el blog de reseñas de Andrés Accorsi

miércoles, 29 de agosto de 2018

MIERCOLES NEGRO

Racing pierde por goleada, el dólar pasa los $ 34 y el cambio de temperatura me produce una congestión nasal espantosa. Día horrible para estar vivo, pero bueno, vamos a tratar de olvidarnos de todo reseñando unas historietas.
Sigo avanzando con el material argentino aparecido en 2017 que se me había pasado y llego al Vol.3 de Artemis, la serie de aventuras creada por Ariel Grichener y Guillermo Villarreal. Y bueno, me convenció un poco menos que las entregas anteriores. Hay algunos errores en los textos (faltas de ortografía, espacios y letras que faltan), tipografías muuuuy chiquititas, los diálogos siguen sin gustarme y la trama tampoco me pareció tan sólida como en las entregas anteriores. Uno supondría que con el correr de los episodios, el guionista se va a animar a meterles más profundidad a los personajes, pero la verdad es que eso no sucede. Así es como todo se limita a la machaca, en la que obviamente al final van a ganar los buenos, con costos muy baratos en proporción a la magnitud del adversario.
El dibujo de Villarreal sigue firme en ese estilo derivado de Joe Madureira y otros dibujantes de línea cool tan típicos del comic yanki de los ´90. Me gustan cada vez más las caras de Villarreal, pero cada vez menos los personajes de cuerpo entero. Y en esta entrega, los fondos escasean bastante. Eso, sumado a la línea clara, prolijísima de Villarreal, pide a gritos ser coloreado. Así, en blanco y negro, me dejó satisfecho hasta por ahí nomás. De todos modos, el dibujo calza perfecto con el estilo de la historia y la narrativa fluye bastante bien. De nuevo me cuesta recomendar esta saga a los que no son fans a muerte de las historietas de acción, machaca y epopeya tecno-medieval.
Me voy más para atrás, a principios de este milenio, para sumergirme en el Vol.4 de Promethea, la obra maestra de Alan Moore y J.H. Williams III. En este tomo, Promethea pega un volantazo importante: en sus tres primeros cuartos, Moore lleva al extremo la idea de que este comic sea ante todo un viaje, una exploración, una travesía por el mundo de la Inmateria, donde existen (y Moore explica detalladamente) un montón de conceptos sumamente elevados, complejos, difíciles de imbricar (con perdón de la palabra) con un relato de aventuras. Acá se termina este extenso tramo de la obra en la que prácticamente no hay conflictos. El regreso de Sophie a New York poco antes del final del tomo cambia todo, y activa -por fin- un clivaje fuerte, en este caso con Stacia, su amiga, a quien ella designó como su reemplazante. Y este último cuarto, el de las dos chicas en pugna para ver quién queda como la Promethea titular, nos muestra a un Moore menos didáctico y más práctico, más dinámico, aunque sin jugarse todo a la machaca.
El resultado es realmente fascinante. Cerré el libro diciendo “quiero tomar de la misma que toma Alan Moore”. No sé si esta es la mejor obra en la formidable carrera del Mago, pero claramente es de las más originales, las más asombrosas, donde más veces te deja estupefacto, atónito, boquiabierto. Desde el concepto general de la saga hasta detalles mínimos como la letra de la canción que canta la banda en el último episodio, Moore juega todo el tiempo a subir su propia apuesta, a correr todo el tiempo el límite de lo que se puede hacer en un comic supuestamente enrolado en el género de los superhéroes. Una apuesta muy zarpada, en la que los que más ganan son los lectores.
Y bueno, del dibujo de J.H. Williams ya hablé bastante en las reseñas de los tomos anteriores, no me quiero repetir. Lo mejor es que, al igual que el Mago, el dibujante juega todo el tiempo a sorprender al lector, a detonarle las retinas con puestas en página, composiciones, efectos, técnicas y recursos narrativos que nunca antes habíamos visto. Llega un punto en que el trabajo de Williams III deja de ser historieta y pasa a ser gloria en estado puro, algo totalmente trascendental, inclasificable, inabarcable. Sin dudas, acá hay un antes y un después, un quiebre grosso, un salto cualitativo apabullante en la historia del comic.
Quedaron cortas las reseñas, pero bueno, la congestión me da dolor de cabeza y no tengo muchas ganas de seguir escribiendo. Ojalá mañana me arreglen mi computadora, así vuelvo a grabar videos para YouTube y a subir más contenidos al sitio de Comiqueando. Por ahora, el tiempo que no uso en esas tareas lo dedico a leer comics, así que es muy probable que vuelva a postear reseñas muy pronto, acá en el blog.

lunes, 27 de agosto de 2018

HOY, TODO ARGENTINO

Justo se dio la casualidad de que en mi pilón de “álbumes europeos” el de arriba de todo es una obra de un autor que vive en España hace mil años, pero que no se puede sacar del DNI el “nacido en Mendoza, República Argentina”.
Me refiero al maestro Juan Giménez, autor de la trilogía Yo, Dragón, cuyo tercer y último tomo me leí en una terminal de micros el otro día. El Vol.2 de esta saga lo leí el 29/04/14, con lo cual me acordaba bastante poco de la trama. Así es como la primera mitad de este álbum me resultó un poco ardua, un poco confusa. Influye también el criterio de Giménez para clavar los flashbacks (ninguno demasiado importante) en momento que no sé si eran los ideales, y por supuesto me complicó la vida el hecho de que este tramo final entrelazara los destinos de tantos personajes. Ya en la reseña del Vol.2 me habían hecho ruido los flashbacks y la forma en la que el elenco se expandía más allá de los requerimientos de la trama y en este tramo final eso se sufre un poco más.
De nuevo (como en el Vol.2), la segunda mitad del álbum se me hizo mucho más llevadera, y me pude conectar mejor con los personajes. De todos modos, siento que con un elenco más acotado, Giménez podría haberles dado más profundidad, más sustancia a cada protagonista. El tema de que haya un par de mujeres con el poder de transformarse en dragones no está del todo aprovechado, al igual que el personaje de Monseñor Fabián, que pintaba para villano grosso y termina por cumplir un rol bastante prescindible.
Entre toda esta madeja de venganzas, premoniciones, filiaciones sorprendentes, intrigas palaciegas y viejas facturas vencidas que se cobran con cuantiosos intereses, brilla con fulgor incandescente el dibujo de Juan Giménez. Bello, potente, elaborado, funcional al relato, con un color glorioso y un trabajo brutal en fondos y vestimenta, todo lo que surge del lápiz y los pinceles del maestro mendocino está pensado para cautivar al lector y premiarlo con unas maravillas gráficas que muy pocos historietistas le pueden ofrecer. Yo, Dragón no califica para obra maestra por esos altibajos en el guión, pero a nivel visual es un testimonio más que elocuente de la vigencia sempiterna de este genio del dibujo y la ilustración llamado Juan Giménez.
Otra obra de autores argentinos publicada en 2017 que me había quedado en el tintero es Alud, una novela gráfica de Cristian Blasco y Pablo Burman, los autores de Infestado, aquel librito de historias cortas reseñado el 11/12/16. A lo largo de 58 páginas, el guionista cordobés y el dibujante porteño abordan dos tópicos muy frecuentes en la historieta de aventuras: una sociedad distópica (tema que está muy de moda, por cierto) y un pibe común, que no tiene idea de nada, y un día descubre que su padre fue un muuuuy grosso… algo, y se convence de seguir sus pasos e incluso de llevar más allá la cruzada de su padre en pos de… algo. El famoso viaje iniciático tomará la forma de una quijotada épica en la que Charlie, como Chiquito Romero contra Holanda, se va a convertir en héroe.
Contado así, el argumento parece adolecer de una cierta falta de originalidad, pero a) no es tan así y b) Blasco ya demostró que incluso partiendo de premisas ya bastante transitadas puede llegar a resultados atractivos y sorprendentes. Me parece que el logro más notable de Alud es cuándo y cómo elige Blasco revelarnos la verdadera historia del padre de Charlie. El desarrollo en sí, el devenir de la aventura, es atrapante, convincente, pero el vuelo, la estocada de genialidad está (para mi gusto) en ese pase mágico con el que el guionista revela todo ese pasado oculto, que persiste en la memoria de pocos pero que le puede cambiar el futuro a muchos.
Y el dibujo de Burman… me sigue pareciendo muy raro. Impactante, muy original, y a la vez muy retorcido, muy idiosincrático, sin la voluntad de hacer ningún tipo de concesión para con el lector que quiere que le cuenten la historia de un modo cristalino, fácil de decodificar. Es una estética muy elaborada, muy sobrecargada, con una mezcla de técnicas de entintado de la que pocos dibujantes salen bien parados, y a la vez con mucha atención por los climas, por apuntalar desde lo visual las sensaciones que transmite el guión. Los personajes rara vez conservan los mismos rasgos faciales de una secuencia a otra, y la corrección anatómica no es ni a palos una prioridad para el dibujante. Me imagino esta historia en manos de otro dibujante y creo que podría haber funcionado mucho mejor con otra estética, con un dibujante que -por ejemplo- trace líneas rectas cuando aparecen carteles electrónicos en la ciudad futurista… Pero por otro lado creo que los excesos gráficos de Burman constituyen un ejercicio de sana libertad, de ganas de hacer las cosas distinto, de no ceñirse a modelos preexistentes, y además no llegan nunca a convertirse en un obstáculo para el disfrute de la trama. Si los saltos al vacío de este virtuoso pero extraño dibujante no te ahuyentan, estoy seguro de que Alud te va a resultar una muy rica lectura.
Gracias a todos los que se acercaron a saludarme en la Pergamino Comicon, y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

viernes, 24 de agosto de 2018

VIERNES COMPLICADO

Otra vez tengo problemas con mi computadora y estoy trabajando en una prestada. Esta noche no tengo joda nocturna, porque mañana muy temprano viajo a Pergamino, a participar de la Pergamino Comicon, que tiene una pinta espectacular.
Me voy a 2015, cuando se edita Caza Mayor, una “novela gráfica” que combina textos de Javier Chiabrando y dibujos de Nicolás Brondo. Las comillas vienen a cuento de que no es una verdadera novela gráfica, sino un cuento, una obra literaria de Chiabrando, re-armada para ocupar alrededor de 100 páginas, mezclada con dibujos, viñetas y unas poquitas páginas dibujadas por Nico Brondo. El cuento es bueno, atractivo, bien escrito, pero uno quiere ver a Brondo contar la historia con sus dibujos y eso sucede poco y de vez en cuando. Lamentablemente, no es mucho lo que Brondo logra transformar en narrativa secuencial, con lo cual en buena medida se limita a acompañar con sus dibujos las ideas del cuento original. Las secuencias más largas son dos, que ocupan cuatro páginas cada una, y obviamente es lo más disfrutable que tiene el libro. Después tenemos viñetas sueltas, o dibujos sin formato de viñeta, que aparecen en distintos tamaños, a veces más próximos a los de la ilustración. Algunos dibujos incluso se repiten varias veces, lo cual es medio una garcha. Y en general están muy bien, excepto cuando Brondo se zarpa copiando a Cacho Mandrafina y convierte al protagonista, Pierino Baldacci, en un clon del protagonista de Cosecha Verde. Eso también es bastante lamentable.
Cierro con un concepto reiterado: el relato que propone Chiabrando está muy bien, pero esto NO es una novela gráfica. Sólo se lo puedo recomendar a los fans extremos de Nico Brondo que tengan ganas de verlo afrontar un trabajo distinto, más calmo, menos experimental, sin elementos fantásticos y hasta con referencia fotográfica muy visible, otro rasgo atípico en la obra del cordobés.
Y también me bajé el Vol.4 de las recopilaciones del Suicide Squad de John Ostrander (el último que me quedaba sin leer), que trae apenas cinco episodios de esa gloriosa serie, mezclados en un crossover no demasiado atractivo con otras cuatro colecciones de DC de esa época: cuatro episodios de Checkmate (una serie menor escrita por Paul Kuppeberg), uno de Manhunter, uno de Firestorm (las otras dos series que escribía Ostrander, a las que les venía bien una inyección de nuevos lectores) y un epílogo de Captain Atom, casi un choreo, que tiene mínima conexión con la saga troncal.
La saga se llamó The Janus Directive, y lo mejor que tiene es la reflexión solapada acerca de los vicios, pecados y miserias de las agencias de inteligencia y demás operarios encubiertos al servicio del gobierno yanki. El resto -en el contexto de esta inolvidable etapa del Squad- es bastante olvidable. El plan de Kobra es medio estúpido, no hay una relación lógica entre lo que quiere hacer y toda esa runfla intrincada para hacer que los metahumanos y demás espías al servicio del gobierno se den machaca entre ellos. Por supuesto, Ostrander no baja nunca la calidad de los diálogos y siempre mete esos magníficos toques de caracterización en héroes, villanos y personajes secundarios. Comparado con lo que tenía para ofrecer Kuppeberg en Checkmate, Ostrander sale obscenamente bien parado, incluso en esas extensas secuencias donde lo único que hay son batallas entre tipos y minas con poderes.
Para este TPB, ya no tenemos a Luke McDonnell como dibujante del Squad. El reemplazante es el genial John K. Snyder III, que acá todavía estaba un poquito crudo. Eran sus primeros trabajos para una editorial mainstream, y desentonaba un poquito, sobre todo cuando lo entinta Pablo Marcos. Al principio cuesta acostumbrarse a esos cuerpos más masivos, esos rostros más deformes y esas angulaciones más extremas. Después vuelve a entintar Karl Kesel, y le da una pátina más clásica, menos transgresora al dibujo de Snyder. Pero lo mejor de este dibujante va a venir más adelante, cuando lo dejen entintarse a sí mismo. El libro también ofrece trabajos de un par de obreros del lápiz bastante correctos (Grant Miehm, Steve Erwin, Rick Hoberg), un capo como Tom Mandrake y un dibujante a veces muy bueno y a veces choto, como Rafael Kayanan (acá lo vemos en su faceta chota).
A pesar de fumarnos un crossover extenso, no demasiado trascendental y con muchos episodios de una serie medio pete como era Checkmate, los fans del Squad nos vamos contentos de este Vol.4, porque The Janus Directive no sólo no traiciona el espíritu del Squad, sino que Ostrander va a saber utilizar lo que sucede en esta saga para seguir construyendo para adelante, o por lo menos hasta el número 40, que es donde vendrá un sacudón bastante más zarpado que lo que se vio hasta ahora.
Me llevo unos libritos para leer en el micro rumbo a Pergamino, así para lunes o martes seguro tengo material para volver a postear acá en el blog. Gracias y hasta pronto.

martes, 21 de agosto de 2018

MARTES DE FINALES

Hoy tengo para reseñar dos tomos que funcionan como cierre a sendas colecciones.
En primer lugar, el esperado (pero para nada deseado) final de La Mazmorra, que nos lleva al nivel 111 del Crepúsculo, de la mano de Lewis Trondheim, Joann Sfar y Mazan. Esta historia va casi todo el tiempo en paralelo con la que vimos en el tomo inmediatamente anterior, pero desplazando un poco el foco del relato. En vez de centrarse en Marvin Rojo y Zakutu, este episodio cuenta la batalla final contra la Entidad Negra desde la óptica de Herbert, con roles importantes para el Rey Polvo, Papsukal y el alucinante (o alucinógeno) Gilberto.
Acá también Sfar y Trondheim logran un equilibrio magnífico entre la epopeya grandilocuente, las escenas intimistas (pocas veces tuvo más peso el vínculo entre los personajes) y los chistes, que no pueden faltar. Y además, en este episodio final hay elementos más esotéricos, más limados, que tienen que ver con viajes astrales, que trascienden la violencia física, por supuesto muy presente. La mejor escena, lejos, aparece cuando la Entidad Negra lo psicopatea a Herbert, para hacerlo dudar si está o no controlando los actos de Papsukal. Que un villano tan absolutamente hijo de puta se tome unas viñetas para comportarse como un cancherito, para hacerle una travesura/ guachada más a su víctima, me pareció un hallazgo exquisito.
Y el final –como no podía ser de otra manera- transmite esa sensación chota de desolación, de lo que pudo haber sido y no fue. Pero está claro que -por cómo venía sobre todo la saga de Crepúsculo- si terminaba todo bien, con dicha y alegría para todos, estaríamos hablando de una traición grosera, como cuando te prometen mejor calidad educativa y te destruyen el presupuesto para las universidades, la ciencia y la tecnología. O sea que sí, es un bajón que la hiper-saga que iba a durar 300 álbumes terminara después de… treinta y pico, pero la verdad es que termina bien, con un final redondo, coherente con la evolución que Sfar y Trondheim venían trazando para los personajes principales.
El dibujo de Mazan (a quien ya habíamos visto en uno de los álbumes de Monstres) no me copó tanto como el de Alfred, pero no está nada mal. Gloria eterna a La Mazmorra y si algún día deciden retomarla, acá tienen un comprador seguro.
Me vengo a nuestro país, a 2016, cuando se edita el Vol.8 (y último) de Antología de Héroes Argentinos, con ocho historietas muy, muy distintas entre sí.
La primera retoma una punta argumental iniciada en una de las historias del Vol.6 (lo reseñé el 20/07/18), la hace avanzar dándole mucha chapa al personaje de Romina, y cierra no sin dejar otra punta abierta. Dentro de todo, zafa. No me emocionó mucho, pero no puedo decir que esté mal. Le sigue un episodio de la intrincada saga de Camulus, apenas seis páginas que se proponen cerrar los plots abiertos, pero como leí la saga esporádicamente, no entendí una chota. Acá por lo menos vuela una piña, así que me imagino que habrá un conflicto un poco más power que la vez anterior.
En una brevísima historia de cuatro páginas y cero profundidad, Sebastián Rizzo, Jorge Lucas y Claudio Ramírez narran un encuentro entre Carlitos y Cazador. Nada, muy poquito. Carlitos también tiene peso en la siguiente historia, seis páginas en las que Luis “Hitoshi” Díaz y Emiliano Urich nos muestran el regreso de Estigma, un personaje que había tenido sólo dos apariciones en la efímera revista H de Héroes, allá por 2001. No sé si volvió a aparecer luego de este regreso.
La historia más extensa del tomo es la de Crazy Jack, 14 páginas en las que los maestros Gustavo Amézaga y Rubén Meriggi sacan a relucir su vasto profesionalismo y la estrecha relación laboral que los une hace varias décadas. Un cierre más que atractivo para la saga de este personaje, que ojalá regrese pronto. Carlitos aparece una vez más para una historia que no se entiende muy bien, en la que intercambia trompadas con dos enmascarados, bajo la atenta mirada de un tercero.
Fernando Calvi nos regala una joyita metacomiquera y autorreferencial, en la que reaparecen todos sus personajes de los ´90 (varios de ellos creados en las páginas de Comiqueando). Es una trama compleja resuelta de modo sencillo y que tiene que ver con la evolución artística del propio Calvi. Y para terminar, Toni Torres y Quique Alcatena narran una invasión alienígena a Buenos Aires ambientada en 1948, que será repelida por Misterix, el Vengador, el Caballero Rojo de los años ´40 y varios superhéroes más que yo no conocía. Por supuesto, en apenas 10 páginas no hay espacio para presentarnos a estos personajes, ni para darles profundidad, ni para explicar demasiado nada. Es un clásico palo-y-a-la-bolsa, no muy distinto de las aventuras que vivían en los ´40 los superhéroes yankis, con el plus de estar dibujado por Alcatena, y la contra de cargar con mucho texto, muchas viñetas por página y el rotulado manual de Quique, que a mí personalmente no me gusta. Ah, en un par de viñetas Alcatena dibuja a Perón. Eso sólo hace que esta historieta sea medio totémica.
Y no hay más, ni más Mazmorra ni más Héroes Argentinos. Veremos con qué sigo la próxima vez que me siente a leer comics, y ni bien junte un par de libritos para reseñar, nos reencontramos acá en el blog.

sábado, 18 de agosto de 2018

SABADO SATANICO

Hoy me toca reseñar dos obras en las que tiene bastante peso un pacto con una entidad demoníaca. Coincidencias limadas de la vida y la historieta…
El Fausto Sudaca es una obra de teatro muy famosa en Chile, una versión del clásico de Goethe creada por el dramaturgo trasandino Omar Saavedra Santis. En 2015, el Fausto Sudaca fue llevado a la historieta por el guionista (también chileno) Sebastián Castro y el dibujante mexicano Hugo Aramburo. La propuesta no es muy distinta de la que nos traen cada tanto Alejandro Farías y varios dibujantes en las distintas entregas de Teatro en Viñetas, pero el problema es la extensión. Esto mismo, desarrollado en 36 páginas, 40 como mucho, hubiese sido mucho más dinámico, más atrapante, más impactante. La decisión de Castro de “licuar” el argumento en 84 páginas hace que el desarrollo se haga lento, por momentos pesado, y la idea pierda fuerza y efectividad.
¿Por qué pasa esto? Sospecho que porque Castro estaba demasiado apegado a la obra de Saavedra Santis y tomó la decisión de no omitir ni sintetizar absolutamente nada de lo que se ve en la obra. Y no está mal ser respetuoso del material que uno elige para adaptar, pero la historieta es –ante todo- síntesis. Privilegiar momentos, como decía el maestro Carlos Albiac. Sin embargo Castro no elige qué momentos privilegiar: quiere plasmar TODO en su versión de la obra y hay cosas que quizás funcionan muy bien en teatro y no en historieta (y viceversa, obviamente). Así es como la adaptación del Fausto Sudaca, a pesar de sus buenas intenciones, se empantana y se hace (por lo menos para mí) innecesariamente extensa.
El dibujo de Aramburo es correcto, es una especie de Fabián Mezquita un toque menos virtuoso y un toque menos plástico. Quizás lo que menos me convenció fue la decisión de que los personajes tuvieran los rasgos faciales de los actores que los interpretan en la versión teatral. Me imagino al dibujante mexicano mirando fotos y videos de los actores chilenos para retratarlos fielmente y digo “pobre flaco, ¿qué necesidad había?”. Pero bueno, quizás en Chile esos actores sean hiper-populares y la aparición de sus rasgos faciales en el comic represente para un montón de gente un gran atractivo a la hora de comprarlo.
Me voy a 2012, a EEUU, para leer un libro muy raro. El TPB de Caligula, editado por Avatar, no advierte en ningún lado acerca de su contenido adulto. Recién cuando lo leés, te das cuenta de que prácticamente todos los personajes secundarios de la obra terminan empomados, asesinados o morfados, no necesariamente en ese orden. El maestro David Lapham nos transporta al Imperio Romano para mostrarnos una versión alternativa (y a la vez bastante lógica) de los últimos días de Cayo Julio César Augusto Germánico, mucho más conocido como Calígula.
En la versión de Lapham, el emperador no sólo está loco: también está poseído por una entidad satánica, que consume almas humanas para mantenerlo siempre vivo y joven, y que lo lleva a perpetrar todo tipo de atrocidades. El guión se regodea notablemente en el aspecto más sádico y perverso de este carismático villano y nos ofrece un amplio abanico de masacres, torturas, destripamientos, canibalismo, orgías de todos contra todos, violaciones de hombres y mujeres y hasta un caballo (también poseído por el Mal) que se garcha tipos y minas. Y en medio de este festival de la lujuria descontrolada y la falta absoluta de respeto por la vida humana, hay un argumento que tiene que ver con un joven granjero que busca matar al emperador y termina por convertirse en su mano derecha, su confidente y su amante.
El único personaje secundario que se mantiene lejos de la vorágine de locura, sexo y sangre que rodea a Calígula es Laurentius, un héroe militar, probo y honorable, que es el que le sirve a Lapham para mantener el foco en el aspecto más político de la trama, que no está tan desarrollado como el aspecto más “de terror”, o de “shock value”, pero tiene bastante peso y bastante interés. Lo mejor que tiene Caligula es que avanza siempre a buen ritmo, no parece estar ni estirada ni comprimida.
Y lo que me llevó a comprar el libro es el dibujante, nuestro compatriota Germán Nóbile, que se hace cargo también del color y realiza un trabajo de altísimo impacto visual. Elegante y preciso a la hora de recrear palacios, vehículos, vestimenta y paisajes y tremendamente brutal a la hora de dibujar las orgías, las masacres y los tipos en chota, Nóbile encuentra un equilibrio notable. El estilo de Nóbile me hizo acordar por momentos al de Ignacio Noé, pero claro, Noé no labura para EEUU, con lo cual sus obras no requieren de esa dosis de acción, de violencia, de esos exabruptos visuales que son tan frecuentes en el comic yanki y que Nóbile plasma con muchísima destreza en estas páginas.
Si te da el estómago para procesar escenas de sexo, violencia y canibalismo realmente estremecedoras, aventurate con Lapham y Nóbile en esta versión oscura, truculenta y visualmente fascinante de la historia de ese loco hijo de puta que (como tantos otros locos hijos de puta que no la pasaban tan bien) tomó las riendas de un imperio y lo hizo mierda en la primera curva.
Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

miércoles, 15 de agosto de 2018

NOCHE DE MIERCOLES

Sigo avanzando en la lectura de material de autores argentinos que se me escapó en su momento, y ya me falta poquito. En cualquier momento empiezo a leer libros publicados en 2018.
En 2016, con Rubén Sosa ya fallecido, la Biblioteca Nacional publicó la tremenda Un Hombre Normal, una serie que Sosa creó en 1976, justo antes de irse a vivir a Italia, de la que sólo realizó cinco episodios. Inspirado en la novela Las Hienas (de Enrique Medina, recontra-prohibida por la dictadura militar), Sosa narró en Un Hombre Normal el “lado B” de uno de los tantos miembros de los “grupos de tareas” que llevaban adelante los secuestros, las torturas, los asesinatos y las desapariciones ordenadas por los milicos genocidas. En cada episodio vemos a este siniestro personaje envuelto en crímenes de lesa humanidad, y siempre hay una secuencia en la que interactúa con su familia, con sus amigos, donde almuerza, cena o mira futbol como cualquiera de nosotros. Ese contrapunto es sumamente efectivo y perturbador y no se había visto antes en otras historietas.
El último episodio es el que más o menos rompe con esa lógica. Acá el tono de la serie cambia y Sosa se vuelca más a una reflexión casi filosófica acerca de los regímenes represivos, sus metas, las secuelas que dejan en los países donde se instauran y cómo estos chacales sanguinarios logran muchas veces acomodarse incluso cuando se da vuelta la tortilla.
Y si bien todo esto reviste un enorme interés, lo que más me impactó es el dibujo. Sosa fue parte de la camada que estudió con Alberto Breccia y Hugo Pratt en la segunda mitad de los ´50, y sí, hay tintes breccianos en su dibujo. Pero también hay guiños a la narrativa de Guido Crépax y un despliegue de acción, músculos, detalles, expresiones faciales, texturas y rayitas que por momentos emparentan a Sosa con artistas como Berni Wrightson, Sergio Toppi o los filipinos más aplicados. Visualmente esto es apabullante, al filo del barroco, de la sobrecarga de información visual. Por suerte, Sosa logra equilibrar ese descontrol a nivel gráfico con un cuidado muy notable en el armado de la página, de modo que esta abundancia de detalles y trazos no distrae de la narración ni la empantana.
El libro incluye la alarmante cantidad de 18 páginas sin historietas, con un montón de textos sobre el autor, la obra y la época, varios de los cuales se podrían haber obviado tranquilamente. Y hablando de crímenes de lesa humanidad, creo que todavía estamos a tiempo de organizar una marcha pidiendo juicio y castigo para el que eligió esa tipografía espantosa para los diálogos. Si no conocías a Rubén Sosa, este libro te lo pone muy arriba en muy pocas páginas. Hay varias obras más de este autor publicadas en Italia e inéditas en nuestro país, y las quiero todas.
Me voy a Francia a 2014, cuando Lewis Trondheim y Joann Sfar deciden cerrar definitivamente esa desmesurada epopeya que fue La Mazmorra, con dos tomos que pusieron fin a la gloriosa saga iniciada en 1998. Saltando un par de escalones respecto del tomo anterior de La Mazmorra: Crepúsculo (Revolutions, de 2009, lo vimos acá el 25/08/10), Sfar y Trondheim reclutan al notable dibujante Alfred para estas 46 páginas en las que la aventura cobra unas dimensiones épicas, colosales, monumentales. Acá cierran todas las puntas argumentales que involucran a Marvin el Rojo, el Rey Polvo y los hijos del pato Herbert, Zakútu y Papsikal. Y la verdad que no sé qué nos van a contar en el tomo que falta (él último, el cual prometo leer muy pronto), porque acá apenas queda colgado un pedacito de historia, que es el del trip de Herbert al país de los muertos.
El final de Alto Septentrión (que así se titula este episodio) es tan genial, tan potente, que si no hubiese un tomo final, estaría todo bien. Pero hay más, y quedé re-manija para entrarle pronto a ese ¿epílogo?, que en Francia se publicó el mismo día que este episodio. El dibujo de Alfred está perfectamente a la altura de la ambición y la grandilocuencia de la trama: acá hay combates, masacres, explosiones, viajes dimensionales… y el dibujante le pone toda la garra. Incluso tenemos algo sumamente infrecuente en el comic europeo: una doble splash-page que muestra el choque entre un ejército de dragones y una horda de monstruos. Realmente impresionante.
A esta altura, ponerse a recomendar La Mazmorra es totalmente redundante, como decirles “yo te avisé que esto iba a pasar” a los que votaron a Macri. Pero bueno, el primero de esos dos tomos de cierre es demasiado bueno como para no hacerlo. Una más y no jodemos más.
Vuelvo pronto con nuevas reseñas. Gracias y hasta entonces.

lunes, 13 de agosto de 2018

LUNES CON ONDA

Otro día con lindo clima, a pesar de que –por distintos motivos- no me moví de mi casa. Y sí, anoche estaba desvelado y me terminé dos libros que tenía empezados.
El Vol.3 de los tomos que recopilan el glorioso Suicide Squad de John Ostrander es una fuckin´ aplanadora. 280 páginas de mala leche, runfla política, acción y un desarrollo de personajes impensable en el comic de hoy en día. Creo que ya mencioné esto en la reseña de alguno de los tomos anteriores, pero creo que pocas series hacen mejor uso de esa posibilidad que daba el comic-book mensual de planificar a largo plazo. Digo “daba” porque hoy rara vez un mismo guionista se queda en una serie más de 18-20 episodios, y casi ninguno se calienta por crear y desarrollar personajes secundarios. Ostrander es tan generoso en ese rubro, que se podría haber lanzado un segundo títulos SIN el Suicide Squad, sólo con Amanda Waller y el personal civil de Belle Reve. Todo el tiempo aparecen nuevos tipos y minas sin poderes, subalternos o sub-subalternos de Amanda y Ostrander hace que todos tengan una voz propia, o algo copado para aportarle a la serie.
Y después están las misiones, jodidas como enema de chimichurri, en las que vemos a este rejunte de villanos, héroes y anti-héroes de la B Metropolitana ir y venir de acá para allá según los caprichos de Waller, y hasta parársele de manos a esta abanderada de la amoralidad para tratar de torcer el rumbo del Squad, que más de una vez está a milímetros de hacerse mierda contra el piso. Pero los miembros del Squad van y vienen y lo que mantiene a esta serie allá arriba es el tono, esa ambigüedad turbia, en la que vemos a los malos hacer lo correcto, a los buenos sentir que se están enchastrando por causas más o menos justas, a los políticos cagarse en todo con tal de acumular poder y a Waller explotar las inseguridades y vulnerabilidades de todos en su propio beneficio. De nuevo me encontré con decenas de diálogos que me acordaba minuciosamente, pero aún así el libro me hizo muy feliz.
En este tramo de la serie, reaparece Karl Kesel y la conjunción entre sus tintas y el dibujo de Luke McDonnell levanta muchísimo la faceta gráfica. La comparación con la labor del otro entintador (Bob Lewis) es inimitable… y la verdad que es como comparar al Maradona del ´86 con el de ahora, a Quino con Nik o a Bob Marley con Marley. Entre los invitados están también el correcto Grant Miehm, un primerizo (y muy flojito) Graham Nolan y apenas ocho paginitas de un Keith Giffen exquisito. Pero lo más power, lejos, es el reencuentro entre McDonnell y Kesel. Tengo para leer el Vol.4, aunque me parece que antes le voy a entrar a la miniserie de Deadshot, que va en paralelo con los primeros episodios de este TPB. Gloria eterna al Suicide Squad de Ostrander y sus secuaces.
En 2014, con el maestro Caloi ya fallecido, la editorial Planeta publicó varios tomos de humor gráfico bajo el rótulo de “Universo Caloi”. Uno de ellos apareció muy barato en una librería y no me pude resistir.
El Absurdo de Caloi ofrece 120 páginas de chistes de distintas épocas firmados por el creador de Clemente, algunos resueltos en una única viñeta y otros en forma de historieta, con una narrativa secuencial siempre impecable. A veces a color, a veces en blanco y negro, a veces con textos y otras veces sólo con imágenes, Caloi tira ideas a la marchanta y las remata de modo sorprendente, en este caso jugando siempre a lo absurdo, a lo ilógico, a lo imprevisto. No tiene mucho sentido ponerse a explicar los chistes, y menos cuando la gracia para por el absurdo, por el capricho, por lo inexplicable. Pero sí es menester señalar lo bien que se movía Caloi en este registro, mucho menos prosaico que el de las tiras de Clemente.
Los chistes abarcan temáticas muy distintas, desde náufragos y astronautas hasta reflexiones muy agudas y profundas acerca de los vínculos entre las personas, o entre las personas y lo divino, o entre las personas y la realidad. Y al estar seleccionados de distintas épocas de la vasta carrera de Caloi, los chistes componen también una especie de montaña rusa visual, con sacudones violentos, cambios de estilo muy marcados, técnicas que aparecen y desaparecen, el rotulado que va mutando… Muy interesante para los que nos copamos siguiendo la huella gráfica de este prócer del humor. Y si bien no vi muchas páginas que me produjeran el orgasmo visual que viví con Humoris Causa (quizás el mejor recopilatorio de chistes de Caloi) el nivel pictórico de este material es increíble. Parece mentira que un dibujante le pusiera tanta dedicación y tanta sapiencia a una página humorística en la revista dominical de un diario de mierda.
¿Algo para criticar? Nah, que varios chistes de una sóla viñeta que en su momento aparecieron compartiendo página con otros, acá ocupan una página ellos solos, con infinito espacio blanco alrededor. Pero está bien, no es grave, no sentí que me estuvieran mezquinando el material. Y lo más importante cuando uno aborda un libro de humor gráfico: me reí varias veces. Si ves a buen precio El Absurdo de Caloi, no cometas el sinsentido de dejarlo pasar.
Gracias a todos los que se acercaron a saludar el sábado en el evento de la Escuela Da Vinci, y prometo volver a postear pronto, acá en el blog.

jueves, 9 de agosto de 2018

OTRA NOCHE DE JUEVES

Sigo avanzando con las lecturas y tengo un par de libros más para reseñar.
Arranco en Japón, a mediados de los ´70, cuando la gloriosa Moto Hagio se aventura en una saga de ciencia-ficción con tintes de misterio titulada ¿Quién es el 11º Pasajero?. Para bien y para mal, Hagio realiza esta obra muy pendiente de la influencia de su mangaka favorito, Shotaro Ishinomori, y de su amiga, coetánea y compañera de estudio Keiko Takemiya. Digo para mal, porque de Shotaro toma esa tendencia a exagerar los rasgos faciales, a hacer a los personajes bastante caricaturescos y propensos a los ademanes ampulosos y estridentes. Y de Keiko toma ese vicio de dibujar a los varones jóvenes con rasgos muy afeminados, casi indistinguibles de las mujeres. Por suerte en la trama de “el 11º Pasajero” tiene bastante peso la ambigüedad de sexo y de género de uno de los/las protagonistas, o sea que esa indefinición entre varón y mujer en el aspecto de Frol garpa bastante. No así en el caso de Tada, que es varón pero te das cuenta porque lo dice, no por su aspecto.
Y felizmente, Hagio aprende de Ishinomori y de Takemiya a conjurar una buena saga de ciencia-ficción, donde florecen conflictos humanos, interesantes, que van más allá de la ambientación futurista y las naves espaciales. La primera historia arranca bien, y cuando amenaza con estirarse más de la cuenta y derrapar, Hagio mete un cambio y resuelve como los que saben, sorprendiendo al lector pero sin mandar fruta. Para la segunda historia, la autora se saca de encima la consigna de trabajar con 11 personajes protagónicos y blanquea lo que se percibía en la primera parte: estas son las aventuras de Tada y Frol. El resto son personajes secundarios. De hecho en la segunda historia (una intriga palaciega compleja e intensa, que funciona muy bien como alegoría de la Guerra Fría que disputaban en los ´70 Estados Unidos y la Unión Soviética) hay un muy buen rol (secundario pero relevante) para Baseska y un papel más chiquito para Fourth. Y el libro cierra con las breves aventuras en tono humorístico de Space Street, con Frol y Tada claramente como protagonistas, pequeños cameos de los otros estudiantes y un dibujo que se permite tender aún más a la caricatura o a la estética “chibi”.
En el resto del tomo, el dibujo es impecable. Hagio despliega un nivel muy alto, casi a la altura de lo que le vimos hacer a Keiko Takemiya en To Terra…. Buenas composiciones, claridad en la narrativa, un laburo notable en las texturas, y un tono un poco más intimista, menos épico que el de su amiga, a la que se le notaba todavía más la perfecta sintonía con la temática de la space opera. Moto Hagio nunca se quedó ni en un estilo, ni en una temática, y si bien ¿Quién es el 11º Pasajero? es considerada aún hoy una de sus obras fundamentales, la carrera de esta autora la ha llevado mucho más lejos, como vimos en la reseña del 17/05/14. Ahora que “se puso de moda” publicar mangas de Hagio en castellano, es probable que la revisitemos en un futuro cercano.
Salto a 2016 para meterme con una obra de otro prócer del Noveno Arte: Edu Molina, el argentino radicado en México, que me detonó el cráneo con El Sombra y Tito, secuela de aquel libro que vimos el 21/08/14. Esta vez, Molina vuelve a coquetear con la estética clásica de los pulps para un thriller a todo o nada, con piñas, tiros y persecuciones, pero le suma un elemento fascinante: la exploración del sistema político de esta ciudad en la que viven sus personajes. Molina aborda este aspecto desde un costado irónico, satírico, por momentos tragicómico y logra que esta gran patraña, esta gran farsa opresiva aporte muchísimo al clima sombrío de la obra.
Así, entre impactos violentos, agudas reflexiones y sonrisas que amagan con convertirse en carcajadas, Molina rubrica un guión formidable, lleno de ritmo, filoso, categórico. Y (como me pasó cuando leí el tomo anterior de El Sombra) lo que más me sacudió fue el dibujo. Recomiendo repasar la reseña del 17/05/14 porque ahí hablo bastante del dibujo de Edu, y estoy bastante de acuerdo con lo que dije en aquel momento. Lo de las composiciones que me recordaban a Horacio Altuna, por ejemplo, lo viví con mucha intensidad mientras leía este libro, sin recordar que lo había subrayado en la reseña del anterior. Así que, ¿para qué voy a aburrir repitiendo lo mismo? Si algo de bueno tiene el hecho de que este sea un blog “viejo”, es que mucho de lo que uno tiene para decir, ya lo dijo. O en las inmortales palabras de Stan Lee, “´Nuff said”.
Posta, recomiendo muchísimo El Sombra y Tito, que no tiene edición argentina, pero debería.
Y nada más, por hoy. Vamos las pibas, que la lucha sigue y el aborto legal, seguro y gratuito tarde o temprano será ley. Nos reencontramos ni bien tenga leídos un par de libritos más.



lunes, 6 de agosto de 2018

LINDO LUNES

Hoy el invierno se copó y nos trató bien, así que llega la noche y me agarra con buen humor para comentar un par de libros que tenía leídos.
Arranco en España, en 2005, cuando la editorial Recerca decide reunir en un tomo de más de 120 páginas la obra dispersa que (hasta ese momento) había acumulado J.M. Ken Niimura, hoy muy conocido por haber sido el dibujante de la gloriosa I Kill Giants (ver reseña del 01/09/10). El libro tiene un título bastante carente de imaginación: se llama Historietas, así, a secas. Y –como toda antología- ofrece un recorrido sinuoso, con algunos picos muy altos mezclados con trabajos que hubiese sido mejor obviar. Hay que aclarar que en el libro hay material realizado por Niimura para fanzines, para presentar en concursos para aficionados, y hasta ejercicios que realizó a pedido de sus profesores cuando estudiaba Historieta. O sea que sería de muy mala leche masacrarlo por esos trabajos. Y también hay que poner en la balanza el hecho de que muchas historietas tienen apenas dos o tres páginas. Como siempre señalo, es muy difícil contar una buena historia en ese espacio, y menos cuando uno es un autor primerizo.
Aún así, con todas estas restricciones, Niimura experimenta, prueba con distintas técnicas pictóricas y narrativas, busca una voz propia y hay momentos en los que da en el blanco. “Amanecer Distinto” o “NOSE” son breves joyitas que se la bancarían aún hoy en las páginas de cualquier antología. “Como la Pólvora” es muy arriesgada en términos narrativos, pero el dibujo es una maravilla. “Trag3d1a” es otra pequeña obra maestra y “Raíces” visualmente es brillante, pero al guión le falta una vueltita más. El mejor guión es el de “La Ultima Sonrisa” (que no está para nada mal dibujada) y entre los experimentos de narrativa, el que mejor le sale al autor es “Historias de dos Ascensores”, excelente pieza de relojería comiquera en la que poco importa que no se luzca mucho el dibujo.
Si descubriste a Niimura en I Kill Giants, o si todavía no tenés la menor idea de quién es este notable autor español, este recopilatorio te puede dar un lindo pantallazo de lo que fueron sus años formativos, donde ya se notaba la pasta de crack. Lo vi hace poco saldado a $ 90 en una librería de la avenida Corrientes, como para que ningún interesado se quede afuera.
Me vengo a 2017, cuando Image publica el primer TPB de Cannibal, la serie escrita por Brian Buccellato y Jennifer Young, con dibujos de mi amigo e ídolo, el uruguayo Matías Bergara. Esta serie terminó de modo medio abrupto, con un nº8 en el que se cerraron algunas puntas argumentales (como para que los compradores del segundo TPB no los cagaran a puteadas), mientras la trama central nunca se terminó de redondear. Es una pena, porque en estos primeros cuatro episodios había ideas como para sostener por lo menos tres TPBs sin estirar groseramente ni tratar de idiota al lector.
Cannibal es un thriller ambientado en los pantanos de Florida, en un pueblo bastante aislado, donde todos se conocen y hay varias historias espesas subyacentes. Por supuesto que la aparición de un virus que convierte a la gente en caníbal acelera el estallido de varios conflictos y le permite a los guionistas empezar bien arriba. Ya habrá tiempo (o no) para explicar un poco más acerca de esta epidemia, y para desarrollar más a los protagonistas, que son los hermanos Cash y Grady Hansen. En este primer tramo, Cash eclipsa ampliamente al resto del elenco y apunta a ser el personaje mejor trabajado de la efímera serie.
El guión no es ni glorioso ni una garcha, ni tampoco un clon berreta de The Walking Dead. Se deja leer, tiene buenos diálogos, situaciones interesantes, momentos de alto impacto y un esfuerzo bastante encomiable por no hacer añicos el verosímil. Pero todos esos méritos empalidecen frente al dibujo de Bergara, en el que era (hasta que salió Coda) su mejor trabajo. Acá vemos a Bergara tirar magia en las expresiones faciales, en el lenguaje corporal de los personajes, en los fondos, en el armado de las secuencias, en la combinación (digna de un maestro onda Alfonso Font) entre una línea finita y unas masas de negro fuertes, pesadas. El propio Buccellato se encarga de colorear a Matías y lo hace bastante bien, sin descuidar los climas y sin disputarle el protagonismo al dibujo. Quiero el Vol.2 para ver cómo sigue la historia, hasta dónde se la puede considerar una obra inconclusa. Y para leer 80 páginas más dibujadas a un gran nivel por un autor que -con menos de 35 años- ya acumula un montón de obras increíbles muy distintas entre sí, esparcidas entre varios mercados.
Vuelvo a postear ni bien tenga un par de libros leídos. Gracias y hasta entonces.

sábado, 4 de agosto de 2018

SABADO CON COMICS

Tengo un montón de libros leídos y poco tiempo para sentarme a escribir reseñas, pero bueno, faltan unas horitas para que abran los boliches, así que ahí vamos.
Arranco en 2014, cuando La Cúpula publica en nuestro idioma Desde el Más Allá, una colección de historietas basadas en los clásicos cuentos de Howard Phillips Lovecraft realizada en 2012 por el holandés Erik Kriek. ¿Otra vez sopa? Sí, otra vez. Los mismos cuentos de siempre, los que ya adaptaron decenas de historietistas en años anteriores, vuelven a cobrar vida de la mano de un autor al que no conocía y me resultó absolutamente fascinante.
Kriek es un claro heredero de la mejor tradición de la EC Comics, con reminiscencias de Wally Wood, Jack Davis, Will Elder e incluso Will Eisner, de quien toma varios trucos narrativos que aún hoy resultan asombrosamente efectivos. Imaginate una mezcla entre Eric Powell y Ty Templeton, corrompida por la oscuridad de Charles Burns y con un manejo de los grises que no existe en este plano de la realidad. El dibujo de Kriek resulta espectacular e impactante cuando las tramas así lo requieren y climático y sugestivo, cuando los relatos van para ese lado. Me cuesta recordar otras adaptaciones de los cuentos de Lovecraft que me hayan gustado tanto, que me hayan hecho meterme tan adentro de las historias.
Lo mejor que tienen las versiones de Kriek es que el autor se guarda un espacio para contar con la imagen, para desplegar la acción (que no abunda en los cuentos del genio del Providence) en secuencias claramente historietísticas. Y lo más difícil: sin sacrificar los textos. Kriek ama los textos de Lovecraft como el que más y, si bien se nota que le duele omitir párrafos o frases de los cuentos, cuando lo hace pone toda su destreza gráfica a “cubrir ese bache”. Nunca permite que sus dibujos redunden con lo que nos cuentan los textos, siempre los hace conjugarse para lograr algo mejor.
La Sombra sobre Innsmouth y El Color que Cayó del Cielo, las dos adaptaciones más extensas de este libro, no sólo son lo mejor que tiene para ofrecernos Desde el Más Allá: también servirían para enseñarle a cualquiera que estudie Historieta cómo se hace una adaptación literaria. Si sos fan de Lovecraft, o de las versiones en comic de la mejor literatura fantástica, o si te resulta extraño y copado que un autor holandés contemporáneo mantenga viva la llama de la EC y le moje la oreja al Viejo Breccia, a Lalia, a Corben y a tantos otros que adaptaron a Lovecraft, internate en este mundo pesadillesco y genial que te espera en Desde el Más Allá.
Y cierro en 2015, con una publicación argentina que en su momento se me pasó y ahora se sumó a mi pilón de pendientes. Carlitos: Gris es una serie de historias cortas escritas por Sebastián Rizzo, en las que reaparece el personaje al que ya vimos en reseñas anteriores (creo que el último libro “canónico” de Carlitos es el que comenté el 08/03/14, pero en el medio hay por lo menos uno más, que no leí) y tiene varios problemas, a saber:
En primer lugar, el nivel muy desparejo de los dibujantes. Acá hay brutas bestias como Edu Molina, Marcelo Sosa y Sergio Ibáñez al lado de dibujantes que están muy, muy lejos de un nivel profesional. Segundo: la inconsistencia en la forma de retratar al protagonista. Cada dibujante que pasa por el tomo le cambia el aspecto a Carlitos, que puede ser más flaco, más gordo, más viejo, más joven, más atlético, más hecho mierda, con más pelo, más pelado, con barba, sin barba… Muy difícil compenetrarse con una historia corta si perdés las primeras dos páginas tratando de deducir si ese personaje es el mismo de las historias anteriores o uno completamente nuevo. Tercero: Producto de la brevedad de las historias, también hay altibajos en la calidad de los guiones. Más de una vez, Rizzo presenta un conflicto ganchero, pero cuando lo tiene que desarrollar se encuentra con que se le viene encima la última página y apresura un desenlace que no convence. Y después está ese infausto episodio (con excelentes dibujos de Ibáñez) en el que Rizzo se descontrola y sepulta las páginas con unos diálogos interminables, tremendos masacotes de texto imposibles de leer, en el que la protagonista se manda un monólogo de Enrique Pinti en cada globito. Un despropósito total.
Fuera de eso, hay algunas buenas ideas y conflictos interesantes desparramados por las historias de esta especie de loser convertido en un quijote contemporáneo. La historia que dibuja Edu Molina tiene grandes momentos, y las dos últimas (una 100% a cargo de J.J. Rovella y una co-escrita por Rizzo y Gabriel Bobillo) también están muy bien, cierran por todos lados. Creo que hace ya un par de años que Rizzo no produce nuevas historietas de Carlitos, pero en caso de volver, yo iría por una novela gráfica extensa (como la primera), con un solo dibujante en lo posible MUY bueno, con un flashback que pase en limpio todo lo sucedido hasta el momento, y un giro argumental que le permita al autor cerrar la saga de este personaje, de innegable potencial y con varias aristas que lo hacen único dentro del panorama de la historieta argentina.
Ni bien tenga un rato libre, se vienen nuevas reseñas. ¡Gracias y hasta entonces!

miércoles, 1 de agosto de 2018

SE LARGA AGOSTO

Este mes no estoy tan jugado con el tema de los viajes, así que voy a poder reseñar libros más seguido.
Arranco con Mis Supermachos, una recopilación de 1991 que reúne varias de las historietas realizadas por el maestro mexicano Rius entre 1965 y 1967… ¡a razón de 24 páginas por semana! Todo en esta obra es increíble: que fuera la primera historieta de Rius (quien hasta entonces sólo hacía chistes sueltos y caricaturas), que el maestro produjera ese volumen de material a ese ritmo, que la censura no se le viniera encima, y por supuesto la calidad.
Por si nunca la escuchaste nombrar, Los Supermachos era una historieta de sátira socio-política ambientada en un pueblito agreste del interior de México, con un elenco compuesto por siete u ocho personajes recurrentes y otros que aparecían de vez en cuando. Rius creaba cada semana comedias de 24 páginas repletas de situaciones y diálogos de enorme impacto humorístico, y –lo más importante- las usaba para bajar línea a ocho manos. Rius era un militante de sólida formación comunista al que le tocó crecer en la Latinoamérica post-Segunda Guerra Mundial. Sus historietas abordan, bajo la mascarada del humor, todos los tópicos clásicos de la militancia bolche latinoamericana: las condiciones leoninas de cualquier acuerdo comercial con Estados Unidos, el manto de oscurantismo de la iglesia católica, el atraso, la corrupción, la ignorancia de los pueblos, la desigualdad, el triste destino de los pueblos originarios reducidos y condenados a ser mano de obra barata en latifundios y ciudades, la farsa de los populismos que prometen revoluciones y terminan siempre entongados con los poderosos, el machismo, la explotación… Si vivís hace unas cuantas décadas en Latinoamérica no hace falta que siga enumerando.
Lo importante es que todos estos conceptos aparecen con una crudeza asombrosa (aún hoy, más de 50 años después) en el marco de unas historietas muy graciosas, pletóricas de ingenio y mala leche. El dibujo de Rius, además, es excelente. Tributario en algunos aspectos de Sergio Aragonés y ancestro directo (aunque no sé si lo leyeron) de bestias como Claire Bretécher y Angeli. Conocía a Rius por sus chistes de una página y lo conocí personalmente a él hace varios años, pero la verdad es que nunca me imaginé que Los Supermachos fuera tan zarpada, tan aguda, tan descarnada en su forma de encarar la sátira política. Esto (que, repito, es de 1965-67) está a años luz de cualquier otro intento de reirse desde la historieta de las tragedias del capitalismo y demás tumores malignos que tienen enferma hace siglos a nuestra sociedad. Lo amé fuerte.
Salto a 1988, cuando DC publica casi todas las historietas incluídas en este Vol.2 de la colección que recopila el glorioso Suicide Squad de John Ostrander (el Vol.1 lo vimos un lejano 10/05/11). Acá, además de muchísimas páginas en las que el dibujo de Luke McDonnell pierde impacto y belleza a manos de las tintas del poco idóneo Bob Lewis, tenemos un magnífico episodio en el que McDonnell se entinta a sí mismo, uno muy extenso dibujado al palo por Erik Larsen (con la Doom Patrol), uno dibujado como los dioses por Keith Giffen (con la Justice League) y el origen de Nightshade dibujado por un temprano Rob Liefeld, también con tintas de Lewis y resultados… casi presentables.
Como ya comenté en la reseña del Vol.1, este material lo leí muchas, muchísimas veces en los 30 años transcurridos desde que me compré una a una las revistitas. Aún así, Ostrander no deja de sorprenderme con su manejo de los personajes y con la forma en que no para nunca de sembrar plots a futuro. Sin dudas, estamos hablando de uno de los guionistas que más rico jugo le saca a esa posibilidad que te da la publicación mensual de ir construyendo a largo plazo. Ostrander no se priva de nada: boletea personajes sin piedad, rescata del olvido a otros, crea nuevos, inventa para todos conflictos y vueltas de tuerca increíbles, los hace cuestionarse a sí mismos, los deconstruye, los caga a palos y hace los interactuar de maneras absolutamente originales. A lo largo y a lo ancho del Universo DC (de aquella fructífera etapa entre Crisis y Zero Hour), Ostrander mezcla personajes tan disímiles como Speedy, Shade, Robotman, Vixen o Mark Shaw con héroes, villanos, temibles operarios del recontra-espionaje y gente común y corriente que simplemente trabaja para el Estado en una penitenciaría de Louisiana.
El resultado es realmente notable y leído así, en un masacote de más de 260 páginas (en buen papel, sin avisos y con el color muy mejorado), cobra una consistencia mayor, cercana a la de Obra Maestra. Si creías que el Suicide Squad era ese título pedorro con Harley Quinn y un grupito de villanos donde nunca muere nadie, entrale urgente al verdadero Squad, el de la Amanda Waller original (e insuperable), el de la runfla política, la acción al palo y las misiones más mugrientas.
Volvemos pronto con más reseñas… y mil gracias a todos los que se acercaron a saludarme en Comarca Comics, allá en Viedma.