el blog de reseñas de Andrés Accorsi

viernes, 31 de mayo de 2013

31/ 05: SKIZZ

Este mes estuvimos a full con los grandes guionistas británicos: Alan Grant, John Wagner, Warren Ellis, Grant Morrison, Mark Millar, Peter Milligan... ¿Nos faltaba alguno? Y sí, uno un cachito grosso. Pero acá está.
Skizz es una obra muy menor dentro de la impresionante trayectoria de Alan Moore (que de él se trata), por varios motivos. En primer lugar, es breve (menos de 100 páginas); en segundo lugar, responde al encargo de un editor (de la revista 2000 A.D.) que le pidió “una historia onda E.T., pero en Inglaterra”; y tercero, se trata de una aventura tranqui, con pocas pretensiones, apoyada en que el lector siempre sabe lo que va a pasar.
Dentro de ese corralito, el Mago de Northampton se las rebusca para meter sutiles toques de su habitual virtuosismo: hay bloques de texto maravillosos, gran desarrollo de personajes, muchísimo ritmo (la aventura no se frena ni siquiera cuando en protagonista está en cautiverio), muchos diálogos muy buenos, y lo más interesante, que es la mirada crítica a la sociedad británica de su época (1983). El recurso satírico de mirar a una sociedad desde afuera, desde los ojos del alienígena o el forastero, no lo inventó Alan Moore (ni los creadores de Alf), sino que existe dentro de la literatura humorística hace miles de años. El Mago lo utiliza a la perfección para hablar de una Inglaterra contaminada, apática, insolidaria, sin ejemplos ni motivaciones copadas para los jóvenes. Este aspecto del guión, la crítica despiadada disfrazada de humorada, es la rendija por la que Moore manda un mensaje, tira temas para que te quedes pensando cuando se te termina la adrenalina de la aventura y bajás a tierra.
El resto, te va a gustar si te gustó E.T., y te va a parecer una gilada atómica si E.T. te pareció una gilada atómica. La historia es básicamente la misma, excepto que el amiguito del alien no es un nene, sino una quinceañera rebelde que escucha a Madness y a su vez tiene amigos un poquito más bravos que los de Elliott, el nene de la famosa peli de Steven Spielberg. Ah, y acá el alien es especialista en idiomas, lo cual justifica que para la segunda mitad de la obra hable un inglés más que aceptable, muy por encima del clásico “phone home”.
Para acompañar al ídolo, acá tenemos a Jim Baikie, un dibujante bastante querido por los ingleses (de hecho, escribió y dibujó él solito dos sagas más de Skizz) y siempre muy resistido por los yankis. De todas las obras de Baikie que conocía, esta es –lejos- la que más me gustó y creo que se debe a que Skizz es en blanco y negro. En la portada, que obviamente es a color, Baikie parece un clon mediocre de Alfonso Azpiri. Adentro, en las páginas en blanco y negro, vemos a un dibujante sólido, con imaginación, con muchos recursos, que busca innovar con la puesta en página sin sacrificar claridad y cuyos personajes transmiten con fuerza las emociones jodidas que les hace sentir Moore. Me hizo acordar mucho a los dibujantes de “segunda línea” de las antologías españolas de los ´80: Leopoldo Sánchez, Florenci Clavé, Amador García, Joan Boix cuando no choreaba a Breccia... En los mejores momentos, Baikie arrima al nivel de un Manfred Sommer, ponele, con esa impronta realista, con rasgos elegantes y un claroscuro bien marcado. Nada que ver con esos laburos duros, toscos, que hizo en los ´80 para DC, ni con su estilo más caricaturesco, que es el que le vimos en las historias cortas que hacía para Tomorrow Stories.
Repito, entonces, lo que ya dije alguna vez, cuando repasamos las tres series que escribió Moore para 2000 A.D.: The Ballad of Halo Jones es imprescindible. D.R. & Quinch es muy graciosa, pero no indispensable. Y Skizz... es rara. No termina de ser ni cómica ni seria, es un refrito de un concepto que estaba de moda en ese momento, se nota claramente que está hecha “para pagar las expensas”, y aún así tiene su bagaje de buenas ideas, buenos personajes, buenos textos y una bajada de línea para el lado correcto. Clava lejos de las obras fundamentales del Mago, es cierto, pero ni en pedo la ponemos con las impresentables. Si te propusiste leer TODAS las historietas de Alan Moore, le podés entrar con confianza, sin ponerte el traje anti-boñiga radioactiva que hay que usar para leer casi todo lo que hizo en Image en los ´90.

jueves, 30 de mayo de 2013

30/ 05: THE PROGRAMME

Ayer traté de arrancar con el Vol.2 de esta serie, cuyo Vol.1 había leído antes de empezar con el blog. Obviamente descubrí que no me acordaba un carajo, con lo cual me puse las pilas y me releí el Vol.1. Acto seguido, y preso de un cebamiento desmedido, cacé el Vol.2 y me lo bajé, sin solución de continuidad. O sea que la reseña de hoy vale para la saga entera, los 12 números de esta historia creada por Peter Milligan y C.P. Smith allá por 2007.
Con The Programme, Milligan se propone mostrarnos su versión del famoso tópico “superhéroes en el mundo real” y explica todo a partir de la Guerra Fría, de un proyecto para gestar super-seres imaginado por científicos nazis y luego desarrollado tanto por la Unión Soviética como por los EEUU. Los super-seres que confrontarán entre sí en 2007 son resabios de aquella Guerra Fría, y eso le suma a The Programme un fuerte tinte político: el super-clásico del Siglo XX, Capitalismo vs. Comunismo, es decir, Rusos vs. Yankis, tiene tanto peso en esta trama como la machaca entre estos señores y señoras con increíbles poderes. Hay machaca, y es tremendamente salvaje, sólo para lectores con mucho aguante. Y sin embargo, esta no tiene tanto peso en la trama como uno supone. Ese espacio que Milligan le retacea a las trompadas y las explosiones, se lo da a la runfla política, especialmente a las turbias operetas de la CIA, de las que esta vez el presidente de los EEUU es partícipe y hasta impulsor.
Si bien el ritmo del guión se ralentiza en pos de no descuidar el realismo (es decir, la exploración a fondo y en serio de las consecuencias de cada una de las cosas extraordinarias que se suceden en la historia), al terminar la primera mitad uno cree que Milligan va a poder resolver todo bien, en los tiempos y espacios razonables. Pero casi desde el arranque de la segunda mitad, se complica la vida con un nuevo elemento, que cobra bastante importancia y que le quita páginas al tema de los super-seres: los rusos convencen a los afroamericanos de que el gobierno yanki, capitalista e imperialista, los quiere cagar. Los negros compran este discurso (convengamos que motivos no les faltan) y rápidamente crece el plot de una inminente guerra racial dentro de los EEUU. Con esto, Milligan se hace una panzada y mete diálogos, situaciones y personajes memorables. Pero ocupa páginas que necesitaba para lo otro, y así es como la trama central, la de los “muñecos” rusos y Max, se resuelve de modo parcial, con menos fuerza y consistencia de la que uno esperaba, como si hubiese un Vol.3 y un Vol.4 a la vuelta de la esquina. Tanto es así que el personaje que hace las veces de héroe en casi toda la saga termina claramente alineado a la facción más facha del gobierno yanki, a la que Milligan nos presenta como “los malos”.
Y sí, me quedé con ganas de que The Programme siguiera por lo menos 12 episodios más. En parte por los plots que no terminan de cerrar y en parte por el gran trabajo de caracterización que hace Milligan con Max, el agente Chivers, Stella, el profesor Korovin y especialmente Michael Hinks, el yanki zurdo, que es el personaje que tiene los mejores diálogos en un comic al que le sobran los buenos diálogos. Y la destrucción, y las torturas, y los aprietes, y los asesinatos, y los desmembramientos, más una violación que dura un sólo cuadrito, como para decir “presente” en este festival de la atrocidad, totalmente justificado (de un lado y del otro) con dogmas políticos que hoy huelen a naftalina.
Al frente del dibujo tenemos a C.P. Smith, un abanderado del estilo Juan Carlos Flicker, decidido a llevarlo al límite. Este muchacho no dibuja NADA, pero nada de nada. Cuesta encontrarle algún rasgo de identidad gráfica, de tanta foto que mete... por ahí esas manchas dark en los rostros, cercanas a las que mete J.H. Williams III en sus laburos más realistas. Pero esto es TODO foto, hay más fotos que en el Facebook. A favor de este delincuente tengo que decir que, a pesar de este tratamiento estético tan extremo, la narrativa no se resiente. Y que en la segunda mitad, cuando el propio Smith se hace cargo de colorear las páginas, la historieta se ve realmente bien. Ahora, digo yo... ¿qué te costaba dibujar algo? Las nubes, un ojo, algo... Zarpado lo de este muchacho, de quien nunca había visto ningún trabajo.
The Programme es una historieta atrapante, de devastadora mala leche, en la que un inglés usa un concepto re-yanki como son los superhéroes para deconstruir el Sueño Americano. Y de paso, para recordarnos el daño que le hicieron a la Humanidad el maccarthismo y el stalinismo. Más el daño que le sigue haciendo la canallada impune de los políticos y demás personajes sombríos, adictos al poder y a los privilegios, caiga quien caiga, mueran cuantos mueran en las guerras que se esfuerzan por sostener y justificar. Un laburo notable del maestro Milligan, del cual quisiera ver HOY una secuela.

miércoles, 29 de mayo de 2013

29/ 05: ZITARROSA

Jamás en mi vida escuché ni un sólo tema de Alfredo Zitarrosa. No sé ni qué voz tiene. Pero bueno, sé que es un referente fundamental de la música uruguaya, con lo cual me parecía atractivo leer una biografía suya. Claro que, ni bien abro el libro, los autores se apresuran a aclararme que esto NO es una biografía, sino una colección de anécdotas, complementadas con toques de ficción. Automáticamente, mi interés retrocede dos casilleros. Por suerte, los autores no son otros que Rodolfo Santullo y Max Aguirre y ahí sí –como diría otro cantautor de izquierda al que tengo un poquito más escuchado- nos sobran los motivos para encarar bien predispuestos la lectura de estas historias.
Una vez adentro, me encuentro con que no todas las anécdotas son igual de interesantes. De las ocho, tres me parecieron buenísimas y el resto, apenas interesantes o decididamente prescindibles. De todos modos me sirvieron para: 1) conocer fragmentos de las letras de varios temas de Zitarrosa! Son muy grossas! No sé qué onda la música, pero este señor escribía muy bien. 2) dimensionar la faceta de militancia y resistencia de Zitarrosa, su compromiso político, lo mal que la pasó cuando a raíz de un golpe de estado debió dejar su querido Uruguay, y lo mucho que hizo por sus compatriotas que pasaban por el mismo predicamento que él en los distintos países donde le tocó vivir en los años oscuros. 3) disfrutar con los excelentes diálogos a los que me tiene acostumbrado Santullo. El personaje es casi una caricatura, el tipo circunspecto que fuma y escabia más de la cuenta, super-profesional a la hora de subirse al escenario y con fuertes códigos de afecto con los amigos y solidaridad con los compañeros. Las historias giran más o menos en torno a eso y al ya gastado tema de “lo mal que lo pasamos los progres cada vez que gobiernan los fachos”. Y sin embargo, los diálogos realistas, punzantes, a veces muy cómicos de Santullo, ayudan muchísimo a remarla, a ponerle chispa a las historias. 4) maravillarme con el trabajo de Max Aguirre, que no es parejo en todo el libro, pero cuando estalla amenaza con convertirse en el mejor trabajo en la vasta carrera de este virtuoso dibujante argentino.
Me quedo con lo de Aguirre: en las primeras historias arranca con muchos cuadros por página, y gradualmente baja la cantidad hasta llegar a un punto de equilibrio en el que puede meter viñetas más grandes y lucirse más. El trazo es engañoso: parece línea clara, al estilo Dupuy y Berberian, pero con unas texturas en el color y algunos rayones que parecen hechos con fibrones casi secos, que le agregan una especie de desprolijidad que queda muy bien. El episodio coprotagonizado por el Menchi Sábat abre con una viñeta espectacular y después derrapa mal. Es, claramente, el menos inspirado, en el que Max menos se jugó. El anterior, en cambio, ese en el que Max puede meter varias páginas de una sóla viñeta y muchas de dos y tres, es una cátedra absoluta, con un clima estremecedor y unas imágenes majestuosas, de esas que se te impregnan en las retinas para siempre. Y la segunda historia (cuyo planteo no me enganchó demasiado) tiene unos juegos alucinantes en la puesta en página que tenés que ser muy grosso para que se te ocurran y definitivamente un capo para que te salgan bien. Son tres páginas, nomás, pero Aguirre hace magia y convierte un diálogo pachorro (un monólogo, en realidad) en una secuencia memorable, atractiva por donde se la mire (y hay que darse cuenta por dónde mirarla).
¿Recomiendo este libro? En realidad es medio al pedo, porque fue un hitazo y se agotó muy rápido a ambos lados del río. Pero bueno, eventualmente se reeditará. En ese caso, los fans de Max Aguirre deberán abalanzarse sobre él, sin dudarlo un segundo, como si en vez de un libro fuera Scarlett Johansson en ropa interior y con un cartelito de “oferta” colgando de la chabomba. Si sos uruguayo, seguro te va a conmover. Y si sos fan de Alfredo Zitarrosa, obviamente te va a resultar una historieta 100% fundamental. A los fans del Santullo de siempre, del que se florea con clase y categoría en varios géneros cercanos a la aventura o el policial, no sé si Zitarrosa los enganchará demasiado. Me queda claro que Rodolfo se compenetró con el personaje (y con la época; no olvidemos que nació en México porque sus padres también tuvieron que exiliarse) pero varias de las anécdotas que le hace vivir al cantautor no tienen ni la fuerza ni el encanto que solemos ver en sus otras historietas.
Me quedo con una frase que una vez dijo Zitarrosa (allá por el ´83, en una entrevista que salió en Hum®) y que nunca me pude olvidar: “Que en Argentina se hable de rock nacional es como que los yankis hablen de national milong”. Polémico, el maestro...

martes, 28 de mayo de 2013

28/ 05: RED RAZORS

Mirá vos... me acabo de enterar que la fascinación de Mark Millar por la Unión Soviética viene de mucho antes de Superman: Red Son. Este libro trae dos sagas, una de 1991 (cuando Millar era prácticamente un principiante) y otra de 1994, más un breve unitario de 1995. Todas transcurren en la Unión Soviética del futuro y –también me entero cuando ya arranqué con el libro- están integradas al universo y la continuidad del Judge Dredd. De hecho, en la segunda saga aparece el mismísimo Dredd.
Al registrar ese dato, tuve un flashback traumático, tipo veterano de Vietnam, a aquel infausto 24 de Enero de este año, cuando me topé con ese libro con las historias de Dredd escritas por Millar (algunas en team-up con Grant Morrison), en el que me esperaban agazapadas historietas de fétidos guiones, que desde entonces me esfuerzo por olvidar. Sin embargo, con Dredd y todo, esto es mil veces mejor que aquella tortura que me tocó padecer. Acá hay un personaje duro de matar, jodido, cínico, de inquebrantable voluntad, pero por lo menos sufre, transpira la camiseta, lo cagan a palos varias veces, no estás tan seguro de que va a resolver todo de taquito y sin despeinarse. Razors era un pandillero violento y amoral, al que los Jueces del Sov Block 2 en vez de boletearlo, lo reconvirtieron en un Juez tan respetuoso de la ley como ellos, aunque un toquecito más zarpado.
Millar le saca muchísimo jugo al detalle de que todo esto sucede en la URSS del futuro: juega con los íconos del comunismo, los contrasta con el consumo desmedido de la cultura chatarra de los EEUU y logra barnizar a toda la obra con una pátina de ironía muy fina, típicamente británica. La ironía fina, a su vez, contrasta con un humor negro bastante tumba y con unas dosis de violencia absolutamente escalofriantes. De todos los riesgos que asume Millar, el que más garpa tiene que ver con el protagonista: Razors juega para el lado de la Ley, pero no es un héroe ni quiere serlo. Cerca del final, cuando su lealtad sea puesta en duda, llegará el cana más malo de Mega-City One a ponerle los puntos y el desenlace se volverá completamente impredecible y shockeante.
La primera saga de Red Razors la dibuja Steve Yeowell, otro dato que a priori podría convencerme de no leer este libro ni aunque esté en juego mi vida y la de toda mi familia. Milagrosamente, acá Yeowell no da ni por asomo la lástima que daba en Invisibles, o en esos fill-ins de Starman. No te digo que la rompe, pero cumple con mucha dignidad. Se compenetra con el clima del guión, acierta en las caricaturas (Elvis, la pandilla de Scooby-Doo, los viejitos bolches) y si bien le falta dinamismo y onda, tiene unas cuantas viñetas muy logradas y una narrativa incuestionable.
En la segunda saga y el unitario final descubro a Nigel Dobbyn, un dibujante al que creo no haber visto nunca, bastante interesante. Dobbyn se luce sobre todo en el color, al que le da volúmenes, texturas, esfumados y demás truquitos que quedan lindos, entre otras cosas porque le suman sutileza y elegancia a una historia muy cabeza. Y tampoco se puede soslayar que Dobbyn no es muy ducho para dibujar expresiones faciales, con lo cual el color lo ayuda bastante a remar esa falencia. En la anatomía, los fondos e incluso en la narrativa, no tiene mayores problemas y en general, ofrece páginas atractivas, dinámicas, con más alma que las de Yeowell, que son más chatas. Dobbyn está a años luz de un Simon Bisley, o un Kevin O´Neill, pero se la banca.
Para hacerla corta, Red Razors es una aventura sórdida y trepidante, sin muchas pretensiones y a la vez sin concesiones. Si no le pedís más que una historia fuerte y lineal, de machaca y humor negro en un contexto de ciencia-ficción, seguro te va a resultar sumamente satisfactoria. Y por supuesto te va a llamar la atención lo clara que la tenía Mark Millar en esos guiones de 1991, escritos cuando llevaba apenas dos años de carrera profesional. Buenísimo que esto se haya recopilado en libro, para no tener que rastrear esos capítulos brevísimos en los semanarios británicos de hace 20 años, tarea ingrata si las hay.

lunes, 27 de mayo de 2013

27/ 05: TO TERRA... Vol.2

Ah, bueno, se puso densa la cosa. Al lado de lo que pasa en este tomo, todas las escenas de acción del Vol.1 (que no eran tantas) parecen una gilada, un engaña-pichanga para que no creyéramos que nos estábamos fumando un manga de más de 300 páginas sin acción. Este tomo mantiene esa onda de poca acción, de conflictos más psicológicos que físicos, unas... 50 ó 60 páginas. Y de ahí en más, pasa de todo.
Por supuesto, recomiendo releer la reseña del Vol.1 (salió hace un par de semanas, el 12/05) para entender un poco más de qué va esta epopeya espacial con la que Keiko Takemiya redefinió el manga de ciencia-ficción en la segunda mitad de los ´70. Aquella vez, yo decía que para el final del tomo no me quedaba claro quiénes eran los malos y quiénes los buenos. Con otras 300 páginas más en el buche, ahora sí, creo que los malos son los terrícolas y los buenos los Mu, humanos mutantes con cuerpos más débiles y zarpados poderes mentales. En este tomo, los humanos (liderados por Keith Anyan) no tendrán reparos en destruir un planeta entero para tratar de exterminar a los Mu, y cuando estos traten de escapar en sus naves, serán misileados sin piedad por la flota terrestre, que logrará masacrar a un tercio de los Mu. El propio Keith Anyan bajará al planeta donde se refugian los telépatas a tratar de matar a su líder, Jomy Marcus Shin, y se irá con un empate: no logra matar a Jomy, pero sí secuestrar a Physis, la pitonisa, la mujer-oráculo cuya sabiduría y habilidad de ver el futuro orientan y contienen al impulsivo Jomy.
Había un tercer personaje importante en el primer tramo, Seki Ray Shiroe, que en este morfa banco de suplentes a lo pavote. Lo reemplaza un nuevo personaje mucho más atractivo, pero del bando contrario: Tony es el primer niño Mu nacido de un vientre materno en cientos de años, durante esa “primavera” en la que los telépatas logran asentarse en el planeta Naska. Una bizarra transformación lo convertirá de un día para el otro en un muchachito de 12 años, con una inteligencia y unos poderes sobrehumanos, una especie de ancho de espadas para el mazo de los Mu... si Jomy supiera cómo jugar al truco. Lo cierto es que la presencia de Tony desequilibra más de lo que ayuda al líder de los mutantes en fuga, que para el final del tomo irán por la revancha contra los terrícolas. Ya en esas últimas páginas, la misión que hasta entonces motivaba a ambos bandos (regresar a Terra y repoblarla) ya importa poco y nada. Ahora es más atractivo vengar un genocidio con otro.
Lo que antes era medio Matrix y medio saga de la Fundación de Asimov, ahora es mucho más Star Wars, o sea, más obvio, menos sutil, más virado a la machaca. Desde que Keith Anyan pisa el suelo de Naska, Takemiya nos bombardea con larguísimas escenas de acción, muy complicadas de dibujar, además, porque los telépatas combaten a distancia, y porque pasan muchas cosas al mismo tiempo. Ahí la autora se enreda un poco en la narrativa, al tratar de mostrar tantos sucesos paralelos. Hay que prestar mucha atención para no perderse, y eso nos distrae un toque de la magnitud de lo que está narrando Takemiya. Una vez que Keith deje Naska, se reestablecerá (más o menos) el status quo, con conflictos menos físicos, la retorcida intriga palaciega entre gente que se lee la mente, y el misterio de Tony, sumado a las consecuencias de la muerte de su madre y las pistas que tira el borrego acerca de Physis. Y después, la destrucción de Naska, des-enfatizada, casi desaprovechada por la autora, que elige no mostrar en detalle cómo se hace mierda el planeta que albergaba a los Mu.
Por suerte, todos estos golpes de efecto hacen que la trama, si bien pierde sutileza, no pierda interés. Acá también hay algunas escenas de sobra, que aportan poco y nada, pero son menos que en el Vol.1. La decompresión del relato es mucho menor. Y en cuanto al dibujo, el principal logro de Takemiya siguen siendo los espectaculares trucos expresionistas a los que recurre cuando decide meterse en la mente de sus personajes y mostrarnos sus miedos, sus angustias, sus inseguridades, los fantasmas que los atormentan. Esa secuencia en la que la flota de los Mu abandona Naska y empiezan a llover los misiles también es majestuosa. Y lo más flojo también se repite del Vol.1: los protagonistas masculinos tienen cara de nena de 15 años, excepto Tony, que tiene cara de nena de 12. Hay personajes “viejos” sin cara de nene, pero para mostrar que los grossos son muchachos jóvenes, Takemiya los apendeja y los aputaza demasiado, como si esto fuera un shojo o –peor todavía- un yaoi, el género que inventó la propia Takemiya. Aún así, estamos ante un excelente trabajo de una dignísima heredera de Osamu Tezuka y Shotaro Ishinomori, a años luz de las pelotudeces que les vemos hacer a tantas chicas que hoy brillan en el shojo.
Prometo entrarle pronto al Vol.3, a ver cómo cierra la saga.

domingo, 26 de mayo de 2013

26/ 05: PECULIA

Antes de convertirla en la heroína de una novela gráfica (The Groon Grove Vampires), el maestro Richard Sala presentó a Peculia en una serie de historias cortas, publicadas en la antología Evil Eye. Este libro recopila todas ellas, las nueve en blanco y negro y la realizada a todo color. Y no, no es un libro que te cambie la vida, pero se disfruta enormemente, desde la portada hasta la contratapa, por muchos motivos.
En primer lugar, obviamente, el dibujo de Sala. Estamos ante uno de los dibujantes más virtuosos, más hipnóticos, más personales que tiene el Noveno Arte. Por supuesto, heredero en algún punto de la estética de Edward Gorey, y aún así increíblemente fresco, irreductiblemente único. En este trabajo Sala opta por una puesta en página tradicional, cristalina, con una cantidad de viñetas por página que fluctúa entre las cuatro y las nueve, siempre en grillas clásicas. Recién en la última historieta (la que incorpora el color) se le anima a las páginas de menos viñetas, obviamente más grandes. Para complementar su excelente manejo del blanco y negro, Sala recurre acá a las líneas finitas de su pluma, puestas con maestría y elegancia, pero no a sus habituales crosshatchings zarpados. El balance está tan logrado, que estas páginas no se ven más despojadas que las que de otras obras, en las que Sala le juega muchísimas fichas a técnicas más sobrecargadas, más barrocas.
El fuerte de Sala es siempre el mismo: la adictiva expresividad de sus personajes y su alucinante manejo de los climas, siempre virados a una oscuridad que nos remite al género del terror, aunque las historias muchas veces incluyan también elementos de otros géneros. La atmósfera de freakeada dark se impone a lo largo de todo el libro, y a la vez le impone las reglas a los relatos que plantea Sala.
A lo largo de estas historias, Peculia (a la que le encanta salir sola de noche, a merodear por lugares más peligrosos e inverosímiles que los programas de Chiche Gelblung) será perseguida y a menudo capturada por todo tipo de criaturas aberrantes: gigantes tuertos, brujas, ocultistas, zombies, un doctor diabólico y su clásica enemiga, Justine, una especie de superheroína bastante perversa, a las órdenes del enigmático Obscurus, que parece no ser ni bueno ni malo. No es el único elemento ambiguo en las tramas: la relación entre Peculia y Justine también está teñida de una tensión extraña que roza lo sexual.
A Sala le alcanzarán poquitas páginas (nunca más de diez) para plantear, desarrollar y rematar estas historias, en las que uno siente que pasan muchas más cosas que en la típica historieta de ocho o diez páginas. Por supuesto son historias sencillas, de palo y a la bolsa, en las que no se propone indagar en las causas y consecuencias de las bizarreadas que se suceden, sino más bien generar intriga, emoción e impacto en los lectores. Ya habrá tiempo para una historia más compleja, con más profundidad y explicaciones más coherentes. En las historias cortas de Pecullia se imponen los cheap thrills y los géneros trillados, con tetas, violencia y sangre, con una pizca de humor, y con el vuelo y la sofisticación que sólo un genio como Sala te puede garantizar.
Qué lindo debe ser comprarse una antología de historietas (mensual o no, no calienta) y encontrarse en cada número una nueva aventura de Peculia redondita, sin demasiadas pretensiones, con su final, con su desarrollo de un plot a largo plazo, con su vértigo, su misterio, sus personajes estrambóticos y esos dibujos de Richard Sala de imposible belleza, más allá de cualquier descripción. Posta, esto es placer en estado puro.

sábado, 25 de mayo de 2013

25/ 05: HOY NO HAY NADA

No, no fui a la Plaza a festejar los 10 años de kirchnerismo. Pero estuve a full con un montón de otras cosas y realmente no tuve tiempo de redactar la reseña del libro que leí.
Queda para mañana.
Gracias por el aguante.

viernes, 24 de mayo de 2013

24/ 05: RELOAD/ MEK

Este libro se parece un poquito al de ayer: dos historietas autoconclusivas, inconexas entre sí, excepto porque comparten guionista. Esta vez el autor es Warren Ellis y las historietas no son obras de teatro adaptadas, sino dos miniseries, de la época en la que Ellis escribía muchas miniseries de tres episodios.
La primera, Reload, tiene una onda hollywoodesca, de peli de acción con explosiones, tiros y conspiraciones enquistadas en lo más alto del poder político. De hecho, este podría haber sido un gran segundo arco argumental para Jack Cross, aquella serie que Ellis empezó en DC y dejó prematuramente trunca (la vimos el 16/01/11). Acá tiene un poco menos de peso la paranoia post-11 de Septiembre y más peso la machaca pura y dura. El desarrollo de personajes es el que corresponde a una historieta pensada para durar 65 páginas, ni más ni menos. Hay un plot lineal, que avanza a muy buen ritmo, con muy buenos diálogos, y al que atraviesa un subtexto interesante, que lo aleja (de modo no demasiado evidente) de la mera estridencia pochoclera tan frecuente en este tipo de historias.
Al frente de la faz gráfica lo tenemos al maestro Paul Gulacy, en un nivel muy parecido al que nos mostró en S.C.I. Spy (el 30/03/11), es decir, con algunas cositas menores que hacen ruido (esos ojos demasiado grandes) dentro de un contexto de gran solvencia, casi como aquel Gulacy imbatible de los ´70 y ´80. La acción está muy bien mostrada, hay hallazgos notables en la planificación de las páginas, escenas de alto impacto visual y un laburo a destajo en los fondos, que son impresionantes.
La otra historieta, MEK, va más para el lado de Transmetropolitan. Transcurre en una ciudad del futuro en la que la gente normal se implanta partes mecánicas para joder, primero con fines medicinales, después porque se puso de moda y queda bien, y ahora porque con implantes mecánicos es más fácil matar a otra gente. La trama propiamente dicha arranca cerca del final, cuando ya está establecido algo así como un conflicto y un curso de acción para Sarissa Leon, la protagonista. Los dos primeros tercios de la saguita casi no tienen conflicto: son más bien descriptivos, y nos muestran por un lado lo que se encuentra Sarissa cuando vuelve a su ciudad después de muchos años y por el el otro, varios flashbacks a los años en los que los implantes (los MEK) eran una novedad, un manifiesto vanguardista por parte de unos pibes rebeldes e idealistas. Por suerte todo esto está contado de modo muy atractivo y no se hace denso en ningún momento. La acción llega cuando tiene que llegar y (como en Transmetropolitan) no es lo más importante.
Menos mal, porque MEK tiene como dibujante al modestísimo Steve Rolston (el de Queen & Country) al que todo le cuesta un huevo, y la acción le cuesta los dos. Lo único que puedo decir a favor de Rolston es que el tipo imagina el 100% de lo que pone en la página, nada parece copiado ni de fotos ni de otros comics. En todo lo demás, lo superan holgadamente todos los otros dibujantes con los que colaboró Ellis en esta época, ninguno de los cuales exhibe las limitaciones que se ven en este trabajo de Rolston. Esta es la primera vez que veo un comic suyo a color y no, lo que hace David Baron con su paleta tampoco alcanza para que me guste el dibujo, ni para que me crea a los personajes, ni para que me seduzcan los climas ni mucho menos para que me ceben las escenas de acción tal como las plantea Rolston.
En síntesis, Reload está muy bien y a MEK le sobran ideas para convertirse no sé si en serie regular, pero sí en una obra más extensa. En lo posible con otro dibujante. En ambas obras Ellis demuestra su capacidad para crear buenas historias por afuera de los géneros más transitados (por lo menos en la historieta actual) y además su versatilidad para pasar de historias más introspectivas a otras más kilomberas, siempre con buen desarrollo de personajes y con algo novedoso para decir. Ninguna de estas dos saguitas te cambia la vida, pero pasar un rato están muy bien, mil veces mejor que Red, aquel chamuyo vendehumo que parecía un unitario de 14 páginas de la Skorpio en esteroides, y que tuvo mucho más éxito y hasta una peli con Bruce Willis. Si sos fan de Warren Ellis (o de Paul Gulacy), ni lo dudes: adentro, de una.

jueves, 23 de mayo de 2013

23/ 05: TEATRO EN VIÑETAS

Vamos, que ya me falta poquito para terminar de reseñar todos los lanzamientos de autores argentinos del 2012. Este libro, un objeto realmente precioso, con una edición de altísima calidad, nos ofrece las adaptaciones a la historieta de dos obras clásicas de nuestro teatro: Venecia, de Jorge Accame, y Yepeto, de Roberto “Tito” Cossa. Parece una bizarreada, pero ¿no se adaptan todo el tiempo las películas? ¿Por qué no adaptar obras de teatro? Además, hay varias versiones en historieta de Romeo y Julieta, o Hamlet... ¿esas no eran obras de teatro?
Mi respuesta a por qué esto suena extraño es la siguiente: se supone que las puestas teatrales están sumamente condicionadas por cuestiones presupuestarias. Miles de cosas que se pueden hacer con el presupuesto de una película, en teatro NO se pueden hacer, porque sale carísimo. La puesta teatral promedio se concentra en pocos decorados, en espacios más bien reducidos, dentro de los cuales los personajes tienen poco margen para desplazarse. Todo lo que uno ve en escena tiene que ser fácil de desmontar y trasladar, porque se supone que una misma puesta se monta en teatros de varias ciudades, y así. La historieta, en ese sentido, es todo lo contrario. Acá el presupuesto es un lápiz y una hoja de papel (o una tablet, ponele). Si tenés eso, podés hacer lo que quieras, te podés ir al carajo y más allá en tus ambiciones narrativas y estéticas, sin que nadie te diga “No, eso sacalo, que no alcanza la guita”. O sea que traer a la historieta obras que fueron concebidas con la premisa de “mostrar lo que se pueda sin gastar un fangote de guita” es, en alguna medida, desaprovechar las posibilidades de este medio.
Esta elucubración mía no detuvo a Alejandro Farías, el guionista que se lanzó a adaptar estas dos piezas teatrales. La primera, Venecia, me sorprendió por partida doble, porque nunca había visto la puesta teatral. Realmente cuesta creer que esto no se haya pensado desde el vamos para ser una historieta. Okey, las 20 primeras páginas suceden en dos ambientes pequeños dentro de una misma casa (un prostíbulo de mala muerte de Santiago del Estero). Pero las otras 30... están repletas de escenas muy historietísticas, que por supuesto Farías, y especialmente Carlos Aón, el dibujante, aprovechan a pleno. No sé cómo se resolverá en la puesta teatral la dicotomía entre lo que la Gringa cree ver y lo que realmente está sucediendo. No sé qué verá el espectador. El lector del comic ve las dos cosas: realidad y ficción, en un contrapunto grotesco, hilarante y plasmado con muchísimo ingenio por los autores de la historieta. El argumento de la obra me pareció una gansada atómica, un chiste largo y sin mucha gracia (a menos que pongas a actores superdotados para la comedia). La historieta, en cambio, al poder mostrar desde el dibujo de Aón las dos visiones de la anécdota, se enriquece muchísimo y resulta muy divertida.
Yepeto me sorprendió un poco menos. Nunca la vi en teatro, pero sí vi la versión fílmica de Eduardo Calcagno de fines de los ´90, que me pareció buenísima. De hecho me acordaba algunos diálogos de memoria. Y la verdad es que los diálogos son tan, pero tan buenos, cada vez que habla el Profesor dice cosas tan, pero tan brillantes, que todo lo demás empalidece en la comparación. Farías tuvo el acierto de conservar en su versión los mejores diálogos de la obra. El tema es que, junto a semejante genialidad, no se luce ni su trabajo como adaptador, ni el de Hurón, el dibujante. Y mirá que Hurón se deja la vida en cada viñeta, eh? Hay unos fondos increíbles, unos grises hermosísimos, aplicados con inmejorable criterio, unos personajes recontra-expresivos, mucho movimiento de cámara para que no te aburras en las extensas escenas en las que sólo hay gente hablando, unas páginas laburadísimas, con muchas viñetas chiquitas, pefectamente compuestas y bien equilibradas... Realmente el trabajo de Hurón, el despliegue, el esfuerzo que hace por lucirse es más que encomiable. Y sin embargo, cuando cerrás el libro, lo que te queda son (de nuevo) los diálogos.
El resultado global es muy, muy satisfactorio. Incluso para mí, que siempre que puedo digo (a contramano de 2500 años de cultura occidental) que el teatro no me interesa, que no me parece viable como soporte para la ficción. Las ideas de Accame y Cossa, transplantadas por Alejandro Farías a este otro soporte, me convencieron mucho más por varios motivos, principalmente porque no sé si hay actores que tengan la onda y la expresividad que Hurón y Aón supieron darles a estos personajes. Este es un gran libro para regalarle a gente que habitualmente no lee historietas: acá van a descubrir una nueva y muy lograda vuelta de tuerca a textos que quizás conozcan, y a deleitarse con la labor de dos excelentes dibujantes a los que desde esta humilde butaca ovacionamos de pie.

miércoles, 22 de mayo de 2013

22/ 05: AVENGERS Vol.2

Hace 10 años, cuando se editó este TPB, Marvel ya tenía la extraña costumbre de renumerar sus colecciones de libros cada vez que las series cambiaban de autor. O sea que este es el Vol.2 de los Avengers de Geoff Johns y ofrece siete episodios escritos por mi doppleganger, que tuvo la difícil tarea de hacerse cargo de esta serie cuando se bajó el maestro Kurt Busiek. El Vol.1 lo leí hace mil años y no me acuerdo casi nada. Lo importante es que no creo que ni por casualidad me haya gustado tanto como me gustó esta saga.
Pero no nos apresuremos: antes de que se inicie el arco que da nombre al tomo (Red Zone), tenemos un unitario muy tenso, muy jugoso, centrado en Falcon (que levanta mucha chapa) y Henry Peter Gyrich, el eterno rosquero, siempre en la fina cornisa entre la lealtad y la traición hacia los Avengers. Está dibujado por un temprano Ivan Reis, al que le faltaba soltarse más en las expresiones faciales, pero ya deslumbraba con su impactante manejo de la anatomía, su sentido dramático en la composición y los infinitos trucos para dibujar pocos fondos sin que esto haga demasiado ruido.
Ahora sí, vamos a la saga central, que está bastante estirada, pero se la banca muchísimo. Johns aprovecha a la perfección el clima de paranoia post-11 de Septiembre y mantiene muy bien oculto el secreto del villano encubierto, al que yo no me vi venir hasta que ya fue muy obvio. Por supuesto, no lo voy a nombrar para no cagarle la sorpresa al que todavía no leyó este material, que estuvo largos años descatalogado y ahora se vuelve a editar. Red Zone es un arco raro, porque el peligro es muy grosso, muy palpable y realmente letal. Los Avengers tienen que parar a una nube tóxica que mata a quienes la respiran y a la vez averiguar quién y por qué creó semejante aberración, y quién la dejó escapar de donde estaba guardada. El tema es que, mientras se resuelve este misterio... no hay contra quién pelear! Así es como en tres de los seis episodios de Red Zone... no vuela una sóla trompada! Ni un rayo de Iron Man, ni nada. Los héroes usan sus poderes, pero para tratar de contener a la nube y alejarla de la gente, que busca refugio desesperadamente.
Y en los episodios en los que sí hay machaca, el Capi, Falcon y Iron Man cobrarán de lo lindo y Black Panther demostrará su infinita grossitud al ganarle al villano a puño limpio, con la jerarquía de los grandes y una manito de los pájaros amigos de Falcon. Por el lado de la ayuda a los damnificados por la nube, Scarlet Witch se lucirá con su ya imposible nivel de poder y Warbird con su habilidad táctica, que le valdrá los elogios del por entonces presidente de los EEUU, el borracho-genocida-retrasado mental George W. Bush, que acá no hace de villano, pero sí de boludo que llega tarde a todo. Y de mentiroso, porque promete eliminar los armamentos químicos, cosa que nunca hizo. Bah, por ahí en el Universo Marvel sí lo hizo... El resto de los personajes (Vision, Ant-Man y Jack of Hearts) están completamente pintados al óleo, y Wasp, que ocupa el primer plano en la majestuosa portada de J.G. Jones, adentro no aparece ni en una sóla viñeta.
Salvo ese unitario de Ivan Reis, todo el resto está dibujado por el francés Olivier Coipel, que venía de romperla en la Legión. Acá da varios pasos para atrás: su estilo –personal y muy atractivo- se ve poco, como si Coipel quisiera ocultar su identidad gráfica, para parecerse mucho a Jim Lee y Travis Charest, dos dibujantes muy inferiores al francés. Tampoco logra algo que le salía muy bien en Legion, que era darle rasgos faciales distintos a TODOS los personajes. Acá, excepto la Visión, todos los varones tienen la misma cara y los diferenciás por las máscaras o el color de la piel. Las heroínas también, parecen todas hermanas gemelas. Lo demás está muy bien: no hay tropiezos en la narrativa, las páginas de muchas viñetas están muy bien armadas, hay buenas coreografías para las escenas de acción, los fondos están copiados de las fotos (no son fotos retocadas) y cuando no están, se nota poco. Igual esto alcanzó para que Coipel se hiciera ídolo indiscutido en Marvel y no laburara nunca más para ninguna otra editorial.
Me queda sin leer el final de la etapa de Geoff Johns en Avengers, un tercer tomo (que me saluda desde la repisa) en la que mi clon promete explorar la extraña transformación que sufre She-Hulk en este tomo. Veremos cómo remata su paso por esta serie, que para mí es muy importante porque, de ahí en más, todo lo que leí de los Avengers me pareció chotísimo. Ahora estoy tentado de retomar con Jonathan Hickman, pero hasta hace unos meses, para mí Avengers terminaba con el último número de Johns. Que por ahí es una gloria y por ahí me decepciona. No sé, porque nunca lo leí...

martes, 21 de mayo de 2013

21/ 05: MARK-of-the-DOG

El italiano Silvio Cadelo es uno de esos autores raros, ensimismados, tipos que se suelen pasar de vanguardistas y crear obras medio herméticas, medio inexpugnables, donde todo es idiosincracia en estado puro y donde pareciera no importar en lo más mínimo si mucha gente se queda afuera. Dentro de ese contexto, Vogliadecane (Mark-of-the-Dog para la edición yanki) es su creación más accesible, la que alcanzó mayor popularidad y gozó de un status más icónico, por supuesto dentro del palo de la historieta europea adulta, sofisticada y de fuerte impronta autoral. De hecho, esta novela gráfica de 1989 es apenas la primera: al año siguiente saldría una más (serializada en la revista A Suivre antes de editarse en libro) y en 2000, Cadelo relanzaría al personaje en un formato tipo manga, a pedido de la editorial japonesa Kodansha. Esta segunda versión tuvo tres tomos, y un éxito más bien escaso en Francia, que era el mercado donde mejor se vendían los trabajos de este italiano. Yo lo descubrí gracias a la edición española de Metal Hurlant, donde le publicaron sus dos álbumes junto a Jodorowsky: El Dios Celoso y El Angel Carnívoro, ambos integrados a una saga que quedó trunca cuando los autores se pelearon para la mierda. Me acuerdo que no se entendía mucho la trama, pero los dibujos eran fascinantes. De ahí me quedó el gusto por Cadelo, así que cuando vi este libro muy barato dije “adentro”, sin tener la más puta idea de qué me estaba llevando.
En estas 55 páginas, Cadelo narra lo siguiente: un asesino muy turro, miembro de una raza medio extraña en la que todos son hermafroditas, da luz a un hijo. Para que no sea un hijo de puta como él, le arranca el corazón y le implanta otro, robado a una gorda que dirigía una institución de beneficencia. El pibe crece con el corazón de la gorda y es bueno y compasivo, hasta que en un momento se ve forzado a confrontar con su padre y lo mata. Perseguido por este crimen, lo empiezan a culpar también de otros que no cometió. Finalmente encuentra a quien le hizo esa cama: es su hermana, nacida del vientre de su madre y concebida en el mismo garche en el que fue concebido él, porque en esta raza de hermafroditas tanto el macho como la hembra quedan embarazados. Lucha “final” contra la hermana y fin.
No hace falta que te diga que es un argumento EXCELENTE, repleto de puntas originales, con potencial para generar increíbles momentos de tensión, de dramatismo, de dilemas morales estremecedores... Bueno, olvidate. Cadelo opta por contar todo esto de un modo pachorro, esquivo, sutil, elegante... pecho frío, bah. El tremendo potencial dramático del argumento está mayoritariamente desaprovechado por un guión que se cuelga en boludeces, en sueños, en flashbacks que no aportan nada, en escenas que se estiran innecesariamente... Es evidente que el público detectó la pasta de hitazo en esta obra, porque vendió bien y generó las secuelas ya enumeradas. Pero posta, hay que hacer un esfuerzo para engancharse, porque el guión diluye, esconde, des-enfatiza la polenta de las ideas que se le ocurrieron al autor para llevar adelante la trama.
Toda la intensidad que le falta al guión de Vogliadecane, le sobra al dibujo. A nivel visual, esto es pornografía pura. Imaginate una cruza muy limada entre Moebius y Liberatore, con composiciones que recuerdan a Mattotti o al Igort de los ´80. Sin deslumbrar, Cadelo se la re-banca a la hora de la narrativa, y se guarda todo el arsenal para detonarlo en el dibujo y el color. Acá vas a ver maravillas inimaginables, bellas y sofisticadas hasta cuando estalla la machaca más “in your face”. Cadelo tiene la osadía de que, cuando opta por vistas panorámicas de la ciudad de París, mete fotos de una, sin retocar. Cuando enfoca edificios puntuales, o interiores, dibuja todo y lo dibuja demasiado bien. Para las tomas panorámicas, foto, frente-march. Los climas son alucinantes incluso en las escenas intrascendentes y el lenguaje facial y corporal de los personajes está logradísimo. Un laburo monumental del italiano, muy por encima de lo que yo recordaba de la Metal Hurlant, e incluso de los laburos posteriores que le publicaban en El Víbora (y que casi siempre eran más zarpados a nivel sexo).
Esta primera aventura de Vogliadecane no es una joya sólo porque el guión saboteó al argumento. Fuera de eso, le sobran méritos para obtener el éxito que obtuvo y para quedar entre las obras más destacadas de Silvio Cadelo, este autor extraño, para pocos, pero de indiscutible talento, sobre todo a la hora de dibujar. Ah, y aflojo un cachito con el comic europeo, que me tengo que poner al día con toneladas de material yanki, y un par de libritos de autores británicos.

lunes, 20 de mayo de 2013

20/ 05: THE INVISIBLES Vol.7

Me debía el final de esta serie hace... 13 años. La había empezado a leer mes a mes en las revistitas y un día dije “Nah, muy complicado. Espero el libro”. Y lo esperé posta, más de una década. Hoy lo terminé, un poco para festejar que el blog llega a su post número 1200.
Tengo un problemita con The Invisibles, y es que está muy, pero muy estirado. La saga completa, la que hoy ocupa siete TPBs y más de 1200 páginas, se podría resumir en los cuatro episodios de Satanstorm (el primero de los tres arcos que recopila este TPB) y los tres episodios de The Invisible Kingdom (el tercer arco de este TPB). Con eso, entendés todo: los buenos, los malos, el conflicto, la resolución, TODO. La gracia, en todo caso, es comprobar cómo Grant Morrison siembra en los arcos anteriores los plots que va a terminar de hilvanar y redondear en estos dos arcos, y –lo más divertido- con qué cosas estira.
A lo largo de toda la serie (y de modo muy palpable en Karmageddon, el segundo de los tres arcos de este TPB, en el que las líneas argumentales prácticamente no avanzan), Morrison la pasa bomba (e intenta que a nosotros nos suceda lo mismo) mezclando y batiendo un cóctel explosivo de referencias a todas las cosas que a él le gustan: aventura de tiros y machaca, ciencia-ficción, sexo, teorías conspirativas bizarras, drogas, películas, ropa de moda, filosofías orientales, bandas de rock, rituales de religiones raras, profecías improbables, su propia vida, incluso... Y lo mejor es que para lanzar estos conjuros no se disfraza de monje, ni mucho menos de mago (es famosa su pica con Alan Moore, el Mago de Northampton). En todo momento Morrison se esfuerza para pasarse la solemnidad por el orto, para que esto, que más de un trastornado abraza y atesora como si fuera la Biblia moderna, la posta, la verdad revelada en forma de historieta, sea algo cool, moderno, repleto de onda.
Si además de contar una historia grossa de conspiraciones, una lucha definitiva entre la Represión y la Imaginación, querés mechar referencias a todo eso que enumeré y a muchas cosas más, ahí sí, necesitás que la serie tenga muchos episodios. Y que varios de ellos estén atiborrados de diálogos y bloques de texto, que narren siempre no menos de tres secuencias en paralelo y demás proezas de esas que –si te salen bien- te suben al podio de los guionistas realmente importantes para el medio. A Morrison le pasó eso: sin vender fortunas ni mucho menos, The Invisibles lo llevó a recorrer el tramo final de la consagración, el que había iniciado con Animal Man y Doom Patrol, y lo dejó ahí arriba, canonizado por miles de lectores que vieron en esta serie a una obra trascendental, definitiva y además definitoria de lo que sería la historieta en el Siglo XXI.
Repasemos un poquito lo que ofrece este TPB en materia de dibujantes: el primer arco está dibujado por un Philip Bond prendido fuego, apuntalado en un par de episodios por los lápices del menos inspirado (pero no choto) Warren Pleece. El segundo arco arma un combo muy raro: lápices de un dibujante muy dark como Sean Phillips y tintas de un dibujante con talento para la oonda funny como Jay Stephens. El resultado es desconcertante, no se parece a los otros trabajos de ninguno de los dos y aún así está bueno. Después vienen tres episodios caóticos, con las páginas repartidas entre 14 dibujantes (entre ellos Morrison, que se dibuja una linda paginita final) y en el epílogo tenemos 22 páginas del siempre alucinante Frank Quitely, acá un poquito más contenido, incluso algo opacado por las tintas de John Stokes. En general, el nivel es muy bueno, a años luz de aquel primer TPB que te dañaba los ojos con páginas y páginas de un Steve Yeowell lamentable.
Ya se escribió mucho sobre The Invisibles; de hecho hay dos libros sobre la serie, que explican y decodifican una por una TODAS las referencias que Morrison desparrama en cada arco, en cada unitario, en cada diálogo y en cada bloque de texto, con entrevistas a los dibujantes, los coordinadores, los portadistas y los dealers que le traían las drogas a Grant. Para mí lo más lindo, lo que más me gusta rescatar de esta saga, es su impronta vanguardista, su espíritu de libertad, de un autor muy zarpado, con ideas muy locas, y la polenta, la convición y la posibilidad de llevar esas ideas a las páginas del comic con ínfimas concesiones, casi como se le cantaron las pelotas. Por cosas como esta, Vertigo gozó durante 20 años de una chapa infinita. Y por cosas como esta, hay fans que veneran a Grant Morrison como a un dios y le perdonan verduleadas como las que hizo en Flash y la JLA.

domingo, 19 de mayo de 2013

19/ 05: TIBURCIO Vol.1

Qué increíble cómo se le escapó este libro a las grandes editoriales, o a Comiks Debris, que es un sello pequeño, pero 100% centrado en historieta infantil... Lo cierto es que, en vez de seguir esperando el llamado providencial de algún editor que les propusiera convertir en libro esta tira que publican desde 2009 en la revista Viva, el guionista Alejo Valdearena y el dibujante Diego Greco rompieron el chanchito y se largaron ellos mismos a editar el primer recopilatorio de Tiburcio en formato libro. La verdad es que les quedó lindísimo: más de 100 páginas, muy buen papel, hermosa portada, un formato más grande que el de los libritos de tiras de Mafalda o Gaturro, y hasta un bonus track: un poema ilustrado inédito, protagonizado por el Gaucho Zombie.
Cuesta acostumbrarse al hecho de que tenemos una tira de Tiburcio cada dos páginas. Las tiras están reproducidas en un tamaño mayor que el de la publicación en Viva, y cada una ocupa dos páginas. En las primeras tiras, esto hace un poco de ruido, porque Greco rara vez dibuja más de cuatro viñetas, lo cual nos deja con sólo dos viñetas por página. A medida que avanza la tira, se hacen más frecuentes las seis viñetas y ahí sí, cada página del librito ofrece un poco más. En total tenemos 42 breves historietas de Tiburcio, más el poema del Gaucho Zombie, que consta de seis hermosas ilustraciones.
Lo bueno de publicar una tira cada dos páginas es que el dibujo de Greco se ve maravillosamente bien y se disfruta en toda su dimensión. El estilo que desarrolla acá el crack de Banfield no se parece en nada al de sus trabajos anteriores: esto es una especie de García Ferré del Siglo XXI,con una estética simple, muy jugada a la caricatura, personajes muy expresivos, fondos muy trabajados, color digital muy logrado (en el cuento del Gaucho Zombie es probable que el color sea analógico), variedad de enfoques, variedad en los tamaños y formas de las viñetas... y todo dibujado con una cancha tremenda, como si Greco hubiese incursionado en ese estilo 25 ó 30 años ininterrumpidos.
Alejo Valdearena también sorprende en su primera incursión por el género infantil, y en el formato de tira, que lo obliga a plantear y rematar situaciones en espacios muy acotados. Las mini-historias de Tiburcio y su sapo Batracio tienen ingenio, chispa, la cuota justa de ternura, y hasta cierta pizca de mala leche, de mirada poco piadosa hacia algunas convenciones sociales que el guionista de 4 Segundos no filtra (y lo bien que hace).. Tal vez porque la tira no sale en una revista infantil, el mundo en el que se mueve Tiburcio es mucho más real (y complejo) que el que vemos en las típicas historietas de Genios o Billiken, lo cual es un punto a favor, porque le permite a la Alejo jugar a menudo su ancho de espadas, que es el humor basado en la comedia costumbrista, con diálogos filosos, mordaces y que suenan muy reales, incluso dichos por chicos de 8 ó 9 años.
Nunca había leído las tiras de Tiburcio en la revista Viva (publicación excecrable, pensada para viejas culonas, con mucho tiempo al pedo, escaso gusto en materia de diseño y con el cerebro carcomido por las mentiras de Clarín) o sea que para mí este libro fue pura sorpresa. Y puro deleite, porque me encontré con una tira muy divertida, con un humor amplio, que funciona en varios niveles, con rasgos muy originales dentro de un género hecho hasta el hartazgo y con un dibujo increíble, muy por encima de la media. Uno podría pensar que Greco y Valdearena se guardarían sus mejores esfuerzos para trabajos que tengan más que ver con sus pasiones (que supongo que no pasan por hacer una tira infantil para Viva), y sin embargo acá tenemos a dos grossos de la historieta argentina actual decididos a no retacear ni lo más mínimo de su indiscutible (e infrecuente) talento. Me encanuto este librito en mi biblioteca y salgo a buscar otro ejemplar para regalárselo a mi sobrino, que en unos días cumple 7 años y –por supuesto- ya es comiquero a full. Ojalá salga pronto el Vol.2!

sábado, 18 de mayo de 2013

18/ 05: ZERO GIRL: FULL CIRCLE

O podría ser también “Zero Girl Vol.2”, porque esta es la segunda miniserie protagonizada por Amy Smootster y Tim Foster. Esta vez, el maestro Sam Kieth nos patea la pelota 15 años para adelante, cuando Tim ya es un veterano, viudo, padre de una nena adolescente; y Amy, la chica de los extraños poderes psíquicos, es una prestigiosa periodista que escribe críticas de discos. El triángulo de amor bizarro lo completará Nikki, la hija de Tim, que también manifiesta poderes extraños y dudas sobre su sexualidad.
Esta vez, el tema de “lo circular es lo bueno y lo cuadrado lo malo” tiene un poco menos de peso en la trama que en la saguita original. Es una idea tan retorcidamente buena, que obviamente había que sacarle más jugo, y Kieth la vuelve a explorar, ahora mezclada con todo lo que pasa por la mente de Nikki, que es mucho y muy rico para jugar a este juego delirante. Con menos de 4 años, Nikki perdió a su mamá. Sin embargo, en su mente, su mamá está viva y tiene cabeza cuadrada, es decir, la convierte en la villana de la serie. Porque Nikki tiene poderes parecidos a los de Amy, sólo que menos desarrollados. No la veremos lanzar agua de los dedos, pero sí controlar mentalmente a los demás para que hagan su voluntad. Y además tiene un conflicto con su identidad sexual: siente que le gustan las chicas, pero odia el término “lesbiana” y prefiere sufrir a asumirse como homosexual. De nuevo, la palabra clave es “retorcido”: Nikki se calentará con Amy y tratará de convertirse en su novia, mientras que esta lo que quiere es una segunda oportunidad con Tim, que ahora no sólo está solo, sino que dejó de ser un pendejo infeliz para convertirse en un hombre maduro... e igual de infeliz.
Una vez más, tenemos una historieta de Kieth en la que lo más importante es lo que sólo existe en la psiquis de los personajes, otra exploración a fondo de los enrevesados laberintos mentales creados por el dolor, el abandono y la desesperación. Hay acción, hay giros inesperados y momentos impactantes, también diálogos increíbles y
secuencias intimistas conmovedoras... de las cuales unas cuantas suceden sólo en la mente de alguno de los protagonistas. Por supuesto los tres están perfectamente trabajados, son personajes de una humanidad palpable, indiscutible, que realmente trasciende las dos dimensiones de la página impresa. Y hay poquitos personajes secundarios, entre los que se destaca ampliamente Rat, la chica retraída, con menos glamour que el Tolo Gallego, pero con el coraje (que Nikki no tiene) para blanquear que es torta, y hacerse cargo.
La aventura propiamente dicha arranca tarde, cuando van 8 páginas del tercer episodio, y termina temprano, en la cuarta página del quinto y último. Y está perfecto. Kieth maneja los tiempos con jerarquía y prioriza (como siempre) lo que hace únicos a sus relatos, en este caso, el juego perverso y totalmente impredecible entre esta chica manipuladora y negadora, su padre, y Amy, la ex-freak, hoy mujer atractiva y triunfadora. Un juego que va a tener un desenlace impredecible (y brillante), donde unos se reivindicarán y otros se hundirán en el pantano de sus propias cagadas.
Una vez más, Kieth nos detonará las retinas con su asombroso arsenal de recursos gráficos y narrativos. Se trata de un autor absolutamente único, con una identidad gráfica tan consolidada, que lo reconocés con sólo ver la forma de las viñetas. Sacale los dibujos: la puesta en página ya te botonea que es un trabajo de Kieth. Pero no, mejor dejale los dibujos, que son majestuosos. En ese péndulo drogadísimo entre los garabatos y los personajes definidos con palotes de nene de tercer grado a las viñetas hiper-realistas, sobrecargadas de detalles inverosímiles e iluminadas con unos crosshatchings asesinos, Kieth establece el tono esquizofrénico de la obra y logra, tanto en los extremos como en el recorrido de una punta a la otra, imágenes de una belleza y una fuerza expresiva descomunales. No quisiera ser el colorista Alex Sinclair: colorear los dibujos de Kieth debe ser un delirio cósmico y no hay guita que te puedan pagar que compense las infinitas horas que este pobre pibe debe haber pasado frente a esas páginas, tratando de descifrar qué escenas son flashbacks, cuáles son sueños y cuáles fantasías imaginarias, para darle a cada una su propia tonalidad cromática. Ves las portadas, realizadas por Kieth a color directo, y decís “nah, chupame un huevo, esto sólo lo puede hacer un demente pasado de rosca”.
Y bueno, le sigo haciendo el aguante a demente pasado de rosca. Creo que, menos las saguitas de Lobo, voy a terminar comprando todo lo que dibuje Sam Kieth. ¿Recomiendo Full Circle? Sí, si leíste la primera Zero Girl y/o sos fan de este monstruo, te va a volar la cabeza. Si no, arrancá por el principio.

viernes, 17 de mayo de 2013

17/ 05: HEARTS OF SAND

Esta es una edición yanki perfectamente clonada de la francesa. Incluso el título está perfectamente respetado: la historieta de Philippe Paringaux y Jacques Loustal, originalmente publicada en 1985 en las páginas de la revista A Suivre, se llamaba Coeurs de Sable, ni más ni menos.
El género es raro. Es una aventura cuasi-clásica, a la que Paringaux y Loustal se esfuerzan por des-enfatizar. Los bloques de texto y los dibujos nos transmiten belleza, elegancia, sofisticación, romance, poesía de alto vuelo... y sin embargo a la trama la impulsan la lujuria y la violencia más vulgares. Hay muchísimos tiros, cuchillazos, piñas, garches, violaciones y un primer plano memorable de la heroína pegándose un saque de merca. Esto, que podría estar contado como una peli de Indiana Jones para adultos, está contado como una de Wim Wenders. Y ahí, me parece, está el verdadero hallazgo de Coeurs de Sable.
El relato está bastante descomprimido, mucho más que en otras novelas gráficas europeas de los ´80, aunque no mucho más que en las otras obras de Loustal, que evidentemente se siente cómodo con ese ritmo más pachorro, más contemplativo. No creas que Paringaux utiliza ese “tiempo extra” para ir a fondo en el desarrollo de los personajes. La elección de narrar todo desde los bloques de texto, es decir, de prescindir de las “voces” de los personajes, cuyos diálogos casi no vemos más allá de alguna cita entrecomillada, hace que tengamos pocas pistas acerca de los rasgos más profundos de la personalidad de cada uno, e incluso en buena medida de sus motivaciones. Con el correr de las páginas más o menos te cae la ficha de qué se proponía cada uno y por qué, pero Paringaux no lo explicita, no lo hace para nada obvio.
Y aún así, con esa limitación, con esa marcada toma de distancia entre el lector y lo que le pasa a los personajes, con esa brecha entre lo que sucede en la trama y lo que nos muestra el guión, Coeurs de Sable es una historieta que logró atraparme. Por el misterio, por lo original de varias situaciones, por sus personajes medio enigmáticos y medio perversos, por el propio impacto de lo que les toca vivir a Baby, Robert y Eva, y por el final, donde se descorren algunos velos y las piezas terminan de encajar, especialmente para Robert, que durante casi toda la obra es el héroe, pero además el boludo, el personaje que va a contramano de la trama y se pega los palos más jodidos.
En realidad, tanto la descompresión del relato, como la onda sofisticada de los textos, como la elección de no meter globos de diálogo, responden a lo mismo: a apuntalar por todos los medios el dibujo de Loustal. Porque claro, estamos ante un dibujante tan especial, tan único, tan genial, que la novela podría no tener guión y muchos la compraríamos igual, porque la dibuja Loustal. Maestro absoluto del color y la composición, Loustal coquetea con las artes plásticas un poquito menos que Lorenzo Mattotti. Sus viñetas (como las del italiano) podrían enmarcarse de a una y exponerse como cuadros en cualquier museo. Sin embargo, Loustal cuida mucho la narrativa, no se conforma con poner una imagen alucinante al lado de la otra. No te digo que se podría entender el 100% de la novela sin leer los textos, porque hay un extenso tramo en el que Paringaux narra tres secuencias en paralelo, cortando las escenas de a una página, y eso requiere sí o sí el apoyo de los textos para no marearnos. La línea del prócer frances, por su parte, tiene una mezcla subyugante entre la elegancia y la freakeada. Hay detallitos, cositas que desentonan, que parecen virar hacia algo más raro, más grotesco, más visceral, y esa especie de “contradicción interna” enriquece mucho la lectura, hace que le prestemos MUCHA atención al dibujo. Un dibujo que alcanza su punto más alto cuando Loustal establece el clima de cada escena con esas tomas panorámicas casi siempre en formato “widescreen”, imposibles de olvidar por su magistral laburo en la perspectiva, los detalles y las atmósferas, que impregnan a todas las viñetas posteriores.
No sé si Coeurs de Sable es una historieta para que disfrute cualquier tipo de lector. Obviamente, si te gusta el dibujo, vas a flashear con la magia que pela Loustal. Pero el guión puede resultar medio piantavotos, por esa decisión medio extrema de des-enfatizar la machaca y tomar distancia de lo que les sucede a los personajes que –repito- viven una aventura fuerte, de gran intensidad y muy ganchera, a pesar de que Loustal y Paringaux nos intenten convencer de lo contrario. Ahora, si sos fan del comic europeo de los ´80, sabés que esto es paponga de primer nivel y que vale la pena esforzarse para conseguirlo, en la edición que sea.

jueves, 16 de mayo de 2013

16/ 05: MANHUNTER Vol.2

Bueno, completé Manhunter. Creía que había un Vol.6, pero no, no existe. O lo aluciné yo, o es uno de esos TPBs que DC anunció y jamás editó. En ese caso, les mando una cordial puteada, porque creo que todos nos merecemos más Manhunter en nuestras bibliotecas.
Este segundo tomo levanta todavía más la osada apuesta del Vol.1 (lo vimos el 25/03/11), con dos arcos argumentales perfectamente enganchados entre sí. En el primer tramo de este voluminoso TPB, todo gira en torno al juicio a Carl Sands, el Shadow Thief, responsable de la muerte de Firestorm (en la sobrevalorada Identity Crisis), a quien Kate Spencer, en su rol de fiscal, tratará de meter en cana el mayor tiempo posible. Al resto de los villanos les conviene un Shadow Thief muerto y así es como Manhunter deberá proteger al asesino, hasta que sus poderes peguen un extraño giro y ahora los villanos lo prefieran libre. Ahí Kate tendrá que pelear para que Sands no se le escape de las manos.
Por atrás de esta saga, el guionista Marc Andreyko hace evolucionar con maestría un segundo plot, el del misterioso asesino de Manhunters, que se carga de a uno a los tipos que adoptaron en el pasado la identidad que hoy ostenta Kate. A la mitad de uno de los episodios, el plot de los Manhunters muertos le robará el protagonismo al del Shadow Thief y el tomo, que venía potente, se tornará definitivamente imprescindible. Lo que hace Andreyko en este tramo final es sencillamente dar cátedra de cómo se escribe un comic ambientado en un universo heroico con mil años de continuidad a sus espaldas, sin renunciar a la identidad propia de tu personaje, ni de tu forma de escribir, y sin arrugar, sin miedo a pegar volantazos zarpados, que ni los lectores más curtidos se pueden llegar a imaginar.
Claro, no le dieron a Superman, le dieron a Manhunter. Ahí es más fácil hacerte el loco y pegar giros impactantes, porque no están en juego los intereses de muchos garcas de saco y corbata que tienen guita puesta en las licencias. De todos modos, Andreyko arriesga todo el tiempo, no sólo en la forma de trazar las líneas argumentales, sino también en el desarrollo de los personajes. No sólo Kate, sino todo el elenco de la serie. Todos tienen momentos excelentes, grandes diálogos, situaciones que los definen a la perfección. Incluso los villanos (todos conocidos por los lectores de larga data del DCU) exhiben una profundidad poco frecuente en las historietas de super-tipos que se machacan entre sí. El último episodio, en el que la trama principal decae un toque (porque hay que hacerse cargo del Countdown to Infinite Crisis y luchar con un OMAC), Andreyko se reserva las seis páginas finales para bajar un cambio, atar cabos sueltos y pasar en limpio lo que sucedió a lo largo de todo el tomo. Y lo hace tan bien, con secuencias tan logradas, que la serie podría terminar ahí y nadie se quejaría. Bueno, sí, los que leímos los tres tomos siguientes, que son buenísimos.
Por el lado del dibujo, el guionista se tiene que comer el garrón de tener cuatro dibujantes distintos en sólo 9 episodios. Uno de ellos, el español Diego Olmos, es realmente choto, pero por suerte dibuja poquitas páginas. Brad Walker, sin ser un desastre, desentona bastante con la estética realista de la serie, pero se luce en un par de composiciones muy grossas en las páginas en las que Cameron Chase y Dylan Battles repasan la historia de los Manhunters anteriores. La mayoría del tomo está repartido entre el muy correcto Jesús Sáiz y Javier Pina. Hay que esforzarse un poquito para darse cuenta cuándo dibuja Sáiz y cuándo Pina, porque los estilos se parecen bastante. Pina es un poco más pecho frío, está más conciente de sus limitaciones y se esfuerza más por pasar desapercibido; lo cual no lo hace un mal dibujante, simplemente le falta un poco de soltura, de onda. En general, el dibujo cumple sin descollar a lo largo de las casi 220 páginas de historieta que ofrece el TPB.
Para descollar está Andreyko, un guionista realmente interesante, con la onda del James Robinson de la mejor época, al que realmente se extraña en un mainstream de DC que últimamente no da pie con bola. Por suerte la magia de este ex-esbirro de Brian Michael Bendis vive y late en los cinco TPBs de Manhunter, una extraña obra maestra, a la que pocos le dieron bola mientras se publicaba todos los meses. Capturala, que la rompe.

miércoles, 15 de mayo de 2013

15/ 05: TERMINUS Vol.1

Uh, cuánto hacía que no cazaba una antología... Ya las estaba extrañando. Veamos cómo me va con la primera entrega de esta antología hecha en Rosario con autores jóvenes, muchos de ellos con obras ya publicadas en el exterior y que se dan a conocer en su país a través de este proyecto.
La primera historieta, la de Juan Pablo Vaccaro, me perdió rápido. Para la tercera o cuarta viñeta, me tropecé con una narrativa confusa y me desconecté de la historia. Parece interesante y el dibujo es espectacular, pero no sé, no la entendí... La segunda historia ofrece todo lo contrario: cero estridencia en la puesta en página, un dibujo tranqui, sin ningún intento de virtuosismo, y un guión cristalino, sostenido por una narrativa correcta y un final redondísimo e impredecible. Esa es la senda: estas cinco páginas, con un dibujante un cachito más afianzado, eran una historieta de la San Puta.
De acá en más, la antología ya no decae: El maestro Dante Ginevra ofrece tres paginitas de una historia breve, pero muy linda, divertida, ingeniosa y obscenamente bien dibujada. Le sigue Germán Curti, un dibujante de estilo MUY atractivo, una mezcla entre Oswal (de quien fue alumno), el Viejo Breccia y Walther Taborda, que pone su talento al servicio de una historia chiquita, menor, pero de indiscutible solidez.
Ariel Grichener (guión) y Juan Manuel Frigeri (dibujo) ofrecen el primer episodio de una historieta que –lamentablemente- termina en “continuará”. Ahí se violó una de las leyes de este tipo de publicaciones: no vale meter historietas que continúan. Esta pinta interesante, a pesar de la impronta pochoclera de este primer fragmento, que parece la presentación de esos videogames muy violentos en los que machacás gente a lo guanaco. Hay otra historia con “continuará”, pero que por suerte termina en el Vol.2, que ya salió: es una de misterio escrita y dibujada por Maximiliano Bartomucci, una especie de Juan Ferreyra al que se lo ve muy bien en las expresiones faciales y en la reconstrucción histórica de los inicios del siglo pasado. Veremos cómo termina.
Individuo H, de Grichener y Germán Peralta, también está pensada como serie, pero este primer episodio tiene un final. Hasta ahora, Grichener no nos mostró mucho más que una escena de acción, así que habrá que ver qué onda. El trabajo de Peralta, fuertemente influenciado por el del maestro Eduardo Risso, es uno de los más impactantes y memorables de la antología. Y cierro con la historieta más extensa, Euriale, escrita y dibujada por Bruno Chiroleu. El guión revisita con bastante buen tino el eterno mito de la gorgona y el dibujo es muy bueno, elegante, sutil, con unas tramas mecánicas brillantemente aplicadas y una narrativa muy cuidada, con riesgos bien asumidos.
También hay algunos chistes (me gustaron los de Martín Almeida) y varias ilustraciones, todas de gran nivel. ¿Cosas para mejorar? Sin dudas eliminar las historietas con “continuará”, más allá de que algunas resulten promisorias. Y no estaría mal agrupar todas las páginas de publicidad al final de la revista, en lugar de intercalarlas entre las historietas. La portada (también de Bartomucci, quien oficia como editor) es atractiva, el formato es muy lindo, la impresión es muy buena (y banca trabajos con negros plenos que no se arratonan y muchas tonalidades de grises que no se empastan) y la consigna (historietas cortas, enroladas en los géneros clásicos) está muy piola. Ahora que la leí, me llama mucho menos la atención el gran éxito que está teniendo Términus entre los fans de la historieta argentina. Merecido reconocimiento a esta nueva trova rosarina que todavía está lejos del techo, pero que arrancó con un primer número fuerte, con mucho material al que se le nota la calidad profesional y –lo más importante- la pasión por contar buenas historias.

martes, 14 de mayo de 2013

14/ 05: THE JEW OF NEW YORK

Esto es muy raro, de verdad. Se trata de la primera novela gráfica del maestro Ben Katchor, lanzada en 1998. Hasta ese punto, Katchor sólo había trabajado en historietas muy breves en un registro mitad humorístico y mitad poético, una especie de versión un toque más surrealista de las Crónicas del Angel Gris que escribía Alejandro Dolina. The Jew of New York es mucho más verosímil que las historias cortas de Katchor. Acá no hay delirios extremos, sino profusa (aunque tal vez apócrifa) documentación para respaldar cada bizarreada de las que presenciamos a lo largo de estas casi 100 páginas. En parte por eso, por estar más borrosas las fronteras entre la joda y la crónica, esta obra ofrece más dificultades a la hora de la lectura.
También porque Katchor narra varias historias en paralelo. Todas están conectadas, porque transcurren en la Nueva York de 1835, cuando la ciudad todavía era chica. Además, todos los protagonistas son judíos y en aquel entonces la mayoría de los judíos de Nueva York se conocían e interactuaban entre sí. O sea que todos los protagonistas se cruzan más de una vez a lo largo del libro. Incluso Miss Patella, el único personaje femenino y no judío con peso en la trama, si bien parece venir claramente de otro palo, tiene su cruce con alguno de los miembros de este vasto elenco protagónico. Pero no es todo tan intrincado como parece a primera vista: alcanza con prestar un poquito de atención y se entiende todo, no te mezclás a los personajes, ni te confundís cada vez que cuentan quiénes son y a qué se dedican.
Al final, todas las líneas argumentales van a tener su cierre, algunos más abruptos, o más descolgados, otros más lógicos y naturales. El tema es la cantidad de páginas en las que las tramas no avanzan. Katchor se cuelga en extensos diálogos, en paseos por la ciudad, en anécdotas menores, y esto refuerza la sensación de que “no pasa nada”. Son muchas páginas de ocho viñetas, con mucho texto (tanto en los globos como en los bloques), casi cero acción y un ritmo muy pachorro, capaz de ahuyentar a los lectores más acostumbrados al palo-y-palo. Eventualmente vendrán los finales, pero mientras tanto hay que tener paciencia, o disfrutar en modo zen de esos diálogos formales al borde del ridículo, que Katchor usa para subrayar la excentricidad de sus personajes.
Lo más interesante son los conceptos: el proyecto de gasificar un lago para tener soda en las canillas y las fuentes, el cazador de castores que se acostumbra a vivir a la intemperie, el tipo que casi se convierte en un animal cuadrúpedo, la disparatada (y a la vez muy documentada) teoría que sostiene que las tribus aborígenes de la región de Buffalo en realidad tienen origen judío, el indio que recita salmos en hebreo, la producción de una obra de teatro sobre un intendente de Nueva York que quiso reunir a todos los judíos para fundar la nueva Jerusalem en una isla yanki, el comerciante que finge su propia muerte para huir a Inglaterra con un valioso cargamento de pieles... Todas esas ideas nutren los argumentos de Katchor y les dan tema de conversación a los personajes que –definitivamente- hablan más de lo que hacen. Como subtexto, el autor reflexiona sobre qué es ser judío lejos de Israel, baja línea acerca de cómo el furor capitalista va a darle a Nueva York su rostro definitivo y acerca de cómo los europeos (y sus descendientes) acostaron a los pueblos originarios.
Entre tantas puntas atractivas (no siempre desarrolladas al ritmo que a uno más lo seduce) surge y se eleva el dibujo de Katchor. Ahí es donde se acaban los peros, ahí es donde explota la magia. Si el guión te deja dudas acerca de cuánto de todo eso es posta y cuánto delirio del autor, ahí viene el dibujo a explicarte con jerarquía que se trata de una farsa surreal. Perfectamente documentada en lo que respecta a edificios, vestuario, vehículos, etc., y a la vez claramente virada al juego, a la caricatura, a las márgenes del disparate. La línea de Katchor, rica en expresividad, repleta de matices, se complementa a la perfección con las aguadas, que introducen mediante hermosas pinceladas una amplia gama de grises, pensada para suplir la ausencia total de masas negras. Cuando no se pasa de las siete viñetas, Katchor pela una grilla muy interesante, con una viñeta grande en el centro de la página y seis (o menos) alrededor, algo que a un autor menos dúctil le podría complicar un toque la narrativa. Acá, ningún problema. Bueno, sí, las páginas de ocho o nueve viñetas chiquititas y con toneladas de texto, que aunque estén bien dibujadas, son un bajón.
The Jew of New York es –repito- una novela gráfica rarísima. Por momentos desopilante, por momentos enroscada al pedo en situaciones que no van a ningún lado. Da para tenerla por la cantidad de ideas brillantes y originalísimas que desparrama Katchor, por el magnífico trabajo de documentación histórica, y por los dibujos, que son una auténtica delicia.

lunes, 13 de mayo de 2013

13/ 05: EL AVENTURERO DEL CARIBE

Allá por 1976, la editorial italiana Sergio Bonelli lanzó una colección de 30 álbumes lujosamente editados, llamada Un Uomo, Una Avventura. Cada tomo era autoconclusivo, presentaba a un protagonista masculino al frente de una aventura en algún lugar exótico y llevaba la firma de alguno de los grandes maestros de la historieta italiana. El inmenso Hugo Pratt firmó cuatro de esos álbumes: L'uomo dei Caraibi (1977), L'uomo del Sertao (1978), L'uomo della Somalia (1979) y L'uomo del grande nord (1980). En España no se publicaron los 30 tomos, pero sí los cuatro de Pratt, que se conocen en nuestro idioma como El Aventurero del Caribe, La Macumba del Gringo, Al Oeste del Edén y Jesuita Joe.
El Aventurero del Caribe (también conocida como Svend), tiene apenas 43 páginas y nos lleva –como su nombre lo indica- a los mares del Caribe, a la década del ´30 del siglo pasado. El protagonista es un arquetipo, apenas definido: un tipo cínico, de ascendencia europea, que se gana la vida a bordo de un barquito que recorre las islas, llevando gente o cargamentos y sobre todo sin hacer preguntas. Recién para el tercio final de la obra, se jugará por algo que trascienda lo material: un amigo que se come un garrón injustificado y una causa política, la de los revolucionarios liderados por Piel Negra, jefe de la insurrección en la Gran Antilla. Svend es un tipo que prefiere el cálculo a la acción y el humor sarcástico al diálogo abierto y sin tapujos, y sólo apretará el gatillo de su pistola dos páginas antes del final.
El argumento delineado por Pratt es prolijo, coherente y está muy bien llevado. Por ahí no es mega-original (o lo era en 1976, no ahora), pero sí muy interesante. Como en todas las obras del Tano, este avanza a paso cansino, cuando no le queda más remedio, y siempre muy impulsado por los diálogos. Acá hay acción, no vayas a creer, pero casi siempre se limita a que alguien pele un chumbo y, mientras amenaza a otro personaje, habla y habla, de lo que está por suceder, de sus motivaciones, o de cualquier otra cosa. Por supuesto, fiel a su estilo, Pratt también nos regala silencios importantes, de increíble elocuencia. La verdad es que, para 43 páginas, El Aventurero del Caribe ofrece un elenco muy nutrido, con siete personajes importantes y varios que cumplen roles menores. Felizmente, el Tano orquesta de modo impecable la entrada y salida de escena de todos estos personajes, entre los que tenemos a un argentino, de raíz cheta y oligárquica, pero volcado al bando de los revolucionarios. El maestro le saca muy buen jugo al contrapunto entre estos hombres y mujeres tan distintos entre sí, con grandes diálogos y memorables escenas intimistas en las que se dicen (y se callan) cosas realmente notables.
Cuando vi que era una historieta del ´76, enseguida subieron mis expectativas en materia de dibujo. A mediados de los ´70, Pratt dejaba la vida en cada viñeta y, si bien ya rumbeaba hacia la síntesis que le impondría a su trazo en la década siguiente, todavía conservaba rasgos de las primeras aventuras del Corto Maltés, esas glorias dibujadas como la hiper-concha de Dios. Acá hay un poco de cada cosa: los primeros planos son majestuosos, al nivel de esas historias míticas del Corto que Pratt publicaba en la revista Pif. Los fondos, en cambio, son escasos y muy básicos y a medida que la cámara se aleja de los personajes, estos pierden dinamismo y se ven no sólo más esquemáticos, sino también más estáticos. La página 21 es particularmente ilustrativa de esto: las dos primeras viñetas son magníficas. La tercera, en la que Moretto le pega una piña a Svend es tosca y falta de plasticidad. La cuarta zafa, la quinta es lindísima y la sexta, cuando Svend contragolpea, parece de una historieta chota de Columba, o de esas revistas de aventuras sosas y mediocres de los años ´50. Con un gran laburo de pincel y masas negras muy expresivas, es cierto, pero con una composición burda y unas líneas cinéticas que no logran hacernos creer en ningún momento que esos cuerpos están en movimiento. La narrativa, como siempre, es impecable, con mayoría de páginas de seis viñetas, siempre en tres tiras de igual altura. En general, este es buen trabajo del Tano, donde se nota mucho su mano y poco la de sus asistentes. Simplemente no hay que comparar estas planchas con las de Fábula de Venecia (también de 1976), que están 20 veces mejor.
Y sí, El Aventurero del Caribe es una obra menor dentro de la bibliografía de Hugo Pratt. Aun así, es un comic atrapante, con un excelente guión, con un ritmo extraño y fascinante, con la extensión justa, con algunos dibujos brillantes y otros que, incluso hechos a los pedos, transmiten muchísimas sensaciones grossas y se acoplan perfectamente al clima que trata de crear el maestro. Si lo ves a buen precio, embarcate.

domingo, 12 de mayo de 2013

12/ 05: TO TERRA... Vol.1

Hoy trataré de no extenderme demasiado, porque tengo poco tiempo. Igual es el primer tomo de una trilogía, con lo cual me podré zarpar más cuando reseñe los próximos volúmenes.
To Terra... se publicó en Japón como Tera he..., entre 1977 y 1980. Es una obra considerada seminal en el manga de ciencia-ficción, nacida de la imaginación de Keiko Takemiya, una autora muy famosa, principalmente por haber sido la pionera absoluta del género yaoi (mangas románticos en los que ambos protagonistas son varones) con su Kaze to Ki No Uta (La Balada del Viento y los Arboles), publicada entre 1976 y 1984.
Como resulta obvio al mirar las fechas, To Terra... fue realizada en simultáneo con el manga más conocido de la autora. Y tiene algún tenue atisbo de historia de amor entre varones, en la segunda mitad de este primer tomo. Hay una onda rara entre Keith Anyan y Seki Ray Shiroe, pero apenas insinuada, no manifiesta. Estos dos personajes junto a Jomy Marcus Shin son los protagonistas más fuertes que tiene hasta ahora esta ambiciosa saga.
Qué flashero debe haber sido leer esto a los 14 ó 15 años. To Terra... es una mezcla muy osada entre The Matrix, X-Men y la saga de la Fundación de Isaac Asimov, con unos conceptos alucinantes y con protagonistas que tienen 14 ó 15 años, o tienen un poco más, pero parecen pendejos. Sin duda, lo más grosso son las ideas, las premisas sobre las cuales Takemiya construye este universo futurista y este relato de manipulación, persecución y promesas que –uno sospecha- jamás se van a cumplir. Y lo menos ganchero es el ritmo del relato, sumamente descomprimido, al punto de “perder tiempo” en escenas que no aportan nada, ni a la caracterización ni al desarrollo del argumento. Las escenas no están mal construídas, pero te das cuenta de que están ahí para subrayar cosas que la autora ya nos explicó, o cosas que –en el big scope de la saga- son sumamente irrelevantes.
El dibujo tiene un sólo problema: los varones se ven todos como nenes muy afeminados. Esto no lo inventó Takemiya, es una constante en casi todas las autoras japonesas, desde tiempos inmemoriales. Si eso no te jode, To Terra... te va a parecer visualmente maravillosa. Me imagino este guión dibujado por Yukinobu Hoshino y me gusta más, claro, pero Hoshino es unos años menor y no se jugaría tanto en las secuencias en las que las emociones de los personajes explotan y rompen la frialdad típica de la ci-fi futurista, de naves que recorren billones de años luz y computadoras que lo controlan todo. Takemiya, en cambio, le pone todo a esas escenas, y recurre a un montón de trucos expresionistas impactantes para que su dibujo refleje sensaciones, emociones y trastornos psicológicos jodidos del modo más eficaz que te puedas imaginar.
Sin demasiada violencia, sin sexo, sin irse muy al carajo, este primer tramo de To Terra... te mete de lleno en una historia compleja, muy bien elaborada, que avanza un poco lento, pero que se apoya en conceptos demasiado interesantes como para tirarlos a la marchanta y no indagar a fondo en lo que implican para la vida de estos muchachos. Ah, y tras casi 350 páginas, uno no tiene ni la más puta idea de quiénes son los buenos y quiénes los malos. Prometo entrarle pronto al Vol.2, a ver si me entero.

sábado, 11 de mayo de 2013

11/ 05: HOWARD THE DUCK

Y un día, Steve Gerber volvió a escribir a Howard the Duck. Fue en 2002, más de 20 años después de que Jim Shooter (por entonces jefe de coordinadores de Marvel) lo echara del título que el propio Gerber había lanzado, por una disputa que tenía que ver con los atrasos en los pagos al propio Gerber y a los dibujantes que colaboraban con él en la tira diaria del pato cascarrabias. El guionista cantaría “quiero retruco” y en 1981 iniciaría acciones legales contra Marvel, reclamando la propiedad intelectual sobre el personaje. Por supuesto, nunca le dieron nada, ni siquiera cuando se estrenó aquel infausto largometraje de 1986. El duelo Gerber vs. Marvel fue largo, duro y encarnizado, quizás el primero en poner sobre el tapete un tema que en 1981 casi no se debatía, que es el de los abusos a los que las grandes editoriales someten a sus colaboradores. Pero claro, en 2002 Shooter ya no era ni un mal recuerdo, y Bill Jemas y Joe Quesada (los artífices de la Tercera Era de Oro de Marvel), siempre proclives a negociar con la mejor onda hacia los autores, lograron lo imposible: una nueva saga de Howard the Duck escrita por Gerber, ahora en el sello MAX, que le ofrecía al guionista total libertad para meterse con temas jodidos y salpicar la historia de sexo, puteadas, gore, sátira política pasada de rosca... lo que venga.
Gerber respondió con una obra maestra: maligna y delirante, la mini de 2002 no deja títere con cabeza. Arranca con una deconstrucción impiadosa del fenómeno de las boys bands, sigue con una perversa parodia a Witchblade, destripa a los personajes más importantes de Vertigo (se mete hasta con Nevada, creada por el propio Gerber), reversiona el primer arco de Preacher pero cambiando a Oprah Winfrey (a la que hace mierda) por Jesse Custer y a Sigmund Freud por el Saint of Killers, y remata la saga en el mejor episodio, el sexto y último, en el que nos ofrece un extenso soliloquio a cargo de Dios, que responde a todas las preguntas de Howard de un modo que sólo se le puede ocurrir a un genio.
En el medio hay mínimas peripecias, la infaltable lucha contra el Dr. Bong, bizarras transformaciones de Howard (que se pasa media saga convertido en ratón, quizás para salpicar al otro ícono de Disney) y pequeños amagues de encontrarle a la saga un rumbo más aventurero. Son amagues, nomás. A Gerber no le interesa meter a Howard y Beverly en una epopeya, sino usarlos para hablar de lo que él tiene ganas y repartir palos para donde se le canta. Y reparte con tanta mala leche y tanto humor, que se gana enseguida la complicidad de los lectores. Incluso cuando gasta a John Constantine o a Spider Jerusalem (ídolos indiscutibles por los que me cago a trompadas con quien sea), Gerber te arranca una risa cómplice. De todos modos, lo grosso, lo definitivo, lo que deja chiquito a todo lo demás, lo que trasciende la sátira, la joda y el mero entretenimiento es el episodio final: Si en toda su carrera Gerber hubiese escrito sólo las 18 páginas con las que cierra esta saga, también debería ser considerado un monstruo, un autor fundamental. Posta, creo que el día que encuentre un comic de Marvel con 18 páginas mejor escritas que estas, largo la historieta y me pongo a estudiar oboe o abro una remisería en Rafael Calzada.
Para dibujar esta joya de la transgresión y la desmesura, Gerber contó con el siempre excelente Phil Winslade, quien lo había acompañado en Nevada, ahora con el plus de que el propio Winslade entinta sus lápices. Hay un episodio en el que lo reemplaza Glenn Fabry, que para mi gusto no es tan bueno (haciendo historieta, como portadista es un crack) pero se nota poco. El trabajo de Winslade es magistral de punta a punta y explota cuando cobran más peso en la trama los personajes supraterrenales (ángeles, demonios, dioses, etc.). En los dos últimos episodios están las secuencias más inspiradas, más impactantes de un tomo que a nivel visual es realmente glorioso.
Allá por Septiembre de 2010, yo hablaba maravillas de la mini de Howard the Duck escrita por Ty Templeton. Nada, está muy bien. Pero al lado de la de Gerber es muy menor. Y no sólo porque no tiene sexo ni puteadas. Acá el creador del pato de Cleveland se despedía de su personaje de un modo tan sublime, tan zarpado y tan increíble, que casi ni daba para seguirlo. Nunca leí Hard Time, el siguiente trabajo de Gerber y quizás el último realmente importante antes de su muerte, ocurrida en 2008. Cebado como me dejó este libro, no te sorprendas si capturo y reseño Hard Time en las próximas semanas...