Nada más fácil para los
comiqueros que quedarnos solos, sin pisar la calle, durante días y días. Sobre
todo cuando tenés un pilón grosero de libros sin leer e infinitas revistas para
releer.
Arranco en 2016, cuando se
empieza a recopilar I Hate Fairyland, una notable creación del mestro Skottie
Young, que hace la clásica: armarse una hinchada nutrida y fiel en los títulos
de Marvel y después abrir su kiosquito creator-owned en Image. Ya veremos más
adelante algunos laburos de Young para la Casa de las Ideas, pero ahora me
sumerjo en esta aventura delirante, cuyo ritmo no da tregua, pensada para
atraparte en un in crescendo de situaciones cada vez más extremas, más
impactantes y más cómicas.
Skottie Young parte de una
premisa brillante, pero no se queda con eso. Por el contrario, sube la apuesta
episodio a episodio y para el final de este primer tomo I Hate Fairyland
alcanza un nivel inverosímil. Si alguna vez te divertiste con lo que los yankis
llaman “cartoon violence” (explosiones, cañonazos, hachazos, espadazos y caídas
abismales infligidas o sufridas por personajes fantásticos en clave de humor
pasado de rosca), acá vas a encontrar eso mismo en su máxima expresión. I Hate
Fairyland además es la más redonda, la más lograda, la mejor pensada de todas
las parodias a los clásicos relatos de “nena del mundo real recorre un mundo de
fantasía”. Los personajes, los paisajes, la acción, todo está dibujado como los
fuckin´dioses por un Young inspiradísimo, exagerado al límite, dinámico y
plástico como los mejores dibujos animados, pero con trucos de narrativa que
sólo se pueden hacer en la historieta, y –por si faltara algo- muy bien
complementado por la paleta de colores de Jean-Francois Beaulieu.
Esto es mejor que un comic
para adultos. Es un comic recontra-mala leche, jodido como enema de
chimichurri, oscuro y perverso como un vómito de Adrián Ventura, que
gráficamente parece un comic para chicos y que corre serios riesgos de terminar
en las manos de inocentes criaturitas a las que I Hate Fairyland les va a
pulverizar las neuronas. Obviamente quiero YA el Vol.2, que nunca vi en ningún
lado. Acepto donaciones.
Me vengo a Argentina, año
2019, para leer la continuación de un librito reseñado el 15/01/19. Esta
segunda entrega de Proyecto Tifón abre con una historia de 22 páginas en la que
Rodolfo Santullo nos muestra a dos superhéroes, Alto Voltaje y Heka, en acción
y no mucho más. La machaca no deja mucho espacio para desarrollar a los
protagonistas (mucho menos a los antagonistas) ni para que estos terminen de
dilucidar cómo enganchan los combates que les toca pelear en el “big picture”.
Los diálogos (generalmente el punto fuerte de los guiones de Santullo) no
brillan como en la entrega anterior, mientras que el dibujo de Daniel Mendoza
me pareció muy sólido, muy atractivo. Sin dudas el mejor trabajo de este
dibujante al que ya nos cruzamos otras veces acá en el blog, potenciado además por Exequiel Roel en el coloreado digital.
La segunda historieta será
la que haga el esfuerzo de encajar esto que nos contó Santullo con la saga
global, con ese peligro creciente que obliga a los distintos superhéroes
argentinos a organizarse y trabajar en equipo. Este tramo está escrito por Fede
Sartori (también correcto, sin descollar) y dibujado por Santi Baquín, que
cumple muy con lo justo. Me imagino esas páginas en blanco y negro y me muero
del aburrimiento.
Y después hay dos
historias cortitas: una de apenas tres páginas (escritas por Santullo y con
hermosos dibujos de Nico Di Mattia) y una de 10, en la que Maxi Coronel retoma
la historia del Capitán Barato, se mete un poco más en la psiquis de uno de los
villanos de la saga y le da mucha chapa a Nico, quien se convertirá en E-404,
un nuevo justiciero decidido a bancar los trapos en este momento jodido, en el
que ya cayeron varios de los héroes que se presentaron en las entregas
anteriores. Este tramo final está bastante bien dibujado por Osmar Petroli, que
abusa un poquito de los primeros planos y los planos detalle, pero dentro de
todo la hace llevadera.
Tengo un problema para
emocionarme con esta saga y es que no conozco lo suficiente a los personajes
como para que me generen algún impacto sus supuestas muertes, resurrecciones,
victorias o derrotas. Me siento como si estuviera viendo futbol alemán:
entiendo el juego, me doy cuenta de que están jugando bien, pero no conozco a los
jugadores, no soy hincha de ningún equipo, no le tengo bronca a ningún árbitro
ni a ningún D.T., y cuando canta la hinchada no entiendo una chota. Lo miro, me
parece un producto muy profesional, muy competente, pero no logro que me
despierte la más mínima pasión. Por ahí hubiese estado bueno sacudir grosso el
status quo de este universo una vez que los lectores estuviéramos más
familiarizados con cada uno de los héroes y heroínas, como para que cada golpe
pegara más fuerte. De todos modos, me imagino que los fans de los superhéroes
transplantados a nuestro país deben flashear fuerte con esta aventura, por su ambición,
por su escala y porque se nota que está muy bien planificada y muy bien coordinada,
para abrirle el juego a varios personajes y varios autores y que todos se
conjuguen de manera armónica, prolija, consistente.
Nada más, por hoy. Ni bien
tenga leídos un par de libros más, nos reencontramos con nuevas reseñas acá en
el blog.
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