se dedica a cazar y masacrar a meros ladrones, secuestradores y terroristas. Y los hace mierrrda, eh? Sin piedad para los pecadores. Hay un interés romántico para Corrigan, unos dibujos de la San Puta, y un enfoque muy arriesgado (por lo menos para los ´70) que se desactiva cuando se enciende la polémica.
5) Hay tres historias cortitas, que fueron back-ups de la revista Ghosts, en las que el Spectre comparte protagonismo con el Dr. Thirteen, como lo hiciera años atrás el Phantom Stranger. Esto está muy bien escrito por Paul Kuppeberg, pero los dibujos son abominables.
6) Y me quedan varios team-ups: uno con Flash (el guión, una fumanchereada ilógica por donde se la mire, con majestuosos dibujos de Carmine Infantino), uno con Superman (interesante, a cargo de Len Wein y Jim Starlin) y cuatro con Batman, de los cuales el único bueno es el de la Brave & the Bold n°116. Paradójicamente, uno de los team-ups con Batman se lo dejan escribir a Fleischer y el tipo mete (por primera vez en muchísimos años) una amenaza sobrenatural para enfrentar al Spectre.
¿Se puede recomendar este broli sin arriesgarse a un castigo divino? Sí, por la chapa del personaje y porque el desempeño de los dibujantes (con tanto y tan buen Aparo, bastante Adams, lindos momentos de Anderson y esa perlita de Wrightson) nivela mucho para arriba. Con los guiones, no hay cómo remarla: hagan lo que hagan estos muchachos, al lado de lo que hará John Ostrander a partir de 1992, quedarán siempre como una manga de verduleros de improbable redención.

martes, 27 de noviembre de 2012

27/ 11: LA SAGA DE NUEVA YORK (parte 11)

Yo quería armar un poquito de suspenso, pero vino uno y me lo cagó. Al final, después de recorrer varias comique-
rías, el lugar donde más comics compré fue en The Strand, la mega-librería que –casualmente- está en la esquina del Forbidden Planet. The Strand es un paraíso terrenal para cualquiera al que le gusten los libros. Ya de movida, en la vereda, sin entrar al local, hay exhibidores con ofertas disparatadas: libros desde 50 centavos. Y hay comics, eh? Una vez que entrás, te esperan varios pisos repletos de libros. Metros y metros cuadrados de libros. Los techos son altísimos y para ver los libros de las estanterías más altas te tenés que trepar a una escalera. Hay un piso todo dedicado a libros antiguos, raros y descatalogados, esos ancestrales tomos con tapas de madera y broches de metal que uno asocia con la Edad Media. Y hay miles y miles! Ese lugar es como una alucinación. Faltaba Borges pasándole un plumerito a un ejemplar del Necronomicón, nomás.
Los comics están en el primer piso y hay una diversidad enorme: material de todas las editoriales, un sector de historieta infantil, un amplio sector de ofertas… la fuckin´ gloria. Me agarré un changuito de supermercado y lo llené con merca que nunca pensé que iba a encontrar (libros descatalogadísimos de varias décadas distintas), a precios ridículos. Para que te des una idea, por ese changuito a full pagué u$ 105, con impuestos y todo. La próxima vez, arranco de una en The Strand.
Leaving New York´s never easy, decía el tema de R.E.M., pero mis amigos uruguayos igual se fueron lo más panchos el viernes 19 y yo otra vez me quedé solo en el depto de Harlem (ya era el Angel of Harlem del tema de U2, hablando de hitazos), de nuevo con la responsabilidad de entregarle llaves, frazadas y demás al manager, que a cambio me iba a devolver la guita del depósito. Todo eso sucedió en la mañana del sábado, y a la tarde enfilé (munido de morfi, para que no me vejaran con sus precios delirantes) hacia el aeropuerto John F. Kennedy. La aerolínea me habilitaba dos valijas de 23 kilos. Yo me compré en el supermercado más croto de Harlem la valija más crota que encontré (u$ 30) y llené hasta la mitad la mía, que se banca todo. Con eso y la mochila vacía, llegué al mostrador de la aerolínea antes de que abriera. Me mandé de keruza y pesé mis valijas. La crota pesaba 23,800. Perfecto. La otra estaba más excedida de peso que yo. Le saqué seis kilos, me los mandé a la mochila y quedó también con 23,800. La espalda se me partió en 26 pedazos, pero no pagué un mango de exceso de equipaje.
Ya en Buenos Aires, el avión llegó con demora. Era la una de la tarde del domingo 21, día de la Madre. Encima se superpuso con un vuelo que venía de San Pablo, hasta la chota de gente. Y se anunció como procedente de Santiago de Chile (donde hicimos escala), no de Nueva York. O sea que lo que menos les interesaba a los aduaneros era revisarnos las valijas. Los muchachos se querían ir a morfar con la vieja y apenas si nos pasaron las valijas por las máquinas de rayos para asegurarse de que no trajéramos misiles termonucleares desarmados o prostitutas tailandesas menores de edad. Así es como entré al país 50 kilos de libros, algo de ropa y algunos discos sin pagar un centavo más de lo que me cobraron en los distintos comercios.
Final feliz para esta saga en la que la pasé bárbaro junto a gente de primera, conocí más gente copada, me reencontré con viejos amigos a los que no veía hacía décadas, recorrí Manhattan hasta que los pies me quedaron como dos empanadas (y no precisamente de La Paceña), compré muchos comics que siempre quise conseguir y hasta me quedaron algunas horas para descansar. Encima gasté menos guita de la que suponía que iba a gastar. No se puede pedir mucho más realmente…

lunes, 26 de noviembre de 2012

26/ 11: COCA, RAMON & FERNET

Cuando uno ya creía tener el mapa definitivo, el atlas completo del Universo Bobillo, aparece este animalito y te agrega un continente nuevo, cuya exploración resulta inmensamente placentera.
Dibujada en un estilo que no se parece en nada al que vimos en las otras obras de Juan, esta es una tira 100% cómica, enrolada en ese humor costumbrista con la mira puesta en las relaciones de pareja, y a la vez con margen para descolgarse hacia situaciones y tonalidades distintas e impredecibles. El dibujo es muy raro: a simple vista parece un trazo nervioso, casi descuidado, más fruto de la urgencia que de una búsqueda estética. Cuando lo mirás en detalle, sin embargo, te das cuenta de que ESO es lo que Bobillo buscó desde el principio: una línea chunga, suelta, de lápiz sin entintar y contrastes levantados en el photoshop, a la que manipula de modo magistral para lograr una expresividad y una frescura que se combinan a la perfección con la onda de la tira. El color acompaña sin estridencias, los fondos aparecen solo cuando son imprescindibles y –como en todas las buenas tiras humorísticas- el recurso narrativo que más protagonismo adquiere es el control del tempo narrativo, obviamente puesto al servicio del efecto cómico, algo que Bobillo nunca había hecho antes y que le sale demasiado bien.
No me voy a poner a contar los chistes, porque no da. Básicamente, la tira se alimenta de la convivencia entre Coca, una odontóloga fashion, sensual y bastante manipuladora, y Ramón, un loser con menos glamour que el Tolo Gallego, que se las da de novelista, pero termina laburando de mozo. Y en el medio están Fernet ( la mascota de la pareja, un bicho que no se sabe bien si es perro o gato), un par de amigos de Ramón y no mucho más. Con esos elementos, a Bobillo le alcanza para incursionar con éxito en el terreno de la sitcom con algún toque surrealista .
Lo único que tira un poco para atrás es la forma en la que se eligió reeditar estas tiras, originalmente aparecidas en la revisa Hecho en Bs. As.. Este es un libro de 128 páginas de impecable factura, con excelentes portadas, solapas, buen papel, óptima calidad de impresión, lindo diseño, pero con un problema fundamental: hay una sóla tira por página. En 128 páginas, tenemos 125 tiras. Lo cual no es poco, para nada. Pero uno se acostumbró a los libros de tiras cómicas que traen dos o tres tiras por página y ya una sola deja gusto a poco. Por ahí hubiese estado bueno publicar cada tira un poco más chica y meter dos por página. Lo cual acarrea, a su vez, dos efectos colaterales negativos: en el formato que a mí más me gusta, el dibujo de Bobillo se luciría menos, y además habría que esperar a tener… 200 tiras para reeditarlas en un librito de 100 páginas.
Todo eso es sumamente discutible, me hago cargo. Lo único que sí me queda clarísimo es que con su paso por la tira cómica, Juan Bobillo demostró (una vez más) que su talento va mucho más allá de los géneros y las estéticas. Si sos fan de este capo absoluto con más de 15 años de ilustre trayectoria a sus espaldas, entrale de una a Coca, Ramón & Fernet. Una verdadera delicia.

viernes, 23 de noviembre de 2012

23/ 11: IBICUS

Qué pena tener poco tiempo para dedicarle a esta reseña.
Este es el tomo integral de Ibicus, un mega-broli de más de 530 páginas que contiene lo que originalmente se publicó en cuatro tomos, entre 1998 y 2001. Yo había leido sólo el primero, hace varios años y en francés. Cuando vi barato el integral, no lo dudé un segundo: esa era una historia que me interesaba leer hasta el final.
Pascal Rabaté adapta en esta historieta la novela homónima de Alexis Tolstoi, de 1926, en la que –de la mano de Simeón Nevzorof- presenciamos el estallido de la revolución que le cambia la cara al decadente Imperio Ruso en 1917. A Rabaté (y presumo que también a Tolstoi) no le interesa tanto la revolución en sí como las consecuencias que genera en la vida cotidiana de los rusos, tanto los aristócratas como los burgueses, los empleados de los ricos que formaban algo así como una clase media. Simeón viene de ese palo, pero su ambición lo hace aspirar siempre a más: no va a parar hasta hacerse millonario y va a intentar capitalizar las turbulencias socio-políticas a su favor, con desparejos resultados.
Básicamente, de eso se trata Ibicus: Simeón, a fuerza de una pasmosa falta de escrúpulos y una perspicacia muy especial, sobrevivirá a todos los sacudones de esta Rusia convulsionada, a costa de convertir a su vida en una montaña rusa con caídas tremendas a la desgracia y la miseria y acensos meteóricos hacia sitiales de obscenos privilegios. Nada le dura demasiado a Simeón, excepto la convicción de que él está para más, de que su destino es uno de riquezas y prestigio más allá de quién gobierne a su país.
A lo largo de tantas páginas, al protagonista le pasa de todo. Y tan cambiante como la suerte de Simeón son los climas que propone la novela: hay momentos de euforia, momentos sórdidos, escenas teñidas por runflas espúreas, largas secuencias en las que se impone una atmósfera de espionaje, de capa y puñal, otras que derrapan hacia el patetismo más abisal... En todas, Rabaté demuestra un criterio y una sabiduría envidiables a la hora de elegir, de privilegiar los momentos que nos va a mostrar, los tramos de la novela en los que decide hacer hincapié. A la quinta o sexta página, te olvidaste de que esto originalmente era una obra literaria: Rabaté te convence de que Ibicus es, fue y será una historieta y pela un imbatible arsenal de recursos narrativos para que te sumerjas a fondo en la historia y no quieras soltar el libro hasta haber llegado al final.
Hay un sólo “problema”, un sólo item muy discutible: el estilo gráfico (no la narrativa) de Rabaté no es demasiado original. De hecho, es un clon milimétrico del Alberto Breccia de Perramus. Rabaté debe haber estudiado a fondo esas páginas, de alguna manera “le sacó la ficha” a ese estilo del Viejo que combina manchas negras con aguadas más sutiles para lograr varias tonalidades de gris, y hasta logró reproducir el mismo grado de estilización en los personajes. No así en los fondos, a los que Rabaté conserva más cercanos al realismo fotográfico (aunque laburadísimos en esta técnica aprendida de Breccia). También aparecen algunos “mattottismos” (bienvenidos sean), pero básicamente no hay viñetas de Ibicus que no nos remitan al Perramus de Breccia. Esto significa que tenemos por delante más de 500 páginas de una calidad visual majestuosa, porque –no jodamos- lo que hizo Breccia en Perramus fue monumental. Rabaté no se queda atrás a la hora de deleitarnos con imágenes bellísimas, de enorme impacto, de gran plasticidad, gran expresividad, siempre a tono con los climas que sugiere la trama. O sea que, así como le reprocho a Rabaté haber reciclado un estilo que él no inventó, también lo ovaciono por los óptimos resultados obtenidos.
No dejes escapar a Ibicus. Se merece infinitamente todos los premios que se ganó. Posta, es una lectura fundamental, ideal además para compartir con algún fan de la literatura rusa que todavía no se haya subido al viaje de ida del Noveno Arte.

jueves, 22 de noviembre de 2012

22/ 11: LA SAGA DE NUEVA YORK (parte 10)

Y bueno, se terminó la Convención, pero no el viaje. Me quedaban por delante seis días para res-
pirar un poquito el Manhattan skyline (como decía aquel temazo de A-ha) y la verdad es que los aprovechamos a full.
Fogoneados por la inagotable agenda y base de datos de Nico Peruzzo, recorrimos la ciudad hasta reventarnos las patas. Estuvimos en el edificio que aparecía en Friends, en la calle donde los Led Zeppelin se sacaron la foto de Physical Grafitti, en el majestuoso Central Park (con escala obligada en la placa que recuerda a John Lennon, a escasos 80 metros de donde fue asesinado), en el mega-store de Apple (templo absoluto para los que tenemos a la Mac como única religión), en el negocio de “el nazi de la sopa” (otro personaje de Seinfeld al que yo no conocía), en varias disquerías, en un Toys ´R Us donde había un Superman, un Spider-Man y un tiranosaurio espectaculares (y unos Playmobil para morirse de la emoción), en el Disney Store (ahora con mucha presencia de los personajes de Marvel), caminamos por el puente de Brooklyn, pasamos por el City Hall, obviamente recorrimos de punta a punta el MOMA, fuimos a donde alguna vez funcionó el CBGB (hoy, tristemente convertido en una tienda chetísima de ropa italiana, con remeras de u$ 300 y camisas de u$ 1000), paseamos por Wall Street (que no es el corazón de la Corpo, porque la Corpo no tiene corazón!), Little Italy, el Chinatown, la famosa calle Canal (una especie de Salada bastante crota), cruzamos a Staten Island en el ferry que pasa muy cerquita de la Estatua de la Libertad... Mis amigos uruguayos fueron también al Empire State y al Museo de Historia Natural... en fin, nos movimos tanto que ya rebautizaron a varias estaciones de subte con nuestros nombres.
Y por supuesto, el más cebado (yo) arrastró al resto a las comiquerías. La que menos me gustó fue Forbidden Planet. Es la típica comiquería argentina puesta sobre una avenida. Todo muy lindo, muy cheto, super iluminado, pero demasiado boutique, con poca onda comiquera. Hasta las bolas de muñecos, DVDs, remeras, merchandising, juegos de mesa (!) y hasta disfraces (porque faltaba poquito para Halloween), había muchas novedades y del resto, poco y nada. El sector de ofertas (el único donde los precios se parecían mínimamente a los de la Convención) era bastante triste, con poco material. Yo le tenía un cariño especial al Forbidden, porque fue la primera comiquería que pisé en mi vida, allá por el ´85, cuando estaban en Greenwich Village. Esta vez, cero emoción.
Midtown Comics tiene varios locales, pero fuimos a uno solo, al más céntrico. Tiene dos pisos, de los cuales el primero no se diferencia mucho de lo que habíamos visto en el Forbidden, y el segundo por ahí sí, porque tiene gigantescas bateas de back issues, que ni me calenté en mirar. Los precios, muy por encima de los de la Con, y el sector de ofertas también, bastante pedorro. Mis amigos, que ya pensaban seriamente en internarme en una clínica de rehabilitación, se tranquilizaron al verme salir de DOS comiquerías sin gastar un mango en nada.
El des-
control llegó cuando caímos a una comi-
quería medio escondida, un sótano con pinta de cueva mugrienta, mal ilumi-
nado y con la merca mucho más despelotada: se llamaba St. Mark´s Comics, pero en realidad era el paraíso. Acá había TONELADAS de back issues a excelentes precios, colecciones completas en paquetes, muchísima merca en oferta, magazines de los ´70, graphic novels de los ´80 y un sector inmenso de TPBs con material de TODAS las editoriales (hasta españolas y francesas), incluyendo títulos descatalogados e inconseguibles. No todo estaba regalado, pero había tanta papa fina y tanto material realmente jodido de encontrar, que igual me prendí fuego. Para la próxima vez, ya sé a dónde hay que ir primero.
Y aún así, hubo en lugar donde compré muchos más comics que en St. Mark´s. No era una comiquería. Era... otra cosa. Te lo cuento en el próximo episodio, que casi seguro será el último.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

21/ 11: ALEX

Entre Mail Order Bride y Freeway, me cebé tanto con Mark Kalesniko que empecé a buscar las obras anteriores. Así caí en Alex, que tiene el atractivo extra de tener como protagonista a Alex Kalienka, el mismo de Freeway, que es una especie de alter ego de Kalesniko.
Se supone que Freeway es una continuación de Alex, pero ¿es tan así? Yo diría que no, que son dos historias alternativas. En una (Freeway), Kalienka se casa y se queda en California y en la otra, manda todo a la mierda y se vuelve a su pueblito de Canadá. También está la posibilidad de que, después de lo que sucede en Alex, decida volver a Hollywood a vivir lo que sucede en Freeway, pero lo veo poco factible. En ambos casos (y obviamente también en la vida real de Kalesniko) el pibe al que le encantaba dibujar cumple su sueño de entrar a trabajar en un enorme estudio de animación (que cambia de nombre de un libro a otro, pero claramente es Disney) y se choca con una picadora de carne que lo explota, lo maltrata y finalmente le hace perder el amor por el dibujo.
En el libro que lleva su nombre (escrito y dibujado en 1994 y recopilado recién en 2006), Alex sale de esa experiencia convertido en una especie de energúmeno inaguantable. No labura, no se divierte, no la pone. Canaliza su frustración, sus angustias y sus inseguridades a través del escabio, lo cual lo hace estallar en ampulosos berrinches, con nefastas consecuencias para sus muebles, sus botellas y sus materiales de dibujo. Tanto su paso por el secundario (bastante traumático, porque era un nerd que casi no socializaba) como su experiencia en Los Angeles lo convirtieron en un tipo tenso, nervioso, resentido y cagón. Una basura, bah. El principal problema para disfrutar de Alex (la obra) es Alex (el personaje). Decí que le gusta Depeche Mode. Si no, no tiene UNA a favor.
La historieta se trata básicamente de eso: un tipo que llegó a cumplir un sueño, se dio cuenta de que detrás del sueño había una empresa muy hija de puta que le robó las ilusiones, y se convirtió en un tipo de mierda, un inmaduro crónico, un borracho irascible como el Capitán Haddock, pero sin su carisma. Tan insufrible se hace este personaje, que la novela levanta muchísimo cada vez que aparece algún secundario. Por suerte, Kalesniko trata a estos mejor que a sí mismo. El resto, parece la obra de un tipo superado por sus demonios internos, que busca en la historieta autobiográfica la posibilidad de exorcizarlos.
Por millones de motivos (no sólo porque el Kalienka de Freeway es más creíble y está mejor trabajado), me quedo con el Kalesniko más maduro, el de su obra más reciente. En Alex se ve a un autor con un talento indiscutible, una bestia del dibujo capaz de hacer cualquier cosa, pero le falta esa frialdad en el buen sentido de la palabra; esa sensación de “tranqui, muchachos, tengo todo bajo control”. Al Kalesniko de los ´90 le gana la furia, la urgencia. Se nota mucho cuánto lo afecta todo lo que nos quiere contar. De todos modos se nota también su mano maestra para componer las viñetas, para mostrar la acción, para darle expresión a los rostros, para tirar diálogos brillantes, para meter tramas mecánicas, para darle fuerza e intensidad incluso a escenas pachorras en las que nadie mueve un dedo. Evidentemente, estamos ante un genio de la narrativa gráfica, con méritos más que suficientes como para tener el mismo reconocimiento que otros autores de su generación, tipo Daniel Clowes o Peter Bagge.
Si leés Alex antes que Freeway, no te dejes vencer por este personaje patético y repulsivo. Seguí adelante, que en Freeway te espera un Alex Kalienka más copado. Si ya leíste Freeway (o Mail Order Bride), esto está buenísimo, aunque el argumento tiene bastante menos power que los de esas dos joyas, porque Alex se conforma con regodearse en las miserias de un “joven a la deriva” y las otras no. En ambos casos, preparate para sumergirte en el mundo (por momentos bastante perturbador) de un creador superdotado para el dibujo, que se lanzó con honestidad brutal al terreno de la historieta confesional en una época en la que esta no estaba de moda.

martes, 20 de noviembre de 2012

20/ 11: LA ISLA NEGRA

Tintín es un fenómeno. Sin visa, sin pasaporte, sin 18 años cumplidos, sin siquiera un apellido, cruza como Pancho por su casa de un país a otro, incluso portando armas de fuego. No tiene ningún drama: habla y entiende todos los idiomas y si la cosa se complica, pela dinero en efectivo de todos los países. Además sabe manejar autos, lanchas, motos y aviones, algo ideal para un adicto a las travesías. Con estos superpoderes, más su astucia, su coraje y un perrito tan superdotado como él, Tintín se va a enfrentar él solito a una banda de falsificadores de billetes y –obviamente- les va a ganar. No va ser fácil: primero va a tener que sobrevivir a varios disparos (por suerte, todos los malos tienen pésima puntería), varios garrotazos, un incendio, un choque a bordo de una casa rodante, la caída de una avioneta y un par de rounds contra un gorila salvaje. Nada que cualquier pibe de 16 años no haga día por medio...
Apoyado en ese mullido colchón de premisas inverosímiles, La Isla Negra es un álbum entretenido, ágil, mucho más sólido que el anterior (La Oreja Rota). La versión original fue realizada entre 1937 y 1938 y era más extensa. Años más tarde, Hergé la redujo a 62 páginas y finalmente (ya en los ´60) la redibujó por completo, con la excusa de corregirle algunos errores detectados por su editor británico. Eso explica que La Isla esté tanto mejor dibujada que La Oreja, cuyo dibujo nos remite más al Hergé antiguo que al moderno. No es que las diferencias entre uno y otro sean abismales, pero se perciben. Y a mí me gusta más cómo dibuja el Hergé moderno, el que vuelve con todo en los años ´50.
Leído con mentalidad de chico de 9 ó 10 años, La Isla Negra debe ser un álbum muy flashero. Hay muchísima acción, a Tintín le pasa de todo, lo capturan y lo cagan a palos veinte veces, hay muchos chistes (Hernández y Fernández se esmeran, pero los más hilarantes los genera Milú) y aún así, todo el tiempo el clima es tenso, dramático, un thriller al límite. Por supuesto, uno no tiene 10 años y por eso se sobresalta y/o indigna con las inconsistencias del guión, con las formas ridículas en las que los buenos zafan de uno y mil peligros jodidísimos y sobre todo con el capricho de Hergé por no explicar cómo carajo Tintín logra hacer todo eso que un pibe común y corriente no puede hacer jamás... por lo menos en el marco de una historieta que –aunque el dibujo nos sugiera otra cosa- tiene altas pretensiones de realismo.
Esa es –me parece- la principal contradicción de Hergé. Vos ves la historieta y se nota cómo hace gala de una documentación increíblemente precisa: los uniformes de los canas y los milicos son exactos, el tren que va de Bruselas a Londres ES el tren que va de Bruselas a Londres, los barcos, los autos, hasta ese precario televisor, todo está perfectamente tomado de la realidad. Ahí, el margen para el chamuyo es cero. ¿Entonces? ¿No te hace ruido que Tintín viaje sin documentos (ni adultos), con un perro, a veces con armas, que hable todos los idiomas y tenga efectivo de todos los países? Ponele que esté re-entrenado para deshacer nudos, destrabar candados, sobrevivir a caídas, esquivar balazos y luchar con y sin armas. Pero ¿y lo otro? ¿Cómo lo explicamos? Ponele que pasa por las aduanas y las fronteras coimeando gendarmes. ¿Y la guita? ¿Quién lo financia? El gobierno de Bélgica, seguro que no. De hecho en un momento, los policías belgas (Hernández y Fernández) lo intentan arrestar. ¿Cómo puede operar con tanta autonomía un pibe solo, sin banca ni “licencia para matar” emitida por nadie? Ahí, maestro, es donde todo el realismo que propone Hergé se cae a pedazos.
Si esto no te calienta, o te parece un detalle menor, acá tenés una muy linda aventura de Tintín, clásica hasta la médula, repleta de peripecias emocionantes y dibujada obscenamente bien. No es poco.

lunes, 19 de noviembre de 2012

19/ 11: LA SAGA DE NUEVA YORK (parte 9)

Es sábado a la noche y a todos los que le rendimos culto a la joda nocturna nos empieza a picar un poquito el culo. ¿A dónde vamos? Nacho Alcuri y el quinto integrante del cuarteto (Gerónimo “Caterpillar” Oyenard) aclararon desde temprano que ellos se iban al mazo. Quedábamos tres. La opción con más consenso terminó por ser la que me habilitó Edu Di Costa: una fiesta en un pub del centro organizada por las Geek Chicks, un club de chicas comiqueras. Y hacia allá fuimos con Nico Peruzzo y Matías Bergara.
En la puerta casi nos rebotan: había que comprar la entrada por internet, cosa que no estaba muy claro cuando uno entraba a la página. Por suerte, una de las organizadoras (una gordita con buena onda) aceptó cobrarnos de keruza en la puerta y dejarnos pasar. La fiesta no era gran cosa. La música era más bien chota y la gente no pasaba de charlar y escabiar. La mitad de las minas eran tan fuleras que podrían ser villanos de Dick Tracy. La otra mitad (las que entraban –algunas con lo justo- a la categoría de “le doy”) sólo hablaban entre ellas y ni miraban a las mesas contiguas. La única que nos sonreía era la moza porque, claro, nos quería vender tragos. La gordita de la entrada y un par de Geek Chicks más pasaron por las mesas a regalarnos comics (por supuesto a los tres nos tocaron abominaciones infumables) y no mucho más. Ah, sí! Nos regalaron vasos comiqueros: podías elegir entre Flash, Green Lantern, Wonder Woman, Iron Man y Captain America, que es el que tengo acá, lleno de Levité.
A un horario más que razonable, estábamos de vuelta apolillando en Harlem, en la previa al último día de la NYCC, el más corto, ya que cerraba a las 17 hs. Hacia allá fuimos, los cuatro charrúas y yo, a encontrarnos con... un kilombo de gente infernal. La verdad, ya ni me daba para hacer la cola y entrar a las charlas. Las horas pasaron boludeando por el Artist Alley y finalmente llegó el momento de la Devastación Final. Como en las clásicas San Diego de los ´90, en la NYCC los puesteros se bajan bien los lienzos el último día para no llevarse la merca de vuelta a sus ciudades. Y eso había que aprovecharlo.
Para que te des una idea, había un demente que vendía los Archives de DC a u$ 20, o a seis por u$ 100. El domingo pasó de asesino serial a genocida: los puso todos a u$ 10. El mismo salvaje vendía Essentials y Showcases a u$ 6. Los que vendían muñecos, que ya estaban MUY baratos, los bajaron un 50%. Con u$ 5 te llevabas papa fina de DC Universe y con u$ 10, tres coñemus de Star Wars. Hasta el domingo, costaba encontrar remeras baratas. Finalmente, con Nacho llegamos a un puesto en el que además de remeras baratas había muñecos, mochilas y unas camperas alucinantes. Atendía una mina disfrazada de Gatúbela, que cuando nos oyó hablar en castellano empezó a coquetear con nosotros en un sugestivo acento centroamericano: que “lindo”, que “bonito”, que “la vida e´una sola y hay que vivila”... Por supuesto le compramos varias remeras. Por si faltara algo, mientras nos cobraba nos azotaba con la cola de su disfraz. Una grossa total.
Y como broche de oro, formamos Asociación Ilícita con un flaco argentino al que no conocíamos (después resultó ser lector de este blog) y nos mandamos contra uno de los que tenía TPBs a mitad de tapa. Entre los tres, levantamos una machaca tan contundente, que el puestero accedió a cobrarnos aún menos del 50% por una merca espectacular. El llanto de “Soy de Argentina, allá no se consigue una mierda, encima las aerolíneas nos garchan con el exceso de equipaje y las aduanas con los impuestos...”, no falla jamás.
Y bueno, pasamos por el stand de DC a despedirnos del maestro Will Dennis, me saqué la foto con Geoff Johns para terminar con el mito de que somos idénticos (él está más flaco y oculta la calvicie con la gorrita) y nos volvimos en malón para el depto, a tratar de ordenar –al estilo Tetris- las toneladas de material que nos compramos.
-Mirá lo que te compraste, cebado de mierda! ¿Ya está? ¿Ya es suficiente? –Nunca. Mañana vamos a las comiquerías!
Después te cuento con qué nos encontramos...

domingo, 18 de noviembre de 2012

18/ 11: NORTHLANDERS Vol.6

Otra serie de Vertigo a la que ya extraño, aunque todavía me falta leer el último tomo. Es muy grosso que se hayan publicado 50 episodios de algo así, de una serie con una consigna tan poco convencional. Y sin embargo, uno putea, porque quería más.
Este tomo incluye una saguita de tres episodios y dos unitarios. La saga está ambientada en el catastrófico sitio a París, una bravuconada de los nórdicos que les salió bastante mal, allá por el año 885 de nuestra era. Lo mejor que tiene la historieta es cómo Brian Wood se esfuerza para convertir este hecho histórico no en una epopeya, no en la lucha definitiva entre el Bien y el Mal, sino en un drama humano, en el que ves, palpás, sentís y hasta olés lo que les pasa a los pobres tipos que estaban ahí, comiéndose el garrón de sus vidas. Wood se apoya mucho en un personaje protagónico, Mads, al que trabaja en profundidad, como si en torno suyo fueran a girar no 60 páginas, sino los 50 episodios de Northlanders. Enseguida logra su cometido: que los lectores nos identifiquemos con Mads y suframos con él los sinsabores de una guerra tan repleta de crueldades como de frustraciones.
En el primero de los dos unitarios, Wood recupera una fórmula que ya le vimos en otros episodios: explicar, desarrollar, describir alguna de las costumbres de los vikingos mediante una historia en la que el conflicto no es lo más importante. Esta vez nos metemos a full con la cacería de ciervos durante el gélido invierno en las planicies de Suecia. ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar este cazador (que representa a muchos otros) para matar a su presa y llevarle comida a su familia? La respuesta es angustiante, tensa, y Wood la corona con una pincelada de maligna ironía en la anteúltima página. Por ahí no hacían falta 20 páginas para contarnos esto, pero sin dudas funciona.
Y el unitario que cierra el tomo (y a la vez le da título: “Thor´s Daughter”) es decididamente menor. En vez de tomar un conflicto chiquito y estirarlo para que se banque 20 páginas, Wood plantea un conflicto ambicioso, que daba para una saga de cuatro o cinco episodios, lo esboza bien, y cuando la cosa agarra un cierto rumbo, se termina. No, no es el prólogo a una saga que arranca en el próximo tomo. Es eso solo, esas 20 paginitas. Y así es como la historia no cierra, a pesar de que la situación que la dispara y el personaje central resultaban –a priori- muy atractivos.
Al abocarnos a la faz gráfica del tomo, nos encontramos con el Simposio Anual de Dibujantes Desconocidos. Se ve que Wood se había gastado todos los cartuchos en el tomo de DMZ que vimos el otro día, porque acá no engancha a un dibujante grosso ni por equivocación. De atrás para adelante, la dibujante de “Thor´s Daughter es Marian Churchland, a quien habíamos visto en el tomo final de Madame Xanadu. Y de nuevo, llama la atención su apego al estilo de Charles Vess, aunque clava lejos de los standards de calidad del maestro. Acá le sientan muy, muy bien los colores de Dave McCaig, que entiende para dónde quiere ir Churchland. De todos modos, le falta bastante.
El unitario de la cacería del ciervo lo dibuja Matthew Woodson, un Juan Carlos Flicker del montón, que busca (y no encuentra demasiado) por el lado de Francesco Francavilla. Y el dibujante ignoto más interesante es Simon Gane, el que dibuja la saga más extensa. Sin ser excelente ni mucho menos, Gane despliega un estilo muy original, con cositas de Hermann, de Hugo Pratt y hasta de Philip Bond y Jamie Hewlett. Es una mezcla rarísima, por momentos bastante efectiva, apoyada en una narrativa muy sólida. Dudo que alguna vez Gane sea elevado al status de genio, pero sin dudas se agradece la voluntad de escaparle al “más de lo mismo”.
Desde un período histórico y una geografía que nos quedan demasiado lejos, Brian Wood sigue pelando historias fuertes, atractivas, creíbles, llenas de data que uno no maneja y que fluye sin aburrir por las páginas de una serie siempre cambiante, siempre sorprendente. Si sos lector de larga data de la historieta argentina, seguro consumiste mucha aventura de vikingos en Skorpio y en las revistas de Columba. Olvidate: al lado de Northlanders, todo eso es un chiste (malo) de Olaf el Vikingo.

sábado, 17 de noviembre de 2012

17/ 11: EL PREVIEWS DE ENERO

Este es el Previews más mentiroso del universo. Mirás en Amazon las fechas posta en las que van a salir los libros y el 80% está programado para Febrero o Marzo. Pero bueno, es lo que hay. Aprovechemos estos últimos repasos por el Previews, que en 2013 no los vamos a tener más.
Marvel pica en punta con dos libros atractivos. Uno es el recopilatorio en un sólo tomo de todo Thor: The Mighty Avenger, la serie del genio neozelandés Roger Langridge y el cada vez más grosso Chris Samnee. Es un masacote de 216 páginas y me lo cobran u$ 24.99. No está mal.
El otro es un poquito más ladri: 160 páginas a u$ 19.99. Pero bueno, es la última saga de Deadpool MAX de los ídolos David Lapham y Kyle Baker, y a eso no se le puede decir que no.
Image recopila en un librazo de 288 páginas los dos últimos trabajos del fundamental Paul Pope, ambos serializados en la antología Dark Horse Comics Presents: One Trick Rip-Off y Deepcuts. Pero me las sacan en un hardcover de u$ 29.99 y yo lo quiero pagar más barato. Cuando salga el softco, me lo pido de una.
Dark Horse ofrece el primer TPB de The Massive, la nueva serie de Brian Wood y Kristian Donaldson, y yo entro como un caballo. Son 176 páginas y vale u$ 19.99.
BOOM! también tiene nuevo libro de Roger Langridge, el tercer tomo de Snarked. Todavía no leí el primero, pero igual pongo u$ 14.99 por otras 112 páginas de esta serie.
Fantagraphics edita en softcover un librazo: Messages in a Bottle, un recopilatorio de historietas del oscuro pero seminal Bernie Krigstein, uno de los autores clave de la década del ´50. El broli no es barato (u$ 35 de tapa, bastante menos en Amazon) y trae 272 páginas que necesito con urgencia. El problema es que lo edita Fantagraphics, a esta altura un egresado con excelentes notas de la Academia Deux de Incumplimiento de Fechas.
Y la Gran Fantagraphics este mes la hace NBM: salen con The Initiates, un gran trabajo de Etienne Davodeau (en España se publicó como “Los Ignorantes”), y por publicarlo en hardco me quieren cobrar u$ 29.99 por 272 páginas. No es un disparate, pero yo lo quiero más barato y en softcover.
Cierro con DC, que tiene un libro imprescindible, al que espero hace meses: el recopilatorio de la maxi-serie de The Shade a cargo de James Robinson y un montón de dibujantes grossos (Darwyn Cooke, Jill Thompson, Javier Pulido, Gene Ha y Frazer Irving, entre otros). Son 280 páginas por sólo u$ 19.99, así que ni se duda.
De Vertigo, mejor ni hablar. Es lastimoso lo que están haciendo con este sello. En el último Previews debe tener... cuatro revistas y dos libros.
En total quedó un pedido casi tranqui, que gracias a los generosos descuentos de Amazon, y al hecho de que los libros saldrán muy repartidos entre Enero, Febrero y Marzo, se podrá costear sin mayores sacrificios. Bien ahí.

viernes, 16 de noviembre de 2012

16/ 11: LA SAGA DE NUEVA YORK (parte 8)

Ante todo, debo decir que el departamento de Harlem era chico. Mis tres amigos uruguayos y yo entrábamos con lo justo, y cada día más con lo justo, porque entre las torres de TPBs que comprábamos Nacho y yo y el hardware que se compraban ellos tres, la cosa estaba casi al límite. Aún así, el mismo viernes me desayuno con la noticia de que, entre esa noche y la del domingo, íbamos a tener un nuevo inquilino.
-¿Dónde se va a meter? –Donde pueda.
Finalmente, cuando ya estábamos acostados (olvidate de salir de joda, estábamos muy cansados y en The Pyramid los viernes hay fiestas gays) llega el nuevo roommate. Se trataba de Gerónimo Oyenard, un muchacho uruguayo emigrado años atrás a EEUU, que vive en Virginia (creo) y toca el violín en una prestigiosa orquesta. Pero claro, también es comiquero, y no se quería perder la Convención. Bajo el nombre de Hank Scorpio, Gerónimo colabora también el blog Multiverseros, y así fue como Nacho Alcuri, la estrella de dicho blog, le dio nuestra dirección y le dijo “venite, que en algún lado te ubicamos”. Uruguayo, comiquero y violinista parece una paráfrasis de “uruguayo, verdulero y mentalista”, gran frase de un tema de Zambayonny. O un personaje de Gustavo Sala: “Una aventura de Gerónimo Oyenard, el violinista comiquero”. Lo cierto es que sin hacer kilombo, el quinto pasajero peló una bolsa de dormir, la ubicó cerquita de la heladera, dejó a un costadito los brolis y muñecos que se había comprado en la Convención (donde obviamente no lo habíamos visto) y se durmió. La bolsa de dormir era verde clarito, como las larvas de los insectos, así que rápidamente fue apodado “Caterpillar”. Su crónica de la NYCC puede leerse en este link: http://www.multiverseros.com/misc/:nycc-la-mirada-de-hank-scorpio.html
El sábado temprano, los cinco enfilamos rumbo al Javits Center, donde una vez más nos esperaban una multitud enardecida, los stands repletos de ofertas inverosímiles, los autores que dibujaban o boludeaban en el Artist Alley y una generosa programación de charlas. Ese día pasé a saludar por un panel de Marvel, estuve un rato en el panel de los 10 años de Fables (con el maestro Bill Willingham a la cabeza) y me quedé un rato largo en una charla de Garth Ennis. La cola para entrar a la charla de Stan Lee era más desalentadora que ser hincha de Unión y ver la tabla de los promedios. Y había mucho más, claro. Imposible ver todo.
Lo más notable del finde probablemente haya sido el alud de disfrazados. Uno, acostumbrado al cosplay berreta con personajes pedorros de animé y videojuegos que jamás consumí ni consumiré, se sorprendió gratamente al ver disfraces de excelente calidad y, sobre todo, muy variados: había zombies, jedis, trekkies, elfos, vampiros, personajes de manga y animé, mucho Dr. Who, mucho Adventure Time y –por supuesto—muchísimos superhéroes y supervillanos de toda índole. Nacho Alcuri armó una maravillosa galería de fotos que puede verse en http://www.multiverseros.com/misc/:nycc-galeria-de-disfraces.html
La onda de los disfrazados era esa: invadir los pasillos, pasear y sacarse fotos con los fans que se copaban con sus disfraces. No iban a las charlas, no compraban una chota, no le pedían firmas a los autores. Ni siquiera sé si competían por algún premio. La hermosa Kitty Pryde que aparece en la foto conmigo (y Lockheed) se paseaba de la mano de un chongo disfrazado de Gambit, que con no muy buena cara aceptó la consigna de “correte, man, que la foto es con Kitty, no con vos”.
Y hablando de cosplay, un verdadero especialista en el tema, mi amigo Edu di Costa, estaba en la NYCC, sacando fotos y comprando boludeces. Como buen erudito en materia de Joda Nocturna, me habilitó la info de una fiesta comiquera que se hacía el sábado a la noche en un pub del centro. -¿Vamos? –Sí, pero bancame, que te lo cuento otro día.

jueves, 15 de noviembre de 2012

15/ 11: NIJIGAHARA HOLOGRAPH

Me lo debía a mí mismo. Allá por los albores del blog me enteré de que esta obra de 2006 tenía edición en castellano y finalmente hace unos meses la encontré a un precio razonable y la capturé. Es muy loco, porque estoy leyendo a Inio Asano de atrás para adelante. En 2009 leí Solanin, en 2010 la obra inmediatamente anterior (What a Wonderful Life, comentada por acá) y ahora Nijigahara Holograph, que es de 2006. Pero bueno, es lo que hay. Cuando vea una obra posterior a Solanin, obviamente me tiro de cabeza.
Nijigahara Holograph es un manga terrible, pensado para desafiar permanentemente al lector. En principio, porque hay que prestarle mucha más atención que al manga promedio. La acción transcurre en dos tiempos, con secuencias entrelazadas de modo magistral: algunas nos muestran a los protagonistas cuando tienen 11 años, otras cuando tienen 21. O sea que sí, estamos otra vez frente a una incursión de Asano por el sub-género de “Jóvenes a la Deriva”, en el que tanta chapa cosechó. Los personajes cambian bastante de una época a otra, pero uno los identifica sin mayor dificultad, porque el tono del relato, si bien es complejo, no es críptico. Y además Asano siempre se las ingenia para que los personajes se vean bien distintos los unos de los otros.
La trama es una acumulación de situaciones tremendas, un viaje hacia atrás, una incursión por los espinosos campos de la memoria, signada por dolores, angustias, traiciones y transgresiones. Entre lo que los personajes realmente viven y lo que alucinan en sus mentes, tenemos asesinatos, mutilaciones, violaciones, incesto, suicidios, secretos mal guardados, oportunidades desaprovechadas, amores no correspondidos... Todo esto repartido entre presente y pasado, e hilvanado por un leiv motif, la invasión de mariposas, que contrasta con su vuelo poético a un clima que de tan sórdido se hace agobiante.
Asano prueba de todo y todo le sale bien. Sus bloques de texto contribuyen al clima extraño, crepuscular, al límite entre realidad y sueño (o alucinación o pura y simple mentira). Pero tal vez el recurso que mejor emplea es el corte de cada secuencia. Estas terminan siempre en el momento justo, cuando ya no hace falta decir ni mostrar nada más, o cuando –a los efectos dramáticos del guión- conviene que el lector no acopie más datos acerca de lo que está pasando entre los personajes. El resultado es una obra jodida, por momentos perturbadora, en la que el autor nos va llevando como a boludos, como a nenes con los ojos vendados, por un oscuro laberinto de pasiones, secretos, misterios y sueños hechos mierda contra el pavimento.
En la faz gráfica, Asano está inspiradísimo. Ya trabajaba muy bien las tramas mecánicas y las referencias fotográficas, ya sorprendía en la elección de los planos, ya coqueteaba con sus hoy características viñetas horizontales (widescreen) en las que las manos y los pies de los personajes suelen ser los protagonistas, ya humillaba a sus colegas de mucha más trayectoria con su talento para darle expresiones creíbles y emotivas a los rostros. Esto no parece para nada una obra de un borrego de veintipocos, y sin embargo, lo es.
Nijigahara Holograph es realmente increíble, en muchos aspectos. No es para cualquiera, hay que bancarse que el autor te sumerja en una onda tortuosa, en conflictos muy heavies, y que te tire un mensaje de desazón, en el que no rescatás ni cinco centavos de esperanza. Olvidate del Asano que bajaba línea a favor de los sueños, de la libertad, de los ideales. Acá nos encontramos con un Asano que dibuja igual de bien que en sus otras obras, pero que hace flamear las banderas del bajón, del desconsuelo, de las heridas que no cicatrizan jamás. En este manga descubrimos que de las podredumbres más abyectas de los pibes, los jóvenes y la sociedad en la que viven, Asano también obtiene materia prima para crear historias maravillosas. Y eso es parte de lo que lo hace tan genial.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

14/ 11: DMZ Vol.10

Ufff! 40 días sin leer comics de Vertigo! Poco menos que una condena!
Este tomo engancha con la saga de Nueva York. De hecho, ahora que estoy más canchero con la geografía de la islita, me animo a leer DMZ como un comic protagonizado no por el nabo de Matty Roth, sino por la propia Manhattan. Y de pronto, cosas que antes no cerraban empiezan a cerrar. Esta serie es un canto de amor de Brian Wood a su ciudad y su gente. La guerra, los horrores, el dolor, las roscas políticas, son el condimento, o el engaña-pichanga, si querés. La gracia, la verdadera motivación del autor, me parece que pasa por el lado de homenajear, de ensalzar a Manhattan.
Por supuesto, eso se puede hacer bien o mal, y el guionista lo hace MUY bien, porque ese entramado que gira en torno a la nueva Guerra Civil que enfrenta a los yankis entre sí, está brillantemente aprovechado. Digo, además de ser un concepto sumamente original. En este tomo, Wood nos ofrece cinco historias unitarias que transcurren en un mismo día, el día en que el gobierno de los EEUU decide ponerle fin a la guerra con un mega-bombardeo que acabe de una vez y para siempre con todas las céulas armadas que resisten en la islita. Y con la gente que ande por ahí, total, son “daño colateral”, perfectamente aceptable para los garcas que le dan cero valor a la vida humana.
El primer episodio tiene a Zee en un rol secundario pero importante. Es una historia dura, heavy, de difícil digestión. El dibujo de Andrea Mutti no me convenció para nada. Hubiese preferido a un dibujante más expresivo, que laburara mejor los rasgos faciales, que son cruciales en esta historia de resistencia, solidaridad y huevos.
La segunda historia es un exquisito final para un personaje increíble como es el Señor Wilson, el capo de Chinatown. Acá también hay aguante y huevos a granel, pero también runfla, especulación y cálculo finito. El dibujo de Nathan Fox es excelente, como siempre con guiños a Paul Pope y gran simbiosis con los colores de Jeromy Cox.
La tercera es una obra maestra. La podés sacar del contexto de DMZ y publicarla en cualquier lado. Seguro va a cosechar ovaciones, sea donde sea. La protagonista es Amina, un personaje que llevaba varios tomos desenganchado de las tramas centrales. El dibujo de Cliff Chiang sintoniza perfecto con el dramatismo de un guión electrizante.
Para la cuarta historia, Wood retoma a uno de los personajes secundarios más queridos por la hinchada, Decade Later, el genio del graffiti. La cantidad de cosas tremendas que le pasan al dibujante en estas 22 páginas te conmueven aunque tengas un témpano en el corazón. Los dibujos del ídolo croata Danijel Zezelj elevan esta maravilla al rango de joya absoluta.
Y para el final, entra en escena el único dibujante al que me imagino dibujando DMZ de manera regular, al que yo pondría de titular el día que se vaya Riccardo Burchielli (ausente en este tomo, pero inmortal en el corazón de su pueblo): el maestro David Lapham se brinda entero y jerarquiza con su pincel la única historia en la que aparece Matty Roth. No tiene el recontra-guión, pero bueno, funciona correctamente como epílogo a todo lo grosso que sucedió en los espisodios anteriores. Y además está bien mostrar algo tan trascendental como “el bombardeo definitivo a Manhattan” desde la óptica del personaje central de la serie.
Una vez más, un tomo de DMZ termina en tragedia, en una estocada letal al alma de los lectores. Y una vez más, el final marca un cambio de rumbo, pone en evidencia que sólo se puede seguir por un camino nuevo, inexplorado y –sobre todo- impredecible. ¿Qué le depara el futuro a los sufridos sobrevivientes? Habrá que leer los dos tomos que faltan para enterarse. Ya los tengo ahí, pidiendo pista. La otra intriga es cuánto aguantaré para entrarles...

martes, 13 de noviembre de 2012

13/ 11: LA SAGA DE NUEVA YORK (parte 7)

Arranca el segundo día de la Con-
vención, el viernes 12 de Octubre, y después de habernos ido de juerga con Will Dennis, dormimos unas horas, nos levantamos, enfilamos para el centro y ¿a quién nos encontramos saliendo del mismo subte que nosotros? Al mismísimo Will Dennis! En una ciudad de millones de habitantes, justo nos cruzamos con quien el día anterior había sido nuestro anfitrión tanto en las oficinas de DC como en la joda nocturna. Increíble pero real.
Tras una escala en la que mis amigos uruguayos compraron más computadoras, cámaras fotográficas y demás tecno-chiches (ya tenían hardware como para equipar la Baticueva), nos mandamos al Javits Center, que nos recibió con una novedad respecto del jueves: la concurrencia de público se había multiplicado hasta el infinito y más allá. Olvidate de esos pabellones apenas poblados del día anterior. A partir del viernes y hasta el domingo inclusive, cada stand, cada pasillo, cada sala, cada espacio gastronómico y hasta los baños del centro de convenciones explotaban de gente. Todo era un gigantesco subte D a las seis de la tarde, pero con menos minitas, claro. Las colas para los autógrafos, para las charlas, para todo se hicieron infinitas cuando esta horda (integrada en buena medida por disfrazados) se apropió de la NYCC.
La programación mejoró ostensiblemente, así que estuvimos un rato en la charla de Grant Morrison (en una especie de mega-sala, llena hasta la chota) y casi sobre el cierre en la de Walt Simonson, que por suerte no estaba tan abarrotada. Pero hubo decenas de charlas por las que desfilaron muchísimos autores grossos.
La otra opción para estar un poquito menos apretujados fue el Artist Alley. Yo el jueves no lo encontré, pero el viernes (gracias a las instrucciones de mi amigos) logré llegar y descubrir un ámbito mucho más distendido, en el que los autores estaban más a gusto, más propensos a charlar un ratito. Ojo, también había colas importantes para acercarse a capos como Mike Mignola o George Pérez. Pero nada opacaba la grossitud de tener a tantos monstruos bajo un mismo techo. Ahí estaban (de a ratos) Simonson, Bill Sienkiewicz, José Luis García López, Chris Claremont, Mark Waid, Juanjo Guarnido, Dave Lloyd (inseparable de su botella de vino, tanto que su obra más famosa ahora es “V de Vinito”), Phil Jiménez, Ivan Reis, Rafael Albuquerque, Eddy Barrows, la tropa argenta integrada por Ariel Olivetti, Eduardo Risso, Leandro Fernández y Darío Brizuela, Ben Templesmith, David Mack, Joe Staton, Cliff Chiang, Coleen Doran, Erik Larsen, Giuseppe Camuncoli, Fiona Staples, Rick Remender, Steve McNiven, Riccardo Burchielli, Sean Murphy, Peter Kuper, alguien que reemplazaba a Tim Sale (que no pudo asistir), Amy Reeder Hadley, Mark Bagley, Olivier Coipel, Peter David y hasta la gloriosa viejita Ramona Fradon, con sus hermosos 86 años y el talento intacto.
Cada tanto bajaban a saludar a los amigos autores que no tenían mesa en el Alley, como Joe Kelly, Francis Manapul, Brian Wood, Teddy Kristiansen o Paul Levitz. O sea que ese espacio increíble (incluso por su horizontalidad, porque al lado de un dios como Sienkiewicz por ahí estaba sentado un verdulero irreivindicable) se convirtió en terreno fértil para el diálogo, los saludos y el “¿me hacés un dibujito?”. Ahí me enteré, por ejemplo, que Jonathan Hickman es hincha de River. O que el reverendo Dave Johnson se volvió de Rosario con unos 1000 dólares... en moneda argentina! Encima el salame no sabía que Risso iba a Nueva York y no pudo arreglar con él para que se los cambiara! En fin, si la Convención hubiese sido sólo el Artist Alley, también habría sido espectacular (aunque no me habría podido comprar los kilos y kilos de TPBs a u$ 5 que tan feliz me hicieron).
El viernes el Javits cerraba a las 7 de la tarde y esta vez sí, emprendimos el regreso a Harlem los cuatro juntos. En algún momento del viaje, uno de los uruguayos (creo que Nacho Alcuri) me dice “Che (o más probablemente, “bo”), te tenemos que decir algo importante”. -¿Qué pasó? –Nada, esta noche en el depto vamos a ser cinco... –Nah, me estás jodiendo... –No, en serio. Se sumó uno más hasta el domingo a la noche.
Imaginate mi cara y aguantame un par de días, que retomamos pronto.

lunes, 12 de noviembre de 2012

12/ 11: HELLBOY: THE STORM AND THE FURY

Hubo un leve cambio de planes: la mega-epopeya con la que Mike Mignola y Duncan Fegredo se propusieron revolucionara Hellboy allá por 2007, se pensó para cuatro tomos y finalmente fueron tres. Lo malo: menos páginas dibujadas por este Fegredo mignolizado e insuperable, que deja la vida en cada viñeta. Lo bueno: ya no hace falta seguir esperando para saber cómo termina esta saga absolutamente fundamental.
Los primeros tres episodios (de seis) se podrían haber contado tranquilamente en 30 páginas. Acá, Mignola aprovecha el espacio que le sobra para recapitular bastante de lo sucedido en los tomos anteriores, para avanzar lentamente algunos sub-plots, para desarrollar un poquito más a un personaje riquísimo (Alice) y –por supuesto- para meter a personajes y lectores en el clima que requiere esta saga. El clima es ese de “un mundo fascinante, de salvaje belleza e infinitas posibilidades, que está a punto de irse a la mierda, pero muy, muy mal”. Algo así como lo que sentís cuando estás en un boliche repleto de minas espectaculares y el DJ pone un tema de Ricky Martin o Chayanne. Efectivamente, se viene el apocalipsis.
Y la verdad es que desde que empezó Hellboy que las profecías del apocalipsis se vienen acumulando como las copas en las vitrinas del Barça. La diferencia es que, esta vez, es todo posta. La segunda mitad de The Storm and the Fury es el verdadero final, el combate definitivo contra… no te lo puedo decir, pero es muy grosso. El sitio elegido para la batalla final es Inglaterra, la machaca desafía todos los límites de la machaca y el resultado es… desolador. Si venís leyendo las noticias, o el Previews, sabés que la próxima saga de Hellboy es en el Infierno. Creeme, te va a gustar mucho saber cómo llega hasta ahí el querido Anung Un Rama. Vas a sufrir, no lo vas a poder creer, te vas a emocionar al ver cómo el bicho de la mano indestructible aguanta hasta el final, y el final, cruel y perverso como Rodríguez Larreta, te va a cerrar a full.
A esta altura, ya es bastante obvio que Mignola se convirtió en un excelente guionista: su plan a largo plazo, su desarrollo de los conflictos y los personajes, los diálogos, los bloques de texto y hasta las secuencias mudas nos hablan de un autor que aprendió a ponerle magia y poesía al festival de los monstruos que se cagan a trompadas. ¿Por qué no es más reconocido en este aspecto? Quizás porque eligió como compañeros de aventuras a unos dibujantes tan bestialmente grossos que logran eclipsarlo. Con Fegredo pasa eso. El dibujo es tan, pero tan bueno, que los bloques de texto parecen molestar, ocupar centímetros en los que uno quiere ver más dibujitos de Fegredo. Los logros del dibujante inglés son demasiados, aunque tal vez el más notable sea cómo logró ensamblar su estilo con el del creador de la serie. Incluso la puesta en página, los enfoques, la composición de las viñetas nos recuerda en el acto a las de Mignola. Y cuando ves las páginas de cerca, aparece Fegredo, con sus detallitos sutiles, con la expresividad de los rostros (sobre todo femeninos) que Mignola no podría lograr. El combo , ese estilo en el que se mezclan los dos maestros, y al que tan bien entiende, complementa y realza el glorioso Dave Stewart con su paleta, se termina al final de este libro pero se queda a vivir para siempre en mis retinas y -me parece- en el corazón de todos los que amamos a Hellboy.
Se termina una saga que amenazaba con cambiar a Hellboy para siempre y cumplió con creces. Ahora se vienen los festejos de los 20 años del personaje y una nueva dirección, bajo las manos de un Mignola que se reconcilió con el tablero de dibujo. Gloria eterna a esta serie, un ejemplo de coherencia, creatividad y huevos para bancar un proyecto personal que al principio podía parecer medio ladri y hoy es un emblema del comic norteamericano actual.

domingo, 11 de noviembre de 2012

11/ 11: ELMER

Hoy nos vamos a Filipinas, un país donde, desde hace más de 40 años “la fácil” para los autores resulta ser insertarse en el mercado de EEUU a dibujar o a entintar, y resignarse a no crear ideas ni conceptos propios. De hecho, el autor de esta novela gráfica, Gerardo “Gerry” Alanguilan, ya era bastante famoso por sus trabajos como entintador en infinitos comics (casi todos bastante chotos) de Top Cow, Marvel y DC. Pero cada tanto, a Alanguilan le picaba el bichito de la dignidad, de la creatividad, de querer generar, además de un billete, algo así como una obra propia. El entintador convertido en autor batalló contra viento y marea y finalmente vio la luz este proyecto, que no tiene nada que ver con nada.
En un punto, Elmer se parece a Maus: el hijo de un tipo que las pasó muy heavies por culpa de la discriminación y la intolerancia revive la vida de su padre y la convierte en una exitosa obra de ficción. Y no es “un tipo”, es un animal con raciocinio. La diferencia grossa está en que en Maus los ratones ocupan el rol de los judíos víctimas del nazismo, mientras que en Elmer los gallos y gallinas se imponen como una nueva especie con conciencia y facultades mentales que –a partir de bizarros acontecimientos- compartirán el mundo con los humanos. La consigna –no hay que ser un genio para darse cuenta- va muy para el lado de la joda. Imaginate un what if… en el que un día se descubre que los pollos piensan y sienten como los humanos, tienen las mismas capacidades de aprendizaje y demás, y se los termina por incluir como una raza más de la especie humana. No más parripollos, no más riñas de gallos, no más chistes de gallinas (le estamos buscando nuevo apodo a River). Pero Alanguilan se propone convertir esta premisa en el sustento de una novela gráfica que, por su extensión y su ambición, necesita sí o sí tomarse en serio este cambio brutal del status quo.
Así, lo que a priori parecía un chiste, cobra la forma de una trama espesa, muy brava, con momentos de gran dramatismo y gran tensión, escenas tremendamente bajoneras y desoladoras y algunas de esas que permiten que –de a ratitos- renazca la esperanza. Alanguilan logra esa proeza ciclópea a fuerza de dos elementos fundamentales: por un lado, el realismo, el análisis a fondo y sin concesiones de las lógicas consecuencias del suceso que detona la trama. Y por el otro lado, la excelente construcción de los personajes, principalmente Jake y su padre Elmer. No quiero contar mucho de la trama para no spoilear, pero la posta es esta: si lográs ver más allá del detalle pintoresco de que la nueva raza son pollos, acá hay un mensaje muy potente, muy contundente, acerca de la tolerancia, de la reacción al cambio, de la capacidad del ser humano de aceptar al diferente. No es un mensaje idílico ni muy alentador, porque Alanguilan no edulcora para nada la mierda que aflora en la sociedad cuando se enfrenta con lo distinto, con lo imprevisto, y de ahí se nutre para hacer sufrir tanto a sus personajes como al lector. Pero gana el talento del filipino por meternos en la historia, hacernos sentir que es posible y dejarnos pensando en estos temas tan delicados.
En materia de dibujo, Alanguilan derrapa un poquito a la hora de dibujar los primeros planos de los personajes humanos. En todo lo demás, es una gratísima sorpresa. Sus plumíferos son sumamente realistas, están llenos de detalles y además de expresividad. Los fondos están laburadísimos, los crosshatchings y las texturas te hielan la sangre, la narrativa está impecable y todo funciona para que la historia llegue a buen puerto. De la nada, un entintador de esos que llenan las viñetas de rayitas innecesarias, emerge con un artista interesantísimo, generoso a la hora de contar con su dibujo una historia de enorme impacto emocional. Y eso sin dudas está buenísimo.
Elmer es una historieta con mucha alma, mucho huevo (aunque nunca sabremos si vino antes que la gallina) y la sana intención de contar algo distinto. Ojalá más autores filipinos se animen a emprender el camino que acá marca Gerry Alanguilan.

sábado, 10 de noviembre de 2012

10/ 11: LA SAGA DE NUEVA YORK (parte 6)

Seguimos en aquel jueves 11 de Octubre que se niega a terminar. Son las diez de la noche, Nico Peruzzo y Nacho Alcuri están volviendo desde el Bronx hacia Manhattan, mientras Matías Bergara y yo pasamos por nuestro depto a dejar el material que nos compramos en la Convención y a cambiarnos la ropa, porque ahora la cita es en el pub Fat Buddha, donde los amigos de Vertigo festejan la aparición del último número de Scalped con una fiesta en la que paga todo DC.
Nacho y Nico llegaron sin problemas (Nacho todavía cargando los pilones de TPBs capturados en la Con) y Matías y yo llegamos bastante tarde, porque nos equivocamos y agarramos el subte para el lado contrario. A nuestro favor, debo decir que teníamos mal anotada la dirección del pub. Una vez ahí, nos encontramos con un Fat Buddha repleto (como en esta foto que encontré en la web), comida ya muy escasa y una torta con el logo de Scalped, cuyas últimas porciones sobrevivían con lo justo. Entre una multitud de gente que escabiaba como cosacos al ritmo de un DJ que pasaba un hip-hop poco atractivo, nos encontramos con Will Dennis (coordinador de Scalped y quien nos invitara a la fiesta), rodeado de su esposa y un par de sus asistentes, y por supuesto los agasajados, Jason Aaron y R.M. Guéra, autores de la magnífica serie. También estaban los maestros argentinos Eduardo Risso y Leandro Fernández y una horda de guionistas vertiguescos, entre ellos Brian Azzarello, Scott Snyder, Andy Diggle y Garth Ennis. Como el lugar estaba MUY lleno de gente (y después de un día de laburo en la Con mucha olía bastante mal), la onda era copar la vereda, donde los fumadores podían fumar y donde no se oía el cada vez peor hip-hop del DJ, lo cual facilitaba mucho el diálogo distendido con los grossos invitados. Seguro había más autores a los que no conocía y nadie me presentó, pero bueno, así pasaron un par de horas de jolgorio y canilla libre pagada por la editorial de Batman y Superman.
Hasta que en un momento, pasadita la una de la matina, Will Dennis dice “Bueno, vamos a bailar. Acá cerca hay un boliche copado que pasa música de los ´80. ¿Quién se prende?”. No había terminado de decir la palabra “eighties” y yo ya estaba en la puerta, viendo para dónde arrancar. Por supuesto se sumaron la esposa de Will y mis amigos uruguayos y rápidamente enfilamos hacia la disco. Cuando Dennis notó que los guionistas no lo seguían, mandó a uno de sus asistentes a decirles sutilmente que se pusieran las pilas. Minutos más tarde y a paso cansino, los autores arrancaron también hacia The Pyramid, el boliche elegido por el coordinador.
Imaginate mi sorpresa cuando entramos: The Pyramid era el perfecto antro darkie-ochentoso, con dos pistas, una barra y cuadros de Depeche Mode, New Order y demás bandas clásicas de los ´80. La pista del subsuelo era gótico-industrial, con una onda muy de reviente, poblada por flacos producidos onda Marilyn Manson y minas con más drogas que vestimenta, en un clima entre sórdido y estridente. Arriba, en cambio, el clima era el de los mejores viernes de Requiem, aunque con poca gente, porque era jueves. El DJ era un grosso, que elegía bien los temas y los bancaba hasta el final. Dennis lideró el baile y estalló cada vez que en los parlantes sonaba New Order, su banda favorita, de la que –igual que yo- se sabía todas las canciones. Su esposa y sus esbirros trataban de seguirle el ritmo, mientras los guionistas, amargos como la hinchada de Independiente, se pedían tragos en la barra y charlaban entre ellos sin siquiera mirar a una mina semi en bolas que bailaba por ahí. De mis amigos uruguayos, el único vencido por el cansancio era Nacho Alcuri, que además llegó a The Pyramid con las bolsas que explotaban de TPBs y que lo acompañaban desde que salió de la Convención, algo que ya percibíamos como si hubiera sucedido un par de días atrás.
Cuando Will Dennis se fue a dormir (con una sonrisa que no le entraba en su tintinesco rostro), sus asistentes aguantaron… tres minutos más y al toque se dieron a la fuga. Mis amigos y yo bancamos 15 ó 20 minutos más y pensando que al día siguiente nos teníamos que levantar temprano (y en todo lo que habíamos hecho ese día) también emprendimos la retirada. De ahí también me fui cantando “volveremos, volveremos…”. Muy resignados a tomarnos un taxi (que del East Village a Harlem capaz que salía un huevo), descubrimos con alegría que el subte de New York pasa las 24 horas. Ídolo absoluto. Hubo que esperarlo un ratito, pero antes de las cuatro de la matina estábamos de vuelta en el depto, con los pies devastados de caminar y bailar durante las 20 horas previas y con la sensación de haber vivido una semana, no un día. Al día siguiente nos esperaba otra jornada en la Comic Con y, por supuesto, más sorpresas. Retomamos pronto!

viernes, 9 de noviembre de 2012

09/ 11: LA OREJA ROTA

La última vez que me quise hacer el ecléctico entrándole a un comic anterior a 1960 me fue bastante mal: fue con el Tarzan de Hogarth, que recién ahora, cuando me llevo fumados como ocho tomos, me empieza a resultar tolerable. Esta vez repetí el experimento con un álbum de Tintín originalmente escrito y dibujado por Hergé en 1937. La verdad, no me fue mucho mejor.
La Oreja Rota es el sexto álbum de las aventuras del joven Tintín. No está el Capitán Haddock, no está el Profesor Tornasol y apenas hay una brevísima secuencia con Hernández y Fernández. El resto gira todo en torno al aventurero del jopito, personaje de escasa onda si los hay. No sé si eso es lo peor que tiene este álbum, porque hay varias cosas imperdonables. La primera (la segunda, en realidad) es que Hergé pone en marcha una trama, la desarrolla con bastante buen ritmo a lo largo de 16 páginas y la desactiva casi por completo entre las páginas 17 y 48. Todo lo importante, lo que resuelve el núcleo argumental con el que arranca La Oreja Rota, sucede cuando el belga se digna a retomar la trama desactivada, en las páginas 48 a 62. Eso me permite inferir, entre otras cosas, que el argumento de “alguien se afanó un antiguo fetiche de la tribu de los Arumbaya y urge recuperarlo” no se bancaba 62 páginas de desarrollo. El propio Hergé lo demuestra al resolverlo en 32.
¿Y en las 30 páginas restantes, qué carajo pasa? Tintín viaja a un país de Sudamérica en busca del fetiche robado y se encuentra con una caricatura bastante grosera de la típica republiqueta: hombres vagos y desaliñados que escabian a toda hora, milicos corruptos que se derrocan los unos a los otros en una incansable sucesión de tiranos y un clima de inestabilidad política que hace que Tintín, un pendejo que no tiene idea de nada, ni siquiera tiene 18 años y –aún más heavy- ni siquiera tiene apellido, llegue a ocupar el cargo de Coronel y mano derecha de uno de los milicos que se alza con el gobierno de San Teodoro. Hergé claramente se pasa de listo en su caricatura y se nota todo el tiempo que las atrocidades que narra le causan más gracia que escozor. Dentro de ese clima mucho más festivo que trágico, tira una grossa: se viene una guerra entre San Teodoro y el país vecino, instigada por los yankis, que se quieren quedar con el petróleo de ambas naciones. Impresionante. Uno juraría que Hergé leía los diarios del 2012, pero no, leía los de 1937. Ahí ya estaba presente el negocio de agitar a los milicos para que declararan guerras absurdas y gastaran fortunas en armas, para después rosquear con la multinacional de turno que se quedaba –por chaucha y palito- con los recursos naturales del sufrido país tercermundista. Había que saber verlo, nomás, y Hergé lo vio con toda claridad.
En todo el álbum, pero en especial en estas 30 páginas en las que Tintín queda varado en San Teodoro, Hergé mecha una buena cantidad de gags bastante graciosos, que son los que lo salvan del embole definitivo. La aventura en sí no está para nada bien llevada, porque se basa en una acumulación ridícula de casualidades. Tintín zafa tantas veces de tantos peligros tan extremos, y encima con excusas tan chotas, que el verosímil se erosiona hasta desaparecer. Si te hace un poquito de ruido ver a un adolescente portar armas de fuego, manejar autos y disponer de la guita que hace falta para viajar de un continente a otro, el ruido que te hacen las peripecias de Tintín en San Teodoro es atronador. Es casi una carcajada burlona que se te ríe en la cara por haber perdido tu tiempo leyendo semejante sarta de pelotudeces. Tal vez eso sea lo peor de La Oreja Rota.
El dibujo es de 1937, o sea, todavía falta para que Hergé entregue sus mejores páginas. Acá el estilo del maestro todavía está un poquito crudo, aunque ya se le nota su principal virtud: resolver todo con un trazo simplísimo. Sin sombras, reservando el realismo sólo para fondos y vehículos, Hergé se las ingeniaba para plasmar en sus páginas absolutamente todo lo que hacía falta para narrar estas aventuras con toques de comedia de un modo sólido y eficaz. No sé si la grilla de cuatro tiras por página (algunas de las tiras llegan a incluir cinco viñetitas) lo ayuda o le juega en contra. Me cuesta imaginarme las aventuras de Tintín con una puesta en página distinta, más moderna, menos tributaria de las tiras de prensa clásicas. Así, en ese mosaico de cuadritos mínimos, formas muy definidas y colores planos, la historia parece funcionar. Con todas las limitaciones propias de guiones escritos para chicos hace 75 años, obviamente; pero en ese aspecto, el de la narrativa, me parece que es donde Hergé menos atrasa.
Tengo más álbumes de Tintín sin leer, así que volveremos a visitarlo a la brevedad.

jueves, 8 de noviembre de 2012

08/ 11: SHOWCASE PRESENTS YOUNG LOVE Vol.1

Aproveché el largo viaje a Santiago del Estero para bajarme este masacote de historietas románticas de DC de los ´60. Estas son las historietas que, a fines de los ´70, leían mis compañeras de la primaria en la revista Susy, Secretos del Corazón, obviamente traducidas para el ojete por la impresentable Novaro.
Esto es muy alienígena. Tanto que nadie sabe quiénes fueron los autores de la mayoría de las historietas. Son autores anónimos, como el que inventó los chistes de Jaimito, o el pibe que tiró la bengala en Cromagnon. Básicamente, son historias de amor rosa, muy light. Minas que se enamoran de un tipo que no se quiere casar o que no les da bola, la clásica de dos amigas / hermanas que se disputan a un mismo flaco, minas que creen amar a uno y al final descubren que aman a otro, el tipo o mina que se va de viaje y deja a su pareja sufriendo porque cree que lo/la va a perder a manos de otro/a, y boludeces por el estilo. No se ven, y me llamó la atención, algunos conflictos típicos de la telenovela argentina, como falsos embarazos, romances entre mucama y patrón, gente que cree ser hija de quienes no son sus verdaderos padres y demás clichés. Las historias son muy cortas, muy obvias, poco profundas. Si hay algún vuelo, está en los bloques de texto en los que los anónimos guionistas describen lo que sienten estas heroínas presas de sus sentimientos.
La única excepción a esta regla es el serial protagonizado por Mary Robin, la enfermera, que está en casi todos los números del tomo. Acá hay gente que se queda ciega o paralítica, o que pierde la memoria, otros yeites clásicos de nuestras telenovelas. Y hay algo así como un personaje mejor trabajado, explorado con más profundidad. Era obvio que en un punto se tenía que terminar, porque para que la historieta tuviera gracia, Mary se tenía que transar a distintos chongos en todos los episodios. Y con 14 episodios (y casi la misma cantidad de muchachos) ya acumulados, más que enfermera parecía un yiro barato. Estas historietas, además, son las que ostentan los mejores dibujos, a cargo de un John Romita (padre, obvio) inspiradísimo, con mucha onda, incansable en la búsqueda de recursos para no dibujar sólo cabecitas que hablan (y se enroscan en fogosos besos).
¿Y el resto de las historietas? Y, bastante pobretonas desde lo visual. Hay alguito de Gene Colan, alguito de Mike Sekowsky, bastante Don Heck (pero con pocas pilas) y varios dibujantes ignotos. Lo más loco es cómo todos se esfuerzan por dibujar igual. De hecho, todos los varones que aparecen en estos comics son idénticos! No hay gordos, ni escuálidos, ni lungos, ni petisos, ninguno tiene barba, ni bigotes, ni anteojos, ni pelo largo y por supuesto ninguno es negro, ni oriental, ni latino, ni aborigen, ni nada. Se nota que el coordinador Jack Miller tenía muy claro con qué ideal de chongo se mojaban las chicas que leían Young Love.
Esto leído hoy no atrasa décadas, sino milenios. Por muchos motivos, pero principalmente porque no hay garches. Los pibes y minas se enamoran locamente, suspiran, se desean, sienten cómo se aceleran sus pulsaciones, se buscan, se encuentran, se besan con toda la pasión… y hasta ahí llegamos. Lo cual nos permite, además de leer las historietas, jugar al juego de Adivine Cuándo Garchan. Vas leyendo la historia y cada vez que la cosa se pone hot, decís “esta secuencia ameritaba un garche”. Y como tenés la mente podrida, seguro te imaginás a los protagonistas en situaciones mucho más escabrosas que las que hubiesen podido dibujar estos atildados señores en los años ´60. Probalo, es bastante divertido.
Hasta fines de los ´60, DC conservó esta ilusión de un mundo idílico, de amor limpito y sano, sin contaminar por las luchas sociales, el crimen urbano, el choque generacional, las desigualdades de clase, o incluso por temas más relacionados con la pareja, como la revolución sexual, el amor libre de los hippies, o los movimientos feministas que –sospecho- habrían odiado los contenidos de Young Love. Este libro (el único de su género que me pienso comprar) es interesante como rareza, como reliquia bizarra, y si hay algo que realmente se disfruta, que realmente te llena, son todas esas páginas dibujadas como los dioses por John Romita, hasta que Stan Lee se lo llevó a Marvel. El resto, supongo que estará bueno sólo si sos mujer heterosexual y tenés entre 11 y 14 años.