el blog de reseñas de Andrés Accorsi

domingo, 29 de marzo de 2020

¿DOMINGO? YA NI SÉ QUÉ DIA ES…

Tengo la sensación de que se está terminando Marzo, pero ya no me acuerdo bien qué día es. Un delirio total.
Arranco una nueva tandita de reseñas y lo hago en España, a mediados de los ´90, cuando Pablo Velarde regresa de una larga estadía en Nueva Zelanda y empieza a insertarse en los medios gráficos de la Madre Patria. Todavía falta para que se haga conocido en el under y para que se incorpore a las páginas de El Jueves, pero el talentoso historietista oriundo de Sevilla empieza a publicar en el suplemento infantil del diario El Mundo. Allí crea su primer personaje importante: Quintín Lerroux, quien protagonizará primero media página y más tarde una página completa con historietas repletas de humor cotidiano. Todavía lejos del estilo que le conocemos hoy, este Velarde primerizo está muy influenciado por un lado por André Franquin, y por el otro por dos referentes de las tiras humorísticas de los diarios de EEUU: los gloriosos Bill Watterson y Jeff MacNelly. La combinación entre esas dos escuelas da por resultado un dibujo exquisito, preciso, expresivo, dinámico, algo tan perfecto que es casi imposible asociarlo a un autor de 30 ó 31 años que nunca había dibujado historietas a nivel profesional. Y cuando en vez de media página Velarde tiene una página completa, el dibujo mejora todavía más, se juega mucho más en la distribución de las viñetas, ensaya cuadros más grandes, con más detalles en los fondos,  sin descuidar el equilibrio perfecto entre masas negras y espacios blancos.
Se ve todo tan bien, tan sólido, tan lindo, que ni tiene sentido hablar de los guiones. Son chistes, sí, bastante clásicos, algunos incluso trillados, nada muy distinto de cualquier otra comedia costumbrista protagonizada por un treintañero loser que prefiere hacer huevo en su casa antes que laburar. En estas 43 páginas hay un par que me hicieron reir y unos cuantos que no, pero posta, cuando el dibujo despliega la magia que despliega acá Velarde, no tiene sentido hablar de los guiones. Además, cuando nos encontramos con este crack (el 23/03/11) ya lo vimos romperla toda en la comedia costumbrista, con personajes logradísimos, y una bajada de línea mucho más filosa que en Quintín Lerroux que (recordemos) aparecía en un medio apuntado a los chicos. Qué injusticia que en Sudamérica prácticamente no haya fans de Pablo Velarde…
Me vengo a Argentina, año 2017, cuando se edita en nuestro país Esquilache en Xibalbá, una obra solista de Quique Alcatena en la que el prócer visita la América joven, más precisamente Centroamérica… por supuesto con cero rigor histórico. Esta es la versión alcateniana de la Centroamérica recién conquistada por los españoles, con criaturas, templos y palacios imposibles, con mitos, misterios y leyendas que se van a convertir en el núcleo de estas aventuras.
A nivel argumental, Esquilache en Xibalbá adolesce de una cierta falta de dirección. No hay un conflicto grosso que se va desarrollando para explotar en las últimas páginas del libro, no hay personajes fuertes a los que vemos crecer y superar obstáculos cada vez más jodidos, no está ese clima de epopeya de casi todas las obras de Quique junto a Eduardo Mazzitelli, ni el clima de pastiche de género rayano en lo festivo de Dr. Paradox o Dugong y Manatí. Esquilache en Xibalbá es una de Alcatena y Mazzitelli sin Mazzitelli. Le falta armazón, sustento, y por supuesto esos textos demoledores que sólo un guionista de la talla de Mazzitelli puede conjurar.
Zafa con las ideas, que están muy buenas, con el atractivo de la ambientación (son pocas las obras de Alcatena ambientadas en América), con algunas historias (e historias dentro de las historias) que logran recrear esa alquimia de “aventura con contenido reflexivo, poético y filosófico” que tienen las grandes obras de la dupla con Mazzitelli, y lógicamente con la belleza y la fuerza del dibujo, que es el rubro en el que Quique no falla nunca. Como suele suceder con las historietas de este monstruo, Esquilache en Xibalbá te va a dejar babeando como un subnormal aunque el guión no te atrape en absoluto. Estas páginas desbordan de esa potencia visual, esa imaginación y esa precisión en la ejecución digan de un orfebre, que hacen que cualquier cosa dibujada por Alcatena resulte hipnótica a los ojos de cualquier fan de la imagen.

Y nada más, por hoy. Seguimos lejos de los amigos, algunos de sus novias o novios, otros de la familia… pero ámbitos como este nos ayudan a sentirnos más cerca.

jueves, 26 de marzo de 2020

AHORA SÍ, RESEÑAS

Bueno, hoy cero chamuyo y vamos al grano con las reseñas de los últimos libritos que leí.
Yo creía que Spirit of Wonder era una obra extensa de Kenji Tsuruta, caprichosamente dividida en tres tomitos por Glénat para la edición española. Bueno, no. En realidad es el título genérico con el que Tsuruta agrupó un montón de historias cortas autoconclusivas, en las que no se repiten personajes ni requieren ser leídas en ningún orden en particular. El primer librito de la edición española ofrece cuatro historias cortas, de las cuales la primera y la segunda me gustaron mucho más que la tercera y la cuarta.
Lo que vincula a las cuatro historias es que combinan elementos de las aventuras “de género” (científicos que desarrollan inventos imposibles, búsqueda del tesoro, viajes en el tiempo, viajes al espacio) con climas intimistas, donde tienen mucho peso los vínculos, cierta sensación de nostalgia y a veces incluso una impronta romántica, sin llegar a ser shojo ni mucho menos. Tsuruta propone una mirada distinta acerca de estos tópicos que generalmente vinculamos a una aventura más física, más trepidante, al conjugar estos elementos con relatos mucho más pausados, más atravesados por el costumbrismo, más “bajados a tierra”.
Lo peor que tiene Spirit of Wonder es que muchas veces el autor no llega a darle fuerza dramática a los conflictos. No los plantea como algo heavy, donde hay muchísimo en juego, como si tratara de eludir intencionalmente la potencial importancia de lo que están por hacer los personajes. Y como en sus otras obras (ya vimos varias acá en el blog) tiene algún momento en el que la narrativa se torna un poco confusa. Lo mejor, lejos, es el dibujo. Es lo que me hace volver una y otra vez a las obras de este mangaka. La elegancia, la expresividad, la versatilidad, la belleza en estado puro que te manda Tsuruta en cada página es realmente impresionante. La segunda historieta (mi favorita) tiene páginas que parecen de Horacio Altuna, o una versión japonesa y muy sofisticada de Horacio Altuna. Yo creo que hasta los coordinadores de la edición española se dieron cuenta de eso, porque eligieron para globos y textos una tipografía que se parece mucho al rotulado del maestro argentino. Tengo los dos tomitos que completan la colección, así que pronto volveremos a babearnos con el virtuosismo de Kenji Tsuruta.
Salto a EEUU, año 2015, cuando Nick Spencer y Ramón Rosanas relanzan a Ant-Man en una serie cuyos primeros cinco episodios reúne este TPB. Como le pasó a tantos personajes de Marvel, acá a Scott Lang se lo llevan casi de prepo muy para el lado de las películas de Marvel Studios. La trama no se parece a la de las pelis, pero la caracterización sí, y el clima de comedia familiar mezclado con robos imposibles también. De hecho, Spencer se hace cargo de que Cassie (la hija de Scott) tiene partículas Pym en la sangre, pero no hace la más mínima mención a su (breve) carrera como superheroína, seguida de una muerte y una resurrección. También la define como una chica de 14 años, mientras que para el momento de la muerte (en la saga Avengers: The Children Crusade) ya parecía tener 17 años, si no 18.
Minucias nerdas aparte, esta saguita de Ant-Man es muy divertida. Spencer sacrifica un poco de ritmo para meter MUCHISIMO diálogo, pero está muy bien escrito, con mucha gracia, mucho ingenio y buenos chistes. Obviamente la (breve) vuelta de Darren Cross es fan service para los espectadores del primer film de Ant-Man, pero el guionista le encuentra la vuelta para hacerla funcionar. Hay un buen equilibrio entre desarrollo de personajes, comedia y machaca superheroica, así que da mucho más para entrarle al segundo TPB que para quejarse. Sobre todo si (como yo) sos fan del Scott Lang de los comics y además bancás a muerte las dos películas.
El dibujo de Ramón Rosanas me gustó muchísimo. Es como un upgrade de Barry Kitson, con ese trazo fino y sintético que tan bien le queda a Ty Templeton y algunas expresiones faciales inspiradas en la magia de Kevin Maguire, máximo especialista en esa materia. Rosanas pilotea con aplomo unas cuantas páginas de ocho o nueve cuadros donde sólo vemos gente hablando (mucho), no se complica en la narrativa y no recurre a suplentes porque no llega a cumplir las entregas. La verdad que leer un TPB de Marvel con más de 100 páginas dibujadas (¡y entintadas!) por una misma persona es un bonus track digno de agradecerse. Tengo otro TPB de Ant-Man sin leer, así que pronto vamos por más.

Nada más, por hoy. Sigan ahí, en sus casas, que cuando se termine la cuarentena hacemos una juntada en algún lado para abrazarnos y toquetearnos como corresponde ;)

miércoles, 25 de marzo de 2020

MIERCOLES DE ABURRIMIENTO

Estoy tan al pedo que me puse a contar cuántos comic-books tengo. Posta, así de aburrido estaba. Conté sólo los comic-books de editoriales yankis, dejé afuera los de editoriales latinoamericanas y europeas. Tampoco conté los DC Comics Presents 100-Page Spectacular, ¿se acuerdan? Aquellos hermosos “TPBs para pobres”, de los que reseñé unos cuantos acá en el blog. También dejé afuera los magazines, por supuesto los prestiges (esos los tengo en la base de datos de libros) y tampoco sumé los comic-books yankis que ya tengo en libros y tengo separados para vender o canjear por otras cosas.
Me encontré con cosas locas, como que me faltan un  annual de Batman Adventures, un número de Hulk y uno de Nexus que yo creí que tenía, o que tengo repetido el one-shot de The Maxx con Gen13, porque tenía un ejemplar calzado en el paquete donde va toda la colección de The Maxx y otro en el paquete con los one-shots de WildStorm. Después, todo bien, está todo bastante ordenado, no hay paquetes con comics expuestos a la humedad ni a ningún otro riesgo. Fui muy feliz toqueteando todas esas revistas a las que no veía hace siglos, me colgué mirando algunas portadas fastuosas que me volvieron a impactar como el primer día, comics que tengo desde hace 35 años, que me compré en aquel viaje a EEUU del que conté algunas boludeces el 24/20/12… Muchos recuerdos copados.
Ah, no dije cuántos comic-books conté: 5485. No está mal, sin pensamos que en los últimos… 15 años me dediqué casi exclusivamente a comprar libros. Compré comic-books, obvio, pero muy pocos. Creo que fueron más las revistitas que tenía y cambié por TPBs que las que compré, en estos años. Seguro que en 2001 tenía muchas más revistas, pero unas cuantas las hice guita en 2002, cuando pegó fuerte la crisis. De ahí en más, compré básicamente comic-books que me cerraban colecciones ya empezadas, o material que no existía en TPBs, por lo menos en el momento en que lo compré.
Ahora me convencieron de hacer un Whakoom, que es como un programa que te ayuda a catalogar tu colección en un sitio web. Voy lento, capaz que se termina la cuarentena antes de que yo termine de subir a Whakoom todo lo que encontré en este “censo comiquero”. ¿Para qué me va a servir tener toda esa data catalogada y organizada? Ni idea, ya me voy a enterar cuando esté más canchero en el manejo de esta herramienta.
¿Qué me gustaría a mí? Que el programa (o alguien muy genial) me informara qué de todo lo que tengo en revistas existe en libros y qué no, como para ayudarme en mi cruzada por seguir reemplazando comic-books por TPBs. Ahí me voy a dar cuenta de que una buena parte de esas 5485 revistitas traen material que nunca se recopiló en libros, o que sí se recopiló, pero en libros que están descatalogados, o que valen fortunas imposibles de pagar.
Lo más horrendo seguro son esas colecciones que están parcialmente reeditadas en libros. Tipo… Legion of Super-Heroes, ponele, que se reedita para el orto, con años y años de bache entre tomo y tomo, con etapas que sólo están en hardcover, otras que sólo están en blanco y negro… un desastre. Ahí me hacen temblar en mi convicción de pasar toda la colección a libros, porque me quedaría un esperpento mutante, un Frankenstein de formatos incluso con revistitas que no puedo largar porque no se reeditaron nunca. Pero después, hay un amplio porcentaje de las revistitas que se pueden ir hoy mismo, si alguien me dice “tomá los TPBs que recopilan estas mismas historietas”.
Si eso se concreta, tendré que ver dónde carajo meto los libros, no? Porque las revistas las tengo en paquetes adentro de cajas adentro de placares. Pero los libros no van en cajas, van en bibliotecas y no encuentro muchos más lugares para poner bibliotecas. De hecho tengo varios pilones de libros, ya casi nuevas columnas del edificio donde vivo, que nunca encontraron un lugar en las bibliotecas que tengo. Por eso tampoco los tengo ingresados a la base de datos de libros. Entre esas torres malignas y los libros que tengo sin leer, esperando su turno, debe haber unos… 500 o 600. Que sumados a los 4150 que tengo ingresados a la base de datos y acomodados en las bibliotecas, superan los 4700. O sea que no estoy tan lejos de tener más libros que comic-books.
Y después está todo el material que jamás conté: comic-books de Europa y Latinoamérica, magazines de EEUU, revistas de antología de 10 o 12 países distintos, fanzines… ¿Cuántos tendré de esos? ¿1.000, 1.500? Por ahí debe andar la cosa, a ojo de buen cubero. Me parece que el Whakoom permite catalogar también revistas españolas, así que cuando termine con los comic-books, las voy a ingresar. De paso las cuento y chequeo bien qué números me faltan de las que tengo incompletas.
Uh, perdón… Me re-cebé con esto y no hablé ni una palabra de los libros que tengo leídos. Nada, mañana posteo las reseñas. Gracias totales, y si algun@ usa Whakoom y me quiere seguir, estoy como Andrés Accorsi.



domingo, 22 de marzo de 2020

FALSA VISPERA DE FERIADO

Supuestamente mañana lunes es feriado, pero cuando llevamos varios días de cuarentena obligatoria y aislamiento, ya todos los días son igual de feriados. O sea que en vez de estar planificando una salida nocturna típica de víspera de feriado, estoy en casa tan al pedo como todos estos días previos (y los que vendrán). Aprovecho para reseñar un par de libritos que leí en estos días.
En 2004 se recopilaron en un hermoso libro llamado Bellas Artes un montón de chistes de Rep centrados en artistas plásticos, escultores, dibujantes e historietistas. De las pinturas rupestres hasta nuestros días, Rep satiriza el mundo del arte en viñetas repletas de ingenio, en las que asume riesgos importantes, como el de reproducir en su estilo muchísimos cuadros famosos. Lo que más me gustó es eso, esos ejercicios de mímesis en los que Rep recrea imágenes que ya vimos mil veces, y no sólo las hace 100% reconocibles sino que siempre logra filtrar su estilo personal, que se combina muy bien con el de los distintos artistas a los que parodia/ homenajea.
También aparecen muchos artistas caricaturizados, y ahí el autor sale airoso de otro desafío que es el de lograr la resemblanza con la persona real sin que el trazo deje de ser claramente humorístico. Esto es algo que Rep logró con creces en la recordada serie Los Alfonsín, pero que después no retomó en obras posteriores. Así que fue otra grata sorpresa, ver que no perdió para nada la mano para caricaturizar personas reales. De especial interés me resultó el capítulo dedicado a los chistes con historietistas y personajes de historieta, en los que Rep juega con el Yellow Kid, Krazy Kat, Patoruzú, La Mujer Sentada, Mickey Mouse, Robert Crumb, Quino y el Viejo Breccia, entre otro íconos.
El libro (editado por Sudamericana) es muy grande, y no me va a ser fácil encontrarle un lugar razonable para guardarlo en la biblioteca. Seguramente esto mismo se podría haber disfrutado igual en un tamaño más chico. Pero el contenido amerita, sin ninguna duda, comprar el libro y atesorarlo, más allá de cualquier “pero” que pueda generar la elección del formato.
Me voy a EEUU, año 2008, cuando Dark Horse publica B.P.R.D. 1946, una saga protagonizada por el Profesor Trevor Bruttenholm en la época en la que el Bureau era una organización muy incipiente y Hellboy todavía era muy chiquito como para andar viviendo locas aventuras por distintos lugares del planeta. Mike Mignola y Joshua Dysart co-escriben un guión muy oscuro, donde el horror tiene muchísimo preso en la trama. Estamos en una Berlín recientemente arrebatada de las manos de Adolf Hitler por rusos y yankis, que ahora se reparten la otrora capital del Tercer Reich y empiezan a descubrir planes muy jodidos que los nazis no lograron llevar a cabo.
En este caso, Bruttenholm pacta una alianza con las fuerzas soviéticas (lideradas por Varvara, el mejor personaje de la saga) para investigar lo que pudo haber sido el Proyecto Vampir Sturm, una macabra operación que consistió en inyectarle sangre de vampiros a los internos de un manicomio para luego lanzarlos contra EEUU. Por supuesto Bruttenholm y los suyos evitarán que esto se concrete, no sin antes soportar cuantiosas pérdidas, sucumbir ante el miedo a lo inexplicable y rosquear con demonios y otras criaturas de dudosa profilaxis. Se podría haber contado lo mismo en cuatro episodios en vez de cinco, pero en general el guión está bien logrado, crea tensión, le da chapa a los personajes correctos y recrea muy bien la época, ese momento en el que –ya sin los nazis de por medio- los EEUU y la URSS empiezan a plantear cómo va a ser la segunda mitad del Siglo XX.
El dibujante elegido para esta saga (Vol.9 de la serie del B.P.R.D.) fue Paul Azaceta, a quien me había cruzado alguna vez en alguna antología, pero de quien no tenía obras más extensas. Azaceta se zarpa un poco con el uso de fotos retocadas para los fondos y tiene un trazo sintético, grueso, que le queda bien a una historia de terror. Es como un John Paul Leon con mucho menos detalle, y con momentos que me hicieron recordar a dibujantes argentinos como Jorge Zaffino, Gustavo Trigo, los trabajos más oscuros de Leopoldo Durañona… o incluso a dibujantes italianos de Dylan Dog. Los demonios y los chimpancés tienen –lógicamente- mucho de la estética de Mignola, y el color (a cargo de Nick Filardi) abusa un poco de los tonos oscuros sobre todo en los tres primeros episodios.
No está mal. Si sos fan del B.P.R.D., o si siempre quisiste ver al Profe Bruttemholm calzarse la pilcha de héroe protagónico de una saga, o si lo ves barato, entrale con confianza.

Y hasta acá llegamos, por hoy. Ni bien tenga leídos un par de libritos más, habrá un nuevo posteo acá en el blog.

jueves, 19 de marzo de 2020

JUEVES DE MAS AISLAMIENTO

Mientras colapsan las economías mundiales y empezamos a pensar si no será hora de cagarnos en todo lo que hasta ahora era intocable, yo sigo acá en casa, leyendo tranqui, sin pegarme grandes atracones de historietas.
En Febrero prometí más Alcatena para Marzo, y acá estoy, con el segundo recopilatorio de Dr. Paradox, el comic que Quique realiza de manera intermitente para el sitio Totem Comics desde 2012. Dr. Paradox tiene el atractivo de poder verlo a Alcatena a todo color, jugando de manera muy libre, muy genuina, en un campo donde se mueve con enorme comodidad, que es el de los superhéroes. El tomito incluye dos historias largas (bah, de 24 páginas) y un par de historias muy cortitas. Una de ellas (la de El Topo) tiene los dibujos que más me gustaron en todo el libro, pero a nivel argumental son bastante menores.
En este sentido (el del argumento) me sorprendió muy favorablemente la primera aventura, la de los Mellizos Paradox, que a priori me parecía una cosa medio naïf, casi pavota, pero con el correr de las páginas fue cobrando un espesor dramático que, combinado con el clima festivo, le permitió a Alcatena redondear una muy buena historia. La segunda, la de los velocistas, me parece que se queda en el impacto de ver a Quique diseñar los trajes de 25 personajes con los mismos poderes y el mismo esquema de colores, sin repetirse y sin clonar a los velocistas que ya existen en otras editoriales.
Claramente, a nivel visual esto es fascinante, en parte por lo que decíamos en la reseña del primer librito (31/03/19): Alcatena despliega con su característica generosidad una estética que se parece poco a la que vemos en sus obras para el mercado italiano. La magia del trazo es la misma, pero todo lo demás es distinto, y habla con elocuencia de la versatilidad de un creador cuya imaginación no se puede acotar a una sóla forma de contar historias.
¿Por qué no me emociono más con Dr. Paradox? Porque Quique va al extremo en su vocación de homenaje a los comics de superhéroes de la Silver Age (especialmente de DC), apuntados a chicos de 9 años, con ideas más bizarras que consistentes y con personajes más estrambóticos que profundos. En una de las historias, Alcatena echa mano a otro recurso bien de la Silver Age: romper los niveles de realidad y que de pronto el Dr. Paradox pueda dialogar con su autor. Acá incluso se hace cargo de que los personajes hablan en un castellano neutro medio ridículo, heredado de las pésimas traducciones con que los editores mexicanos de los ´60 mancillaban los comics provenientes de EEUU. Incluso con estos “peros”, no tengo dudas de que Dr. Paradox en el País de las Maravillas es un lindísimo libro para flashear con las ideas más limadas y los dibujos más espectaculares del inmenso Quique Alcatena.
Salto a Francia, año 2018, cuando se publica Un Cowboy en París, el que hasta ahora es el último álbum de Lucky Luke, y se convierte en el comic más vendido de ese año en idioma francés. Hacía mucho que no leía aventuras nuevas de Lucky Luke, de hecho la muerte de Morris (año 2001) para acá debo haber leído… menos de cuatro álbumes. Pero volví gracias a la edición argentina de Un Cowboy…, apuntalada por la visita a Buenos Aires de Jul, el guionista hoy a cargo de esta serie ya eterna.
Un Cowboy en París me pareció genial, brillante de punta a punta, comparable a los mejores álbumes de la etapa clásica (la de Morris y René Goscinny, obviamente). La premisa es tan buena que no podés creer cómo no se le ocurrió antes a ningún otro guionista. Ya sólo con el contrapunto entre yankis y franceses te podés hacer un festín en materia de chistes. Pero Jul no se queda con eso y saca momentos cómicos y guiños perfectos de todas partes, hasta de situaciones de candente actualidad como el muro en la frontera que separa a México de EEUU. Todo el álbum está repleto de juegos anacrónicos en los que el año 1883 dialoga con épocas posteriores de un modo muy gracioso, digno –reitero- del maestro Goscinny. También hay una aventura, un conflicto que impulsa a la trama hacia adelante, pero no es muy relevante, en parte porque uno ya sabe cómo va a terminar la historia. El villano, encargado de motorizar el conflicto, no tiene gran peso en la obra pero por lo menos está bien construído, con personalidad y con gracia como para ser él también generador de buenos chistes. 
Y finalmente, una mención al dibujo de Achdé, perfectamente mimetizado con el Morris de la mejor época. Posta, para la segunda página ya me había olvidado de que no estaba leyendo un álbum de Morris, sino de uno de sus seguidores. La onda del maestro está intacta en todos los rubros, desde el color hasta las expresiones faciales y corporales de los personajes. Lo único que se perdió de la época clásica es el pucho que colgaba siempre del labio de Lucky Luke, ahora astutamente reemplazado por una pajita. Me cebé muy mal con Un Cowboy en París, al punto de querer conseguir HOY La Tierra Prometida, el otro álbum de Lucky Luke a cargo de esta misma dupla.
Nada más, por hoy. Si se aburren mucho en casa, lean historietas, o reseñas de las de los 10 primeros años del blog. Gracias y hasta pronto.


lunes, 16 de marzo de 2020

LUNES DE AISLAMIENTO

Nada más fácil para los comiqueros que quedarnos solos, sin pisar la calle, durante días y días. Sobre todo cuando tenés un pilón grosero de libros sin leer e infinitas revistas para releer.
Arranco en 2016, cuando se empieza a recopilar I Hate Fairyland, una notable creación del mestro Skottie Young, que hace la clásica: armarse una hinchada nutrida y fiel en los títulos de Marvel y después abrir su kiosquito creator-owned en Image. Ya veremos más adelante algunos laburos de Young para la Casa de las Ideas, pero ahora me sumerjo en esta aventura delirante, cuyo ritmo no da tregua, pensada para atraparte en un in crescendo de situaciones cada vez más extremas, más impactantes y más cómicas.
Skottie Young parte de una premisa brillante, pero no se queda con eso. Por el contrario, sube la apuesta episodio a episodio y para el final de este primer tomo I Hate Fairyland alcanza un nivel inverosímil. Si alguna vez te divertiste con lo que los yankis llaman “cartoon violence” (explosiones, cañonazos, hachazos, espadazos y caídas abismales infligidas o sufridas por personajes fantásticos en clave de humor pasado de rosca), acá vas a encontrar eso mismo en su máxima expresión. I Hate Fairyland además es la más redonda, la más lograda, la mejor pensada de todas las parodias a los clásicos relatos de “nena del mundo real recorre un mundo de fantasía”. Los personajes, los paisajes, la acción, todo está dibujado como los fuckin´dioses por un Young inspiradísimo, exagerado al límite, dinámico y plástico como los mejores dibujos animados, pero con trucos de narrativa que sólo se pueden hacer en la historieta, y –por si faltara algo- muy bien complementado por la paleta de colores de Jean-Francois Beaulieu.
Esto es mejor que un comic para adultos. Es un comic recontra-mala leche, jodido como enema de chimichurri, oscuro y perverso como un vómito de Adrián Ventura, que gráficamente parece un comic para chicos y que corre serios riesgos de terminar en las manos de inocentes criaturitas a las que I Hate Fairyland les va a pulverizar las neuronas. Obviamente quiero YA el Vol.2, que nunca vi en ningún lado. Acepto donaciones.
Me vengo a Argentina, año 2019, para leer la continuación de un librito reseñado el 15/01/19. Esta segunda entrega de Proyecto Tifón abre con una historia de 22 páginas en la que Rodolfo Santullo nos muestra a dos superhéroes, Alto Voltaje y Heka, en acción y no mucho más. La machaca no deja mucho espacio para desarrollar a los protagonistas (mucho menos a los antagonistas) ni para que estos terminen de dilucidar cómo enganchan los combates que les toca pelear en el “big picture”. Los diálogos (generalmente el punto fuerte de los guiones de Santullo) no brillan como en la entrega anterior, mientras que el dibujo de Daniel Mendoza me pareció muy sólido, muy atractivo. Sin dudas el mejor trabajo de este dibujante al que ya nos cruzamos otras veces acá en el blog, potenciado además por Exequiel Roel en el coloreado digital.
La segunda historieta será la que haga el esfuerzo de encajar esto que nos contó Santullo con la saga global, con ese peligro creciente que obliga a los distintos superhéroes argentinos a organizarse y trabajar en equipo. Este tramo está escrito por Fede Sartori (también correcto, sin descollar) y dibujado por Santi Baquín, que cumple muy con lo justo. Me imagino esas páginas en blanco y negro y me muero del aburrimiento.
Y después hay dos historias cortitas: una de apenas tres páginas (escritas por Santullo y con hermosos dibujos de Nico Di Mattia) y una de 10, en la que Maxi Coronel retoma la historia del Capitán Barato, se mete un poco más en la psiquis de uno de los villanos de la saga y le da mucha chapa a Nico, quien se convertirá en E-404, un nuevo justiciero decidido a bancar los trapos en este momento jodido, en el que ya cayeron varios de los héroes que se presentaron en las entregas anteriores. Este tramo final está bastante bien dibujado por Osmar Petroli, que abusa un poquito de los primeros planos y los planos detalle, pero dentro de todo la hace llevadera.
Tengo un problema para emocionarme con esta saga y es que no conozco lo suficiente a los personajes como para que me generen algún impacto sus supuestas muertes, resurrecciones, victorias o derrotas. Me siento como si estuviera viendo futbol alemán: entiendo el juego, me doy cuenta de que están jugando bien, pero no conozco a los jugadores, no soy hincha de ningún equipo, no le tengo bronca a ningún árbitro ni a ningún D.T., y cuando canta la hinchada no entiendo una chota. Lo miro, me parece un producto muy profesional, muy competente, pero no logro que me despierte la más mínima pasión. Por ahí hubiese estado bueno sacudir grosso el status quo de este universo una vez que los lectores estuviéramos más familiarizados con cada uno de los héroes y heroínas, como para que cada golpe pegara más fuerte. De todos modos, me imagino que los fans de los superhéroes transplantados a nuestro país deben flashear fuerte con esta aventura, por su ambición, por su escala y porque se nota que está muy bien planificada y muy bien coordinada, para abrirle el juego a varios personajes y varios autores y que todos se conjuguen de manera armónica, prolija, consistente.

Nada más, por hoy. Ni bien tenga leídos un par de libros más, nos reencontramos con nuevas reseñas acá en el blog.

jueves, 12 de marzo de 2020

JUEVES EN BLANCO Y NEGRO

Mientras el mundo es diezmado por una pandemia que parece inventada por Ra´s al Ghul, yo sigo acumulando lecturas, como para que no falten las reseñas acá en el blog.
El Club del Suicidio es un manga que el maestro Usamaru Furuya serializó en 2001, levemente basado en las premisas de un largometraje de Sion Sono. Más tarde, en 2008, Furuya retocó bastante ese manga y esa segunda versión se convirtió en la oficial, la posta. Por algún motivo indescifrable, hubo que esperar hasta 2015 para que se publicara en castellano (gracias, Milky Way) y acá estamos, finalmente.
El Club del Suicidio es una Obra Maestra, no tengo ninguna duda. Si creés que ya leiste demasiados mangas de chicas adolescentes que van a la secundaria, te aseguro que ninguno te va a perturbar tanto como este. De verdad, pocas veces me encontré con un manga tan bien escrito, con tanto cuidado en el guión. Acá hay un trabajo formidable de Furuya para no estirar con boludeces, no irse por las ramas, trabajar bien a fondo a cada personaje, no meter chistes ni situaciones pavotas que alteren el clima sórdido y ominoso de la obray sobre todo para generar tensión en el lector. Furuya retuerce la trama y el vínculo entre las dos protagonistas a límites insospechados, para atrapar al lector, para meterlo adentro de esta especie de conjura macabra a la que cualquier adulto podría confundir con un juego, con una boludez más de las muchas que hacen las chicas de 14-15 años en plena Edad del Pavo. Cuando te das cuenta de que la cosa va en serio, ya se puso mucho más heavy de lo que uno podía imaginar sobre todo si leés este manga antes de haber leído Lychee Light Club (yo lo reseñé el 25/04/13), que es posterior a la primera versíon de El Club del Suicidio.
No quiero spoilear nada del argumento, porque está todo jugado a la sorpresa, a que suceda lo imprevisto. Pero hay que ser muy genio para que se te ocurran las cosas que hace Furuya en este manga, eso te lo garantizo. El dibujo es muy eficaz, muy sobrio. Furuya no intenta hacer gala de ningún tipo de virtuosismo, no sexualiza de más a las protagonistas, cuida el verosímil a más no poder, trabaja desde lo visual ese clima del que hablaba yo hace un par de párrafos y juega a enfatizar las masas de negro en los momentos más espesos y a eliminarlas por completo en los más “espirituales”. Un manga brillante, de punta a punta, y un gran punto de entrada para l@s que todavía no se engancharon con la obra de esta bestia del Noveno Arte. Tengo otro broli de Usamaru Furuya en el pilón del aguante, así que este año seguramente volveremos a visitarlo.
La editorial rosarina Rabdomantes sigue rescatando todo el material del gran guionista Mauro Mantella, y en 2019 fue el turno de Bizancio, el John Constantine argentino creado por Mantella en 2004 para la revista Bastión. El Bizancio Integral reúne todas las historias de este personaje, que paso a escudriñar.
La primera tiene apenas 14 páginas y es muy, muy buena. La idea, la forma en que está desarrollada, y sobre todo los diálogos son puntos muy altos. El dibujo de Juanmar, si bien no está mal, va para un lado distinto de del guión. Seguramente se ajustaría mejor a otro tipo de historia. La Pulenta, lo mejor lejos, es la historia más larga: Punta Baja. Acá además de buenas ideas y diálogos recontra-filosos tenemos un misterio bien elaborado, desarrollo de personajes, dilemas morales y un clima tipo Twin Peaks de pueblito perdido en la Loma del Orto donde pasan cosas escabrosas, jodidas de explicar. Punta Baja re-da para un largometraje, además. Lástima el dibujo de Sergio Monjes, bastante rudimentario, con un par de imágenes potentes, de verdadero impacto, y muchas resueltas sin la menor onda. Monjes también dibuja una historia muy cortita titulada “Círculo”, que no está nada mal.
De ahí nos vamos a “Nuevos Monstruos”, una historia muy truculenta, también con excelentes diálogos, bien dibujada por Alberto Aprea. Y después, el derrape grosso, bien hasta el fondo. “Fuga y Misterio” es una historieta indescifrable, en la que aparecen en roles mínimos un montón de personajes de otros comics nacionales (Carlitos, Animal Urbano, Sónoman, Python, Doméstico, Bruno Helmet, etc.) y Bizancio cumple un rol que podría haber cumplido cualquier otro personaje. Esto parece ser un capítulo de una saga mucho mayor, que no recuerdo haber leído nunca. El dibujo está a cargo de los Silva Bros., clones eficientes de los típicos dibujantes del mainstream estadounidense. Y la última historieta es todavía más rara: 14 páginas de un diálogo entre Bizancio y Carlitos, en el que no pasa nada. Los diálogos se refieren a algo que está por suceder, que quizás sea ese team-up entre un montón de personajes argentinos que vimos el 25/05/15, en el Vol.5 de la Antología de Héroes Argentinos. Lo cual es raro, porque es un guión de Toni Torres, en el que Mantella no mojó para nada. Ni idea, la verdad. Acá vuelve Sergio Monjes, un poco mejor que en Punta Baja.
Obviamente, como fan talibán de John Constantine, banco grosso a Marcos Bizancio y quiero ver más aventuras suyas narradas por Mantella. Y no sé si a sus lectores, pero Mantella se debe A SI MISMO una saguita de Bizancio dibujada por un autor de primera línea. Un Juan Ferreyra, un Leo Manco, por ahí un Fernando Baldó, o el propio Diego Yapur que se mandó una portada gloriosa para este recopilatorio… Me imagino a Bizancio dibujado por muchos grossos y babeo mal.

Nada más, por hoy. La seguimos pronto. Y tranqui, que no cunda el pánico: si no nos exterminó el macrismo, la pandemia tiene poquísimas chances de exterminarnos.

lunes, 9 de marzo de 2020

ESSENTIAL X-MEN Vol.5

El viernes me tocó un viaje infinito a la Loma del Orto y aproveché para devorarme un tomo bestial, con 632 páginas de Uncanny X-Men en majestuoso blanco y negro. Este tomo (continuación directa del que vimos hace justo seis meses, el 09/09/19) trae material de los años 1984 y 1985, un momento en el que Uncanny X-Men ya estaba afianzada como la revista más taquillera de la época más exitosa de Marvel, en la que alcanzó una hegemonía tan absoluta que dos de cada tres comics que se vendían en EEUU salían de la Casa de las Ideas. El maestro Chris Claremont, a esta altura una estrella casi al nivel de Stan Lee, se daba cuenta de que una hinchada gigantesca seguía a esta serie (y a New Mutants) pasara lo que pasara, un poco por los personajes y un poco por él. Y en algún momento entiende también que esta hinchada es muy fiel y muy erudita. Ya no hace falta que los personajes expresen en los diálogos quiénes son y qué poderes están usando, no hace falta explicar quiénes son Lee Forrester, o Raven Darkholme, o cómo funciona el Hellfire Club. Esto, por supuesto, hace que los guiones sean cada vez más ágiles, y que -cuando Claremont se decide a mandar sus clásicos masacotes de texto- estos vayan para otro lado, cumplan otra función.
Los primeros diez episodios de este Essential (nºs 180 al 189) podrían llamarse Storm y sus Amigos. Todo, absolutamente todo gira en torno a Ororo, su personalidad, los cambios en su aspecto, en su actitud, en su forma de vincularse con el resto del elenco de la serie, y por supuesto en torno a su inmenso poder, su chapa, su belleza y su nobleza sin límites. El nº180 es tremendo en este sentido. Claremont se mete en la piel de Storm como nunca antes un guionista se había metido en un personaje y de ahí salen los diálogos y las escenas más profundas y conmovedoras que recuerdo haber leído en un comic hasta ese entonces. Rogue y Colossus tienen sus momentos, Nightcrawler y el Profe mojan de vez en cuando con algún momento copado, Kitty y Wolverine aparecen poco y nada y el resto del espacio Claremont se lo dedica a los personajes nuevos (Rachel, Forge, Selene) y al plot que avanza por detrás de las aventuras que es (como en el Essential anterior) el de la formación de la Freedom Force.
Los nºs 190 y 191 son bastante flojitos (esa lucha medio Elseworldesca contra Kulan Gath, que Kurt Busiek repetiría en Avengers unos años después casi sin cambiarle una coma), el 192 es un prólogo a una saguita (la de Magus) que se desarrollará en New Mutants, el Annual 8 es una huevada completamente intrascendente y después tenemos los dos numeritos con Alpha Flight, de los que ya hablé bastante en la reseña del 24/08/11.
El nº193 es un episodio doble, ya con Kitty y Logan de regreso para reforzar un elenco que había quedado muy reducido, y una historia muy fuerte. A partir de ahí tenemos otros cuatro episodios bastante autoconclusivos, entre ellos el obligado crossover con Secret Wars II del que Claremont sale muy bien parado. Y el tomo cierra con el nº198, secuela al glorioso nº186, con el reencuentro entre el guionista y Storm, su personaje fetiche, al que lleva de regreso a África para una historia absolutamente emotiva, sin buenos, ni malos, ni machaca entre muchachos superpoderosos, a años luz de lo que podías leer en 1985 en cualquier comic de Marvel o DC con la excepción de Saga of the Swamp Thing.
Estos dos numeritos “solistas” de Ororo cuentan con los dibujos del inconmensurable Barry Windsor-Smith, en un nivel superlativo. Y mejorado ampliamente al republicarse en blanco y negro. El Annual 8 lo dibuja Steve Leialoha (bien, más que aceptable), la mini con Alpha Flight la dibuja Paul Smith (de nuevo, ver reseña del 24/08/11) y todo el resto está dibujado por una dupla excelente, nunca valorada en toda su dimensión: John Romita Jr. en lápices y Dan Green en tintas. Claro, te ponen al lado a Barry Windsor-Smith y parecés un choto, hagas lo que hagas. Pero de verdad, JRJr y Green dejan el alma en cada página. Acá hay emoción, hay power, hay buenas ideas narrativas y recursos muy efectivos para que el relato no se desplome bajo el peso de los masacotes de texto que cada tanto disparaba Claremont. Este JRJr todavía joven no tenía la elegancia de Paul Smith ni la chispa de John Byrne, pero a la hora de contarte la historia, te agarraba de la… garganta en la primera viñeta y no te soltaba hasta el final.
En síntesis, gran época para Uncanny X-Men, con un equipo creativo muy estable y afiladísimo, invitados de primera línea y una coordinadora, la querida Ann Nocenti, con las riendas bien firmes como para que el éxito no se les fuera de control. Eso va a pasar, claro, pero más adelante.
Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.


jueves, 5 de marzo de 2020

JUEVES DE CHICAS

Hoy tengo para reseñar dos comics protagonizados por chicas, lo cual no está mal si pensamos que el domingo es el Día Internacional de la Mujer. A todo esto, ¿sabían que la palabra “protagonismo” viene de Protágoras, un filósofo griego? Este sofista afirmaba que “el hombre es la medida de todas las cosas” y desarrolló una mirada absolutamente antropocéntrica. Bueno, eso. Todos los días se aprende algo nuevo.
Vamos con el Vol.1 de The Unbeatable Squirrel Girl, un título lanzado por Marvel en 2015, a cargo de Ryan North y Erika Henderson, probablemente pensado para captar lectoras adolescentes, de las que se habían acercado tímidamente al mundo de los superhéroes a través del boom de las películas. Además de los cuatro primeros números de esta serie, el TPB ofrece la primera aparición del personaje, publicada en 1991, en el nº8 de la antología trimestral Marvel Super-Heroes. Este título un engendro repulsivo, una fosa séptica a donde iban a parar las historietas más impublicables de Marvel, sobras de la Marvel Fanfare, sobras de la Marvel Comics Presents, guiones que los coordinadores les daban a pibes y pibas sin experiencia para que probaran a ver si podían dibujar 22 páginas de superhéroes en un tiempo razonable… y además en casi todos los números estaba Steve Ditko, ya veterano, con pocas chances de que lo llamaran para los títulos importantes. El maestro lo dejaban jugar cada tres meses en las páginas de Marvel Super-Heroes y ahí fue donde (en medio de una aventura supuestamente “seria” de Iron Man) aparece Squirrel Girl, se roba el protagonismo durante 22 páginas y queda ahí, en las márgenes del Universo Marvel, como una creación bizarra más de un especialista en poblar las márgenes de los universos superheroicos con creaciones bizarras. Con el coloreado moderno, debo reconocer que el dibujo tosco de Ditko mejora bastante.
Pero vamos a la serie de North y Henderson, que me pareció excelente. Los guiones tienen una combinación loquísima entre aventura clásica y descontrol. El ritmo es frenético, no baja ni un minuto. Las situaciones desopilantes van in crescendo, al punto que en el cuarto episodio Squirrel Girl y su ardillita se enfrentan a… ¡Galactus!. Hay humor físico, comedia de enredos, chistes meta-comiqueros, diálogos afilados típicos de sitcom yanki… Falta que alguno largue un “bwa-ha-ha”, nomás.
Se nota muchísimo que Ryan y Erika AMAN a este personaje y es realmente un gran placer verlo desarrollarse. El dibujo es sintético, expresivo, una mezcla rara y muy eficaz entre la clásica estética superheroica y algo más tipo Archie, con una narrativa cristalina, muy dinámica. El TPB acierta en incluir las páginas de “correo de lectores”, llenas de chistes, al igual que las frases en joda que aparecen al pie de cada página. Quiero más Squirrel Girl, sin ninguna duda.
Salto a Argentina, año 2019, cuando se recopila en libro Al Rey de Constantinopla, una historia que Fer Calvi había serializado en las páginas de Fierro, en la época en que yo ya no la leía. Creo que la única decisión de Calvi que no comparto es la de no revelarnos el nombre de la protagonista. El resto, me gustó mucho, me atrapó, me resultó sumamente interesante.
La trama propone un thriller de ciencia-ficción clásico, con una invasión alienígena encubierta, obviamente con blindaje político y mediático. Una chica que escribe guiones para series de TV va a tratar de llegar al fondo de la runfla y se va a ver envuelta en una aventura en la que hay muchísimo en juego. Todo esto con muy buenos diálogos, bastante introspección, una dosis acertada de acción y los típicos homenajes a comics, películas, series y obras literarias que mete Calvi en todas sus historietas.
Calvi me cerró bien el orto con su otra decisión arriesgada, la de mantener a lo largo de toda la obra la grilla de seis viñetas iguales (la Gran Kirby). Pensé que me iba a saturar leer toda una novela con una única puesta en página, pero el tempo del relato está tan bien manejado y la elección de los planos y enfoques es tan diversa, tan cambiante y asume tantos riesgos, que a las pocas páginas me olvidé que estaba viendo una infinita sucesión de viñetas todas del mismo tamaño. El dibujo está muy logrado, con recursos que el autor incorporó para esta obra, con un manejo notable de las técnicas tanto analógicas como digitales, y con un amplio registro en materia de diseño de personajes, que van desde representaciones bastante realistas a cartoons bien clásicos, bien al estilo de los años ´50. 
No te pongo Al Rey de Constantinopla al nivel de ¡Mexico Lindo!, pero me pareció un muy buen regreso de Fer Calvi al blanco y negro y al relato más clásico, más “de género”. Tengo otro librito del mismo autor ahí, en el aguante, así que pronto tendremos más Calvi, acá en el blog.

Nada más, por hoy. Mil gracias y hasta pronto.

martes, 3 de marzo de 2020

MARTES CALUROSO

Por fin tengo un rato para sentarme a escribir las reseñas de los últimos libritos que leí.
Empezamos en 1993, cuando yo era joven y leía más comics de superhéroes de los humanamente digeribles. Así fue como le di escasa bola a algunas historietas argentinas muy buenas que se publicaban en ese entonces (yo leía la Skorpio, Puertitas, de vez en cuando Cazador y gracias). Una de las obras más que dignas que en su momento pasaron bajo mi radar fue Max Calzone, de dos uruguayos radicados en argentina: los maestros Julio Parissi (guión) y Tabaré (dibujos). El álbum (editado en formato grandote, 24 x 32) trae 13 historias cortas de 5 páginas cada una, que supongo fueron hechas para las antologías italianas o para El Jueves (de España) y –en una de esas- publicadas también en Hum® o SexHum®.
Lo mejor que tiene Max Calzone es el dibujo de Tabaré, que en tamaño grande se aprecia muchísimo. Este es el momento de mayor perfección del dibujante de Diógenes y el Linyera, cuando combina la fuerza icónica y la gracia de un Angeli con la elegancia y la plasticidad de un Sergio Izquierdo Brown. Además los gloriosos primeros planos a los que nos acostumbró a lo largo de décadas, acá Tabaré se mata en los fondos, repletos de detalles maravillosos, con ratas, gatos, perritos, pajaritos… Esos excesos alucinantes que tanto se disfrutan en las viñetas de Francisco Ibáñez, por ejemplo, acá están y suman un montón. Y por supuesto hay todas esas cosas que Tabaré dibuja mejor que nadie: tugurios de mala muerte, gente siniestra e inescrupulosa, escupitajos, vómitos, eructos…
Max Calzone es un comic que aborda en son de joda el mundo de la mafia, y la misión de Parissi es crear en cada entrega una pequeña comedia de enredos donde vemos ganar, perder y empatar a una excecrable organización de extorsionadores, secuestradores, chorros, narcotraficantes, proxenetas y capos de la timba clandestina. Los tanos son venales y violentos, los negros son traicioneros y violentos, los mexicanos son machistas y violentos, los sudamericanos son coimeros y violentos, son las mujeres son lascivas y violentas… En este submundo de la abyección moral que nos muestra Parissi no se salva nadie.
Obviamente no se ve el mismo nivel en las 13 historias, y hay un par bastante flojas. Pero también hay un par muy buenas, con giros impredecibles y que cumplen ampliamente la consigna de arrancarnos una sonrisa. Y como el dibujo y la narrativa son  excelentes, me animo a recomendarlo sin sumar un delito más a mi prontuario.
Salto a España, año 2008, cuando se publica (la primera edición de) Cuaderno de Tormentas, una obra semi-oculta del inmenso David Rubín, que se ubica entre sus trabajos cuasi-underground (La Tetería del Oso Malayo y El Circo del Desaliento) y el trabajo con el que explotó a nivel repercusión (El Héroe). Acá vemos al gallego de Galicia incursionar en el color (sus obras anteriores eran en blanco y negro) y en el formato de un único relato extenso (sus libros anteriores jugaban a hilvanar varias historias cortas).
Y no, Cuaderno de Tormentas no se acerca al nivel de El Héroe ni en el color ni en el guión. Sí en el dibujo, que no está tan lejos. Pero en los otros rubros, se nota que el Rubín de 2008 todavía no manejaba el volumen de magia, de riesgo, de genialidad que va a desplegar en su magnum opus de 2011 (ver reseñas del 24/11/13 y 27/04/14). Acá hay una gran dosis de sutileza, una impronta casi gaimanesca aplicada a un relato de fantasía oscura, donde la prosa tiene mucho más peso que en las otras obras de David, con bastante margen para la introspección y muy poco para la machaca. Cuaderno de Tormentas es una versión adulta de The Wizard of Oz o Alice in Wonderland, con algunos puntos en común también con Las Calles de Arena, de Paco Roca.
En vez de jugar al world-building, Rubín juega al city-building y le da todo el protagonismo a una ciudad crepuscular en la que lo imposible es lo cotidiano. Por eso por momentos el tono de la obra es más descriptivo que narrativo, y por eso se da este contraste entre un dibujo vibrante, impactante, que no para de sorprenderte un segundo, y una trama más pachorra, más reflexiva, más de viaje al interior de uno mismo. ¿La recomiendo? Sí, obvio. A esta altura, cualquier cosa dibujada por David Rubín tiene ganado un lugar en las bibliotecas de cualquier comiquer@ al que le guste la narración secuencial. Y en ese sentido, acá lo vamos a ver al ídolo imaginar unas puestas en página absolutamente novedosas, rupturistas y alejadas del “más de lo mismo”. Motivo más que suficiente para jugarse el alma en las ominosas calles de Ciudad Espanto.

Y esto es todo, por hoy. Ni bien tenga más libros leídos se vienen nuevas reseñas, acá en el blog.