el blog de reseñas de Andrés Accorsi

viernes, 31 de diciembre de 2010

31/ 12: ASTONISHING X-MEN Vol.2


Cumplo la promesa de revisitar la recordada etapa de Joss Whedon y John Cassaday en Astonishing X-Men y me encuentro con la típica historieta en la que se enfrentan Guión vs. Argumento en una lucha absolutamente desigual.
El Argumento propone lo siguiente: La Sala del Peligro (de aquí en más Peligro, a secas) resulta estar viva. Se le retoba a los X-Men, de quienes sabe absolutamente todo, y se propone boletear a su “padre”, al hombre que la diseñó y la programó: el mismísimo Profesor Xavier. Se enfrentan y obviamente gana el Profe, ayudado por sus X-Men. Fin.
Como planteo no está mal, pero no se sostiene ni en pedo seis episodios. Esto daba, como mucho, para una mini de cuatro capítulos con el Profe como protagonista, Peligro como villana y cameos para los X-Men. Pero veamos cómo un buen guionista hace magia con un argumento apenas competente.
Whedon (ya lo dijimos) la rompe con los diálogos. Acá hay unos cuantos realmente brillantes. Otro punto fuerte, sin duda la caracterización, con grandes momentos sobre todo para Cyclops, Kitty Pryde y el Profe. Otro hallazgo: el misterio, las dudas que se siguen sembrando acerca de la lealtad de Emma Frost. El subplot que avanza: si bien tiene cero peso en esta trama, sigue latente la amenaza del Breakworld. La machaca: si te divierten las peleas de los héroes (con villanos, con monstruos, entre ellos), Astonishing tiene muchas. Casi todas están al pedo (de hecho, la única lucha decisiva es la última contra Peligro), y se nota que Whedon las pone porque no puede omitirlas, pero tienen ritmo y entretienen. Y por último, lo más interesante: el dilema moral, que siempre le da sustancia y matices a los conflictos entre buenos y malos.
Whedon hace hincapié en la faceta más sombría del Profe X. Como tantas otras sagas de X-Men, esta sería imposible si el Profe no se hubiera mandado una flor de cagada en el pasado. Pero además Xavier SIEMPRE la va a pilotear para que todo parezca ser un dilema ético en el que él optó por el mal menor, o sea, hizo lo correcto. Y encima va a lograr que nadie lo cuestione, o que si lo cuestionás, te sientas mal por hacerlo. Posta, si yo fuera Cyclops, ya le habría quitado el saludo… o la cabeza de arriba de los hombros. De todos modos, es un placer ver al Profe en acción, en la machaca a todo o nada, y –como ya dije- Whedon le regala algunos diálogos realmente magníficos.
Tanto en los combates inconducentes como en las escenas tranqui que exploran aristas interesantísimas de los personajes, se luce el colosal dibujo de John Cassaday. Por suerte el Facha maneja de taquito los dos registros: el del relato chiquito, lento, ajustado, y el de la montaña rusa descontrolada, a toda grandilocuencia y espectacularidad. En ambos logra secuencias potentes, emotivas, que te meten en la historia, que te atrapan y te maravillan. La colorista Laura Martin, además, lo complementa a la perfección a la hora de los climas y de los efectos más jugados. Si te gusta el dibujo académico/realista, lo que hace Cassaday en esta serie es una cátedra absolutamente fundamental.
Este tomo de Astonishing X-Men no está ni cerca del nivel del primero pero, si no te aburren las peleas, seguro te va a enganchar. Y se complica que te aburran las peleas cuando están tan pero tan bien coreografiadas y dibujadas por un Cassaday prendido fuego. Con más oficio que ideas grossas, Whedon llevó a esta saga a buen puerto, o por lo menos a la instancia de que me juegue a leer los dos que faltan.
Gracias por estar ahí, y la seguimos el año que viene!

jueves, 30 de diciembre de 2010

30/ 12: EL POLLO


Bueno, casi de casualidad, y ya en tiempo recuperado, encontré una paponga oculta de la historieta argentina reciente. Esto se publicó en 2009 y nunca lo había visto, hasta que el editor-guionista me ofreció hacerme cargo de la distribución en negocios de comics. Por supuesto, antes de ofrecérsela a mis clientes leí la novela gráfica y resultó ser una sorpresa muy, pero muy agradable.
El Pollo cuenta la historia de Miguel, un chico que siempre comió mucho pollo, y que se identificó tanto con ese animalito que de chico lo apodaban “el Pollo”, de más grande “el Gallo” y más de adulto –ya bastante trastornado y fuera de sus cabales- se sintió más pollo que humano y decidió liberar a sus hermanos plumíferos de la muerte segura que les esperaba en una enorme pollería industrial. Algo salió mal y Miguel terminó en un neuropsiquiátrico, donde le narra su extraña historia a una doctora que –a lo largo de 50 páginas- lo único que le dice es “Buen día, Miguel”.
Lo más loco de todo esto es que el guionista Fabio Zurita jamás encara esto por el lado de la joda. Lo que nos está contando es un drama, con toques de costumbrismo (el tramo de la infancia del Pollo) y más adelante con una irrupción de realismo mágico, porque –si creemos en su relato- la mente de Miguel efectivamente se traslada al cuerpo de un gallo durante 18 de las 50 páginas. Y parece mentira, pero funciona. El delirio de Miguel, su patología y su angustia están tan bien plasmados, que vos le creés que él vivió eso. Zurita logra que le creas, que te resulte viable que un tipo pase a ser gallo y trate de liberar a los otros gallos antes de que se conviertan en productos avícolas para consumo humano. Miguel se mete en el gallo, nosotros nos metemos en Miguel y esas secuencias en el matadero de pollos cobran una intensidad trepidante, casi asfixiante. Después hay que volver para atrás (la mente Miguel tiene que volver a habitar un cuerpo humano) y ahí es donde falta esa última vueltita que haría que El Pollo dejara de ser una muy buena novela gráfica para pasar a ser una joya. Pero aún sin la vuelta de tuerca final, aún con ese epílogo medio anticlimático, el guión de El Pollo es redondo, poderoso y absolutamente hipnótico.
Zurita narra con lo justo, mezquina las palabras, presenta secuencias fundamentales para la trama sin el menor diálogo ni bloque de texto, juega para lucimiento del dibujante y no se cuelga en virtuosismos que harían excesivamente pretensioso a un planteo argumental ya de por sí bastante extremo. Tiene una ventaja: él mismo es el editor, o sea que no hay quien le diga “Todo bien, flaco, pero esto que vos querés hacer en 50 páginas se puede hacer tranquilamente en 30”. Por eso las secuencias mudas y el énfasis (logradísimo, por cierto) en los climas.
Y nada de esto tendría sentido sin un gran cabeceador que conecte todos los centros que patea Zurita. El guionista juega para el lucimiento del dibujante y Gustavo Deveze (a quien ya vimos en una antología, creo que Los Trabajos del Agua) pela todo lo que hay que pelar. Su estilo es alucinante, desaforado, recontra-expresionista, intencionalmente desprolijo, visceral y caótico, pero a la vez muy transparente a la hora de contar la historia. Deveze es un mago que muestra los trucos: en la página impresa conviven el boceto a lápiz, los trazos de su plumín, las aguadas, los efectos más jugados (masas de tinta negra raspadas con gillette, por ejemplo), todo se ve sin esfuerzo y contribuye a esa sensación de kilombo, de cacofonía, de clima onírico y descontrolado en el que se mezclan la angustia y la euforia, la ternura y la sordidez. Imaginate un Luis Scafati que narre bien, que haya leído mucho al Viejo Breccia y vas a arrimar bastante a lo que hace Deveze en estas 50 páginas que sí, podrían ser menos, pero no se disfrutarían tanto si tuvieran más cuadros por página o más texto por cuadro.
El Pollo no se parece a nada, pero te deja con ganas de comprar de una los próximos trabajos de Zurita y Deveze. Bizarreada de alto vuelo, para leer con la piel de gallina.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

29/ 12: 7 PSYCHOPATHS


Un día al maestro Sean Phillips se le cumplió un sueño del pibe. En una convención en España, lo encaró un editor francés (de Delcourt) y le ofreció dibujar un álbum de 64 páginas, que saldría en formato de lujo, grandote y con tapa dura. El británico no lo pensó dos veces y ahí fue, a romperse los cuernos contra un guión que le pedía muchísimas páginas de 10 viñetas, muchísimo laburo en los fondos y una documentación estricta y minuciosa para recrear el período histórico en el que se ambienta la historia, que no es otro que la Alemania de Adolf Hitler, en 1941. El álbum se editó en 2007en una colección llamada Sept (Siete), integrada por siete novelas gráficas, todas con siete personajes protagónicos, a cargo de siete equipos creativos distintos. Además de los Psicópatas, tuvimos siete Ladrones, Piratas, Guerreros, etc.
Hace poquito, la editorial Boom! Studios eligió para publicar en inglés (y a precio accesible) la de los Psicópatas, seguramente porque Phillips tiene unos cuantos seguidores incondicionales que le van a comprar cualquier cosa que le publiquen en EEUU, y porque el lector yanki está genéticamente predispuesto a leer historias de la Segunda Guerra Mundial donde la misión de “los buenos” es detener los malignos planes del Führer, el villano nazi por antonomasia.
Y de eso se trata el guión del francés Fabien Vehlmann: un inglés muy inteligente pero un poco chapita diseña un plan maestro para infiltrarse en el corazón de Berlín y boletear a Hitler, de una vez y para siempre. Para eso, se le ocurre reunir un equipo de siete agentes, todos bastante trastornados, y acá está el talón de Aquiles de la historia que propone Vehlmann. Siete personajes, cada uno con su historia y sus problemas, son demasiados y el ideólogo de la movida, Joshua Goldschmidt, tarda demasiadas páginas en armar el equipo y en convencer a los milicos británicos de que lo dejen intentar esta audaz misión suicida.
Tan obvio es que sobra gente, que dos de los siete jamás llegan a pisar suelo alemán. De los otros cinco, sólo cuatro llegan a verle la cara a Hitler… o algo así, no me pidas más datos, así no te cago las sorpresas. Sean cuantos sean los adláteres que lo secundan, en ningún momento queda ninguna duda de que Joshua Goldschmidt es el protagonista indiscutido de la saga y el resto es casi relleno. Otra rareza del guión (no me atrevo a considerarla un desatino) es que la revelación más heavy, la que cambia toda la forma de pensar la trama, llega siete páginas antes del final, lo cual hace que la tensión no se desinfle de a poco, sino que estalle como un globo que se pincha, y de ahí en más todo sea anecdótico y anticlimático. Repito: no digo que esté mal, pero es extraño. Y hasta ese punto, la tensión es mucha y está muy bien lograda.
Y si al guión por ahí le faltan cinco pal peso, al dibujo no le falta nada. Phillips, contra viento y marea, peló sus 30 años de trayectoria, se arremangó y sacó adelante páginas y secuencias complicadísimas. Logró meter más primeros planos y planos detalle de los que a cualquier autor francés se le ocurriría dibujar en toda su vida y se mató para que cada tanque, avión y ametralladora se vea real y corresponda con la que usaba cada facción durante la guerra. Acá tampoco se podía tirar a chanta con los fondos, y los puso todos donde tenían que ir, para que potencien y le den elegancia al despliegue que hace Phillips en cada página. Muy capo también el colorista Hubert, que supo acoplarse al estilo de Phillips y aportarle algo más a unas páginas que en blanco y negro eran sencillamente superlativas.
7 Psychopaths no es una gloria fundamental del Noveno Arte, pero si sos fan de Sean Phillips la tenés que tener sí o sí, y si te gustan las historias ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, seguro ya la tenés en la mira de tu fusil para hacerle un blitzkrieg en cualquier momento. Bien por Boom! Studios, también, que se acordó de los pobres que no podemos pagar 13 euros por un libro de 64 páginas y lo publicó (con bocetos y giladas extra) por míseros u$ 9.99.

martes, 28 de diciembre de 2010

28/ 12: LA DUENDES Vol.9


Una nueva antología nos llega desde la Patagonia, y esta vez se parece muy poco a todo lo anterior. Para este Especial Maestros de la Historieta Argentina, Alejandro Aguado y su equipo convocaron a un montón de grandes nombres de los ´70 y ´80, les cedieron la primera parte del libro (73 de las 162 páginas) y ellos se recluyeron en la segunda mitad, con la dura consigna de estar al nivel de lo que se ve en ese primer tramo.
Y la verdad es que hay unos cuantos que se la bancan más que decorosamente. El propio Aguado (con un guión que necesitaba unos ajustes, pero va para adelante y transmite una muy buena idea), Chelo Candia, Edu Molina (prendido fuego, muuuucho más sólido y canchero que en sus épocas de Animal Urbano), Tomás Gimbernat (interesante como historietista, pero sospecho que más grosso aún como ilustrador infantil), José Massaroli (un clásico), Taro (atractivo y críptico como siempre) y El Toto, otro de los que no falla nunca.
Párrafo aparte para tres monstruos inexplicables, porque no se explica cómo no están jugando en Primera: Edmunds es lejos, de lo mejor de la antología, un grosso impresionante del que quiero YA un tomo para él solo, con tiras, historietas, lo que venga. Tom (ya lo vimos y lo aplaudimos en otra antología de La Duendes) es un dibujante del carajo, sutil y salvaje, una especie de Micharmut argento. Necesita urgente un guionista, para volverse absolutamente imparable. Y como suele suceder en las antologías, acá apareció otro animal del que jamás había visto nada y me mató: Serafín. ¿De dónde lo sacaron, Dios mío? Ese pibe es un CRACK! Una mezcla entre Miguelanxo Prado, Salvador Sanz y Nicolás De Crecy. También, necesita guionista y tiene que ajustar cositas de la narrativa, pero posta, no hay muchos dibujantes de esa calidad que no sean ricos y famosos.
En el sector Maestros nos encontramos con que los nombres son muchos, pero el material inédito es poco. La historieta de Alcatena es nueva y tiene unos dibujos para caerse de culo varias veces, pero tiene serios problemas de guión y hasta de narrativa. La de Casalla no recuerdo haberla leído nunca y está muy, pero muy buena. Lo mismo para la de Langer, perturbadora y pasada de rosca, como uno espera de esa bestia. Lo de Meiji también es inédito (creo) pero no me enganchó. Y lo de Sanyú (que tampoco huele a reprint) está dibujado como los mega-fuckin´dioses, pero el “guión” (frases inconexas tomadas de un poema de Alejandra Pizarnik) es cualquiera.
Y después tenemos historietas de Horacio Lalia, de Alfredo Grondona White, de Jorge Limura, de la dupla Carlos Albiac-Lito Fernández, y dos de Trillo, una con Mandrafina y otra con Enrique Breccia. Excepto la de Lalia que es de los ´90, el resto del material tiene –fácil- 30 años y casi todo salió en la SuperHumor. Está buenísimo verlo en libro, y que lo descubran generaciones que hace 30 años no leían historieta, pero uno preferiría el libro que recopile completo todo Los Enigmas del PAMI, el libro de A Través de Oceanía, un buen recopilatorio con lo mejor de Limura, y así. De hecho, la de Lalia y la de Trillo-Mandrafina salieron en libros (La Mano del Muerto y El Caballero del Piñón Fijo, respectivamente) hace no mucho, o sea que se consiguen fácilmente en ediciones que traen sólo adaptaciones literarias de Lalia o sólo material de los ´80 de Trillo y Mandrafina.
Pero bueno, se valora la sana intención de compartir, de rescatar del olvido material muy grosso (por ahí algún otro editor se aviva y lo publica en buenos tomos recopilatorios), de mostrar trabajos nuevos o poco conocidos de algunos maestros, y de mezclarlos con esa legión de buenos autores “patagónicos” que los boludos de Capital casi no tenemos en el mapa y a los que –gracias a la Duendes- estamos viendo crecer a un ritmo que da miedo. Me voy a desempolvar mis viejas SuperHumor, a ver qué otras joyas de esta onda redescubro…

lunes, 27 de diciembre de 2010

27/ 12: CAPTAIN AMERICA/ BLACK PANTHER: FLAGS OF OUR FATHERS


Esta es otra de las miniseries con autores interesantes y poquísima difusión que nos ofreció Marvel durante el 2010. En general, cuando en el mainstream yanki les dejan a los autores negros encarar proyectos con total libertad, suelen aparecer comics bravos, con mucha carga política. Flags of our Fathers, escrita por Reginald Hudlin y dibujada por Denys Cowan, tiene su bajada de línea (obviamente centrada en el tema racial) pero la oculta bastante bien bajo una trama que por momentos amaga con ser bélica, pero que a la hora de los bifes termina por ser muy superheroica.
El planteo está muy bueno: en la Segunda Guerra Mundial, Hitler se entera de la existencia del vibranium y manda a sus tropas a invadir Wakanda para apoderarse del preciado mineral. Para hacerle el aguante a un despliegue impresionante de villanos nazis, viajan a la nación africana un joven Capitán América (en una de sus primeras misiones, con el traje y el escudo originales) y los Howling Commandos liderados por el Sargento Nick Fury. Por supuesto, una vez en Wakanda se topan con el rey/ guerrero, Black Panther (el abuelo de T´Challa), y una vez limadas las asperezas y soslayadas las desconfianzas propias de tratar con emascarados de otra raza, otra cultura y otro continente, entre todos le dan masa a los esbirros del Führer.
Reginald Hudlin, guionista de la revista de Black Panther durante varios años, hizo los deberes. El tipo hace gala de un vasto conocimiento de la sociedad, la política y la cultura de Wakanda y hasta nos muestra las peleas de dos niños, T´Chaka y su hermano S´yan (padre y tío respectivamente de nuestra pantera favorita), que años más tarde serán fruto de muchas desgracias para la próspera nación. Cuando juega con la continuidad del Capi, me parece que la pifia. Estoy casi seguro de que otros guionistas ya nos habían contado cómo y dónde perdió Steve Rogers el escudo original. Lo que creo que no se sabía es de dónde carajo salió el vibranium que se usó para el segundo (y definitivo) escudo. Acá Hudlin nos lo da a entender con astucia y sutileza.
Por el lado de los Howling Commandos, Hudlin se concentra en Gabe Jones, el soldado de raza negra que peleó junto a Fury en la época en que la integración racial estaba muy lejos. De pronto, los yankis se ven jugando de visitante en un país donde los “negros salvajes e inferiores” pelan avances tecnológicos y sociales impensados para Occidente, y eso obviamente le hace un click en el bocho a Gabe. Los nazis están ahí para proferir los términos más ofensivos para con los negros, y el Capi para demostrar que en el EEUU ideal la diferencia entre blancos y negros no existe ni como tema de conversación. Pero en la sociedad yanki de los ´40 el tema existía y era espinoso, y Hudlin se hace cargo de eso con buen tino y mucha inteligencia.
Por el lado del dibujo, acá lo tenemos al gran Denys Cowan, un poco afectado por el hecho de tener tres entintadores (con el que mejor se entiende es con Klaus Janson) y un poco sobre-excitado, muy cebado por darle espectacularidad pochoclera (kirbyana, incluso) a todas las secuencias, hasta a aquellas que no lo requieren. Pero el dibujo es muy correcto, con gran dinamismo y –al igual que el guión- sin titubeos a la hora de la violencia, la sangre y el gore. Cowan, venerado por siempre a partir de su labor en The Question, tiene fama de galán irresistible (de hecho, trabajó también como modelo), de Guacho Winner que se llevó a la cama a cuanta mina le pareció atractiva, y las malas lenguas dicen que los coordinadores le dan trabajo y le pagan bien para asegurarse de que no ventile nombres ni detalles. Si esto fuera así, y el tipo tuviera el laburo garantizado más allá de la calidad de las páginas que entrega, no se explica el esfuerzo y la pasión que se nota en las mejores páginas de esta saga. La viñeta-página del primer episodio en la que el Capi irrumpe para ayudar a los Howling, o la secuencia en la que el White Gorilla masacra a un puñado de wakandanos con sus propias manos, son sencillamente memorables.
Blancos, negros, arios y hasta un hijo de puta con el cráneo rojo se dieron de lo lindo en esta mini, una vez más con el vibranium en juego. Si querés leer una aventura distinta, intensa, sangrienta y con guiños para los eruditos en materia de historia marveliana, entrale con confianza.

domingo, 26 de diciembre de 2010

26/ 12: PILDORAS AZULES


Descubrí al maestro suizo Frederik Peeters hace varios años, pero nunca había leído sus obras más importantes, Lupus y la que hoy nos ocupa.
Imposible no relacionar desde temprano a Peeters con Pierre Wazem, su compatriota y amigo, a quien descubrimos con Como un Río. Las similitudes gráficas y narrativas son muchísimas, aunque –como señalamos en la reseña de Como un Río- Wazem es un poco más salvaje, se zarpa un poco más. Peeters, en cambio, es todo equilibrio. Su manejo del blanco y negro es perfecto, se le nota el dominio molecular del pincel y del plumín, como si dibujara directamente en tinta, sin lápiz previo. Cuesta creer que abajo de lo que vemos impreso, alguna vez hubo un boceto dibujado con algo que no sea tinta. El estilo de Peeters funciona por todos lados: realismo para los fondos, expresionismo y soltura para los personajes, manchas y complejidad para los paisajes, simplicidad y claridad para las expresiones faciales. Sumémosle un inmejorable tempo narrativo, un montón de truquitos que le salen bien (como el de llevar al extremo el plano detalle para que una figura se convierta en otra, que le va a servir como elemento narrativo en la secuencia siguiente) y un criterio acertadísimo para romper el esquema de tres tiras (casi siempre divididas en 6 viñetas) y vamos a estar frente a un libro visualmente fascinante, lleno de imágenes y secuencias pensadas para quedarse a vivir en tus retinas durante mucho, mucho tiempo.
Pero Píldoras Azules no pasó a la historia ni consagró definitivamente a su autor por estar bien dibujada. Lo que armó revuelo, lo que llamó la atención y la puso en boca de todos es el tema, el eje central del argumento: Frederik, el dibujante medio loser de veintimuchos, y su relación sentimental con Cati, una chica un par de años mayor que él, que tiene un hijo chiquito producto de una relación anterior, que al igual que ella es portador del virus VIH, más conocido como el SIDA. ¿Ves? Ahí tiene sentido ponerse autobiográfico! ¿Con cuántas minas que tenían hijos saliste? ¿Dos, tres, cinco? ¿Cuántas tenían VIH? ¿Y cuántas tenían un hijito con VIH? Seguro que no viviste lo que vivió Peeters, y seguro que te va a interesar su historia.
Ojo, no confundamos originalidad con calidad. Píldoras Azules no es excelente por hablar de la relación entre Frederik y su novia con VIH. Se pueden hacer comics (y novelas y películas) chotísimas sobre ese tema. Es excelente por cómo Peeters aborda el tema, por cómo (y desde dónde) nos cuenta lo que pasa en esa pareja/ familia, por cómo gambetea la linealidad documental para mechar recuerdos, reflexiones y hasta secuencias oníricas que terminan de completar el mapa de los sentimientos de Frederik frente a Cati, su hijo y su enfermedad. Peeters elude también la sensiblería, no se postula para la canonización por amar a una chica infectada, no la muestra a ella como un objeto de lástima, ni como una zorra pecaminosa a la que Dios condenó por su lujuria. No la juzga, solamente la ama.
Y por ahí pasa lo más conmovedor de la novela, por la relación entre Frederik y Cati. Los sustos, el miedo al contagio, la bronca y la impotencia de saber que tanto ella como su hijo van a depender ad infinitum de las píldoras azules para mantener a raya al virus… todo eso está, pero es un complemento, no es lo central. Lo central es esta celebración de la vida y del amor que propone Peeters y que seguro te va a llegar. Porque es humana, porque es sincera, porque por momentos es graciosa, porque está llena de grandes diálogos y metáforas ingeniosas, y porque está dibujada como la mega-San Puta por un monstruo de descomunal talento narrativo. Ojalá la pasión sea contagiosa y esta reseña te transmita el virus de la Peeters-filia.

sábado, 25 de diciembre de 2010

25/ 12: AMERICAN VIRGIN Vol.2


Ultimo tomo de Vertigo de 2010! Posta, prometo no hablar más de series de mi sello favorito hasta el año que viene!
Hoy me toca reencontrarme con Adam Chamberlain, el adalid de la virginidad, el chico joven, fachero y con guita que se hizo famoso por convencer a otros miles de jóvenes de que la virginidad es un don único y maravilloso que hay que preservar hasta que Dios te señale a esa persona especial a la que vale la pena regalárselo. Adam la tenía clarísima: su primera vez tenía que ser con su novia Cassie, pero esta murió en Africa, decapitada y desvirgada por el cartel terrorista Batu Balan.
Este segundo arco narra, básicamente, la venganza de Adam contra el asesino de Cassie. Son cinco episodios y podrían ser tranquilamente cuatro, pero –sin mantener el atractivo hipnótico del primer tomo- se la banca muy bien. Steven Seagle y Becky Cloonan llevan a Adam a Melbourne, Australia, ciudad con una enorme movida gay y lésbica, siempre acompañado por el duro Mel (que es el que habilita las pistas acerca del paradero del asesino) y por su hermanastra Cyndi, atorranta pero gamba a la hora de meterse en kilombos para llegar al fondo del misterio. Al final, nos espera otra revelación shockeante, fundamental para darle sentido a los dos tomos que quedan por delante: Ninguno de los terroristas que tuvo contacto con Cassie se la empomó. O sea, cuando cayó en manos de Batu Balan, ya había perdido la virginidad en otro lado. Y hay un último giro que no quiero revelar.
Para llegar a ese mano a mano con el asesino de su novia, Adam se mete en un ambiente muy sórdido y jodido, mientras Seagle aprovecha para hablar bastante de los gays y su espiritualidad, en cómo cambia tu relación con Dios cuando descubrís que te calentás con gente que tiene los mismos genitales que vos. A la hora del desarrollo de personajes, Seagle le da muchísima bola a Adam y trabaja a fondo el conflicto interno que se desencadena cuando le cae la ficha de que perdió para siempre a la minita con la que se había jurado debutar. Pero se olvida prácticamente del elenco del primer tomo, excepto por Cyndi y Mel, a los que desaprovecha bastante. También mete nuevos personajes, entre los que se destaca la periodista transexual Alex Alexis. Sin ninguna duda, en el próximo tomo va a tener que abrir un poco más el juego y terminar de resolver el mambo de Adam, porque no es lógico que siga sin ponerla mucho tiempo más.
El dibujo de Becky Cloonan sigue en un nivel muy correcto, aunque menos grosso que en Demo. Acá encuentra entintador fijo en Ryan Kelly (a quien vimos dibujar un tomo de Northlanders a principios de año), que es un clon de Paul Pope más definido, más alevoso, y lógicamente el estilo vira más para el lado de Pope que para el de Brian Wood, que era la otra influencia grossa de Cloonan. Se nota que Cloonan va a las chapas, que pisa el acelerador para sacar rápido cada página, pero –más allá de algún fondo que debería estar y no está- no tiene mayores inconvenientes a la hora de plasmar en imágenes las ideas de Seagle.
Ya lo vimos al pulcro y casto Adam descubrir los horrores de la miseria y la violencia en Mozambique y los horrores del sexo con dolor y humillación en Melbourne. Hasta ahora su obsesión con su novia muerta resultó ser más fuerte que todos los otros impactos que recibió. Veremos qué pasa más adelante. Esta vez no prometo volver pronto, porque no tengo el Vol.3.

viernes, 24 de diciembre de 2010

24/ 12: MANUEL MONTANO: EL MANANTIAL DE LA NOCHE


Este blog, que es hincha incondicional del comic español, casi comete la injusticia atroz de terminar su recorrido por 365 historietas sin comentar ninguna de Miguelanxo Prado, uno de los más gloriosos autores, ya no de la península, ni del habla hispana, sino de la historia del Noveno Arte. Tarde, para los postres, pero llegó Prado, nomás.
Manuel Montano: El Manantial de la Noche es una historieta que salía en la inolvidable revista Cairo, allá por el año ´88. Era rara, porque Manuel Montano no era una creación del ídolo gallego, sino que era un personaje de Fernando Luna, un tipo que contaba cuentos de su autoría en un programa de radio de la trasnoche, que tenía a Prado entre sus miles de oyentes. Sólo que Prado se cebó con este detective de la B Metropolitana lo suficiente como para contactarse con Luna y pedirle permiso para realizar comics basados en las historias que el creador contaba por radio. Nunca escuché el programa de Luna (se llamaba Tris Tras Tres, nombre pedorro si los hay), pero intuyo que debe ser una especie Alejandro Dolina español. En las historias de Montano (por lo menos como las presenta Prado) se cuelan la melancolía tanguera, la reivindicación de la nocturnidad, los códigos de barrio, la apología del perdedor, la metafísica de entrecasa, la relectura en clave irónica de un género (el noir) y sus convenciones… todo suena bastante dolinesco.
Prado tiene una limitación: no nos puede revelar qué carajo es el manantial de la noche. Montano lo tiene que encontrar en un cuento de Luna, no en un comic de Prado. Entonces, inteligentemente, la búsqueda del manantial pasa a ser un tema englobador, que aparece en casi todos los episodios, pero que nunca es lo central. Se lo menciona, sí, se especula con la posibilidad de que Montano lo encuentre, pero además hay otra trama (a veces más detectivesca y a veces más de comedia, o de sainete) que se resuelve en ese mismo episodio. La búsqueda del manantial, entonces, es como la excusa para darle unicidad a todos estos episodios autoconclusivos.
Los guiones son de un nivel muy alto, aunque no siempre parejos. Sin derrapar, sin irse al descenso ni jugar la promoción, hay un par de episodios (los menos detectivescos) que no se la bancan frente a los tres o cuatro mejores, pero la verdad es que los tres o cuatro mejores son joyas inenarrables. El Caso del Gran Chung-On, El Caso de la Piscina y Conversaciones son auténticas gemas, que combinan sátira, poesía, ingenio, caracterización, climas y grandes diálogos. Si el libro trajera sólo esos tres episodios, también habría que comprarlo sin chistar.
Del dibujo de Prado me cuesta hablar, porque no le encuentro explicación. Esto es posterior a Quotidianía Delirante y Crónicas Incongruentes, que es cuando Prado termina de definir su estilo y se hace fuerte en el manejo del color. O sea que acá el genio de Galicia ya está muy canchero en la faz visual. Ya le salen de taquito esas perspectivas torcidas que usa para los edificios, ya maneja una y mil técnicas para sorprendernos con la iluminación, ya se luce como poquísimos en las expresiones faciales de los personajes… Si el guión juega a establecer algo así como una “poética de la berretada”, el dibujo le termina de dar forma y sustancia. Increíble cómo en poquísimos años Prado pasó de ser un gran dibujante de ciencia-ficción a ser uno de los tipos que mejor retrata y satiriza la vida real, el entorno urbano contemporáneo y su complejísima fauna. Ya volveremos a visitarlo.
Y me quedó una deuda más jodida que la de EEUU con los bancos: se me fueron 365 días sin leer a Carlos Giménez…

jueves, 23 de diciembre de 2010

23/ 12: FANTASTIC FOUR/ INHUMANS


Este tomo recopila dos sagas, una originalmente publicada como miniserie (Inhumans, 2000) y la otra serializada en 2002 en la revista Fantastic Four, justo en el bache entre la partida de Carlos Pacheco y la llegada de Mark Waid y Mike Wieringo.
El mismo Pacheco es el guionista de la mini de los Inhumans, un comic más político que superheroico, con más intriga palaciega que machaca, en la que cambia el status quo de la familia real liderada por Black Bolt cuando Attilan pasa a ser una especie de fortaleza espacial que vaga por el espacio y el monarca y su familia son expulsados de la msima por el resto de los inhumanos. Pacheco trabaja bien las personalidades de los protagonistas, le da mucha chapa a Ronan the Accuser y relanza el concepto de Starlord, creado por Steve Englehart en los ´70.
Pero lo más impactante es el dibujo. El astro mexicano José Ladronn se propuso clonar (dentro de lo humanamente posible) el estilo en el que Juan Giménez hacía La Casta de los Metabarones, y esto se ve por todos lados: las naves, las armas, los trajes, las caras, por supuesto la paleta de colores, con esos engamados donde priman los colores fríos… impresionante. Pero Ladronn fue más allá y hasta se decidió a contar la historia como si en vez de un comic-book yanki fuera un álbum francés, con muchísimas páginas de 10 viñetas, pocos primeros planos y demás. Agobiado por la magnitud del laburo, se bajó antes de terminar y el último episodio cayó en manos de Jorge Lucas (el autor de Cazador) quien –dentro de los lineamientos planteados por Ladronn- metió bastante de su impronta personal, mucho más cerca de Jack Kirby que de Juan Giménez.
En la segunda saga, el siempre correcto guionista (y magnífico entintador) Karl Kesel se propone cerrar alguna puntas argumentales que dejó abiertas Pacheco cuando se desvinculó de los Fantastic Four. Acá tenemos la resolución del plot de Johnny y su carrera de actor en Hollywood, el misterio de Senso y su relación con los poderes de Ben, y el nacimiento de la nueva hijita de Reed y Sue. Y además nos enteramos a dónde fueron a parar Black Bolt y los suyos cuando los rajaron de Attilan. O sea que, para cuatro episodios, hay material de sobra. Sumémosle una acertada bajada de línea contra la xenofobia y la discriminación (otra, porque la de Nemesis de ayer no alcanzó) y una participación del glorioso Dr. Doom que llenará de emoción a todos sus fans (me incluyo, por supuesto) y tenemos una saguita que –sin ser una joya fundamental- te deja mucho más satisfecho que el típico artefacto de continuidad para restaurar o cambiar el status quo de una serie y dejársela prolija y lisita al equipo creativo que se está por hacer cargo.
Eso sí, hay que aguntar los dibujos de un Mark Bagley no muy inspirado y fuera de sintonía con los tres entintadores (repito: tres entintadores) que le meten mano a su trabajo a lo largo de estos cuatro episodios. Me imagino lo que debe haber puteado Bagley, que se siente a sus anchas dibujando a los pedos, sacando las páginas con fritas, cuando le dijeron que le tenía que agregar a los trajes de los Inhumans todos esos detallitos microscópicos que le había agregado Ladronn en la miniserie… Pero bueno, con buena voluntad se sobrelleva.
Ahora sí, ya no tengo excusas para no entrarle a la etapa de Waid y Wieringo en Fantastic Four, que todo el mundo me dice que es alucinante. La tengo entre mis prioridades para 2011, a full.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

22/ 12: NEMESIS THE WARLOCK Vol.1


Vuelvo a Inglaterra, a principios de los ´80, a encontrarme con otra de las grandes creaciones del maestro Pat Mills. No quiero reiterar la perorata acerca de este prócer del comic británico poco conocido en los países de habla hispana. En todo caso, recomiendo hacer click en la etiqueta y leer (o releer) la reseña de A.B.C. Warriors.
Nemesis the Warlock empezó como una idea limada más entre un montón de ideas limadas que Mills y el genial Kevin O´Neill tiraron para un unitario en la 2000 A.D.. A ese unitario le siguió otro, después se replanteó la idea para convertirla en un serial de largo aliento y cuando se quisieron dar cuenta, había nacido una de las duplas más fértiles de los ´80, responsable además de Marshal Law, la obra que los hizo realmente conocidos en los EEUU.
La serie narra, a grandes rasgos, el conflicto cruento, salvaje, a todo o nada entre Nemesis, un demonio con superpoderes oriundo del planeta Gandarva, y Tomás Torquemada, el Gran Inquisidor del planeta Termight (otrora la Tierra), fanático xenófobo que lidera ejércitos enteros de terminators con un único objetivo: el exterminio definitivo de todos los alienígenas, no sólo en Termight, sino en todos los planetas del vasto imperio con sede en este. A lo largo de las primeras cuatro sagas (sí, este tomo trae CUATRO sagas completas, cientos y cientos de páginas originalmente publicadas en episodios semanales de ocho páginas), Mills nos deja en claro que el demonio que le da título a la historieta es tan protagonista de la misma como el maligno genocida al que se enfrenta. Olvidate del héroe bueno, íntegro y moralista: Nemesis a veces le gana a Torquemada porque juega más sucio que él. Esto tiene más sabor a comic europeo para adultos (en realidad, para adolescentes) que a clásica saga de superhéroes, con niveles de crueldad, violencia y torturas realmente zarpado.
La última de las cuatro sagas (la del planeta Gothic, donde los aliens imitan la forma de vida de la Inglaterra victoriana) es la más floja a nivel guión, pero Mills la levanta con una astuta triquiñuela: la de integrar esta saga al universo que ya venía explorando en series como Ro-Busters y A.B.C. Warriors. Al sumar personajes ya conocidos por el lector, le agrega complejidad a una trama medio gastada, sin perder tiempo en explicar quién es y de qué juega cada nuevo jugador. Y las tres primeras sagas son cátedras, con muy buenas ideas, muchísima acción, mucho desarrollo de personajes, humor negro, runfla política y constante bajada de línea contra la xenofobia (hay que mandarle un tomo a Mauricio, a ver si lo entiende).
Kevin O´Neill dibuja la primera y la tercera saga, y entre una y otra mejora una barbaridad. Y empezó en un nivel altísimo, así que imaginate cómo termina. Hay momentos en los que la creatividad de O´Neill explota, desborda los confines de la historia, estalla en miles de esquirlas desaforadas (de las cuales una se le clavó en el cerebro a Quique Alcatena), pero el tipo jamás se olvida de que esto es comic y que hay que usar el dibujo para narrar. Impresionante.
La segunda saga la dibuja el español Jesús Redondo, un tipo más clásico, de gran manejo del claroscuro, una especie de Juan Zanotto con cositas de Carlos Ezquerra y Alfonso Font. Y en la cuarta saga tenemos uno de los primeros trabajos del maestro Bryan Talbot, acá en su estilo más barroco, más sobrecargado, más dark y a la vez con algunos toques caricaturescos (que recuerdan a la época under de Richard Corben) que después va a dejar de lado. Si leíste Luther Arkwright (y si no, leelo ya), sabés que a Talbot le encanta recrear ambientaciones históricas con un twist fantástico, y acá Mills se la sirve en bandeja. Talbot no deja un centro sin cabecear y se brinda entero en más de 80 páginas dibujadas en un nivel muy, pero muy notable, infrecuente en un dibujante poco curtido.
Nemesis the Warlock es comic de entretenimiento, pensado para atrapar semana a semana a los jóvenes lectores (varones, obvio) de la 2000 A.D. de hace 30 años. Pero Mills y sus dibujantes le pusieron la pasión y el talento suficientes como para que hoy se lea no como una verduleada hecha por kilo, sino como un comic de alto impacto, intenso, potente y con una impronta autoral mucho más marcada que en casi cualquier otro comic del mainstream británico. Muy grosso.

martes, 21 de diciembre de 2010

21/ 12: BLOOD: A TALE


Seguimos por la ruta de Nosferatu y nos encontramos con otra historia de vampiros que –al igual que Yo, Vampiro- se parece poco a la típica historia de vampiros. No le pongo la etiqueta de Vertigo, porque Vertigo se limitó a reeditar un comic que se realizó en los ´80 para el sello Epic, de Marvel, y sobre el cual –felizmente- los autores pudieron retener los derechos para reeditarlo cuando y donde quisieran.
El guión de J.M. DeMatteis es más raro que bueno. A ver, cómo lo cuenta es brillante. Como en Moonshadow, cada texto es una gloria, sin nada que envidiarle a los más grossos de la literatura y la poesía. Cada palabra está pensada para conmover, para transmitir belleza, para detonarte la mente. Hay metáforas, simbolismos, parábolas, diálogos hermosos, sentencias definitivas, un final redondo… Todo es realmente delicioso y muy, muy difícil de hacer. El tema entonces, no es cómo cuenta, sino lo que cuenta Blood: A Tale. Y lo que cuenta es, básicamente la vida de un tipo que aparece en un mar de sangre cuando es bebé, crece, recorre el mundo, lo bautizan Blood, lo inician a medias en unos misterios que no sabemos bien cuáles son, encuentra a una mujer que se llama Mujer, que le explica que es vampiro, vaga con ella por varios parajes, se enfrenta ocasionalmente a otros vampiros, pierde a su mujer justo cuando esta le da un hijo y al final… nah, no te puedo contar el final.
Pero lo importante es que no hay un conflicto fuerte. No se termina de entender (o de enfatizar) qué hacen Blood y Woman, por qué, a dónde van, qué buscan. Todo se pierde en el clásico chamuyo místico de DeMatteis, del amor, la bendición, la canción que canta el cosmos, que tantas veces metió en tantos comics, casi siempre con tristísimos resultados. Acá, de todos modos, tiene momentos muy logrados, como la secuencia en la que Blood reencarna en nuestra era y vive una vida normal, como cualquier hombre de cualquier ciudad de los ´80. Vive sólo 54 años, y DeMatteis nos los muestra en apenas 16 páginas, tal vez para hacernos reflexionar sobre el acelere ridículo de nuestras efímeras vidas como mortales. Por ahí a ese tramo se le podía sacar más jugo, en el contrapunto entre este ser casi mítico, hecho de misterios y saberes ancestrales, y el mundo real y racional en el que los vampiros no existen. Igual acá tampoco hay una estructura dramática fuerte, una razón clara por la cual pasa lo que pasa. Me molesta transmitir la idea de que el guión es choto, porque realmente está obscenamente bien escrito. Pero como historia se pasa tanto de vanguardista que termina por hacer agua. Mucha agua.
Para acompañar al lirismo inspiradísimo de DeMatteis, en el arte tenemos a otro virtuoso, a otro poeta del estilo pictórico: Kent Williams. Con sus genialidades (muchas, varias de las cuales veremos años más tarde en trabajos de David Mack, Ben Templesmith y otros grossos) y también con sus problemas, que son básicamente dos: las torpezas en materia de narrativa (muchas), y la mala idea de combinar la influencia de Frank Frazetta (maestro de los maestros) con la de otra bestia, Jeffrey Jones, un dibujante vanguardista de los ´70 que después se operó para cambiar de sexo y ahora se llama Catherine. Jones dibuja que da miedo, maneja los climas como pocos y el plumín como nadie. Pero es aburridísimo a la hora de contar. Leés dos páginas de cualquier historieta de Jeff Jones y te dormís, de una (sí, la que le escribió Gaiman también). Y Kent Williams, al cebarse con Jones, se termina metiendo en los mismos berenjenales que él/ella, con los efectos soporíferos ya mencionados. De la paleta de Williams brotan un montón de imágenes hermosísimas (con el power sugestivo de Frazetta y el vuelo poético finoli de Jones), pero casi nunca llega a articularlas para convertirlas en la base de una narración ganchera.
O sea que Blood: A Tale tiene por un lado textos gloriosos y por el otro imágenes majestuosas, pero como historieta, como amalgama entre esas dos cosas, no termina de cuajar. Una lástima.

lunes, 20 de diciembre de 2010

20/ 12: YO, VAMPIRO Vol.2


Ya no me creo nada ni a mí mismo. Hace dos semanas prometí dejarme de joder con Eduardo Risso hasta el año que viene y acá estoy, de nuevo con un libro del león de Leones. Es que, entre la edición local de Simón y Yo, Vampiro, más su reciente debut en Fierro y su rol fundamental (y fundacional) en la increíble Crack Bang Boom, Risso probablemente haya sido EL autor del año que se está por acabar. Y bueno, si tenemos un referente ineludible de este nivel, ¿para qué carajo eludirlo, no?
Con este tomo de Yo, Vampiro nos embarcamos en un trip a la primera mitad de los ´90, época en la que Risso trabajaba junto a Carlos Trillo para Italia, para las revistas de la Eura Editoriale. Era una producción grande, intensa, de muchas páginas por mes, en la que Risso trabajaba casi siempre con asistentes y tenía poco margen para la experimentación. De hecho, de las tres series extensas que realizaron Trillo y Risso en esta etapa (Borderline, esta y Chicanos), Yo, Vampiro es la menos jugada, la más convencional. Lo cual no la hace chota, ni prescindible. Estamos ante una excelente historieta para adultos, con terror, erotismo, thriller urbano, lindos toques de aventura histórica, momentos de gran tensión dramática, arrebatos de machaca a todo nada con superpoderes incluídos… un poquito de todo. Pero le falta el vuelo poético que sí tiene Borderline y el humor sarcástico y jodido de Chicanos.
Básicamente, Yo, Vampiro nos narra el enfrentamiento final entre el chico sin nombre, que vive hace casi 5.000 años atrapado en ese cuerpo, incapaz de morir pero también de crecer, y la sacerdotisa Ahmasi, unos añitos mayor que él, también inmortal y también vampiro, aunque bastante más hija de puta que el protagonista. Las cosas que Trillo le hace hacer a Ahmasi se pasan de aberrantes. Si se conformara con matar al chico sin nombre, estaría todo bien. Creo que hasta hincharía por ella, porque el pendejo no me cae demasiado bien. Pero no, Ahmasi además vende su cuerpo, manipula y después mata sin piedad al pobre boludo de Bernard que está perdidamente enamorado de ella, se garcha a un enano por puro morbo, asesina a todos los amigos y sirvientes de Fever, y a cualquiera que se cruce en su camino sin demasiados motivos, porque sí, porque puede. Como es inmortal, sabés que su supuesta muerte no puede durar. Pero realmente le deseás la boleta definitiva, porque Trillo se esfuerza porque esta turra te dé asco de verdad, un asco visceral y primal que no disminuye ni cuando muestra las tetas y se abre de gambas.
El otro personaje bien laburado también es mujer: Fever gana complejidad y protagonismo con el correr de las páginas y –a la inversa de lo que pasa con Ahmasi- cuando la ves desmayada y chorreando sangre, decís “por favor que no esté muerta, la puta madre!”. No quiero contar más, para no spoilear… Lo cierto es que Trillo y Risso tenían muy claro que esta era una serie de largo aliento (de hecho ronda las 600 páginas) y para eso necesitaban buenos villanos y buenos personajes secundarios, pensados incluso para cargarse –por momentos- todo el peso del relato a sus espaldas. En ese sentido, Ahmasi, Bernard y Fever son hallazgos muy notables.
En la edición argentina, que es chiquita, el dibujo de Risso se luce, pero un poquito menos que en las ediciones más grandes (la yanki y la francesa, por ejemplo). Acá Risso todavía no se había cebado con Sin City, o sea que su dibujo conservaba rasgos más europeos, más prolijos, menos extremos. Pero ya pela muchos de los mejores recursos que va a mostrar más tarde en 100 Bullets, como la elección de los enfoques, el trabajo de fondos, la variedad de rasgos en los personajes circunstanciales, la polenta del claroscuro, sin medias tintas. Este es el Risso que despunta en Fulú, pero más canchero, con más oficio y más experiencia para afrontar una producción más exigente que la que le planteaban los editores franceses. Dicen que cuando los coordinadores de Vertigo le preguntaron “Pero, ¿vos estás seguro de que podés entregar 22 páginas por mes con esta calidad?”, Risso recordó sus épocas de Yo, Vampiro y Borderline y se cagó de risa un rato largo.
Si sos fan del cordobés devenido rosarino, o de Trillo, o de los vampiros, o del comic argentino en general, festejá conmigo que se haya editado este material en nuestro país, sin censura y hasta con páginas que en la edición francesa no están.

domingo, 19 de diciembre de 2010

19/ 12: ASTONISHING X-MEN Vol.1


El otro día hablabámos de lo grosso que fue el aporte de Grant Morrison a los X-Men, todo lo que abrió, lo que renovó, lo que replanteó. Pero también todo lo que cerró. Y la fuerza, la magnitud, la clase que le dio a cada cierre. Con lo cual el laburo de suceder a Morrison al frente de la serie era de altísimo perfil y a la vez de altísimo riesgo, algo así como dirigir a Boca cuando se fue Carlos Bianchi. Marvel hizo una piola: convirtió a New X-Men en otra cosa y lanzó una nueva serie, Astonishing X-Men, que va a ser secuela de lo de Morrison, pero al empezar de un nuevo número uno, no se va a notar tanto. Te das cuenta por el equipo de héroes, que excepto por el cambio de Kitty Pryde por Jean Grey, es exactamente el mismo que jugaba de titular en la Era Morrison. No está el Profe, okey, pero intuyo que va a volver pronto. Y cerca del final del tomo reaparece Colossus, al que habíamos visto morir tres o cuatro años antes y supuestamente no iba a resucitar jamás, o por lo menos no mientras Joe Quesada fuera el capo de la editorial.
La explicación de cómo carajo está vivo Colossus es patética, como si a nadie le importara, como si fuera un mero detalle burocrático para ir a lo realmente interesante, que es tenerlo al grandote ruso de nuevo en las filas de los X-Men. Hoy es así. ¿Hacemos mierda cualquier interés dramático (o incluso cualquier valor especulativo) que pudiera tener la saguita en la que murió Colossus? No calienta. Lo grosso es lo que está por pasar, no lo que pasó hace años (y es obra de otro equipo creativo). Tenés una serie pensada para ser mega-hot, tenés la responsabilidad de continuar (de alguna manera) lo que hizo Morrison, y bueno, se te perdona escaparte para adelante…
Astonishing X-Men –me lo estaba guardando- tiene como guionista a Joss Whedon, el creador de Buffy The Vampire Hunter, serie de TV icónica de fines de los ´90, famosa por su alto contenido comiquero. De hecho, cuando la serie bajó del aire continuó en comics escritos por el propio Whedon. Yo jamás habia visto Buffy (ni Angel, ni ninguno de los spin-offs) ni había leído otros comics de Whedon. Pero me convenció. El tipo obviamente hizo los deberes. Se nota que leyó mucho (y bien) la Era Chris Claremont, la más gloriosa en la historia de los mutantes, que conoce de memoria a los personajes y que además tiene unos diálogos magistrales. Whedon conserva cierto sabor morrisoneano en el planteo de la serie, y a la vez se esfuerza por recuperar cierta impronta claremonteana sin que huela a retro, ni a refrito, ni a naftalina, lo cual es grosso.
Por supuesto, esto está escrito en el Siglo XXI, o sea que en comparación con la etapa de Claremont, acá pasa poco. En los ´80, todo este tomo podría haber sido tranquilamente una novela gráfica de –como mucho- 64 páginas. Pero Whedon la rema con clase, con muy buen desarrollo de personajes y –ya lo dije- con diálogos excelentes. Hay muchas escenas brillantes, pero me quedo con la de Nick Fury y Cyclops en el helicarrier de SHIELD, una cátedra de mala leche, cinismo y erudición geek.
Y por el lado del dibujo, tenemos al “Facha” John Cassaday prendido fuego, sin ratearse ningún número, mezquinando un poquito los fondos, es cierto, pero con muchísimas pilas en todo lo demás. A Cassaday le sienta muy bien la narrativa descomprimida, tranqui, pausada, que propone el guión de Whedon, pero cuando estalla la machaca, sabe poner cuarta y salir a matar con secuencias llenas de vértigo, acción y grandilocuencia. La temporada de Cassaday en Astonishing X-Men nos salió carísima a los fans de Planetary, porque la serie se fue virtualmente al limbo durante años, mientras el Facha le ponía todo a los mutantes y a Je Suis Legion, su imprescindible saga para el mercado francés. Pero todo bien. En su momento lo puteamos más que a Macri y ahora, con Astonishing, Je Suis Legion y el tomo final de Planetary en la biblioteca, es hora de hacer las paces y de ovacionarlo por la gran calidad que nos brindó en cada uno de estos trabajos.
Astonishing X-Men arrancó linda, atractiva, bien planteada y muy bien dibujada. Antes de fin de año, prometo entrarle al Vol.2.

sábado, 18 de diciembre de 2010

18/ 12: ZOÉ


No tengo muy claro por qué, pero a Christophe Chabouté se lo ha editado poco en nuestro idioma. En una de esas es porque empezó a trabajar cuando ya no existían las revistas de antología, y por eso no cosechó una base de fans acostumbrados a seguir sus trabajos. Lo cierto es que este libro es el único de Chabouté que conseguí en castellano y para leer los otros, tuve que hacerlo en francés. Tampoco leí todos; creo que tengo dos o tres más. Pero me parece un autor completísimo, un verdadero maestro, y es una lástima que la gran mayoría de los lectores hispanoparlantes no lo tengan en el mapa.
Chabouté desentona un poco en el panorama actual. Sus historias no quieren ser modernas, su dibujo nos remite al de los maestros de los ´70 y ´80 (Jacques Tardi, Didier Comés, José Muñoz), sus temáticas van más allá de las modas y las coyunturas, y además suele elegir ambientaciones raras, lugares marginales, donde el vértigo del progreso nunca llegó, o se nota poco. Le gusta la narrativa descomprimida, con énfasis en las pausas, en los silencios, en los momentos en los que no pasa nada y el relato se detiene a mirar el vuelo de unos pájaros, o la marcha silenciosa de unas hormigas. Cualquier novela gráfica que Chabouté desarrolla en 100 páginas, encarada de otra manera y por otro autor se podría resolver en 40. Pero se perdería la magia, el laburo sutil y cautivante de construcción de climas, de build-up hacia lo grosso que va a pasar después. Y por supuesto, podríamos disfrutar durante menos páginas del excelente dibujo de Chabouté, capo absoluto del claroscuro y de una destreza con el pincel poco frecuente, un tipo que se mata con los fondos y la documentación y está radicalmente en contra del uso de la informática para la realización de sus comics. La narrativa, además de enfatizar las pausas y los climas, es poco francesa. Chabouté se lee más como comic americano (indie, claro) que como comic francés. La puesta en página, la elección de los planos, el trabajo de las secuencias, todo nos remite más a los autores yankis que a Moebius, Bilal o Tardi.
O sea que hay razones de sobra para dejarse seducir por Chabouté. En el caso puntual de Zoé, la historia es perfecta, redonda, inquietante y llena de sorpresas que estallan sobre el final y que nunca te ves venir. El clima de este extraño pueblito en el medio de la nada (por no decir en la concha de lora, que queda feo) te atrapa, te hipnotiza y ya para el final te asfixia. Para cuando te das cuenta de que esto no es una paja semi-autobiográfica del autor, ni una de terror demasiado sutil, el thriller te tiene agarrado de las bolas y estás esperando que termine el libro para poder respirar.
Así de bien llevado está el misterio, y por supuesto, bien condimentado con un buen desarrollo de personajes (principalmente Zoé y Hugo) y potenciado por la fascinación que crea Chabouté cada vez que se cuelga un par de páginas con detalles (hermosamente dibujados) de la vida en el pueblito de La Goule. Como en todas sus obras, el autor recurre a los diálogos casi cuando no le queda otra (esto llega al extremo en la majestuosa Tout Seul, su obra maestra, de 2008). A Chabouté le gusta muchísimo el cine (francés) y aprendió a mezquinar palabras, a contar siempre que se puede desde la imagen. Así logra que cada diálogo tenga un impacto mucho mayor, porque “rompe” con el status quo, que en este caso es el del silencio, de los animales, de los cementerios, de los que operan en las sombras y no quieren ser vistos ni oídos.
No puedo ahondar mucho más sin spoilear ni revelar detalles de la trama que prefiero que descubras por vos mismo. Zoé es una novela gráfica de enorme atractivo, pensada para engancharte de principio a fin sin el más mínimo recurso pochoclero. Está editada en castellano por La Factoría de Ideas y es anterior en el tiempo a Pleine Lune, La Béte y Tout Seul (sus obras más importantes), así que además sirve como puerta de entrada al apasionante universo de este excelente autor. Dale nomás, con confianza.

viernes, 17 de diciembre de 2010

17/ 12: HELLBOY: WEIRD TALES Vol.1


Esto es el “vale todo” de Hellboy. Acá viene cualquiera y tiene la oportunidad de contarnos una historia corta del mostro mignolesco o de alguno de sus personajes secundarios. Nada está en continuidad, ni cambia nada. Simplemente son nuevas miradas acerca de la maravillosa mitología que desde 1994 construye Mike Mignola en torno a este personaje de inagotable encanto. Algunos hacen la Gran Bizarro Comics: historias 100% en joda, irreverentes, para cagarse de risa un rato. Y otros se meten a fondo con los personajes y demuestran que los entienden y los quieren casi tanto como su creador. El cóctel es variado y –sobre todo- satisfactorio, no sólo como tributo a la chapa de Hellboy (y si no, traeme el Spawn Weird Tales), sino además porque hay buenas historietas para leer y grandes dibujantes para deleitarnos con imágenes de alto impacto.
La única historia realmente floja del tomo es la segunda, la de Tom Sniegoski (verdulero irredento) y Ovi Nedelcu (grosso en la animación, pero del montonardo en la historieta). El resto, va casi todo para adelante. Eric Powell (el maestro que hace The Goon) es, sin dudas, el autor mejor dotado para hacerse cargo de Hellboy el día que Mignola no lo haga más. La de Sara Ryan y Steve Lieber (el de Underground, ¿te acordás?) es la mejor historieta del libro, con un guión perfecto y muy buenos dibujos. Es tan rica, tan compleja, se disfruta tanto, que cuando la terminé volví a contar las páginas, porque no podía creer que en tan sólo ocho me hubiesen contado una historia tan copada. Con ese mismo argumento, cualquiera (Mignola, sin ir más lejos) te hace un episodio de 24 páginas.
En “Hot” vemos el primer trabajo en comics de Seung Kim, un monstruo del lápiz, realmente virtuoso, que se la banca a la hora de la narrativa. El guión (de Randy Stradley) es flojo y previsible, pero el dibujo la rompe, mal. Fabián Nicieza y Stefano Raffaele cuentan una historia de Baba Yaga que no está nada mal. La de John Cassaday también hace agua por el lado del guión, pero el dibujo te parte el cráneo en 18.000 fragmentos, después te los derrite, te los fisiona y te los vuelve a juntar formando las estructuras de cristal que creó el Dr. Manhattan en Marte cuando se fue de la Tierra. Impresionante. La de Joe Casey y Steve Parkhouse tampoco está mal, pero sobra Hellboy. Podría estar en cualquier otra antología de relatos extraños.
El Sector Joda está copado por las historietas de Bob Fingerman y por la de John Arcudi (el de B.P.R.D.) y el glorioso neozelandés Roger Langridge, con quien ya nos hemos cruzado en varias antologías. Además de Seung Kim, el otro dibujante al que no junaba y que me encantó es Eric Wight, que resuelve con gran cancha el guión de Mark Ricketts. La historieta más extensa del tomo (12 páginas) está protagonizada por Liz, y escrita y dibujada por Jason Pearson, en un laburo realmente notable, donde Pearson se mata por encontrarle una vuelta más a un personaje muy laburado por Mignola. La de Alex Maleev es como la de Cassaday: está dibujada como la hiper-concha de Dios, pero el guión no va a ningún lado. Y cerramos con la del capo canadiense Andi Watson, que tiene un dibujo sencillo, casi aniñado, y un tono que parece de comedia, pero que leída con atención tiene una enorme profundidad. Como la de Pearson, la historieta de Watson nos muestra a un invitado que demuestra un conocimiento y una comprensión de estos personajes que seguramente conmovieron al impasible e inmisericorde Mignola.
Ya para el postre, pin-ups, bocetos, textos de agradecimiento y demás giladas de rigor, que nos dan ese “algo más” a los que nos compramos los TPBs en vez de las revistitas. A los que se compran las revistitas les dan avisos de películas, videogames, golosinas, series de TV, o de otros comics que no nos interesan en lo más mínimo. Calenchu!

jueves, 16 de diciembre de 2010

16/ 12: CAYENNE


No, si yo soy un boludo importante. Leo a los autores franceses en inglés y a los argentinos en francés. Me falta leer a los yankis en italiano y ya canto bingo… En este caso, la bizarreada está más o menos justificada: de las 15 historietas que trae este álbum, en la etapa actual Fierro se publicaron seis o siete y el resto jamás se tradujo al castellano. O sea, al idioma en el que escribió estas historias Guillermo Saccomanno para que las dibujara Cacho Mandrafina.
Cayenne, como muchos saben, es algo así como la secuela de El Condenado (una serie mítica de Saccomanno y Mandrafina que se publicó muchos años en Skorpio), realizada esporádicamente, sin ritmo semanal, ni mensual, ni nada, entre 1998 y 2003. Cada historieta tiene ocho páginas y son todos autoconclusivos que giran en torno al Sweet Sodome, el bar que se puso Marcel Clouzot (apodado “el francés”) en una gran ciudad que bien podría ser New York. Clouzot, además de propietario del boliche, es escritor y está siempre en busca de historias. Por suerte, entre coperas, malvivientes y el enigmático pianista Griffith, siempre está bien abastecido. Ya sea por situaciones que se viven en el bar (o sus inmediaciones) o por alguna crisis que obliga a alguno de estos personajes sombríos a revelar momentos claves de su pasado, el Francés siempre vive o escucha nuevas historias para plasmar en su máquina de escribir.
Saccomanno, que es más literato que guionista de historietas, entiende perfectamente la pulsión del Francés, y además está muy, pero muy curtido en esto de las historias chiquitas, casi intimistas, sórdidas, tristes, siempre manchadas con muertes, traiciones y desengaños amorosos. Sus personajes son duros, ásperos, pero no son muñecos de cartón, bidimensionales y predecibles, sino tipos y minas creíbles, con muchísima humanidad y muchísima complejidad. ¿Se puede delinear personajes complejos en ocho páginas? Sí. Lo hacía Will Eisner en The Spirit (que tenía historias de siete páginas) y lo hace Saccomanno en ocho. Por supuesto, los personajes más atractivos, más redondos, son los que protagonizan más de una historia corta, pero –salvo alguna que otra- todas nos presentan conflictos y personajes conmovedores.
Saccomanno ambienta todas estas historias en el período entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, aunque sin dar fechas precisas ni mencionar hechos históricos puntuales. Es un período fértil para la ficción, en el que transcurren muchísimas historietas, películas y novelas memorables. Sin ir más lejos, es la época en la que cobra forma el género negro, que es –claramente- la corriente en la que se inscribe este trabajo de Saccomanno. Antihéroes, perdedores, femmes fatales del Nacional B, climas ominosos, finales trágicos o irónicos… en Cayenne no falta nada de eso, aunque al lado de Savarese, el Francés es el Guacho Winner.
Y además es el período favorito de Mandrafina, es la ambientación que se sabe de memoria: Gran ciudad costera yanki, décadas del ´20 y ´30. Ahí Cacho da cátedra, ahí jugó de local durante siglos, primero con Savarese y después con los Fratelli Centobucchi (o Spaghetti Brothers, según quién lo publique). Y con El Condenado, obvio, aunque las primeras historias de la etapa clásica no transcurrían en EEUU. Acá Cacho nos pasea por muelles y mansiones, granjas y prostíbulos, y siempre impacta con su genial manejo del claroscuro, su narrativa perfecta, sus locaciones y decorados perfectamente documentados, la interminable variedad de rasgos faciales para los matones, las chicas buenas, las putas, los canas. Ningún personaje se parece a otro y todos parecen reales. Mandrafina es el único autor al que los franceses le perdonan que narre “a la italiana”, con seis o siete viñetas por página y muchísimos primeros planos. A todos los demás les exigen que cuenten “de más lejos”. A Cacho, lo disfrutan así, con esos primeros planos fuertes, heavies, terriblemente expresivos. O por ahí lo que les gusta es cómo des-enfatiza la violencia. Cómo hace que las persecuciones, piñas y tiroteos no tengan gusto a pochoclo hollywoodense, sino a drama humano, a resolución trágica de un conflicto real.
Bueno, se juntaron dos grossos. Dos tipos que se conocen mucho, que conocen perfectamente su oficio y la época en la que decidieron ambientar las historias. Así es difícil que no salgan buenas historietas y este libro tiene unas cuantas realmente excelentes. Ojalá algún día no haya que estudiar francés para leerlas.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

15/ 12: ULTIMATE MARVEL TEAM-UP


Wow, qué masacote! 16 números y un especial, todo en un sólo hiper-TPB! Pero está piola: por sólo u$ 30 te podés comprar de un saque TODO el Ultimate Marvel Team-Up de Brian Michael Bendis.
Bah, piola hasta por ahí nomás. Los guiones –digámoslo de una vez- no son gran cosa. Está buenísima la trilogía con Punisher y Daredevil y el resto no apesta, pero tampoco aporta demasiado. Incluso confunde, porque acá vemos al Ultimate Spider-Man encontrarse con versiones de los héroes de Marvel que muchas veces no tienen nada que ver con las que veremos después en el Universo Ultimate: los Fantastic Four, el Iron Man, el Hulk que aparecen en estos comics contradicen groseramente a los que después protagonizarán otras series ambientadas en este mismo universo (que, aclaremos, no es el Universo Marvel tradicional). Un par de personajes sí son los mismos: Wolverine, Nick Fury y Black Widow, por ejemplo, respetan a rajatabla las otras apariciones de estos héroes en el Universo Ultimate. Y otros son tan bizarros que no sé si volvieron a aparecer alguna vez…
UMTU, como revista, es floja. No tiene dirección, no hay una trama mayor que englobe a todas esas historias y en varias de ellas no pasa absolutamente nada. Ni siquiera es recomendable como guía del Universo Ultimate, por eso que señalábamos de las versiones contradictorias de algunos personajes (lo cual está perfecto, porque si a la hora de lanzar Ultimate Fantastic Four o Ultimate Iron Man se hubiesen ceñido a las versiones de Bendis, habrían sido unos bofes insostenibles y no los grandes comics que fueron). En todo caso, y si tenés buena onda para regalar, la podés leer como un spin-off divertido de Ultimate Spider-Man (que también la escribía Bendis); y ahí puede andar, porque conserva la excelente caracterización de Peter, Mary Jane, J.J. Jameson y demás secundarios del arácnido que Bendis desarrolló a lo largo de más de 100 episodios de USM. Pero no le pidas que cada historia haga un gran aporte a los mitos de Spider-Man, porque vas al horno.
Lo más grosso, y lo que –por lo menos para mí- hace irresistible a este mamotreto infinito, es la selección de dibujantes que acompañan al verborrágico Bendis: Matt Wagner, Phil Hester, Mike Allred, Bill Sienkiewicz (andá a cambiarte la ropa interior y volvé), John Totleben, Ted McKeever, un par de segundones con onda tipo Rick Mays y Terry Moore, y un par de asesinos seriales más, pero que dibujan poquitas páginas cada uno, como Sean Phillips, Craig Thompson y Dan Brereton. Verás que cuando decía “selección” no exageraba: con estos once salís campeón de lo que quieras, y además tenés para poner en el banco de suplentes a Jim Mahfood, Scott Morse, Jason Pearson y John Romita Padre. O sea que a nivel dibujos esto es pulenta de verdad.
Ahora, si lo tuyo son los guiones, hay un montón de comics del Universo Ultimate que te van a gustar mucho más. En ningún otro vas a disfrutar de la gloria de ver a Hulk dibujado por Hester, o a Sienkiewicz prendido fuego en una saga con el Punisher y Daredevil, ni la genialidad de poner a Totleben a dibujar a Man-Thing. Pero vas a encontrar con toda facilidad (sin ir más lejos, en el USM de Bendis) historias mejor pensadas, con un desarrollo más lógico, donde las apariciones de los distintos personajes no se sienten tan forzadas y donde cada machaca o cada diálogo sirve para que las historias avancen, y no sólo para babearnos con los dibujos. Acá (salvo en la saguita del Punisher y Daredevil) Bendis se jugó al fan service, a mostrar personajes copados en historias intrascendentes, apenas condimentadas con buenos diálogos (casi siempre a cargo de Spidey) y reivindicables sólo por el mega-estelar elenco de artistas, muchos de los cuales dejaron la vida en cada viñeta. Menos mal que lo conseguí muy barato…

martes, 14 de diciembre de 2010

14/ 12: ACHACAU


Termino la Gira Latinoamericana 2010 otra vez en Perú, con una antología que reúne las historias cortas de César Carpio Guerra, la nueva bestia salvaje del continente.
Los guiones –digámoslo de una vez- no ofrecen nada demasiado sustancioso para el análisis. El más digno es el de “Paranormal” y el resto son apenas excusas para que Carpio haga gala de su impresionante talento como dibujante. Varias de las historietas son porno, y alguno dirá “Dejate de joder, ¿cómo le vas a pedir un buen guión a una historieta porno de 8 páginas?”. Es cierto, y la verdad es que me conformaba con diálogos bien escritos. Pero no hay. Faltan signos de puntuación, la redacción es confusa… No hay mucho que rescatar por ese lado.
Pero la verdad es que poco importa. Así como en el comic porno sólo importa la temperatura que se genera en tu entrepierna, en ¡Achacau! sólo importa el dibujo de Carpio, que está pensado para dejarte absolutamente estupefacto. Pocas vi a un tipo que maneje el lápiz como este. No es malo cuando entinta (tiene apenas un par de viñetas entintadas a los pedos, sin ganas), pero a lápiz es insuperable. Las texturas que logra, el trazo perfecto, el dinamismo de las figuras, la verdad es que cuesta creerlo. El estilo de Carpio mezcla lo mejor y lo más ganchero de los autores yankis hot de los ´90 (tipo J. Scott Campbell, Jim Lee, o los más dignos clones de Marc Silvestri) y lo combina con una sobrecarga de detalles casi barroca, tipo la mejor época de Berni Wrightson, con sombras y fondos recontra-trabajados y ese lápiz mágico y pasado de rosca que cada tanto reaparece en dibujos sin entintar que te tiran de culo.
Cualquier tipo que dibuje onda Campbell o Jim Lee (o mejor) y se juegue a hacer historietas con garches y petes, tiene el éxito garantizado. Pero por suerte, Carpio va más allá. Sus tres o cuatro historietas sin garche son ejemplos de versatilidad, de gran ingenio en la narrativa, de laburos que no apelan al mínimo denominador común. Una de ellas (“Tenia”) nos muestra a un Carpio más realista, entre Travis Charest y Juan Giménez, con un alucinante despliegue de máquinas, trenes futuristas y demás chiches tecno, como para demostrar que lo suyo no son sólo las tetas y las pijas. Y a la hora de apelar al mínimo denominador común, cuando lo único que importa son las penetraciones y las eyaculaciones, Carpio se va al carajo, mal. Sus escenas hot son incandescentes, sin cuartel, ni tregua, ni piedad. Verdaderas salvajadas que te hacen sentir sucio y pegajoso, no importa dónde (ni con cuántas manos) las hayas leído.
No hay mucho más para agregar, porque los guiones –repito- no dan el jugo suficiente. Pero sí quiero invitarte a que conozcas y tengas muy en cuenta a este asesino serial, del que seguro vamos a oir hablar muchísimo en los próximos años, entre otras cosas porque ya está trabajando para editoriales europeas. César Carpio Guerra, monstruo entre los monstruos, vino a patear el tablero. Y está muy bien.

lunes, 13 de diciembre de 2010

13/ 12: AMERICAN VIRGIN Vol.1


Tan cerca del final y me animo a volver al principio… Otra vez, como en aquel lejano 1° de Enero, me siento a leer el primer tomo de una serie de Vertigo que ya no se publica más. Como en tantas series potencialmente grossas y prematuramente canceladas, acá aparece el nombre de Steven T. Seagle, un guionista que prácticamente garantiza el fracaso comercial de los proyectos en los que se embarca. Y no porque no sea bueno: es un autor más que competente, con algunas obras muy notables en su currículum. Pero casi siempre le va mal y sus series suelen durar 25 números con toda la furia. American Virgin no es la excepción: la idea está muy buena, el primer episodio es PERFECTO, el desarrollo del primer arco es bastante atractivo, pero ya sé que la serie termina en el cuarto tomo, porque las ventas no acompañaron.
Por ahora (y supongo que hasta el final) todo gira en torno a Adam Chaberlain, un pibe de 21 años, inteligente, fachero, con guita… el típico flaco al que cualquier minita se le regalaría sin histeriquear ni 15 segundos. Pero Adam tuvo una revelación: Dios le habló y le dijo que su corazón le iba a indicar cuál era la mujer de su vida, su verdadero amor. Adam, cristiano ejemplar, no sólo le creyó: también le prometió que conservaría su virginidad hasta poder consumar el matrimonio con esa mujer tan especial, que es su novia de la secundaria, Cassandra. Adam viene de un año entero al frente de una cruzada por la virginidad, en el que escribió un libro exitosísimo y dio cientos de conferencias acerca de la importancia de mantenerse virgen hasta el momento de unirse en un acto místico y maravilloso con ESA persona única y especial a la que Dios te va a ayudar a encontrar, como si fuera un GPS. Gracias a esta cruzada, Adam se hizo famoso y recibe muchas ofertas, no sólo de chicas que lo quieren desvirgar, sino de canales de TV de tele-evangelistas que lo quieren al frente de un programa para que los jóvenes se copen con Dios (y dejen un billete en las arcas de las iglesias, claro).
Hasta ahí todo bien, pero… ¿por qué no cogen Adam y Cassandra? Porque la chica se fue de voluntaria a Africa, a una zona de conflictos sociales y miseria extrema y hace dos años que no se ven. ¿Dos años sin tocar a la chica que amás ni a ninguna otra? ¿No será mucho? No si Dios te convenció de que la espera vale la pena. Así se construye el mundo de Adam, por el que pululan su madre (ferviente religiosa, al borde del fascismo), su padrastro (dueño de un canal de TV religioso), su hermanasta (bastante atorranta) y su hermano, un pibe común y corriente, menos inteligente que Adam, pero más vivo a la hora de entregarse a los designios de otra Santísima Trinidad: sexo, droga y rock´n roll. Y de pronto, la noticia parte de un pueblito de Mozambique y recorre el mundo: Cassandra fue asesinada, decapitada y –nos enteramos después- desvirgada.
Así empieza la historia, cuando el mundo de Adam se desploma sobre su cabeza, cuando le cae la ficha de que lleva años esperando ese polvo sublime y definitivo con una chica que ya nunca será suya ni de nadie. Entre enloquecido y cegado, decide viajar a Mozambique a buscar al cadáver de su amada y así, junto a su hermanastra que le hace el aguante, pasa el resto del tomo yendo y viniendo por los ásperos paisajes africanos hasta poder unir cuerpo y cabeza de Cassie en un ataúd como Dios manda. Pero termina con muchas más dudas de las que tenía cuando viajó. ¿Quién mató a su novia? ¿Por qué? ¿Cómo perdió la virginidad que le tenía reservada a él? Ya nos enteraremos.
A cargo de la faz gráfica tenemos a Becky Cloonan, la grossa de Demo, acá sin variar el estilo de un episodio a otro. Cloonan opta por dibujar toda la serie en un estilo que tiene mucho de Paul Pope, pero también algo de Brian Wood (cuando dibujaba) y algo de Bryan Lee O´Malley. Y le queda bien, se acopla bien con la onda de la serie. Dibuja a todos los personaje con rasgos bien distintivos, le presta atención a detalles de la ropa, del lenguaje gestual y corporal, no se mete en ningún brete narrativo y simplifica mucho los fondos, pero sin hacer la chantada de no dibujarlos o de meter fotos. Muy bien el colorista Brian Miller, que se complementa muy bien con esta imparable artista nacida hace 30 años en Italia.
American Virgin tiene aventura, acción, comedia, bajada de línea y temas siempre fértiles para el debate como la religión y el sexo. Un elenco interesante, muy buenos diálogos, buen ritmo, muy buenos dibujos… No te digo que pintaba para ser el próximo 100 Bullets, pero el planteo inicial sin duda daba para durar más de 22 episodios. A comerlaaa!

domingo, 12 de diciembre de 2010

12/ 12: SEPTIMO CIRCULO


Seguramente alguna vez escuchaste aunque sea de rebote esa leyenda de la mitología cristiana que dice que los suicidas son condenados a vivir por toda la eternidad en el séptimo círculo del Infierno, una especie de barrio privado al que sólo acceden los que se quitan la vida por propia voluntad. Seguramente nunca se te ocurrió que podría ser un lugar tan fascinante y tan perturbador como el que pintan Diego Cortés y Nicolás Brondo en esta novela gráfica.
Séptimo Círculo es la historia de un pelado de barba (sabemos que se llama Roberto por haber leído el prólogo; en la historieta nunca se lo nombra) que decide pegarse un corchazo. ¿Qué le pasó? ¿Lo acechan las deudas? ¿Le descubrieron oscuros secretos? ¿Votó a Macri en 2007 y le vinieron ganas de votarlo de nuevo? No, la mujer a la que ama se tiró de un puente y él cree que, si se suicida, la va a encontrar en el más allá y van a vivir juntos por siempre. Las ganas de reencontrarse con Ana pesan más que las de seguir vivo, y a Roberto esa decisión le cuesta nada menos que la vida.
Y ahí vamos con él, a recorrer séptimo círculo del Infierno en busca de Ana. La vamos a encontrar (obvio), pero esta es una historieta tan impredecible que eso no va a ser lo más importante, el climax de la historia no está en el reencuentro de la pareja de suicidas. Al principio la novela es más descriptiva que narrativa: Roberto descubre un mundo nuevo, con reglas distintas de las de aquel que eligió abandonar, donde no gobiernan los demonios sino la desazón, la desesperanza, el vacío, la letanía. Y nosotros lo acompañamos y nos horrorizamos y sufrimos con él ante cada atrocidad, ante cada muerte espantosa y sin sentido que le toca presenciar. Pasadita la mitad del libro nos encontramos con Ana, en una escena tensa, de altísima carga emocional, que será rápidamente eclipsada por la siguiente escena, en la que Roberto se encuentra nada menos que con Dios. Y ahí la cosa pasa de grossa a gloriosa. Las 16 páginas finales de Séptimo Círculo son tremendas y no quiero decir ni media palabra al respecto para no spoilear nada.
Excepto por las escenas con Ana y con Dios, en el resto de la novela los diálogos escasean más que las copas en la vitrina de Gimnasia. Cortés construye al personaje de Roberto en el diálogo con Ana. Hasta ese punto lo acompañamos por este mundo crepuscular sin saber casi nada de él. Después de ese punto, lo entendemos como si lo conociéramos de toda la vida. Ahí Roberto deja de ser testigo y nos recuerda que es el protagonista, que sus silencios, sus miradas, su andar firme por este baldío metafísico eran coherentes con su forma de actuar, pensar y sentir. Y subrayo sus silencios. En este comic (como en Jueves, otra joya de Diego Cortés) los silencios son fundamentales.
La narrativa también. Con un narrador sin talento, esta historia no podría tener nunca 76 páginas. O sí, pero a la página 30 tirás el libro a la mierda al grito de “naaahh… me están cargando!”… Felizmente Nicolás Brondo pega un salto cuántico en su calidad como narrador y se despacha con un montón de secuencias de una solidez y una fuerza memorables. Es probable que Brondo no sea un virtuoso al nivel de los antiguos partenaires de Cortés (Juan Ferreyra, Federico Rubenacker, Renzo Podestá). Pero es un tipo que entiende perfectamente cómo plasmar en el papel los climas, que suelen ser lo más notable de los guiones de Cortés, y eso lo hace el cómplice ideal. Narrativa y clima logradísimos, un manejo de técnicas muy, muy grosso (claroscuro, crosshatching, esfumados con cepillo, manchas, tramas mecánicas, fotos retocadas, lo que quieras), enfoques invariablemente bien elegidos, puesta en página variada y osada, fondos en los que se nota que dejó la vida… La verdad es que los logros de Brondo son tantos y tantos más que en sus trabajos anteriores, que los rubros en los que no brilla tanto (las expresiones faciales, por ejemplo; sólo Dios parece “saber actuar”) no alcanzan ni en pedo para deslucir el conjunto.
Séptimo Círculo, amigo viñetófilo, es un comic exasperante, que te mete y compromete en situaciones y lugares en los que nadie en su sano juicio se quiere meter. Y lo hace con talento, con perversa genialidad, con bronca, con ganas de que termines el libro y te sientas cagado a trompadas pero contento. Si lo leés y no te copa, no descartes la posibilidad de pegarte un tiro.

sábado, 11 de diciembre de 2010

11/ 12: X-STATIX Vol.1


Qué loser soy… recién ahora leo esta paponga increíble, de la que oigo hablar maravillas desde que salió, hace como ocho años. Tenía los TPBs de X-Force de Peter Milligan y Mike Allred y me acuerdo que cuando los leí me parecieron magníficos. Entonces, ¿por qué catzo nunca compré los de X-Statix, que es la continuación de esa serie con distinto nombre (como si cruzara Rivadavia)? No tengo explicación.
Casi tan difícil de explicar es cómo Marvel aprobó esta serie. Okey, hay una razón: era la Tercera Edad de Oro, la de Bill Jemas y Joe Quesada, en la que Marvel apostó EN SERIO a la calidad y la innovación, cuando se avivaron que durante los 10 años en los que ellos perdieron el tiempo con crossovers mutantes, sagas del clon y payasadas como la de Heroes Reborn, el comic había seguido su camino, había avanzado mucho y hacia direcciones muy distintas. Tanto, que para 2001 seguir clonando las porquerías de Image (que a su vez eran clones defectuosos de las porquerías de Marvel de 1991) era garantía de fracaso.
Y así, entre un montón de series grossas, apareció esta bizarra deconstrucción de los equipos de jóvenes superhéroes. Que por ahí no va tan al extremo como el Bratpack de Rick Veitch, pero que demuestra unos huevos poco frecuentes en el mainstream yanki. Milligan, que fracasó en varios títulos superheroicos por limar de más en los argumentos, acá lima para otro lado. Los argumentos son lineales, blanditos, casi una excusa para la caracterización de los personajes (que está logradísima), y siempre un vehículo para explorar a fondo un tema: el de la hiper-explotación comercial y mediática de los superhéroes. Todo pasa por lo que el público ve, por lo que los medios muestran, por lo que las empresas quieren patrocinar. Y ahí hay una línea clara para bajar, que Milligan baja de modo original, interesante, jugoso, por momentos hasta visceral. Las internas en el grupo, los representantes que buscan su mordida, la rivalidad con otro equipo de la competencia (no es un Avengers-Masters of Evil, ni siquiera un River-Boca… es un Coca-Pepsi!), todo está visto desde un enfoque netamente utilitario, ajustado a las reglas del capitalismo salvaje y el marketing que sólo apela al mínimo denominador común para vender más.
¿Por dónde lima Milligan? Por el lado de los poderes de estos jóvenes mutantes. Así como nunca viste un grupo que se venda tan asquerosamente a los sponsors, tampoco viste jamás héroes (o algo así) con poderes tan extraños como los de X-Statix. Ahí sí que vale todo. Hasta Doop, una masa verde que flota, filma todo y habla en un idioma ininteligible (para los lectores). Tan raro es esto que, si bien nombran varias veces al Profesor Xavier y más tarde tendrán team-ups con los Avengers, no me extrañaría que pasado mañana alguien aclare que todo está fuera de continuidad. Obviamente, si fuera un comic de DC ya estaría fuera de continuidad.
Pero por ahí no te alcanza con un enfoque osado y novedoso, ni con la excelente caracterización de los personajes, ni con el despliegue de poderes imposibles y alucinantes. En ese caso, te digo las palabras mágicas que van a hacer que salgas corriendo a buscar estos tomos: Mike Allred. Sí, uno de los Dioses del Noveno Arte dibuja casi todos los episodios y el que Allred no dibuja se lo pasa a Paul Pope. Y hay un unitario breve y en joda de Darwyn Cooke. No, en serio. Creeme que es posta. Eso sí: no te puedo prometer que vas a ver a Allred al mismo nivel que en Madman o en The Atomics, porque te estaría chamuyando. Acá tenía que entregar sí o sí todos los meses y hay páginas donde se nota el apurón. Pero está la magia, está la onda, está la impronta, está esa estética tan de Allred, por un lado tan sencilla y por el otro tan difícil de imitar.
En la Marvel mágica de Jemas y Quesada valía irse al carajo, valía romper el molde, valía hacer comic 100% de autor adentro del mainstream. Y por supuesto, Milligan y Allred aprovecharon para mandarse una obra rarísima, adictiva, un tanto perturbadora y definitivamente peleada con el Más de lo Mismo. Dicen que para los últimos números la calidad baja bastante, pero yo hasta que no lo vea no lo creo.

viernes, 10 de diciembre de 2010

10/ 12: OPERACION MUERTE


Me reencuentro con el glorioso Shigeru Mizuki para una nueva incursión por el manga histórico, ambientado en la Segunda Guerra Mundial. Para Mizuki, lamentablemente, además de histórico es autobiográfico, ya que tuvo la desgracia de pelear en esa guerra, en la que perdió nada menos que un brazo. Por suerte para él, Mizuki sobrevivió la experiencia (por eso esto no es 100% autobiografía: en el manga no sobrevive ni un mísero soldado); y por suerte para nosotros, Operación Muerte no cuenta la historia del soldado Mizuki, sino que opta inteligentemente por un protagonismo colectivo, grupal, que le permite al autor desplazar el foco del relato según las necesidades dramáticas del mismo. Por momentos, el soldado Maruyama parece ser el protagonista, pero hay capítulos enteros en los que ni se lo nombra, porque Mizuki está ocupado con el Teniente Médico, los soldados de otro pelotón, o los oficiales de mayor rango.
El autor nos lleva varias veces de una punta a la otra de esa islita en el Pacífico ocupada por las tropas japonesas, como si nos tocara patrullarla, para centrarse siempre en lo más jodido de todo lo que les pasa a esos 500 soldados apostados en ella. Al principio, la intención de Mizuki es más bien descriptiva: a través de varias secuencias (algunas incluso cómicas) nos cuenta cómo vivían las tropas en la isla. Pero siempre hace foco en lo más desolador: los malos tratos por parte de los oficiales, la falta de sexo, la falta de comida, el riesgo de contraer enfermedades como el dengue, la disteria y la malaria. No hace falta que ataque el enemigo para que nos quede claro que estos pobres pibes están condenados.
Pero eventualmente, el enemigo ataca y los padeceres de los soldados japoneses se multiplican exponencialmente. Los oficiales superiores, además de crueles, resultan malos estrategas, y al final la única forma de salvar el honor resulta ser ir literalmente al muere: un ataque suicida, frontal, al borde las fuerzas de un centenar de sobrevivientes que tienen hambre, frío y fiebre. Una verdadera masacre. Si alguna vez tenés que discutir con algún facho acerca de los horrores de la guerra, acerca de lo ilógico que es darles armas, uniformes y órdenes ridículas a los chicos para que vayan a cagarse a tiros con los chicos del país de enfrente, este libro te garantiza que ganás cualquier discusión. Es como ir a un debate contra algún tarado chupacirios llevando un video en el que aparece el Padre Grassi garchándose pendejitos. No hay forma de perder.
Como en la novela gráfica de Hitler, Mizuki trabaja sobre una grilla básica de ocho viñetas idénticas, que rara vez altera. Acá, por suerte, hay mucho menos texto. Casi todo lo que sucede está contado por las imágenes. Y así como en Hitler el autor llevaba al extremo el recurso de mechar bloques de texto entre las viñetas, acá se zarpa al infinito y más allá con algo muy, muy típico del comic japonés: el efecto máscara, el doble registro, eso que también hacía Hergé, y que consiste en dibujar de modo MUY caricaturesco a los personajes y MUY realista a todo lo demás. En este sentido, lo de Mizuki es impresionante: los protagonistas son poco más que garabatos, personajes sumamente caricaturescos, con mínimos rasgos y un trazo muy suelto. Por otro lado, cuando dibuja todo aquello con lo que no quiere que nos identifiquemos (paisajes, armas, vegetación, tropas enemigas e incluso los cadáveres de los personajes que van muriendo), Mizuki salta en el famoso trampolín al carajo y nos regala imágenes estremecedoras, de enorme rigor documental, trabajadas como fotos, con un grado de detalle incomprensible y un manejo de texturas que lo revela como un dibujante absolutamente prodigioso, a años luz de la engañosa sencillez con la que da vida a los personajes.
Honor, sacrificio, lealtad a la patria… ¿de qué carajo sirve todo eso cuando la vida humana vale menos que una cucaracha muerta flotando en el agua de la alcantarilla? Shigeru Mizuki se animó a preguntarse eso y el resultado es un manga que te desgarra el alma, que te caga a patadas en el corazón y cuyas imágenes se te impregnan en la mente y se quedan con vos durante largas horas. Una genialidad indiscutible de uno de los auténticos mitos vivientes que tiene el manga.