el blog de reseñas de Andrés Accorsi

lunes, 16 de marzo de 2020

LUNES DE AISLAMIENTO

Nada más fácil para los comiqueros que quedarnos solos, sin pisar la calle, durante días y días. Sobre todo cuando tenés un pilón grosero de libros sin leer e infinitas revistas para releer.
Arranco en 2016, cuando se empieza a recopilar I Hate Fairyland, una notable creación del mestro Skottie Young, que hace la clásica: armarse una hinchada nutrida y fiel en los títulos de Marvel y después abrir su kiosquito creator-owned en Image. Ya veremos más adelante algunos laburos de Young para la Casa de las Ideas, pero ahora me sumerjo en esta aventura delirante, cuyo ritmo no da tregua, pensada para atraparte en un in crescendo de situaciones cada vez más extremas, más impactantes y más cómicas.
Skottie Young parte de una premisa brillante, pero no se queda con eso. Por el contrario, sube la apuesta episodio a episodio y para el final de este primer tomo I Hate Fairyland alcanza un nivel inverosímil. Si alguna vez te divertiste con lo que los yankis llaman “cartoon violence” (explosiones, cañonazos, hachazos, espadazos y caídas abismales infligidas o sufridas por personajes fantásticos en clave de humor pasado de rosca), acá vas a encontrar eso mismo en su máxima expresión. I Hate Fairyland además es la más redonda, la más lograda, la mejor pensada de todas las parodias a los clásicos relatos de “nena del mundo real recorre un mundo de fantasía”. Los personajes, los paisajes, la acción, todo está dibujado como los fuckin´dioses por un Young inspiradísimo, exagerado al límite, dinámico y plástico como los mejores dibujos animados, pero con trucos de narrativa que sólo se pueden hacer en la historieta, y –por si faltara algo- muy bien complementado por la paleta de colores de Jean-Francois Beaulieu.
Esto es mejor que un comic para adultos. Es un comic recontra-mala leche, jodido como enema de chimichurri, oscuro y perverso como un vómito de Adrián Ventura, que gráficamente parece un comic para chicos y que corre serios riesgos de terminar en las manos de inocentes criaturitas a las que I Hate Fairyland les va a pulverizar las neuronas. Obviamente quiero YA el Vol.2, que nunca vi en ningún lado. Acepto donaciones.
Me vengo a Argentina, año 2019, para leer la continuación de un librito reseñado el 15/01/19. Esta segunda entrega de Proyecto Tifón abre con una historia de 22 páginas en la que Rodolfo Santullo nos muestra a dos superhéroes, Alto Voltaje y Heka, en acción y no mucho más. La machaca no deja mucho espacio para desarrollar a los protagonistas (mucho menos a los antagonistas) ni para que estos terminen de dilucidar cómo enganchan los combates que les toca pelear en el “big picture”. Los diálogos (generalmente el punto fuerte de los guiones de Santullo) no brillan como en la entrega anterior, mientras que el dibujo de Daniel Mendoza me pareció muy sólido, muy atractivo. Sin dudas el mejor trabajo de este dibujante al que ya nos cruzamos otras veces acá en el blog, potenciado además por Exequiel Roel en el coloreado digital.
La segunda historieta será la que haga el esfuerzo de encajar esto que nos contó Santullo con la saga global, con ese peligro creciente que obliga a los distintos superhéroes argentinos a organizarse y trabajar en equipo. Este tramo está escrito por Fede Sartori (también correcto, sin descollar) y dibujado por Santi Baquín, que cumple muy con lo justo. Me imagino esas páginas en blanco y negro y me muero del aburrimiento.
Y después hay dos historias cortitas: una de apenas tres páginas (escritas por Santullo y con hermosos dibujos de Nico Di Mattia) y una de 10, en la que Maxi Coronel retoma la historia del Capitán Barato, se mete un poco más en la psiquis de uno de los villanos de la saga y le da mucha chapa a Nico, quien se convertirá en E-404, un nuevo justiciero decidido a bancar los trapos en este momento jodido, en el que ya cayeron varios de los héroes que se presentaron en las entregas anteriores. Este tramo final está bastante bien dibujado por Osmar Petroli, que abusa un poquito de los primeros planos y los planos detalle, pero dentro de todo la hace llevadera.
Tengo un problema para emocionarme con esta saga y es que no conozco lo suficiente a los personajes como para que me generen algún impacto sus supuestas muertes, resurrecciones, victorias o derrotas. Me siento como si estuviera viendo futbol alemán: entiendo el juego, me doy cuenta de que están jugando bien, pero no conozco a los jugadores, no soy hincha de ningún equipo, no le tengo bronca a ningún árbitro ni a ningún D.T., y cuando canta la hinchada no entiendo una chota. Lo miro, me parece un producto muy profesional, muy competente, pero no logro que me despierte la más mínima pasión. Por ahí hubiese estado bueno sacudir grosso el status quo de este universo una vez que los lectores estuviéramos más familiarizados con cada uno de los héroes y heroínas, como para que cada golpe pegara más fuerte. De todos modos, me imagino que los fans de los superhéroes transplantados a nuestro país deben flashear fuerte con esta aventura, por su ambición, por su escala y porque se nota que está muy bien planificada y muy bien coordinada, para abrirle el juego a varios personajes y varios autores y que todos se conjuguen de manera armónica, prolija, consistente.

Nada más, por hoy. Ni bien tenga leídos un par de libros más, nos reencontramos con nuevas reseñas acá en el blog.

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